«Esta comedia ofrece una pintura fiel del estado actual de
nuestro teatro (dice el prólogo de su primera
edición); pero ni en los personajes ni en las alusiones se
hallará nadie retratado con aquella identidad que es
necesaria en cualquier copia, para que por ella pueda indicarse el
original. Procuró el autor, así en la
formación de la fábula como en la elección de
los caracteres, imitar la naturaleza en lo universal, formando de
muchos un solo individuo.»
En
el prólogo que precede a la edición de Parma se dice:
«De muchos escritores ignorantes que abastecen nuestra escena
de comedias desatinadas, de sainetes groseros, de tonadillas necias
y escandalosas, formó un don Eleuterio; de muchas mujeres
sabidillas y fastidiosas, una doña Agustina; de muchos
pedantes erizados, locuaces, presumidos de saberlo todo, un don
Hermógenes; de muchas farsas monstruosas, llenas de
disertaciones morales, soliloquios furiosos, hambre calagurritana,
revista de ejércitos, batallas, tempestades, bombazos y
humo, formó El gran cerco de Viena; pero ni
aquellos personajes, ni esta pieza existen.»
Don
Eleuterio es, en efecto, el compendio de todos los malos poetas
dramáticos que escribían en aquella época, y
la comedia de que se le supone autor, un monstruo imaginario,
compuesto de todas las extravagancias que se representaban entonces
en los teatros de Madrid. Si en esta obra se hubiesen ridiculizado
los desaciertos de Cañizares, Añorbe o Zamora,
inútil ocupación hubiera sido censurar a quien ya no
podía enmendarse ni defenderse.
Las
circunstancias de tiempo y lugar, que tanto abundan en esta pieza,
deben ya necesariamente hacerla perder una parte del aprecio
público, por haber desaparecido o alterádose los
originales que imitó; pero el transcurso mismo del tiempo la
hará más estimable a los que apetezcan adquirir
conocimiento del estado en que se hallaba nuestra dramática
en los veinte años últimos del siglo anterior.
Llegará sin duda la época en que desaparezca de la
escena (que en el género cómico sólo sufre la
pintura de los vicios y errores vigentes); pero será un
monumento de historia literaria, único en su género,
y no indigno tal vez de la estimación de los doctos.
Luego que el autor se la leyó a la compañía de
Ribera, que la debía representar, empezaron a conmoverse los
apasionados de la compañía de Martínez.
Cómicos, músicos, poetas, todos hicieron causa
común, creyendo que de la representación de ella
resultaría su total descrédito y la ruina de sus
intereses. Dijeron que era un sainete largo, un diálogo
insulso, una sátira, un libelo infamatorio; y bajo este
concepto se hicieron reclamaciones enérgicas al gobierno
para que no permitiera su publicación. Intervino en su
examen la autoridad del presidente del consejo, la del corregidor
de Madrid y la del vicario eclesiástico; sufrió cinco
censuras, y resultó de todas ellas que no era un libelo sino
una comedia escrita con arte, capaz de producir efectos muy
útiles en la reforma del teatro. Los cómicos la
estudiaron con esmero particular, y se acercaba el día de
hacerla. Los que habían dicho antes que era un
diálogo insípido, temiendo que tal vez no le
pareciese al público tan mal como a ellos, trataron de
juntarse en gran número, y acabar con ella en su primera
representación, la cual se verificó en el Teatro del
Príncipe, el día 7 de febrero de 1792.
El
concurso la oía con atención, sólo
interrumpida por sus mismos aplausos; los que habían de
silbarla no hallaban la ocasión de empezar, y su
desesperación llegó al extremo cuando creyeron ver su
retrato en la pintura que hace don Serapio de la ignorante plebe
que en aquel tiempo favorecía o desacreditaba el
mérito de las piezas y de los actores, y tiranizando el
teatro concedía su protección a quien más se
esmeraba en solicitarla por los medios que allí se indican.
El patio recibió la lección áspera que se le
daba, con toda la indignación que era de temer en quien iba
tan mal dispuesto a recibirla; lo restante del auditorio
logró imponer silencio a aquella irritada muchedumbre, y los
cómicos siguieron más animados desde entonces y con
más seguridad del éxito. Al exclamar don Eleuterio en
la escena VIII del acto II: ¡Picarones!
¿Cuándo han visto ellos comedia mejor?, supo
decirlo el actor que desempeñaba este papel con
expresión tan oportunamente equívoca que la mayor
parte del concurso (aplicando aquellas palabras a lo que estaba
sucediendo), interrumpió con aplausos la
representación. La turba de los conjurados perdió la
esperanza y el ánimo, y el general aprecio que obtuvo en
aquel día esta comedia no pudo ser más conforme a los
deseos del autor.
Manuel Torres sobresalió en el papel de don Pedro,
dándole toda la nobleza y expresión que pide; Juana
García, en el de doña Mariquita, mereció
general estimación, nada dejó que desear, y dio a las
tareas de los artífices asunto digno; Polonia Rochel
representó con acierto la presunción necia de
doña Agustina; el excelente actor Mariano Querol
pintó en don Hermógenes un completo pedante, escogido
entre los muchos que pudo imitar. Manuel García Parra
excitó el entusiasmo del público con su papel de don
Eleuterio: la voz, el gesto, los ademanes, el traje, todo fue tan
acomodado al carácter que representó, que
parecía en él naturaleza lo que era estudio.
Escena
I
|
|
DON ANTONIO,
PIPÍ.
|
|
(DON ANTONIO
sentado junto a una mesa; PIPÍ
paseándose.)
|
DON ANTONIO.- Parece que se hunde el techo.
Pipí.
|
PIPÍ.- Señor...
|
DON ANTONIO.- ¿Qué gente hay
arriba, que anda tal estrépito? ¿Son locos?
|
PIPÍ.- No, señor; poetas.
|
DON ANTONIO.- ¿Cómo poetas?
|
PIPÍ.- Sí, señor;
¡así lo fuera yo! ¡No es cosa! Y han tenido una
gran comida: Burdeos, pajarete, marrasquino, ¡uh!
|
DON ANTONIO.- ¿Y con qué motivo se
hace esa francachela?
|
PIPÍ.- Yo no sé; pero supongo que
será en celebridad de la comedia nueva que se representa
esta tarde, escrita por uno de ellos.
|
DON ANTONIO.- ¿Conque han hecho una
comedia? ¡Haya picarillos!
|
PIPÍ.- ¿Pues qué, no lo
sabía usted?
|
DON ANTONIO.- No, por cierto.
|
PIPÍ.- Pues ahí está el
anuncio en el diario.
|
DON ANTONIO.- En efecto, aquí está
(Leyendo el diario, que está sobre la
mesa.) : COMEDIA NUEVA INTITULADA EL GRAN CERCO DE
VIENA. ¡No es cosa! Del sitio de una ciudad hacen una
comedia. Si son el diantre. ¡Ay, amigo Pipí,
cuánto más vale ser mozo de café que poeta
ridículo!
|
PIPÍ.- Pues mire usted, la verdad, yo me
alegrara de saber hacer, así, alguna cosa...
|
DON ANTONIO.- ¿Cómo?
|
PIPÍ.- Así, de versos... ¡Me
gustan tanto los versos!
|
DON ANTONIO.- ¡Oh!, los buenos versos son
muy estimables; pero hoy día son tan pocos los que saben
hacerlos; tan pocos, tan pocos.
|
PIPÍ.- No, pues los de arriba bien se
conoce que son del arte. ¡Válgame Dios, cuántos
han echado por aquella boca! Hasta las mujeres.
|
DON ANTONIO.- ¡Oiga!
¿También las señoras decían
coplillas?
|
PIPÍ.- ¡Vaya! Allí hay una
doña Agustina, que es mujer del autor de la comedia...
¡Qué! Si usted viera... Unas décimas
componía de repente... No es así la otra, que en toda
la mesa no ha hecho más que retozar con aquel don
Hermógenes, y tirarle miguitas de pan al
peluquín.
|
DON ANTONIO.- ¿Don Hermógenes
está arriba? ¡Gran pedantón!
|
PIPÍ.- Pues con ése se ha estado
jugando; y cuando la decían: «Mariquita, una copla,
vaya una copla», se hacía la vergonzosa; y por
más que la estuvieron azuzando a ver si rompía, nada.
Empezó una décima, y no la pudo acabar, porque
decía que no encontraba el consonante; pero doña
Agustina, su cuñada... ¡Oh!, aquélla sí.
Mire usted lo que es... Ya se ve, en teniendo vena.
|
DON ANTONIO.- Seguramente. ¿Y
quién es ése que cantaba poco ha y daba aquellos
gritos tan descompasados?
|
PIPÍ.- ¡Oh! Ese es don Serapio.
|
DON ANTONIO.- Pero ¿qué es?
¿Qué ocupación tiene?
|
PIPÍ.- Él es... Mire usted. A
él le llaman don Serapio.
|
DON ANTONIO.- ¡Ah, sí! Ése
es aquel bullebulle que hace gestos a las cómicas, y las
tira dulces a la silla cuando pasan, y va todos los días a
saber quién dio cuchillada; y desde que se levanta hasta que
se acuesta no cesa de hablar de la temporada de verano, la chupa
del sobresaliente y las partes de por medio.
|
PIPÍ.- Ese mismo. ¡Oh! Ése
es de los apasionados finos. Aquí se viene por las
mañanas a desayunar; y arma unas disputas con los
peluqueros, que es un gusto oírle. Luego se va allá
abajo, al barrio de Jesús; se juntan cuatro amigos, hablan
de comedias, altercan, ríen, fuman en los portales. Don
Serapio los introduce aquí y acullá hasta que da la
una, se despiden, y él se va a comer con el apuntador.
|
DON ANTONIO.- ¿Y ese don Serapio es amigo
del autor de la comedia?
|
PIPÍ.- ¡Toma! Son uña y
carne. Y él ha compuesto el casamiento de doña
Mariquita, la hermana del poeta, con don Hermógenes.
|
DON ANTONIO.- ¿Qué me dices?
¿Don Hermógenes se casa?
|
PIPÍ.- ¡Vaya si se casa! Como que
parece que la boda no se ha hecho ya porque el novio no tiene un
cuarto ni el poeta tampoco; pero le ha dicho que con el dinero que
le den por esta comedia, y lo que ganará en la
impresión, les pondrá casa y pagará las deudas
de don Hermógenes, que parece que son bastantes.
|
DON ANTONIO.- Sí serán.
¡Cáspita si serán! Pero, y si la comedia
apesta, y por consecuencia ni se la pagan ni se vende,
¿qué harán entonces?
|
PIPÍ.- Entonces, ¿qué
sé yo? Pero ¡qué! No, señor. Si dice don
Serapio que comedia mejor no se ha visto en tablas.
|
DON ANTONIO.- ¡Ah! Pues si don Serapio lo
dice, no hay que temer. Es dinero contante, sin remedio.
Figúrate tú si don Serapio y el apuntador
sabrán muy bien dónde les aprieta el zapato, y
cuál comedia es buena y cuál deja de serlo.
|
PIPÍ.- Eso digo yo; pero a veces... Mire
usted, no hay paciencia. Ayer, ¡qué!, les hubiera dado
con una tranca. Vinieron ahí tres o cuatro a beber ponche, y
empezaron a hablar, hablar de comedias. ¡Vaya! Yo no me puedo
acordar de lo que decían. Para ellos no había nada
bueno: ni autores, ni cómicos, ni vestidos, ni
música, ni teatro. ¿Qué sé yo
cuánto dijeron aquellos malditos? Y dale con el arte; el
arte, la moral y... Deje usted, las... ¿Si me
acordaré? Las... ¡Válgate Dios!
¿Cómo decían? Las... las reglas...
¿Qué son las reglas?
|
DON ANTONIO.- Hombre, difícil es
explicártelo. Reglas son unas cosas que usan allá los
extranjeros, principalmente los franceses.
|
PIPÍ.- Pues, ya decía yo: esto no
es cosa de mi tierra.
|
DON ANTONIO.- Sí tal, aquí
también se gastan, y algunos han escrito comedias con
reglas; bien que no llegarán a media docena (por mucho que
se estire la cuenta) las que se han compuesto.
|
PIPÍ.- Pues, ya se ve; mire usted,
¡reglas! No faltaba más. ¿A que no tiene reglas
la comedia de hoy?
|
DON ANTONIO.- ¡Oh! Eso yo te lo
fío; bien puedes apostar ciento contra uno a que no las
tiene.
|
PIPÍ.- Y las demás que van
saliendo cada día tampoco las tendrán, ¿no es
verdad, usted?
|
DON ANTONIO.- Tampoco.¿Para qué?
No faltaba otra cosa, sino que para hacer una comedia se gastaran
reglas. No, señor.
|
PIPÍ.- Bien; me alegro. Dios quiera que
pegue la de hoy, y luego verá usted cuántas escribe
el bueno de don Eleuterio. Porque, lo que él dice: si yo me
pudiera ajustar con los cómicos a jornal, entonces...
¡ya se ve! Mire usted si con un buen situado podía
él...
|
DON ANTONIO.- Cierto.
(Aparte.) ¡Qué
simplicidad!
|
PIPÍ.- Entonces escribiría.
¡Qué! Todos los meses sacaría dos o tres
comedias. Como es tan hábil...
|
DON ANTONIO.- ¿Conque es muy
hábil, eh?
|
PIPÍ.- ¡Toma! Poquito le quiere el
segundo barba; y si en él consistiera, ya se hubiesen echado
las cuatro o cinco comedias que tiene escritas; pero no han querido
los otros, y ya se ve, como ellos lo pagan. En diciendo: no nos ha
gustado o así, andar, ¡qué diantres! Y luego,
como ellos saben lo que es bueno; y en fin, mire usted si ellos...
¿No es verdad?
|
DON ANTONIO.- Pues ya.
|
PIPÍ.- Pero deje usted, que aunque es la
primera que le representan, me parece a mí que ha de dar el
golpe.
|
DON ANTONIO.- ¿Conque es la primera?
|
PIPÍ.- La primera. Si es mozo
todavía. Yo me acuerdo... Habrá cuatro o cinco
años que estaba de escribiente ahí, en esa
lotería de la esquina, y le iba muy ricamente; pero como
después se hizo paje, y el amo se le murió a lo
mejor, y él se había casado de secreto con la
doncella, y tenía ya dos criaturas, y después le han
nacido otras dos o tres, viéndose él así, sin
oficio ni beneficio, ni pariente, ni habiente, ha cogido y se ha
hecho poeta.
|
DON ANTONIO.- Y ha hecho muy bien.
|
PIPÍ.- Pues, ya se ve; lo que él
dice: si me sopla la musa, puedo ganar un pedazo de pan para
mantener aquellos angelitos, y así ir trampeando hasta que
Dios quiera abrir camino.
|
Escena
III
|
|
DON SERAPIO,
DON ELEUTERIO,
DON PEDRO, DON ANTONIO, PIPÍ.
|
DON SERAPIO.- ¡Pero, hombre, dejarnos
así! (Bajando la escalera, salen por la puerta
del foro.)
|
DON ELEUTERIO.- Si se lo he dicho a usted ya. La
tonadilla que han puesto a mi función no vale nada, la van a
silbar, y quiero concluir esta mía para que la canten
mañana.
|
DON SERAPIO.- ¿Mañana?
¿Conque mañana se ha de cantar, y aún no
están hechas ni letra ni música?
|
DON ELEUTERIO.- Y aun esta tarde pudieran
cantarla, si usted me apura. ¿Qué dificultad? Ocho o
diez versos de introducción, diciendo que callen y atiendan,
y chitito. Después unas cuantas coplillas del mercader que
hurta, el peluquero que lleva papeles, la niña que
está opilada, el cadete que se baldó en el portal;
cuatro equivoquillos, etc., y luego se concluye con seguidillas de
la tempestad, el canario, la pastorcilla y el arroyito. La
música ya se sabe cuál ha de ser: la que se pone en
todas; se añade o se quita un par de gorgoritos, y estamos
al cabo de la calle.
|
DON SERAPIO.- ¡El diantre es usted,
hombre! Todo se lo halla hecho.
|
DON ELEUTERIO.- Voy, voy a ver si la concluyo;
falta muy poco. Súbase usted. (DON ELEUTERIO se sienta junto a una
mesa inmediata al foro; saca papel y tintero, y
escribe.)
|
DON SERAPIO.- Voy allá; pero...
|
DON ELEUTERIO.- Sí, sí,
váyase usted; y si quieren más licor, que lo suba el
mozo.
|
DON SERAPIO.- Sí, siempre será
bueno que lleven un par de frasquillos más. Pipí.
|
PIPÍ.- Señor.
|
DON SERAPIO.- Palabra. (Habla en
secreto con PIPÍ y
vuelve a irse por la puerta del foro; PIPÍ toma del aparador unos
frasquillos y se va por la misma parte.)
|
DON ANTONIO.- ¿Cómo va, amigo don
Pedro? (DON
ANTONIO se sienta cerca de DON PEDRO.)
|
DON PEDRO.- ¡Oh, señor don Antonio!
No había reparado en usted. Va bien.
|
DON ANTONIO.- ¿Usted a estas horas por
aquí? Se me hace extraño.
|
DON PEDRO.- En efecto, lo es; pero he comido
ahí cerca. A fin de mesa se armó una disputa entre
dos literatos que apenas saben leer. Dijeron mil
despropósitos, me fastidié y me vine.
|
DON ANTONIO.- Pues con ese genio tan raro que
usted tiene, se ve precisado a vivir como un ermitaño en
medio de la corte.
|
DON PEDRO.- No, por cierto. Yo soy el primero en
los espectáculos, en los paseos, en las diversiones
públicas; alterno los placeres con el estudio; tengo pocos,
pero buenos amigos, y a ellos debo los más felices instantes
de mi vida. Si en las concurrencias particulares soy raro algunas
veces, siento serlo; pero ¿qué le he de hacer? Yo no
quiero mentir, ni puedo disimular; y creo que el decir la verdad
francamente es la prenda más digna de un hombre de bien.
|
DON ANTONIO.- Sí; pero cuando la verdad
es dura a quien ha de oírla, ¿qué hace
usted?
|
DON PEDRO.- Callo.
|
DON ANTONIO.- ¿Y si el silencio de usted
le hace sospechoso?
|
DON PEDRO.- Me voy.
|
DON ANTONIO.- No siempre puede uno dejar el
puesto, y entonces...
|
DON PEDRO.- Entonces digo la verdad.
|
DON ANTONIO.- Aquí mismo he oído
hablar muchas veces de usted. Todos aprecian su talento, su
instrucción y su probidad; pero no dejan de extrañar
la aspereza de su carácter.
|
DON PEDRO.- ¿Y por qué? Porque no
vengo a predicar al café. Porque no vierto por la noche lo
que leí por la mañana. Porque no disputo, ni ostento
erudición ridícula, como tres, o cuatro, o diez
pedantes que vienen aquí a perder el día, y a excitar
la admiración de los tontos y la risa de los hombres de
juicio. ¿Por eso me llaman áspero y extravagante?
Poco me importa. Yo me hallo bien con la opinión que he
seguido hasta aquí, de que en un café jamás
debe hablar en público el que sea prudente.
|
DON ANTONIO.- Pues ¿qué debe
hacer?
|
DON PEDRO.- Tomar café.
|
DON ANTONIO.- ¡Viva! Pero, hablando de
otra cosa, ¿qué plan tiene usted para esta tarde?
|
DON PEDRO.- A la comedia.
|
DON ANTONIO.- ¿Supongo que irá
usted a ver la pieza nueva?
|
DON PEDRO.- ¿Qué, han mudado? Ya
no voy.
|
DON ANTONIO.- Pero ¿por qué? Vea
usted sus rarezas. (PIPÍ sale por la puerta del
foro con salvilla, copas y frasquillos que dejará sobre el
mostrador.)
|
DON PEDRO.- ¿Y usted me pregunta por
qué? ¿Hay más que ver la lista de las comedias
nuevas que se representan cada año, para inferir los motivos
que tendré de no ver la de esta tarde?
|
DON ELEUTERIO.- ¡Hola! Parece que hablan
de mi función. (Escuchando la
conversación.)
|
DON ANTONIO.- De suerte que, o es buena, o es
mala. Si es buena, se admira y se aplaude; si, por el contrario,
está llena de sandeces, se ríe uno, se pasa el rato,
y tal vez...
|
DON PEDRO.- Tal vez me han dado impulsos de
tirar al teatro el sombrero, el bastón y el asiento, si
hubiera podido. A mí me irrita lo que a usted le divierte.
(Guarda DON
ELEUTERIO papel y tintero, y se va acercando poco a poco,
hasta ponerse en medio de los dos.) Yo no sé;
usted tiene talento y la instrucción necesaria para no
equivocarse en materias de literatura; pero usted es el protector
nato de todas las ridiculeces. Al paso que conoce usted y elogia
las bellezas de una obra de mérito, no se detiene en dar
iguales aplausos a lo más disparatado y absurdo; y con una
rociada de pullas, chufletas e ironías hace usted creer al
mayor idiota que es un prodigio de habilidad. Ya se ve; usted
dirá que se divierte, pero, amigo...
|
DON ANTONIO.- Sí, señor, que me
divierto. Y, por otra parte, ¿no sería cosa cruel ir
repartiendo por ahí desengaños amargos a ciertos
hombres cuya felicidad estriba en su propia ignorancia? ¿Ni
cómo es posible disuadirles?...
|
DON ELEUTERIO.- No, pues... Con permiso de
ustedes. La función de esta tarde es muy bonita,
seguramente; bien puede usted ir a verla, que yo le doy mi palabra
de que le ha de gustar.
|
DON ANTONIO.- ¿Es éste el autor?
(DON ANTONIO
se levanta, y después de la pregunta que hace a PIPÍ, vuelve a hablar con
DON
ELEUTERIO.)
|
PIPÍ.- El mismo.
|
DON ANTONIO.- Y ¿de quién es?
¿Se sabe?
|
DON ELEUTERIO.- Señor, es de un sujeto
bien nacido, muy aplicado, de buen ingenio, que empieza ahora la
carrera cómica; bien que el pobrecillo no tiene
protección.
|
DON PEDRO.- Si es ésta la primera pieza
que da al teatro, aún no puede quejarse; si ella es buena,
agradará necesariamente, y un Gobierno ilustrado como el
nuestro, que sabe cuánto interesan a una nación los
progresos de la literatura, no dejará sin premio a
cualquiera hombre de talento que sobresalga en un género tan
difícil.
|
DON ELEUTERIO.- Todo eso va bien; pero lo cierto
es que el sujeto tendrá que contentarse con sus quince
doblones que le darán los cómicos, si la comedia
gusta, y muchas gracias.
|
DON ANTONIO.- ¿Quince? Pues yo
creí que eran veinticinco.
|
DON ELEUTERIO.- No, señor; ahora, en
tiempo de calor, no se da más. Si fuera por el invierno,
entonces...
|
DON ANTONIO.- ¡Calle! ¿Conque en
empezando a helar valen más las comedias? Lo mismo sucede
con los besugos. (DON ANTONIO se pasea. DON ELEUTERIO unas veces le dirige la
palabra y otras se acerca hacia DON PEDRO, que no le contesta ni le
mira.)
|
DON ELEUTERIO.- Pues mire usted, aun con ser tan
poco lo que dan, el autor se ajustaría de buena gana para
hacer por el precio todas las funciones que necesitase la
compañía; pero hay muchas envidias. Unos favorecen a
éste, otros a aquél, y es menester una tecla para
mantenerse en la gracia de los primeros vocales, que... ¡Ya,
ya! Y luego, como son tantos a escribir, y cada uno procura
despachar su género, entran los empeños, las
gratificaciones, las rebajas. Ahora mismo acaba de llegar un
estudiante gallego con unas alforjas llenas de piezas manuscritas:
comedias, follas, zarzuelas, dramas, melodramas, loas, sainetes...
¿Qué sé yo cuánta ensalada trae
allí? Y anda solicitando que los cómicos le compren
todo el surtido, y da cada obra a trescientos reales una con otra.
¡Ya se ve! ¿quién ha de poder competir con un
hombre que trabaja tan barato?
|
DON ANTONIO.- Es verdad, amigo. Ese estudiante
gallego hará malísima obra a los autores de la
corte.
|
DON ELEUTERIO.- Malísima. Ya ve usted
cómo están los comestibles.
|
DON ANTONIO.- Cierto.
|
DON ELEUTERIO.- Lo que cuesta un mal vestido que
uno se haga.
|
DON ANTONIO.- En efecto.
|
DON ELEUTERIO.- El cuarto.
|
DON ANTONIO.- ¡Oh! sí, el cuarto.
Los caseros son crueles.
|
DON ELEUTERIO.- Y si hay familia...
|
DON ANTONIO.- No hay duda; si hay familia, es
cosa terrible.
|
DON ELEUTERIO.- Vaya usted a competir con el
otro tuno, que con seis cuartos de callos y medio pan tiene el
gasto hecho.
|
DON ANTONIO.- ¿Y qué remedio?
Ahí no hay más sino arrimar el hombro al trabajo,
escribir buenas piezas, darlas muy baratas, que se representen, que
aturdan al público, y ver si se puede dar con el gallego en
tierra. Bien que la de esta tarde es excelente, y para mí
tengo que...
|
DON ELEUTERIO.- ¿La ha leído
usted?
|
DON ANTONIO.- No, por cierto.
|
DON PEDRO.- ¿La han impreso?
|
DON ELEUTERIO.- Sí, señor.
¿Pues no se había de imprimir?
|
DON PEDRO.- Mal hecho. Mientras no sufra el
examen del público en el teatro, está muy expuesta, y
sobre todo es demasiada confianza en un autor novel.
|
DON ANTONIO.- ¡Qué! No,
señor. Si le digo a usted que es cosa muy buena. ¿Y
dónde se vende?
|
DON ELEUTERIO.- Se vende en los puestos del
Diario, en la librería de Pérez, en la de
Izquierdo, en la de Gil, en la de Zurita y en el puesto de los
cobradores a la entrada del coliseo. Se vende también en la
tienda de vinos de la calle del Pez, en la del herbolario de la
calle Ancha, en la jabonería de la calle del Lobo, en
la...
|
DON PEDRO.- ¿Se acabará esta tarde
esa relación?
|
DON ELEUTERIO.- Como el señor
preguntaba.
|
DON PEDRO.- Pero no preguntaba tanto. ¡Si
no hay paciencia!
|
DON ANTONIO.- Pues la he de comprar, no tiene
remedio.
|
PIPÍ.- Si yo tuviera dos reales.
¡Voto va!
|
DON ELEUTERIO.- Véala usted aquí.
(Saca una comedia impresa y se la da a DON ANTONIO.)
|
DON ANTONIO.- ¡Oiga!, es ésta. A
ver. Y ha puesto su nombre. Bien, así me gusta; con eso la
posteridad no se andará dando de calabazadas por averiguar
la gracia del autor. (Lee DON ANTONIO.)
«Por DON ELEUTERIO CRISPÍN DE ANDORRA...
Salen el emperador Leopoldo, el rey de Polonia y Federico,
senescal, vestidos de gala, con acompañamiento de damas y
magnates, y una brigada de húsares a caballo.»
¡Soberbia entrada! Y dice el emperador:
|
|
|
Ya sabéis, vasallos
míos, |
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|
que habrá dos meses y medio |
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que el turco puso a Viena |
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con sus tropas el asedio, |
|
|
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y que para resistirle |
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unimos nuestros denuedos, |
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|
dando nuestros nobles bríos, |
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|
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en repetidos encuentros, |
|
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|
las Pruebas más relevantes |
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|
de nuestros invictos pechos. |
|
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|
¡Qué estilo tiene!
¡Cáspita! ¡Qué bien pone la pluma el
pícaro!
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|
Bien conozco que la
falta |
|
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del necesario alimento |
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ha sido tal, que rendidos |
|
|
|
de la hambre a los esfuerzos |
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|
|
hemos comido ratones, |
|
|
|
sapos y sucios insectos. |
|
|
|
|
DON ELEUTERIO.- ¿Qué tal?
¿No le parece a usted bien? (Hablando a
DON
PEDRO.)
|
DON PEDRO.- ¡Eh! A mí,
qué...
|
DON ELEUTERIO.- Me alegro que le guste a usted.
Pero, no; donde hay un paso muy fuerte es al principio del segundo
acto. Búsquele usted... ahí..., por ahí ha de
estar. Cuando la dama se cae muerta de hambre.
|
DON ANTONIO.- ¿Muerta?
|
DON ELEUTERIO.- Sí, señor,
muerta.
|
DON ANTONIO.- ¡Qué situación
tan cómica! Y estas exclamaciones que hace aquí,
¿contra quién son?
|
DON ELEUTERIO.- Contra el visir, que la tuvo
seis días sin comer porque ella no quería ser su
concubina.
|
DON ANTONIO.- ¡Pobrecita! ¡Ya se ve!
El visir sería un bruto.
|
DON ELEUTERIO.- Sí, señor.
|
DON ANTONIO.- Hombre arrebatado, ¿eh?
|
DON ELEUTERIO.- Sí, señor.
|
DON ANTONIO.- Lascivo como un mico, feote de
cara, ¿es verdad?
|
DON ELEUTERIO.- Cierto.
|
DON ANTONIO.- Alto, moreno, un poco bizco,
grandes bigotes.
|
DON ELEUTERIO.- Sí, señor,
sí. Lo mismo me le he figurado yo.
|
DON ANTONIO.- ¡Enorme animal! Pues no, la
dama no se muerde la lengua. ¡No es cosa cómo le pone!
Oiga usted, don Pedro.
|
DON PEDRO.- No, por Dios; no lo lea usted.
|
DON ELEUTERIO.- Es que es uno de los pedazos
más terribles de la comedia.
|
DON PEDRO.- Con todo eso.
|
DON ELEUTERIO.- Lleno de fuego.
|
DON PEDRO.- Ya.
|
DON ELEUTERIO.- Buena versificación.
|
DON PEDRO.- No importa.
|
DON ELEUTERIO.- Que alborotará en el
teatro, si la dama lo esfuerza.
|
DON PEDRO.- Hombre, si he dicho ya que...
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DON ANTONIO.- Pero, a lo menos, el final del
acto segundo es menester oírle. (Lee
DON ANTONIO, y al acabar
da la comedia a DON
ELEUTERIO.)
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EMPERADOR |
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Y en tanto que mis recelos... |
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VISIR |
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Y mientras mis esperanzas... |
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SENESCAL |
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Y hasta que mis enemigos... |
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EMPERADOR |
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Rencores, dadme favor,... |
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VISIR |
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No me dejes, tolerancia,... |
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SENESCAL |
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Denuedo, asiste a mi brazo,... |
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TODOS |
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Para que admire la patria |
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el más generoso ardid |
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y la más tremenda
hazaña. |
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DON PEDRO.- Vamos; no hay quien pueda sufrir
tanto disparate. (Se levanta impaciente, en
ademán de irse.)
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DON ELEUTERIO.- ¿Disparates los llama
usted?
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DON PEDRO.- ¿Pues no?
(DON ANTONIO
observa a los dos y se ríe.)
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DON ELEUTERIO.- ¡Vaya, que es
también demasiado! ¡Disparates! ¡Pues no, no los
llaman disparates los hombres inteligentes que han leído la
comedia! Cierto que me ha chocado. ¡Disparates! Y no se ve
otra cosa en el teatro todos los días, y siempre gusta, y
siempre lo aplauden a rabiar.
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DON PEDRO.- ¿Y esto se representa en una
nación culta?
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DON ELEUTERIO.- ¡Cuenta que me ha dejado
contento la expresión! ¡Disparates!
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DON PEDRO.- ¿Y esto se imprime para que
los extranjeros se burlen de nosotros?
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DON ELEUTERIO.- ¡Llamar disparates a una
especie de coro entre el emperador, el visir y el senescal! Yo no
sé qué quieren estas gentes. Si hoy día no se
puede escribir nada, nada que no se muerda y se censure.
¡Disparate! ¡Cuidado que...!
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PIPÍ.- No haga usted caso.
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DON ELEUTERIO.- (Hablando con
PIPÍ hasta el fin
de la escena.) Yo no hago caso; pero me enfada que
hablen así. Figúrate tú si la
conclusión puede ser más natural ni más
ingeniosa. El emperador está lleno de miedo por un papel que
se ha encontrado en el suelo, sin firma ni sobrescrito, en que se
trata de matarle. El visir está rabiando por gozar de la
hermosura de Margarita, hija del conde de Strambangaum, que es el
traidor...
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PIPÍ.- ¡Calle! ¡Hay traidor
también! ¡Cómo me gustan a mí las
comedias en que hay traidor!
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DON ELEUTERIO.- Pues, como digo, el visir
está loco de amores por ella; el senescal, que es hombre de
bien si los hay, no las tiene todas consigo, porque sabe que el
conde anda tras de quitarle el empleo y continuamente lleva chismes
al emperador contra él; de modo que como cada uno de estos
tres personajes está ocupado en un asunto, habla de ello y
no hay cosa más natural. (Saca la comedia y
lee.)
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Y en tanto que mis recelos... |
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Y mientras mis esperanzas... |
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Y hasta que mis... |
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¡Ah!, señor don Hermógenes.
A qué buena ocasión llega usted.
(Guarda la comedia, encaminándose a
DON HERMÓGENES, que
sale por la puerta del foro.)
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Escena
IV
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DON
HERMÓGENES, DON
ELEUTERIO, DON
PEDRO, DON ANTONIO,
PIPÍ.
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DON HERMÓGENES.- Buenas tardes,
señores.
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DON PEDRO.- A la orden de usted.
(DON PEDRO
se acerca a la mesa en que está el diario; lee para
sí y a veces presta atención a lo que hablan los
demás.)
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DON ANTONIO.- Felicísimas, amigo don
Hermógenes.
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DON ELEUTERIO.- Digo, me parece que el
señor don Hermógenes será juez muy abonado
para decidir la cuestión que se trata; todo el mundo sabe su
instrucción y lo que ha trabajado en los papeles
periódicos, las traducciones que ha hecho del
francés, sus actos literarios y sobre todo la escrupulosidad
y el rigor con que censura las obras ajenas. Pues yo quiero que nos
diga...
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DON HERMÓGENES.- Usted me confunde con
elogios que no merezco, señor don Eleuterio. Usted
sólo es acreedor a toda alabanza por haber llegado a su edad
juvenil al pináculo del saber. Su ingenio de usted, el
más ameno de nuestros días, su profunda
erudición, su delicado gusto en el arte rítmica,
su...
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DON ELEUTERIO.- Vaya, dejemos eso.
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DON HERMÓGENES.- Su docilidad, su
moderación...
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DON ELEUTERIO.- Bien; pero aquí se trata
solamente de saber si...
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DON HERMÓGENES.- Estas prendas sí
que merecen admiración y encomio.
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DON ELEUTERIO.- Ya, eso sí; pero
díganos usted lisa y llanamente si la comedia que hoy se
representa es disparatada o no.
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DON HERMÓGENES.- ¿Disparatada?
¿Y quién ha prorrumpido en un aserto tan...?
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DON ELEUTERIO.- Eso no hace al caso.
Díganos usted lo que le parece y nada más.
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DON HERMÓGENES.- Sí diré;
pero antes de todo conviene saber que el poema dramático
admite dos géneros de fábula. Sunt autem fabulae, aliae simplices, afiae
implexae. Es doctrina de Aristóteles. Pero le
diré en griego para mayor claridad. Eisi de ton mython oi men aploi oi de peplegmenoi.
Cai gar ai praxeis...
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DON ELEUTERIO.- Hombre, pero si...
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DON ANTONIO.- Yo reviento.
(Siéntase, haciendo esfuerzos para contener la
risa.)
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DON HERMÓGENES.- Cai gar ai praxeis on mimeseis oi...
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DON ELEUTERIO.- Pero...
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DON HERMÓGENES.- ...mythoi eisin ipar ousin.
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DON ELEUTERIO.- Pero si no es eso lo que a usted
se le pregunta.
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DON HERMÓGENES.- Ya estoy en la
cuestión. Bien que, para la mejor inteligencia,
convendría explicar lo que los críticos entienden por
prótasis, epítasis, catástasis,
catástrofe, peripecia, agnición o anagnórisis,
partes necesarias a toda buena comedia, y que, según
Escalígero, Vossio, Dacier, Marmontel, Castelvetro y Daniel
Heinsio....
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DON ELEUTERIO.- Bien, todo eso es admirable,
pero...
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DON PEDRO.- Este hombre es loco.
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DON HERMÓGENES.- Si consideramos el
origen del teatro, hallaremos que los megareos, los sículos
y los atenienses...
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DON ELEUTERIO.- Don Hermógenes, por amor
de Dios, si no...
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DON HERMÓGENES.- Véanse los dramas
griegos y hallaremos que Anaxipo, Anaxándrides, Eupolis,
Antifanes, Filípides, Cratino, Crates, Epicrates, Menecrates
y Ferecrates...
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DON ELEUTERIO.- Si le he dicho a usted
que...
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DON HERMÓGENES.- Y los más
celebérrimos dramaturgos de la edad pretérita, todos,
todos convinieron nemine
discrepante en que la prótasis debe preceder a
la catástrofe necesariamente. Es así que la comedia
del Cerco de Viena...
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DON PEDRO.- Adiós, señores.
(Se encamina hacia la puerta. DON ANTONIO se levanta y procura
detenerle.)
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DON ANTONIO.- ¿Se va usted, don
Pedro?
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DON PEDRO.- Pues ¿quién, si no
usted, tendrá frescura para oír eso?
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DON ANTONIO.- Pero si el amigo don
Hermógenes nos va a probar con la autoridad de
Hipócrates y Martín Lutero que la pieza consabida,
lejos de ser un desatino...
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DON HERMÓGENES.- Ese es mi intento:
probar que es un acéfalo insipiente cualquiera que haya
dicho que tal comedia contiene irregularidades absurdas, y yo
aseguro que delante de mí ninguno se hubiera atrevido a
propalar tal aserción.
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DON PEDRO.- Pues yo delante de usted la propalo,
y le digo que por lo que el señor ha leído de ella y
por ser usted el que la abona, infiero que ha de ser cosa
detestable; que su autor será un hombre sin principios ni
talento, y que usted es un erudito a la violeta, presumido y
fastidioso hasta no más. Adiós, señores.
(Hace que se va y vuelve.)
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DON ELEUTERIO.- Pues a este caballero le ha
parecido muy bien lo que ha visto de ella.
(Señalando a DON ANTONIO.)
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DON PEDRO.- A ese caballero le ha parecido muy
mal; pero es hombre de buen humor y gusta de divertirse. A
mí me lastima, en verdad, la suerte de estos escritores, que
entontecen al vulgo con obras desatinadas y monstruosas, dictadas
más que por el ingenio por la necesidad o la
presunción. Yo no conozco al autor de esa comedia ni
sé quién es; pero si ustedes, como parece, son amigos
suyos, díganle en caridad que se deje de escribir tales
desvaríos; que aún está a tiempo, puesto que
es la primera obra que publica; que no le engañe el mal
ejemplo de los que deliran a destajo; que siga otra carrera, en que
por medio de un trabajo honesto podrá socorrer sus
necesidades y asistir a su familia, si la tiene. Díganle
ustedes que el teatro español tiene de sobra autorcillos
chanflones que le abastezcan de mamarrachos; que lo que necesita es
una reforma fundamental en todas sus partes, y que mientras
ésta no se verifique, los buenos ingenios que tiene la
nación, o no harán nada, o harán lo que
únicamente baste para manifestar que saben escribir con
acierto y que no quieren escribir.
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DON HERMÓGENES.- Bien dice Séneca
en su epístola dieciocho que...
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DON PEDRO.- Séneca dice en todas sus
epístolas que usted es un pedantón ridículo a
quien yo no puedo aguantar. Adiós, señores.
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Escena
VI
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DON
HERMÓGENES, DON
ELEUTERIO.
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DON ELEUTERIO.- ¡Llamar detestable a la
comedia! ¡Vaya, que estos hombres gastan un lenguaje que da
gozo oírle!
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DON HERMÓGENES.- Aquila non capit muscas, don Eleuterio.
Quiero decir que no haga usted caso. A la sombra del mérito
crece la envidia. A mí me sucede lo mismo. Ya ve usted si yo
sé algo...
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DON ELEUTERIO.- ¡Oh!
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DON HERMÓGENES.- Digo, me parece que (sin
vanidad) pocos habrá que...
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DON ELEUTERIO.- Ninguno. Vamos; tan completo
como usted, ninguno.
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DON HERMÓGENES.- Que reúnan el
ingenio a la erudición, la aplicación al gusto, del
modo que yo (sin alabarme) he llegado a reunirlos. ¿Eh?
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DON ELEUTERIO.- Vaya, de eso no hay que hablar:
es más claro que el sol que nos alumbra.
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DON HERMÓGENES.- Pues bien; a pesar de
eso, hay quien me llama pedante, y casquivano, y animal
cuadrúpedo. Ayer, sin ir más lejos, me lo dijeron en
la Puerta del Sol, delante de cuarenta o cincuenta personas.
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DON ELEUTERIO.- ¡Picardía! Y usted
¿qué hizo?
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DON HERMÓGENES.- Lo que debe hacer un
gran filósofo; callé, tomé un polvo y me fui a
oír una misa a la Soledad.
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DON ELEUTERIO.- Envidia todo, envidia.
¿Vamos arriba?
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DON HERMÓGENES.- Esto lo digo para que
usted se anime, y le aseguro que los aplausos que... Pero
dígame usted: ¿ni siquiera una onza de oro le han
querido adelantar a usted a cuenta de los quince doblones de la
comedia?
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DON ELEUTERIO.- Nada, ni un ochavo. Ya sabe
usted las dificultades que ha habido para que esa gente la reciba.
Por último, hemos quedado en que no han de darme nada hasta
ver si la pieza gusta o no.
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DON HERMÓGENES.- ¡Oh!,
¡corvas almas! Y precisamente en la ocasión más
crítica para mí. Bien dice Tito Livio que
cuando...
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DON ELEUTERIO.- Pues ¿qué hay de
nuevo?
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DON HERMÓGENES.- Ese bruto de mi
casero... El hombre más ignorante que conozco. Por
año y medio que le debo de alquileres me pierde el respeto,
me amenaza...
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DON ELEUTERIO.- No hay que afligirse.
Mañana o esotro es regular que me den el dinero; pagaremos a
ese bribón, y si tiene usted algún pico en la
hostería, también se...
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DON HERMÓGENES.- Sí, aún
hay un piquillo; cosa corta.
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DON ELEUTERIO.- Pues bien; con la
impresión lo menos ganaré cuatro mil reales.
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DON HERMÓGENES.- Lo menos. Se vende toda
seguramente. (Vase PIPÍ por la puerta del
foro.)
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DON ELEUTERIO.- Pues con ese dinero saldremos de
apuros; se adornará el cuarto nuevo: unas sillas, una cama y
algún otro chisme. Se casa usted. Mariquita, como usted
sabe, es aplicada, hacendosilla y muy mujer; ustedes estarán
en mi casa continuamente. Yo iré dando las otras cuatro
comedias que, pegando la de hoy, las recibirán los
cómicos con palio. Pillo la moneda, las imprimo, se venden;
entre tanto, ya tendré algunas hechas y otras en el telar.
Vaya, no hay que temer. Y, sobre todo, usted saldrá colocado
de hoy a mañana: una intendencia, una toga, una embajada,
¿qué sé yo? Ello es que el ministro le estima
a usted, ¿no es verdad?
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DON HERMÓGENES.- Tres visitas le hago
cada día...
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DON ELEUTERIO.- Sí, apretarle, apretarle.
Subamos arriba, que las mujeres ya estarán...
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DON HERMÓGENES.- Diecisiete memoriales le
he entregado la semana última.
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DON ELEUTERIO.- ¿Y qué dice?
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DON HERMÓGENES.- En uno de ellos puse por
lema aquel celebérrimo dicho del poeta: Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas
regumque turres.
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DON ELEUTERIO.- ¿Y qué dijo cuando
leyó eso de las tabernas?
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DON HERMÓGENES.- Que bien; que ya
está enterado de mi solicitud.
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DON ELEUTERIO.- Pues no le digo a usted. Vamos,
eso está conseguido.
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DON HERMÓGENES.- Mucho lo deseo para que
a este consorcio apetecido acompañe el episodio de tener
qué comer, puesto que sine
Cerere et Baccho friget Venus. Y entonces, ¡oh!,
entonces... Con un buen empleo y la blanca mano de Mariquita,
ninguna otra cosa me queda que apetecer sino que el cielo me
conceda numerosa y masculina sucesión. (Vanse
por la puerta del foro.)
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