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La carta de Dionis

Mihai Eminescu

Traducción de Ricardo Alcantarilla

... puedes acaso adivinar el sentimiento con el que te he escrito, ¡ángel!... no... En tu vida luminosa no pudo brotar ni la sombra, la sombra siquiera de unos dolores semejantes a los que destrozan el corazón. ¡Lo destrozan! Imagínate que de un hombre con sentimientos, de un ser verdadero -no queda nada- nada más que una larga, encarnada desesperación. No conoces a semejantes hombres. Ellos no pueden pertenecer a los círculos en los que tú te mueves. Ellos están abajo. Cuando un corazón perdido en la miseria, en opresión, en la incapacidad de cultivar sentimientos, porque cada uno de ellos encuentra sus márgenes en los poderes débiles de aquel que los tiene, cuando un semejante corazón eleva sus aspiraciones a ti, y las elevaría sin querer, luchando por la opresión, sin poder resistir al amor que sentiría un semejante hombre. ¿Tristeza? Esto no es tristeza. ¿Desesperación? Esto no es desesperación. Es la muerte de vivo -es el margen del pensamiento, es una lucha vana, cruda, sin voluntad y sin esperanza-. La desesperación mata -este sentimiento destroza-. Mártir es el nombre de mis sentimientos. En cada fibra rota hay una inconmensurabilidad de dolores -y no de repente, fibra a fibra se rompe mi corazón-. La muerte es un momento, la desesperación es tiempo -un semejante sentimiento es el infierno-. María, puedes tú imaginarte una semejante tortura -imagínalo sin llorar, de lástima, no- de horror: De piedra sea un corazón, es un margen que lo mueve, de veneno que sea un alma, hay dolores que tienen que endulzarlo. Y no hay dolor más grande que el mío ¿por qué estoy yo en el mundo cuándo tú fuiste destinada a estar? Por qué cayeron mis ojos sobre ti. Por qué te vi. Ciego si hubiera sido, de cuanta amargura hubiera escapado. Si no hubiera sido nada, hubiera escapado de una vida torturada, desierta, sin luz. ¡Flor! cómo sonríes en el jardín de tus días, sin que sepas que un corazón se rompe. ¡Estrella! cómo luces en tu cielo, sin que sepas que un alma muere. Y en tu ignorancia eres todavía más hermosa, eres todavía más la causa de unos crudos dolores. ¡Ah! Qué hermosa eres -y cuanto más eres, tanto más infeliz soy, y cuanto más lo soy más hermosa eres. Cuanto más negras son las tinieblas, más blanca parece la luz.

No tuve esperanzas. Poco me importa, no tuve deseos, ninguno en el mundo, poco me importó. De uno fui capaz, de uno que me abarca toda mi vida. Y ese: irrealizable eres: tú. Todo lo grande que sea tu lástima, hasta allá no se puede bajar. No me sonrías. La sonrisa llena de esperanzas las venas. Amarme no te está permitido, despréciame. Te ruego, ¡despréciame! Puede, puede que tu desprecio alivie mi amor. Él me desesperaría. Pero esta idiotez de la razón es nada frente a mi tortura actual. Beso la huella de tus pasos -a los muros beso, por los que pasa tu sombra-. Despréciame. Yo no puedo no amarte. ¿Tú no sabes por qué? No lo puedes saber. Y no te lo puedo decir. Y con todo esto, tu figura, la sombra que has arrojado sobre la tela de mis pensamientos ha sido la única felicidad que he tenido el mundo.

¡María! ¡María! -Me han dejado decirte, porque no te lo puedo decir de otro modo- no encuentro, no puedo encontrar otras palabras. Si éstas pudieran añadir el desprecio -si pudieran... se acabarían las miserias todas-. ¡Adiós! ¡Adiós!

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