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La construcción de un lector en «Recuerdos de Provincia» de Domingo Faustino Sarmiento

Mario Cámara





En la primera página del primer capítulo del libro de Domingo Faustino Sarmiento, Recuerdos de provincia1, titulado «A mis compatriotas solamente», se narra la historia de dos cartas, su trayectoria para ser más exactos. La primera de ellas, fechada en 1832, esta dirigida a un amigo de la infancia, y lo único que Sarmiento revela sobre su contenido es que llamó «bandido» (pág. 49) a Facundo Quiroga. Sabemos también que el amigo de la infancia entrega la carta a un sacerdote, que presidía una sala de Representantes, y que es leída durante una sesión, luego de lo cual llega a las manos de Facundo Quiroga. En 1848 envía otra carta, esta vez a un antiguo benefactor, y al igual que la anterior, Sarmiento nos revela un fragmento de la misma, éste es el que caracteriza al gobierno de Rosas «según los dictámenes de mi conciencia» (pág. 49). La carta, por supuesto, llega a Rosas.

Es preciso destacar que en ninguno de los dos casos, Sarmiento explica si hubo alguna motivación para que la carta se desviara. Hay allí una ausencia notable. No sabemos si se trató de negligencia, descuido o venganza, pero en ambos casos se estableció un circuito diferente al que Sarmiento esperaba y cuya consecuencia última fue que las cartas llegaran a quienes no debían llegar. El resultado de ese desvío fue, como el propio Sarmiento nos anuncia, su exilio.

En la tercera línea de esa misma primera página, Sarmiento declara que esas confidencias, las que leeremos a continuación, están dirigidas a un «centenar de personas» (pág. 49). Tenemos, de esta manera, tres elementos: la palabra «compatriotas» del título, la palabra «personas» y la historia duplicada de un desvío.

Que Recuerdos de provincia contenga la narración de un desvío, pero que el título del capítulo sea «A mis compatriotas solamente», parece una contradicción. En efecto, la utilización del adjetivo posesivo «mis» establece una estrecha vinculación entre el sustantivo «compatriotas» y Sarmiento. Uno puede preguntarse por qué Sarmiento elige volver a producir un mensaje a sus compatriotas si, como se desprende de lo narrado, estos posibilitaron, por las causas que fueren, que las cartas llegaran donde no debían llegar. Pues si bien no sabemos las causas del desvío, si podemos precisar que sin su intervención, la de su amigo de la infancia y la de su antiguo bienhechor, las cartas no hubieran llegado a las manos de Quiroga y Rosas. Desde este punto de vista es válido pensar que los que realmente provocaron el exilio de Sarmiento fueron esos compatriotas y no Rosas o Quiroga, cuya reacción, por su manifiesta militancia política era previsible para Sarmiento.

¿Quiénes son entonces los compatriotas a los que Sarmiento se dirige? ¿Es ese «centenar de personas» (pág. 49) de la tercera línea? El título «A mis compatriotas solamente», permite entenderse de dos maneras: o bien, y según el diccionario, que esta dirigido al conjunto de los argentinos y en este caso debe incluir necesariamente a Quiroga y a Rosas y a los seguidores de estos; o bien que posee un carácter excluyente y se dirige a un grupo que podríamos denominar «a aquéllos que comparten mis ideas».

La segunda alternativa parece ser la más aceptable, dado que en el posterior desarrollo de Recuerdos de provincia, Sarmiento construye oposiciones entre civilización y barbarie, salvajes y ciudadanos. Así, el término «compatriota» se resemantiza y adquiere, dentro del sistema de valores que despliega el texto, el valor de civilización y ciudadanos. El sustantivo se adjetiviza y lo hace calificativamente.

Sarmiento entonces se dirige a «compatriotas ciudadanos civilizados». Sin embargo, cuando efectivamente utiliza el verbo «dirigir», lo relaciona con el sustantivo «personas». Claramente persona y compatriota poseen un valor diferente: la primera no presupone patria ni nacionalidad, consiste en una categoría vacía; la segunda, como vimos, es excluyente, para ser llamado «compatriota» hace falta compartir una patria, Es decir, en el sistema que compone Recuerdos de provincia ambas palabras no poseen un valor equivalente. No hay sinonimia en su relación, sino proyecto.

Derrida señala que no se puede estar seguro ni del buen destino de un texto o de una carta, ni de la correcta comprensión de ese mensaje. Uno no estará allí en el momento en que el destinatario lea lo que escribimos, para aclararle las dudas que pudieran surgir del texto2. El desvío, tal como le sucedió a Sarmiento con las dos cartas, es una posibilidad siempre presente, un rasgo constitutivo de la escritura.

En consecuencia, entre el título del primer capítulo, el grupo de personas mencionado y lo que se narra a continuación se produce un hiato. Los compatriotas a los que hace referencia el título no pueden ser los mismos que los que permiten el desvío de las cartas, ni tampoco, como vimos, el grupo de personas de la tercera línea. ¿A quién le habla Sarmiento? Propongo una tercera alternativa: Sarmiento se dirige a sus compatriotas del futuro.

El suceso del desvío lo ha persuadido de los riesgos que corre. Él mismo afirma en la primera línea del capítulo: «La palabra impresa tiene sus límites de publicación» (pág. 49). Por lo tanto, Sarmiento no sólo se dirige a sus compatriotas del futuro, sino que también proyecta crearlos, léase, adjetivarlos, léase dotarlos de los valores que circularán en Recuerdos de provincia. Ese centenar de personas adquiere, de este modo, una nueva función, actuar de mudo grupo a la espera de ser definido, calificado, transformado en compatriota.




La invención de un lector

Hans Robert Jauss3 afirma que cuando leemos por primera vez un texto lo hacemos con una mirada que ya está contaminada de otras lecturas y a partir de las cuales, necesariamente emitiremos un juicio sobre la nueva obra. Su postura, si bien se orienta hacia la recepción, no descarta que desde el lado de la producción se opere sobre el horizonte de expectativas del lector y se lo obligue a leer con las coordenadas propuestas desde la recepción. Un ejemplo claro al respecto es Borges, quien finalmente es leído desde un horizonte que el mismo contribuyó de manera decisiva a construir. El texto Recuerdos de provincia opera de forma similar. Sarmiento decide incorporar y trabajar sobre una genealogía, para transformar el horizonte de expectativas del lector-receptor.

De este modo, es posible rastrear las instrucciones de lectura del propio libro en los capítulos que cuenta del pasado. Ellos permitirán leer los capítulos en los que comienza a repasar su vida, bajo la luz de sus instrucciones. En efecto, si esa primera parte consiste en la construcción de un horizonte de expectativa, la segunda consistirá en la puesta en acción del personaje Sarmiento, que pretende ser interpretado de acuerdo al horizonte por él creado.

La genealogía trata, asimismo, como sostienen Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano4, de «un linaje de grandes hombres que culmina en el propio Sarmiento». Y será él, en una suerte de hermenéutica del presagio, el encargado de descifrar en ese linaje los signos de su porvenir, y blindar su autodidactismo de una sólida estirpe.

Sin embargo, y a diferencia de Altamirano y Sarlo, considero que el linaje de grandes hombres en el que Sarmiento se inscribe cumple en el texto una doble función. La primera de ellas es, en efecto, la que señalan ambos autores5; la segunda parece permitir a Sarmiento la construcción de un lector. Lo que traza Sarmiento no sólo es su propia genealogía, sino que instaura una serie de tropos: honestidad, perseverancia, amplitud de criterios, que configurarán a su lector ideal.

Sobre esta segunda función me extenderé. Para Sarmiento, por lo expuesto en el capítulo «A mis compatriotas solamente», es imperioso que ser leído al amparo de una tradición que él mismo construirá y que tendrá por protagonista providencial su figura. Ha decidido trabajar contra la posibilidad cierta del desvío y pretende reducir al máximo sus riesgos.

Sarmiento construye una filigrana de ideas, principios y actitudes. Y desde esta trama, compuesta de dualidades, de ejemplos y contraejemplos, atestada de matices que sin embargo no impiden trazar una clara línea entre «lo bueno y lo malo», entre «lo apto y lo inepto», entre la «travesura y el libertinaje» (pág. 89), es desde donde Sarmiento instruye las ordenes de su futura lectura.

Si observamos algunas de las características de los personajes citados en el bloque genealógico, comprobaremos otra dualidad pero esta vez complementaria. La misma contempla la riqueza de principios y la fuerza de la acción. Por ejemplo, en el capítulo de «Juan Eujenio Mallea» quien «fue destacado a repoblar Villarica» (pág. 59) y «estaba adeudado en pesos de oro, habiendo perdido la hacienda de su mujer en el mantenimiento de su jente i casa, en servicio del rei» (pág. 60). Aquí la lealtad se despliega junto a la capacidad de alguien encomendado a repoblar un lugar.

Y en «Los Albarracines» por ejemplo, los jefes de esa familia, cita Sarmiento «fundaron el convento de Santo Domingo» (pág. 79). De esa familia, señala Sarmiento, «han salido varones que han honrado las letras en los claustros, en la tribuna de los congresos, i llevado las borlas de doctor o la mitra» (pág. 79). Aquí se despliega la honra y la capacidad fundadora. Se puede observar una proliferación sorprendente de gestos fundacionales, en la obra.

Es posible citar, asimismo, al obispo de Cuyo, que «es uno de los caracteres más modestos que pueden ofrecerse a la consideración de los hombres» (pág. 166); a su madre que lo «instruye de cosas de otros tiempos, ignoradas por mí, olvidadas de todos» (pág. 173); a Mallea y su triste negocio que «no supo ni quiso refrenar la injusticia e ineptitud de los jueces» (pág. 76); a los Sayavedras cuyas cualidades guerreras de los abuelos degeneraron «en vandalismo».

Cada capítulo, de este modo, parece desplegar un valor o un contravalor, una virtud o un defecto, y trabajar sobre las consecuencias que ello provoca. Es ese desarrollo el que puede considerarse como una instrucción de lectura. Puesto que en cada una de las «virtudes» y «defectos» expuestos se agazapa el pedagogo, que ordena evaluar a los hombres que habitan la nación con esos criterios.

Su «voluntad de poder» traza un nuevo horizonte, corre líneas divisorias, disputa en el terreno de las denominaciones de los «bárbaros» y se muestra capaz de separar al «bueno del malo», al «asesino del que mata por la patria». Y mediante este juego, Sarmiento refunda la historia del país, construye una retórica con la que demuestra que la nación no está perdida, sino que, por el contrario, tiene un venturoso futuro. Propone a sus lectores que se apropien de su discurso, puesto que en esa apropiación se juega el futuro de todos.

Este bloque está, sin embargo, salpicado de apariciones suyas. Su entrelazamiento con ese linaje de hombres notables le permite erguirse y apropiarse de aptitudes y cualidades. Nos contaminamos de su mirada y a través de ella comenzamos a verlo como un hombre de principios irrenunciables, con una enorme capacidad de actuar. Allí está, exclamamos con sus ojos, el hombre cuyo destino histórico es liderar una nación.

Los lectores no tienen más que comparar. Si los integrantes de esa genealogía poseían principios y aptitudes de las que Sarmiento es heredero, y si ellas representan las bases para construir un nuevo país, entonces es preciso adoptarlas y descubrir en Sarmiento al líder capaz de guiarlos.

Es mediante esta doble función que lo genealógico puede ser efectivo. Pues de nada le sirve a Sarmiento «persuadir a sus lectores sobre las certidumbres de su ideología»6, si no los persuade de la manera «correcta» en que debe ser leído.

Antes de finalizar, una breve mención acerca del párrafo con el que Sarmiento cierra Recuerdos de provincia. Desde el exilio en Chile, anuncia que su obra es «el prólogo de una apenas comenzada» (pág. 283). Su mensaje ha sido re-enviando a la comunidad, la posibilidad de un nuevo desvío se cierne sobre él. La palabra «secreto» y un signo de interrogación (pág. 283) cierran el libro, como si el destino del texto fuera un secreto y una pregunta que Sarmiento no puede aún ni desentrañar ni responder. Sin embargo, por su futuro político, por la actual imagen que hoy tenemos de él, podemos afirmar que su empresa ha sido exitosa. Somos lectores formados bajo sus instrucciones.






Bibliografía

  • Sarmiento, Domingo Faustino, Recuerdos de provincia, Emecé, 1998, Buenos Aires.
  • Derrida, Jacques, Márgenes de la filosofía, Cátedra, 1989, Madrid.
  • Jauss, Hans Robert, Experiencia estética y hermenéutica literaria, Taurus, año s/d, España.
  • Sarlo, Beatriz; Altamirano, Carlos, Literatura/Sociedad, Edicial, 1993, Buenos Aires.


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