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Kandinsky antes de la abstracción

Ricardo Gullón





La Galería Maeght es en París el reducto del arte nuevo. Sus exposiciones, individuales o colectivas, constituyen cada año las aventuras más sensacionales de la temporada. Su revista, Derrière le miroir, está compuesta con delicado gusto, bajo la dirección de uno de los más inteligentes críticos franceses: Louis Clayeux, a quien los españoles debemos reconocimiento por la cordial curiosidad con que sigue los progresos de nuestra pintura. Clayeux es uno de los buenos conocedores de la obra del gran Juan Miró.

En el mes de diciembre último la Galería organizó una muestra de enorme interés: cincuenta y tres pinturas de Kandinsky que van desde su primera obra hasta el comienzo del periodo «abstracto» de su evolución; entre 1900 y 1910 el artista buscó afanosamente una solución a los problemas pictóricos, desembocando al fin en la no figuración. El número 42 de Derrière le miroir (diciembre 1951) inserta una abundante selección de reproducciones de las poco conocidas obras pertenecientes a esa etapa pre-abstracta, donde identificamos la mano maestra del autor, la fertilidad imaginativa y la inteligencia constructora. En el mismo número incluye la revista un extenso fragmento de la Mirada hacia el pasado, escrita por Kandinsky en 1913, para explicar su aventura espiritual.

Documento excepcional en el cual queda limpiamente justificada su actitud y expuesta de modo emocionante la fuerza de las impresiones que le dominaban, al conjuro de lo que no vacilaremos era llamar la inspiración: «Mientras paseaba recibía inconscientemente -dice- impresiones a veces tan intensas y tan imperiosas que sentía una opresión era el pecho y mi respiración se hacía difícil. Experimentaba verdadero surmenaje y pensaba con envidia en los empleados que pueden sosegar plenamente después de acabar su trabajo. Deseaba un reposo de primario y ojos de mozo de cuerda, según la expresión de Boeklin. Pero yo estaba obligado a mirar sin descanso».

Es preciso partir de esta formidable capacidad de observación para entender cómo, saturado y penetrado de realidad, pudo Kandinsky liberarse de ella y lanzarse, con pleno sentido de sus responsabilidades, en la gran aventura del arte absoluto, que iba a lograr en él un punto de máxima brillantez. Pocos pintores sintieron tanto como él en función del color, representándose los objetos partiendo de los tonos dominantes. En el escrito mencionado tiene particular interés la rememoración del momento en que, por un azar -la luz del crepúsculo cayendo sobre un cuadro puesto del revés- «descubrió», por así decirlo, la posibilidad de una pintura sin ninguna referencia figurativa. Descubrimiento que causó tan profundo cambio en la pintura contemporánea.





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