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La celosa de sí misma

Tirso de Molina



[Nota preliminar: presentamos una edición fonética de La zelosa de si misma de Fray Gabriel Téllez (Tirso de Molina), Valencia, en casa de Pedro Patricio Mey, 1631, basándonos en la edición de Juan Eugenio Hartzenbusch, Tirso de Molina Comedias escogidas de Fray Gabriel Téllez (el maestro Tirso de Molina), Madrid, Atlas, Biblioteca de Autores Españoles, 1944, pp. 128-149).]



PERSONAS
 

 
DOÑA MAGDALENA.
DON MELCHOR.
DOÑA ÁNGELA.
DON ALONSO,   viejo.
DON JERÓNIMO.
DON SEBASTIÁN.
DON LUIS.
VENTURA,   lacayo.
QUIÑONES,   dueña.
SANTILLANA,   escudero.
Criados.





ArribaAbajoActo I

 

La escena es en Madrid.

   

Entrada a la lonja del convento de la Vitoria, con vista a la Puerta del Sol.

 

Escena I

 

DON MELCHOR y VENTURA, de camino.

 
DON MELCHOR
Bello lugar es Madrid.
¡Qué agradable confusión!
VENTURA
No lo era menos León.
DON MELCHOR
¿Cuándo?
VENTURA
En los tiempos del Cid.
Ya todo lo nuevo aplace:
a toda España se lleva
tras sí.
DON MELCHOR
Su buen gusto aprueba
quien della se satisface.
¡Bizarras casas!
VENTURA
Retozan
los ojos del más galán;
que en Madrid, sin ser Jordán,
las más viejas se remozan.
Casa hay aquí, si se aliña
y el dinero la trabuca,
que anocheciendo caduca,
sale a la mañana niña.
Pícaro entra aquí más roto
que tostador de castañas,
que fiado en las hazañas
del dinero, su piloto,
le muda la ropería
donde hijo pródigo vino,
en un conde palatino,
tan presto que es tropelía.
Dama hay aquí, si reparas
en gracias del solimán,
a quien en un hora dan
sus salserillas diez caras.
Como se vive de prisa,
no te has de espantar si vieres
metamorfosear mujeres,
casas y ropas.
DON MELCHOR
A misa
vamos, y déjate deso.

 (Mirando al fondo.) 

¡Brava calle!
VENTURA
Es la Mayor,
donde se vende el amor
a varas, medida y peso.
DON MELCHOR
Como yo nunca salí
de León, lugar tan corto
quedo en este mar absorto.
VENTURA
¿Mar dices? Llámale así,
que ese apellido le da
quien se atreve a navegalle,
y advierte que es esta calle
la canal de Bahamá.
Cada tienda es la Bermuda;
cada mercader inglés,
pechelingue, u holandés,
que a todo bajel desnuda.
Cada manto es un escollo.
Dios te libre de que encalle
la bolsa por esta calle.
DON MELCHOR
Anda, necio.
VENTURA
Vienes pollo;
y temo, aunque más presumas,
que te pelen ocasiones;
que aun gallos con espolones
salen sin crestas ni plumas.
DON MELCHOR
Si yo me vengo a casar
con sesenta mil ducados,
y soy pobre, ¿en qué cuidados
me ha de poner este mar?
¿Traigo yo muchos?
VENTURA
Docientos,
si no ducados, escudos,
que de malicias desnudos,
ignoran encantamentos.
Librolos la corta hacienda
de señor, para tu costa,
y aquí correrán la posta,
si no les tiras la rienda.
¿Piensas que sin ocasión
traen cordones los bolsillos?
Pues para poder regillos,
advierte que riendas son,
que tira el considerado,
temeroso de chocar;
porque no hay mayor azar
que un bolsillo desbocado.
DON MELCHOR
Oigamos agora misa,
que es fiesta, y déjate deso,
pues no soy tan sin seso
como tú.
VENTURA
¡Cáusasme risa!
¿Qué va que antes que a tu suegro
(llamo así al que lo ha de ser)
veas, tienes de caer
en la red de un manto negro?
DON MELCHOR
Anda, que estás ya pesado.
¿Qué iglesia es ésta?
VENTURA
Se llama
la Vitoria, y toda dama
de silla, coche y estrado,
la cursa.
DON MELCHOR
¡Bravas personas
entran!
VENTURA
Todos los galanes,
espolines, gorgaranes,
y mazas de aquestas monas.
DON MELCHOR
Vamos, que es tarde y deseo
ya conocer mi esposa,
que dicen que es muy hermosa.
VENTURA
¿Cuándo has visto tú oro feo?
Con sesenta mil ducados
de dote, ¿qué Elena en Grecia,
y en Italia qué Lucrecia
se le compara?
DON MELCHOR
Cuidados
diferentes han de darme
motivo de ser su esposo;
que aunque el dinero es hermoso,
yo no tengo de casarme,
si no fuere con belleza
y virtud: esto es notorio.
VENTURA
Entra, que un fraile vitorio
allí el intröito empieza.
DON MELCHOR
¡Oh, Madrid, hermoso abismo
de hermosura y de valor!
VENTURA
¡Oh, misa de cazador!
Quién te topara en guarismo.
 

(Vanse.)

 


Escena II

 

DON JERÓNIMO, DON SEBASTIÁN.

 
DON JERÓNIMO
Vivimos en una casa,
y así está puesta en razón
nuestra comunicación.
DON SEBASTIÁN
Como tan presto se pasa
el tiempo en Madrid, no da
lugar aún de conocerse
los vecinos, ni poderse
hablar.
DON JERÓNIMO
Disculpado está
nuestro descuido; que aquí
en una casa tal vez
suelen vivir ocho y diez
vecinos, como yo vi,
y pasarse todo un año
sin hablarse, ni saber
unos de otros.
DON SEBASTIÁN
Yo fui ayer
(escuchad un cuento extraño)
en busca de cierto amigo
aposentado en la plaza,
ésa que el aire embaraza,
de su soberbia testigo,
usurpando a su elemento
el lugar con edificios,
desta Babilonia indicios,
pues hurtan la esfera al viento.
Pregunté en la tienda: «¿Aquí
vive don Juan de Bastida?»
Y dijo: «No vi en mi vida
tal hombre». Al cuarto subí
primero, y en una boda
vi una sala que, entre fiestas,
de hombres, y damas compuestas,
estaba ocupada toda.
Pregunté por mi don Juan,
y díjome un gentilhombre:
«No hay ninguno dese nombre
en cuantos en casa están».
Llegué al segundo, trasunto
del llanto y de la tristeza,
y de una enlutada pieza
vi cargar con un difunto.
Al son de responso y llantos
que a dos viejas escuché,
por mi don Juan pregunté.
Respondiome uno entre tantos:
«No sé que tal hombre viva
en esta casa, señor».
Subí, huyendo del dolor
funesto, al de más arriba,
y hallé una mujer de parto,
dando gritos la parida,
y a don Juan de la Bastida
plácemes, que en aquel cuarto
había un año que vivía
con hijos y con mujer:
de modo que llegué a ver
en una casa, en un día,
bodas, entierros y partos,
llantos, risas, luto, galas,
en tres inmediatas salas,
y otros tres continuos cuartos,
sin que unos de otros supiesen,
ni dentro una habitación,
les diese esta confusión
lugar que se conociesen.
DON JERÓNIMO
Está una pared aquí
de la otra más distante,
que Valladolid de Gante.
DON SEBASTIÁN
Bien podéis decirlo así:
pero, ¿con qué pretensiones
venís a nuestro Babel?
DON JERÓNIMO
No más que vivir en él,
y gozar sus ocasiones.
Tengo un padre perulero,
que de gobiernos cansado,
treguas ofrece al cuidado,
y empleos a su dinero.
Ciento y cincuenta mil pesos
trae aquí con que casar
una hija, en quien lograr
intereses y sucesos
que en Indias le hicieron rico.
La mitad me cabe dellos.
DON SEBASTIÁN
¡Bello dinero!
DON JERÓNIMO
Y más bellos
los gustos a que le aplico,
que es de Madrid la hermosura.
DON SEBASTIÁN
A todos tenéis acción.
DON JERÓNIMO
Esperamos de León
un deudo con quien procura
casar mi padre a mi hermana,
que maridos cortesanos
son traviesos y livianos.
DON SEBASTIÁN
Elección cuerda y anciana.
DON JERÓNIMO
Y vos, ¿qué hacéis en la corte?
DON SEBASTIÁN
Un hábito he pretendido,
que ya medio conseguido,
temo que el plazo me acorte,
por lo que me ha de pesar
el dejar esta grandeza;
que es común naturaleza
del mundo aqueste lugar.
Hela habitado tres años;
seis mil ducados de renta
como, tomándome cuenta
de toda amores y engaños.
Tengo también una hermana,
que por no hallarse sin mí,
ha un año que asiste aquí.
DON JERÓNIMO
¿Y es su patria...?
DON SEBASTIÁN
Sevillana,
y en belleza y discreción
Venus del Andalucía;
y a no ser hermana mía,
y extraña en su presunción,
os la pudiera alabar
por sol de la patria nuestra.
DON JERÓNIMO
Basta ser hermana vuestra.
DON SEBASTIÁN
Sí, pero es nunca acabar
si os cuento en lo que se estima.
De todos hace desprecio;
el más Salomón es necio,
si a pretenderla se anima;
Tersites el más galán,
Lázaro pobre el más creso,
y el más noble, hombre sin seso.
No quiere venir de Adán,
porque dice que no pudo
progenitor suyo ser
quien delante su mujer
se atrevía a andar desnudo.
DON JERÓNIMO
¡Humor singular, por Dios,
y digno por su camino
de estima!
DON SEBASTIÁN
Nuestro vecino
sois, y de una edad los dos.
Como nos comuniquemos,
daréis a la admiración,
como a la risa, ocasión,
de celebrar sus extremos.
DON JERÓNIMO
Yo y mi casa hemos de estar
desde hoy al servicio vuestro.
DON SEBASTIÁN
Con la voluntad que os muestro,
me habéis siempre de mandar.
Pero ya de misa salen:
pasad la lengua a los ojos,
si en hechiceros despojos
cuerdas resistencias valen
contra vitoriosas llamas.
DON JERÓNIMO
Es esta iglesia una gloria
de belleza.
DON SEBASTIÁN
Y la Vitoria
la parroquia de las damas.
 

(Vanse.)

 


Escena III

 

DON MELCHOR, VENTURA.

 
DON MELCHOR
¿No has oído misa tú?
VENTURA
¿Soy yo turco? Siendo hoy fiesta,
¿sin misa había de quedarme?
DON MELCHOR
¿Dónde la viste?
VENTURA
A la puerta
desta devota capilla
de la Soledad, y en ella
a un fraile, que esgrimidor,
juntó el pomo a la contera.
¡En qué santiamén la dijo!
¡Oh, quién hacerle pudiera
secretario de la cifra,
o capellán de estafetas!
Entraste tú hasta las gradas,
al olor de la belleza
de damas, tus gomecillos,
que como ciego te llevan;
mas yo que huyo de apreturas,
quedeme a la popa dellas,
que es rancho de los Guzmanes
en naves, coches e iglesias.
DON MELCHOR
¡Ay, Venturilla, cuál salgo!
VENTURA
Saldrás con el alma llena
de devoción desta imagen,
que enternece su tristeza.
Es de las más celebradas
de la corte.
DON MELCHOR
¡Ojalá fuera
divina mi devoción,
y la imagen causa della!
Devoto salgo, Ventura;
pero a lo humano. ¡Ay, qué bella
imagen vi!, si es imagen
quien a sí se representa.
¡Ay si de la Soledad
esta hermosa imagen fuera,
y no de la compañía,
porque ninguna tuviera!
VENTURA
¡Al primer tapón zurrapas!
¡Perdido a la primer treta!
¡En tierra al primero golpe,
y al primer lance babera!
¿Mas que has visto alguna cara
margenada de guedejas,
que el solimán albañil
hizo blanca siendo negra;
manto soplón, con más puntas
que grada de recoletas,
de aquella castaña erizo,
y archeros de aquella alteza,
que el descuido cuidadosa,
al viento de la veleta,
o abanico, te enseñaba
por brújula la cabeza?
Sería peli-azabache
la prohijada cabellera,
puesta, como defensivo,
encima de la mollera.
Toca y valona azulada,
banda que el pecho atraviesa,
vueltas y guantes de achiote,
guantes de pita, y firmeza.
Escapulario y basquiña
de peñasco, a la frailega,
chapín con vira de plata,
crujiendo a ropa de seda,
la camándula en la mano.
DON MELCHOR
Ventura, palabras deja
aplicadas a tu humor,
y en esa mano te queda,
que es la que he visto no más.
¡Ay qué mano!, ¡qué belleza!
¡qué blancura!, ¡qué donaire!,
¡qué hoyuelos!, ¡qué tez, qué venas!
¡Ay qué dedos tan hermosos!
VENTURA
¡Ay qué uñas aguileñas!
¡Ay qué bello rapio, rapis!
¡Ay qué garras monederas!
¡Ay qué tonto moscatel!
¡Ay qué bobuna leonesa!
Y, ¡ay qué bolsillo precito,
si mi Dios no lo remedia!
¿Que no la viste la cara?
DON MELCHOR
¿De qué suerte pude verla,
si me embarazó los ojos
aquella blancura tierna,
aquel cristal animado,
aquel...?
VENTURA
Di candor, si intentas
jerigonzar critiquicios;
di que brillaban estrellas,
que emulaban esplendores,
que circulaban esferas,
que bostezaba diamantes,
y bostezaba azucenas.
¿De una mano te enamoras,
por el sebo portuguesa,
dulce por la virgen miel,
y amarga por las almendras,
sin un adarme de cara,
sin ver un ojo, una ceja,
un asomo de nariz,
una pestaña siquiera?
¡Jesús, qué bisoñería!
DON MELCHOR
Necio, si probar deseas
mi cólera, di dislates.
VENTURA
¿Ya estás en la corredera?
Prosigue.
DON MELCHOR
Una mano hermosa,
blanca, poblada y perfeta,
que tiene acciones por almas
y tiene dedos por lenguas,
hará enamorar un mármol;
y la que yo vi, pudiera
menospreciar voluntades,
descorteses por exentas.
Cúpome, al oír la misa,
su lado; y cuando la empiezan,
quitó la funda al cristal,
y en la distancia pequeña
que hay desde el guante a la frente,
vi jazmines, vi mosquetas,
vi alabastros, vi diamantes,
vi, al fin, nieve en fuego envuelta.
Tenía hasta el pecho el manto
y santiguose cubierta:
pudo ser de verme ansí
transformado en su belleza.
Volvió en ocasos de ámbar
segunda vez a esconderla,
hasta que en pie al evangelio,
amaneció aurora fresca.
Santiguose al comenzarle,
y al darle fin la encarcela
hasta el Sanctus, que desnuda
da aldabadas a la puerta
del pecho, llamando al alma,
que deseosa de vella,
debió penetrar cartones,
pues corazones penetra.
Duró esta vez el gozarla
sin la prisión avarienta,
hasta consumir el cáliz:
¡Ay Dios, si mil siglos fueran!
Volvió a ponérseme el sol,
hasta que acabando, empiezan
el evangelio postrero,
siendo también la postrera
liberalidad feliz
que hizo a mi vista, ciega
con la oscura privación
de su cándida pureza.
VENTURA
A tragos te la sorbiste,
si no es que contigo juega
al escondite, esa mano.
¿Hay más deso?
DON MELCHOR
Oye, y espera.
Estaba yo reduciendo
a los ojos mis potencias,
para que todas gozasen
la gloria de su belleza,
cuando vi junto a ella un hombre,
que en el talle y la apariencia
pasaba plaza de honrado,
cortarle, con sutileza
ingeniosa, del cordón
un bolsillo. ¿Quién creyera
que de tal civilidad
fuera apoyo tal presencia?
Amábala yo, y así
corría ya por mi cuenta
el defender prendas suyas;
pero por no hacer la afrenta
pública del robador,
antes que el hurto escondiera,
asiéndole de la mano,
le vituperé a la oreja
la acción de su talle indigna,
respondiendo su vergüenza
en la cara por escrito
lo que no pudo la lengua.
Quitele en fin el bolsillo,
y atribuyendo a pobreza
lo que debió ser costumbre,
saqué de la faltriquera
un doblón, que por hallazgo
de tan estimada prenda
le di, con que en un instante
despejó misa e iglesia.
Cesó el no oído oficio,
que me holgara yo que fuera
de pasión; desocupose
la capilla, donde queda
rematando en el rosario
mi divina mano cuentas,
cuyo alcance han de pagar
desde este punto mis penas;
y salgo a aguardarla aquí,
deseando que amanezca
el alba de aquella mano,
cuando, cisne puro, vuelva
a bañarse en la agua santa
que en esta pila desean
mis esperanzas gozar,
después que no la ven, secas.
VENTURA
¡Válgate el diablo por mano!
La primera vez es ésta
que entró el amor por grosura:
manotada te dio fiera.
Mas ven acá: si esta mano
viene a ser, cuando la veas,
de algún rostro polifemo,
o alguna cara juaneta,
¿qué has de hacer?
DON MELCHOR
Eres un tonto
la sabia naturaleza
distribuyó proporciones,
en sus fábricas discreta.
Mano de tal perfección
fuera culpable indecencia
que sirviese de instrumento
a cara menos perfeta.
Mandó Alejandro pintar
en una tabla pequeña
la corpulencia de Alcides;
y por mostrar su grandeza
solamente pintó Apeles
el dedo pulgar, que intentan
medir gigantes a varas;
para que hiciesen la cuenta
que tan grande sería el cuerpo
de quien en un dedo emplea
aritméticas medidas:
y yo, de la suerte mesma,
conjeturo por la mano
qué tal será la belleza
del dueño de tal ministro.
VENTURA
¡Bueno!, ¿ejemplicos me alegas?
Pues allá va el mío, escucha:
una, dama en la apariencia,
pasaba por una calle,
hollándola airosa y tiesa
más que un alcalde de corte.
Enamorose de verla
un galán, por las espaldas,
porque el talle y gentileza
con que jugaba el chapín
y tremolaba la seda,
cuando menos, prometían
una española Belerma.
Adelantó gusto y pasos,
y volviendo la cabeza,
vio un ángel de Monicongo
con una cara pantera.
Santiguose el hombre, y dijo:
«¡Jesús!, ¡delante tan fiera
y tan hermosa detrás!»
y respondiole la negra:
«si parécele misor
espaldas que delantera,
y transera estar hermosa,
bese vuesancé transera».
Enamórate de manos,
antes que tu dama veas,
y podrá ser cuando salga,
que lo mismo te suceda.
DON MELCHOR
Si vieras tú aquella mano
y aquel talle, no dijeras
blasfemias a su hermosura.
VENTURA
A tu amor digo blasfemias.
DON MELCHOR
Ya sale; apártate, y mira
la hermosa mano que llega
a transformar gotas de agua,
si no en diamantes, en perlas.


Escena IV

 

DOÑA MAGDALENA y QUIÑONES, cubiertas con mantos, y la primera una mano sin guante, como quien acaba de tomar agua bendita. DON MELCHOR, VENTURA.

 
QUIÑONES
Estarán a la otra puerta
los escuderos y el coche.
DON MELCHOR

 (Llegándose a DOÑA MAGDALENA.) 

Deslutalde al sol la noche,
dejad su luz descubierta,
pues no es bien cuando dispierta
deseos en que me abraso,
señora, que al mismo paso
que la adoro, me atormente,
y apenas goce su oriente,
cuando me aflija su ocaso.
Crepúsculos tiene el día,
como al nacer, al ponerse,
que ven antes de esconderse,
los que adoran su alegría.
Sol hermoso, mano mía,
si al nacer me os habéis puesto
en el ocaso molesto
que mis esperanzas ciega,
Sol parecéis de Noruega,
pues os escondéis tan presto.
Agua traéis: no me espanto,
si amor llamas multiplica;
porque llover pronostica
el sol, cuando abrasa tanto.
Basta que el avaro manto
sirva de nube sagrada
a esa gloria idolatrada:
descubríos, blanca aurora,
que dirán que sois traidora,
pues dais muerte, disfrazada.
DOÑA MAGDALENA
Caballero, ni el lugar
vuestras lisonjas abona,
ni la que habláis es persona
que os las tiene de feriar.
Excusaldas de gastar,
o dad orden de lucirlas
a quien merezca admitirlas
o procure agradecerlas;
que ni yo sé responderlas,
ni tengo gusto de oírlas.
VENTURA

 (A QUIÑONES.) 

¿Tiene vuesa dueñería
la mano, cual su señora,
culta, animada, esplendora,
gaticinante y harpía?
¿Brillarale la uñería
cuando el caldo escudillice,
o la loza estropajice,
exhalando cada vez
las aromas que a las diez
vierta, cuando bacinice?
Desescarpine ese pie...
Iba a decir esa mano.
QUIÑONES

 (Dando una bofetada a VENTURA.) 

Jo, majadero.
VENTURA
¡De llano
bofetón! Afrenta fue.
DON MELCHOR

 (A DOÑA MAGDALENA.) 

Hoy a esta corte llegué,
creyendo que amanecía;
mas es tal la suerte mía,
que, cuando más venturosa,
el sol desa mano hermosa
me anochece a mediodía.
DOÑA MAGDALENA
Todo está bien ponderado.
Si a ganar habéis venido
nombre de bien entendido,
ya, hidalgo, le habéis ganado.
Preciaos de considerado,
como de discreto, agora,
y advertid que el sitio y hora
no es acomodado. Adiós.
DON MELCHOR
Será fuerza el ir tras vos,
si os partís así, señora.
DOÑA MAGDALENA
Pues seralo, si eso hacéis,
que el buen crédito perdáis
que cortesano ganáis,
y algún daño ocasionéis.
DON MELCHOR
No intento yo que me deis,
habiéndome acreditado,
nombre de necio y pesado,
sino de restaurador
de una prenda de valor
que os han del cordón cortado.
Mirad lo que os falta dél;
cobraldo, y luego partíos,
puesto que mis desvaríos
os den nombre de cruel.
DOÑA MAGDALENA
Un bolsillo estaba en él;
pero de poca importancia.
DON MELCHOR
No tiene el mundo ganancia
con la déste, por ser vuestro.
VENTURA

 (Aparte a su amo.) 

¡Cuerpo de Dios, que es el nuestro!
DON MELCHOR

 (Aparte a VENTURA.) 

Calla, necio.
VENTURA

 (Aparte.) 

¡Qué ignorancia!
DON MELCHOR
Un ladrón os le ha robado,
y yo os le he restituido:
en hallazgo dél, os pido
que al sol quitéis el nublado.
Vea yo el cielo estrellado
que en ese manto se esconde;
que si el cristal corresponde
a la mano que encubrís,
a ser el Fénix venís,
que en Arabia al sol responde.
DOÑA MAGDALENA
No es ése el que yo traía.
VENTURA

 (Aparte a DON MELCHOR.) 

Que es el nuestro.
DON MELCHOR

 (Aparte a VENTURA.) 

¡Vive el cielo,
si no callas...!) El recelo
turbar al ladrón podía:
si por oficio tenía
quitar las prendas que os muestro,
y era en el hurtar tan diestro,
muchas como éstas tendrá,
y este bolsillo será
por derecho desde hoy vuestro.
Gozad su restitución,
si no es que por no pagar
el hallazgo, queréis dar
a mis quejas ocasión.
DOÑA MAGDALENA
En daño suyo el ladrón,
o liberal o turbado,
a los dos nos ha engañado;
y si admitirle no quiero,
es porque ése viene entero,
y el que me hurtó va cortado.
La mitad de los cordones

 (Muéstrale un pedazo de los cordones con que se cerraba el bolsillo que traía a la cinta.) 

me dejó; sacad por vellos,
la distinción que hay en ellos,
y no malogréis razones.
Si atrevimientos ladrones
la causa dese hurto han sido
y no hay señor conocido,
a la Merced le llevad,
o si no a la Trinidad,
que recogen lo perdido,
y dejadnos, porque hay ojos
que cuidadosos nos ven,
y no sé que os esté bien,
si dais motivos a enojos.
DON MELCHOR
Yo de robados despojos
no he de ser depositario.
VENTURA

 (Aparte.) 

¿Hay hombre más temerario?
DON MELCHOR
Seldo vos mientras parece
el dueño, si es que merece
tal favor su propietario.
DOÑA MAGDALENA
Importunidad cansada
es la vuestra; porque os vais,
y el paso no me impidáis,
he de hacer lo que os agrada.
Dádsele a aquesa criada...
VENTURA

 (Aparte.) 

¡Qué escrupuloso desdén!
DOÑA MAGDALENA
Que en mí no parece bien
ni el guardallo, ni admitillo.
VENTURA

 (Aparte.) 

Espiró nuestro bolsillo:
Requiescat in pace, amen.
DOÑA MAGDALENA
Y por si acaso volviere
su dueño por él, podréis
decir si con él lo veis,
que aquí mañana me espere.
Daréis pesar al que os viere
seguir donde voy; y así
por me hacer merced a mí
y por ser tan cortés vos,
mientras me ausento, los dos
no habéis de pasar de aquí.
Esto quiero suplicaros.
DON MELCHOR
Y yo quiero obedeceros,
sin esperanza de veros,
sin remedio de olvidaros.
En fin, ¿podré aquí aguardaros,
si traigo el dueño?
DOÑA MAGDALENA
A las dos
volveré, sólo por vos,
que sois galán cortesano.
DON MELCHOR
Dadme una seña.
DOÑA MAGDALENA
Esta mano.

 (Quítase de una mano el guante.) 

DON MELCHOR
¡Ay aurora hermosa!
DOÑA MAGDALENA
Adiós.
 

(Vanse las dos.)

 


Escena V

DON MELCHOR
Venturilla, mi ventura
encarece: no seas necio,
ni me digas disparates,
que tú vendes por consejos.
Comprar por un poco de oro
los cinco climas del cielo,
la vía láctea nevada,
el sol de hermosos reflejos,
¿no es lance digno de estima?
¿No es barato?
VENTURA
Sí, y por eso
dicen: «Lo barato es caro».
Tú encarecerás el sebo
de cabrito antes de mucho,
pues solamente por verlo,
doscientos ducados diste:
cuarenta por cada dedo:
y esto a ver, y no a tocar.
A fe, si viene a saberlo
Martín Danza, que él te hospede
en el nuncio de Toledo.
¿Qué habemos de hacer agora,
sin la mano y sin dineros?
Medio día era por filo,
y ni hay blanca, ni comemos.
DON MELCHOR
Impertinente, ¿no sabes
que me está aguardando un suegro
con sesenta mil ducados?
VENTURA
¿Y si ése se hubiese muerto,
acomodado la novia,
o le parecieses feo,
y te echase en hora mala,
que es mujer, y puede hacerlo?
DON MELCHOR
¿Feo yo?
VENTURA
Pues siendo pobre,
¿hay Sacripante, hay Brunelo,
hay tiburón, hay caimán
más asqueroso y más fiero?
¿Hay sátiro como tú
sin blanca?
DON MELCHOR
Pues según eso,
para una mujer tan rica,
¿podía dejar de serlo
por un bolsillo de escudos?
VENTURA
No la olieras por lo menos
a pelón, mal contagioso,
que disuelve casamientos.
Cuando huele mal la boca,
alcorzas la dan remedio,
que disimulan olfatos:
y las damas deste tiempo,
que faldriqueras oliscan,
si no exhalan el aliento
dorado, vuelven el rostro,
escupen y hacen un gesto.
Con estos pocos de escudos
remediaras tus defetos,
como guantes de polvillos,
lo que duran, poco y bueno.
Pero agora, yendo a vistas
sin un real, por Dios, que temo
que al instante que te mire,
le has de oler a perro muerto.
DON MELCHOR
¿No tengo el bolsillo yo,
que en ser suyo, es de más precio
que cuanto el Oriente cría?
VENTURA
Al que se lleva me atengo.
¿Mas que no tiene seis cuartos?
DON MELCHOR
Hoy has dado en majadero.
VENTURA
Si de mano te enamoras,
seré mano de mortero.
DON MELCHOR
No había de codiciarle
el ladrón, a no estar cierto
de su valor, ni ponerse
a tan evidente riesgo.
VENTURA
¿Hay más de abrirle?
DON MELCHOR
Verasle.

 (Saca un bolsillo lleno.) 

VENTURA
¡Oh Virgen del Buen Suceso!
Dádnosle en esta ocasión,
y otro de cera os ofrezco.
DON MELCHOR
Mira, ¡qué proveído está!
VENTURA
Déjame tomarle el peso.
DON MELCHOR
¿Qué te parece?
VENTURA
Por Dios,
que es en lo pesado un necio.
Alma tiene de arcabuz.
Abrámosle, que recelo
que es barriga de opilada,
y habrá tomado el acero.
 

(Saca DON MELCHOR un envoltorio de papel dentro del cual hay una piedra.)

 
¿Qué es eso?
DON MELCHOR
Un papel preñado.
VENTURA
No será virgen su dueño.
Desenvuélvele.
DON MELCHOR
¿Quién duda
que alguna joya está dentro?
Esto era lo que pesaba.
VENTURA
Date prisa ya, sabremos
si es hijo, o hija.
DON MELCHOR
Hija fue.
VENTURA
Y yo los dolores tengo.
DON MELCHOR

 (Mostrando la piedra.) 

Una piedra es verde oscura,
atada a un listón.
VENTURA
Enfermo
de piedra estaba el bolsillo,
y tú has sido su potrero.
DON MELCHOR
Oye: en este papel dice:
Esta piedra es por extremo
buena para el mal de ijada.
VENTURA
Désele Dios a su dueño,
¿de la ijada, y no es atún?
Enfermedad es de viejos:
y la tapada será
en la edad censo perpetuo.
De pedradas nos ha dado.
¿Queda más?
DON MELCHOR
Sí.
VENTURA
Saca presto.
DON MELCHOR

 (Saca lo que dice.) 

Este es un dedal de plata.
VENTURA
Dedallo fue su embeleco.
DON MELCHOR
Este es un devanador.
VENTURA
Los tuyos son devaneos.
DON MELCHOR
Y es de ébano.
VENTURA
De Eva, no;
que Eva, en fin, andando en cueros,
no te engañara tapada.
No te deshagas del trueco.
DON MELCHOR
Tres sortijas de azabache,
y cuatro de vidro.
VENTURA
El precio
se llevó, y tú la sortija.
DON MELCHOR
Reír me haces.
VENTURA
¿Hay más deso?
DON MELCHOR
No hay otra cosa, Ventura.
VENTURA
Tan mala se le dé el cielo,
como a los dos nos la ha dado.
DON MELCHOR
Yo por tan feliz la tengo,
que en estas prendas adoro,
por la mano en que estuvieron.
Que mañana vuelva aquí
me manda, y alegre espero
alguna ventura oculta,
influencia de su cielo.
VENTURA
¿Y cres tú que volverá?
DON MELCHOR
Pues, ¿hay que dudar en eso,
habiéndolo prometido?
VENTURA
¿A volverte los docientos?
DON MELCHOR
Si yo los admito, sí.
VENTURA
De azotes se los prometo,
si ella hace tal necedad.
DON MELCHOR
¡Qué pesado!
VENTURA
¡Qué ligero!
DON MELCHOR
Por señas, ¿no me mostró
la mano?
VENTURA
El aruñadero,
dirás mejor, de bolsillos.
Vamos a buscar el viejo,
que ha de ser nuestro socorro.
DON MELCHOR
Si a ver aquel ángel vuelvo,
no sé cómo he de poder
casarme.
VENTURA
¿Ángel, y de negro,
con uñas? Llámole diablo.
DON MELCHOR
Es sol de nubes cubierto.
VENTURA
Bien dices que es sol... con uñas.
DON MELCHOR
Vamos; mas oye, ¿qué es eso?

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