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ArribaAbajoCanto Quinto

82-3-2:


Pero sabe ora Dios sus intenciones [...]


Ora, por ahora, apartándose del uso corriente en que se emplea cuando se repite en la afirmación o disyuntiva del concepto. Ejemplo de un caso idéntico al del verso citado nos ofrecen Garcilaso, Égloga II, y Pedro de Oña (Arauco domado, XIX, 475):


¿Cómo puede ora ser que en triste lloro
Se convirtiese tan alegre vida.
Y en tal pobreza todo mi tesoro?



El mal torciendo el rumbo que ora lleva [...]




83-2-5:


Los corregidos bárbaros temiendo [...]


Recuérdese lo dicho (15-4-2) acerca del valor de este adjetivo.



83-2-8:


El paso hacia delante no movían [...]


Delante empleado aquí por adelante, adverbios que no tienen el mismo valor, pero que, usado aquel con el significado de «más allá», posiblemente quedó en tal forma para evitar la repetición de la a.



83-3-2; 106-5-6:


Juegan las cañas en solene fiesta [...]



Que el gran desastre más solenizaba [...]


Solene y solenizar se decía en tiempo de Ercilla (y aun mucho después): verbo y adjetivo que aparecen en La Araucana en siete ocasiones, y en una, por excepción, solemne (405-2-7):


Con un triunfo solemne y grande gloria [...],


pero que en las ediciones de Zaragoza y de Madrid (1578, 8.º) se puso en la forma anticuada. Claro está que antaño el uso requería solene, como en estos ejemplos. Francisco de Jerez (Conquista del Perú, p. 324, ed. Rivad.): «[...] los recibió el Gobernador con la solenidad que se requiere [...]».

«Sé decir, que la burla fue solene y el resentimiento ingenioso en aguardar para él, como los galanes para los efetos de su amor, tiempo, lugar y ventura». Suárez de Figueroa, El Pasagero, hoja 205.

«Otros muchos andaban ocupados en levantar andamios, de donde con más comodidad pudiesen ver otro día las representaciones y danzas que se habían de hacer en aquel lugar dedicado para solenizar las bodas del rico Camacho y las exequias de Basilio». Cervantes, Don Quijote, VI, 26.


Espántanse de oír tan duro juego
y la sangrienta lucha tan solene [...]


Oña, Arauco domado, p. 440.                


El capítulo II de la Relación IV del Desengaño de González de Nájera se intitula: «De la manera que celebran los indios sus más solenes bailes y fiestas».



83-3-4:


Revolviendo la darga al pecho puesta [...]


Según el léxico, darga es forma anticuada, pero la tenemos en este caso por licencia poética; ocasionada de la a que antecede y destinada a evitar una cacofonía.

Nueve líneas más abajo se puso adarga, que en las ediciones de Salamanca y Madrid (1578 y 1597) se dejó en aquella forma.

La adarga era una arma defensiva usada antaño por infantes y caballeros en la milicia, de formas varias; y fabricada generalmente de piel endurecida de animales. De la mula en que Cervantes hizo su viaje al Parnaso, cuenta que era:


Estrecha en los ijares, y en el cuero
más dura que lo son los de una adarga.




83-3-5:


Por no poder romper sin despeñarse [...]


Y el poeta es más explícito cuando dice (261-línea 16): «Asimismo trato el rompimiento de la batalla [...]», tal como decimos romper la marcha, romper las hostilidades. Véase en los siguientes ejemplos este uso de romper:

«Había en este campo más de quinientos hombres medianamente apercebidos de armas, aunque los más dellos eran mercaderes y oficiales y personas tan poco prácticas en la guerra, que ni sabían tirar ni regir los arcabuces que llevaban, y entre ellos había muchos que ninguna voluntad tenían de romper, porque les parescía que de la venida de la gente del Perú ningún daño les podía resultar [...]». Zárate, Conquista del Perú, p. 534. «[...] porque los cincuenta quedaron en guarda de los navíos, con orden que a la hora que viesen romper la batalla, ahorcasen a Vela Núñez y a los otros prisioneros». Id., p. 535.



83-4-1, 2:


Toman al retirar la vuelta larga,
y desta suerte muchas vueltas prueban [...]


Vemos en estos versos vuelta y vueltas tienen muy diverso valor: en el primero, el de dirección, camino, tal como hemos notado anteriormente (45-2-4); y en el segundo, lances.



83-3-7:


Y vuelven casi en cerco a retirarse [...]

Cerco tiene en este caso el valor de su significación latina, circus, en redondo.



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83-4-6:


Las celadas y grevas bien aprueban [...]


El poeta dijo también (86-4-4, 277-4-7, 394-4-4):


Nuestras causas aprueben y derechos [...]



Nuestra causa aprobada y armas justas [...]



Y en guerras y trabajos insufribles
tantas y tantas veces aprobados [...]



Quien tiene mis valor sufre más males
y aprueban bien poquitos oficiales.


Castellanos, Elegías, p. 157.                



Dos hombres de conceptos diferentes
antes en lealtad bien aprobados [...]


Castellanos, Hist. del N. R. de Granada, t. II, p. 341.                


Monteagudo, Guerras de Chile, C. VI, p. 121, y C. VII, p. 131:


Mas, veis donde les trueca el pensamiento
un gran rumor de trompas y clarines,
que por el aire claro les aprueba
que tienen nueva ayuda y gente nueva.



Que la valiente llama derramada,
el humo que escurece los alcores
y el retirar de tantos les aprueba
que tienen en las cercas grande prueba.



Su nombre era Memoria, y sus oficios
representar comedias e invenciones,
pintar agravios y borrar servicios
en las más aprobadas condiciones [...]


Valbuena, El Bernardo, p. 248.                


«En medio de la laguna está un peñón muy gracioso, y en él baños de agua caliente, y mana allí, que para salud lo tienen por muy aprobado». Acosta, Historia natural de las Indias, t. I, p. 153, ed. de Madrid, 1792.

El léxico nos da como única acepción de aprobar, «calificar o dar por bueno». En los ejemplos de Ercilla y de los autores que citamos, vale simplemente lo que probar, y otro tanto en éste de Cervantes que trae Cejador en aprobación: «es menester andar por el mundo, como en aprobación» [como de prueba, dando pruebas].



83-5-5, 6:


Quieren uno por uno ejercitarse
de la pica y bastón [...]


El régimen de ejercitarse es en, como lo advierte Salvá (Gramática, p. 289), de tal modo que el de resulta del todo anómalo, sin que podamos decir si se halla en alguno de los clásicos que no sea Cervantes; por lo menos, debe suponerse que media aquí una elipsis: ejercitarse en el juego de la pica y del bastón.



84-1-1:


Usando de mudanzas y ademanes [...]


Mudanzas se refiere aquí a los movimientos que se hacen a compás en los bailes, como nos informa el léxico, lo que en el arte de Terpsícore llámase en Chile «cambio de figuras», en los lanceros o en las cuadrillas, pero que con aquella voz se conocía aquí todavía a mediados del siglo pasado.

En la danza que pinta Cervantes para celebrar las bodas de Camacho, comenzaba la suya Cupido, «y habiendo hecho dos mudanzas, alzaba los ojos y flechaba el arco contra una doncella [...]». Don Quijote, VI, 37.



84-1-1:


Vienen con muestra airosa y contoneo [...]


Y segunda vez (350-3-6):


Con no menor donaire y contoneo [...]


El léxico trae contoneo y contorneo, sin observación alguna; la verdad es que antaño sólo lo vemos empleado en la primera forma, tanto, que en el de Autoridades no sale siquiera en esa última, en la cual la empleó Cervantes y lo hallamos también en el Arauco domado de Pedro de Oña:


Empiezan nuevamente los soldados
a descubrir la gala y bizarría,
con otros vistosísimos arreos,
airosos y gallardos contoneos.



Sale por la ribera del mar cano
el capitán Reinoso a su paseo,
con desdeñoso y libre contoneo.


Cantos I y IX.                


«En fin, su grandeza, su contoneo, su negrura y su acompañamiento pudiera y pudo suspender a todos aquellos que sin conocerle le miraron». Don Quijote, VI, p. 16.



84-1-3:


Más bizarros que bravos alemanes [...]


Esta alusión de Ercilla a los soldados alemanes, que encontramos repetida adelante (361-4-1):


Jamás los alemanes combatieron
así de firme a firme [...],


era término de comparación corriente entre los mílites españoles de aquella época. Así, por ejemplo. el cronista Mariño de Lobera (Crónica, p. 211), al describir uno de los incidentes de la batalla de Millarapue, dice que la caballería española no pudo romper a un escuadrón de indígenas, «por estar tan cerrado, y tener tan bien ordenada la piquería, como si fueran soldados alemanes muy cursados y expertos en semejantes ocasiones».



84-2-1:


Quien piensa de la pica ser maestro [...]


La preposición no equivale a en, como cree Ducamin, sino que este es uno de los casos en que de indica posesión: bien entendido que media siempre la elipsis de: maestro en el manejo de la pica.



84-2-5:


Cuál acomete, vanle y hurta presto [...]


Vanle con el dativo pospuesto y de ordinario más elegante. En cuanto al significado del verbo, corresponde a la acepción figurada de ir sobre uno: «seguirle de cerca, ir en su alcance para apresarle o hacerle daño»: acepción que es necesario dejar bien   —245→   establecida, porque ha ofrecido dudas a los traductores.

El valor de hurtar corresponde aquí, figuradamente, a desviar, apartar.



84-3-8:


Y ellos venir más juntos a las manos [...]


«Con un ejemplo de Santa Teresa, dice Suárez (p. 168), ha comprobado el señor Cuervo que el infinitivo tiene a veces una significación verbal tan pronunciada, que llega a denotar el tiempo llamado presente histórico. Esta misma significación parece tener en el siguiente lugar de Ercilla, locución que es un elegante latinismo»; debiendo, sí, advertir de paso que nuestro gramático en la cita de este verso de Ercilla equivocó prontos por juntos. Descuidos de esta índole ya se habrá visto que son corrientes en los que citan La Araucana sin tener el texto a la vista.



84-4-1:


Pero allí más veloz en la corrida [...]


Allí, que en la edición de Varez de Castro se cambió en por, quitándole la fuerza de expresión a la frase y vigor al cuadro que el poeta acababa de trazar: lección que han seguido González de Barcia, Sancha, Rosell y Ferrer del Río.

Respecto del valor de corrida, véase lo que decimos en 521-2-6, a propósito del modo adverbial de corrida.



84-4-7:


Que nunca de ballesta al torno armada [...]


Ercilla, que como militar de profesión, era muy versado en el conocimiento de las armas, habla aquí, como se ve, de cierta clase de ballesta que no aparece descrita en el Diccionario de Autoridades. Bien se deja comprender que debía de ser, preparada de esa manera, mucho más poderosa que la corriente que se usaba a mano.



84-5-2:


Mas nadie se atraviesa a la venganza [...]


Atravesarse, en sentido metafórico, «tener pendencia con alguno, salirle al encuentro», acepción de que Ercilla nos ofrece otra muestra (490-2-8):


Ni atravesarse en dichos ni en razones [...]


El poeta usó también del mismo verbo en la acepción de «salir al paso», «presentarse inopinadamente» (63-2-5):


El cual en el camino se atraviesa [...];


ora en el sentido recíproco de «tropezar, embarazarse» (265-2-1), según lo notó ya Cuervo:


El uno con el otro se atraviesa
y así turbado del temor se impide.




85-1-4:


Su rabicán preciado apercibía [...]


Rabicán, apócope de rabicano, a que en España dicen generalmente colicano.



85-2-4:


Que en esto las espaldas había vuelto [...]


«Es notorio, dice Suárez (p. 128), el uso que se hace del sustantivo esto precedido de la preposición en, para denotar el tiempo en que una acción sucede»: en comprobación de lo cual recuerda este verso de Ercilla.



85-3-2:


Con las espesas picas derribadas [...]


Derribar las picas es término de milicia, que equivale a decir que las bajaban a la altura conveniente para ofender con ellas.



86-2-1:


La presta y temerosa artillería [...]


Temerosa decimos hoy en Chile por la persona que se halla con temor y no por la cosa que lo despierta o infunde, en una palabra, en sentido pasivo y no activo: error manifiesto, pues todos los autores de antaño acostumbraban emplearlo con mucha más frecuencia en el primero. El célebre jurisconsulto Juan López de Palacios Rubio, que fue uno de los que firmaron y editaron las Leyes de Toro, escribía en su Tratado del esfuerzo bélico heroico: «Porque la voluntad determine bien cerca del esfuerzo, es necesario que haya consideración a los dos extremos que se hallan en cualquier cosa grave, difícil, temerosa y peligrosa [...]».

«Representantes somos de farsa, y que unos salen reyes y otros pastores al teatro, y, a las veces, los que salen reyes salen otro día ganapanes, como Dionisio de Sicilia, poderoso y temeroso tirano [...]». Zapata, Miscelánea, p. 408.

«Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos árboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacían un temeroso y manso ruido [...]». Don Quijote, II, 128.

«Hoy en el habla corriente, indica Rodríguez Marín, sólo se da a temeroso el significado de medroso o cobarde y no el que tiene tal adjetivo en este pasaje y en otros de la misma obra [...]».

Observamos, con todo, que en América, desde antes de finalizar el siglo XVI, ya Pedro de Oña usó de esa voz siempre en el sentido que hoy le damos, como puede verse en este ejemplo de los varios que nos ofrece:


Porque por todas partes revolviendo
la temerosa vista encarnizada [...]


Arauco domado, Canto VI, p. 162.                




86-2-8:


Y respirar un nuevo Mongibelo [...]


Mongibelo pasó a ser bordoncillo obligado, entre muchos otros, de cuantos pretendían levantar, hinchándolo, el estilo, así poetas como prosistas, en la época de la decadencia de la literatura en España. «El escolasticismo, dice Capmany, descendió del púlpito a todos los demás asuntos, ya políticos, ya morales; ya historiales, en fin, a toda la literatura [...] Desde entonces esmaltáronse los pensamientos   —246→   con cuanto el sol dora y el mar baña: plantas, luceros, iris, astros, rayos, nortes, horizontes, auroras, auras, céfiros, cisnes, perlas, fénices, laureles, florestas, vergeles, piélagos, maravillas, mongibelos, etc. [...]». Su buen abolengo es, con todo, innegable.


Cual fingen que los Cíclopes valientes
yunques de hierros en Mongibel golpean [...]


Hojeda, La Cristiada, hoja 211 v.                



Este Encelado, altivo pensamiento,
por otro atrevimiento derribado,
en este pecho, Mongibel tornado,
tal fuego lanza, que abrasarme siento.


Obras del bachiller Francisco de la Torre, h. 39.                


Lupercio Leonardo de Argensola (Espinosa, Flores de poetas ilustres, p. 69):


Porque de sus donaires no me río,
y arrojo por la boca y ojos llama
cual otro Mongibel, dice una dama,
dama de corte, que soy necio y frío.


El licenciado Agustín Calderón (Calderón, Flores de poetas ilustres, p. 108):


Y pues que no ha podido tanto fuego
hacer señal siquiera allá en la cumbre
de aquel hermoso Mongibel de nieve,
volved al pecho, y no os lastime, os ruego.


El autor, jugando del vocablo, había llamado a ésta su sátira Mongibel, o sea, «guerra a las monjas».

El P. Ovalle (II, 22): «[...] y salioles tan bien la acción, que dentro de poco rato parecía ya la ciudad un Mongibelo, saltaban los vecinos de sus camas huyendo del incendio [...]».

«[...] En esa isla de Islandia hay tres excelsos montes [...] e al pie de cada uno un horrendo abismo de perpetuo fuego, semejante al de la siciliana Ethna o Mongibel con su horror espantoso [...]». Oviedo, Historia de las Indias, t. III, p. 637.

El doctor Cristóbal Suárez de Figueroa describe así ese volcán: «Valdemón tiene muchos bosques y montes y, entre otros, a Mongibelo, que circunda setenta millas, con la cumbre cubierta de nieve, de entre quien exhala humo, y tal vez fuego; vomitando grandísima cantidad de cenizas. Juzga Estrabón procediese de aquí la fertilidad del territorio de Catania, cubierto tal vez de las mismas». El Pasagero, hoja 23.



86-3-1:


Visto Lautaro serle conveniente [...]


«En las cláusulas absolutas, observa Suárez (p. 357), suele usarse el participio sustantivado con acusativos y dativos», trayendo a colación, a tal respecto, el juicio de Bello tocante a la incorrección que envuelve cierto pasaje de Cervantes; si bien, no obstante, añade, «está reconocido que tal empleo del participio, aunque inusitado hoy día, no lo fue siempre, pues tiene en su apoyo más de una autoridad entre los antiguos.

»La Academia (Gramática, seg., 6.º) dice que esta construcción es lícita y comprensible en el siglo XVI, pero que después ha caído en desuso.

»Parece que este es el mismo caso en que se halla el siguiente pasaje de Ercilla, censurado por la misma Corporación:


»Estuve en el tapete, ya entregado
al agudo cuchillo la garganta».


Ya veremos, al hablar de esta construcción, (584-2-3) el juicio que mereció a don Adolfo de Castro.

No es tampoco tan anticuado este accidente. Y en su comprobación cita un pasaje del P. Mariana y otro de fray Luis de Granada.

Véase este, enteramente análogo, que tomamos de Don Quijote (VII, 160): «visto lo cual Sancho [...] inclinó la cabeza sobre el pecho [...]»; respecto de cuya frase, Hartzenbusch, en la 1378 de Las 1633 notas a la primera edición de «El ingenioso Hidalgo», observa que en aquel tiempo solía omitirse en casos como el presente el gerundio habiendo, y comprueba su aserto con este otro pasaje de La Araucana (213-primera línea del sumario): «Hecho el Marqués de Cañete el castigo en el Pirú [...]». Y de la misma opinión participa Rodríguez Marín al sostener que no había necesidad de suplir en aquellas palabras de Cervantes la preposición por, que en tantas ediciones de aquella obra se añadió después de Sancho, o después de Lautaro, diríamos en este caso.



86-5-4:


Y eterna al mundo dellas la memoria [...]


Lautaro repite en esta arenga el mismo concepto expresado en la que el poeta le atribuye en la batalla de Tucapel (47-5-3):


Dejad de vos al mundo eterna historia [...]




87-1-6:


Ni llevar quince o veinte una pelota [...]


Pelota, por la bala, se decía antiguamente. Léase este curioso ejemplo que nos ofrece Oviedo en el Sumario de la natural historia de las Indias, cap. VIII: «[...] hay un valle [...] el cual está lleno de pelotas de lombardas guijeñas [...] y hay dellas desde tan pequeñas como pelotas de escopeta, y de ahí adelante de más en más grosor cresciendo; las hay tan gruesas como las quisieren para cualquier artillería [...]».

87-2-5:


Llegan sin reparar hasta el ribazo [...]


Reparar en la acepción ya notada (63-5-2) de reponerse, descansar.



87-2-6; 125-4-5:


Donde estaba la máquina del fuego [...]



La máquina del cielo y fortaleza [...]


Máquina en su acepción figurada de «agregado de diversas partes ordenadas entre sí y dirigidas a la formación de un todo».


Porque un rato la máquina suspendas
de tu dolor, mientras su gloria entiendas,


Hojeda, La Cristiada, hoja 153 v.                


«[...] y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo».   —247→   «[...] el labrador se iba dando al diablo, de oír tanta máquina de necedades [...]». Cervantes, Don Quijote, I, 57, 138.

En Chile, el P. Ovalle (I, 191): «[...] que no parece era posible juntar en el Oriente toda la pella necesaria, si no se valía del Occidente donde había tanta máquina de estos metales [...]».



87-2-7; 395-5-2:


Viéranse allí las balas escupidas [...]



De los furiosos tiros escupidos [...]


Escupir, usado en sentido poético, esto es, «despedir o arrojar con violencia una cosa», según el léxico.


A la roca llegó tan cerca, cuanto
fuerte mano una piedra había escupido.


Urrea, Orlando furioso, Canto X, p. 94.                



No usan blancos venablos, ni su flecha
la cuerda escupe en arcos desiguales [...]


Valbuena, El Bernardo, p. 223.                



Herido de los duros eslabones
escupió el pedernal vivas centellas.


Rufo, La Austriada, Canto II, 30.                


«[...] fue tal la fuerza del calor, que dicen temió se le abrasasen los navíos y pereciese la gente, porque reventaban debajo de cubierta las pipas, escupiendo los arcos como si les pegasen fuego [...]». Ovalle, Histórica Relación.

Y éste, famoso entre todos, de Lope de Vega, que pone en boca de Ulises, tratando de los Lestrigones:


No escupe celestial artillería
más balas de granizo, que la fiera
gente peñas al mar [...]




87-4-2:


Las enemigas haces ya mezcladas [...]


Haces, usado como término militar, que significa escuadrones puestos en orden de pelear, «porque están haz con haz los unos contra los otros», dijo Covarrubias.


El furibundo Marte
cinco veces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta ¡ay! te condena
¡oh! cara patria, a bárbara cadena.


Fray Luis de León, «Profecía del Tajo».                



De la ciudad, ya así que mover vieron
nuestros navíos las velas levantadas
y que nuestras batallas les siguieron
detrás, todas sus haces ordenadas [...]


Zapata, Carlo famoso, Canto XIV, hoja 72.                



Cual las copiosas haces exhortadas
por César y Pompeyo, a quien siguieron
de remotas naciones congregadas,
que a los campos farsálicos vinieron
de tantos capitanes adornadas,
por su furia llevadas, se embistieron [...]


Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 76 v.                



Las dos contrarias indignadas haces
ya miden las espadas, ya se cierran
duras en su tesón y pertinaces.


Cervantes, Viaje al Parnaso, cap. IX.                


Y en Numancia, jornada I:


Seguid la guerra, renovad los daños,
salgan de nuevo las valientes haces [...]


Y en la misma, jornada III, esc. II:


Que cual si fuese de romanas haces,
cada cual de su sangre está sediento [...]


Arriaza, Profecía del Pirineo:


Mira en haces guerreras,
la España toda viviendo hasta sus fines [...]




88-1-3:


Mas que, a pesar del contrapuesto Marte [...]


En uno de los sonetos de Garcilaso se explica perfectamente el valor que tiene este participio pasivo irregular del verbo contraponer:


No las francesas armas odiosas
en contra puestas del airado pecho [...]




88-2-5:


Las muertes, el rigor y la crueza [...]


Crueza, que el poeta empleó todavía una vez más (190-1-2):


Que va en aumento el daño y la crueza [...]:


voz que, según Gil y Zárate, sería efecto de una licencia poética, suprimida la d de crudeza.

Hablando el P. Mir (Hispanismo y Barbarismo, p. LXIV) de los «descuidos o rarezas de particulares autores», refiriéndose a clásicos como Cervantes, Jáuregui, Quevedo, Mariana, Granada, cita precisamente el empleo que Garcilaso hizo de esta voz crueza por crudeza, que cae, por consiguiente, dentro de los calificativos que aplica a varias de las empleadas por aquellos autores.

El léxico le da simplemente el carácter de anticuada, y en su forma estaría, en verdad, de acuerdo con la práctica de otros escritores que dijeron graveza, por gravedad, que según la misma fuente, sería también simplemente anticuada. Por ejemplo, cuando Rufo Gutiérrez en su Austriada, Canto I, 14 v., dijo:


Infunde ahora en la rudeza mía
nueva facundia, con que desta guerra
explique la graveza, y los pesares
se vuelvan desengaños ejemplares.


Que sea anticuada esa voz, ciertamente que lo es, pero ni hay en ella la licencia a que Gil y Zárate ocurre para explicarla, ni la consideramos tampoco como rareza o descuido en quienes la usaron, cuando sabemos que de ella se valieron escritores como Garcilaso, Herrera, Rufo Gutiérrez y otros también de cierta notoriedad, ni creemos que vale crudeza, como habremos de entenderlo si se tratase de la supresión de la d. Veamos, en efecto, cuál es el alcance que tiene en los ejemplos que siguen, comenzando por éste de Garcilaso, que ha sido el más ordinariamente citado:


¿Cosa pudo bastar a tal crueza?


En la Égloga II:


La cura del maestro y su crueza [...]


En la Canción I:


Estaba en su crueza [...]


  —248→  

En uno de sus sonetos:


No bastando su esfuerzo a su crueza [...]


Herrera, también en uno de sus sonetos:


Ya bien podrás hartar de tu crueza
Amor, en mi herido pecho el hierro [...]


Rufo Gutiérrez en el Canto XX, h. 367, y XXIV, h. 431 v.:


Como suele escondido en la maleza
asechar las veredas y caminos
el robador perverso, que crueza
usa en el inocente peregrino,
tal estaba [...]



¡Infame ardid del hombre! pues tu oficio
le aventaja a los tigres en crueza [...]


Fray Jerónimo Bermúdez en un coro de su Laureada:


[...]
que purifica
toda la tierra
contaminada
de la crueza
que cometiste [...]


«[...] y por no le oír los loores que daba a Dios, y a ellos cómo los deshonraba y llamaba de perros, córtanle la lengua con gran crueza [...]». Zapata, Miscelánea, p. 431. Este mismo autor en su poema Carlo famoso, Canto XV, hoja 78:


Y estirando más della con crueza [...]


Barco Centenera, Argentina, hoja 201 v.:


Están a la fortuna maldiciendo,
las flechas y los dardos, la crueza
del indio Mañua, que así ha robado
al mundo de virtudes un dechado.


Bien se ve en todos ellos, nos parece, que crueza es sinónimo de crueldad, y en tal acepción la trae D. Marcial Valladares Núñez, individuo correspondiente de la Real Academia en su Diccionario gallego-castellano (Santiago, 1884): «Crueleza: crueza. ant. crueldad».

Y otro tanto ocurriría en la lengua portuguesa, pues Simões da Fonseca en su Diccionario encyclopedico (tercera edición, s. a.) trae: Crueza con la acepción de crueldade.



88-3-1; 243-5-7:


Villagrán la batalla en peso tiene [...]



Que sostiene en un peso aquella guerra [...]


En peso, modismo elegantísimo y por extremo expresivo en este caso para decir que el jefe español, por sí solo, sostiene la pelea. Hállase ejemplo de él en este pasaje del P. Vega, Salmo VII, verso 12, que cita Mir, olvidándose del con mucho superior que le ofrecía nuestro poeta: «Un solo hombre le llevara en peso»: Hispanismo y Barbarismo, t. I, p. 668, verbo «En, con modismos».

En este ejemplo, en peso vale tanto, nos parece, como en la acepción de «en el aire», que es la corriente y usual, la primera que trae el Diccionario de Autoridades, y de la cual podemos nosotros citar estos dos pasajes de Cervantes: «Vuelvo a decir otra vez, que el cielo, conmovido de mi desgracia, avivó el viento y llevó el barco, sin impelerle los remos, el mar adentro, hasta que llegó a una corriente o raudal que le arrebató como en peso [...]». «[...] esta noche se han de llevar en peso, si así se puede decir, diez y seis bajeles de cosarios berberiscos a toda la gente deste lugar [...]». Persiles y Sigismunda, p. 578 y 645, t. I, Colec. Rivad.

El citado Diccionario trae también otras dos acepciones de en peso, pero sin citar de ellas ningún ejemplo: la de «enteramente o del todo», y así se dice «La noche o el día en peso»: forma en que la empleó Pedro de Oña, Arauco domado, C. XIV, 361:


No canto por sus puntos el suceso
por ser el mismo casi de Gualeva
y en él no haberse visto cosa nueva
más que dolores y ansias en exceso:
anduvo una prolija noche en peso
haciendo de su fe costosa prueba [...]



Y el ruiseñor, que con su melodía
la noche toda en peso se lamenta.


Garcés, Sonetos y canciones de Petrarca, son. 10.                


«Toda la noche en peso», frase que Pedro Espinosa, Obras, p. 195, reprueba como una de aquellas «vulgares y mal sonantes, humildes, sin decoro, sin gala, etc.».


Al puerto revolvió, mas cuando vino
violo por todas partes rodeado,
y por estar en peso la porfía
nadie lo pudo ver cuando venía.


Castellanos, Elegías, p. 134.                


Y la tercera, finalmente, de «llevar en peso», en la que metafóricamente vale «tomar enteramente a su cargo y cuidado alguna dependencia o diligencia». Por los detalles que el poeta agrega al verso citado, pudiera llegarse a la conclusión de que en peso significaría en ese caso que toda la batalla se hallaba en ese momento a su cargo y sostén, o sea en la tercera acepción de las indicadas, tal como se deduce del siguiente refrán: «Vino ácido y tocino añejo, y pan de centeno, sostienen la casa en peso». Correas, Vocabulario, p. 437.

Pero, como decíamos al comenzar esta nota, harto más expresivo resulta decir que el en peso que la motiva, corresponde a llevarla toda en sus brazos como suspendida en el aire, o sea conforme a la acepción más corriente. «Oraba Moisén y tenía las manos altas cuando los suyos estaban peleando: mientras estaba así, vencían los suyos: en cayéndosele los brazos [...] para ayudarles, tornabánselos a alzar y vencía luego, hasta que los suyos se los tuvieron en peso [...]». Zapata, Miscelánea, p. 146.


Y en otras tantas nonas cien hermosas
ninfas las ondas cogen deleitosas:
estas sufren en peso otra ancha taza [...]



Quieres tener en peso nuestras vidas [...]


Valbuena, El Bernardo, pp. 153 y 284.                



Que, cansado y herido, en peso tuvo
de ilustres hijos el linaje santo [...]



Y orbes de eterna gloria en peso tiene [...]


Hojeda, La Cristiada, hojas 1 v. y 28 v.                




88-3-2; 99-2-8:


Que no pierde una mínima su puesto [...]



Que a su deuda una mínima faltase [...]


  —249→  

Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 41:


No por eso los bárbaros furiosos
una mínima aflojan [...]


Cervantes, en Don Quijote (II, 133): «Acaba, cuéntamelo todo; no se te quede en el tintero una mínima».

Mínima, «voz de la música -como dice Clemencín-, nota de muy breve duración, mitad de la semibreve, y doble de la semínima». Rodríguez Marín, comentando aquella voz.



88-5-1:


Hiende el caballo desapoderado [...]


«Ir desapoderado. (Dícese de un caballo que se desboca y corre con furia.)». Correas, Vocabulario de refranes, p. 541.

«Los caballos desapoderados corren con la medio muerta ama y el hijo no bien vivo [...]». Zapata, Miscelánea, p. 313.

Cita este verso de La Araucana el Diccionario de Autoridades en comprobación de que «vale también desatinado, furioso, desenfrenado»; agregando el testimonio de Ambrosio de Morales, lib. VI, capítulo II: «Y así unos corrían desapoderados a las puertas».



88-5-4:


Y en bajo el brazo la jineta abriga [...]


Subentendido lanza. Lanza jineta era, según el Diccionario de Autoridades, una «lanza corta con el hierro dorado y una borla por guarnición, que en lo antiguo era insignia y distintivo de los capitanes de infantería». Así sería, pero el caso es que Villagra, cuya era, peleaba en ese momento a caballo, y aun su misma analogía con jinete parece demostrar que era propia de los soldados de a caballo, pues, jinete, según aquella fuente, es el «soldado de a caballo que pelea con lanza y adarga, y lleva encogidos los pies con estribos cortos, que no pasan de la barriga del caballo».

Algo avanzaremos para mejor inteligencia del punto de que se trata leyendo lo que Calvete refiere respecto al modo de pelear con lanza que los españoles acostumbraban en las Indias: «[...] porque en aquellas provincias los hombres de caballo traen unas lanzas largas de fresno y muy gruesas, metidas en unas bolsas de cuero, y que cuelgan de unas correas recias del arzón delantero, y vuelven por el pecho del caballo, y llévanlas cuando van camino enarboladas, y cuando se han de encontrar en la batalla, ponen la lanza debajo del brazo, afirmándola en la bolsa, y como las correas vienen por el pecho del caballo, es el encuentro fortísimo, porque es con la fuerza del caballero y caballo, y así la lanza ceba, o pasa a su contrario o le derriba, y aun algunas veces a su caballo. Otras, caen, del gran encuentro, caballeros y caballos juntamente; y si la lanza no se rompe y el caballero queda para ello, pelea como jinete de manera que el encuentro al romper es mucho más recio y peligroso que con lanza de armas puesta en el ristre; y para poder pelear con aquellas lanzas como hombre de armas y jinete, cabalga ni tan largo como el uno ni tan corto corno el otro, que es una nueva y aún temeraria manera de pelear». Vida de Gasca, t. I, pp. 151-152.



88-5-5:


Pásale un fuerte peto tresdoblado [...]


Según Antonio de Nebrija, el verbo de que se deriva tresdoblado, sería trasdoblar, pero Covarrubias advierte que más de ordinario se dice tresdoblar. En esta última forma lo usó Pedro de Oña.


No tresdoblada piel ni fina pasta [...]


Arauco domado, C. XI, p. 268.                


Pudiera también sostenerse, nos parece, que en este caso y en otros semejantes en que suele ocurrir ese adjetivo doblado, el tres es un simple explicativo, puesto que se dice cuatro doblado y cien doblado, como en este ejemplo de Zapata (Miscelánea, p. 402): «Y llegó a él un hombre con un refrán, que le dijo que se le diría, si le pagaba por él cien doblado de los que por otros solía pagar [...]».

También lo escribió así el P. Ovalle (I, 123), «[...] porque tendrían las ropas y cosas en España más baratas que llevándolas por Tierrafirme, porque serían doblado, y aun tres doblado menores los costos [...]».



90-3-5:


Mas viéndose a tal hora en estrecheza [...]


Estrecheza, por estrechez, anticuado. Así lo escribió siempre Cervantes:

FURIA
La otra es Ocasión: si estas dos vienen
y con tu Aurelio tienen estrecheza,
verás a su braveza derribada [...]

El trato de Argel, jorn. IV.                


El mismo Cervantes la empleó también en prosa: «[...] más yo desdichado ¿qué bien podía esperar en la miserable estrecheza en que me hallo, aunque vuelva al estado en que estaba antes deste en que me veo?». El amante liberal, Colec. Rivadeneyra, t. I, p. 119.

Véase este otro de La fuerza de la sangre: «Sonábale bien aquél [...], con otros nombres de este jaez, de quien los soldados se acuerdan cuando de aquellas partes vienen a éstas, y pasan por la estrecheza e incomodidades de las ventas y mesones de España». Colección Rivadeneyra, tomo I, p. 168.

En Don Quijote muchas veces, y para no citar más de esta (VII, 138): «[...] que es una de las mayores señales de miseria que un hidalgo puede ciar en el discurso de su prolija estrecheza».

El P. Hojeda en La Cristiada, hoja 120 v., de su similar escaseza:


Sólo Caifás, más que las bestias bruto,
de la Aurora no veía el paso lento,
la escaseza del sol, del aire el luto [...]




90-3-7:


Comienzan a dudar ya la batalla [...]


«Dudar, transitivo. Sirve de acusativo el objeto   —250→   de la duda. Con un sustantivo o una voz neutra: Comienzan a dudar ya la batalla... (Ercilla)». Cuervo, Dic. de Construc. y Rég., II, 1334.



90-4-5:


Algunos desaniman de tal suerte [...]


Desaniman, ejemplo de verbo reflejo usado como activo, al par de jactarse y atreverse, que cita Bello (Gramática, p. 179).

En su valor propio de reflejo lo hallamos empleado en la Vida y aventuras del escudero Marcos de Obregón, de Vicente Espinel: «[...] pues yendo con esta turbación, me sentí por detrás tirar de la capa, desanimándome de manera que di un gran golpazo con mi persona en el suelo [...]».



91-1-1:


Sacudilde de vos, y veréis luego [...]


«Usábase antiguamente, dice Bello (Gramática, p. 142), y subsistía en el lenguaje de nuestros clásicos, la anteposición de la l del enclítico a la d final del imperativo, diciendo, v. gr., miralde por miradle, tenelde por tenedle».

El sabio gramático cita en comprobante una estrofa de la Gatomaquia de Lope de Vega. Ahí queda ese ejemplo de La Araucana, que es también el único de su especie que se encuentra en toda ella; y aquí va éste curiosísimo de Cervantes, que vale por cuatro:

REY
Chito, Chifuz, Brequede, atalde,
abrilde, desollalde, y aun matalde.

El trato de Argel, esc. última.                




91-4-7; 135-1-8:


Que por dolencia o mancha se reputa [...]



Mas ponen en su crédito dolencia [...]


«Poner dolencia en una cosa, fr. ant. Poner dolo en ella», define el léxico. No nos parece que se trate de dolo en el verso que transcribimos, ni en este otro de Castellanos (Elegías, p. 82):


No hay persona una ni ninguna
quen todo su vivir ponga dolencia [...]


En todos los ejemplos citados vale tanto como defecto, nota, achaque.

Y a este respecto, más acertado anduvo el Diccionario de Autoridades, cuando, al citar aquel primer verso de Ercilla, dijo que dolencia significa algunas veces peligro, pero no tanto como infamia o deshonra, que añade en seguida, citando este pasaje de Quevedo: «¿Qué mujer no le pide con vehemente ruego la hermosura? sin ver que en ella consigue el riesgo de la honestidad y la dolencia de su reputación».