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Martín del Barco - La Argentina. Poema histórico
Academia Argentina de las Letras

La Argentina.
Poema histórico

Martín del Barco Centenera

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

[IX]

Advertencia

     La Junta de Historia y Numismática Americana, en una de sus últimas sesiones del año próximo pasado, resolvió se publicara, como V volumen de su Biblioteca, una edición facsimilar de La Argentina, escrita por el Arcediano don Martín del Barco Centenera, e impreso en Lisboa en 1602, agregando que esta publicación fuese precedida del estudio que de dicho libro hizo el doctor don Juan María Gutiérrez, y que vio la luz en los tomos 6, 7 y 12 de la Revista del Río de la Plata.

     Dispuso así mismo la Junta, que encabezara el volumen, una biografía del autor y una bibliografía del libro, encargándome de su redacción, dejando para más adelante el estudio crítico-histórico del Poema de Centenera.

     A pesar de mis excusas para aceptar tan honroso encargo, dado que no conocía suficientemente el personaje, tuve al fin que someterme a la voluntad de la Junta. [X]

     La vida del Arcediano, aparte de las noticias que consigna en su Poema, es bien difícil de trazar, tanto por la falta de documentos emanados del propio Centenera, como porque rarísima vez se le menciona en los escritos dejados por sus contemporáneos.

     Esta escasez de fuentes de información para escribir su biografía, me obligarán a dejar lagunas en la cronología de los hechos, lo que no llamará ciertamente la atención, tratándose de un personaje secundario, cuando lo propio acontece al pretender biografiar los jefes de la conquista.

     Teniendo en cuenta la deficiencia que acabo de indicar, doy a conocer las noticias recogidas, que he tratado en lo posible de documentar. [XI]



Apuntes bio-bibliográficos

     Don Martín Barco de Centenera nació en Logrosán, en Extremadura (1), en 1535 (2). Se ignora quiénes fueron sus padres (3), pero lo que sí se sabe es que tenía un hermano llamado Sebastián García (4), para quien pidió, antes de su salida de España, la plaza de Alguacil mayor del pueblo que Ortiz de Zárate proyectaba fundar en [XII] San Gabriel. También hay noticias de que tenía un tío, clérigo, llamado Mathías de Rivero (5).

     Centenera hizo sus estudios en Salamanca, y allí obtuvo el título de licenciado en teología; así al menos lo afirma Hernando de Montalvo, al declarar en la Información levantada en esta ciudad en 1593, agregando que él vio el título dos o tres veces.

     Deseando comprobar la afirmación de Montalvo, me dirigí al sabio Rector de aquella Universidad, pidiéndole me hiciera saber si realmente allí había hecho Centenera sus estudios. El señor Unamuno, con toda gentileza, me contestó (6) que, después de una prolija revisación de los antiguos libros, no había encontrado en ellos el nombre de don Martín Barco de Centenera.

     Cuando Juan Ortiz de Zárate preparaba la expedición para dirigirse al Río de la Plata, hallándose en Madrid nuestro biografiado, se alistó entre los expedicionarios, consiguiendo del Consejo de Indias (7), que se le diese el título de Arcediano de la Iglesia del Paraguay (8).

     Son conocidas las grandes dificultades con que tropezó Ortiz de Zárate para cumplir las obligaciones [XIII] que se impusiera, al firmar las capitulaciones datadas en Madrid el 16 de julio de 1569. Las demoras en zarpar la expedición fueron tantas, que Felipe II mandó, en 1572, a los oficiales de la Casa de Contratación, que no dejaran partir la armada de Ortiz de Zárate «por la negligencia que había tenido en su proveimiento y que había dejado pasar el tiempo para su salida»; ordenando, a la par, «que se le embargasen los navíos, artillería y bastimentos hasta que otra cosa se disponga (9).

     Esta Real disposición aunque esperada, dado que hacía ya más de dos años que se habían firmado las capitulaciones, puso en serios aprietos, no solo a Ortiz de Zárate, sino a los encargados o capitanes que habían reclutado los soldados y pobladores para la jornada, pues algunos de ellos se encontraban ya en el puerto de embarque.

     Entre los que esperaban la salida de la armada, se hallaban muchas personas de distinción, como por ejemplo, Francisco de Ortiz Vergara, que durante nueve años había desempeñado el gobierno del Paraguay; Hernando de Montalvo, que traía el título de Tesorero de San Francisco y Santi-Spíritus, don Martín Barco de Centenera, que, según queda dicho, venía como Arcediano de la Iglesia de la Asunción, y muchos otros. [XIV]

     Existe en el archivo de Indias, un documento con el encabezamiento. «Razón de las personas que al presente en esta Corte están para ir al Río de la Plata», firmado Martín de Centenera, no tiene fecha, pero dice: «ayer 20 de junio se juntaron en mi posada los soldados de Francisco del Pueyo de Alfaro»; lo que me induce a creer que fue en 1571.

     En esta reseña se dan los nombres de los soldados que allí se reunieron, especificando, en algunos, el oficio o habilidad que tenían; como por ejemplo: al mencionar a Juan Andrés de Mendoza dice: «es hábil en la música»; de Lorenzo de Salas, que «es un buen escribano etc.».

     En este mismo documento se consignan los nombres de algunos de los designados como Capitanes por Ortiz de Zárate. Habla de un hermano que tiene en Logrosán, y a quien ya me he referido, el que había juntado y llevado a Sevilla, veinte hombres, y afirma que temía que el Adelantado no quisiera recibir tanta gente. Finalmente dice, que «está en Sevilla el Bachiller Cabañas de Hinojosa, de Logrosán, clérigo muy hábil, así como muchos soldados y algunos otros clérigos que no se embarcarán por pedirles mucho dinero» (10).

     Las noticias referentes a la Iglesia del Paraguay, [XV] que da el Arcediano, en carta al Consejo (11) antes de la partida, le fueron suministradas, sin duda alguna, por Ortiz de Vergara, que conocía muy bien lo que pasaba en el Río de la Plata por haber gobernado la Provincia.

     Dice Centenera, que estando proveído por Deán Francisco González Paniagua, y él por Arcediano, en reemplazo de Juan de Robles, que no fue, convenía se nombraran para las otras dignidades del Cabildo a Luis de Miranda (12), a Alfonso de Segovia (13), al Bachiller Martínez (14) y a Francisco de Escalera (15), que, aparte de ser sacerdotes doctos, y de buena vida, hacía mucho tiempo que residían en la tierra; agregando que «se manden clérigos para las ciudades que se han de fundar, porque los que allí están no habían de querer dejar sus puestos sin tener acrecentamientos y viendo «ventajas». También añade, que, según le participa Vergara, al presente había en la Asunción cuatro beneficiados y dos curas; pero como el Consejo había nombrado [XVI] solamente dos dignidades, le hacía saber que hay congrua para sostener cuatro.

     Salta a primera vista lo improcedente de la propuesta. ¿Cómo se atrevía a hacer tales indicaciones, una persona que no había estado nunca en el Paraguay, que no se había movido de España, indicando a tan alta autoridad, cómo se debía constituir el Cabildo Eclesiástico, y la necesidad de que en los nuevos pueblos que se fundaran hubiese curas? El Consejo mandaría al Archivo, por considerarla, sin duda, impertinente, la carta de Centenera, ya que ninguna resolución recayó sobre ella.

     La Armada de Ortiz de Zárate se hizo definitivamente a la vela en octubre de 1572. La formaban cinco buques (16) que conducían, entre pobladores y soldados, cuatrocientas treinta y tres personas (17), sin contar los marineros que tripulaban las embarcaciones. Como piloto mayor venía Pedro Díaz, y como alférez general Diego Ortiz de Mendieta, que más tarde hemos de encontrar gobernando la Provincia.

     Hicieron puerto en la Gomera, de donde desertaron algunos soldados y marineros, como también dos frailes, según dice Centenera en [VXII] una carta que escribió al Consejo desde San Vicente. En esta misma carta (18) anuncia que ha escrito otra desde el primero de los puertos citados, pero ésta no se ha encontrado hasta ahora en los archivos españoles.

     Cuenta el Arcediano, en la comunicación a que acabo de referirme, que los pilotos eran tan poco prácticos que anduvieron de isla en isla sin conocer la tierra donde se dirigían; agregando que era tal el desagrado de los expedicionarios, que si se les hubiera permitido se hubiesen quedado en Cabo Verde. Como dato curioso merece recordarse, que el Adelantado adquirió allí 30 vacas, que aunque pequeñas, sólo costaron 20 reales cada una, habiéndolas repartido entre sus naves. Cargó también leña y agua. Todo esto lo afirma el mismo Centenera, como agrega que algunos de los pasajeros vendieron sus ropas, a fin de adquirir provisiones para el viaje.

     El 7 de enero de 1573 salió la Armada de la Isla de Cabo Verde, poniendo proa al Sur, navegando, sin novedad, hasta al altura del Cabo Frío, donde se desencadenó un furioso temporal, que no sólo dispersó los buques, sino que obligó al Patax Santa María de Gracia, que llevaba a su bordo 25 soldados, a dar de arribada forzosa al puerto de Río Janeiro. [XVIII]

     Agrupados nuevamente los cuatro buques que quedaban, reunió Ortiz de Zárate un consejo al que asistieron Vergara, Montalvo, y los capitanes y pilotos de las cuatro naves, a fin de considerar lo que se debía hacer, en vista del mal estado en que se encontraban los navíos, a consecuencia del temporal que acababan de sufrir.

     La junta resolvió que se debía fondear en Santa Catalina, no sólo porque allí era tierra de comida y de indios amigos, y podrían reparar las averías sufridas, sino porque era sitio a propósito para esperar que pasaran los grandes fríos, que en aquella estación reinaban en el Paraná y San Gabriel.

     Barco de Centenera, en una carta sin fecha, a Su Majestad (19), y sin duda escrita en el Perú, posiblemente en 1586, dice entre otras cosas: «la isla de Santa Catalina, que es entre San Vicente y el Río de la Plata, la cual tiene dos seguros y capaces puertos; el uno, cuando venimos de España con la boca al Norte, llamado Puerto de Vera, y el otro con la boca al Sur llamado Corpus Christi. Esta isla tiene siete leguas de longitud y dos y media de latitud, aunque Martín Fernández de Enciso, cosmógrafo de Nuestra Majestad dice otra cosa, yo hablo de vista: -es fértil de caza y pesquería-; estuvo poblada de cuatro mil indios, los portugueses la hicieron despoblar [XIX] llevando los indios a sus ingenios y así se huyeron la tierra firme adentro».

     Cuando Ortiz de Zárate arribó a Santa Catalina, encontró despoblada la isla, como dice Centenera, y faltándole bastimentos con que alimentar su gente, resolvió dirigirse al Sur con la Çambra, conduciendo a su bordo 60 soldados, y llevando algunos clérigos y frailes, entre los cuales iba nuestro biografiado, a fin de buscar allí, no sólo provisiones, sino también con el propósito de catequizar indios.

     Después de navegar cuarenta millas, llegaron, según asegura. Centenera en la carta que acabo de citar, a «un puerto llamado Biaza, tierra alta, donde pueden entrar en un río pequeño navíos grandes; -yo entré con una Çambra de cien toneladas-; es tierra fertilísima, de comida, y hay indios bautizados y amigos».

     Ya en este puerto, y cargada de provisiones dicha nave, ordenó el Adelantado, que regresara a Santa Catalina, al mando del Alférez Mendieta, quien, una vez llegado y descargados los bastimentos que conducía, debía regresar a Biaza (20).

     Centenera y los otros sacerdotes que fueron a Biaza, bautizaron gran número de indios, celebraron misas, oyeron confesiones y administraron el Sacramento a los españoles que allí habían ido. [XX]

     Vuelto Mendieta, y cargado nuevamente su buque, regresaron todos a Santa Catalina, desde donde partieron con toda la armada con rumbo a San Gabriel, a fines de octubre de 1573, habiéndose comprobado que, en dicha fecha, faltaban 120 soldados y pobladores, de los que se embarcaron en San Lúcar; unos por haber desertado en la isla de Cabo Verde, otros fallecidos en la travesía del mal de modorra y de cámaras de sangre, en Santa Catalina, y, finalmente los que llevara el Patax (21) que, según se ha dicho, se había separado de los demás buques.

     El 26 de noviembre de 1573, fondeó, al fin, la Armada en San Gabriel, pero con tan mala suerte que media hora después se levantó una sudestada que dio de través con la Almiranta y la Capitana.

     Como se comprenderá, la situación de los expedicionarios era poco risueña, a pesar de la inesperada llegada de la carabela mandada por Ruiz Díaz Melgarejo, pues los indios Charrúas y Guaraníes, confederados, los hostilizaban de tal manera que hubiesen todos perecido, sin la eficaz ayuda que le prestara el capitán Juan de Garay, que había poblado Santa Fe el año anterior.

     Resumiendo, ya que no es del caso narrar en sus detalles las desventuras de la expedición de Ortiz de Zárate, diré, que después de pasar, con [XXI] el resto de su gente, unos meses en Martín García, resolvió, no sin oír antes la opinión de sus capitanes, fundar un pueblo en la costa oriental, y en el paraje llamado San Salvador, preferible a hacerlo en la costa opuesta, donde antes estuvo Buenos Aires, ya que en aquél había abundancia de leña y de indios, y ser además tierra buena para sementeras.

     Después de levantar una muralla, con su correspondiente artillería, y de instalar allí 80 pobladores, declaró fundada la ciudad Zaratina de San Salvador. Allí permaneció Centenera, hasta que el Adelantado resolvió continuar su viaje a la Asunción, donde entró el 8 de febrero de 1575 (22).

     Barco de Centenera, que había llegado a dicha ciudad con Ortiz de Zárate, empezó, desde el primer momento, a ejercer el cargo de Arcediano para que había sido designado, desempeñando, al mismo tiempo, los deberes que le imponía su ministerio, oyendo confesiones y predicando el Evangelio a los españoles, ya que no podía hacerlo a los naturales que sólo entendían el guaraní que era su propio idioma; pues es bien sabido que en esta conquista del Paraguay, los naturales impusieron, desde el primer día, su idioma a los conquistadores, de modo que Centenera tuvo que aprender la lengua de los nativos, para entenderse con ellos y hacerse entender. [XXII]

     Ortiz de Zárate falleció en la Asunción pocos meses después de su llegada, y si hemos de estar a lo que dicen Centenera y Montalvo, ni fue acertado en su gobierno, ni querido por su pueblo.

     Como por las capitulaciones firmadas en Madrid en julio de 1569, el Adelantazgo del Río de la Plata le había sido concedido por dos vidas, designó, en su testamento, que su sucesor sería la persona que se casase con su hija doña Juana de Zárate, que residía en el Perú, y que, mientras tanto esto no se realizara, gobernara interinamente la Provincia su sobrino Diego Ortiz de Zárate Mendieta.

     Para dar cuenta a doña Juana del fallecimiento de su padre, y de la cláusula testamentaria de que acabo de hablar, partió desde Santa Fe el capitán Juan de Garay.

     Pocos meses después de llegar éste a Chuquisaca, la hija de Ortiz de Zárate contrajo matrimonio con el licenciado don Juan de Torres de Vera y Aragón, quien, considerándose por este hecho Adelantado del Río de la Plata, nombró Teniente de Gobernador a Garay (23), el cual, munido del título expedido a su favor, partió hacia el Paraguay, desobedeciendo las órdenes del Virrey, que trataba de impedirle el viaje, temiendo, sin duda, que tal nombramiento originaria disturbios [XXIII] en el Río de la Plata, ya que Torres de Vera no tenía facultad para extenderlo, pues no había sido reconocido como tal Adelantado. Y en tanto no lo era, en cuanto un año después de nombrado Teniente de Gobernador, el Rey, estando en Toledo, suscribió, el 10 de junio de 1579, una Real Cédula en la que nombraba «por Gobernador y Capitán General del Río de la Plata a don Vasco de Guzmán por muerte de Juan Ortiz de Zárate, y hasta tanto no se determinara si había de serlo quien se había casado con la hija y heredera del Adelantado» (24).

     No habiendo Don Vasco de Guzmán aceptado este nombramiento, por razones que ignoro, el Rey designó el 17 de noviembre de 1581, para reemplazarlo, a Don Martín García Loyola, residente en el Perú, autorizando al Virrey para que, si por cualquier causa el nombrado no pudiese desempeñar el puesto, designara otra persona entre las que allí residían (25).

     Como se ve, aun en 1581, no estaba reconocido Torres de Vera como sucesor del Adelantazgo. Mientras tanto, Juan de Garay, que había llegado a la Asunción en septiembre de 1578, se presenta al Cabildo con el documento expedido por el esposo de doña Juana Zárate, y es recibido como Teniente General, prestando ante dicha Corporación [XXIV] el juramento acostumbrado para desempeñar tal elevado cargo (26).

     Entre los conquistadores y pobladores de Santa Fe y Asunción, había algunos que consideraban ilegal el poder que traía Garay, ya que no constaba que el Virrey del Perú hubiese reconocido a Torres de Vera como sucesor de Ortiz de Zárate. Por otra parte, algunas personas de distinción, como Montalvo, sostenían (27) que las dos vidas a que se referían las capitulaciones de julio de 1569, debían entenderse, la propia del Adelantado Ortiz de Zárate y la de su sucesor Ortiz de Mendieta. En esto había un visible error, pues Mendieta gobernó la Provincia ínterin llegaba la persona que se casase con Doña Juana Zárate, que era a quien le correspondía el gobierno, según lo dispuesto por su padre en el testamento que suscribió en la Asunción, pocos momentos antes de su muerte.

     Parecerán fuera de lugar los hechos que dejo narrados, pero los he considerado necesarios para poder apreciar los acontecimientos de que hablaré más adelante.

     Por mayo de 1579, Garay organizó una expedición de 130 hombres para ir a pacificar unos [XXV] indios que se habían rebelado en el interior del país. Centenera, que en aquellos días se encontraba en Taninbú, a unas noventa leguas de la Asunción, visitando la tierra y adoctrinando a los indios (28), supo que Garay se proponía también descubrir una nación de indios llamados nuaes, que significa «gente del campo»; se unió a él, y después de pasar la sierra llamada Ibitirá-Cambá, lo que vale decir «subida sin bajada», y de andar unos treinta días, dieron con unos indios llamados xontonbya. Como estos indios manifestaran deseos de hacerse cristianos, Centenera les ordenó que limpiaran un sitio conveniente donde hizo colocar una gran cruz, explicando a los indios lo que este símbolo significaba, encargándoles que cuidaran mucho de él (29).

     Los soldados de Garay continuaron su marcha hasta llegar a donde se encontraban unos indios llamados urambiambiás, quienes los recibieron en son de guerra, librándose con ellos encarnizada lucha, según nos relata el Arcediano en el canto XX de su Poema, en el que también nos cuenta, que en tal día cabalgaba a la gineta y vestía traje blanco, cubriendo su cabeza un sombrero de paja, agregando que en medio del combate, se le acercó un indio que llevaba una [XXVI] cruz en la mano pidiéndole lo salvara, lo que efectivamente pudo realizar.

     Continúa el Arcediano refiriendo al Consejo, en la carta de marzo de 1580, que tuvieron noticias de los tupíes que moran en el Brasil, los cuales eran labradores y habitaban tierra fertilísima; agregando que «a veinte leguas de donde está situada la Ciudad Real, en la provincia de los nuaes, hay una cordillera donde se encuentran metales», y confía que llegará del Perú algún minero para reconocerlos.

     Finalmente, pide al Consejo, que cuando venga el Prelado que se espera, traiga sacerdotes, frailes, ornamentos, libros y campanas para las iglesias, pues nada hay en la tierra.

     Vuelto Garay a la Asunción, en los primeros días del año 1580, pregona la fundación de Buenos Aires. En pocos días se alistan los soldados que debían ir a la jornada, se preparan los buques, víveres, armas y caballos para la expedición, y en la segunda quincena de marzo se ponen en viaje.

     Antes de salir Garay, nombra protector de los naturales al Arcediano Barco de Centenera, y dirige una comunicación (30) a la Sacra Católica Real Majestad, haciéndole saber el nombramiento que había hecho, y pidiéndole que le designe salario conveniente. Centenera había antes jurado, [XXVII] como sacerdote, desempeñar con todo interés el cargo para que había sido designado.

     El fundador de Buenos Aires no trajo ni a Centenera ni a Hernando de Montalvo, quienes a pesar de desear ser de la jornada, no fueron admitidos, alegando falta de sitio en los buques que salieron de la Asunción; de modo que cuando el Arcediano, en carta a Su Majestad (31) dice: «cuando poblamos Buenos Aires...» palabras que repite en el Poema, no deben interpretarse de otra manera, sino que «cuando los españoles poblamos Buenos Aires», ya que está perfectamente averiguado que Barco de Centenera no se encontró en la fundación de la ciudad de La Trinidad en el Puerto de Buenos Aires.

     Los buques de Garay llegaron a Santa Fe, y después de una corta estadía allí, continuaron bajando el río en demanda del Plata.

     La malquerencia de una buena parte de los pobladores de Santa Fe y Asunción, contra Garay, era debida, principalmente, como ya queda indicado, a que los poderes con que gobernaba el país no habían sido dados con el beneplácito del Virrey del Perú, a quien correspondía aceptar como Adelantado a Torres de Vera.

     Pero, como dice el padre Larrouy (32); «En Santa Fe, Garay no supo o menospreció los planes de [XXVIII] algunos criollos de la ciudad que, confabulados con Gonzalo de Abreu, se proponían prenderlo y remitirlo al Virrey».

     La idea de quitarle el mando de la Provincia, existía, no sólo en Santa Fe, sino también en la Asunción. En la primera, estalla el 2 de junio es decir nueve días antes de fundarse Buenos Aires, un alzamiento que depone a las autoridades de la ciudad, las que, pocos días después, son repuestas, pagando con la vida los que se habían levantado en su contra.

     En esta misma época, se conspiraba también en la Asunción. Barco de Centenera, en la información de servicios que hizo levantar en esta ciudad en 1593, pidió, entre otras cosas, que los testigos declararan si era cierto «que en la Asunción prendió a Lope de Herrera, sacristán, y le castigó porque le halló ciertos arcabuces abscondidos en la Sacristía, e hizo que los alcaldes Bartolomé de Amarilla y Alonso Encinas prendieran a los mancebos, con que se sosegó cierto bullicio en la Asunción, y en este tiempo fue el levantamiento de Santa Fe».

     Los testigos contestan todos, más o menos, en los mismos términos que lo hace el capitán Hernando de Montalvo, o sea: «Estando este testigo en la ciudad de la Asunción, porque no estaba poblado este puerto de Buenos Aires, un día de carnestolendas (33), usaban en la dicha ciudad de [XXIX] la Asunción de hacer un reyezuelo y traerlo por toda la ciudad a caballo y llevarlo a la iglesia mayor con más de cien arcabuceros; que pareciéndole mal a este testigo le dijo al dicho Arcediano, «mala usanza es esta invención del reyezuelo porque se puede cometer en aquel día un levantamiento y matar a todos los viejos y principales que están en la iglesia, y así el dicho Arcediano habiéndole parecido mal aquella invención fue a la sacristía de la dicha iglesia Catedral donde era la fiesta y halló ciertos arcabuces dentro y mandó prender al sacristán Alonso Pérez de Herrera y le castigó por ello, parando la fiesta, porque los alcaldes luego prendieron al reyezuelo y algunos de los que iban en su compañía con que se sosegó y de hoy a poco tiempo el levantamiento que había habido en Santa Fe».

     De lo que resulta que esta historia del reyezuelo y de las armas ocultas en la iglesia, no era, en el fondo, más que un proyecto de alzamiento en combinación con los de Santa Fe. No hay que extrañar que el de la Asunción se produjera ocho meses después, dado que en todo ese tiempo no había habido comunicación entre ambas ciudades.

     De esta manera se exteriorizaba la impopularidad del Gobierno de Garay, debida a las causas que dejo apuntadas. En Santa Fe fue sofocado el alzamiento en la forma que todos conocen: en la Asunción, debido al aviso que dio Barco Centenera a los alcaldes de la Ciudad, como consta en [XXX] la información de servicios (34) a que vengo refiriéndome.

     Pocos meses después de pasados los sucesos que acabo de relatar, Barco de Centenera, obtuvo licencia del Cabildo Eclesiástico, para trasladarse, por dos años, al Perú. Se decía en el Paraguay que iba por asuntos de la iglesia, pero bien podía ser que el viaje se relacionara con los asuntos políticos de la Provincia. Sea lo que fuere, la verdad es que se lamentó mucho su salida, pues gozaba de muy buen nombre en el Paraguay, y era reputado como un buen predicador.

     Tengo por cierto que debió efectuar el viaje bajando a Santa Fe, de allí a Santiago del Estero y, pasando por Tucumán, llegar a Chuquisaca. Estando en esta ciudad, la Audiencia lo nombró su capellán, pero debió desempeñar este cargo cortos meses, ya que en el año siguiente se le encuentra ocupando la Vicaría de Porco (35).

     Poco tiempo antes de la época de que me vengo ocupando, Felipe II, por una Real Cédula que lleva la fecha 19 de septiembre de 1580, dispuso que el Arzobispo de Lima, Fray Toribio de Mogrovejo, que acababa de ocupar tan elevado cargo, en unión con el Virrey del Perú, convocara a todos los obispos sufragantes de ese Arzobispado (36), [XXXI] a una reunión, en la que se trataran de cosas tocantes al buen gobierno espiritual, del bien de las almas de los naturales, etc. (37).

     El Señor Mogrovejo dictó la convocatoria el 15 de agosto de 1581, señalando el mismo día del año siguiente para que tuviera lugar la primera sesión del Concilio.

     El día indicado, sólo se encontraban en Lima fray Antonio, obispo de la Imperial, fray Sebastián de Lartaún, obispo del Cuzco, fray Diego de Medellín, de Santiago de Chile, y fray Alonso Guerra, del Paraguay; los demás obispos fueron llegando después del 15 de agosto.

     Debe tenerse presente, que fray Alonso Guerra acababa de ser consagrado en Lima cuatro días antes de abrirse el Concilio (38). Era un fraile dominico que por sus méritos había alcanzado el obispado; jamás había estado en el Paraguay, y poco o nada sabía de su iglesia.

     El 14 de marzo de 1582 (39) hicieron su entrada en la ciudad de Los Reyes, el obispo de La Plata, y el de Tucumán fray Francisco de Victoria. Estos prelados habían hecho juntos una [XXXII] parte del largo viaje que separaba sus diócesis de la Sede del Concilio.

     Cuando pasaron por Porco, Centenera los hospedó en su propia casa, así como a las personas de su séquito. Sin duda allí impondría a los prelados del estado de la iglesia del Paraguay, y comprendiendo estos cuan útiles serían sus conocimientos en las deliberaciones del Concilio, ya que el obispo sufragante de esa Provincia había sido recientemente consagrado y no conocía su diócesis, lo indujeron a que siguiese con ellos a Lima, lo que en efecto realizó.

     El Arzobispo Mogrovejo le nombró Secretario del Concilio, debiendo acompañar en igual carácter al licenciado Bartolomé Menacho, que ejercía ya el mismo cargo.

     No tengo por qué detallar lo que pasó en las sesiones de aquel Concilio; apenas si debo mencionar el ruidoso incidente motivado por las quejas del clero de Cuzco contra su obispo don Sebastián de Lartaún. Éste deseaba que la causa se viera en el Concilio, pero a pesar de estar apoyado por los obispos de Chuquisaca y Tucumán, el arzobispo Mogrovejo, resolvió enviarla a Roma, por lo cual hubo muchos disgustos y escándalos, como afirma Mendiburu en el tomo VII de su Diccionario Histórico.

     Barco de Centenera se embanderó entre los partidarios del obispo Lartaún, a quien en su Poema tituló «muy docto». Esta actitud le atrajo, [XXXIII] como era natural, la enemistad del arzobispo, lo que dio por resultado que su existencia se hiciera tan difícil, por falta de recursos, que llegó hasta desear la muerte (40).

     En medio de estas aflicciones, el Obispo de Charcas lo nombró su Vicario, y la Inquisición lo designó para Comisario, en el distrito de Cochabamba, lo que le permitiría vivir con relativa holgura.

     Estando, sin duda, en el desempeño de estos cargos, escribió una carta, sin fecha y sin firma, dirigida a la Sacra Católica Real Majestad, carta que se conserva en el Archivo de Indias y que, como dice Trelles (41), es de Centenera, y que empieza así: «En muchas veces aunque pocas según mis deseos, que he escrito a Su Majestad desde que salí de Castilla en el año 1572, para el Río de la Plata donde Vuestra Majestad me hizo merced de me proveer por Arcediano»...; y concluye con estas palabras: «dando a Vuestra Majestad larga relación de lo que he visto y entendido en 15 años de mi peregrinación».

     Lo único que le faltó agregar al erudito Manuel R. Trelles, es que esta carta fue escrita en el Perú, pues, como vamos viendo, allí se encontraba en 1587, es decir, a los 15 años de la peregrinación de que nos habla, ya que ésta [XXXIV] debió empezar en 1572 en que salió de Castilla.

     Se trata de un documento verdaderamente interesante, pues en él, no sólo se relatan los acontecimientos que habían ocurrido en el Río de la Plata, sino que, da consejos al Soberano respecto de lo que allí se debe hacer, como también en el Perú.

     Dice Centenera, que «el Río de la Plata es un postigo abierto para el Perú, y tiene el enemigo de Dios y de Su Majestad ya sabida la entrada». Habla de los corsarios ingleses que han entrado en el puerto de Buenos Aires, agregando: «es necesario que Vuestra Majestad provea de gobernador aquellas tierras, porque después que murió Juan Ortiz de Zárate fue principio de su perdición»... Le indica al Soberano que la persona que nombrase por gobernador «traiga gente de Castilla y haga dos fuertes, uno en Buenos Aires y otro en San Gabriel», para impedir la entrada al Río de la Plata por cualquiera de sus bandas. Hace en seguida referencia a una isla en el Río de la Plata, de legua y media de largo por tres cuartos de ancho, que denomina Minangua (42). Isla que no es otra que la que, desde el tiempo del descubrimiento, se llamó de Martín García, y recomienda «se tenga la costumbre que cuando poblamos a Buenos Aires comenzamos a [XXXV] usar, que es salir cada mañana a requerir la costa gente a caballo».

     Continúa la carta aconsejando al Soberano la división de la gobernación en dos provincias; la una teniendo por cabeza a Buenos Aires, con Santa Fe y Concepción del Bermejo, con toda la tierra hasta el estrecho; la segunda, la Asunción a quien el vulgo llama «Paraíso de Mahoma».

     Advierte que «la comodidad de la tierra ha de forzar a que por el Río de la Plata vayan a Castilla los que viven en estos reinos desde el Cuzco hacia Potosí».

     En cuanto a la costa del Brasil, se expresa así: «es necesario que haya recato, no puede el enemigo entrar por ella en estos reinos aunque tornasen en ella puerto cien mil hombres, pero puédeles servir de escala y hacer en ella mucho daño».

     La idea de la división del territorio de la gobernación, estaba ya en la mente de muchos de los conquistadores de aquella época. Hernando de Montalvo, en carta a Su Majestad fechada en la Asunción el 15 de noviembre de 1579, entre otras cosas le decía; que es imposible que un gobernante pueda regir tan dilatada provincia; que a su juicio debiera dividirse el gobierno en tres partes; la primera desde la Cananea y Santa Catalina, costeando la banda de tierra hasta Montevideo, por el Uruguay hasta Santa Ana; la segunda desde un punto del Río de la Plata, cabo [XXXVI] Blanco, hasta el estrecho de Magallanes y la Cordillera, entrando la gobernación de Tucumán, Santa Fe y todo lo que queda en el Río Paraná hasta la boca del Río Paraguay; y a la tercera gobernación le asignaba la Asunción y las dos bandas del Río Paraguay, hasta el Puerto de los Reyes.

     Concluye Centenera la carta a que estoy haciendo referencia, hablando de lo que convenía hacer en Arica, Callao y Lima, para terminar, finalmente, con estas palabras: «tengo una historia completa que, con el favor de Vuestra Majestad saldrá a luz; en ella se da relación del Río de la Plata y Perú y deseo en persona llevarla a Vuestra Majestad es causa no la envíe».

     Ésta es la primera vez que se menciona la existencia del Poema del Arcediano. La noticia plantea el problema de saber dónde y cuándo fue escrito; no hay duda alguna, que varios de sus Cantos han tenido que escribirse en el Perú, ya que cuenta asuntos pasados allí durante su permanencia en aquel país; otros, relativos al Río de la Plata, sólo los pudo saber por referencias. Los primeros Cantos pudo escribirlos en la Asunción, pero todo esto son simples conjeturas, que no tienen base documentada en qué fundarse.

     Estaba Barco de Centenera desempeñando tranquilamente su cargo de Comisario de la Inquisición, en el Valle de Cochabamba, cuando el 11 de febrero de 1587 llega a Lima el licenciado [XXXVII] Juan Ruiz del Prado (43) nombrado por Felipe II Visitador de las causas referentes al Santo Oficio.

     Poco tiempo después de su llegada, Ruiz del Prado, se impuso de ciertas actuaciones por las cuales resultaba que Barco de Centenera, había cometido graves faltas, en el desempeño de su cargo de Comisario, y que, según el Visitador, «no se podría pasar por ellas (si bien) no me pareció que la tenían para hacerle venir trescientas leguas, y ansí porque sospeché alguna pasión en los testigos, remití los cargos que se le hicieron que fueron catorce, para que se los diesen y recibiesen sus descargos y se me enviase todo» (44).

     El proceso formado a Centenera, se encuentra original en el Archivo de Simancas, pero no habiéndolo visto, me valgo de las noticias publicadas por el erudito José T. Medina.

     Resulta, según el citado historiador, que Centenera fue sentenciado el 14 de agosto de 1590, «en privación de todo oficio de Inquisición, y doscientos cincuenta pesos de multa, por habérsele probado que había sustentado bandos en la Villa de Oropesa y Valle de Cochabamba, a cuyos vecinos trataba de judíos y moros, vengándose de los que hablaban mal de él, mediante la autoridad que le prestaba su oficio, usurpando [XXXVIII] para ello la jurisdicción real; que trataba su persona con gran indecencia, embriagándose en los banquetes públicos, y abrazándose con las botas de vinos; de ser delincuente en palabras y hechos, refiriendo públicamente las aventuras amorosas que había tenido, que había sido público mercader y por último, que vivía en malas relaciones con una mujer casada» (45).

     La sentencia que acaba de leerse, no podía ser más tremenda para la reputación de cualquier hombre, pero mucho más tratándose de un sacerdote que, además estaba investido del alto cargo de Arcediano de la Catedral del Paraguay. Ella no se funda en faltas que Centenera hubiese cometido contra la religión, para las cuales el Santo Oficio se mostró siempre intransigente y cruel, sino en hechos indignos de cualquier hombre que en algo se estime.

     Abrigo mis dudas sobre la imparcialidad del juez, dado que, en ningún documento anterior o posterior a la sentencia de que me ocupo, he encontrado nada que pueda afectar el buen nombre de Barco de Centenera.

     Dejaré por un momento al Arcediano, abrumado por el enorme peso de su condena, para hablar del nuevo obispo fray Alonso Guerra, que una vez concluido el Concilio de Lima, se [XXXIX] encaminó al Paraguay a fin de hacerse, cargo de la diócesis para que había sido nombrado.

     Fray Alonso llegó a la Asunción en septiembre de 1585 (46) preocupándose enseguida, con todo interés, de los asuntos de la iglesia y de su clero. Según el padre Lozano (47) era un prelado ejemplar por sus virtudes; pero de los documentos de la época resulta que era demasiado exigente en lo que respecta a las cobranzas de los diezmos, llegando las cosas a tal punto que amenazaba a los vecinos con excomuniones y censuras si no los pagaban en la forma que él lo entendía.

     Este proceder del Prelado dio lugar a que las ciudades de la Asunción, Santa Fe y Trinidad, designaran representantes (48) para que protestasen ante la Audiencia de Charcas de la conducta del obispo. Ésta en 12 de agosto de 1587, ordenó al obispo Guerra levantar las excomuniones que había lanzado, y que no hiciera alteración en la cobranza de los diezmos (49).

     Sea que fray Alonso no cumpliera con prontitud, o no acatara lo resuelto por la Audiencia, el caso fue que en abril de 1890, el pueblo de la Asunción, encabezado por el Alcalde [XL] ordinario, se dirigió a la casa del obispo con ánimo de prenderlo. Éste, que lo supo, se revistió con los ornamentos sagrados; pero a pesar de esto fue derribado al suelo desgarradas sus vestiduras, arrancado el báculo y llevado preso a bordo de un buque que lo condujo a Buenos Aires. De aquí se dirigió a Charcas, donde la Audiencia lo rehabilitó y el Rey lo designó para obispo de Michoacán, donde falleció en 1594.

     Barco de Centenera, para quien la permanencia en el Perú debía ser poco menos que imposible, después de la sentencia condenatoria que había sufrido, llega en estos momentos a la Asunción, después de más de nueve años de ausencia. Allí se encuentra con la iglesia en completa acefalía; el obispo expulsado, y el deán González Paniagua muerto, de modo que él, como Arcediano, era la más alta dignidad de la Iglesia, por cuyo motivo le correspondía el gobierno eclesiástico en Sede Vacante.

     Ejerciendo tan elevado cargo, visitó las ciudades de San Juan de Vera y Santa Fe, bajando luego el Paraná con un bergantín y dos chatas cargadas de provisiones; y, llegando a esta ciudad de Trinidad, a principios de 1592, fue recibido por el vecindario con marcadas muestras de simpatía.

     Lo primero que notó a su llegada, fue que la iglesia mayor se había caído, o mejor dicho, que había sido abandonada, por el malísimo estado [XLI] en que se encontraba, a tal extremo, que había sido necesario, para salvar su decoro, trasladar el Santísimo Sacramento a San Francisco.

     El obispo Guerra, en su visita a esta ciudad en 1587, había ordenado la construcción de un nuevo templo, en un sitio que no era el que correspondía, por cuyo motivo, no siendo oído el vecindario en las observaciones que hizo, hubo de dirigirse en queja a la Audiencia.

     Cuando Barco de Centenera se impuso de la equivocada ubicación que el obispo Guerra había dado a la iglesia mayor, ordenó que ella se levantara en el solar que el fundador de la ciudad había destinado con tal fin (50).

     Casualmente en los mismos días en que Centenera tomaba esta resolución, la Audiencia de Charcas dictaba una Provisión, que lleva la fecha 8 de agosto de 1591 dirigida al obispo y autoridades eclesiásticas de la Provincia en la que (51), después de establecer que se había presentado Pedro Sánchez de Luque, procurador de la ciudad de la Trinidad, decía que cuando se fundó la ciudad se había designado un solar sobre la plaza Mayor para edificar la iglesia; que el obispo metiéndose en otro, causaba gran perjuicio al vecindario, tapando y cerrando el comercio [XLII] del río, para lo cual pedía se suspendiera la obra en el sitio designado por fray Alonso; y agregando que Sánchez Luque no había traído representación escrita, porque los vecinos tenían miedo de que fuese excomulgado por esa causa. La Audiencia ordenó que se le remitieran los autos y que se suspendiese por un año la obra de la iglesia.

     Gracias a la actividad desplegada por Centenera, y la eficaz ayuda del vecindario, pudo en breve tiempo habilitarse el nuevo templo para celebrar funciones religiosas, y volver allí el Santísimo Sacramento, que, como he dicho, había sido llevado a San Francisco (52).

     Mientras el gobernador del obispado se ocupaba en la ubicación y reedificación de la iglesia Mayor, llegaba al puerto una carabela mandada por el gobernador de Río Janeiro Salvador Correa de Saa, que traía comunicaciones para el Virrey del Perú, Audiencia de Charcas y Autoridades de esta ciudad, en las que avisaba que los ingleses se habían apoderado del Puerto de Santos, y que allí pertrechaban pequeños navíos para venir a este puerto (53).

     Esta noticia produjo, como es natural, gran alarma en el vecindario, tanto que todas las familias huyeron al campo, por temor de que los [XLIII] herejes se apoderaran de la ciudad, quedando en ella sólo los hombres que podían defenderla.

     Fue en esta ocasión un gran consuelo para los atribulados habitantes la presencia de Barco Centenera, no sólo por los consejos que les dio, sino porque pudo, con las provisiones que había traído en sus buques, atender a la extrema escasez de víveres en que se encontraban.

     Pasados los días de zozobra, por el fracaso del proyectado ataque de los corsarios ingleses, las familias regresaron a sus hogares y la ciudad volvió a tomar su tranquilidad habitual.

     En los primeros días de 1598, se presentó don Martín Barco de Centenera al Cabildo pidiendo «Se levante información de los servicios que había prestado desde que llegó en la armada del Adelantado Ortiz de Zárate hasta dicha fecha». Acompañó un interrogatorio con ocho preguntas, a las cuales contestaron, de conformidad, los cinco testigos que designaba entre los que se contaba el célebre Tesorero Hernando de Montalvo. El nueve de enero, el Capitán Hernando de Mendoza, aprobó la información, ordenando al escribano del Cabildo expidiera los traslados que se le pidieren.

     Un mes después de estas actuaciones, el Cabildo de esta ciudad da poder al licenciado don Martín Barco de Centenera, Arcediano de esta Provincia, para que en nombre de la ciudad y vecinos de ella, pueda presentarse ante Su Majestad, Consejo [XLIV] de Indias o cualquier juez, pidiendo mercedes, gracias y justicias con arreglo a las instrucciones que se le dan. Advirtiendo que este poder anula el que se le tenía dado a Beltrán Hurtado (54).

     Al mismo tiempo el Cabildo se dirige a Su Majestad (55) haciéndole saber las grandes necesidades en que se encontraban, y pidiéndole «remedio así de gobernador como de Obispo»; recomienda así mismo al Arcediano Barco de Centenera a quien «le oiga y dé entero crédito y se duela Su Majestad de unos vasallos que tiene tan necesitados de remedio» (56).

     Desgraciadamente no se conocen estas instrucciones, pues es bien sabido que en los libros capitulares faltan las actas correspondientes al período de tiempo comprendido entre enero de 1591 e igual mes de 1605. Tanto el poder como la carta a Su Majestad, a que acabo de referirme, están en el Archivo de Indias, de donde he sacado copia.

     La representación que acababa de aceptar Centenera, no tiene una explicación satisfactoria, dado que su cargo de gobernador del Obispado, en Sede Vacante, le obligaba a permanecer en la provincia, tanto más, en cuanto el Cabildo eclesiástico [XLV] de La Asunción estaba casi disuelto. Su resolución de marcharse a España, abandonando los intereses que tenía a su cargo, sólo se legitima por la costumbre que el clero tenía en aquella época, cuando faltaba el Prelado que le vigilaba y a quien respetaba, de hacer su omnímoda voluntad, como lo había hecho el propio Centenera ampliando en nueve años la licencia que se le dio para ir al Perú.

     No he podido encontrar documento alguno que señale la fecha de su partida, lo que no es de extrañar, dada la pobreza de nuestro Archivo en papeles de esta época. He revisado las prolijas notas que Montalvo dejó estampadas en los libros de Tesorería, pero tampoco allí he dado con el menor rastro. Pienso, sin embargo, que se embarcó poco tiempo después de la fecha en que se le dio el poder, ya que en el Archivo de Indias hay una nota dirigida a Su Majestad, sin fecha, y firmada «El Arcediano Don Martín Barco de Centenera». En esta comunicación dice: «que desde que llegó con Ortiz de Zárate ha servido, ayudado a poblar y conquistar la tierra, con su persona y haciendo, que como sacerdote predicando y confesando acudió siempre al servicio como real vasallo de Su Majestad»; y concluye pidiendo se le haga «Merced, ocupando su persona conforme a sus servicios, calidad y edad en lo que nuestra Alteza fuere servido».

     Al pie de esta nota, a la que está agregada la [XLVI] información levantada en 1593, hay un decreto que dice; «al memorial con sus partes y calidades: en Madrid a 7 de marzo de 1594 años.- Licenciado González».

     Como se ha visto, Centenera pidió una recompensa por sus servicios prestados en América, pero no he encontrado pruebas de que se le hubiere concedido. Tampoco sé si en Madrid presentó al Rey su Poema, según era su intención (57); me inclino a creer que no lo hizo, pues de otra manera se hubiera encontrado en algún Archivo. Tal vez alguien leyó los versos y juzgándolos muy pobres, le aconsejara no hacerlo. Éstas son meras hipótesis; pero lo cierto es, que hasta 1601 no se sabe ni dónde estuvo ni qué hizo el Arcediano.

     Fechada en Lisboa el 10 de mayo del citado año de 1601, aparece la dedicatoria al Marqués de Castel Rodrigo, Virrey, Gobernador y Capitán General de Portugal por el Rey D. Felipe II, Nuestro Señor, que precede a la publicación del Poema, el que ha sido escrito en octavas reales y está dividido en XXVIII Cantos: los primeros se refieren a la Geografía e Historia Nacional; los restantes relatan los acontecimientos ocurridos en el Plata, Tucumán, Perú y Brasil, en los que él tuvo intervención más o menos directa (58). [XLVII]

     Debo llamar la atención sobre el hecho de que tanto en la carta dedicatoria como en la cubierta del libro que transcribiré más adelante, el Arcediano se firma Don Martín del Barco Centenera, mientras que en todos los documentos que suscribió en el Río de la Plata, siempre ponía Martín Barco de Centenera; de este mismo modo lo llaman los testigos que declaran en las informaciones que he citado en el curso de este trabajo. Debo hacer sin embargo, notar que en dos documentos (59) que suscribió antes de su llegada al Río de la Plata, aparecen firmados; Martín de Centenera.

     ¿Cuál fue su verdadero nombre? Difícil sería afirmarlo, ya que no me ha sido dado encontrar la partida de bautismo, que seguramente estará en Logrosán. Me inclino no obstante, a creer que su apellido fue Barco de Centenera; posiblemente por haberse copiado el que aparece en la primera y susodicha edición de La Argentina; [XLVIII] en los diccionarios biográficos antiguos y modernos, se le llama Martín del Barco Centenera.

     Después de la impresión del libro, no puedo agregar otra noticia del Arcediano, más que la que da Ricardo Palma que dice: «En cuanto a la época de su fallecimiento, si hemos de dar fe a lo que dice un librito de efemérides españolas, acaeció en Portugal a fines de 1605» (60).

     Como se ha podido notar en las páginas que dejo escritas, sólo por excepción he aprovechado algunos de los datos que sobre su vida Centenera ha dejado consignados en el poema, absteniéndome también de abrir juicio sobre los hechos que relata, para comprobar si son o no exactos, pues a mi entender, ello corresponde al juicio crítico-histórico de la obra, que la junta se propone realizar más adelante.

     Parece ser cosa cierta que Barco Centenera no llegó a escribir la segunda parte de su poema, a pesar de lo que dice en la última estrofa de sus cantos, como tampoco escribió El desengaño del mundo, obra en prosa que le atribuyó fray Alonso Fernández en la Historia y Anales de Plasencia; de modo que la bibliografía del Arcediano se reduce a:

     Argentina / y conquista del Río / de la Plata, Tucumán, y esta- / do del Brasil, por el Arcediano don Martín del / Barco Centenera / Dirigida a don [XLIX] Cristóbal de Mora, Marqués de Castel Ro- / dríguez, Virrey, Gobernador y Capitán General de Portu- /gal, por el Rey Philipo III Nuestro Señor. / (Su escudo de armas) Con licencia, en Lisboa, por Pedro Crasberck, 1602.

     4º Part, V con la aprobación de fray Manuel Coello: 27 de julio de 1601 y las licencias del Santo Oficio, del Ordinario, etc.- 3 hojas sin foliatura para la dedicatoria: Lisboa 10 de Mayo de 1601; Sonetos del autor a su obra, de Juan de Lumanaga, Diego de Guzmán, de Valeriano de Frías de Castillo, y décimas del licenciado Pedro Ximénez y del bachiller Gamino Correa.- 230 pp. F. bl. Apuntillado.

     Esta edición es hoy rarísima, pues apenas se conoce la existencia de media docena de ejemplares, distribuidos en otras tantas bibliotecas (61). Para la reproducción facsimilar, que en este volumen se publica, me valí del que se conserva en la biblioteca del Palacio de Su Majestad el Rey de España. Previo permiso, que se me acordó, hice fotografiar las páginas de la obra para su reproducción fototípica.

     La segunda edición se encuentra en los: Historiadores / primitivos / de las Indias Occidentales / que juntó, tradujo en parte, / y sacó a luz, ilustradas con eruditas notas / y copiosos índices, el Ilustrísimo señor don Andrés González Barcia, / [L] del Consejo y Cámara de Su Majestad / Divididos en tres tomos / cuyo contenido se verá en el folio siguiente / Tomo I / (viñeta). Madrid MDCCXLIX.

     Fol. 3 tomos.- En el III se halla: Argentina / y conquista / del Río / de la Plata / De don Martín del Barco Centenera. Tiene 107 páginas de foliación y signaturas por separado, y al pie de la última página el comienzo de la Tabla que ocupa 8 hojas más sin foliatura, encontrándose al final el índice. No contiene ni la dedicatoria, ni la licencia y sonetos que trae la primera edición.

     La tercera edición se debió a don Pedro de Angelis, que con el título Colección / de / obras y documentos / relativos / A la Historia Antigua y Moderna / de las Provincias / del Río de la Plata. Ilustrados con notas y disertaciones / por / Pedro de Angelis. / Buenos Aires / Imprenta del Estado / 1836.

     Folio 6 vol. con paginaciones varias para las distintas piezas que comprende. En el tomo II se encuentra La / Argentina / o la / conquista del Río de la Plata / Poema histórico / por el / Arcediano don Martín del Barco / Centenera / Buenos Aires / Imprenta del Estado, 1836.

     El discurso preliminar a la Argentina, de Barco Centenera, escrito por don Pedro de Angelis, ocupa 8 páginas; viene después la dedicatoria de Centenera al Marqués de Castel Rodrigo, 2 pág., siguiendo el Poema foliado del 1 al 320 que precede a la Tabla de las cosas más notables que se [LI] contienen en la Argentina o conquista del Río de la Plata, numeradas de I al XXIV, y finalmente, una página destinada a Fe de erratas de la obra.

     La cuarta edición se publicó en esta ciudad en 1854, en la Colección de obras históricas llamadas de la Revista, por haberse impreso en la imprenta de ese nombre. En el Tomo III se encuentra La / Argentina / o la Conquista del Río de la Plata Poema Histórico / por el / Arcediano don Martín del Barco / Centenera. Ocupa la dedicatoria al Marqués de Castel Rodrigo 2 págs.; sigue el Poema desde la pág. 7 a 376; las notas del autor ocupan las págs. 377 a 387, y el índice de la obra, 3 págs.

     Finalmente, como quinta edición, está la reimpresión de la Colección de obras y documentos relativos al Río de la Plata por Pedro de Angelis en 5 volúmenes en Folio, Buenos Aires 1900, en cuya Colección y en el Tomo II, se encuentra La / Argentina / o la / conquista del Río de la Plata / poema histórico / por el Arcediano / don Martín del Barco Centenera. El discurso preliminar ocupa las páginas I a V; la dedicatoria al Marqués del Castel Rodrigo, 2 págs.; el Poema desde las págs. 183 a 332 con las notas del autor al pie de ellas, y finalmente, la Tabla de las cosas más notables que se contienen en la Argentina de pág. 1 al XXIII.

     El más rápido examen de estas sucesivas ediciones, muestra el poco cuidado que se ha tenido [LII] en la reimpresión, dado el número de errores tipográficos, supresiones y trasposiciones que se encuentran en ellas, comparándolas con la edición príncipe de 1602.

     Con lo expuesto dejo terminado el encargo recibido, lamentando no haber podido corresponder cumplidamente al honor que se me dispensó, confiándome la tarea de escribir la bio-bibliografía de Barco de Centenera, debido no sólo a la falta de documentos sino a mi insuficiencia.

     Creo, sin embargo, que la publicación facsimilar de la primera edición de la Argentina, será de gran utilidad a los que se dedican al estudio de nuestra historia colonial, y que la Junta tributa con ello, un digno homenaje a quien por primera vez nos llamó Argentinos, nombre que ahora y siempre nos orgullecemos de llevar.

Enrique Peña

     Buenos Aires, Mayo de 1912. [2]


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