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La difusión de modelos vitales mediante la colección «Vidas Españolas e Hispanoamericanas del Siglo XIX»1

Jessica Cáliz Montes


Universitat de Barcelona



En la década comprendida entre 1926 y 1936 España se sumó al auge biográfico patente en Europa tras la Primera Guerra Mundial2. Principalmente, la moda biográfica renovaba el patrón decimonónico al acercarse al género novelístico en detrimento de la supeditación historiográfica. Esta revitalización, que además permitió que la biografía dejara de considerarse un género menor, ha recibido diferentes denominaciones: nueva novela, biografía novelada o novelesca, biografía vanguardista, biografía moderna, e incluso biografía literaria3. Teniendo en cuenta el aumento del público lector y la evolución del mercado editorial durante la Edad de Plata, interesa incidir en la importancia que estas obras tenían para los lectores, ya que se trataba de unas biografías de corte más popular en comparación con las precedentes biografías cultas y eruditas.

El fenómeno surge asimismo en el marco de la «decadencia de la novela», por lo que el interés de lectores y editores se centró en las biografías noveladas, más atrayentes como veremos para el público medio que las prácticas de la novela vanguardista. Para ejemplificarlo expondremos a continuación los objetivos de la colección española más extensa en duración y número de biografías: las «Vidas Españolas e Hispanoamericanas del Siglo XIX», de Espasa-Calpe, un total de cincuenta y nueve entregas publicadas entre 1929 y 1942. Esta serie biográfica cobra mayor interés si se vincula con la filosofía racio-vitalista de su impulsor, José Ortega y Gasset, y con su magisterio intelectual. Aunque las minorías intelectuales estén muy asociadas a las empresas orteguianas, la colección de Espasa-Calpe -como prueban sus características editoriales- responde a su voluntad de acercar la cultura y la historia a los españoles, de educar para transformar la sociedad4 como único antídoto contra la mediocridad vaticinada en La rebelión de las masas (1930)5.

Los principales biógrafos europeos -Lytton Strachey en Inglaterra, André Maurois en Francia, Emil Ludwig en Alemania y Stefan Zweig en Austria- coincidieron en la necesidad de revisar las figuras del pasado más inmediato bajo unos nuevos procedimientos que presentaran una figura viva -de ahí su cercanía con los personajes novelescos- y que rehusaran del valor moralizante. Esto es, a diferencia de las biografías decimonónicas que solo mostraban las facetas virtuosas y heroicas de los biografiados, los modelos vitales de la nueva biografía no eran héroes distantes, sino que mostraban las contrariedades del ser humano, su carácter de hombres ordinarios, lo cual permitía la identificación del lector. Por ejemplo, Strachey hablaba en el prólogo a los Victorianos Eminentes (1918) de «ilustrar antes que explicar» (Strachey, 1989: 24), Ludwig consideraba en las palabras preliminares a su Genio y carácter (1924) que el objetivo de las biografías era contribuir a la «comprensión del corazón humano» y Stefan Zweig, por su parte, aseguraba en su María Antonieta (1932) que se trataba de humanizar y no de divinizar6. En la misma línea, Maurois, en Aspectos de la biografía (1928)7 -el mayor acercamiento teórico de aquel momento al género- apuntaba como rasgos de la biografía moderna «la valiente busca de la verdad» y «la inquietud por la complejidad de la persona»8. Según sus propias palabras: «Nos encontramos en una época de dudas y es por lo que nos gusta buscar en la vida de los grandes hombres la prueba de que ellos también dudaron y no obstante, superaron sus largas y dolorosas luchas interiores, consiguieron llegar.»9.

La prensa peninsular jugó un papel destacado en la difusión del auge biográfico europeo. Los críticos que se ocuparon de su recepción a través de las reseñas en Revista de Occidente, La Gaceta Literaria, El Sol y ABC, entre otras publicaciones, destacaron sobre todo el gusto del lector por el género en relación con el aliciente de conocer otras vidas. En primer lugar, interesaba acercar los cauces literarios españoles a los europeos, sobre todo atendiendo a la carencia de biografías de la tradición literaria española. En segundo, las nuevas biografías estaban destinadas al gran público, que era el público de novelas, y esta novedad se debía, tal como señaló Ricardo Baeza, a que las biografías de moda no estaban escritas por los especialistas y eruditos de antaño, sino por novelistas y poetas. Para este crítico, en la biografía el elemento histórico era menos importante que el imaginativo y, por ello, solo el novelista sería capaz de cumplir la principal finalidad de cualquier biografía: «hacernos vivir íntegramente al lado de otra vida humana, en medio de su paisaje físico y espiritual»10.

Las diversas reflexiones sobre el auge coincidían en que las biografías suplían la ausencia del héroe en la novela. Así lo apuntaban, entre otros, Enrique Díez-Canedo (1928) y Antonio Espina, uno de los novelistas de la novela deshumanizada y posterior biógrafo de las «Vidas Españolas e Hispanoamericanas del Siglo XIX». Basta traer a colación sus palabras a raíz de una de las reseñas aparecidas en El Sol, en las que, después de aludir a la preferencia del novelista moderno por sintetizar la vida en un sistema de imágenes o de alusiones, concreta: 

Ahora, descendiendo al concepto pequeño de los «géneros», no cabe duda que «novela» es una cosa muy determinada, y no puede ser otra. En este caso, la novela ha de tener siempre fuerte sentido biográfico y humano, y no podrá prescindir jamás de la visión directa. El interés del lector actual por los libros de biografías y memorias podríamos explicárnoslo como una reacción contra la moderna novela imaginista. Al ver que en ésta no se le dan hombres, mujeres y conflictos como los que él observa a diario en el mundo, vuelve sus ojos hacia aquellos libros llenos de calor y color humanos11.



La autenticidad que ofrecían los personajes históricos frente al aparente agotamiento de los personajes novelescos12 también centró la atención del crítico e historiador granadino Melchor Fernández Almagro, director designado por Ortega para la colección de Espasa-Calpe. Al escribir sobre la primera biografía de Espina para la serie, la vida del bandolero Luis Candelas, el director editorial argumentaba que las aventuras novelescas eran menos interesantes que las reales e históricas, puesto que observaba que esos héroes de la imaginación eran inferiores a los héroes auténticos que ofrecía la historia española: «Quien guste de conocer vidas ajenas, en busca de dimensiones espirituales mayores que las naturales o domésticas, sabe bien que el camino de las grandes peripecias no ha de mostrárselo ese pardo tropel de oficinistas, suegras, estudiantes, novias y patrones que gesticulan en nuestra novela de ayer.»13.

Los esquemas se invertían y de la novela que buscaba inspiración en la historia para sus argumentos y personajes se evoluciona a las biografías fundamentadas en el estilo novelesco y en la importancia que habían adquirido los estudios psicológicos14. La biografía moderna tenía la ventaja, frente al modelo antiguo, de haber surgido tras el siglo de oro de la novela, de modo que los mejores personajes literarios habían superado en su inmortalidad a los personajes reales. En palabras de Máximo José Kahn, principal comentarista de las novedades alemanas, «la literatura moderna quiere que el héroe de una biografía no esté en nuestro horizonte espiritual como un ser superhumano, lejano, inalcanzable, sino como amigo, como el íntimo amigo de todas las generaciones (Don Quijote).»15.

Otro de los intelectuales que opinaron sobre el fenómeno biográfico apoyándose en las biografías europeas que se publicaban -la mayoría aún sin traducir en España- fue Fernando Vela, secretario de Revista de Occidente. Es interesante recuperar sus reflexiones a propósito del Byron (1930) de Maurois para incidir en la importancia que tenían esos modelos vitales que anhelaban los lectores, pero no los de cualquier época, sino los «situados a cierta distancia temporal, casi contemporáneos, pero ya un poco extemporáneos, con medio cuerpo dentro de nuestra actualidad y el otro medio fuera, en épocas ya semi-idealizadas»16. La importancia de las biografías sobre personajes del pasado inmediato enlaza directamente con la delimitación al siglo XIX de la colección de Espasa-Calpe. Retomando las palabras de Vela, «Lo que no podemos en alguna manera "vivir" no se nos aparece ni siquiera como vida ajena».

Se puede afirmar, por lo tanto, que los modelos vitales guardaban una relación directa con la razón vital orteguiana. Si el hombre no está separado de la realidad, sino que es un yo y su circunstancia -como fijó en las Meditaciones del Quijote (1914)-, un quehacerse que siempre parte de la tensión, del drama, entre vocación y circunstancia, la aproximación a la vida de otros hombres -el acercamiento a modelos vitales- mediante las biografías resultaba una buena herramienta para potenciar ese vitalismo17. Preocupado por la ausencia de biografías en la literatura española18, el pensador madrileño hacía hincapié en esa necesidad de conocer vidas ajenas puesto que toda vida es misterio y labor de desciframiento, «secreto y jeroglífico»; tarea de desentrañamiento de las características del sujeto y de las pulsiones que guían sus acciones a fin de comprender: «[...] el hombre generoso, cuya vida vive de raíces profundas, siente el afán de penetrar en otras vidas, bien en lo hondo de ellas, en su verdad oculta -de entenderlas y no de juzgarlas. El que juzga no entiende.»19. Por consiguiente, una de las pretensiones de Ortega y Gasset al idear la colección radica en el enriquecimiento de la perspectiva a través de otras vidas y en la necesidad de «sacudida frenética de la vitalidad» que el lector experimenta al conocer otra vida y sumergirse tras ello en la suya propia20. Nótese que ya en Ideas sobre la novela había señalado su interés por el acercamiento a otras almas y que sus consideraciones acerca de la biografía no difieren de las allí esbozadas para la novela: «No en la invención de "acciones", sino en la invención de almas interesantes veo yo el mejor porvenir del género novelesco»21. Esta coincidencia emana de su anhelo a lo largo de toda su obra por «fomentar la porosidad de mis lectores hacia el prójimo»22.

Tal como detalló en «Pidiendo un Goethe desde dentro» (1932), el ensayo donde mejor pauta los requisitos de las biografías, estas deben determinar la vocación vital del biografiado y aquilatar la fidelidad a ese destino o proyecto vital -su autenticidad-. La biografía permite comprender las contradicciones de una existencia, esto es, el sentimiento trágico de la condición humana23.

A través de las vidas noveladas no solo se buscaba una mayor comprensión del individuo, sino también una revisión histórica del siglo XIX coincidiendo con el centenario del Romanticismo24 y, por extensión, de la lucha del hombre con su destino. En las diferentes reflexiones dedicadas a la comparación entre el siglo XIX y el XX, el pensador madrileño lamentaba que en la centuria anterior la política, los problemas de la vida social, hubiesen relegado la atención que merecía la vida individual25. Ello coincidía con su crítica al positivismo decimonónico en cuanto que sistema racional que anulaba totalmente la voluntad del hombre y su vitalidad. En consecuencia, por una parte, la colección contribuía a recuperar esas individualidades -hipótesis que afianza el hecho de que muchos de los biografiados fuesen políticos- y, al mismo tiempo, a superar la lucha bipartidista entre liberales y reaccionarios mediante el conocimiento de la historia. Por otra parte, tras la poca recepción que tuvieron entre el gran público las novelas deshumanizadas puestas en circulación por los escritores del «Nova novorum» a raíz de la aparición de Ideas sobre la novela (1925), Ortega pretendía que los jóvenes escritores se reconciliaran con la realidad mediante las biografías26 y paliaran la deshumanización, «con la esperanza de que entre los jóvenes prosistas surgiera un rehumanizador que la rehumanizase»27. Entre esos aprendices de biógrafos figuraron escritores en la órbita orteguiana como Antonio Espina, Benjamín Jarnés, Antonio Marichalar, Juan Chabás, Rosa Chacel28, Manuel Ciges Aparicio, etc. La iniciativa divulgadora y vitalista de Ortega, tanto para los españoles como para sus discípulos directos, es sintetizada por la escritora vallisoletana tras la muerte del filósofo:

No puedo detenerme aquí a demostrar cómo esos tipos legendarios entraban en la actualidad de las letras españolas, cómo el ejercicio impuesto por Ortega iba creando la habituación del ojo a la visión del subterráneo. Si aquello hubiera seguido, el español se habría acostumbrado a mirar en la oscuridad más profunda, la propia. Habría pasado de los grandes tipos monumentales a los héroes íntimos -infancia, adolescencia- a los ambientes próximos, pequeños, provincianos29.



La colección, que se gestó desde 1928, por lo tanto, nacía con la voluntad de buscar la «vibración dramática», el sentido novelesco de cada vida, subordinando lo erudito a lo ameno, tal como Fernández Almagro comentaba en una carta a su amigo Antonio Gallego Burín30. En principio, el proyecto editorial se limitaba a biografiados españoles («Vidas Españolas del Siglo XIX»), pero a partir del undécimo número, en 1930, se amplió a personajes hispanoamericanos31. La inclusión en la serie de personajes de todo tipo, respondía a la diversidad de modelos, entendidos, no en su acepción ejemplarizante y moral, sino en su valor de prototipos de las personalidades de un siglo. Una a una las «Vidas» de Espasa-Calpe dibujaban el panorama de todo un período. Tal como señalaba su director, los siglos también tienen biografía y el XIX es pantalla de la Historia, su «fisonomía y andanzas» se pueden glosar mediante vidas representativas, «sin dejar fuera -porque no se trata de un Plutarco que edifique- personaje alguno de interés específico, por esquinado que esté contra la ley ya que la Historia, en efecto, no es una moralidad ni un ejemplo; es nada más y nada menos que una gran aventura.»32. También se refería a los propósitos de la colección el conde de Romanones -que llegó a contribuir con cinco biografías a la serie- en el prólogo a Sagasta o el político (1930):

No son los datos biográficos del gran caudillo liberal lo que puede importar en mayor grado al lector de Vidas Españolas del Siglo XIX; sin duda, lo que esta Biblioteca se ha propuesto es dar a conocer, tanto como la vida pública, la vida íntima de las figuras más interesantes de aquella centuria, descubriendo el resorte de sus acciones, la pasión que las movió, el ambiente que respiraron, el ritmo, en fin, de toda su época33.



El mexicano Jaime Torres Bodet, por su parte, destacaba que la colección emergiera en un momento de «revisión nacional de valores», respondiendo «a una necesidad íntima del país»34, en clara alusión al momento político del final de la Dictadura primorriverista.

Para finalizar este repaso por el papel destacado que tenían para esta serie biográfica los modelos vitales, conviene recuperar el testimonio presente en dos de sus prólogos. El primero es el de Benjamín Jarnés a su Sor Patrocinio: la monja de las llagas (1929), una de las biografías del proyecto que gozó de más éxito. En las reflexiones que precedían a su vida novelada, expuso:

Con todo, ese rico producto del espíritu que es una personalidad, ese maravilloso producto de la tierra que es un hombre, va ganando de nuevo la atención de la ciencia y de las artes. Un afán de ponerse frente a frente de un hombre, empuja a escritores y lectores a rehacer por parcelas el curso vibrante, seductor, del río humano. Porque cada biografía de un gran hombre es la ventana por donde nos asomamos a ver el desfile de un siglo, de un trozo de siglo, por donde apreciamos un índice de cultura, una tensión o una extrema languidez de energías35.



El segundo es el escrito por Alfons Maseras y Carles Fagés de Climent para su biografía a dúo sobre el pintor Marià Fortuny, donde en términos que evocan a Ortega atañen al interés que entrañaban las biografías: 

Toda vida es aventura. Toda existencia es un enigma. Lo son las vidas llanas y apacibles, que parecen ignorar el dolor. Lo son, con más razón, las vidas inquietas y tumultuosas, y las que se proyectan más hacia dentro del alma que hacia el mundo exterior, como suelen ser las de quienes han nacido con el demonio del arte en el cuerpo. El hombre sedentario puede resultar tan aventurero como el nómada, pues su vida, el último análisis, está regida por un mismo azar y guiada por una misma sed de ambición, de gozo, de riqueza, de gloria, de felicidad36.



Al margen de la variedad de personajes que constituyen la colección (políticos, caudillos de la independencia, pintores, escritores, poetas, bandoleros, actores teatrales, etc.), así como del heterogéneo elenco de biógrafos (desde los mencionados autores vanguardistas, hasta plumas consagradas como Baroja o Salaverría, pasando por políticos metidos a biógrafos por la proximidad con el retratado), de lo que no cabe duda es de que la colección gozó de una mayor duración y reediciones que el resto de las aparecidas en la época y de que, tras ella, fueron muchas las editoriales que se sumaron a la moda de las biografías. En conclusión, la porosidad hacia el prójimo tan repetida por Ortega parecía algo más cercano a juzgar por el interés y buena acogida que tuvieron las biografías noveladas. Durante esos años de efervescencia cultural, las biografías noveladas no fueron un mero entretenimiento, sino que también cumplieron otro de sus propósitos: el de saber «mirar a lo lejos lo lejano sin miopía, sin contaminar el presente con el pretérito»37. Una misión pedagógica que junto con la moda literaria solo duró hasta el giro cultural que supuso la guerra civil.






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