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La cueva prehistórica de Segóbriga

Edouard Capelle





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I

Hace tres años acabada el insigne y celosísimo investigador de las antigüedades españolas, R. P. Fidel Fita, de visitar las notabilísimas ruinas de Cabeza del Griego, con D. Juan de Dios de la Rada y Delgado, cuando al examinar los objetos descubiertos en el famoso cerro por D. Román García Soria, célebre ya por sus muchos descubrimientos arqueológicos, escribían ambos académicos estas proféticas palabras:

«Es imposible recorrer el elevado cerro de Cabeza del Griego y sus alrededores sin adquirir el profundo convencimiento de que allí existió importantísima ciudad romana, que debió elevarse, á la manera griega, sobre otra indígena celtibérica. ¿Quién sabe si, hendiendo el cerro en profunda excavación vertical, como hizo el Dr. Schliemann en las alturas de Hissarlik, se descubrirían á manera de capas geológicas, como allí se descubrieron, restos de las diversas gentes que en las alturas de Cabeza del Griego edificaron sus moradas desde las más remotas edades del mundo antiguo? No huelga á este propósito apuntar que, en poder del Sr. García Soria, existen muchas hachas de las llamadas prehistóricas del período neolítico ó de la piedra pulimentada; que nosotros mismos sacamos de un sepulcro cristiano de la basílica visigoda pequeñísima y preciosa hacha de sílice de menos de dos centímetros de longitud, perfectamente conservada y con finísimo corte, que pudo haber caído allí revuelta con los escombros y ruinas que se llevaron de la cercana Cabeza del Griego, y que también existe en poder del Sr. García Soria variada colección de armas de cobre puro y de bronce, procedentes de las faldas del mismo cerro»1.



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Cerro de Segóbriga

CERRO DE SEGÓBRIGA

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Tres años habían transcurrido ya desde que se publicaron estas líneas, cuando á mediados del mes de Junio del pasado, aprovechándome de la invitación que me hizo el Sr. García Soria, á ruegos del mismo R. P. Fita, fuí á reconocer una gran lápida de piedra común, recién descubierta en las ruinas de Cabeza del Griego, monumento arqueológico de inapreciable valor por el poderoso argumento con el que viene á robustecer la ya tan acreditada opinión de que la ciudad cuyos restos aparecen en las faldas y la cumbre del referido cerro, fué verdaderamente en tiempo de la ocupación romana y del imperio visigodo, la antigua Segóbriga.

Habiendo, pues, sacado de la mencionada piedra la fotografía que pudieron ver los lectores de este BOLETÍN, en el tomo XIX, pág. 136 del mismo2, supe por un criado de D. Pelayo Quintero3, sobrino del Sr. García y compañero nuestro en esta excursión, que se había encontrado, hacía poco, en los alrededores del cerro una cueva muy honda en la cual nadie aún se había atrevido á penetrar. Me propuso D. Pelayo Quintero visitarla él primero y prometió avisarme si le pareciese digna de más prolija exploración. Acepté gustoso con el deseo de descubrir en ella vestigios de una habitación prehistórica, y con la esperanza de encontrar en una región en la que á cada paso se tropieza con restos de los esplendores romanos, árabes y españoles, algunos monumentos dejados en este país por los primeros hombres que pisaron el suelo de la Península Ibérica.

En efecto, si bien es verdad que hasta ahora los descubrimientos de esta naturaleza verificados en España son pocos en número, no dejan de tener seguramente importancia, é indudable interés, tanto por lo precioso y lo raro de los mismos objetos que de ellos se sacaron, como por los indicios que nos ofrecen de la adelantada civilización á la que habían llegado en los tiempos prehistóricos los trogloditas del Mediodía de Europa4.

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Cierto que las incesantes pesquisas de D. Juan Vilanova, los estudios de M. Cartailhac sobre Las edades prehistóricas de España y Portugal, y, más que todo, los notabilísimos descubrimientos y espléndidas publicaciones de los Sres. D. Luís y D. Enrique Siret han dado á conocer al mundo científico cuanto se puede esperar de exploraciones metódicas y completas, continuadas con la perseverancia que lleva á cabo las empresas al parecer más ingratas y más difíciles; pero no es menos cierto que más bien que certeza, son suposiciones las que se han de sacar de unas investigaciones que necesitarían, para ser tan fecundas como fuera menester, otros auxilios que los de un hombre privado.

Hace pocos años exclamaba el célebre antropólogo Mr. John Evans, presidente de la Sociedad de Antropología de Londres, en el Congreso promovido en Manchester por la Asociación Británica, al conocer los descubrimientos de los Sres. Siret:

«Hasta ahora nos hallábamos en la ignorancia por lo tocante á los tiempos primitivos de España, pero en la actualidad, parece que ese país ha de ser el destinado á dar luz sobre las grandes cuestiones de la Edad de Bronce en Europa»5.



Desde entonces D. Luís Siret ha inaugurado en el SE. de la Península una nueva campaña coronada con los más felices resultados6. Con todo, lo que se refiere á la prehistoria en el centro de España permanecía aún muy obscuro, por falta de documentos; aprovechando, pues, la ocasión que me ofrecía la Providencia, emprendí las exploraciones de la cueva recién abierta, con el ánimo de visitar después todas las cavernas de la región. Me es sumamente agradable dedicar á la ínclita Academia de la Historia, por medio del R. P. Fita, las primicias de mis descubrimientos.



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II

Por los términos de Almendros y Sahelices corre un sistema de colinas calizas, procedentes de la sierra de Altomira, y que se pueden referir al jurásico, cuyos abruptos flancos, horadados en la época terciaria para dar paso á los ríos subterráneos y fuentes termales que por su acción erosiva y disolvente determinaron la formación de numerosas cavernas, encierran rastros interesantísimos de las primeras civilizaciones que se fueron desarrollando bajo el hermoso cielo de España.

Una de estas cuevas se abre frente al histórico cerro de Cabeza del Griego, sitio, como anteriormente lo indiqué, en el cual, según la más acreditada opinión, se levantó la antigua y famosa ciudad de Segóbriga, media legua hacia el Occidente, en la hacienda llamada de Villalba, perteneciente a D. Gregorio Alonso y Grimaldi, ingeniero de caminos, canales y puertos é individuo de la Junta Consultiva del Ministerio de Fomento, y á su hermano D. José María Alonso y Grimaldi, rico propietario de la Vega del Gigüela.

La visité por primera vez el 13 de Octubre de 1892, con el P. Francisco Sáenz, D. Alvaro Yastzembiec de Yendrzeyowski médico y alcalde de la villa de Uclés, y D. Pelayo Quintero.

Tuvimos que bajar por una especie de pozo de unos dos metros de profundidad y medio de diámetro, cuyo orificio, formado por el desprendimiento de una enorme roca, dejaba apenas el paso libre á un cuerpo humano. No conocíamos aún la verdadera entrada, que sólo descubrimos después de cuatro ó cinco meses de asiduos trabajos. Fué preciso deslizarnos con infinitas precauciones por un estrecho caño de unos 40 metros de largo, practicado por las zorras y tejones entre las piedras caídas de la bóveda ó precipitadas de fuera, durante el espantoso cataclismo que llenó de tierra y escombros las inmensas salas de la caverna hasta levantar el mismo piso á la altura del techo7.

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Lámina I

LÁMINA I

ALREDEDORES DE LA CUEVA

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Sería imposible describir lo difícil y peligroso de esta arriesgada excursión, que si se llevó á cabo sin percance, fué por la prudencia y repetidos avisos de D. Pelayo Quintero, el cual, como queda dicho, había querido explorarla primero y llegado á la sala del dolmen, de la que tendré más adelante ocasión de hablar8.

Nos arrastrábamos como serpientes, la cabeza pegada al suelo, los pies delante, apretado el cuerpo por todas partes y empujando á cada paso enormes y numerosas piedras que rodaban con extrema rapidez en la recia pendiente de la galería, con inminente peligro de quitar la vida á los que iban delante, si no hubiesen tenido el cuidado, mientras bajaba uno, de guarecerse los demás en los recodos y huecos que de vez en cuando se encontraban.

A unos cuarenta metros de la entrada se ensanchó la galería y pudimos andar de pie; lo que nos llamó entonces la atención fué el número de cacharros que yacían esparcidos por el suelo y de huesos que entre ellos aparecían. Recogí en esa ocasión un esternón y unas vértebras humanas de extraordinaria magnitud, dientes de buey y caballo y un calcáneo de ciervo.

La falta de tiempo no nos permitió ir más adelante, pero animado por estos primeros descubrimientos, me resolví á dedicar á la exploración de la cueva el único día que mis ordinarias ocupaciones me permiten consagrar cada semana, á los estudios prehistóricos.

Carecería de interés la relación detallada de cada una de las diversas expediciones que con el fin de reconocer la cueva tuve que verificar; me limitaré, pues, á indicar aquí las pocas conclusiones que hasta ahora he podido deducir de cuanto he visto ó encontrado en la mencionada caverna, ora describiendo brevemente el mismo horado, ora dando á conocer los instrumentos, vasijas y huesos que tuve la buena suerte de recoger.

Pero ante todo permítaseme dar las gracias en esta modesta relación al P. José Deltour, que fué durante largos meses el más fiel y perseverante compañero de mis expediciones, á pesar de las   —248→   graves é innumerables dificultades que nos sobrevinieron, sobre todo á los principios, y quien me ayudó siempre con su actividad é inteligencia, á las que me reconozco deudor, al buen éxito de nuestra empresa.

Varios de mis amigos quisieron también tomar parte sucesivamente en mi tarea: sería muy largo nombrarlos á todos, pero no puedo menos de mostrarles aquí la expresión de mi sincera gratitud y testificar que les debo una gran parte de mis hallazgos.

Avisado por mí D. José María Alonso y Grimaldi de la importancia científica que ofrecía el estudio de la caverna, acogió favorablemente la súplica que le dirigí, autorizándome con noble desinterés y amabilísima cortesía á explorar, como mejor me pareciese; toda esta prehistórica estación, y llevando la condescendencia hasta otorgarme el derecho exclusivo de practicar en ella excavaciones, con el fin de asegurar así, en cuanto posible fuera, la integridad de nuestros descubrimientos. Aprovecho gustoso la ocasión que se me ofrece de confirmarle la sinceridad de mi gratitud.




III

La cueva tiene su entrada á unos 85 m. sobre el nivel del río Gigüela; mide 82 m. de profundidad y 166 de longitud en su galería principal. Bastan estas medidas, tomadas con rigurosa exactitud, para formarse una idea del extraordinario declive de la gruta9.

Superadas las primeras dificultades que anteriormente señalé, se encuentra el explorador en una salita mediana, en donde establecimos durante los primeros meses nuestra cocina y comedor, cocina por cierto bien rudimentaria, pues el hogar consistía en dos losas sobre las cuales se colocaba el clásico aparato llamado en francés plat du chasseur, y en el que con la sola llama de   —249→   nuestras bujías freíanse en poco tiempo los huevos ó asábase la carne que había de formar el plato principal dé nuestra comida. Muy pronto conocimos por los huesos, cáscaras de almendras, cenizas y trozos de carbón que por allí encontramos, que esta parte de la caverna había sido dedicada muchos siglos há al mismo destino que ahora tenía. En un rincón veíase amontonado un verdadero kjoekkenmœdding10, en donde se hallaron juntos huesos humanos y de animales, entre los cuales figuraban especialmente el buey antiguo, el ciervo, el corzo y otras especies domésticas ó silvestres, cuya lista publicaré en otro estudio posterior.

En esta misma sala desemboca un corredor secundario, el cual sin duda ninguna debe comunicar por su parte superior con una de las grandes cavidades que servirían antes de habitación y se cegaron por completo con los escombros que arrastró del monte la violencia de las aguas. En esta galería fue donde descubrimos el primer cadáver entero de los sepultados en la caverna. Era el cuerpo de alta estatura; el cráneo, refiriéndose al tipo braquicéfalo, y notable por su capacidad y lo bello de sus proporciones, era de tamaño más que regular y muy espeso, á pesar de que la falta de osificación en las suturas de sus varias partes daba á entender que el individuo á quien había pertenecido no pasaría de unos 40 años en el momento de su muerte. Desgraciadamente casi todos los huesos del esqueleto, consumidos durante tantos siglos por la humedad del limo rojizo que los cubría, se reducían á polvo cuando los queríamos extraer de su sitio, y con grandísima dificultad pude llevar á casa, en medio de una lluvia torrencial, un gran pedazo de cráneo, es decir, un parietal, un temporal y parte del frontal y del occipital, todo lo cual presenté en el pasado Enero á los señores profesores del Museo de Ciencias naturales de Madrid.

Examinó detenidamente el precioso fragmento, así como las vértebras procedentes de otro esqueleto asimismo encontrado en   —250→   la cueva, el Dr. D. Francisco de Paula Martínez y Sáez, profesor de Zoología de los vertebrados en la Universidad Central11, y habiéndolo todo comparado con los huesos correspondientes de los esqueletos conservados en el Museo, quedó asombrado por la notabilísima diferencia que mediaba en el tamaño de estos y de aquellos. He de decir, sin embargo, que las proporciones extraordinarias de estos huesos se han encontrado sólo en dos ó tres individuos; los restantes que se descubrieron después en la caverna se acercan más por su talla al tipo normal que con tan pocas variaciones se ha conservado desde las primeras edades de la humanidad hasta nuestros días.

Dejando á la derecha la pequeña galería en que hallamos estos restos se baja por la central hasta llegar á un empalme cuyas bifurcaciones exploramos diligentemente. La de la izquierda se convierte pronto en una grandísima sala, llena también de escombros, cacharros y huesos, de la que parten varias sendas que nos llevan á unos cuartos ó habitaciones en que caben con dificultad más de dos personas, y en donde se encuentran con frecuencia especies de tapias levantadas sin duda con el fin de preservarse de las corrientes de aire ó de la invasión de los animales, moradores asiduos de la cueva: estas paredes son de piedra cimentada con una arcilla de color gris que ha guardado, después de algunos miles de años, la señal de los dedos que la amasaron.

En uno de estos prehistóricos aposentos, en cuya entrada, cegada por enormes cantos, yacían algunos huesos de un ciervo de gran tamaño, reconocí en el techo el humo todavía muy visible debido á alguna antorcha de resina, y habiendo llamado á dos de mis compañeros, les enseñé mis dedos ennegrecidos con este humo más que secular.

Pero lo que más nos llamó la atención en esta vasta sala fué la presencia de una especie de dolmen formado por una gran lápida   —251→   puesta de plano sobre dos peñas que habían protegido los restos de dos esqueletos dispersos por las aguas, el uno de un adulto, el otro de un niño. Sólo nos fué posible ir juntando unas pocas vértebras, dos fragmentos de húmero y algunos dientes y muelas del primero, dos ó tres vértebras y dientes del segundo, esparcido todo en medio de un polvo blanquecino debido á la descomposición de los mismos huesos bajo la fatal influencia de la humedad.

La lápida estaba unida con las peñas que la sostenían por la misma arcilla, cuya existencia ya habíamos notado en otros puntos de la cueva; en el suelo, cerca de los esqueletos, se encontraron muchos granos de trigo carbonizados, ora sueltos, ora aglomerados y mezclados con cenizas y carbones. Descubrimos después la misma clase de trigo en mayor cantidad, pues formaba una capa de 2 ó 3 cm. de alto sobre 2 ó 3 m. de ancho y largo, en un rincón de la misma sala del dolmen12.

El pasadizo de la derecha, que es la continuación de la galería central, sigue bajando con el declive mencionado; pero se ensancha cada vez más, se divide una y mil veces, atraviesa cavidades más ó menos espaciosas, y acaba de repente en una grande excavación cuyo fondo está convertido en balsa profunda de agua caliza, el cual depósito está en comunicación por varios conductos con el lago subterráneo del que nacen gran parte de las fuentes del valle:

A medida que se va bajando por esta pendiente se hacen poco á poco más raros los vestigios de habitación: vese poco humo en el techo, menos cenizas y cacharros en el suelo; si se encuentran algunos ó aun acaso varios huesos, estos han sido arrastrados por las aguas. Los huesos, más frágiles, han perdido toda su sustancia orgánica, señal, no tanto de su mayor antigüedad, cuanto de una prolongada inmersión en el agua; por fin, algunos metros antes de llegar á la balsa, ya no queda ningún rastro de lo que antes con tanta frecuencia se encontraba.



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IV

En el estado actual de la cueva es muy difícil, y hasta parece imposible, determinar con exactitud la época de su habitación. Según D. Luís Siret, el docto y célebre ingeniero, autor de Las primeras edades del metal en el Sudeste de España, á quien comuniqué varios dibujos y documentos sobre nuestras exploraciones, se referiría la caverna prehistórica de Segóbriga al principio de la edad de bronce ó al período de transición de la neolítica á la del metal. Este fué, en efecto, según parece, el tiempo en que, á consecuencia de un cataclismo desconocido, invadieron las aguas el valle del Gigüela y sepultaron hasta los últimos vestigios de esta naciente civilización. Estoy, sin embargo, en que, tanto aquí como en otras muchas cavernas de Europa, están representadas varias edades; y esto lo deduzco de tres observaciones diferentes, es decir, de la presencia en la cueva, primero de restos humanos pertenecientes, al parecer, á dos razas muy distintas; segundo, de instrumentos que se refieren á varias épocas, y, en fin, de objetos de cerámica, unos análogos á los encontrados en cavernas exclusivamente neolíticas del Norte de España, y otros descubiertos en las del Sudeste.




V

Las dos razas humanas cuyos esqueletos yacían en la caverna merecen un largo y detenido estudio que se llevará á cabo cuando nuestras exploraciones nos permitan reunir un número mayor de objetos y documentos; pero por de pronto puedo señalar diferencias muy notables en el cráneo y los dientes de ambos.

De la raza que, á mi parecer, ocupó en primer lugar la cueva de Segóbriga, y de la cual encontramos dos sepulturas, una en una hendidura del risco, la otra en la gran sala que anteriormente describí, poseo tres maxilares inferiores, varios dientes y algunos huesos; de la otra tengo dos cráneos completos y notables fragmentos de siete ú ocho más13. Así como en estos se nota un   —253→  

Lámina II

LÁMINA II

CRÁNEO PROCEDENTE DE LA CUEVA DE SEGÓBRIGA

  —254→   prognatismo exagerado del maxilar superior al que corresponde con exactitud la posición de la quijada (lám. II), toda la dentadura del maxilar inferior de aquellos está extraordinariamente inclinada hacia lo interior de la boca, tanto en el de los dos niños cómo en el del adulto que encontré (lám. III, fig. 1, a, b, c). Además las muelas y dientes de la raza que me parece más reciente están muy gastados, así en los individuos ya viejos como en los jóvenes (lám. III, fig. 2, a, b); mientras que las de la otra raza no sólo en los maxilares completos, pero en otros cuyos fragmentos he podido descubrir, no presentan casi ninguna señal de usura. Los colmillos de estos últimos son pequeños, cónicos y puntiagudos; los de la otra raza más anchos y tan gastados como las muelas, lo que indica una notable diferencia en la alimentación de ambas razas (lám. III, fig. 1, a, b, c, fig. 2, a, b, c).

No menos dignos de nota son los caracteres que se pueden sacar de las vértebras de la raza primigenia. El cuerpo de la vértebra es más elíptico, las apófisis más cortas, los discos vertebrales hacen falta por completo en cuantos huesos de esta naturaleza he examinado, sin que haya alguna excepción (lám. III, fig. 1, d, e). El eminente paleontólogo M. Albert Gaudry, á quien comuniqué estas piezas, dice que los mencionados discos no estarían todavía soldados al cuerpo del hueso, lo cual llama la atención por ser un carácter constante que se encuentra así en los esqueletos de niños como en los de personas más avanzadas.

Las vértebras de la raza posterior se asemejan al contrario por completo á las actuales (lám. III, fig. 2, d, e), aunque no pocas veces deformadas por un dimorfismo singular, pues en varios individuos el lado derecho es mucho más estrecho que el izquierdo; igual dimorfismo se deja ver también en los animales de la misma época; y si se puede, por los pocos individuos examinados, juzgar de las demás, estas deformidades, si bien se encuentran de vez en cuando en nuestros tiempos, eran entonces mucho más frecuentes que ahora.

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Lámina III

LÁMINA III

HUESOS HUMANOS ENCONTRADOS EN LA CUEVA DE SEGÓBRIGA
Núm. I.- Raza antigua Núm. II.- Raza posterior
a. Quijada de un niño. a, b. Quijada de adultos.
b, c. Quijada de un joven. c. Vértebra dorsal de un adulto.
d. Vértebra dorsal de un joven. d. Vértebra lumbar del mismo.
e. Vértebra lumbar de un adulto.
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El mismo color del hueso participa de las diferencias señaladas, pues en estos es de un gris ceniciento, en aquellos pardo ó amarillo obscuro.

Tales son las razones que, por lo que toca á la osteología, me mueven á creer que la caverna fué sucesivamente, y acaso con gran intervalo, ocupada por dos razas muy diferentes. No niego que se puede dar otra interpretación á los referidos hechos; pero la opinión que acabo de exponer no carece de alguna probabilidad, y á ella me inclino, dispuesto á abandonarla si ulteriores exploraciones me demuestran que no es verdadera.




VI

He dicho también que se observaba en los instrumentos diferencias que pueden corresponder á distintas civilizaciones. Sabemos, en efecto, por las numerosas exploraciones de las cuevas de Francia, Bélgica é Inglaterra, que en la edad paleolítica y en los principios de la neolítica se usaron como instrumentos lascas de sílice más ó menos labradas, pero que se pueden reducir todas á algunas formas clásicas cuyas figuras, reproducidas por cuantos autores han tratado de prehistoria, se pueden ver sobre todo en el famoso Musée préhistorique de MM. Gabriel y Adrien de Mortillet14.

Las mismas ó análogas formas no son raras en la cueva de Segóbriga, como me propongo demostrarlo más tarde en un estudio más técnico. Lo cual induce á creer que dichos objetos se han de referir á una época anterior á la edad de bronce, si bien es verdad que entonces se usaron también instrumentos primitivos; y no es raro aun en este siglo, en que tanto han adelantado las civilizaciones europeas, encontrar instrumentos que nos han transmitido nuestros mayores; lo cual tampoco nos ha de extrañar cuando se trata de pueblos prehistóricos. Pero no me parece temerario suponer que, tanto aquellos instrumentos como estos, se usaron porque ya existían; de modo que, generalmente hablando,   —257→  

Lámina IV

LÁMINA IV

INSTRUMENTOS DE PIEDRA Y HUESO
1. Raspadera de pedernal. 11-12, 14-20. Taladros, punzones y puñales de hueso.
2. Sierra de pedernal. 13. Aguja de hueso (falta la punta).
3. Lijador de cuarcita. 21. Pedazo de flecha de hueso.
4-5, 7-10. Instrumento de varia clase (pedernal y cuarcita). 22. Figura cónica de hueso.
6. Celta de pedernal. 23. Espátula de hueso.

  —258→   no se hubiesen fabricado á propósito, por tener otros más cómodos y de tan fácil fabricación.

Estos últimos, que pertenecen á la edad neolítica ó á la de transición al bronce, se pueden reducir á tres clases: unos son de piedra, otros de hueso, los últimos de metal.

I. Instrumentos de piedra.- La mayor parte de los de menor tamaño son de sílex ó pedernal, de color blanquizco ligeramente azulado; otros, constando de la misma materia, son grises ó pardos. Sabido es que se obtenían las lascas de silex por medio de la percusión15; unos se usaban sin más labor, como cuchillos, bruñidores, raspaderas (láminas IV y V), etc.; otros se convertían en sierras más ó menos labradas, según la época á la que pertenecían. Entre las sierras de sílex (lám. V, fig. 3) señalaré dos ó tres de exiguo tamaño, que no se usarían sueltas como se ha de suponer, sino clavadas en suficiente número en un mango de madera en forma de hoz, como se encontraron en Egipto. A las sierras se acercan los lijadores (lám. IV, fig. 3); no hallé mas que pedacitos de ellos, todos desgastados por el frotamiento.

Lo que más abunda son las puntas de flecha: se encuentran no sólo en la cueva, mas sobre todo en los montes de los alrededores; son unos fragmentos de sílice, las más veces triangulares pero casi siempre toscos y sin labor, que se atarían con tiras de vejigas á unos palillos de madera, y secas las ligaduras vendrían á ser un arma bastante temible para la caza y la guerra. Una de las más pequeñas es de un hermoso jaspe16.

Los demás instrumentos de piedra son moletas, cuyo uso, á mi juicio, sería para bruñir las vasijas; martillos y celtas ya labrados (lám. IV, fig. 6), ya muy toscos. La mayor parte de estas piedras, cuya naturaleza reconoció el amabilísimo y no menos sabio profesor Dr. D. Francisco Quiroga, catedrático de cristalografía en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, son de cuarcita. Hay un fragmento de hacha muy interesante. «Es, dice el Sr. Quiroga, una roca diabásica alterada, cuyo piroxeno   —259→   está totalmente transformado en una red de serpentina que da gran tenacidad á la roca y tacto suave, jabonoso. De la diabasa lo se conservan más que indicios de la estructura ofítica, porque la serpentina lo ha invadido todo. Lleva además la roca granillo de ilmenita».

II. Instrumentos de hueso.- Bajo este nombre general vienen comprendiéndose multitud de tipos variados que se pueden casi todos reducir á taladros, punzones, puñales y agujas. Los tres primeros se solían sacar de tibias y cúbitos de animales (lám. IV, figs. 11, 12, 14-20; lám. V, figs. 8, 10-12), las más veces de rumiantes: hay punzones, sin embargo, hechos con cuernos de ciervo y de corzo, pero son muy raros. Las agujas son de dos clases, unas recias, cortas y afiladas en sus dos extremos (lám. IV, fig. 13; lám. V, figs. 7, 9); otras largas, encorvadas hacia el centro, agujereadas en un extremo, agudas en el otro. Estas últimas, parecidas á las que se usaban todavía no hace medio siglo en algunos pueblos de la Mancha, para hacer el esparto, se sacaban generalmente de las costillas.

III. Instrumentos de metal.- Rarísimos son, y se encuentran como por casualidad en los escombros. Sólo puedo citar un celta de la forma más antigua, un cincel y una punta de flecha ó lanza, todos de cobre purísimo, pues no hemos encontrado hasta ahora rastro alguno de bronce en la caverna. Las formas de estos instrumentos son análogas á las encontradas por D. Luís Siret en el Sudeste, y parecen proceder de la misma civilización. Nada me inclina á creer que se hayan fabricado en la misma estación prehistórica de Segóbriga; estoy, por el contrario, convencido de que se habían adquirido por el comercio; tengo que confesar, sin embargo, que son muy pocos todavía los datos que tengo sobre nuestros trogloditas. Si se encontrasen muchos sin mezcla ninguna de estaño, sería una probabilidad más para inferir que la edad de cobre ha precedido realmente á la de bronce en la Península Ibérica. Varios autores son de este parecer, y esta opinión gana cada día más terreno17.

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Lámina V

LÁMINA V

INSTRUMENTOS Y OBJETOS DE ADORNO
1. Botón de marfil. 6. Celta de piedra.
2. Amuleto de pizarra. 7 y 9. Agujas de hueso.
3. Sierra de pedernal. 8. Puñalitos de hueso.
4. Punta de flecha de hueso. 10-12. Punzones.
5. Pedazo de brazalete (colmillo de jabalí).


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VII

Siempre que se encuentran en algún punto del orbe huellas del hombre, se ha de buscar al lado de los útiles que le sirvieron para ganarse la vida, los adornos y objetos de lujo con que se engalanaba. Poco, sin embargo, he recogido aún en la caverna, que estoy explorando. Algunas conchitas agujereadas, pedazos de Cardium y de Pectúnculo, un trozo de Dentalium elephantinum, láminas cuadradas, ó mejor rectangulares, de hueso y de piedra (lám. V, fig. 2), una brocha de hueso, un botón de marfil (lám. V, fig. 1), dos ó tres fragmentos de brazaletes sacados de los colmillos del jabalí (lám. V, fig. 5). Hé ahí por ahora todos los ornamentos con que los trogloditas de Segóbriga satisfacían su vanidad.




VIII

Pero si faltan las joyas, abundan, por el contrario, las piezas de cerámica, cerámica en la cual, según lo indiqué anteriormente, han dejado su huella dos ó tres edades muy distintas.

Unas, en efecto, son idénticas á las que descubrieron MM. Ed. y L. Lartet en Cueva Lóbrega, cuando por el verano de 1865 visitaron las principales cuevas de los Pirineos españoles18. Es la misma tierra, los mismos adornos, la misma forma de las vasijas: es, pues, indudable que sea también la misma civilización (lámina VI, fig. 1).

He reunido en la lám. VII, en una fotografía sacada de los mismos tiestos, varios tipos que parecen relacionarse más con las formas de la segunda época. Estas formas ya pasan de 60, y cada día se encuentran más. Desgraciadamente es muy raro el hallar tiestos enteros, y no tan frecuente topar con fragmentos considerables de ellos.

En efecto, aunque se hallen por millares reunidos en todas las galerías y pasadizos de la cueva los fragmentos de innumerables   —262→  

Lámina VI

LÁMINA VI

VASIJAS. PRIMERA ÉPOCA

  —263→   vasos, casi todos han sido rotos, ora por los mismos moradores de la caverna, ora al ser arrastrados por las aguas que la invadieron y los precipitaron contra el risco, haciéndolos pedazos, ora por la presión sobre ellos ejercida por la tierra y las rocas que los cubrían.

Algunas vasijas eran de muy tosca fabricación y de poca dureza, aunque muy espesas, otras, por el contrario, finas, elegantes y ligeras.

Constan todas de dos capas de color distinto, una negra generalmente interior, otra roja, rojiza ó parda, exterior; pero en los tiestos mayores no es raro encontrar en la parte de dentro una tercera zona de igual color que la de fuera. M. Louis Lartet atribuye esta coloración á la acción prolongada de brasas candentes de que se hubiera llenado el vaso durante la cocción del mismo19.

En cuanto á la forma es, como queda dicho, muy variada. Ningún tipo, á mi parecer, se usa todavía de los que. entonces se fabricaban, pero muchos se acercan á los productos de la alfarería moderna. Así vemos algunos bastante parecidos á nuestros pucheros, pero están, ya sin asas, ya con pequeñas protuberancias, ya, por fin, con asas más ó menos numerosas, pues no bajan algunas veces de seis, colocadas simétricamente alrededor de la boca.

Abundan igualmente los tiestos bajos y de anchura relativamente grande si se considera su altura; aseméjanse á nuestros platos, pero tienen sus bordes mucho más elevados y agradablemente adornados con molduras que corren por toda su circunferencia.

Más raros son los fragmentos de ánforas, hidrias y urnas, ó por lo menos han quedado tan destrozados que es difícil formarse una idea de la figura que tenían.

Por lo demás, la cerámica de la cueva es tan rica y tan abundante, que merece un detenido examen y estudio especial, el cual tengo el propósito de emprender cuando me haya sido posible reconstituir, por medio del cálculo, todas las formas de los tiestos   —264→  

Lámina VII

LÁMINA VII

GRUPO DE VASIJAS. SEGUNDA ÉPOCA

  —265→   que he recogido. Mientras tanto, el que quiera hojear el magnífico album de los Sres. D. Luís y D. Enrique Siret, encontrará dibujados en sus bellas láminas, sobre todo en las que nos dan á conocer la cerámica del Argar, la mayor parte de los tipos que de la caverna de Segóbriga extrajimos.




IX

Resumiendo, pues, todo lo dicho, los trogloditas de Segóbriga habían llegado á un punto relativamente adelantado de civilización, cuando una inmensa catástrofe vino á interrumpir el curso de sus progresos. Torrentes de agua invadieron el país: sus habitantes, acaso esparcidos ya en las primeras aldeas prehistóricas, volvieron á buscar un asilo en las cuevas que habían abandonado. Subió el terrible elemento y los sitió en su último refugio. Taparon ellos mismos la entrada para defenderse, con grandes losas y piedras enormes que unieron con arcilla, y esperaron el desenlace de drama tan espantoso. Pero sube también el agua por el interior de la cueva; la balsa se hace torrente, remueve la tierra, destroza las sepulturas objeto de tantos cuidados y de un culto tan reverencial, disipa los amontonamientos de provisiones que consigo habían llevado los infelices fugitivos, y por fin, elevándose hasta el nivel del piso más alto de la caverna, sumerge á sus desgraciados moradores. ¿Quién dirá las escenas que precedieron este último momento? En la galería central encontramos los restos de una mujer mezclados con los de un niño; cerca de la entrada el cráneo de un joven fracturado violentamente, y el de un adulto que llevaba cuatro heridas profundas hechas con un instrumento parecido á un cincel.

Diez ó doce cadáveres estaban agrupados en medio del mismo sendero, á corta distancia de la boca de la gruta: unos sepultados bajo las piedras que se habían desprendido de la bóveda, otros revueltos en la tierra que la inundación arrastró; todos vuelta la cara hacia la entrada. Ninguno llevaba consigo los adornos y armas que de ordinario se suelen encontrar en las sepulturas; apenas se hallaron á su alrededor dos ó tres conchas y una hacha de cobre, señal de que allí mismo murieron, sin que la piadosa   —266→   mano de un amigo ó de un pariente viniese después á recoger sus despojos para colocarlos, adornados decentemente, con los objetos que durante su vida habían usado, en uno de esos dólmenes ó sepulcros que con tanto esmero levantaban.

Por encima de la cueva amontonaron las aguas una inmensa cantidad de tierra hasta igualar su cumbre con la del vecino monte; en ella echaron raíces encinas seculares, y sobre ella pasaron millares de años sin que nadie sospechase su existencia, hasta que al fin de este siglo XIX, en el que por todo el mundo empiezan á revivir aquellas primeras épocas de la humanidad, la Providencia nos descubrió los arcanos que encerraba.

¡Ojalá me sea posible continuar con feliz éxito unas exploraciones que, no sólo no están concluídas, sino que apenas principian, y contribuir por mi parte á dar á conocer esas primeras civilizaciones españolas que han de esparcir tanta luz sobre las edades prehistóricas del linaje humano!





Uclés, 21 de Mayo de 1893.



 
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