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La cultura popular de Ginés Pérez de Hita

María Soledad Carrasco Urgoiti





En la época clásica de la literatura española, la cultura popular tuvo en Ginés Pérez de Hita uno de sus representantes más genuinos1. Acaso sorprenda esta afirmación a quien tenga presente que aquellos moros idealizados de su Historia de los vandos de los Zegríes y Abencerrajes (1595) -más conocida bajo el título Guerras civiles de Granada2- se citaban como dechados de cortesía en los salones literarios franceses de la época de los Luises, y fueron también considerados por las generaciones románticas uno de los últimos ejemplos del espíritu caballeresco medieval, que en este caso asumía un grato matiz exótico, evocador de la refinada civilización árabo-andaluza3. Pérez de Hita no fue quien creó el paradigma del moro sentimental y galante, sino que se sirvió de este tipo literario para inventar una sociedad novelesca de singular atractivo, cuyas incidencias el lector percibe como algo inmediato, anticipándose en este rasgo a la moderna literatura de ficción. No será posible entender cabalmente tal proceso, que, como toda aportación original, se apoya en un replanteamiento de objetivos y formas, sin haber precisado antes el punto de partida del autor, tanto respecto a la previa elaboración literaria de la materia que trata como a la índole de sus lecturas, preocupaciones y conocimientos. A comentar este último aspecto dedico principalmente las páginas que siguen, aunque habré de referirme brevemente al primero.

La estilización caballeresca del moro de Granada apunta en algunos romances fronterizos anteriores a la caída del reino nazarí y se acusa más claramente en otros tardíos de tema morisco que se difunden en pliegos sueltos ya avanzado el siglo XVI4. Hacia 1560, la idealización del caballero granadino y del adversario castellano, que con él forma la estampa caballeresca representativa deja frontera de Granada, se decanta en El Abencerraje. Esta pequeña obra maestra formula en términos novelescos un contenido moral acorde con la ética renacentista5 y fraguado, seguramente, al calor de la peculiar realidad social que significó la presencia de una numerosa y muy diversa población de origen moro en la España del siglo XVI6. Fomentado por la novelita anónima, surge un nuevo brote romancístico. Durante esta fase son poetas de nombre conocido, como Lucas Rodríguez o Pedro de Padilla, quienes elaboran en nuevas variantes el tema de retos y encuentros entre moros y cristianos. Se esbozan en tales poemas intrigas galantes, dando cabida al discreteo de las damas y al relato pormenorizado de lances de fiesta. La descripción de armas, galas y arreos va ganando en importancia, y se elabora una técnica enumerativa y detallística que será aprovechada por el nuevo romancero morisco en la etapa siguiente.

Lo que básicamente distingue de la producción anterior al subgénero poético que se denomina romance morisco es el valor simbólico de los elementos descriptivos y narrativos que integra. Cuando el poeta traza la multicolor estampa de caballo y jinete y se sirve de los procedimientos expresivos del estilo petrarquista para dar énfasis a la postura sentimental que su personaje exterioriza, en realidad escribe movido por los estímulos esenciales del género lírico: amor, loor y su contrapartida de vituperio y celos. La creación de este lenguaje literario, que corresponde a la actitud estética manierista, permite que tras un ente de ficción como los moros Zaide o Gazul pueda ocultarse, y revelarse al mismo tiempo, la identidad de un Lope de Vega, del mismo modo que, dentro de la convención pastoril, el poeta deja oír su voz en las quejas de Belardo7.

Los romances moriscos se publicaban algunas veces en cuadernillos, y más frecuentemente en volúmenes, que, sin nombrar a los autores, reunían composiciones de poetas conocidos, pero su mayor difusión se debió al canto. El género, que ha nacido en un ambiente saturado de preocupaciones literarias, se encamina, como la comedia, a dar gusto a todos y asume el carácter anónimo de la tradición romancística. Y así los lances, las declaraciones de amor o las invectivas que el poema atribuye a un moro gallardo, cuyo gesto airoso se perfila entre el ornato coloreado de galas y prendas moriscas, pudieron leerse o escucharse en medios populares como detalles ampliados de una crónica poética. Con este carácter fueron utilizados los romances en las Guerras civiles de Granada, sirviéndose de ellos el autor como fuente de peripecia y como ornato que ambienta y engalana la obra. Si era sincero al conceder valor documental a estos poemas, ignoraba que el romancero viejo y el nuevo difieren sustancialmente, aunque no dejaba de distinguir entre ambos estilos, prefiriendo el último8. Este enfoque inexacto, con el que, sin embargo, Pérez de Hita logra tan felices resultados, podía darse en un escritor que no se había formado en las escuelas ni en el contacto con hombres de letras distinguidos. De hecho, no era ése el mundo de Ginés, y tanto lo que podemos deducir de sus aficiones literarias como los datos biográficos conocidos y el carácter de su producción en verso revelan que se movió en medios de cultura de tipo popular.

Es indudable que Pérez de Hita leía con fruición, pero sus predilecciones no reflejan el gusto que imperaba entre los hombres de letras de su tiempo. Ya indica un notable desfase que en fecha tan avanzada como 1596 dedicase sus ratos de ocio a versificarla Crónica Troyana, según la versión medieval, atribuida a Dares y Dictis9. También es significativo que «Ginés de Ita, vecino de Murcia», figure en un pliego suelto como adaptador de romances relacionados con el ciclo carolingio10. La temática de la Historia de los vandos da asimismo elocuente testimonio de la afición de su autor a los libros de caballerías. En cambio, parece haberle sido indiferente la novela pastoril, que gozaba de la predilección de la clase hidalga. Es probable que leyera en traducción Orlando furioso, pero a Pérez de Hita se le escapa la ironía de Ariosto11, con quien, por otra parte, coincide -bien sea por inspiración directa o a la zaga de los romances moriscos-, al dar todo el relieve posible a cuanto tenía de gran espectáculo la actividad de los personajes caballerescos. Los dos libros que abarca el título Guerras civiles de Granada evidencian que Ginés había leído numerosas historias, crónicas y relaciones sobre el pasado local. La falta de sentido crítico con que maneja tales fuentes no es excepcional en su tiempo, pero podemos suponer que un escritor culto se habría esforzado por dar un marco de referencia más amplio a tan abundante información sobre la comarca.

Está copiosamente documentada una etapa de la biografía de Pérez de Hita que se inicia poco antes de la rebelión de los moriscos de 1568 y llega hasta 157712. A excepción del tiempo en que sirvió como soldado, Ginés residía por entonces en Lorca, donde se había establecido como maestro zapatero y llegó a desempeñar varios años las funciones de veedor de este gremio. También intervenía en los preparativos de autos e «invenciones» para las fiestas del Corpus. El premio que le fue otorgado en 1572 por una «invención» demuestra que sobresalía en tareas cercanas a la creación artística. En cuanto a su actividad literaria, el pago que se le asigna el mismo año como compensación al trabajo de escribir el poema titulado «Libro de Lorca» y el hecho de que el concejo avale la veracidad de esta obra equivalen a un espaldarazo, graduando de poeta y cronista de la villa al emprendedor artesano.

A pesar del éxito obtenido a nivel local, Pérez de Hita no debió de hallar en Madrid impresor que se interesara por publicar el poema, y ello no es de extrañar13. Como tantas veces sucede en la abundante poesía histórica de la época14, la chispa de que pudiera ser capaz el poeta queda ahogada bajo el peso de una forma estrófica que le viene grande. Uno de los pocos fragmentos de grata lectura es un discurso que, excepcionalmente, adopta la forma métrica del romance, y está, sin duda, inspirado por «Abenámar, Abenámar», pues expresa, bajo el símil del canto de amor a una mujer, la ambición de un rey, en este caso musulmán, por conquistar una plaza enemiga. Con razón veía aquí Paula Blanchard-Demouge un signo temprano de lo fecundo que había de ser el romancero como fuente de inspiración de la Historia de los bandos15.

Algo más discutible es el punto de vista expresado por la experta editora de Pérez de Hita cuando comenta el poema como un primer bosquejo de la obra en prosa, ya que existe una evidente discrepancia de género -subrayada recientemente por Enrique Moreno Báez16- entre las dos obras que se agrupan bajo el título Guerras civiles de Granada. Hecha esta salvedad, la apreciación de Blanchard-Demouge es digna de tenerse en cuenta, ya que toma nota de las preferencias del autor al seleccionar la materia de sus libros. Ginés tiende ya, efectivamente, en el poema a abarcar la historia local, centrándose en el largo conflicto entre musulmanes y cristianos; y llevándolo hasta el presente, enfoque que en modo alguno contradice, sino que más bien confirma la vinculación del escritor a un tipo de cultura popular. Sin reservas pueden aceptarse los juicios de Blanchard-Demouge cuando señala que en el poema se manifiesta ya el gusto del autor por la anécdota de tipo caballeresco, así como su tendencia a dar amplio espacio a la relación de fiestas.

Los festejos descritos en el «Libro de Lorca» no aparecen como escenas recreadas al detalle, dentro del vasto panorama de una época pretérita, según sucederá en la Historia de dos bandos de Abencerrajes y Zegríes, sino que simplemente constituyen el último suceso de la historia local que el poeta considera digno de pasar a las crónicas. Se trata de las pantomimas y simulacros de batalla con que la villa celebró el nacimiento de un infante, y puede suponerse que alguna de las «invenciones» descritas sería la que le valió un premio a Ginés17. A diferencia de las relaciones de fiestas compuestas por ingenios que manejan los recursos de la poesía culta y escriben para un público entendido, el poema de Pérez de Hita presenta la materia áulica con toda sencillez. Considerados simple reportaje, estos cantos, que nunca han sido impresos, pueden valorarse como adición interesante al repertorio de Alenda18. Los regocijos reseñados se prolongan durante un mes, habiéndose iniciado el mismo día que llegó la noticia del suceso celebrado, con un desfile a la luz de las antorchas, que encabezaron los regidores y en que participaron varias máscaras y la graciosa figura del obispillo.

Se sucederán los festejos, cada vez más elaborados: una «invención» de comendadores de Santiago y Calatrava; un auto de don Juan de Austria, sobre el que sólo se dice que muestra el caso milagroso de la batalla naval, y un desfile en que figura un carro triunfal donde aparece la reina Ana de Austria, madre del infante, en compañía de las tres esposas anteriores del rey, quienes depositan sobre su cabeza una corona.

El autor dedica una sola estrofa a cada una de las máscaras, autos o danzas que consigna hasta que entra en la parte que más le interesa: tres espectáculos a mayor escala que se presentan en la plaza, utilizando como principal tramoya un castillo «grande y encumbrado» que ha sido instalado a ese efecto. En dos de estas ocasiones, un leve hilo argumental de tipo caballeresco, reducible a una confrontación alegórica entre el bien y el mal, enlaza diversas pantomimas y combates. Sonidos infernales, efectos pirotécnicos y alardes de magia abundan en la primera representación, cuyo héroe es Esplandián, quien da libertad al rey Lisuarte y a otros caballeros que tiene presos un jayán, auxiliado por un mago. Aunque no los detalles del espectáculo, el tema de la liberación del rey por su nieto parece inspirado en uno de los primeros episodios de las Sergas19.

El argumento de la segunda aventura es una variación sobre el tema del castillo de amor y contiene elementos muy característicos de la moda áulica del siglo XVI, que serán más ampliamente desarrollados en el juego de sortija de la Historia de los bandos. Además de exhibirse durante los preliminares del combate los retratos de bulto de algunas damas, aparece un carro triunfal en el que un caballero lleva entronizada a la diosa Venus, lo cual anticipa, excepto por la ausencia de galas moriscas, la entrada de los galanes moros en la plaza de Bibarrambla, conduciendo en triunfo las estatuas de sus amadas.

En contraste con los anteriores, el último festejo descrito por Ginés en el poema prescinde de los tópicos de libros de caballerías y se ajusta al esquema de las fiestas populares de moros y cristianos20. Como aún sucede en muchos pueblos, la villa entera se convierte en el vasto escenario donde se representa su pasado, si bien los parlamentos son declamados ante el castillete elevado en la plaza, que servirá como último reducto, primero del bando cristiano y luego del moro. De nuevo se impone señalar alguna correspondencia con los espectáculos que el autor describirá en la obra maestra: despliegue, en la plaza, de la escaramuza o del juego de cañas e interés por consignar -aunque sin emplear la técnica detallística que caracteriza el libro posterior- el rico material deque están hechas las armas, los atavíos o las tiendas de campaña. En cambio, no pasarán sino muy diluidos a la imagen que ha de trazar Pérez de Hita de la corte nazarí ciertos rasgos costumbristas caracterizadores de los moros, que se dan en la fiesta descrita en el poema: banquete del bando musulmán en la tienda; la ceremonia de la çala (azalá), que tiene lugar después de esta comida, durante la cual un moro santo ha leído fragmentos del Corán; efectos auditivos aterradores o gratos anunciando el ataque de los moros, y la marcha de su ejército, cuando avanza «sus gaitas y sus zambras resonando».

Entre los elementos del espectáculo descrito que perdurarán en la tradición folclórica pueden citarse: el desfile que se llama «entrada de moros», el cautiverio y rescate de algunos cristianos, la aparición de la cabeza cortada del jefe cristiano en lo alto del castillo cuando ha caído en poder de los moros, el desafío que lanza a los invasores su sucesor, el uso indiscriminado de los títulos «rey moro» y «Gran Turco», y, por último, la prisión de los moros, a quienes se lleva encadenados por las calles. Falta, en cambio, la conversión de éstos, muy generalizada más tarde en las fiestas. Probablemente tal desenlace, que implicaría un nuevo vínculo entre vencedores y vencidos, no encajaba en el clima de aquel momento, aún muy próximo a la guerra de la Alpujarra y consiguiente destierro de los moriscos del reino de Granada. Ginés, que aquí refiere la celebración como simple cronista, pondrá, en cambio, gran énfasis en la conversión de los moros cuando escriba la Historia de los bandos.

Como ya se apuntó, la afición a la materia áulica, que coincide con un interés de oficio, es también rasgo saliente de la obra principal de Pérez de Hita, que fue dada a la estampa casi veinticinco años después del tiempo en que residió en Lorca, combinando la poesía con la práctica de una artesanía refinada. Nada se sabe de su vida en Murcia, donde está avecindado al publicar la Historia de los bandos en 1595. Coincide con los libros de caballerías en ofrecer al lector la posibilidad de hurtarse imaginariamente a la prosa del vivir cotidiano para penetrar en un mundo idealizado, rasgo que explica el prolongado éxito de este género, particularmente en medios populares21. Mas la obra de Pérez de Hita evidencia también que su mente se ha abierto a nuevas posturas estéticas que le llegan principalmente a través del romancero. Ahora escribe con una libertad expresiva que denota, además, confianza en la validez de su materia y en su propia capacidad. El autor narra hechos históricos y presenta escenas ficticias, combinando ambos elementos en muy desigual proporción a lo largo de la obra. Lo novelesco va emergiendo paulatinamente, después de unos primeros capítulos dedicados a resumir lo que se sabe o se cuenta sobre el origen y los primeros tiempos del estado nazarí. La parte central de la obra contiene escenas llenas de vida que protagonizan, individual o colectivamente, personajes literarios, arrancados principalmente a la materia romancística. Hacia el final del libro, el autor adopta de nuevo el tono del cronista.

La selección temática que Pérez de Hita realiza se inclina a dar preferencia, sobre la batalla, al duelo y a la intriga sentimental. Ésta se desarrolla de acuerdo con la afición popular a ver al noble desplegar públicamente sus emociones, bien a través de actos de galantería -serenatas, desafíos, correrías en honor de la dama...- o utilizando el lenguaje del emblema y del simbolismo de los colores. Para elaborar el episodio que menos debe a fuentes históricas o romancísticas, el autor recurre a uno de los tópicos más difundidos de la literatura caballeresca y lo articula con la leyenda sobre la muerte de los Abencerrajes. Abarca este núcleo novelesco de las Guerras civiles la calumnia de adulterio que levantan los Zegríes a la reina de Granada y a un caballero Abencerraje, y la demostración, mediante un duelo solemne, de la inocencia de los acusados.

En la Historia de los bandos, el tema de la calumnia a la reina, que llegaría a popularizarse al ser recogido por los dos únicos romances vulgares derivados de la obra de Pérez de Hita, resuelve más de un problema22. En primer lugar, la matanza de los Abencerrajes aparece motivada en forma que conmueve fácilmente al público. El autor tiene también pretexto para recargar de tintas siniestras la caracterización, hasta este episodio algo desdibujada, pero más bien favorable, del Rey Chico, en quien la supuesta ofensa despierta una furia sanguinaria que se ensaña con su propia familia. De esta manera, la pérdida de su reino satisface, dentro del contexto de la obra, un elemental principio de justicia poética. Esta interpretación pudo ser sugerida por los últimos versos del «Romance del rey moro que perdió Alhama» («Mataste los Bencerrajes, / que eran la flor de Granada / [...] / Por eso mereces, Rey / una pena muy doblada: / que te pierdas tú y el reino, / y aquí se pierda Granada. / ¡Ay de mi Alhama!», Primavera, n.º 85a), y sin duda contribuyó a que Pérez de Hita desarrollase en forma novelesca las consecuencias de la alevosa intriga en que culmina en odio de los Zegríes contra el linaje rival de los Abencerrajes, erigido ya por la leyenda y la literatura en símbolo de virtud caballeresca perseguida. Tanto la calumnia misma como las circunstancias en que el rey la escucha (I, 169-171, cap. 13) pudieran proceder de una «Glosa al romance "Caballeros granadinos"» de Lucas Rodríguez, que figura en su Romancero historiado (1579-?) y fue incluida también en la primera Flor de varios romances nuevos y canciones (Huesca, 1589) de Pedro de Moncayo23, principal fuente romancística de las Guerras civiles. La incorporación al núcleo legendario del tópico medieval del «juicio de Dios» se debe probablemente a Pérez de Hita y, como podía esperarse de lo mucho que para él significaban los espectáculos áulicos y los libros de caballerías, ésta será la escena que elabore con más cuidado y extensión.

Dentro de la temática de las Guerras civiles, los juegos ecuestres tienen singular importancia24, y el mencionado torneo cierra una pequeña serie de escenas de fiesta que se desarrollan en la plaza de Bibarrambla. El autor sabe servirse de la intriga novelesca para mantener alerta la atención del lector cuando acumula detalles que interesan desde el punto de vista del espectáculo. Queda descrito Con nitidez de esmalte el atavío de los caballeros. En rápidos trazos se captan las evoluciones del juego de cañas, precisándose el movimiento de caballo y jinete y la posición del toro, registrándose efectos auditivos y demorando el relato en el momento de mayor expectación. La escena cobra perspectiva cuando se consigna la presencia de la multitud y sus reacciones. Con certero instinto de novelista, Pérez de Hita hace volcar el entusiasmo popular hacia los Abencerrajes, logrando con ello que el lector siga con emoción la marcha alegre y bulliciosa del festejo y que sienta el impacto de la violencia que irrumpirá inesperadamente bajo la presión de la envidia y alevosía. En una de las fiestas más solemnes, la fragilidad de la corte mora se hace sentir cuando aparece un campeón cristiano -el maestre de Calatrava- (I, 110-113, cap. 10), quien entra en el juego, manteniendo una actitud de distante cortesía, y se lleva el galardón. Igualmente simbólico es el papel de los caballeros castellanos disfrazados de turcos que salvan con su triunfo la vida y la honra de la reina mora (I, 230-245, cap. 15). Todo este último espectáculo aparece ambientado con una decoración lúgubre; que acentúan las expresiones colectivas de dolor, y tiene el valor de un emblema alusivo al derrumbamiento del reino nazarí.

En tales escenas de fiesta, Pérez de Hita realiza una transposición al tiempo histórico de la Granada mora del cuadro áulico contemporáneo, ya que el juego de cañas y la lidia habían sido adoptados como formas de recreo por la nobleza española y constituían el espectáculo predilecto del pueblo, que también participaba en la corrida. Era normal que para jugar cañas se ataviase a lo moro uno de los bandos de jinetes, pero también se seguía la costumbre italiana de que cada cuadrilla adoptase una librea de determinados colores. Aunque el autor de las Guerras civiles no se proponía hacer la crónica de festejos que hubiese presenciado, sino recrear su modelo ideal, opera al hacerlo con dos elementos del presente: los romances nuevos y su propia experiencia de espectador y participante en el montaje de «invenciones».

Respecto a la indumentaria, Juan Martínez Ruiz ha demostrado que las damas y galanes de la Historia de los bandos lucen armas, prendas y alhajas que por su material y manufactura son comparables a las que hasta 1570 poseían las familias moriscas granadinas más acaudaladas25. El lujo de tales ajuares excedía, incluso, al que la obra de Pérez de Hita atribuye a la nobleza nazarí, pero el investigador señala dos notables excepciones. Los moriscos ricos no poseían libreas, que, en cambio, aparecerán profusamente en el romancero morisco y en Pérez de Hita. Por el contrario, el amplio manto femenino llamado «almalafa», que figura con frecuencia en los inventarios, no se menciona en las Guerras civiles, a pesar de que el atuendo de las damas moras es objeto de cuidadosa atención. La omisión de la prenda citada -que solía usar la mujer morisca, pese a todas las prohibiciones, para cubrirse el rostro26- acaso obedezca al deseo de ignorar ciertas costumbres musulmanas que habían dado lugar a conflictos serios después de la conversión de los granadinos, ya que, en la obra de Pérez de Hita, los toques que pudieran considerarse exóticos están calculados para despertar en el lector español una curiosidad y una simpatía libres de recelos.

También parece arrancado a la realidad que Ginés vivió el aparato áulico del juego de sortija, cuya relación (I, 80-107, capítulos 9-10) sirve para reunir en haz las diversas intrigas galantes, que las parejas moras protagonizante acuerdo con situaciones esbozadas, principalmente, en el romancero nuevo. El mantenedor y los caballeros que recogen el reto se presentan uno a uno en la plaza de Bibarrambla -inexistente, como tal plaza urbana, en la Granada mora-, llevando una efigie de tamaño natural de la dama a quien sirven, que aparece rodeada de diversos artificios alegóricos. Tanto el número como las dimensiones, disposición, mecánica y ornato de estos carros corresponden, aproximadamente, a los recursos de que en la época podía disponer para ocasiones solemnes una ciudad de cierta importancia27. En los carros más sencillos, la estatua es coronada por un niño alado; otro tiene cabida para que se oculten en el interior ocho músicos; incluso hay uno provisto de un artefacto, que semeja un baldaquino o globo suspendido con apariencia de nube, y en un momento dado se abre, mostrando un cielo estrellado y dos figuras humanas. Algunas de estas pantomimas presentadas por un caballero exigen efectos de pirotecnia, consumiéndose en una ocasión todo el carruaje. Forman parte del desfile dos grandes carros, en cada uno de los cuales caben treinta hombres; uno de ellos adopta la forma de la nave, y el otro la del castillo, que eran muy comunes en la tradición áulica europea desde los tiempos medievales.

En suma, el fausto de la Granada caballeresca de las Guerras civiles es una creación de la fantasía, forjada con elementos de la realidad que conoce el autor. Algunos de éstos son totalmente ajenos a la cultura árabe andaluza. Otros, especialmente los juegos ecuestres y la indumentaria, reflejan aspectos superficiales de la misma, que no constituían áreas de fricción y podían ser aceptados -o de hecho ya habían sido asimilados- en la España de los Austrias.

Cuando el autor de la Historia de los bandos describe la fina urdimbre de un tejido o el diseño de un bordado, cuando se extasía ante la belleza de una marlota bicolor o de un alfanje cuajado de incrustaciones, habla como un entendido por cuyas manos han pasado estos objetos preciados. Sin duda los ha visto muchas veces, en las casas de los moriscos ricos, en la plaza donde los caballeros corren toros y juegan cañas, acaso en su propio taller y en el de sus hermanos de oficio. Y si, por razones de oficio, Ginés conoce bien el estilo de las artes menores mudéjares, como lector y poeta de gustos arcaizantes está familiarizado con el simbolismo de emblemas, lemas y colores. Ello contribuye a que presente los personajes de su obra, que en general carecen de repliegues psicológicos, adoptando una técnica preciosista, que enfoca el traje de preferencia al rostro y toma cuenta del colorido, el material y los primores de manufactura de prendas y armas. Mas el detallismo que caracteriza las descripciones de las Guerras civiles se mantiene siempre, a diferencia del de algunos romances moriscos y relaciones de fiestas, dentro de los límites precisos para que la silueta humana se perfile clara y airosa. El don de pintar cuadros vibrantes, animados por figuras humanas, cuyo recuerdo se imprime en la memoria del lector como el de una presencia sensible, es una de las aportaciones de Pérez de Hita al arte de novelar. Y en el equilibrio entre precisión y tendencias ornamentales que caracteriza su manera de presentar al personaje, quizá pueda señalarse una afinidad de estilo con el arte de los alarifes mudéjares, cuyo mundo y sociedad eran en gran medida también los suyos28.

En otro lugar he expuesto las razones por las que considero que la Historia de los bandos lleva implícito un mensaje de concordia, que por un lado reivindica el prestigio de una ascendencia mora y por otro invita al morisco a profesar de buena fe la ley cristiana29. Cuando Pérez de Hita advierte que ciertos moros de Jerez y Sevilla, que, figuran en romances del ciclo de Gazul (I, 298, cap. 17), tuvieron que ser «moros en pleytesía» autorizados a vivir como musulmanes en tierra de cristianos, ignora -voluntariamente o no- que el emplazamiento histórico de estos poemas tiene un valor puramente ornamental y sitúa al mudéjar, por implicación, al mismo nivel que el moro notable del pasado. Los últimos capítulos de las Guerras civiles aluden una y otra vez a la fecha temprana y al carácter voluntario de la conversión de muchas ilustres familias granadinas, hasta el punto de que, leyendo el libro, pudiera sacarse la impresión de que la caída del reino nazarí se debió a que los mejores caballeros de Granada repudiaron al tiránico Rey Chico y a su corte, agitada por la discordia, para pasarse al lado cristiano, donde veían resplandecer las virtudes caballerescas y la caridad que faltaban entre los moros. Y difícilmente pudiera pintarse un despliegue de gallardía y nobleza de sentimientos que resultase más grato al lector medio de la época de Ginés que aquella hora última de esplendor del reino de Granada que el libro aparenta captar.

Hay en las Guerras civiles una página curiosa en que el autor refiere que el buen conde de Bailén, don Rodrigo Ponce de León, le hizo obsequio del supuesto manuscrito en que pretende basar su obra (I, 29, cap. 17). Cuenta Pérez de Hita que el original fue escrito en Tremecén por un moro granadino que emigró al tiempo de la conquistar y añade que uno de sus descendientes se lo dio a un rabino, el cual lo tradujo al hebreo y regaló el texto árabe al citado noble. Interesado por conocer las hazañas de sus antepasados, que habían tomado parte en la conquista, el conde le pidió que lo vertiese también al romance, siendo éste el texto entregado a Ginés. Aunque no se especifica, don Rodrigo descendía de don Manuel Ponce de León, protagonista de hazañas legendarias, cantadas en famosísimos romances, y personaje de las Guerras civiles; y entre sus vasallos moriscos no faltaría alguno que pudiese envanecerse de un noble abolengo nazarí30. Toda la historia del manuscrito, que pasa amigablemente de manos de un moro a las de un judío y de las de éste a las del gran señor castellano, tiene sabor a anécdota traspapelada de los tiempos medievales en que coexistían las tres leyes. Actitud olvidada a fines del siglo XVI por la mayor parte de los españoles, que aún puede latir en los medios populares de la región donde transcurre la vida del autor de la Historia de los bandos.

Pérez de Hita ya tenía en su haber el éxito alcanzado con esta obra cuando terminó, en 1597 (II, 353, cap. 25), el libro sobre la guerra de la Alpujarra. Al preparar su impresión, quiso enlazarlo con el anterior, puesto que lo tituló Segunda parte de las Guerras civiles de Granada. Quizá considerase que en ambos casos se ocupaba de la misma entidad colectiva, la población del antiguo reino nazarí, y refería por extenso las profundas disensiones que habían sido su perdición, si bien la materia correspondía a épocas distintas y estaba tratada con muy diferente propósito idealización en un caso, veracidad en el otro.

Aunque basado principalmente en recuerdos personales, el segundo libro incorpora también relaciones, datos, anécdotas y rumores de muy variada procedencia. Los acontecimientos se relatan y comentan reflejando siempre, según ha observado Julio Caro Baroja31, opiniones populares. No destaca Pérez de Hita por la coherencia de todas las ideas que expresa, pero su modo de reaccionar ante hechos y personas es siempre cálido y auténtico. Los actos de crueldad que por ambas partes se cometen le llenan de consternación y horror; del mismo modo su pluma vibra de entusiasmo al relatar una acción heroica, cualquiera que sea el protagonista. Lleva Ginés su sinceridad hasta confesar que él mismo se ha dejado alguna vez arrastrar al pillaje (II, 63, cap. 6), También suele elogiársele por admitir que los rebeldes tenían motivos legítimos de descontento y reconocer en ellos ciertas cualidades. Me parecería más exacto decir que es fiel a sí mismo, tanto cuando expresa su odio a los moriscos que martirizan a los curas de los pueblos y cometen otros crímenes (II, 19, 63, 98) como cuando simpatiza con los que son víctimas de atropellos (II, 40, 79, 97, 285), o señala que el reino de Granada sufrió un gran perjuicio al ser forzados los nuevos convertidos a establecerse en otras partes de España (II, 353, cap. 25). Al fin y al cabo, en todas estas ocasiones se había atentado contra la integridad de su mundo.

En el campo de Calatrava visitó Ginés a algunos moriscos que había conocido antes del éxodo (II, 339, cap. 24). ¿Cómo no pensar en Sancho Panza y Ricote32, aunque el menestral murciano fuese hombre de más instrucción y posibles que el labrador manchego de Cervantes, y acaso tuviese, menos dedos de enjundia de cristiano viejo sobre sus costillas? La postura de Pérez de Hita frente a la cuestión morisca no implica necesariamente que perteneciese a algunos de los segmentos de la población de origen moro que se hallaban en proceso avanzado de asimilación, pero deja en pie tal posibilidad. En cualquier caso, la Segunda parte de las Guerras civiles de Granada ofrece un vivo testimonio de la heterogénea sociedad que poblaba hasta la expulsión de los moriscos, el territorio del antiguo reino de Granada, así como la comarca murciana limítrofe, tan hondamente veteada de sangre y cultura mudéjar. De la lectura de esta obra se desprende que fue muchas veces involuntaria la participación en el conflicto, tanto de los que militaban entre los rebeldes como de los soldados que servían al rey. Y en ocasiones, circunstancias fortuitas podían determinar que un cristiano nuevo se adhiriese a la revuelta o combatiese para sofocarla.

Dos de las historias que son objeto, en la obra, de elaboración novelesca tienen protagonistas moriscos a quienes movió a conspirar un caso de honra o venganza -Aben Humeya y El Tuzaní-. Un tercero -Albexarí- fluctúa en su posición y acaba por abandonar el bando de los rebeldes. Pérez de Hita esboza con seguro brochazo los lances de amor y fortuna que en la vida de tales personajes se suman a los avatares de la guerra. Destaca la trágica figura de Álvaro Tuzaní, que inspiraría a Calderón la comedia Amar después de la muerte. Cuando este morisco venga la muerte de su dama, asesinada por un soldado durante el saco de Galera, siente y se comporta de una manera tan característica de la mentalidad de la clase hidalga que se gana la protección y amistad de un don Lope de Figueroa, a pesar de que su actuación en el ejército ha sido la de un enemigo encubierto. El núcleo novelesco que protagoniza Albexarí constituye una variación en clave popular del tema de El Abencerraje: prisión del moro, o morisco enamorado, y reunión de los esposos, propiciada por el jefe cristiano. Contradictorio, casi a la manera de un héroe romántico, es el Aben Humeya de Pérez de Hita, en cuyo desenfreno, violencia y amargura late el orgullo herido del joven veinticuatro don Fernando de Válor33. Cada una de estas digresiones episódicas, tanto como la recopilación del material cronístico, va regida en el último libro de Pérez de Hita por un íntimo conocimiento, que su circunstancia social le depara, de la heterogénea población que habita aquellas regiones de Granada y Murcia, en donde quienes se veían a sí mismos como cristianos viejos y los criptomusulmanes convivían con los que eran conscientes de su ascendencia mixta o simplemente reflejaban en sus creencias, ideas y costumbres grados diversos de sincretismo.

Para algunos moriscos de cierta posición, la línea del deber podía resultar quebradiza. Pérez de Hita nos lo hace sentir en un breve episodio, cuyo tratamiento literario parece influido por la actividad que había desempeñado como organizador de invenciones y cronista de fiestas. Uno de los cabecillas de la rebelión se presenta al frente de su pequeña hueste ante el pueblo de Cantoria y, enarbolando banderines blancos de parlamentario, invita a los vecinos a sumarse, de grado o de fuerza, a la rebelión (II, 52-55, cap. 5). En una fiesta de moros y cristianos, su discurso -del que debió de haber una versión en endecasílabos, pues con pocas excepciones se ajustan los períodos a esta medida- equivaldría al reto con que se inicia la embajada del moro. Sigue, como es de rigor, el parlamento del capitán cristiano, quien se niega a rendirse; pero lo notable en el relato de Pérez de Hita es que este último, llamado Abenayx, también desciende de moros, como su nombre indica. En su respuesta al rebelde, el fiel cristiano nuevo pondrá de relieve los males que ha de acarrear la revuelta a los nuevos convertidos y lamentará que los que se han adherido a ésta hayan abandonado la religión cristiana. Mas, a pesar de tal actitud y del arrojo con que a continuación defiende la plaza, el valiente capitán de Cantoria acabará cediendo, al no recibir refuerzos. Como jefe morisco vuelve a hallarle el lector en las fiestas que, según Pérez de Hita, organizó Aben Humeya en Purchena (II, 168, cap. 14).

La minuciosa descripción de estos festejos (II, 153-187, cap. 14) pone de manifiesto nuevamente la predilección del autor por la materia áulica. El espectáculo se trata como suceso digno de ser reseñado en sus mínimos detalles, y, al mismo tiempo, constituye un emblema del momento que viven los cabecillas moriscos. La pequeña capital del reino de Aben Humeya se proclama heredera de la corte mora de Granada en un radiante despliegue de gracia y color. Mas, entre otras penosas limitaciones que hacen sentir lo vano de su empeño, la falta de caballos obliga a los capitanes moriscos a competir en juegos plebeyos, de los que se avergüenzan. Ignoro si pueden aportar algo nuevo a la historia del folclore las descripciones que en estos capítulos se hallan de carreras, saltos, luchas y concursos de fuerza, o las páginas en que se reseña una zambra, con sus bailes y cantares. No es fácil saber hasta qué punto Ginés inventa o describe formas de recreo popular. Sólo puede afirmarse que el escritor artífice deja plasmada en esta relación de fiesta, sea o no totalmente imaginaria, su visión personal de una coyuntura histórica que él mismo ha vivido.

Ello confirma que el talante novelístico de Pérez de Hita se nutre de un trasfondo de conocimientos e intereses que corresponden en gran medida a la cultura popular de su tiempo y de su tierra. Me es muy grato dedicar a mi querido profesor don Vicente García de Diego estos comentarios sobre un escritor en quien fueron resorte de creación literaria las tradiciones populares, cuyo estudio ha estimulado con tanta eficacia.






Adición

Cuando se hallaba el presente artículo en cursó de publicación, he tenido conocimiento de las investigaciones que realizan, en los archivos de la región donde vivió Pérez de Hita, don Manuel Muñoz Barberán y don Juan Guirao García. Fruto de esta investigación es el libro dedicado a la memoria de Joaquín Espín Rael, Aportaciones documentales para una biografía de Ginés Pérez de Hita (Lorca, Ayuntamiento, 1975), que consta del estudio de Espín impreso en 1922, que hemos utilizado, y de nueva y abundante documentación, en parte transcrita y en parte extractada y comentada por vez primera. Con este acopio de datos se amplía considerablemente la fase conocida de la vida del autor de las Guerras civiles de Granada. Entre otras precisiones, se establece que en 1567 tenía unos treinta años, y se averigua el nombre de su padre, Pedro Hernández de Lachica, y el de su mujer, Isabel Botía. La residencia de Pérez de Hita en Lorca se adelanta hasta 1560. En documentos hallados cuando el libro estaba en prensa -a que se alude en un apéndice y cuya transcripción me ha dado amablemente a conocer, el señor Muñoz Barberán- consta que antes de esa fecha el futuro escritor firmaba Ginés Pérez de la Chica. También se especifica que tuvo en ocasiones el cargo de «partir el agua», y que residió en Cartagena durante la década de 1580 y en Murcia desde 1590 hasta aproximadamente el 22 de febrero de 1602, fecha del último documento en que aparece su nombre. Se han ampliado las noticias relativas a transacciones con libreros. También abundan los datos sobre el pequeño negocio de Pérez de Hita, y especialmente los que se relacionan con el montaje de autos e invenciones, actividad que desarrolla en las tres ciudades citadas y que va en aumento hasta 1600.

Podemos concluir que esta importante adición al material biográfico confirma el emplazamiento social del escritor en un medio artesano, dentro del cual parece haber alcanzado una posición de cierto prestigio y desahogo.



 
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