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Escena I

 

DOÑA MAGDALENA, de luto bizarro; QUIÑONES.

 
DOÑA MAGDALENA
¿Qué sacas de encarecer
la dicha que he conseguido
en que esposa venga a ser
del primero que he querido,
y que llegue a merecer
las partes que en don Melchor
rindieron mi voluntad
su gentileza, valor,
talle, liberalidad,
discreción, gracia y amor;
Pues todas ésas, Quiñones,
si fueron ponderaciones
primero de mi afición,
ya de mis recelos son
sospechosas ocasiones?
QUIÑONES
No me espanto: todo aquello
que está en ajeno poder,
tiene el gusto por más bello,
y el valor suele perder,
en llegando a poseello.
Juzgaste ayer a tu esposo
por prenda ajena; y así
te pareció más hermoso:
viene a ser tu dueño aquí,
y júzgasle ya enfadoso.
Efímera es tu afición,
toda ayer ponderación,
y hoy desdén toda y mudanza:
¿quién vio morir la esperanza
antes de la posesión?
¿Es posible que tan presto
aborreces lo que amabas?
No en balde luto te has puesto
por los deseos que acabas
de enterrar.
DOÑA MAGDALENA
No estás en esto
de amar, Quiñones, tan diestra,
que los peligros rehúses
que el yugo conyugal muestra;
y así no es mucho que acuses
mi amor, si no eres maestra.
De suerte a don Melchor quiero
después que a esta casa vino,
que si me agradó primero,
mi amor es ya desatino,
pues sin él, morir espero.
Mas, ¿con qué seguridad
rendiré mi voluntad
a quien, con tan fácil fe,
la primer mujer que ve
triunfa de su voluntad?
Hombre que a darme la mano
viene aquí desde León,
y es tan mudable y liviano,
que en la primera ocasión,
liberal y cortesano,
a un manto rinde despojos
y a una mano el alma ofrece,
¿no quieres que me dé enojos?
Quien así se desvanece,
y sin penetrar sus ojos
lo que, por no ver, ignora,
se suspende y enamora;
exagera, sutiliza,
y palabras autoriza,
pues con escudos las dora;
¿qué satisfacción dará
a quien por dueño le espera?
¿O quién me asegurará
de voluntad tan ligera,
que, desposado, no hará
lo mismo con cuantas mire,
y yo con él mal casada,
quejas al alma retire,
llore mi hacienda gastada,
y sus mudanzas suspire?
QUIÑONES
Pues siendo tú quien despierta
su voluntad, y encubierta
diste causa a sus desvelos,
¿de quién puedes formar celos?
DOÑA MAGDALENA
De mí misma. Y está cierta
que si le amé forastero,
doméstico y dueño ya,
dudo, al paso que le quiero.
QUIÑONES
Pues bien, ¿qué remedio da
tu amor?
DOÑA MAGDALENA
Cumplir lo primero
mi palabra en la Vitoria,
y ver si en ella me aguarda.
QUIÑONES
No tendrá de ti memoria;
que tu presencia gallarda,
siendo a sus ojos notoria,
borrará la primer copia
que vio tapada e impropia,
pues se enamoró en bosquejo,
y mudando de consejo,
te olvidará por ti propia.
DOÑA MAGDALENA
Eso, pues, quiero probar.
QUIÑONES
Pues, ¿para qué te vestiste
de luto?
DOÑA MAGDALENA
Para mostrar,
en señal de que estoy triste,
la color de mi pesar.
Todos estos son ardides
de mi amor.
QUIÑONES
¿No puedo yo
saberlos?
DOÑA MAGDALENA
Si los impides,
dándome consejos, no;
mas sí, si a mi amor te mides.
QUIÑONES
¿Pues agora dudas deso?
DOÑA MAGDALENA
Que estoy loca, te confieso.
Pongan el coche.
QUIÑONES
Ya está
a la puerta.
DOÑA MAGDALENA
Importará
para el fin deste suceso,
ya que en este tema doy,
que a casa de doña Juana
(a quien el pésame voy
a dar de su muerta hermana),
mientras que con ella estoy,
hagas llevarme una silla
y un escudero alquilados.
QUIÑONES
Hartos hay en esta villa.
DOÑA MAGDALENA
Después sabrás mis cuidados.
QUIÑONES
¿Y agora no?
DOÑA MAGDALENA
Maravilla
fuera, siendo tú mujer,
no morirte por saber.
Amor, que en todo es astuto,
me ha vestido deste luto,
porque si me llega a ver
hablando con don Melchor
mi hermano o padre, no entienda,
por el vestido, mi amor
secreto, y con él se ofenda.
QUIÑONES
¡Lo que previene el temor!
DOÑA MAGDALENA
Por lo mismo iré también
en silla desconocida.
QUIÑONES
Todo lo dispones bien.
DOÑA MAGDALENA
Ténmela allí apercebida,
y tus albricias prevén,
si don Melchor no me espera
donde ayer me prometió.
QUIÑONES
Dios lo haga desa manera.
DOÑA MAGDALENA
No soy tan dichosa yo.
QUIÑONES
Tú has dado en gentil quimera.
 

(Vanse.)

 


Escena II

 

Lonja del convento de la Victoria.

 
 

DON MELCHOR, VENTURA.

 
VENTURA
¿Es posible que haya amor,
que la hermosura divina
de tal dama menosprecie
por una mujer enigma,
por una mano aruñante,
que con blancura postiza,
a pura muda y salvado,
sus mudanzas pronostica?
¿Sin haberla visto un ojo,
sin saber si es vieja o niña,
nari-judaizante o chata,
desdentada o boquichica?
¡Que en cáscara te enamores!
¡Qué bien del espejo digas,
sin ver no más que la tapa!
¡De una dama en alcancía!
¡De la tumba, por el paño!
¡De la toca, por la lista!
¡Del pastelón por la hojaldre!
¡De la sota por la pinta!
¡De la espada por la vaina!
DON MELCHOR
Ea, ensarta boberías,
eslabona disparates,
y frialdades bufoniza;
que yo he de esperarla aquí.
VENTURA
Y de veras, ¿imaginas
que ha de tornar la bolsona?
DON MELCHOR
Tú verás presto cumplida
la palabra que me dio.
VENTURA
Como oliscara la ninfa
otro bolsillo preñado
de doradas gollorías,
sí hiciera... ¿mas no te agrada
doña Magdalena?
DON MELCHOR
Es... fría.
No me la nombres, Ventura,
que tengo el alma rendida
a la gallarda encubierta;
y si a la mano divina
la hermosura corresponde
del rostro, como adivina
el alma que nunca miente,
mi dichosa suerte estima.
VENTURA
Y si fuese, como creo,
en lugar de Raquel, Lía,
con el un ojo estrellado,
y con el otro en tortilla;
los labios de azul turquí,
cubriendo dientes de alquimia,
jalbegado el frontispicio
a fuer de pastelería,
y como universidad
rotuladas las mejillas,
¿qué has de hacer?
DON MELCHOR
Cuando eso fuese
(que supongo que es mentira),
volvereme a Magdalena,
que si no es hermosa, es rica.
VENTURA
No es tan rica como hermosa.
Mas asentemos que imita
en belleza al sol de enero
la buscona que te hechiza.
¿Si es pobre...?
DON MELCHOR
Eso no lo creas.
VENTURA
¿Y si lo fuese por dicha?
DON MELCHOR
Llevarémela a León,
y con ella en quieta vida,
al yugo de amor atado,
daré dueño a mi familia,
señora a mi herencia corta,
y a mi padre nuera y hija.
VENTURA
¡Buena vejez le acomodas!
Mas si no fuese tan limpia
como tu sangre merece,
envidiada por antigua,
o ya que fuese tan noble
como el árbol de Garnica,
si es doncella despalmada,
como nave que inverniza,
¿qué has de hacer?
DON MELCHOR
Tendrán respuesta
todas tus bachillerías
en viéndola.
VENTURA
¿Cómo sabes
que es su cara a letra vista?
Plegue a Dios que nunca vuelva,
y si vuelve y es pandilla,
que la tripules, y te abra
los ojos santa Lucía.
Mas don Lüis sale aquí
con una enlutada o viuda,
tapada como la nuestra.
DON MELCHOR
Donde hay cebo, todos pican.


Escena III

 

DOÑA MAGDALENA, DON LUIS, DON MELCHOR, VENTURA.

 
DON LUIS
¡Mal haya quien inventó
los mantos, señora mía,
que en España solamente
de tantos gustos nos privan!
Tal presencia, ¡viene sola,
baldada de madre o tía!
Por Dios, hermosa enlutada,
que lo he tenido por dicha.
Enseñadme sólo un ojo,
y jugaré con su niña,
que a la puerta de la iglesia,
bien es que limosna os pida
DOÑA MAGDALENA
Dios me dé, señor, qué daros
A aquel hidalgo querría
hablar.
DON LUIS
¿A cuál?
DOÑA MAGDALENA
Al que está
al lado de aquella pila.
DON LUIS
Ése es mi amigo y pariente.
DOÑA MAGDALENA
Si lo es vuestra cortesía
de la que en él reconozco,
dadme lugar que le diga
cuatro palabras no más.
DON LUIS
Si sois la que él imagina,
y sus bodas desazona,
pedidme, señora, albricias.
DOÑA MAGDALENA
Pídôs pues que despejéis
este lugar.
DON LUIS
Si peligra,
cual dicen, el que anda entre
la cruz y el agua bendita,
primo, entre una y otra estáis,
y aquella dama que os mira,
os quiere hablar: id con tiento,
que debe ser homicida,
pues en fe de lo que mata,
huyendo de la justicia
anda a sombra de tejados,
si el manto los significa.
DON MELCHOR
¿Que me quiere hablar, decís?
DON LUIS
Esto me manda que os diga.
DON MELCHOR
¡Ay, Ventura, que es mi dama!
VENTURA
Viene de requiem vestida.
Otra ganga debe ser;
que hay en Madrid infinitas,
y huelen un forastero
de una legua.
DON MELCHOR
Ésta es la misma
que vi ayer; su talle y cuerpo
me la retratan y pintan.
Primo, adiós.
DON LUIS

 (Volviendo a DOÑA MAGDALENA.) 

Ya llega a veros:
sed con él agradecida;
hechizádmele, señora;
que me va el alma y la vida
en que aborrezca una prenda
que mis gustos tiraniza.

 (Vase.) 



Escena IV

 

DOÑA MAGDALENA, DON MELCHOR, VENTURA.

 
DON MELCHOR
¿Soy yo, señora, el llamado?
VENTURA
¿Sois vos, decid, la escogida?
DON MELCHOR
Ventura, apártate allá.
VENTURA
Sé sumiller de cortina,
descubre aquesa apariencia,
tocarán las chirimías;
que en las tramoyas pareces
poeta de Andalucía.
DOÑA MAGDALENA

 (A DON MELCHOR.) 

¿Conocéis aquesta mano?
DON MELCHOR
¡Ay aurora, ay sol, ay día!
VENTURA

 (Aparte.) 

El cantar del ay, ay, ay,
se nos ha vuelto a Castilla.
DOÑA MAGDALENA
Vengo a cumplir mi palabra.
DON MELCHOR
Si fuésedes tan cumplida
en favores, como en ellas,
viera yo el sol que me eclipsa
la nube de aquese manto.
DOÑA MAGDALENA
También a venir me obliga
la hacienda que usurpo, ajena,
pues es justo restituirla.
DON MELCHOR
Si lo decís por un alma,
que desde ayer fugitiva,
en su casa la echan menos,
yo la doy por bien perdida.
DOÑA MAGDALENA
¿Es vuestra?
DON MELCHOR
Sí, mi señora.
DOÑA MAGDALENA
¡Qué traviesa es! ¡Qué atrevida!
No me ha dejado dormir
toda esta noche; registra
curiosa cuántas potencias
pensamientos ejercitan;
y siendo huéspeda, se hace
mandona en mi casa misma.
Prométoos que a no venir
esta mañana una amiga
por ella, que es su señora,
me diera muy triste vida.
DON MELCHOR
¡Señora suya, y no vos!
¿Quién os dijo tal mentira?
DOÑA MAGDALENA
Una doña Magdalena,
noble, cuerda, hermosa y rica.
Tenedme por tan curiosa,
desde ayer a medio día,
que hice en vuestra información
diligencias exquisitas.
Sé que venís a casaros
con el fénix de las Indias,
que vuestro amor pesa a pesos
y en vos esperanzas libra.
Sé que os llamáis don Melchor,
que os ilustra sangre limpia,
que sois pobre y caballero,
y que hoy han de estar escritas
vuestras bodas y conciertos:
mirad ¡cuán necia es quien fía
en palabras forasteras,
falsas, si ponderativas!
Si, como os mostré una mano
ayer, menos advertida
os permitiera cebar
en mi rostro vuestra vista,
¡qué burlada que quedara,
siendo después conocida,
y ocasionando en mi ofensa
pesados motes y risas!
Bien haya quien hizo mantos.
DON MELCHOR
Mal haya quien no se olvida,
por la sal de aquesa lengua,
de cuantas bellezas mira.
Verdadera información
habéis hecho, y tan cumplida
como la fe con que os amo;
mas creed, tapada mía,
que obligado a diligencias
tan amorosas y dignas
de la eterna estimación;
si como el alma imagina,
sois hermosa (que sí sois,
pues por más que el manto impida
milagros que reverencio,
es mi amor lince en la vista);
ni el oro, ni la belleza,
ni imposibles de la envidia,
tienen de ser poderosos
a que no os adore y sirva.
A vuestra competidora
vi ayer (vuestro amor permita
que aquesta nombre la dé,
y si no, el de mi enemiga),
y pudo tanto el cristal
de aquesa mano divina,
que elevado en su memoria,
me pareció... No es bien diga
de mujer, y más ausente,
faltas que la cortesía,
de que siempre me he preciado,
con razón desautorizan.
Pareciome, en fin, ni hermosa,
ni digna de que compita
con vos, ni mi amor querrá
que la libertad la rinda.
Ésta es vuestra, y es razón
que conozca la cautiva
la cara de su señora.
Mi amor aquesto os suplica.
Baste ya tanto recato.
DOÑA MAGDALENA
Casi estaba persuadida
a agradaros... Pero no,
que vuestro deseo me pinta
más bella de lo que soy,
y temo perder la estima
en que estoy, imaginada,
cuando no la iguale, vista.
Aunque no quiero tampoco
desacreditar la dicha
que en vuestro amor intereso
si por no verme se entibia.
Yo os juro a fe de quien soy,
si es lícito que se siga
la pública voz y fama
que tengo en aquesta villa,
que no es doña Magdalena
ni más bella, ni más rica,
ni más moza, ni más sabia,
ni más noble, ni más digna
de serviros y estimaros,
que yo; y aunque coronista
de mis mismas alabanzas,
en competencias se admitan,
si no crêis estas verdades.
DON MELCHOR
Por la luz pura y divina
que amante adoro y no veo,
que os juzgo por maravilla
de la belleza, y que os hace
la comparación traída
agravio en mi estimación,
como la noche hace al día.
DOÑA MAGDALENA
Haced una cosa pues:
los conciertos se despidan
desa doña Magdalena
que mi quietud martiriza.
No viváis más en su casa,
y llevándoos yo a la mía,
averiguaréis verdades
que el temor desacredita.
DON MELCHOR
Que me place dos mil veces.
Y porque vais persuadida
del poco amor que la tengo,
sabed que aquél que venía
con vos, y de vuestra parte
me llamó, es mi sangre misma,
y la que aborrezco adora.
DOÑA MAGDALENA
Ya lo sé.
DON MELCHOR
Haré que la pida
a su padre, y yo cediendo
la acción que tengo a su dicha,
serviré de intercesor,
sin dudar que la consigan
tres mil ducados de renta
que a don Lüis acreditan,
y el ser su deudo también.


Escena V

 

SANTILLANA, DOÑA MAGDALENA, DON MELCHOR, VENTURA.

 
SANTILLANA

 (A DOÑA MAGDALENA.) 

Acabado se han las misas,
y ya la iglesia está sola.
DOÑA MAGDALENA
No traigo yo tanta prisa.
Aguardaos un poco allá.
SANTILLANA

 (Aparte.) 

¡Qué señora tan prolija!
VENTURA

 (Habla aparte con SANTILLANA.) 

¡Ah señor Nuño Salido!
Vuesa ancianidad se sirva
de escucharme mil palabras.
SANTILLANA
¿Es vuesancé taravilla?
VENTURA
¿Cómo ha nombre?
SANTILLANA
Santillana.
VENTURA
¿Y el que sacó de la pila?
SANTILLANA
Ése es Suero.
VENTURA
Sorberanle
éticos, que el suero alivia.
¿Cuánto ha que sirve a esta dama?
SANTILLANA
Dos horas, aún no cumplidas,
ha que me alquiló una dueña
por coadjutor de una silla.
VENTURA
Luego, ¿no sabe quién es?
SANTILLANA
No, señor.
VENTURA
¿A mí pandillas?
So pena de la ración
le mandan que no lo diga;
pero aquí está un real de a cuatro,
que secretos desvalija
de arrugados entrecejos:
diga quién es, si le brindan.
SANTILLANA

 (Aparte.) 

(Estafar a un paje destos
es hazaña peregrina.
Los cuatro reales me tocan.
Desta vez le doy papilla.)
Mucho puede el hipocrás
que cierta despensa cría,
a que los cuatro condeno,
aunque más mi ama me riña.

 (Va a coger la moneda que VENTURA le ha mostrado.) 

VENTURA
No: tengamos y tengamos,
que temo alguna engañifa.
SANTILLANA
Soy contento. Esta señora,
por este hidalgo perdida,
viene a hablarle a lo cubierto
sin más gente y compañía,
que la que en mis años ve.
VENTURA
Más trae que doce tías.
SANTILLANA
Y es... No ha de decirlo a nadie,
si no es que le pida albricias
de su ventura a su dueño.
VENTURA
Pierda cuidado y prosiga.
SANTILLANA
Es la condesa...
VENTURA
¿Condesa?
SANTILLANA
De Chirinola.
VENTURA
En la China
estará el chiri-condado.
SANTILLANA
No, señor, que es la provincia
de Nápoles.
VENTURA
¡Chirinola!
Llamarase Chirimía
la condesa. ¿Y dónde vive?
SANTILLANA
Vive en la calle de Silva,
en una casa de rejas
azules, con celosías.
DOÑA MAGDALENA
El luto que pena os da,
de un pobre viejo me libra,
que ayer supe que murió;
y antes de aguardar visitas
y pésames, vine a veros
con un escudero y silla,
que excusan coche y criados.
SANTILLANA

 (A VENTURA.) 

¿Falta más?
VENTURA
Sí.
SANTILLANA
Pues aprisa
VENTURA
¿Es casada esta condesa?
SANTILLANA
Ya dicen que se le endilga,
hablando a lo labrador.
DON MELCHOR
En fin, ¿mi amor no os obliga
a que lo que por fe adoro
vea?
DOÑA MAGDALENA
Soy agradecida,
y quiero de vos saber
si soy, como otros afirman,
más que doña Magdalena
hermosa. Aplicad la vista
a este ojo, fiador de estotro.

 (Descubre el un ojo.) 

DON MELCHOR
Decid nueva maravilla
del cielo, decid que es sol
con rayos que vivifican
el alma, en su ausencia muerta.
¡Ah Ventura, Venturilla!
VENTURA

 (A su amo.) 

Señor.

 (A SANTILLANA.) 

Adiós, escudante,
que yo pagaré esta dita.

 (Guárdase la moneda.) 

SANTILLANA

 (Aparte.) 

¡Mal hubiese el escudero
que de pajancos se fía!
VENTURA
¿Qué manda vuesa merced?
DON MELCHOR
Mira la belleza en cifra
del cielo deste lucero,
porque después no me digas
que es mi repudiada esposa
más hermosa, ni más digna
del empleo de mi amor.
VENTURA
Mata, rinde, esplende, brilla,
hermoso rasgón de gloria,
luminosa saetía
para las flechas de amor.
Sé culto aquí, critiquiza.

 (A su amo.) 

DON MELCHOR
Mostradme su compañero.
DOÑA MAGDALENA
Que me place.

 (Enséñale el otro ojo, tapada.) 

VENTURA
¿Son reliquias
de una en una?
DON MELCHOR
¡Hay tal belleza!
VENTURA
Ya, ojos, pierdo la ojeriza
con que el bolso nos aojastes.
Ojalá ese ojal vista
el dios sin ojos ni ojetes,
pues es hojuela en almíbar.
Ojo a la margen, señor.
DOÑA MAGDALENA
¿Paréceos que con justicia
podrán competir mis ojos
con los que amor autoriza
en vuestra dama?
DON MELCHOR
¡Jesús!
No os enjuréis a vos misma
con esa comparación;
que aquéllos son...
VENTURA
Porquería.
DOÑA MAGDALENA
Esa sentencia pretendo
pagaros reconocida
con esta firmeza.
VENTURA
Vaya.
DOÑA MAGDALENA
Y a vos con esta sortija.
VENTURA
¡Oh mano, más celebrada...!
(Iba a decir que una misa
nueva y de aldea; mas no,
que es descompuesta osadía.)
Mano, si en bolsillos fiera,
en sortijas franca y linda
mano ginovesa o fúcar,
mano de papel batida,
mano de reloj de Flandes,
de cabrito o de cabrita,
de almirez que hace almendrada,
y de misal manecilla;
ésta es mano, y no la otra,
flemática, floja y fría,
frágil, follona, fullera,
fiera, fregona y Francisca.
¡Oh mano, en fin, de condesa
chirinola, o chilindrina!
Pues si acierta el escudero,
es mano de señoría.
SANTILLANA
¿Queréis callar?
DON MELCHOR
¿Cómo es eso?
VENTURA
No hay verdad que oculta viva.
Condesa de Chirinola
sois: esta vejez lo afirma.
DON MELCHOR
¿Condesa, mi bien?
DOÑA MAGDALENA
Creed,
aunque al parlero despida,
lo que os esté bien en eso.
SANTILLANA

 (Aparte.) 

Apoyose mi mentira.
DOÑA MAGDALENA
Y en vuestra fe confiada,
adiós.
DON MELCHOR
Veréisla cumplida
antes que amanezca. Adiós.
VENTURA
¡Oh mano que mana minas!
 

(Vanse.)

 


Escena VI

 

Sala en casa de DON SEBASTIÁN.

 
 

DOÑA ÁNGELA, DON SEBASTIÁN.

 
DON SEBASTIÁN
¿Cómo podré yo estorbar
que este don Melchor se case
y de celos no me abrase?
DOÑA ÁNGELA
Hoy se tienen de firmar
las escrituras; mañana,
que es fiesta, su amor espera
la amonestación primera.
DON SEBASTIÁN
Y en ella mi muerte, hermana.
¡Nunca él hubiera venido
a Madrid!
DOÑA ÁNGELA
¡Pluguiera a Dios
si se han de casar los dos!
DON SEBASTIÁN
Ya tu amor he conocido.
Bien le quieres.
DOÑA ÁNGELA
Es verdad.
DON SEBASTIÁN
Hasta en eso me pareces.
Más que a don Melchor mereces,
por tu sangre y tu beldad.
Mas, en fin, los dos se casan,
y los dos de pena y celos
perecemos.
DOÑA ÁNGELA
Mis desvelos
del justo límite pasan
que el amor, de sólo un día,
permite.
DON SEBASTIÁN
Darle la muerte.
DOÑA ÁNGELA
Medio es el que escoges fuerte,
y contra la elección mía,
que haciéndola en don Melchor,
se juzga bien empleada.
DON SEBASTIÁN
Muriendo él, aunque te agrada,
también morirá tu amor.
Pero hagamos una cosa:
esta boda alborotemos.
DOÑA ÁNGELA
¿De qué manera podremos?
DON SEBASTIÁN
Diré que me dio de esposa
el sí doña Magdalena.
DOÑA ÁNGELA
¿Dónde hallarás los testigos?
DON SEBASTIÁN
Criados tengo y amigos.
DOÑA ÁNGELA
Para dilatalla es buena;
mas no para disuadilla.
DON SEBASTIÁN
Como agora se suspenda,
mi calidad y mi hacienda
bastarán a persuadilla.
Viejo es su padre: ¿quién duda
que su edad será avarienta?
Seis mil ducados de renta
(si el oro todo lo muda),
y el hábito que ya espero,
¿qué cosa no alcanzarán?
DOÑA ÁNGELA
Don Melchor es muy galán.
DON SEBASTIÁN
Pero más lo es el dinero.
Hasta intentallo, ¿qué importa?
DOÑA ÁNGELA
Nada; mas desto te advierto,
que si el desposorio es cierto,
por ser mi ventura corta,
no he de estar más un instante
en esta casa.
DON SEBASTIÁN
Yo voy,
pues los conciertos son hoy,
a negociar lo importante
para impedillos.
DOÑA ÁNGELA
Ardid
es provechoso, como halles
testigos.
DON SEBASTIÁN
Tiene en sus calles
todos los vicios Madrid.
Haz cuenta que es una tienda
de toda mercadería.
Siendo así, ¡bueno sería
que aquí el interés no venda
testigos falsos!
DOÑA ÁNGELA
Allana
con éstos cuanto dinero
tengo.
DON SEBASTIÁN
Más barato espero
negociar. Adiós, hermana.

 (Vase.) 



Escena VII

 

VENTURA, DOÑA ÁNGELA.

 
VENTURA
Buscaba a señor el viejo,
y pensé que estaba aquí.
DOÑA ÁNGELA
Aguardaos: no os vais así.
VENTURA
Voime porque a mi amo dejo
esperándome.
DOÑA ÁNGELA
Escuchad.
VENTURA
¿Qué manda vuestra hermosura?
DOÑA ÁNGELA
¿Cómo os llamáis?
VENTURA
Yo, Ventura.
DOÑA ÁNGELA
Buen nombre.
VENTURA
Es de calidad,
que soy muy cálido y franco;
pero aunque el nombre me alegra,
es por ser mi dicha negra,
llamar al negro, Juan Blanco.
DOÑA ÁNGELA
¿No venistes vos anoche
de León?
VENTURA
Vine.
DOÑA ÁNGELA
Un secreto
me guardad, si sois discreto.
VENTURA
Mejor lo guardo que un coche.
DOÑA ÁNGELA
Esta sortija os obligue.
VENTURA
¡Oh mano, también perfeta!

 (Aparte.) 

(¿Qué lapidario planeta
mi dicha ensortija y sigue?)
Fuera Alejandro discreto,
si cuando a la obligación
de su amigo Efestïón
puso el anillo en secreto,
la mano en lugar del labio,
le honrara, pues le selló;
que pues no se le dio,
ni fue liberal, ni sabio.
Mas yo que con él me quedo,
mejor le sabré guardar,
pues para poder callar,
me pondré en la boca el dedo,
digo, el de este anillo, freno
que mudo a la lengua doy.
DOÑA ÁNGELA
¿Sabéis, Ventura, quién soy?
VENTURA
Sois cielo de amor sereno.
DOÑA ÁNGELA
¿Podría yo competir,
en materia de querer,
con quien esposa ha de ser
de don Melchor?
VENTURA
Y salir
triunfante del mejor rayo
con que el sol alumbra el mapa,
pues sin haber sido papa,
me hacéis de anillo lacayo.
DOÑA ÁNGELA
¿Tiene doña Magdalena
muy tierno a vuestro señor?
VENTURA
Más lejos está su amor,
que París de Cartagena.
DOÑA ÁNGELA
¿Que no la tiene afición,
y es de su venida el norte?
VENTURA
Como a un alguacil de corte
que entra a hacer la ejecución.
Más faltas en ella nota
que en una mujer preñada,
que en una mula fiada,
y un juego, en fin, de pelota.
No se casará con ella,
aunque le hagan gran Sofí.
DOÑA ÁNGELA
Pues, ¿para qué vino aquí?
VENTURA
Cierta señoría bella
(ya que todo lo desbucho)
aquestas bodas enfría.
DOÑA ÁNGELA
¿Señoría?
VENTURA
Señoría.
DOÑA ÁNGELA
¿Y se quieren mucho?
VENTURA
Mucho.
DOÑA ÁNGELA
¿Quién es ella?
VENTURA
Una condesa
de medio ojo y una mano,
que el reino napolitano
le dio la pinta y la presa,
y ella a mí me dio el anillo
que veis.
DOÑA ÁNGELA
¿Y cómo se llama?
VENTURA
Digo yo que es nuestra dama
la condesa del bolsillo.
DOÑA ÁNGELA
¿Adónde cae ese Estado?
VENTURA
Si no perdí la memoria,
cae dentro de la Vitoria;
que es condesa de pescado.
DOÑA ÁNGELA
Hablad de veras.
VENTURA
Por Dios,
que le ha enamorado allí
el mejor ojo que vi
(no os haciendo agravio a vos),
y la mano más brillosa
que el jabón de Chipre honró.
Hoy la palabra nos dio
de que ha de ser nuestra esposa,
como a estotra Magdalena
olvide, y deje su casa.
Esto es todo lo que pasa;
mas no os dé, señora, pena,
que en sabiendo vuestro amor
mudará de parecer,
porque sólo dejó ver
la condesa a don Melchor
un par de ojos y una mano.
Mostralde vos la nariz,
con el rosado matiz
dese rostro soberano,
el hocico y dentadura,
cocándole con el dote;
que a Magdalena y su bote
olvidará, y por Ventura
(digo por mí) a la Condesa;
pues si aquí con vos se casa,
todo en fin se cae en casa.

 (Aparte.) 

(De lo parlado me pesa;
mas este anillo me quita
el frenillo del secreto;
que es como salvia, en efeto,
que la lengua facilita.)

 (Vase.) 


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