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La carta a Ángela

Mihai Eminescu

Traducción de Ricardo Alcantarilla

Y en ojos me quedé atónito

muchos iconos y cuentos

como el invierno se cuaja

flores de hielo en ventanas.



De nada seguro más que de dolor, correspondiente al tejido fino y perezoso de aflicción de mi cabeza, me parece que los ojos, las orejas, mi cerebro tienen una herida grande, terriblemente sensible, a la que el toque del sonido, de la luz, del tacto me enturbia de dolor. Ángela, podrías ser tú la cuidadora de este cadáver tan receptivo ante el sufrimiento, al que incluso el mayor placer es un sufrimiento todavía mayor, más cruel, más ardiente de los sufrimientos positivos incluso. Tus dedos finos cuando me tocan me duelen como una flor que cae sobre un cerebro herido -es un dolor voluptuoso, sin igual en la tierra-, pero ¡cómo me duele! Y tus ojos grandes encienden mis ojos. Los vi cegados y rojos... ellos ya no tienen luz nada más que para ti y tú los ciegas con tu aparición. Tú me odias -porque el amor es odio-. Odio suspendido por los fines de un demonio que creó la visión dolorosa de este mundo, y del que no puede escapar ni por sacrificios, ni por virtud, ni por la muerte siquiera... Y ¡esto es terrible! Sé que reapareceré en el mundo de las apariencias. Para qué me sirve preguntar cuándo... ¡es indiferente! La falta de dolor que dura mil años es un momento, una nada... (Todo lo lejos que estuviera el comienzo) es como si después de un sueño despertaras... qué sabes cuánto has dormido... te parece que fue un momento... Solo el dolor es tiempo, solo tras él enumeramos las horas, los días, nuestros años.

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