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1

Nos referimos principalmente a la llamada «novela del dictador» y a las obras regionalistas y criollistas.

 

2

Ver en: Aínsa, Fernando, De la Edad de Oro a El Dorado. Génesis del discurso utópico americano, México: FCE, 1992.

 

3

Trousson, Raymond, Historia de la literatura utópica. Viajes a países inexistentes, Barcelona: Editorial Península, 1995, p. 29.

 

4

Aínsa, Fernando, «Tensión utópica e imaginario subversivo en Hispanoamérica». En: Anales de la literatura Hispanoamericana, n.° 13. Madrid: Facultad de Filología, Universidad Complutense, 1984, pp. 13-35, p. 14.

 

5

Ibidem, p. 15.

 

6

Ibid.

 

7

Ibid. Este doble aspecto de la utopía es destacado por distintos autores. Fernando Aínsa cita a varios de ellos: para Horkheimer, la utopía constituye la «crítica de lo existente y propuesta de aquello que debería existir»; según Massimo Baldini, entraña dos tendencias inherentes al espíritu humano: la curiosidad por el futuro y la necesidad de tener esperanza; Ernst Bloch, por su parte, advierte el carácter utópico-crítico de la mayoría de las utopías; Roger Mucchielli ve su origen en la oposición entre la tiranía y la nostalgia de un mundo mejor y, por último, Karl Mannheim opone lo utópico (contra el poder establecido) a lo ideológico (en el poder). Aínsa concluye: «Lo que resulta común a toda utopía es el rechazo de la realidad que le es contemporánea. Esta actitud de decir "no" a la realidad parece inherente a la condición natural del "homo utopicus (Ibid., p. 21). Esta dimensión está presente, como se verá más adelante, en Argirópolis, pero también en Facundo. La crítica se encarna en un severo enjuiciamiento de la barbarie americana, y lo utópico, en el deseo de lo civilizado europeo para este continente, lo que en palabras de Arturo Andrés Roig serían las etapas descriptiva (topía) y proyectiva (utopía), inherentes al género en su forma clásica. Ver en: Roig, Arturo Andrés, El pensamiento latinoamericano y su aventura (II), Buenos Aires: Centro Editora de América Latina, 1994.

 

8

Tomás Moro «no recuerda» en qué lugar de América se encuentra la isla de Utopía descrita por Hitlodeo, quien ha explorado el continente con Américo Vespucio. En La imaginaria Ciudad del Sol, es un almirante genovés quien describe su viaje «a través de una vasta llanura situada exactamente en el Ecuador» y el narrador de la historia de Bacon ha partido «de Perú» y ha encontrado su curiosa isla en una zona desconocida del Mar del Sur. Ver en: Moro, Campanella, Bacon, Utopías del Renacimiento. Prólogo de Eugenio Ímaz. México: FCE, 1993, pp. 71, 143 y 235, respectivamente.

 

9

Por su parte, Arturo Andrés Roig (op. cit.) se refiere a tres etapas del pensamiento utópico específicamente sudamericano: no alude al período previo e inmediatamente posterior al encuentro entre los dos continentes como un momento diferenciado de las tendencias utópicas coloniales, sino que considera una sola etapa, la cual, bajo el nombre de «pensamiento utópico colonial», se extiende entre 1492 y 1824. Le sigue la fase utópica de las Guerras de Independencia (1780-1824), en que subsiste aún el pensamiento utópico cristiano, de raigambre humanista, pero ya se ve un utopismo marcado por el desarrollo moderno y muy fuertemente influido por la Revolución Francesa; finalmente, Roig distingue la etapa de la organización continental (1824-1880). Aunque no ahonda en ello, menciona un cuarto momento: el utopismo socialista y anárquico de fines del siglo XIX, cuyo influjo se habría prolongado hasta la Primera Guerra Mundial. No menciona desarrollos posteriores, como por ejemplo, las propuestas americanistas de la primera mitad de este siglo.

 

10

El siglo XIX europeo presenta, por cierto, un ritmo muy distinto, marcado en gran medida por el socialismo utópico. Aunque los intelectuales americanos entraron en contacto con el pensamiento de Saint-Simon, Owen y Fourier, no parece haber habido un mayor desarrollo de estas ideas en ese momento.

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