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ArribaAbajoVII. Ercilla publica la Primera Parte de La Araucana

Ercilla de regreso en Madrid.- Acompaña a Felipe II a las Cortes de Monzón.- Parte a Viena en busca de su hermana doña María Magdalena.- La reina doña María recomienda a Ercilla a su hermano Felipe II.- Casamiento de doña María Magdalena de Zúñiga.- A su muerte instituye por heredero a Ercilla.- Publica éste, a su costa, en 1569, la Primera Parte de LA ARAUCANA.- Dedícala a Felipe II.- Poesías laudatorias escritas para el poema.- Aplausos con que es recibido y alguna crítica de que es objeto.


Volvía Ercilla a su patria después de una ausencia de casi ocho años (15 de octubre de 1555-junio? de 1563) los mejores y más floridos de su vida, como con razón lo recordaba en su vejez255. «Y venido a Madrid, refiere Garibay, donde estaba el Católico Rey, le dio cuenta de sus largos viajes y trabajos pasados en su servicio, y siendo recibido del con mucho amor y gracia, pasó con él a Aragón a las cortes de Monzón»256.

A su llegada a España, Ercilla tuvo la triste nueva del fallecimiento de su madre, -si es que no la hubiera sabido ya en Lima y tal fuera la causa de la licencia que obtuvo, según dijimos,- ocurrida en Villafranca de Montes de Oca en los primeros días de enero de 1559,257 y, junto con ella, la de que su hermana doña María Magdalena, que permanecía aún en Viena sirviendo de dama a doña María, mujer de Maximiliano, rey de romanos y de Hungría y Bohemia, tenía ya tratado su matrimonio con don Fadrique de Portugal, que, al efecto de realizarlo, había extendido poder a don Martín de Lanuza para que se casase por él en su nombre258.

Hubo, pues, Ercilla de pensar en trasladarse a aquella ciudad en busca de su hermana, considerando, sin duda, preferible el sacrificio que ese viaje le importaría a los inconvenientes que habrían de presentarse para que se volviese sin marido a España, y, a la vez, las ventajas de toda especie que resultarían de que el matrimonio   —106→   se verificase en Madrid. Por otra parte, el afecto que le ligaba a su hermana era muy intenso para que pudiera negarle aquel servicio. Obtuvo para ello licencia del monarca, y desde Monzón regresó tan pronto como le fue posible a esa ciudad, a donde llegó en los primeros días de diciembre259, para partir otra vez, seguramente muy poco después, en dirección a Viena260. Él refiere en su poema que en esa ocasión «corrió» la Francia, Italia y Alemania, Silesia, Moravia, llegando hasta la ciudad de Posonia, situada a orillas del Danubio, en Pononia, y Garibay, precisando aun más los límites del viaje, dice que alcanzó hasta Neustal, «ciudad última de Austria, en la frontera de Hungría, a causa de hallarse allí por entonces los Reyes y la Corte». Acogiéronle benignamente Maximiliano y doña María, a tal punto, que el monarca le nombró gentil-hombre de la Boca de los Príncipes de Hungría261, con las preeminencias que eran consiguientes a ese cargo y el salario y gajes de veinte ducados al mes: y la reina le entregó escrita de su puño y letra, la siguiente carta dirigida a su hermano Felipe II:

«Señor.- Estoy tan obligada a los hijos de doña Leonor de Çúñiga, por habérseme muerto allá, que de muy buena gana me pongo a suplicar a V. M. haga merced a don Alonso de Ercilla, su hijo, de alguna cosa en las Indias, hasta cantidad de siete o ocho mil escudos, pues allí hay tantas que por fuerza se han de dar, y él ha servido tan bien en aquella tierra, que no es mucha cantidad para el trabajo que en ella pasó: será para mí muy gran merced, para desquitarme V. S. un gran cargo de a cuestas, porque creo que esta razón (?) hubiera de dar gusto a su madre (ininteligible) librado dello, con confianza de que V. S. me hará esta merced, como él se lo suplicará también y informará en qué la puede recebir, que para mí será muy grande.- Beso las manos de V. S.- María».262



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Decorado con ese cargo y con tal recomendación, emprendieron Ercilla y doña María Magdalena el viaje de regreso a Madrid, allá por junio de ese mismo año de 1564; atravesaron los cantones de los Esguízaros y a Francia por Languedoc, y penetraron a España por Guipúzcoa, «y pasó ella por Mondragón, patria mía, cuenta Garivay, por estar cerrado el puerto de Sant Adrián y por la peste de algunos pueblos de la provincia de Alava del camino ordinario»263.

Es posible que en esta vez Ercilla tuviese ocasión, quizás la segunda, sino la única en su vida, de visitar a Bermeo, patria de su padre y abuelos264. Y, por fin, a más tardar en los primeros días de agosto, llegaban a Madrid265.

Los preliminares del casamiento de doña María Magdalena, que era el objeto de aquel viaje, duraron todavía algún tiempo. En 5 de septiembre se hacía la tasación de sus joyas, operación en que Ercilla figuró como interesado y perito, y, por fin, en los comienzos de abril del año siguiente se celebraba el matrimonio. Dado el acendrado cariño que Ercilla y su hermana se profesaban y el verse solo en Madrid, sin otro miembro alguno de su familia, no es de dudar que su hogar fuese el de los recién casados. Desgraciadamente, doña María Magdalena falleció meses más tarde, en 18 de octubre del mismo año, y Ercilla volvió a verse aislado en Madrid; pero, como los   —108→   duelos con pan son menos, junto con experimentar aquella pérdida, que debió de contristarle grandemente, logró la suerte de verse instituido por su hermana heredero universal de sus bienes, descontadas apenas unas cuantas mandas de poca monta a dos tías monjas, y a sus criados. Deseoso de evitar pleitos y satisfecho con lo que su hermana le dejaba, que resultó ser mucho más de lo que pudiera pensarse, no había transcurrido aún un mes de la muerte de doña María Magdalena, cuando procedió a firmar con su cuñado don Fadrique una escritura de transacción relativa a la cuantía de la dote que aportara su hermana266. Poco más tarde había de celebrar también con él otro contrato, aceptando el que le pagase a ciertos plazos y en la suma en que saliera en la almoneda de los bienes de la testadora, -práctica que en esos años era universalmente acostumbrada,- las camas «con cortinas y cielos de terciopelo carmesí y de brocado», que había deseado guardar para sí267.

Para liquidar la herencia fue necesario proceder a la venta de todos los bienes, joyas y derechos que doña Magdalena dejó y sacarlos en almoneda, la que comenzó el 1.º de enero de 1566, ofreciendo Ercilla pagar cierto salario al encargado de ella268, y por su parte procedió a entenderse directamente con su hermano don Juan de Zúñiga, que pretendía estar muy lejos de considerarse pagado con los dineros que doña María Magdalena aseguraba haberle entregado, estimándolos bastantes «para en cuenta de ciertos gastos y cumplimiento de ánimas», aludiendo con ello, según es de creer, a las misas y sufragios que le encomendara por el descanso del alma de sus padres. Reuniéronse al efecto de ajustar esas cuentas, casi seguramente en Madrid, a cuya ciudad don Juan haría viaje desde Villafranca de Montes de Oca, donde se hallaba radicado por su cargo de provisor y capellán de su hospital Real, y de ello resultó que efectivamente se le debían por la testamentaría más de dos mil ducados, y merced a la intervención de amigos comunes se convino en que don Juan se contentaría con sólo esa suma, acudiendo, para mayor formalidad, a la justicia, que por auto de 27 de noviembre de 1565 así lo mandó al albacea de la testadora. Para recibir aquella cantidad, don Juan aceptó cobrar del tesorero de la Reina de Portugal nueve mil reales de los dos mil ducados de que por cédula de 5 de noviembre le había hecho merced, a doña Magdalena, seguramente como auxilio para su dote269. Los 200 ducados que faltaban para el entero de los dos mil, hubo de cederlos don Juan, «por ciertas causas y respetos», a don Alonso, que, efectivamente, le fueron entregados días más tarde270.

En su calidad de heredero, Ercilla había recibido antes los réditos de un juro de por vida de 50 mil maravedís de que su hermana gozaba, que estaba impuesto sobre los tercios de la ciudad de Cuenca271 y así pudo ir mejorando la situación precaria   —109→   de dinero en que se había visto hasta entonces, tanta, que para pagar a ciertos comerciantes las especies que había retirado de sus tiendas, se vio en el caso de darles poder para que por él cobrasen lo que le corriese de sus gajes de gentil-hombre de la boca de los Príncipes de Hungría y se pagasen de los ducados que por aquella causa les debía272; y que antes de liquidarse la herencia tuvo que sacar al crédito, de lo que en ella le cupiese, empeñando al intento sus gajes de gentil-hombre de la Casa de Su Majestad, algunos objetos hasta por valor de 150 ducados, que obtuvo en la almoneda que entonces se estaba realizando273 para cuyo pago hubo de firmar un documento que resulta interesante para su biografía, pues viene a manifestarnos que por esos días (mayo de 1566) estaba ya decorado desde algún tiempo antes con el título de «gentil-hombre de la Casa de Su Majestad»274. En la misma forma había comprado una cadena de oro, prenda de uso indispensable para los caballeros en aquellos tiempos275, y, todavía, para proporcionarse cien ducados, tuvo que valerse de dos vecinos de Madrid que tomaran un censo por ese principal del Concejo de la Villa, y él se obligó a pagar sus intereses y a redimirlo a su tiempo276. Por último, y como complemento de tal situación de fortuna, Ercilla se vio obligado a vender dos copas de plata doradas y esmaltadas, hechas en Alemania, que probablemente había adquirido o le fueron obsequiadas en su último viaje a Viena277.

Para allegar recursos, Ercilla inició por esos días sus gestiones para que se le pagasen los cuatro años de sueldo que se le estaban debiendo en las Cajas Reales de Lima por su plaza de gentil-hombre lanza de a caballo, dos de ellos en virtud de licencia que el Conde de Nieva le concedió para estar ausente de aquella ciudad, y otros dos que se había detenido ocupado en el servicio de los Príncipes de Hungría. Felipe II, previa consulta al Consejo de Indias, acogió favorablemente la solicitud, mandándole   —110→   pagar los cuatro mil pesos a que montaba el salario, a razón de a mil por año, pero a condición de que hiciese dejación de ese puesto278. Hízolo así, en efecto, renunciando de hecho a regresar alguna vez a Lima, y pidiendo, a la vez, que el pago se decretase sobre renta Real determinada, -circunstancia esencialísima que se había omitido de expresar,- y ya con resolución en todo favorable279, procedió a enviar poder para la cobranza a cuatro de sus conocidos residentes en el Perú280; pero en toda esta gestión y hasta el punto que indicamos se pasaron más de dos años y tendrían que transcurrir muchos más antes de que pudiera salvar en parte siquiera aquel dinero. Todavía, según es de presumirlo, debió de verse amenazado de entrar en algún pleito, pues en 7 de noviembre de 1566 extendía un poder a dos procuradores de la Audiencia y Chancillería Real de Valladolid, «para los que tengo y espero tener»,281 expresaba, y volvía a repetir en 15 de enero de 1568 a un procurador en el Consejo Real de Su Majestad y en su corte, «para en todos mis pleitos e causas ceviles e criminales que tengo e tuviere contra cualesquier personas, o las tales contra mí», declaraba282.

Con la posesión de la herencia de su hermana las cosas cambiaron bien pronto para él. Así, consta que se le admitió su fianza a favor de Nicolás de Sant Just, a quien estaba especialmente obligado por su puesto de aposentador de los Príncipes de Hungría283; y, aun más, que se vio en situación de mantener una querida: hecho que no es de extrañar cuando sabemos que se veía solo, sin hogar, en la corte, -que comenzaba a poblarse de gentes que acudían a ella de todas partes, radicada ya en Madrid por voluntad de Felipe II desde 1560,- con algún dinero y buena figura. Llamábase Rafaela de Esquinas y era natural de Guadalajara, en donde sus padres Gaspar de Alcázar e Isabel de Esquinas estaban avecindados, y, sin duda, de muy humilde origen y de ninguna educación, pues no sabía ni siquiera escribir. Sus relaciones con ella han debido de comenzar, cuando más tarde, en 1567, ya que consta que de ella le nació, en 1568, un hijo, que se llamó don Juan de Ercilla284. Más tarde, en 1581, le compró   —111→   Ercilla una casa en que viviese, en la calle de los jardines, en Madrid, y, por fin, se la donó dos años después, porque «yo deseo el aumento de Rafaela de Esquinas, expresaba, y para que tenga bienes con que se poder casar y alimentarse»285.

En medio de estas pequeñeces tan propias de la vida, se acercaban para don Alonso los días en que los primeros resplandores de la gloria habían de alumbrar su carrera, que el tiempo acrecentaría más y más. Eran ya pasados cerca de seis años des de su regreso de América y no menos de otros dos desde que tuviera concluidas las estrofas en que se propuso relatar los sucesos ocurridos en Chile en la lucha de los españoles con los indígenas, y sólo en fines de diciembre de 1568 se presentada en solicitud de la licencia para la impresión de la Primera Parte de su obra. ¿Cuál fue la causa de tan prolongada demora para proceder a su publicación? No, de seguro, en nuestro concepto, el de terminar aquella parte que había escrito en Chile, ni tampoco es de suponer que su lima le demandara meses y meses; algo, sin duda, la realización de su viaje de ida a Viena y de regreso a Madrid, donde estaba ya en mediados de 1564; algo también, el arreglo de los negocios de la testamentaría de su hermana doña María Magdalena; y, quizás, el enredo amoroso en que se había envuelto; causas todas que no explican de por sí, ni todas reunidas, retardo tan considerable para que procediese a la impresión y que debemos buscar, nos parece, en la falta de medios de que hasta entonces careció para costearla. Escribía en verso, y con esto se está dicho, como observaba Cervantes respecto de los de su tiempo: «dámele poeta y dártelo he pobre, si ya la naturaleza no se adelanta a hacer milagros...»286; y el milagro lo había hecho esta vez la herencia de doña María Magdalena de Zúñiga...

En editor no había que pensar. El mismo Cervantes se burlaba donosamente de los que intentaban hallarlo para sus obras287. Si Ercilla lo buscó o no, no podríamos decirlo, pero el hecho fue que se propuso hacer la impresión de su cuenta, corriendo los riesgos correspondientes288; solicitó, en consecuencia, se le concediese el respectivo privilegio por tiempo de veinte años, presentando al efecto un ejemplar de su manuscrito, aunque se le limitó a la mitad de ese tiempo en la real cédula por la que se le concedió, fechada en Madrid a 27 de marzo del año siguiente de 1569, con vista del   —112→   ejemplar, ya en letras de molde. Según esto, la impresión se hizo en tres meses contados casi día a día289.

En 2 de aquel mes, en vísperas de concluirse la tirada, firmó Ercilla la dedicatoria que hacía de su obra a Felipe II. Recordábale en ella que había comenzado a servirle desde su niñez; el tiempo y ocupaciones que a su devoción había gastado su padre, y su madre en servicio de su hermana doña María; cómo, viéndose huérfano290 y tan mozo, siempre con el mismo deseo, había querido pasar a las Indias, donde, en Chile, todavía para llevar hasta donde le alcanzaba «su pobre talento», y a fin de que «no le quedase cosa por ofrecelle», allí «entre las mismas armas, en el poco tiempo que le dieron   —113→   lugar a ello», había escrito su libro; pidiéndole que lo recibiese bajo su amparo, que sería lo único que podría valerle.

Él no lo decía, pero para cualquiera que entendiese de historia, aquellas circunstancias en que había redactado la suya, le equiparaban a Julio César, de quien «cosa sabida es, que lo que peleaba en el campo, escribía en sus tiendas, y que lo que batallaba de día, escribía de noche»291. Y lo que en este orden tampoco dijo al monarca, pero que cuidó de contarlo en su prólogo al lector y que hace aquella su labor infinitamente más digna de encomio que la del gran capitán de Roma, y resulta casi increíble, es que «por el mal aparejo y poco tiempo que para escribir hay con la ocupación de la guerra, que no da lugar a ello,... el que pude hurtarle gasté en este libro, el cual, porque fuese más cierto y verdadero, se hizo en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios, escribiendo muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños, que apenas cabían seis versos»292. Observamos ya, a este respecto, que es muy probable que a la tarea de juntar tan menudos trozos dedicara algunas de las horas que su holgada ocupación de gentil hombre lanza le dejaba disponibles en Lima, donde con su trato con Villagra y Aguirre, pudo completar algunos de los pasajes más importantes de su obra.

Su dedicatoria al monarca, si daba testimonio de una profunda devoción a su persona, pecaba desde luego contra uno de los «privilegios, ordenanzas y advertencias» que Apolo enviaba a los poetas españoles, codificados por boca de Cervantes, cuando decía: «Item, se advierte que si algún poeta quisiere dar a la estampa algún libro que él hubiere compuesto, no se dé a entender que por dirigirle a algún monarca, el tal libro ha de ser estimado, porque si él no es bueno, no le adobará la dirección, aunque sea hecha al prior de Guadalupe», y que, por ser tan general en aquellos tiempos, volvía a insistir el príncipe de los ingenios castellanos en la que hizo de sus Novelas ejemplares a su Mecenas el Conde de Lemos, cuando afirmaba que «en dos errores casi de ordinario caen los que dedican sus obras a algún príncipe: el primero, que los autores se alargan en ella a referir por menudo las hazañas de aquel, de sus padres y abuelos», circunstancia que no obra respecto de nuestro poeta, ni podía tener cabida, dada la alteza de la persona; pero respecto del otro error, cual era, el afirmar que porque ponían la obra bajo su amparo, «no se atreverían las lenguas maldicientes y murmuradoras a morderlas y lacerarlas», o en este caso, como dijo Ercilla, que, «demás de dejarla, V. M., -dirigiéndose a Felipe II,- ufana, quedará autorizada y segura de que ninguno se le atreva», sabía bien, que aunque la recibiese bajo su tutela y la colocara «debajo de las alas del hipogrifo de Astolfo y a la sombra de la clava de Hércules», si la obra no era buena, no dejarían los zoilos y otros críticos de la calaña, «de darse pan filo en su vituperio, sin guardar respeto a nadie», como de hecho había de acontecer a La Araucana.

¿Cómo recibió esa dedicatoria el monarca español? ¿Leyó la obra de nuestro poeta o siquiera su dedicatoria? Es probable que ni una ni otra cosa, y el hecho fue que no hay antecedente alguno de que diera muestra de admitirla si quiera, ni menos de agradecerla293. Anduvo Ercilla aun menos afortunado a este respecto que el Ariosto cuando   —114→   dedicó la suya al cardenal Hipólito, que le recompensó con una pieza de raso, corriendo así parejas con don Luis Zapata, quien, al referir ese hecho, jugando del vocablo, afirmaba que su paga, al dedicar su poema a Carlos V, había sido también rasa294. Con razón pudo Ercilla, ya en las postrimerías de su vida, renunciando para siempre a la pluma, ofrecerla a otros más afortunados, cuyas obras no resultasen como la suya, que


Siempre ha dado en seco y en vatio...



Intituló Ercilla su obra La Araucana, porque, como decía a Felipe II, trataba en ella de las cosas notables y guerras del Estado de Arauco, dando a entender, a la vez, al designarla así, que por más que en su invocación dijera que no cantaba el amor,


Mas el valor, los hechos, las proezas
de aquellos españoles esforzados,
que a la cerviz de Arauco, no domada,
pusieron duro yugo por la espada,



ello no pasaba de ser efecto de un puro convencionalismo, que su texto mismo se encargaría de desmentir; dando, en todo y por todo, la preferencia en sus cantos a los araucanos, subyugado en su inclinación, al tratar de sus cosas y valentías, por aquellas causas de que hablaba en su prólogo, para llegar a la conclusión de que eran dignos de mayor loor del que pudiera tributarles con sus versos.

Con semejante proceder se había de acarrear las censuras de los críticos, prefiriendo antes que todo rendir culto a la verdad, levantando así el nivel de los enemigos de los indios y la magnitud del triunfo que se suponía iban a alcanzar sobre ellos...295

Corrían parejas con los pobres pañales en que había visto la luz pública La Araucana, según calificaba su autor la manera como había sido escrita, las piezas laudatorias que se registraban entre sus preliminares: un soneto, -acaso el primero y único que escribiera en su vida,- de uno que había estado en Indias y procesado que se había visto en Lima o había de verse en el Consejo de Indias, cual era, Cristóbal Maldonado, y sendas quintillas de dos amigos del autor, tan desconocidos y tan insignificantes como aquel en la palestra literaria; cuando otras obras infinitamente inferiores salían ponderadas y ensalzadas por los más grandes ingenios de la España, siguiendo en esto la práctica corriente, aun que graciosa y justamente censurada por Cervantes y el escritor más cáustico de su tiempo:296 fenómeno que sólo podemos explicarnos, al   —115→  

ver la pobreza de esas piezas laudatorias escritas en elogio de Ercilla y de su obra, atribuyéndolo al carácter reservado y al «silencio y reposo de todos su actos», según la expresión de Garibay, al aislamiento en que vivía entonces y a su consiguiente falta de amigos en el campo de las letras... Ya con las otras partes del poema, no pasaría otro tanto. Pero ésa que daba a luz, a falta de piezas encomiásticas huecas y empalagozas, iba adornada con algo que valía mucho más que todas las que hubiesen podido dedicársele: la sobria cuanto fundamental aprobación que le prestaba uno de los hombres de más culminante figuración en su poema, conseguida a última hora por su oportuna llegada a Madrid en aquellos días, la del capitán Juan Gómez, que daba fe de que el poeta lo había escrito «públicamente» en Chile y que era tan verdadero en lo que tocaba a la historia, «que no hallaba cosa que se pudiera enmendar en él»; que tal era lo que le importaba poner muy en alto a Ercilla; los elogios y aplausos vendrían más tarde, si llegaba a merecerlos.

Y, en efecto, no se hicieron esperar. Oigamos lo que sobre el particular cuenta alguien que presenció el éxito alcanzado por Ercilla con su Araucana, «...Estando yo este año en Bruselas, pueblo del ducado de Brabante, como un correo llevase allá un cuerpo della, fue recibido con tal aprobación y estimación entre los cortesanos y gente de milicia allí residentes, dados a la poesía, que unos le igualaban con Ariosto, y otros le concedían mayor lugar que a él. Con la mesma estimación y aprecio se recibió generalmente en España y fuera della, esta obra, y como este caballero, exemplo de toda virtud, sea de tanto silencio y reposo en todos sus tratos, muchos dudaron que fuese suya, hasta que el tiempo los sacó de esta ignorancia. En él se exemplificó muy a la letra aquella notable sentencia que las letras no embotan la lanza, pues antes la aguzaron siempre en los ánimos generosos y la hicieron de mayor ardid y magnanimidad con los loables exemplos de los que por su ley, por su rey y por su patria, estimando más éstas que la vida, la pusieron en grandes peligros y trances de armas, anteponiendo la honra a ella, como se ha visto en sus notables discursos. En los cuales de la manera que las letras fueron muy útiles para la lanza, en su persona fue de la mesma manera en ella muy útil la lanza para las letras, pues el gran sujeto de la materia levantó mucho más su claro entendimiento para mayor fruto en ellas, de la mesma forma que le levantan más las piedras muy preciosas al artífice que las muy comunes»297.

Del aplauso con que fuera recibida en el extranjero poseemos aún dos testimonios más. Andrés Schott atestigua «que los hombres de gusto, ut cum stupore legebant, sic de manibus nunquam deponebant»; aserto que traía a la memoria de Lampillas que nuestro poeta había andado harto más feliz en esto que el Tasso, que tuvo la desgracia de ser leído de poquísimos y de sepultársele en las librerías;298 ni son menos encomiásticas las palabras con que lo pinta Miraeus, al decir que se leía por todos con   —116→   admiración aquella obra, a cuyo autor calificaba de príncipe de la poesía de su patria299.

Hasta en las apartadas regiones de la América repercutió luego el eco de su fama, afirmando allí un escritor contemporáneo suyo, que Ercilla con su pluma «ilustró con nuevos resplandores sus vitorias y hizo su nombre célebre y nuestra España gloriosa»300. El chileno Pedro de Oña, aun pretendiendo seguir un camino opuesto al de Ercilla respecto del que estimaba debía considerarse héroe del poema, le calificaba de divino, y de eterna y dulce su voz al tratar del nombre araucano.

¿Y en España? Un escritor que había estado en América y cuyo nombre es notorio en la historia de la conquista del Perú, Agustín de Zárate, calificaba a La Araucana de obra famosa y a su autor de excelente poeta301. Juan de Guzmán, observa Menéndez y Pelayo, «se contaba entre los mejores discípulos del Brocense, contemporáneo fue de la publicación de La Araucana y autor del Convite de Oradores, donde escribió que teníamos un Homero en Ercilla»302. El lusitano Manuel Sánchez de Lima, después de manifestar que los que en su tiempo eran escritores, y hasta los más nombrados, habían pasado desconocidos en sus personas, dice: «Hoy día vive y vivirá mientras Dios nos hiciere merced de la vida, el divino Figueroa... y el excelentísimo caballero e ilustre poeta don Alonso de Ercilla, a cuyas octavas con muy buen título se les da el renombre, como se puede claramente ver por el Araucana»303.

Bartolomé de Góngora, en un libro que permanece hasta ahora inédito, declaraba que Ercilla, por su poema y sus hechos de armas, debía ponerse «sobre las plumas de la voladora fama»304.

Vicente Espinel en su Casa de la Memoria, que, aunque impresa en 1591, estaba escrita desde antes, le consagraba en ella la siguiente octava:



Del fuerte Arauco el hecho altivo espanta
don Alonso de Ercilla con su mano,
con ella lo derriba y lo levanta,
vence y honra venciendo al araucano;
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Calla sus hechos, los ajenos canta
con tal estilo, que eclipsó al Toscano:
virtud que el cielo para sí reserva,
que en el furor de Marte esté Minerva.305



Díaz Rengifo, escribiendo un libro didáctico, enseñaba a propósito de «las octavas rimas», que todas «las partes del ilustre poeta don Alonso de Ercilla podían tomarse por ejemplar», y que, por él, «vivirían hasta el fin del mundo los conquistadores de Arauco»306.

Baste ya de estos elogios, -que Ercilla había de aceptar más tarde los que a su persona se dirigieron para insertarlos al frente de la Segunda y Tercera Parte de su obra,- y que, sublimados al fin por Cervantes y Lope de Vega, iban a merecerle que le colocasen, el uno, en la cumbre del Parnaso, y a ceñirle el otro con los laureles de Apolo. A pesar de todo, razón había tenido Garibay para decir que esa primera labor de Ercilla había sido «generalmente» recibida con estimación y aprecio en España, dando a entender que no faltaron quienes la zahiriesen, si bien nos ha sido imposible encontrar tales muestras en algún libro impreso en aquella época y una sola en uno que quedó en manuscrito hasta nuestros días. Fue su autor don Luis Zapata, que tres años antes que viera la luz pública la Primera Parte de La Araucana había impreso en Valencia su Carlo famoso, larguísimo poema, falto de inspiración y de arte, y cuyo ningún éxito, bien merecido por lo demás, comparado con el que alcanzaba la obra de Ercilla, debió de encender sus iras, atizadas por la envidia, para que en un libro de forma anecdótica que compuso años más tarde, procurara burlarse del argumento de La Araucana y de uno de sus pasajes, celebrado justamente como uno de los típicos y originales del poema. Véase lo que decía:

«Hubo en Llerena un hombre de gente baja, de tan poderosa cabeza, que le acaesció a vista de todos en un mercado tomar ladrillos muy gruesos y platos y morteros fuertes y todas cosas y hacerlos pedazos en la cabeza. ¡Oh, si éste estuviera en aquella gran provincia de Arauco, de veinte leguas en largo y de siete leguas en ancho, cuya cerviz fue invencible, y no domada hasta que unos pocos de Valdivia los vencieron, e indómita hasta que el grande y numeroso ejército del Marqués de Cañete, de hasta doscientos hombres y veinte de a caballo, los domaron y acabaron de sujetar por fuerza de armas con grandes e increíbles hazañas de ellos mismos!

»Pues allí, donde por tener uno de aquéstos un madero a cuestas, tan pesado, que diez ganapanes no lo pudieran en España sostener, hacían uno rey, yo creo que hicieran virrey a este otro que he dicho de tan gran cabeza, que quebraba a topadas ladrillos y morteros, como digo»307.



Burla burlando, quería poner así en contraste el tema que él había tratado, las hazañas del mayor monarca de su tiempo y los combates de los ejércitos más numerosos y aguerridos de la Europa, del cual podía decir Ercilla:


Es campo fértil, lleno de mil flores,
en el cual hallarás materia llena
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de guerras más famosas y mayores,
donde podrás alimentar la vena.308



y no comprendía que, si con tales elementos, su obra resultó sin aprecio, cuanto más digna era el que alcanzaba la de Ercilla cuando lo lograba poniendo en escena a bárbaros y frente a ellos un puñado de aventureros españoles.

Al tratar de la publicación de la Tercera Parte de La Araucana ya tendremos ocasión de demostrar que todo induce a creer que uno de los sonetos con que se pretendió ridiculizarla fue también obra de Zapata, a quien ni los años ni el aplauso ya indiscutido de la obra de Ercilla, le habían mitigado la envidiosa inquina.

El mismo Ercilla pudo persuadirse así del lugar que su poema alcanzaba en el arte literario y con legítimo orgullo, aunque no sin asomos de suave vanidad, podía decir a los araucanos por boca de Colocolo, que de sus


... hazañas, no esta tierra,
mas todo el universo anda ya lleno;309



y de Tegualda, que su


... nombre sea siempre celebrado,
a la inmortalidad ya consagrado.310



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