Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

La creación literaria

Francisco Ynduráin Hernández





Analizar la creación literaria en España durante lo que venimos llamando la «transición» en la vida pública, supone y exige por de pronto delinear una frontera por laxa que sea y aceptando el supuesto de que haya habido un paralelo o relación de causa a efecto entre política y literatura. Lo primero que parece plausible, si no evidente, es que en el campo literario no se ha producido ninguna revolución copernicana ni más modesta siquiera. Pero en esto hay mucho que matizar, muchas reservas que poner al intento de describir lo que ha venido ocurriendo a partir de la laxitud de las postrimerías del franquismo hasta los de ensayo y puesta en marcha de modos de vida y convivencia democráticos. Adelantaré, insistiendo, que no se parte con el propósito de hallar motivaciones a todo evento, aunque las circunstancias hayan sido más y más favorables que adversas. Planteado así el asunto, ocurre inmediatamente el recuerdo de nuestros Siglos de Oro, que se dieron justo cuando las condiciones de permisividad eran más estrechas, más cerrado el aparato censorio. Ahí nos quedan sin embargo Cervantes, Quevedo, Gracián entre los menos conformistas, cada uno con su propia vía de evasión que si no les permitió ir muy lejos en disentimientos de ideas y creencias, no les privó de espacio para creaciones literarias personalísimas. ¿Hubieran sido mejores sin aquellas limitaciones? Probablemente hubieran sido otros. La cerrazón que impusieron los primeros años de nuestra posguerra, aumentada con el aislamiento de la mundial y la ruptura de relaciones diplomáticas, más la dificultad para salir al extranjero y recibir ideas y personas, nos hizo pasar por uno de los trances más duros de nuestra historia cultural y literaria, todavía más grave por muertes y exilios de escritores de primerísima calidad. La distensión lenta, lentísima nos parecía, de tantas coerciones no fue obstáculo suficiente para que en poco más de diez años se viera una impresionante renovación en narrativa y poesía lírica.

La prohibición de lecturas, que llegó a extremos verdaderamente ridículos, trajo consigo un empobrecimiento del horizonte intelectual, pero nos servía muchas veces de orientación lectora para buscar clandestinamente lo vetado: ya dijo el clásico que la privación es causa de apetito. En suma, para los primeros años de la quinta década ya teníamos un grupo de novelistas excelentes con espíritu renovador y una decena de poetas jóvenes por lo menos, como los incluidos en la Antología Consultada (Valencia, 1952), de los cuales poquísimos, si alguno, estaban con el régimen político ni con su estilo de pensamiento y vida.

No voy a tratar del teatro, pues carezco de la información suficiente de lo que fue el espectáculo, que es donde se realiza con plenitud la dramaturgia mediante su complejo medio de comunicación y de recepción no individual. La censura fue más severa con la escena y, de rechazo, con los textos.

Ahora bien, al proponer como tema de examen y discusión por cada cual mi análisis de la literatura en estos últimos años estoy muy lejos de poder ofrecer un panorama con sus curvas de nivel fijas, porque entiendo que se necesita una perspectiva desde más larga distancia para ver cómo el tiempo va decantando, seleccionando valores. Una vez más me apunto a Pero Grullo para repetir que la historia la hace la posteridad y que en esa prueba contrastiva se van clarificando y clasificando hombres y obras, no sin modificaciones de considerable entidad. La cercanía, sin embargo, no nos priva de la referencia a valores permanentes, última instancia a la que siempre deberíamos recurrir para lograr una estimativa menos personal y de ocasión. Por otra parte, también es cierto que disponemos de información ajena, calificada, en los balances anuales de actividades literarias, que nos pueden dar algo complementario y contrastivo con nuestras opiniones. Libros como «El año literario español», resúmenes de prensa (diarios y revistas) y la crítica al día son otros tantos informantes que ayudan a exonerarnos de lo excesivamente personal. La información sobre cifras de tirada y ventas son datos de los que sacaremos las consecuencias pertinentes, que no siempre coincidirá con la calidad literaria. Ya se sabe que el libro es un objeto de producción y de consumo, y en algún modo puede depender del ingenio comercial e industrioso del que los produce, distribuye, programa y vende. Autores hay con más de dos mil títulos o algunos millones de ejemplares vendidos que difícilmente escalarán los más altos picos del Parnaso. Ni podemos desechar la llamada subliteratura, que es una realidad literaria y ha merecido la atención de sociólogos especialmente. Por mi parte me limito al apuntamiento.

Los principios desde los que uno trata de comprender y valorar las obras literarias no excluyen una disponibilidad receptora que nos lleve a privarnos de lo inesperado novísimo. Al mismo tiempo no dejamos de tener en cuenta la coyuntura histórica, que hace pasar de momento con gloria o descrédito inmerecidos escritores que tuvieron coetáneos vulgares o geniales respectivamente.

En definitiva, lo que uno espera y busca no son sólo calidad en la escritura y primores de estilo (aun sin olvidar que literatura es arte por la palabra), sino que pide audacia inventiva, imaginación poderosa, capacidad para promover y sugerir, implicaciones problemáticas que afecten a todo hombre. El arte nos enriquece la experiencia vivida y puede hacer que afloren fuentes emocionales inéditas antes, surgiendo desde el inconsciente. Ocurre preguntarse si la historia de la humanidad, tal como nos la refieren los cronistas, es tan rica y variada como la de las creaciones artísticas, de las literarias entre ellas como más fecunda.

Hay algo también que no puede ser eludido y es el aumento de incentivos que la sociedad procura al escritor de cierta nota y que hacen de la profesión algo mucho más soportable que en tiempos anteriores, tanto por la remuneración directa obtenida con sus obras como por sus colaboraciones en prensa, radio y TV. Ni resulta nuevo, aunque sí considerablemente incrementado el número de concursos y premios que entidades públicas y privadas brindan a escritores de varios géneros, narrativa y lírica sobre todo. Apenas hay capital de provincia, ciudad de alguna importancia, bancos o fundaciones que no promuevan la creación literaria con premios consiguientes, seguidos de la publicación del texto premiado. La prensa diaria dedica una sección especial a estas convocatorias y atiende con más espacio a los resultados. El nuevo mapa de España con las autonomías parece haber estimulado una competencia en la dotación de premios literarios y en la subvención para actos culturales y publicaciones de interés local. Móviles políticos y una voluntad de reafirmar caracteres regionales de la más leve entidad han venido a fomentar el cultivo de bables y aun de ruralismos con aspiración literaria. Podría citar programas de fiestas de los lugares que apenas sobrepasan los cinco mil habitantes, en los cuales aparecen poemas y algún relato premiados para la ocasión.

Otros datos que conviene no perder de vista a la hora de analizar la literatura actual son los de sus nuevos y más recientes competidores: TV, cassettes, vídeo. Ello supone tiempo y comodidad en la comunicación a masas, con presunta o presuntiva merma de lecturas, que exigen entrega en soledad amorosa y reflexiva. De momento, las cifras que se nos dan de venta de novelas punteras no parecen acusar merma de lectores, de compradores al menos. No es nuevo, pero sí muy atendido ahora el dedicar espacios en la prensa diaria a la literatura de creación, no digamos a la crítica, ya en secciones fijas -semanales suelen ser-o con noticia y comentario al día. Hay que advertir, además, la calidad literaria que tienen muchas de las colaboraciones habituales o esporádicas y que nos ponen ante un género de muy variados registros. Cierto que esto no es nuevo, pero sí creo advertir un rebrote de más castigada exigencia y menos condicionado. (Uno recuerda con añoranza las colaboraciones en El Sol...).

Al lado de la prensa diaria no escasean las revistas que prestan marcada atención a las letras con informaciones, crítica y creación. También aquí veo algo como una reviviscencia que el paso del tiempo habrá de refrendar y, una vez más, se impone la comparación con publicaciones del mismo género que tuvieron un papel decisivo influyendo como guías y con ejemplos de la creación literaria: la Revista de Occidente o Cruz y Raya antes de nuestra guerra, o la admirable ínsula con su espíritu abierto después. Cada una, además, publicaba originales y traducciones seleccionadas de excelente tino. Para Alfonso Reyes son las revistas algo «como nebulosas cargadas y finas que llenan los intersticios entre los libros», y «como parteras de la historia» según Blocker. Lo efímero ha sido también una de las notas que han marcado a esta clase de publicaciones, sobre todo a las que se han limitado a servir de portavoces de grupos o escuelas.

Si a esta lista de ofertas sumamos las que suponen otras publicaciones periódicas -semanales generalmente- con profusa ilustración gráfica, el lector se encuentra asaltado y solicitado desde muchos puntos que le van a hacer emplear tiempo y dinero: la variedad de lecturas que brindan los puestos de venta callejera parece capaz de absorber y agotar la capacidad lectora de la masa. Todo ello hace sospechar que la dedicación a lectura tensa y selecta pueda resultar severamente limitada a una minoría, dentro de la cual hay un grupo todavía más reducido, el de los lectores de profesión con sus preocupaciones teoréticas de escuela.

Hasta aquí no he hecho más que apuntar notas del fenómeno complejo de la lectura sin aducir datos estadísticos, de los que más bien desconfío, justamente porque operan con cantidades y no con calidades de lecturas ni de sus resultados en los lectores. Pienso en casos muy concretos.

Viniendo ya a la creación en la lírica no hallo, como antes se ha dicho, innovaciones tan radicales que hayan invalidado o relegado a segundo plano poetas que ya tenían bien ganada fama hace algo más de treinta años. Como siempre, ocurre que conviven poetas de varias edades y aunque se dibujen algunos grupos por afinidades de programa o de lugar -focos regionales- no veo una nueva frontera lírica del más alto vuelo y con sello propio y distinto. Ha corrido una de esas frases ingeniosillas, que tal vez encierran su fondo de verdad: los libros de poesía, con tiradas de dos mil ejemplares, a costa de los respectivos autores, son leídos por los dos mil poetas en ejercicio. Tampoco son de larga vida las colecciones de poesía, que suelen obedecer a ciertas afinidades -hay una que supera los cuatrocientos números-, y los poetas más estimados tienen ya su correspondiente volumen antológico. Dispersión y recolección lleva consigo nuestra lírica reciente y, gracias a la segunda, ahora ya nos resulta más cómodo acceder a la lectura de lo más granado, salvo ocultas violetas que acaso el tiempo saque de la umbría.

Lo que no veo con claridad -una vez más, falta de perspectiva- es el lineamiento en grupos o escuelas, movimientos o generaciones. Los más avanzados se apuntan a lo que llaman posmodernidad, o recurren a reviviscencias (letrismo, por ejemplo). Una vez más vemos corrientes literarias que apelan a un adelantamiento en el tiempo como norte de la calidad buscada: modernismo, vanguardismo, ultraísmo, postismo. ¿Es siempre lo último lo mejor?

Considerada la poesía más cercana a nuestro hoy en una visión panorámica creo advertir un acusado poder creativo en imaginería liberación de moldes rítmicos tradicionales más marcados, agilidad en el dominio de la lengua y, no raras veces, relevancia metafísica, lo que supone mentes orientadas hasta esa altura o profundidad. Hace tiempo que se eliminaron las fronteras de lo poético y no poético a priori, y ahora seguimos en la misma ancha apertura que, con frase de Alain, resumiría: «rien n'est poétique par soi, et tout le peut être».

No me interesa tanto el grado de compromiso con ideologías de uno u otro signo, fuente de una lírica de circunstancias -y no en el sentido goetheano-, no me interesan, digo, si no alcanzan motivos y apelaciones de mayor radio.

Por último, la transmisión de la poesía por medio de recitadores ha venido a tener un incremento en número, tanto de obra ajena como de la propia, sin olvidar a los que llaman cantautores y que utilizan los medios de comunicación más amplios. Música y letra se funden con varia fortuna, por donde las nuevas técnicas repiten lo que hicieron los primitivos con su voz y otros instrumentos sin amplificadores.

Pasando al campo de la narrativa parece evidente que hemos tenido una granazón más inventiva y copiosa: es ya un tópico hablar de «tiempo de novela», referido al más próximo. Pero también aquí resulta muy inseguro el establecer un corte aproximado entre los que conviven y publican, ya que se entreveran, como siempre, autores de diferentes alturas temporales, y no veo que los más recientes hayan anulado a los precedentes, algunos de los cuales siguen ejerciendo un magisterio bien notorio, en medio de un excepcionalmente variado repertorio de modos y estilos, de temas y asuntos en el novelar. Trataré, pues, de presentar una vista panorámica a grandes rasgos que no aspira más que a proposición discutible, no sin antes delinear someramente el ideal novelesco que uno tiene provisionalmente, digo, mientras no ocurra algo que venga a invalidarlo. Antes se ha hecho mención de los módulos novelescos que vienen gravitando sobre la historia próxima y que han remodelado el arte de la narrativa con más o menos fortuna y vigencia. No es aquí, en el arte nuevo de hacer novela donde veo que resida el valor más alto, pues las técnicas más refinadas deben su justificación en última instancia a su capacidad de incorporar las más varias y ricas experiencias humanas. Con la última «manera», con la técnica más al día se pueden escribir verdaderas inepcias; y con el marco más tradicional una obra que seduzca y nos llene. Cierto que el virtuosismo es un mérito y también aquí hallamos diferentes niveles. Visto ahora en su conjunto el panorama de la novela reciente, no es difícil constatar una curiosa variedad de artificios narrativos, en muchos casos con evidente voluntad de innovación, de espaldas a la gran corriente que penetra desde el siglo pasado hasta muy adentro del nuestro y sin que lleve trazas de agotamiento.

Desde otro punto de vista, lo más y mejor de la novela reciente ofrece una renovación en el estilo, con nuevos registros de expresión o de reacuñación actualizada, como ocurre con la veta del habla coloquial, modificada no sólo objetiva sino estilísticamente. Al tipismo de receta antañona, ha sucedido una notación de esmerado arte, menos ostensible que la prosa en clave alta, pero de muy estimable calidad. Hace no muchos años proponía la denominación de «neo-realismo» para alguna de estas manifestaciones, en las que tenemos maestros entre los no más jóvenes también. Por otra parte, entiendo que no se ha enriquecido en la misma proporción el lenguaje de contenidos intelectuales ni con más finos matices en análisis de psicología profunda, sin que esto suponga votar por la pedantería.

En cuanto a temas y motivos, así, en bloque, saltan a la vista algunos que han tenido menos cultivo entre nosotros, como la novela de ambiente fantástico puro, o entremezclado con tratamientos realísticos. Que en ello haya habido incitaciones ejemplares desde el exterior, parece más que probable, aunque no me decida a fijar orígenes o modelos que no hemos tenido entre nosotros: baste recordara Kafka, Lowry, Poe... y, muy acusadamente, la novela hispanoamericana, ese gran descubrimiento ultramarino, con un Cunqueiro aislado en su misteriosidad céltica. Por esta ventana abierta a lo fantástico o maravilloso puro creo que ha habido un ensanchamiento de la novela española más joven y reciente, con escritores de madurez intelectual evidente.

También ha de señalarse el incremento de la novela de aventuras policiales, detectivescas, tan raramente cultivadas antes. Ingenio, humor y una buena dosis de atención a lo más vulgar y corriente en la vida cotidiana, liberan a las obras de esta rama de la servidumbre al descubrimiento del culpable como finalidad suprema: suelen procurar y alcanzan una muy estimable calidad literaria. La erótica viene teniendo un tratamiento renovado, ampliado y recargado, consecuencia en parte de la anterior rigidez censoria. En este campo me parece que cabe discernir dos niveles más acusados, que suponen distinta motivación y aspiran a diferentes resultados. De una parte viene aumentando lo que llamo «erotismo gratuito», que busca el sensacionalismo sin más y que, raras veces, alcanza calidades literarias aceptables. En otro plano tenemos novelas de más alcance, en las cuales la erótica se nos da implicada con problemas que afectan al ser humano en su personalidad íntegra o en muchas de sus manifestaciones. Lo que no veo es un tratamiento distanciado, con ironía y humor, enfoque tan antiguo como el de nuestro Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, por no seguir más adelante. Si acudimos a referencia comparativa, la literatura erótica ha venido teniendo un progresivo e intensivo tratamiento en las letras del mundo occidental -no en la URSS- como puede verse si se compara a D. H. Lawrence con Henry Miller o Burroughs, por simplificar el problema. Entre nosotros una vez más se ha dado el movimiento pendular de nuestra historia en tantos aspectos: a la pudibundez casi siempre hipócrita de tiempos pasados próximos, ha venido a suceder una reacción que muchas veces desemboca en cruda pornografía. Luego viene el umbral diferencial en la receptiva, que exige un aumento en el excitante para superar lo que ya es hábito.

Otro lado de la fisiología -ahora sin compensación psicológica- que está teniendo cierta fortuna entre algunos escritores actuales queda situado en las funciones ínfimas y la consiguiente coprolalia. Con todo esto y ateniéndose ahora sólo a esta gama de motivos literaturizados, me parece oportuno traer a la memoria lo que don Juan Valera escribía en 1887 sobre la novela naturalista, que no deja de tener alguna analogía en resultados con lo que estamos leyendo, salvadas tantas diferencias.

Cambiando de tercio, nos encontramos con un abundante cultivo de memorias, de autobiografías confesas o enmascaradas de novela, que vienen a compensar una penuria en el género entre los nuestros. El interés, claro está, depende siempre de lo memorable de los recuerdos y de su traslado a escritura literaria.

Por el contrario, parece haber decaído el libro de andar, ver y narrar, con o sin implicaciones de más fuste, modalidad que había dado excelentes ejemplares a partir de «Un viaje a la Alcarria». Ni parece que la prosa poética está en un momento singularmente feliz.

Algo que veo como novedad, relativa, es la presencia de escritoras, novelistas y poetas (¿por qué no «dramaturgas»?) con algo que parece mentalidad nueva, más auténtica y libre, en lo cual coinciden las menos jóvenes con las más recientes. Mayor libertad política ha podido facilitar la expresión de un feminismo más auténtico y no tan plegadizo a convenciones sociales del entorno.

La igualdad de oportunidades en la educación para ambos sexos, que ya está lograda o muy poco le falta salvo cuando esas oportunidades no vengan limitadas por las respectivas naturalezas, nos ha traído más número de escritoras. Pero, si repasamos la historia de las artes resulta que si no faltan creadoras muy destacadas en lírica y narrativa, no ocurre otro tanto en música ni en artes plásticas.

Hasta aquí habrá advertido el posible lector que no se han inventariado asuntos y temas con la gran variedad que nos ofrece la novela reciente, pues he venido dejando fuera de consideración y mención aquellas que me parecen de menos relevancia innovadora: novela histórica, actual o remota, novela costumbrista al día, novela de lo que llaman ciencia-ficción,... Tampoco he atendido al cuento y relato, que tienen muy calificados cultivadores en un género que reclama inventiva y artificio muy refinados para hacerse lugar conspicuo entre sus competidores. De una investigación llevada a cabo en los Estados Unidos de América, resultó que los libros de cuentos tienen menos lectores que los otros, dado que al tener que reorientar la atención lectora tras de cada relato, sin el incentivo central de la novela, traía como resultado una fatiga disuasiva. Si repasamos las colecciones de cuentos que se han emprendido en los años próximos, salta a la vista su corta duración aun con obra de muy digna calidad.

En fin, lo que sí vemos claramente es una más abierta comunicación con el exterior en su doble dirección, de ida y vuelta, con mejor conocimiento de lo que por ahí se publica, nuevas condiciones que ya van dando sus frutos. Nuestra narrativa había venido padeciendo de un cierto provincianismo, y no siempre por acción impuesta. Ahora hemos recobrado escritores que han vivido un largo exilio, y otros hay que viviendo fuera de su patria, escriben y publican en español desde un observatorio internacional, supranacional, mejor. Verdad es que antes, con las limitaciones de la coerción censoria, no pocos autores la eludieron dando a sus libros a editoriales de México, Buenos Aires, París o Marsella, libros que sabíamos en qué trastiendas de librerías podíamos conseguir.

Deliberadamente he venido omitiendo nombres de-autores y de obras, con el fin de exponer una interpretación abstractiva, aunque basando cada aserto en datos concretos que el avisado lector habrá ido identificando. Iba a escribir de «hechos concretos», pero me asaltó la cautela de que todo hecho es ya teoría -Goethe- y de que «la realidad no es mero dato, algo dado, ofrecido, sino construcción que el hombre hace con el material dado» (Ortega y Gasset). Espero no haber deformado tanto la realidad que no pueda ser compartida. En cuanto a mi estimativa particular, queda abierta a discusión con todos y conmigo.





Indice