La «Agudeza y arte de ingenio», primera neorretórica
José María Pozuelo Yvancos
Universidad de Murcia
Durante muchos años, y especialmente coincidiendo con los de su revaloración crítica, la Agudeza y Arte de Ingenio de Gracián fue valorada y estudiada como poética y retórica del conceptismo, y leída en el contexto de sus virtuales, ciertamente muchas, posibilidades para iluminar la literatura del siglo XVII. Buena parte de sus distinciones, categorías, recursos, procedimientos, fueron allegados para mostrar esa conjunción entre una literatura concreta y su peculiar estética y poética. Pero los numerosos beneficios críticos obtenidos de esa conjunción, han podido hacernos olvidar o preterir otros contextos posibles que Gracián seguramente tuvo en cuenta cuando formuló la novedad de su Arte. Incluso una lectura demasiado apegada a los solos contextos de la producción que hoy llamamos literaria y en el marco de la sola Historia de la Literatura, aunque el marco fuera europeo, puede originar desenfoques ya denunciados por E. R. Curtius, en las breves pero enjundiosas páginas que dedicó a la Agudeza en su magna Literatura Europa y Edad Media Latina. Aunque Curtius estaba pensando, y lo anota en el leve pescozón que en nota da a su colega L. Pfandl, en lecturas que interpretaban el Barroco, y a Gracián, como genuinamente españoles, no puede pasar desapercibida una reflexión, de la que me propongo partir en esta ponencia, y desarrollar en lo que pueda. Luego de referirse Curtius a la relación entre ingenium y iudicium como aspectos fundamentales del arte oratori, escribe:
Para cualquier conocedor de la retórica romana continúa Curtius, quien anota a pie de página otras contraposiciones entre ambos conceptos extraídas de diferentes discursos de la Agudeza, la frase de Gracián es clarísima; para los hispanistas actuales no parece serlo:
(Curtius, 1948: 416-417) |
El romanista
alemán habló de la retórica romana como el
verdadero fondo o contexto antiguo en el que cobran sentido tanto
la terminología utilizada como las declaraciones de novedad
en las que la Agudeza de Gracián insiste una y otra
vez, especialmente pero no sólo a lo largo del
Prólogo Al lector y de los dos primeros Discursos.
Según eso la de Gracián sería la primera
reacción al sistema de la antigua retórica, y
planteándose como sistemático a su vez, podría
hacerse ver, y eso me propongo, que actúa como primera
Neorretórica, es decir, una primera formulación
global, teórica flamante la denomina Gracián
en ese Prólogo, que reformula por completo el sistema
antiguo, otorgando a sus elementos un nuevo valor y una nueva
función en el conjunto de ese sistema. No es casual que la
primera ciencia que Gracián cite inmediatamente en el texto
del Prólogo al que me estoy refiriendo, como madre falsa de
la nueva arte, sea tanto la Retórica (el todo) donde
sólo hubo vislumbres de sus sutilezas, como por
sinécdoque, la Elocuencia (la parte de la retórica
dedicada a figuras y tropos). Los hijos de la agudeza andaban, sigo
con la terminología de Gracián,
«güerfanos» de verdadera madre, de una Arte nueva
que sepa dar cuenta de su origen y por tanto quiénes son
ellos y cuál es su verdadera casa (en el Discurso III, I,
p. 58, escribe que la Agudeza de
artificio, su objeto, «por
recóndita y extraordinaria no tenía casa
fija»
1.
No puede escapar a
un lector atento de la Agudeza el hecho de que, aparte de
sus declaraciones explícitas y del contenido de
éstas, sea muy elocuente respecto a la idea de novedad o de
Arte que se está postulando ab ovo, el propio estilo de Gracián y
singularmente la tópica de la arché que es
la que estilísticamente va siguiendo a lo largo del
Prólogo y del primer Discurso. Son los términos de
una isotopía de la arché los que van
reforzando su decidida apuesta por encontrar un nuevo origen, una
nueva casa, una nueva madre, para la Agudeza. Retengamos con el
subrayado en cursiva algunos de los términos empleados de
esa isotopía de la arché -«hijos güerfanos»
-,
«por no conocer su verdadera
madre, se prohijaban»
(Prólogo), «sellaron la agudeza o por no ofenderla o por
deshauciarla, remitiéndola a la sola
valentía del ingenio»
, «eran los conceptos hijos más que
del esfuerzo de la mente que del artificio»
, «la imitación suplía al
arte, pero con las desigualdades del
substituto»
, «la
contingencia de especies tuvo también gran parte, que
prohijaron gustosos críticos»
, «mendiga dirección todo
artificio», «y es que falta el arte... y con ella la
variedad, gran madre»
.
Sigue correlativo
el topos de la nutrición, que es un lugar muy
característico de la isotopía de la maternidad, que
ha seguido hasta ahora: leemos así que «es la agudeza pasto del
alma»
, ... «es la sutileza
alimento del espíritu»;
«hállanse gustos felices tan cebados en la
delicadeza...»
, «son cuerpos
vivos sus obras, con alma conceptuosa; que los otros son
cadáveres que yacen en sepulcros»
. La
isotopía de la arché continúa con dos
series que son metonímicas: la del rey (en la misma
acepción que antes ha dicho «dirección»)
y la del Sol, con la que acaba el Discurso literario, que conecta
con la del Águila, ángeles y coro de
jerarquías celestes con las que comienza el Discurso
Segundo.
Veremos en la segunda parte de esta ponencia el contenido concreto, pero no podría escapar al cuidadoso Gracián la pertinencia, elaborada justo al comienzo de su Tratado, de unos tópicos del origen, recorridos como se ha visto término a término. Y ello porque se trata de construir toda la arquitectura (imagen que también empleará), la casa, un nuevo edificio o un Arte que es el que sabe está construyendo. Y lo hace, pero será una Neorretórica no sólo referida al sistema de la antigua retórica, o de la retórica romana, como advertía Curtius, sino también al contexto de la retórica, del Humanismo, algunas de cuyas formulaciones Gracián conocía y que sirvieron, bien de acicate positivo (así el caso de Luis Vives) bien de referente negativo (las formulaciones meramente reproductoras de una Inventio racionalista, desarrolladas por retóricas como la de Agrícola o El Brocense que vinculaban la Inventio a la Dialéctica y por lo mismo desahuciaban ingenium como simple derivado estilístico de la Elocutio).
Es evidente que sobre el concepto de ingenio y el de juicio, y del lugar de ambos en el cuerpo de la Retórica, no hay durante el Renacimiento, ni siquiera lo hubo en la retórica clásica, unanimidad. Cuando Gracián habla de juicio y de ingenio, piensa en algo diferente a lo que pensaba por ejemplo Juan de Valdés, quien en su Diálogo de la Lengua, escribía:
El ingenio halla qué dezir, y el juizio escoge lo mejor de lo que el ingenio halla y pónelo en el lugar que ha de estar, de manera que de las dos partes del orador, que son invención y disposición (que quiere dezir ordenación), la primera se puede atribuir al ingenio y la segunda al juizio2. |
Esa reducción del juicio a la esfera de la dispositio, como ordenadora y correctora del ingenio, limitando a éste la capacidad de «hallar qué dezir» (fórmula que literalmente traduce el Invenire quid dicas con que la retórica latina definía la Inventio), reducción que también encontramos en otros textos del siglo XVI, allegados con Aurora Egido (1990: 17), Emilio Blanco (1998: 22-23) o por José Manuel Rico García (2001: 55-53) responde a un movimiento concreto de algunas retóricas del Humanismo, especialmente la de Agrícola o del Brocense (pero no la de Vives, según veremos) por identificar el juicio con la disposición entendida como control de la oración, como ratio selectiva y ordenadora de las capacidades del ingenio (A. Egido, 2001: 112). Pero Gracián entendía el juicio de otra manera y no estaba dispuesto a separarlo de la Inventio, como tampoco al ingenio de la disposición. Como luego veremos, lo que Gracián pretende es una reordenación de todas las Partes Artis y de su función en su Nueva Arte, su Neorretórica. Por ahora puede bastarnos con advertir que si Gracián hubiese hecho esta identificación del juicio con la dispositio no habría hablado, cuando escribió la edición de 1642 del Arte de Ingenio, de que dedicó sus dos primeras obras al juicio, pues ni El Héroe ni El Político dedican parte de alguna materia, si la entendemos como disposición, ni habría incluido en la edición de la Agudeza (1648) el Arte de Prudencia como afecto también a la esfera del juicio.
Y es que el debate
en torno al iudicium (que comprometerá también el
lugar del ingenium es un debate con el que la retórica del
Humanismo quiso solventar un viejo asunto de ordenación y
unción de las Partes Artis y de las cualidades del orador, que la
retórica romana tampoco había resuelto con claridad.
La Inventio,
como se sabe, cumplía simultáneamente dos
operaciones: la que recorría los lugares a la busca de
argumentos, y otra, que sopesaba la utilitas para la causa de los argumentos
encontrados. De esa segunda operación de revisión se
ocupaba, según Cicerón, el iudicium: «Iudicium igitur adhibebit nec
inveniet solum quid dicat sed etiam expendet... sic interdum ex
illis locis aut levia quaedam aut causis aliena aut non utilia
gignuntur»
(Cicerón: Orator, 47-80)3.
El juicio retórico encuentra qué argumentos son
débiles, comunes o impropios del asunto. Pero Cicerón
deja sin aclarar qué relación se establece entre el
juicio retórico y la Dialéctica estoica que
había fijado el juicio como cualidad que regulaba la verdad
o probabilidad de los argumentos. De forma que en Cicerón el
iudicium
regula al mismo tiempo el juicio retórico y el
dialéctico, es decir, la utilitas de los argumentos (juicio
retórico) y su relación con la verdad/probabilidad
(juicio dialéctico).
Quintiliano parte
de Cicerón, pero lo corrige. Reacciona Quintiliano contra la
idea de que el juicio sea una segunda operación, posterior a
la inventio y
previa a la dispositio. Quintiliano cree que Invención y
Juicio son dos aspectos de una mima operación dado que, nos
dice «no considero haya inventado aquel
que no ha juzgado, pues no se dice de uno que haya inventado
argumentos contrarios, comunes, inútiles, sino que los ha
evitado»
.
Pero lo más
importante, para entender luego a Gracián, es la siguiente
afirmación del calagurritano sobre el juicio «pues me parece tan estrechamente mezclado con
las tres primeras partes (puesto que ni la disposición ni la
elocución son posibles sin él»
4.
Fuera de esta última evidente exageración, lo
importante es que Quintiliano no lo limita a una cualidad posterior
ni diferente a la de la inventio, pero tampoco de la dispositio, o la elocutio, de forma que es
cualidad reguladora de toda la materia retórica, por cuando
se entiende como cualidad del orador, que en otro momento nos dice
que es equivalente al consilium, sólo que el juicio se aplica a
asuntos claros y el consilium a asuntos dudosos5.
También es interesante para Gracián la
vinculación que por la vía de su cercana con el
consilium se
establece entre iudicium y prudentia. Al consilium corresponde adaptar el discurso a los
lugares, las ocasiones, las personas, identificado en Quintiliano
con la prudentia, que es guía de todas las decisiones
humanas en la vida corriente6.
Leyendo todos los
textos con que Quintiliano se refiere al iudicium en el libro VI de las
Instituciones Oratorias y en particular el trazado que
hace casi contiguos y en gran parte equivalentes iudicium, consilium, prudentia, podemos entender
luego el pensamiento de Gracián acerca del juicio y su
resistencia a concebirlo como mera disposición de las
palabras o argumentos. Es muy próximo al texto que acabamos
de citar de Quintiliano el que Gracián trae en el Discurso
XXVIII, cuando trata de las calificaciones juiciosas: «Las juiciosas calificaciones participan
igualmente de la prudencia y de la sutileza. Consiste su artificio
en un juicio profundo, en una censura recóndita y nada
vulgar, ya de los yerros, ya de los aciertos»
(Discurso
XXVIII, II, 7).
Quizá el
término de época muy grato a Gracián
(dedicó a él todo un Tratado) que unifique y de
cuenta de esa contigüidad entre iudicium, consilium, prudentia, sea el de
Discreción. Cuando Mercedes Blanco (1992: 30-31)
realiza la cartografía de las denominaciones de la
Inteligencia en el vocabulario de las retórica y
poética españolas, advierte que
«Discreción» es análoga a juicio, apela a
Covarrubias mismo donde ya se da esa acepción que tiene la
voz «discernir», separadora de lo verdadero y lo falso,
lo buen y lo malo, lo conveniente y lo que no lo es. Es dentro de
la voz Discernir, inmediatamente anterior en su Vocabulario a
Discreción (definida ésta como «la cosa dicha o hecha con buen seso»
)
donde Covarrubias apela a la etimología latina de
discerno,
incluido en la familia de los derivados de Krein, como discrevi, discretum separo: «Vale vulgarmente distinguir una cosa de otra y
hazer juyzio dellas, de aquí se dixo discreto, el hombre
cuerdo y de buen seso que sabe ponderar las cosas y dar a cada una
su lugar»
.
En un Congreso dedicado a Gracián y ante especialistas en su obra no tengo que añadir nada sobre la importancia que Discreción, prudencia, etc., alcanzan en su obra, y mucho más cuando Aurora Egido, en el Estudio Introductorio a su edición de El Discreto7 ha trazado un completo mapa de su significado, referido incluso en el epígrafe 9 de ese estudio a su relación con la elocuencia, y apuntando a una influencia de Vives, de Erasmus, en una batalla librada entre ciceronianos y erasmistas en el siglo XVI. Volveremos luego a esa batalla.
Por ahora retengamos, para lo que importa respecto a lo dicho en el primer párrafo del Prologo de la Agudeza y en otras muchas referencias que hace Gracián a la virtud del juicio en esta misma obra8 que se está separando visiblemente de Cicerón y es más afecto a la síntesis quintilianesca, en ese trazado que acabamos de ver en Quintiliano por el que se vincula consilium, iudicium, prudentia, y que nosotros hemos querido allegar a «Discreción» como cualidad que reúne todas ellas y explica la almendra misma de su contigüidad, en una metonimia práctica que incluso se trasvasó al vocabulario común, según hemos visto atestigua Covarrubias.
Como se sabe
también es responsable Quintiliano de que en la
dicotomía ingenium/iudicium, actuase el último como corrector de
los excesos del primero, en un tópico crítico que
luego reproducirán por doquier los autores del XVI y del
XVII, según Manuel Rico García acaba de recordarnos
(Rico García: 2001:48-68) especialmente a partir de la
polémica sobre Góngora. Ese tópico
crítico se origina por un Quintiliano que quería
restaurar el clasicismo en tiempos de los Flavios, o lo que es lo
mismo en una época en que se había producido ya la
literatura de Lucano, de Estacio, de Marcial. Por eso cuando
Quintiliano (VIII, 3, 56) trata del ingenium inmediatamente advierte que es
defecto cuando no va acompañado del iudicium y por lo mismo, en otro
lugar (X, 1, 88) censura el manierismo retórico de Ovidio
con las palabras: «nimium amator ingenii sui, laudandus tamen
in partibus»
.
Pero aunque fuera reticente al ingenio, esa opción quintilianiana de entender el juicio en la misma esfera de la prudencia y consilium, como cualidad que afecta a todas las partes que se aleja del modo de entender el iudicium por Cicerón (y del que el texto reproducido de Valdés es meramente una transposición) y es opción que también adopta Gracián solo que éste la hace en un contexto mucho más cercano, el de las retóricas del Humanismo, en las que había una pugna entre dos concepciones diferentes del iudicium, y en general de la Inventio (también del ingenium por supuesto) contexto que entiendo necesario para comprender la novedad de Gracián y el sentido que en la Agudeza tiene cada término de su metalenguaje, metalenguaje, no lo olvidemos, que no es suyo y que Gracián está empleando siempre conocedor de su carga tradicional.
Marc Fumaroli
(1980: 160-161) veía en la vindicación del asianismo
de Panigarola, o en los paralelos reclamos de la libertad del
ingenium que
venían sosteniendo muchos autores, a los que llama los
novatores, una
forma de reacción contra el clasicismo ciceroniano, que
empezaba a ceder terreno. Por su parte W. Ong (1958: 49)
establecía que «In a
very real sense Italian humanism stood for a rhetorically centered
culture opossed to the dialectically or logically centered culture
of North Europe»
. En realidad la cultura
española vivió la conflagración de esas dos
opciones, porque por un lado se afincó la importación
que el Brocense hizo de las tesis de Petrus Ramus, y luego de
Agricola, que depararon una Inventio subordinada a la Dialéctica,
en el que el Juicio se veía ligado a la razón
discursiva de la dispositio según los lugares de los
argumentos lógicos. Pero por otro lado Luis Vives
actuó como contrapeso, otorgando un lugar diferente al
Juicio, derivado asimismo de una concepción radicalmente
opuesta de lo que era Invención, y más proclive a
entender la Inventio como una Retórica y no una
Lógica. Gracián obviamente recorrerá como
enseguida veremos el camino abierto por Vives, en el que era
fundamental otorgar un nuevo lugar al Ingenium como hizo el humanista
valenciano en su obra De Disciplinis.
El pensamiento
retórico humanista, en efecto, no concedía siempre el
mismo lugar a las Facultades del Ingenio y del Juicio y
según se siguiera la corriente de Agricola, Ramus y
Brocense, o la de Vives y su seguidor Fox Morcillo se podían
deducir jerarquías contrarias para cada componente. El punto
principal de la reflexión de Agricola lo enuncia ya en la
página 1 de su De Inventione Dialéctica (aparte de lo sugerente
ya del propio título): se trata de la conexión entre
razón y discurso, encaminado a una retórica del
docere9.
Su desarrollo le llevará a establecer la primacía de
la Dialéctica por encima de la Retórica, y por tanto
desplazar ésta a un momento meramente elocutivo. La
inventio como
tal se aloja en la Dialéctica que es la que gobierna las
operaciones lógicas comunes a todos los discursos. Tan
radical se muestra en esto que tiene que advertir: «Que nadie piense por esto que dejo desnudo y
pobre al retórico: cualquiera se dará cuenta de
cuánta importancia tiene la ciencia elocutiva y
cuánto juicio reclama; pues la poesía, la historia,
la filosofía la oratoria civil exigen una suya
propia...»
10.
Pero la consecuencia del desplazamiento de la Inventio a la esfera de la Dialéctica, es el nuevo lugar concedido al ingenium y al iudicium, que se entiende una virtud no de la Inventio como tal, sino de la dispositio:
«Hay que ocuparse con mucha diligencia del cultivo de la disposición, pues esta parte es la que merece el verdadero reconocimiento al ingenio. Pues así como a menudo las riquezas, por obra de la fortuna alcanzan a los imprudentes y sin embargo administrarlas es propio de un varón discreto y entendido, igualmente la abundancia de la invención se ofrece alguna a ingenios ciertamente impulsivos y arrebatados, pero el decoro y orden de la disposición se forma con el arte y con el juicio. Si aquello es signo de una naturaleza más fecunda, esto lo es de un mayor cultivo de la doctrina; una y otra ciertamente son necesarias, pero con más justicia alabarás a ésta»11. |
Muy elocuente es esta cita de la confianza de Agricola en el Método de Invención Dialéctica puesto que hace que el arte se asocie al juicio y se entienda éste como disposición, donde no hay creación como tal, sino sintaxis de lo creado, reguladora siempre de la naturaleza. Disposición, juicio, método, correctores en todo caso de los excesos, y si ha de elegirse entre el juicio (sinónimo de arte) o la naturaleza se preferirá a aquéllos.
El Brocense no
defenderá otra cosa. Luis Merino Jerez (1992) ha analizado
con pormenor la orientación pedagógica del sistema
teórico-retórico del Brocense y su mucha dependencia
respecto al adelantado por Pierre de la Ramée, conocido como
Petrus Ramus. Para lo que afecta a nuestra argumentación es
muy interesante observar como el Brocense, en la edición de
1558 de su De arte
dicendi cuando se trata de presentar todo el sistema de las
partes artis,
escribe: «Tal y como lo pide la
naturaleza misma, trataremos en primer lugar de la
Invención, pues hay que encontrar los contenidos antes de
colocarlos o adornarlos. Después de la
disposición o juicio, donde también se trata de
la memoria, la cual se vale en grado sumo de la
disposición»
12.
Las cursivas son mías.
El modelo ramista
del Brocense atribuye a las partes del Discurso una naturaleza
primariamente dispositiva, por las exigencias de la
didáctica, en la que la dispositio actúa de base de
toda argumentación, puesto que define la
argumentación como «la
disposición firme y conveniente a la cuestión, de un
argumento, de manera que la cuestión misma se juzgue
verdadera o falsa. Esta es la parte que se llama propiamente
juicio»
13.
Luego el juicio no solamente es dispositio, sino que llega a más: la
disposición misma es el criterio evaluador del
carácter verdadero o falso de un argumento. No es posible
conceder mayores atributos a un método que hacer depender de
su eficacia nada menos que el juicio sobre la verdad o falsedad. No
resulta extraño que Gracián sintiera que la facultad
de juicio no podía ser de orden meramente argumentativo y la
sacara de la Retórica, para convertirlo en virtud previa,
sinónimo de consilium y prudentia.
Vives había
reaccionado el primero contra esta primacía de la
Dialéctica que ha subordinado todo el edificio de la
Retórica a la lógica argumentativa. Mucho más
apegado a Erasmo, pero también al humanismo italiano,
concebirá de modo muy distinto el edificio y funciones de la
Retórica, pero también el lugar del ingenio, del
juicio, etc. Aunque suele
citarse el De ratione
dicendi de Vives como fuente, en realidad la obra clave para
entender su reacción contra la Inventio Dialéctica es
De
disciplinis. La defensa que Vives hace del Ingenium, que Hidalgo Serna ha
visto como fuente de la graciniana14
no puede separarse de un amplio contexto que llevó a Vives
en esta obra a reaccionar con virulencia contra la retórica
aristotélica y en especial contra las alambicadas sutilezas
de la Tópica Dialéctica y su invasión de la
Inventio
retórica, invasión que las obras de Agricola y el
Brocense habrían de perpetuar y acentuar. Bastaría
con la lectura del Libro III de De Disciplinis, consagrado a «De la
corrupción de la Dialéctica» y dentro de
él el más específico capítulo VII de
ese libro que lleva el expresivo título «Demuestra que al estudio de la Dialéctica
se le consagra más tiempo que el que requiere, y esa fue la
causa de su descarrío; por lo que a los espíritus que
a ello tuvieron propensión no les faltó inagotable
materia de altercados»
. Allí leemos: «No contentándose con lo que el ingenio
humano naturalmente podía conseguir y definir, quisieron
cortarlo todo por lo vivo, seducidos por la golosina del
disputar... a esto se refiere aquel discreto aforismo del poeta
mímico 'Con altercar demasiado, la verdad se
pierde'»
15.
El capítulo de De disciplinis dedicado a la corrupción de la
Dialéctica es anterior al Libro IV dedicado a la
corrupción de la Retórica en el que el valenciano
lamenta la basculación que la Inventio retórica hizo hacia
la Tópica. Explícitamente indica Vives allí
que la materia Dialéctica es propia del Juicio y de la
practica pero no de la Retó rica. Censura el edificio de la
Tópica presente en las Retóricas porque «es que se empeñan en verter en el cauce
del Tiber o del Iliso todo el océano. "¿Qué
provecho rinde amontonar todo aquello cuyo uso será raro o
según pienso, más razonablemente, nulo?" Yo en el
Arte esperaba y reclamaba de ti cánones y dogmas universales
aplicables a toda manera de decir, observados y deducidos de la
propia Naturaleza, pues ellos en fin de cuentas constituyen el
arte... El método de encontrar argumentos es propio del
dialéctico, y por esto Aristóteles colocó los
ocho libros de los Tópicos entre los de Lógica.
¡Cuán ligeramente toca este punto en los libros
retóricos, por no decir que ni siquiera los
toca!»
16.
La reacción de Luis Vives se da en un amplio contexto, el de la filosofía y filología humanista de raíz italiana que había descubierto que el sentido de la palabra no podía deducirse exclusivamente de la definición lógica y abstracta de la res. Como señala Ernesto Grassi en su Filosofía del Humanismo, libro que lleva el expresivo subtítulo de «Preeminencia de la palabra»:
(Grassi, 1993:112, vid asimismo pp. 118-120) |
Si Vives insiste una y otra vez en allegar el ingenio a una propiedad natural, y no restringida a la Elocutio es porque lo que a su juicio hace posible la realización de las artes no es la actividad racional, demostrativa, sino la actividad inventiva. El párrafo con el que Vives casi da comienzo a su obra De Disciplinis en bien expresivo:
«Con todo en una sola cosa fue indulgente para con él [el hombre] su autor y su príncipe y es que, al paso que le hombre se creó por su culpa tanta variedad de necesidades, Dios le dejó un instrumento para alejárselas: la vivaz agudeza de un ingenio que de suyo es muy activo. De ahí nacieron los inventos humanos todos; así los beneficiosos como los nocivos, así los buenos como los malos»17. |
Allega Vives
autoridades, tanto Virgilio como Manilio, a favor de su
consideración del ingenio, presentado con los
términos «la vivaz agudeza de un
ingenio»
como fundamento de las Artes. Para Vives la
fuerza ingeniosa es aguda, esconde en sí misma un principio
inventivo, mientras que la ratio ordena deductivamente lo
conseguido con el ingenio. Lo importante no es solamente ponderar
esa fuerza activa de carácter natural, sino ver cómo
en esos contextos Juan Luis Vives la contrapone una y otra vez al
juicio racional. A lo común no se llega, según nos
dice Vives, por un proceso racional, abstrayente, sino por la
agudeza propia del ingenioso, capaz de penetrar en las
profundidades de un problema:
«La materia, las fuerzas, las utilidades de todas estas artes, fueron puestas en la Naturaleza por Dios, su Hacedor soberano; pero con hartas dificultades el ingenio humano, destituido de luces y de fuerzas, penetra en ellas, si no tuviera el estímulo y la acucia de determinados agentes que le excitasen y avivasen»18. |
Abunda en este
pensamiento el capítulo VI del libro II su De ratione dicendi, dedicado
todo él a la Agudeza y la Sutileza. Leemos allí
reflexiones, cuyo sentido e incluso metalenguaje, se parecen a las
escritas después por Gracián. Véase, a modo de
ejemplo espigado entre muchos, ésta: «Existe sutileza cuando se penetra hasta el fondo
de la cuestión propuesta y echada la corteza,
muéstrale el meollo perfectamente
limpio»
19.
Pero el mismo metalenguaje gracianesco y el mismo pensamiento
encontramos en el capítulo VIII dedicado por Vives al
Juicio, en ese mismo Libro Segundo de su De ratione dicendi.
Explícitamente sigue Vives la tradición que luego
hará suya Gracián, de situar el juicio en la
oración prudente y sabia, y en las verdades de la
filosofía moral: «En el juicio
coloque alguno si quiere la oración sabia, cuando la fuerza
de la mente, en su más grande arrebato, se levanta a lo
sublime y se introduce en lo más escondido de la naturaleza
física o moral»
20.
Muy lejos quedan por tanto los elencos de la Tópica del
iudicium
dialéctico sostenido como vimos por Agricola y el
Brocense.
Para terminar con esta breve contextualización, necesaria para comprender al jesuita aragonés, bastaría con leer el capítulo Primero de De Disciplinis, donde observamos la insistencia que Vives pone en el carácter natural del ingenio (tópico por otra parte muy conocido desde la contraposición clásica que proyectó todo el horacianismo) de ingenium/ars21 y que García Berrio ha recorrido en las poéticas y retóricas españolas. No es el caso ahora de seguir la fortuna del tópico, sino de situar la defensa de Vives en el contexto que vengo trazando de reordenación de las Artes y de la nueva posición que la Retórica había de tener de cara la distribución de la res y de los verba, problema que Aurora Egido ha analizado asimismo recientemente (Egido, 2001).
Volvamos, recordados estos contextos, al Prólogo y primeros Discursos de la Agudeza y Arte de Ingenio, y ponderemos lo que Gracián dice en ellos a la luz no tanto de una retórica restringida al conceptismo sino a la luz de las opciones diversas que se ha ido ofreciendo para un conocedor de la Retórica renacentista como fue Gracián. Veremos que caminando en la senda marcada por Vives, pero yendo mucho más allá que el valenciano, la postulación gracianesca de lo que he denominado una Neorretórica cobra todo su sentido.
Leamos este primer párrafo del Prólogo a la luz de cuanto llevamos dicho. Se verá que Gracián explícitamente quiere edificar una nueva Arte que versará sobre esa cualidad de la Invención (el ingenio, la agudeza) que no ha tenido hasta ahora una teoría (aquí se la anuncia como nueva, flamante) puesto que lo que la Retórica ha ofrecido son apenas vislumbres y si acaso, cuando las ha atendido lo ha sido refugiados en la Elocuencia que para Gracián es solamente la base material de la nueva arte, que no puede limitarse al ornatus (adornos del pensamiento). En realidad el proyecto que Gracián explicita ya en el primer párrafo de su obra es una reacción contra el ornatus como principio regidor de la Elocutio. El arte de Ingenio no puede quedar reducido a esa hija güerfana con madre prestada, sino que debe entroncar con su verdadera madre, un arte propia que de cuenta de la Invención aguda, diferente al juicio, ya que los conceptos, sus hijos, no se agotan en los tropos y figuras de la Retórica.
Para entender esta nueva arte, hemos de alcanzar lo que Gracián dice en el Primer párrafo del Discurso Primero, que entronca bien con el del Prólogo:
«Hallaron los antiguos métodos al silogismo, arte al tropo, sellaron la agudeza, o por no ofenderla o por deshauciarla, remitiéndole a la sola valentía del ingenio». |
(Discurso I, I, 47) |
Queda aquí
meridianamente claro el programa de su Neorretórica. La
inserción de su tratado en la Inventio, que los antiguos (esto es
la retórica antigua que hemos recorrido) o bien
habían reducido a un método del silogismo (adhiriendo
la Inventio a
la sola Lógica y Dialéctica) o bien redujeron a la
sola Elocutio
(dejando el arte para el tropo). El programa de Gracián es
extraer la agudeza de la sola consideración de una
valentía del ingenio (es decir de un principio solo
sustancial, base de la invención) para darle un principio
formal o lo que es lo mismo, convertirlo en Arte o
principios reguladores de sus formas (y no sólo de las
sustancias). Cobra sentido de inmediato que Gracián lamente
que «eran los conceptos hijos más
de la mente que del artificio»
. Traducida al metalenguaje
retórico Gracián quiere vincular los conceptos al
artificio, es decir proponer que el ingenium no sea solamente una cualidad
sustancial ajena al arte, sino susceptible de ser reducida a forma,
a artificio. Por eso cuando dice más adelante «mendiga dirección todo artificio, cuanto
más el que consiste en sutileza de ingenio»
(Discurso I, I, 48) está propugnando la necesidad de que
haya dirección, regulación de la sutileza, y que por
tanto no se conciba ésta como propiedad de la Inventio solamente (que
no sea sólo como es «pasto del alma»,
«alimento del espíritu» (Discurso I, I, 49))
sino que alcance a todo ese nuevo edificio que regulará su
ordenación artística.
La coherencia es ya plena con lo dicho por Gracián en el Discurso II, cuando establece:
(Discurso II, I, 53-54) |
Si leemos este
texto en los contextos dibujados de la Retórica, obtenemos
un cuadro iluminador del lugar de la nueva Arte (que he llamado
Neorretórica). Se trata de dar artificio al entendimiento, y
hacerlo, «en todas sus diferencias de
objetos»
. De forma que la nueva Arte se sitúa
consecutiva y englobadora de la Dialéctica (que atiende a la
conexión de los términos, a silogismo) y de la
Retórica (que atiende al ornatus). La de la agudeza, es la nueva arte,
superpuesta a las otras dos (y Gracián es consciente por
tanto de que está hablando de completar la Dialéctica
y la Retórica, como artes discursivas fundadoras junto con
la Gramática, del Trivium). El Nuevo artificio, el de la agudeza,
requiere ser un Arte al que llama el superlativo de todos, en tanto
su objeto, el ingenio, no se contenta con la verdad (objeto del
iudicium, el
juicio, según vimos y Gracián ahora nos confirma), ni
tan sólo con el ornatus, sino con una nueva forma o arquitectura
teórica construido sobre los cimientos, la base material de
los otros dos.
Por eso más
adelante proclama ya sin ambages: «Armase
con reglas un silogismo, fórjese con ellas un
concepto»
(Discurso II, I, 48); que no se ha sabido
traducir hasta ahora, por no haberse seguido la coherencia de todo
cuanto Gracián lleva dicho sobre las Artes: esa frase
proclama la necesidad de forjar las reglas de los conceptos del
mismo modo que se armaron (forjaron) las reglas del silogismo en la
Dialéctica y las del ornatus en la retórica, esto es,
la dos Artes del Discurso que completan la Gramática.
Vayamos concluyendo. A la luz del debate de la retórica del Humanismo queda claro que Gracián intenta un Arte nuevo, teórica flamante, que no reduzca la Inventio a la Dialéctica, pero tampoco la Elocutio a la Retórica; sino que logre una síntesis por la cual el concepto es a la vez un acto de entendimiento (esto es pertenece a la potencia de la Invención, a la arquitectura sustancial de la Inventio) pero se dota de la hermosura del ornatus. No la sola verdad (iudicium), no tan solo el ornatus (tropos y figuras) sino un nuevo arte que establezca un puente por el cual los extremos cognoscibles (que estudiaba hasta ahora la Lógica) se unan al realce de la sutileza (que estudiaba hasta ahora la Retórica):
(Discurso II, I, 55) |
Fijémonos en que este metalenguaje es coherente con lo seguido hasta aquí: fija la arquitectura de la relación cognoscitiva (que hasta ahora era hija de la Inventio dialéctica: extremos cognoscibles, concordancia, correlación) con los elementos que hasta ahora eran hijos del ornatus retórico: se ve en los sintagmas «realce de sutileza», «primorosa concordancia», «armónica correlación», en la que los adjetivos enfatizan el lugar del ornatus y los sustantivos el lugar de la Inventio como conexión cognoscible de las correspondencias. La nueva Arte se edifica sobre las otras dos conocidas, pero es Nueva, es otra. Fijará no sólo el entendimiento, no sólo que sea primoroso y concordante, sino que reúna ambas cualidades indivisiblemente. En esa unión el Ingenio deja de ser solo una cualidad natural, para convertirse en Ars, en artificio. Ese nuevo ars tiene cualidades de la lógica y del ornatus, pero no es ni la una ni el otro.
Por eso mismo
Gracián une con frecuencia los vocablos «sutileza»
y «obra grande del pensar»
(Discurso IV,
I, 70), o bien «cuantas alternan
sutilezas en una fecunda inteligencia»
(Discurso III, I,
56)
Es a la luz de
este programa, insisto que visible en su totalidad en el contexto
de los debates sobre la retórica del Renacimiento, como
cobra todo su sentido la insistencia de Gracián en «la circunstancia especial»
que
requieren los elementos inventivos y también las figuras
elocutivas acarreados, pensamiento este de la circunstancia
especial que ha sido analizado en todos sus contextos por Aurora
Egido (2000) y que me disculpa a mí de hacerlo ahora.
También arroja este programa nueva luz sobre otra
insistencia gracianesca, reiterada una y otra vez a lo largo de su
tratado: la idea de que los tropos y figuras son sólo
fundamento material, base sustancia de la nueva arte, de la nueva
forma. De los numerosos pasajes en que se da este pensamiento,
citaré sólo aquel en el que aparece más claro
y formulado con carácter programático. Ocurre al
comienzo del Discurso XX:
(Discurso XX, I, 204) |
Fijémonos
en que la contraposición aristotélica de
materia/forma está sirviendo para aclarar del todo la
concepción que Gracián tiene de su
Neorretórica: para ésta la antigua retórica es
la base sustancial, material, sobre la que la nueva arte ha de
edificar sus formas, sus artificios. Podremos entenderlo mejor
allegando una situación análoga de definición
sustancial/formal; la que Luis Hjelmslev cifró a la hora de
definir qué era una Semiótica connotativa. Hjelmslev
se vio en el capítulo XXII de sus Prolegómenos a
una teoría del lenguaje en la tesitura de definir las
semióticas connotativas y lo hace estableciendo
idéntica correlación a la que Gracián
establece entre la retórica y su Neorretórica:
«La semiótica connotativa, por
tanto [escribiría el lingüista danés] es una
semiótica que no es una lengua y en la que el plano de la
expresión viene dado por el plano del contenido y por el
plano de la expresión de una semiótica denotativa. Se
trata por tanto de una semiótica, en la que uno de los
planos (el de la expresión) es una
semiótica»
(L. Hjelmslev, 1943, p. 166).
Gracián hace lo mismo. Concibe el viejo edificio de la retórica (y sus partes aisladas) como base sustancial sobre el que se edifica la nueva Arte, que es una arte formal. Lo que la Retórica antigua tenía por formalidad (esto es el conjunto de sus artificios inventivos y elocutivos) es sólo la base, una materia, para la nueva forma. Gracián es consciente de que por ese lado está concibiendo una nueva relación de su Arte de la agudeza con la res y con los verba. No es ni la una ni los otros, sino una unidad construida sobre los unos y los otros. Una nueva lengua, una teoría nueva, connotativa si queremos llamarla así, por seguir con la analogía, que tiene a la Retórica antigua (y sus unidades de Res-Inventio y verba-elocutio) como sustento material, como mero soporte sobre el que su Arte será, ahora Nueva Forma: Artificio. El ingenium alcanza en esta Neorretórica la cualidad y orden del Ars.
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