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La Edad Media y los peregrinos en la lij: una aproximación


Ana Garralón






Un acercamiento desde la crítica

Acercarse a la Edad Media y, en concreto, al reflejo que las peregrinaciones y el Camino de Santiago han tenido en la literatura para niños y jóvenes es una propuesta sugerente que nos invita previamente, aunque con brevedad, a revisar la corriente en la que se insertarían estos libros: la novela histórica.

Desde una perspectiva crítica, desde la investigación, el género denominado como histórico plantea diferentes problemas a los que tenemos que acercarnos de manera superficial y rápida, pues no es el tema central de este análisis. En primer lugar, deberíamos tratar de ajustar una definición de novela histórica, y, como sobre este punto parece haber un acuerdo más que generalizado, sólo nos basta con recordarlo. La novela histórica es un género o corriente, cuyos libros se caracterizan por la combinación de una parte de documentación histórica con otra más literaria; es decir, el rigor y el dato fiable combinado con la fantasía al servicio de una narración. Peligrosa combinación, al menos desde un punto de vista objetivo.

El lector -sobre todo el que pretende tener un espíritu crítico, es decir, los que ejercemos como intermediarios entre libros y niños: investigadores, docentes, bibliotecarios, padres...- debe de tener una cierta prevención ante este género, en primer lugar por una cuestión de modestia. Nuestros conocimientos de historia, seguramente, no van más allá de unas referencias, una cultura más o menos general de las fechas y personajes más destacados y, seguramente, un buen montón de tópicos recibidos de nuestra enseñanza y de los medios de comunicación. ¿Quién de nosotros puede dar detalles de la vida en la antigua Roma o de la Revolución Francesa o de la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos?

Confesémoslo: somos lectores apasionados, curiosos, que podemos preguntarnos, tal vez, algo más de lo que se pregunta la mayoría, pero que aceptamos con resignación la imposibilidad de tener todas las referencias precisas para valorar cualquier libro que caiga en nuestras manos, en especial los que tratan temas históricos. Con esto no se pretende poner pretextos para justificar nada, sino simplemente evidenciar una de las mayores dificultades que el género impone.

En la clasificación de las novelas históricas para niños y jóvenes se plantean tres estructuras diferenciadas1. Por un lado, estarían las novelas de corte autobiográfico, y recordemos, por ejemplo, las excelentes visiones de la persecución nazi en la voz de Judith Kerr o Christine Nöstlinger; o la cruda vivencia de la postguerra española recordada por Juan Farias o Antonio Martínez Menchén. En estas novelas es el autor quien toma la palabra para posicionarse ante la historia, con la rigurosidad que le permite su memoria y también con su subjetividad y la intencionalidad de denunciar o presentar al lector determinados acontecimientos históricos, y cómo éstos afectaron a un grupo real de población, cercano siempre al escritor. En esta tendencia la rigurosidad queda fuera de duda al igual que las intenciones de los escritores, lo que produce, por un lado, una rápida identificación con los lectores y, por otro, una sensación de manipulación ideológica rápida en los mismos. La mayoría de estas historias están ambientadas en la época contemporánea.

Un segundo grupo lo integrarían los relatos que recrean personajes reales, por ejemplo la colección que publicó Anaya titulada Memorias Yo. En estos libros la intención es familiarizar al lector con la vida de determinados personajes históricos -vida, a veces, bastante imaginada, pues en muchas ocasiones escasean documentos de los propios biografiados-. En esta tendencia no nos libramos de las modas y de la publicidad de la que ya gozan determinados personajes famosos, algo que se nota a la hora de seleccionarlos. Por ejemplo, sería extraño que este año no contáramos con alguna biografía novelada de Velázquez. El escritor cuenta con un marco de fechas, hechos y situaciones, pero le falta la voz y también la información, que suple con dosis de fantasía, a veces, bastante ilimitada. La perspectiva que adopte el autor, así como su intencionalidad, serán fundamentales para entender la historia: a veces, se pretende desmitificar un personaje y, a veces, todo lo contrario, ensalzarlo.

Un tercer grupo lo integrarían las novelas para las que el escritor o escritora se ha documentado rigurosamente y en las que inserta personajes de ficción que se atienen a las reglas del momento histórico. En este caso varía desde el grado de documentación que posea el escritor hasta la cantidad de información que pretenda ofrecer al lector. José María Merino advierte de uno de los riesgos al que los escritores de este grupo se enfrentan: «El peligro de trabajar con elementos históricos muy precisos es la tentación de dar prioridad a la lección de historia sobre el puro relato. Creo que se debe intentar mantener el equilibrio y, en caso de perderlo, caer hacia la parte de lo literario»2. Sobre este punto, el didactismo, volveremos una y otra vez en nuestra exposición. Se puede decir que este último grupo, junto con el primero son los que brindan más títulos a los lectores.

Estos grupos comparten un elemento común que habrá que tener en cuenta: el acercamiento de la vida cotidiana, del detalle humano e individual a lectores acostumbrados al estudio de la historia como un cúmulo de fechas, personajes y acontecimientos de masas hacia los que resulta difícil cualquier acercamiento. En los últimos años se ha dado una tendencia entre los historiadores de querer acercarse a la vida cotidiana de tiempos pasados y, especialmente, la vida de las minorías o de las mayorías ignoradas largo tiempo por la historiografía. Nos referimos, claro está, a los interesantes y amenos trabajos de Georges Duby o Philippe Ariès que han presentado investigaciones sobre la historia de las mujeres o de los niños, por poner un ejemplo. Esta aproximación desde la perspectiva de la sociología, la antropología o la psicología ha influido sin duda en las novelas históricas que han confirmado el interés de los lectores por las historias humanas, sea cual sea su época.

¿Les gustan a los niños las novelas históricas? Diríamos que sí, al igual que a los adultos: recordemos cómo la novela de un sesudo semiótico, El nombre de la rosa, alcanzó durante meses el primer lugar de las novelas más vendidas en todo el mundo. También para los niños, las novelas históricas son un «producto que se vende bien» y no sólo en España3.

¿Qué hace que a los niños y jóvenes les fascine la lectura de hechos y épocas remotas, alejadas de sus experiencias y de sus conocimientos? Tal vez no sea la pregunta más adecuada para este espacio, pues merecería un estudio más detallado, pero no debemos dejarnos llevar por las apariencias. Claro que las novelas históricas les gustan: son obras llenas de aventuras a veces peligrosas y siempre sorprendentes para el pensar de la época en que vive el lector, con cuyos protagonistas se puede identificar fácilmente debido a sus características de valerosidad, ánimo frente a lo adverso y prometedor final feliz.

A pesar de que apenas hay trabajos sobre la recepción de novelas históricas infantiles y juveniles podemos citar un estudio realizado entre escolares alemanes4. En él se destaca la concepción ingenua y poco documentada de los niños frente a estos textos históricos y cómo su interés al leer estas novelas se centra más en lo que le sucede a los personajes, su grado de identificación con ellos y a las aventuras que se describen, que al relato en un tiempo pasado. Parece evidente, entonces, que los lectores se quedan muy lejos de observar o reflexionar sobre los personajes históricos, la complejidad de las estructuras temporales, los comentarios de los autores, el contraste entre pasado y presente, que quedarían en un segundo plano, más cercano a la estética literaria, que al conocimiento.

Relacionado con este punto, no podemos obviar que nuestros lectores tienen una evolución psicológica y moral que varía según la edad. Un vistazo a las teorías de Piaget o Kolhberg nos muestran que los conceptos de tiempo y de moralidad necesitan algunos años para que los niños los asimilen. El concepto de milenio y lo que ello representa quedaría reservado más bien para lectores a partir de once años, algo que saben bien editores y escritores, pues es raro encontrar textos para niños más pequeños.




La tradición de novela histórica en España

La literatura infantil, y perdón por el tópico, hermana pequeña de la literatura general recibe influencias de las modas y corrientes de ésta. Por eso la novela histórica estará fuertemente unida al desarrollo de lo que se escriba para adultos. Y en España la novela histórica no tiene mucha tradición5. Recordemos brevemente la evolución de la novela histórica para niños en España. Hasta los años treinta esta corriente apenas la componían unos cuantos libros dispersos que ensalzaban las glorias de tiempos pasados, como muy bien refleja el investigador Jaime García Padrino en su obra dedicada a la historia de la literatura infantil y juvenil en España6. Esta tendencia a ensalzar un motivo político o religioso se acentuó durante la Guerra Civil, tiempo en el que cada escritor adoptó un bando y una bandera y vehiculó su pensamiento con los libros para niños. La conciencia de cultura que proviene del rescate de la memoria fue largo tiempo reprimida y a ello contribuyó el franquismo que dificultó la lectura crítica de nuestra historia. En los libros para niños, esta manipulación ideológica también tuvo su gloria y decadencia, como muy bien resume la estudiosa Marisa Fernández López en un artículo que muestra este cambio7. La opinión de la autora es que la novela histórica para niños ha tenido un sentido propagandístico hasta bien entrados los años de la democracia, un pesado lastre que no se puede eliminar rápidamente. Ya las primeras novelas históricas para niños tenían tendencia a la hagiografía y a la recreación de personajes ilustrísimos en las que predominaba por encima de todo eso que tanto gusta a los adultos: enseñar deleitando, pero enseñar, sobre todo, lo que los adultos querían. Los años cuarenta y cincuenta se caracterizan por la propaganda religiosa y por la difusión de ideas de una España uniforme.

No es hasta los años setenta que el mercado editorial crece lo suficiente como para acoger buenas obras de escritores en las cuales la ideología que predomina no está al servicio de los ideales patrióticos sino de otros más altruistas como el pacifismo, la convivencia y la tolerancia.




La Edad Media en la lij

El tema de la Edad Media en los libros infantiles ha estado presente de diferentes maneras y con diferentes intenciones a lo largo de la producción literaria para niños en España. En otros países, donde la tradición de la novela histórica tiene más presencia, la producción es mayor y más variada, como bien lo denotan algunas de las traducciones que existen en España provenientes, en su mayoría, del ámbito anglosajón. No en vano el creador de la novela histórica por antonomasia, Walter Scott, lo hizo con novelas ambientadas en las leyendas e intrigas medievales. Recordemos su Ivanhoe, Ricardo Corazón de León o El Talismán, novelas de caballerías por excelencia. La corriente literaria del Romanticismo impulsó mitos y creencias cuya fuerza todavía hoy está latente, reproducidas, una y otra vez, en libros, películas y medios de comunicación, consolidadas con la presencia real que iglesias y castillos tienen cerca de nuestras ciudades o pueblos, los cuales aparentemente nos familiarizan con la historia, pero que, en el fondo, lo que provocan es que el lector no piense en el grado de veracidad y credibilidad de lo que le cuentan.

La Edad Media ha sido una época, por otra parte, generadora de grandes mitos literarios: ahí tenemos, por ejemplo, el mito de Arturo y sus caballeros sobre el que la crítica especializada muestra las diferentes imágenes que la literatura ha creado, algunas de las cuales se han construido más con la leyenda que con la realidad8. Novelas inspiradas en este personaje encuentran notables ejemplos incluso en escritores españoles. En 1990, Manuel Alfonseca publica La aventura de Sir Karel de Nortumbria, novela que recrea con un lenguaje muy actual la historia del rey Arturo y sus caballeros. Carlos, el protagonista, se interna en un bosque donde encuentra -en un viaje a través del tiempo- el país del rey Arturo, y tiene la oportunidad de participar en la búsqueda del Santo Grial con los caballeros famosos. Interesante, en esta novela, es también el viaje en el tiempo que el personaje psicológicamente sufre, pues enseguida adopta la forma de hablar y de contar de la época, y sus conocimientos modernos apenas le sirven para solucionar sus problemas. El autor ha sido respetuoso, en este caso, con la historia y no ha caído en la tentación, muy frecuente en estos viajes al pasado, de «colocar» a un extranjero lleno de tecnología, poder y sabiduría, frente a unos confundidos personajes históricos que no saben de dónde proviene semejante personaje. Queda claro para el lector que el muchacho ha entrado en el mundo de la fantasía con todas sus reglas y la aventura que vive queda delimitada al pasado cuando, después de haber obtenido el Santo Grial, es devuelto al mismo umbral del bosque donde comenzó. El autor, atrapado de alguna manera en un callejón sin salida por este final, tranquiliza al protagonista mientras aprovecha para dar algún consejo al lector: «Mi vida en el lugar donde había nacido no tenía por qué ser diferente de la que había vivido en Logres. También aquí me encontraré con dilemas, tendré que tomar decisiones importantes, de mi comportamiento y de mis obras dependerá la felicidad de los demás» se dice Carlos a sí mismo.

El más reciente ejemplo de esta influencia es el Premio Barco de Vapor de 1998: El Rey Arturo cabalga de nuevo más o menos del escritor Miguel Ángel Moleón Viana, una divertida revisión del género donde el rey Arturo, desmitificado y con su poder disminuido, emprende el camino en pos de una ilusión. En su aventura se rodea de sus habituales acompañantes: Merlín, Excalibur -ambos achacosos y sin demasiado ánimo de emprender aventuras, pero tampoco con ganas de perderse, tal vez, la última- y un curioso caballero andante que no es sino una humilde cuidadora de gansos. Este peculiar grupo, que el autor ha revisitado con ingenio y habilidad, es un homenaje a la leyenda de Arturo, por el respeto con que se ha inspirado en las novelas del género, en la ambientación, el cuidado por los detalles y también en el lenguaje de los personajes que respetan la estructura del habla de la época, pero incorporan palabras modernas; en resumen, una desmitificación del mito que cae incluso en la parodia y que sólo es comprensible por la pervivencia del propio mito en la memoria colectiva. Es una novela que a los lectores de historias medievales divertirá y con la que percibirán muchos guiños de autor a lector, pero que también admite un lector para quien la imagen de Arturo sea apenas la referencia a un par de malas películas.

En el imaginario popular, la Edad Media es un tiempo de castillos con almenas, fosas y puentes levadizos, palmatorias, ballestas, intrigas palaciegas, el amor cortés, los juglares, condes y cruzados, nobles y bastardos, monjes y peregrinos..., ¿cómo iban a resistirse los escritores de libros para niños a tan interesante material que les brinda innumerables posibilidades para trabajar? ¿Cómo no sentirse atraído por personajes como Arturo y sus caballeros con los que tanto se puede fabular?

Será tal vez por eso que los libros para niños en España incluyen un buen número de novelas ambientadas en la Edad Media española. Desde principios de siglo el «enseñar deleitando» incluía no sólo referencias históricas sino también religiosas. Por eso la Edad Media y la devoción religiosa, así como el poder que entonces ostentaba la iglesia, la importancia cultural de los monasterios y el sometimiento del pueblo llano a los designios de la Iglesia, sirvieron de inspiración a escritores «aprobados» por la ideología del momento.

Esta tendencia remite en los años cincuenta, aunque las novelas ambientadas en el medievo siguen teniendo su importancia.

El medievo y el camino de Santiago serán los temas que resurgirán desde otra perspectiva a partir de los años sesenta, aunque sin la carga patriótica de los años predecesores. En este grupo se pueden inscribir las novelas de Joaquín Aguirre Bellver de quien hablaremos más adelante.

Sin embargo, es a partir de los años setenta cuando la novela ambientada en la Edad Media servirá de inspiración a muchos escritores que tomarán los aspectos más destacados para escribir historias fuera de ideologías reaccionarias, renovando de alguna manera el género. Sus discursos se centrarán, más que en lo religioso, en los nobles valores de los caballeros: lealtad, solidaridad, defensa de los ideales, el amor...

Los mensajes de los años ochenta estarán más cercanos a lo políticamente correcto: en el acercamiento de culturas, la importancia de la aceptación del otro, etc.

Con todo el material literario que brinda esta época, los autores han tomado y se han centrado en aspectos puntuales o concretos, omitiendo por lo general una visión más amplia y ambiciosa del momento, algo que apenas tratan de mostrar aquellos escritores que se han sentido fascinados por la documentación histórica o que son, incluso, historiadores.

Así encontramos novelas en las que los autores han querido reflejar la intransigencia y el oscurantismo de una época. La peste, la huida de un modesto hogar a causa de ella, el forzado vagabundeo y el peso de la inquisición y la injusticia sobre los más desvalidos centra la atención en la novela El sueño abre una puerta del escritor catalán Joan Barceló i Cullerés.

En otras descubrimos el profundo conocimiento del escritor sobre la época, apenas desvelado en detalles. Una de las novelas que se inserta en la corriente catalana precursora del género en la península es Marcabrú y la hoguera de hielo de Emilio Teixidor, novela que en la versión original catalana alcanzó más de doce ediciones antes de ser traducida al castellano. Su protagonista es un joven juglar que recorre los caminos en compañía de un numeroso grupo mientras el telón de fondo es la España de la infancia de Jaime I.

Con un singular estilo nos deleita Juan Farias en La espada de Liuva, un pobre cabrerillo que decide andar camino en busca de fortuna. El encuentro casual con una moza con la que comparte camino y hambre le sirve al autor para mostrarnos, de manera muy lírica y con una habilidosa escasez de recursos literarios, muchos elementos de la literatura tradicional del medievo. El caminante, buscador de nuevas oportunidades, el amor y el sentido de la ruta con este amor, los otros camineros, ladrones, personajes históricos -como Amadís de Gaula y su escudero-, el devoto peregrino que, ante el asalto de Liuva, vacía su bolsa, donde no se encuentra más que las piedras que representan la carga de sus pecados, o la difícil búsqueda de un lugar digno para vivir. Con esta breve narración, Farias muestra al lector una Edad Media más fiel y rigurosa que mil páginas de aventuras sin desmayo. Farias tiene el acierto de mostrar un ambiente que se distingue mucho más del que vive un lector actual por la brutalidad de los contrastes. Eligiendo a dos desgraciados que vagabundean de un lado para otro en busca de algo para comer, Farias ha elegido mostrar cómo vivía el pueblo llano. La miseria y la necesidad resultaban entonces más dolorosas y opresivas que hoy en día, como muy bien percibe el lector en esta narración. El frío y las horribles noches de invierno eran si cabe uno de los mayores males, y los pobres se distinguían con mucha nitidez de los nobles que gozaban de plena impunidad. La dureza con que eran tratados los débiles de la mano de los poderosos que en esta historia queda patente -los protagonistas ven cómo un noble, aterrorizado por la profecía de que un extraño le robará el trono, desalienta a cualquier caminante a entrar en la ciudad con el esperpéntico paisaje de un bosque lleno de cadáveres colgados, o cuando los nobles, una vez que Liuva y su moza aprendan a cultivar, llegarán para quedarse con una cuarta parte de lo que produzcan- y el aparente final feliz con que resuelve el autor la historia, no quita el sabor de boca amargo que la lectura ha dejado. Farias, además, se permite un narrador que es el escudero de Amadís de Gaula, el salvador de Liuva ante los poderosos, y solventa esta licencia poniendo en su boca la siguiente excusa: «Unos viven años y otros, no sé si por olvido de la muerte o de la voluntad de Dios, cumplen siglos y hasta milenios. También puede ser, pienso, que a fuerza de lecturas, como vino a pasarle a más de uno, me pueda permitir el lujo de subir y bajar, de ir y venir por la historia real y las imaginaciones, que cada libro, señor, es en sí una máquina del tiempo». La inmortalidad de los personajes literarios es utilizada magistralmente por el autor para justificar su omnipresencia.

Otros autores han preferido escribir sobre los grandes secretos de la alquimia medieval, Montserrat del Amo en El fuego y el oro ha escogido una intriga de palacio, con un caballero «cuyo nombre hace temblar a moros y cristianos en las tierras bajas del otro lado del río, allí, donde no hay más ley que su voluntad, ni más poder que el de su espada» para quien el pueblo llano no es más que chusma, que tiene contacto con este mundo de alquimistas pero también de impostores -buscadores de la fórmula para conseguir oro- al servicio de grandes señores que poseen una rica sabiduría y conocimiento de magias y recetas para aliviar dolores o enfermedades. Este acercamiento al mundo de la ciencia y a sus precursores también está presente en La esfera de humo de José Antonio Abella, donde se ha creado la figura de Don Yllán, alquimista y sabio que habita en un mundo de cachibaches y artilugios, que defiende la redondez de la tierra y que es depositario de secretos donde se funden la magia y las fuerzas de la tierra. En estas novelas se utiliza como recurso muy acertado toda la simbología que rodeó a estos personajes y detalles de sus extravagantes recetas y maleficios, provenientes tanto de la documentación de la época como de las leyendas que se forjaron en torno a ellos.

Apenas hay algunas novelas que tratan personajes de la época y en esta línea situaríamos El juglar del Cid de Joaquín Aguirre Bellver y Maricastaña, la heroína desconocida, de Juan Antonio de Laiglesia. Ambos, con personajes muy diferenciados como es el juglar que compuso el cantar sobre las hazañas del héroe o Maricastaña, la poderosa mujer del siglo XIV cuyo consejo pedían los jurados de Lugo, no pueden evitar caer en la pura ficción al dar voz y pensamiento a estos personajes de los que apenas han quedado documentos donde inspirarse. Los autores han reproducido conversaciones de los personajes elegidos, sin haberse planteado siquiera el recurso del distanciamiento para poder mostrar un personaje al menos más creíble y, sobre todo, más respetuoso. Aguirre Bellver se sincera con sus lectores cuando les dice en el prólogo: «Todo es aquí capricho. Y la verdad, nada hay más lejano al capricho que el rigor. No es éste, por tanto, un libro riguroso. Ni mucho menos. Hasta las fechas de la Historia han cedido con frecuencia, y a veces violentamente, al capricho». De Laiglesia ni siquiera advierte a los lectores y, con un somero «es el empeño de esta historia legendaria o leyenda historiada» comienza un relato que se sitúa sin ninguna duda, a la noche, exactamente, del 15 de diciembre de 1385. En estos casos nos preguntamos si no es la propia incapacidad del escritor de crear historias la que hace que rebusque en algún episodio más o menos peculiar de la historia para conseguir un hilo y crear a su antojo una fantasía. Al menos por parte de los autores parece legítimo: la Historia con mayúsculas, no va a acercarse hasta sus puertas para recordarles su osadía, pero el lector y por supuesto el intermediario tienen el derecho de dudar entonces de todo lo que se les presenta y, lo que es más importante, de denunciar la manipulación de tópicos que sólo contribuyen a mantener falsas ideas.

La mayoría de estas novelas se dirigen a lectores a partir de diez, doce años, y es difícil encontrar historias ambientadas en la época para los más pequeños. Algunas excepciones, como por ejemplo Érame una vez de Paloma Bordons que no indica exactamente la época en la que se sitúa y cuya historia protagonizada por un rey en un castillo puede provenir tanto de los cuentos populares inspirados en el estilo de los hermanos Grimm como de la historia verdadera, o Fadriquín, el de la Tabla redonda, de José Souza, donde el revoltoso hijo del rey es castigado por el padre a vagar por los caminos enfrentándose a pruebas de valor y habilidad, pruebas que resuelve para terminar con un final feliz, nos indican más bien que la historia está como excusa, las peripecias podrían haberse enmarcado en cualquier otra época y en ellas abundan los tópicos y lugares comunes. La visión histórica queda entonces deformada por la simple aventura donde se exaltan los valores de la época sin medida. Esto ocurre también en El fiero Ugaldo, la historia en verso de María de la Luz Uribe ilustrada por Fernando Krahn en forma de viñetas, de cómic, donde se ha buscado a propósito la desmesura, la exageración para ridiculizar una época. Así, el fiero Ugaldo es un niño terrible, desproporcionado, su grito causa sordera, su pis es un ácido que quema lo que toca, su brutalidad no tiene límites. Este recurso, que tanto gusta a los niños, amplifica los tópicos y muestra una época de nobles y caballeros ociosos, con gusto por la guerra, incultos y brutos para los que las batallas -sean del tipo que sean- son una excusa para mostrar su poder y su fuerza.

No es difícil comprender que determinadas obras, inspiradas aparentemente en la Edad Media, debido al desconocimiento general del público por esta época, abunden en incorrecciones y falta de rigor. Un ejemplo curioso es el denunciado por Sergi Vich en su ensayo La historia en los cómics9. Y aunque no hay intención en este repaso de hablar de los cómics, sirva su ejemplo para aplicarlo a otros libros que no han tenido una crítica tan certera como tampoco una repercusión y difusión tan grande. Explica Vich que el famoso cómic El príncipe Valiente, del norteamericano Harold Foster, se ve repetidamente ensalzado por la crítica como una fidedigna reconstrucción de la Edad Media, hasta tal punto que es recomendado en centros escolares como referencia para el estudio de la historia. Vich, que es profesor de historia en la UNED y estudioso del mundo de los cómics, aporta una visión crítica con detalles de las incoherencias temporales y espaciales del famoso cómic. Personajes y objetos reales y ficticios pertenecientes a distintas épocas se mezclan sin reparo, y muestran, por ejemplo, a caballeros más cercanos a la leyenda que a la realidad, que portan arneses militares propios de los siglos XIV y XV con lanzas de torneo, cotas de malla, cascos cerrados y testeras para sus monturas de épocas posteriores. También los nobles son presentados como burgueses renacentistas, en castillos de corte más oriental que europeo, que presentan -a ojos de un historiador- un anacronismo y mezcla de estilos sin duda insoportable. Esta breve referencia nos invita a pensar en lo complejo del género y, sobre todo, a reflexionar en la tan extendida costumbre de utilizar estas historias para la enseñanza de la auténtica historia, confundiendo de esta manera una obra de ficción que tiene una cierta ambientación histórica con un estudio serio de un período concreto, intención que muchos escritores de libros para niños no tienen.

La permisividad, en cuanto a valoración crítica, que un lector tiene con un autor contemporáneo o con uno de épocas pasadas es un factor a tener en cuenta. A la hora de leer La espada de San Fernando publicada por Luis de Eguílaz en 1852 y rescatada por Anaya en su colección Tus Libros, el ambiente de la Reconquista que recrea no puede ser otro que el que la sociedad imperante le permite. Eguílaz tiene que consultar los libros de historia de su época, que es la historia escrita por los vencedores y que produce personajes maniqueos con roles muy definidos: los poderosos que mandan, los subordinados que obedecen, los moros que son malos y pierden y también los cristianos traidores que encontrarán su justo merecido. Leyendo esta novelita no podemos menos que sonreír por la evidente manipulación ideológica que pretende y por los elementos que eran gustados por el gran público lector de estos folletines: mucha acción, buenos y malos y final feliz. Pero no nos podemos quejar: la novela histórica se dirige al pasado pero siempre con la pretensión de responder a preocupaciones de actualidad, por eso la historia se reescribe continuamente, con la ayuda de las inquietudes del momento.




Los libros documentales

No podemos dejar de citar, aunque sea someramente, los libros documentales para niños, un sector de los libros infantiles siempre relegado a un segundo plano, donde encontramos excelentes introducciones a la Edad Media desde distintas perspectivas y dirigidas a un público muy diverso, eso sí, la mayoría provenientes del extranjero. Destacan, por su brevedad, concisión y accesibilidad, los libros publicados dentro de la colección Historia del Mundo para Jóvenes, un buen proyecto preparado por Cambridge University Press y que Akal ha traducido al español. Esta colección se compone de una columna vertebral de libros complementada con una serie de monografías en las cuales se trata algún aspecto concreto. Todas comparten la sencillez y el apoyo de imágenes: documentos de la época, fotos, ilustraciones y cuadros que orientan la lectura del texto. Dentro de la serie Libros Base, el dedicado a la Edad Media está escrito por Trevor Cairns. El texto de Cairns se dirige directamente al lector y sorprende por su fluidez, su visión laica de los hechos, y la sobria estructura. Cairns no puede evitar mencionar con ironía a qué se refiere esa edad que está en el medio, en el medio de qué, y cómo la sociedad tenía unos pilares muy distintos a los anteriores o posteriores. Su libro se divide en tres grupos: la Iglesia, los señores feudales y el pueblo llano, y describe con mucho didactismo en qué consistió la vida y hechos de cada uno de los colectivos y el poder que la Iglesia gozó entonces. La creación de las órdenes, la importancia cultural de los monasterios, los poderosos que aparentemente luchaban según los dictados de la Iglesia pero también movidos por sus intereses, las duras condiciones de los que trabajaban la tierra y la decadencia de la época. Las monografías están dedicadas más bien a la pathos medieval, a cómo vivían y cómo era la vida cotidiana. La vida en un monasterio medieval, La vida en un pueblo medieval y La construcción de las catedrales medievales complementan esta visión y, aunque la revisión española que tienen los libros base resulta útil para que los lectores españoles tengan referencias más cercanas, en las monografías este trabajo resulta más difícil porque se ha elegido como punto de referencia un monasterio o un pueblo del que los historiadores tienen más información ubicado generalmente en Inglaterra. Esta colección también tiene un título dedicado al Camino del Santiago planteado con el mismo rigor que caracteriza a la serie.

La colección se dirige a lectores mayores de doce años, con rudimentos de cronología histórica y con algunos conocimientos de la historia del mundo.

Sin embargo hay otros libros que se dirigen a niños más pequeños, como El fascinante mundo de los castillos de Philip Steele en el que, como bien indica el título, se ha escogido enseñar este aspecto de la vida en el medievo. Sin duda un tema «que vende» pues los castillos han sido protagonistas de muchas películas de aventuras y el gusto por conocer más sobre ellos permite estos libros.

La importancia de los castillos, su construcción, las defensas, la vida dentro de él, cómo eran atacados y las personas que lo habitaban, desde el más humilde paje hasta el noble, se presentan con muchas ilustraciones y también con imágenes de la época. Un texto breve y cuarteado acompaña estos dibujos y ofrece muchas informaciones, eso sí, de una parte de la historia medieval.

Para cerrar este bloque me gustaría comentar un libro especial: El mundo medieval de Anno del matemático e ilustrador japonés Mitsumasa Anno, conocido por sus libros de viajes dedicados a Europa, Italia, Inglaterra y Estados Unidos, publicados todos ellos por la editorial Juventud. Lo que tiene este libro de novedoso es que, con la sencilla historia que describe la vida en una pequeña población medieval, está dándonos las claves para entender el pensamiento de una época. Y esto es algo que hacen pocos libros. Las creencias más extendidas sobre su existencia y su relación con el resto del universo quedan magistralmente explicadas y sus metáforas son inteligibles para los lectores más pequeños. «Solamente sabían que si caminaban durante largo tiempo, llegarían a la orilla del mar, y que si navegaban tan lejos como les fuera posible, alcanzarían el borde de la Tierra, allí donde el océano se vacía y cae en una catarata sin fin», dice el autor. Esta explicación, sencilla y clara, está dando a los lectores de hoy en día mucha más información que páginas y páginas de texto. ¿Acaso los autores no perciben que el niño de hoy escucha hablar con indiferencia de la luna, navega por internet conectándose a otros países en cuestión de segundos y conoce la velocidad de un coche y tal vez la de un avión? ¿Es importante que los autores tengan presente, cuando escriben sus libros, la escalofriante distancia que recorre el pensamiento de un hombre de hoy de aquel que vivió en el pasado y para quien la simple contemplación de una imagen grabada en la columna de un monasterio alimentaba la más extraña de las fantasías?

La ciencia, entonces en manos de los astrónomos, trataba de explicar los acontecimientos más sencillos, como la caída de una estrella fugaz -estrella hacia la que se lanzaban los campesinos con la ilusión de encontrarla en sus campos-, las enfermedades -producidas, según el pensamiento popular, por las brujas-, el temor al diablo y que convertía al mundo en un lugar aterrador. No es casual que Anno haya escogido este momento histórico para hacer otro de sus bellos álbumes, no, Anno quiere enseñar que el paso de una visión del universo a otra constituyó un cambio de época. «Entrábamos -dice el autor- en una nueva era, científica. Una manera de pensar terminaba y otra comenzaba». Se refiere el autor, sin duda, al pensamiento científico, pues cuando Copérnico y Galileo expusieron sus teorías, la Edad Media, como tal, ya había finalizado. Pero Anno se refiere al pensamiento medieval que duró mucho más que las estructuras sociales y de poder. Le sigue a la breve historia un relato más científico que complementa la información y una cronología que resalta los principales acontecimientos científicos.




Las peregrinaciones y el Camino de Santiago

Y entramos, por fin, en el bloque dedicado específicamente a los peregrinos y al Camino de Santiago. Me he permitido juntarlos para que los libros comentados formen un pequeño bloque, pues, como se observará por la bibliografía, no abundan los libros en castellano dedicados al tema.

Desde mi necesidad de justificar estas lecturas me impuse la reflexión del significado de peregrino y peregrinar, así como el del Camino de Santiago, y el profano que se acerca por primera vez a la cultura de la Edad Media queda sorprendido por la magnitud que entonces tuvo el camino y, con él, el caminante. «La Edad Media es la edad del viaje por excelencia», afirman algunos medievalistas10; esto, junto con la intención de desmitificar el oscurantismo y la leyenda negra contra la que luchan muchos investigadores, puede incluso llevarnos a pensar, en una lectura entusiasta y un tanto ingenua, en lo bello y hermoso que era el acto de caminar11. Lo que resulta innegable es que la peregrinación, junto con la cruzada y la misión, es, en la sensibilidad medieval, el viaje por excelencia. ¿Y qué significa ser peregrino? La arraigada conciencia de peregrino que tenía el cristiano medieval es la de un exiliado, la de alguien sin tierra que busca, en la soledad del camino y en la marcha, su propio destino.

El camino, por otra parte, unía pueblos, personas, ideas, santuarios, mercaderes y penas, pero, sobre todo, un espacio que compartían tanto el cristiano devoto como el malhechor.

Si acudimos a la literatura, y más concretamente a los libros para niños, descubrimos una materia literaria sin límites, capaz de inspirar al más abandonado por las musas. La aventura de dejar el hogar, la búsqueda de uno mismo, la alteridad, la extranjeridad, las dificultades del camino como metáfora de los peligros de la vida, ¿no son todos estos, acaso, temas frecuentes en los libros para niños y jóvenes?

Entonces, ¿por qué sorprende tanto que un rastreo bibliográfico depare tan pocas novelas?; ¿qué hace que nuestros escritores no elijan un tema tan cercano a nuestra cultura y modo de pensar, una reivindicación de lo nuestro para, con la excusa de la literatura, de la estética, se adentren en el mundo de las ideas, de la ética?

Me atrevo a sugerir desde luego la falta de tradición en el género y también el pesado protagonismo que ha tenido siempre el peregrino devoto, al que se ha exaltado por encima de los otros, que fueron numerosos y variados, pero también, y aquí tomo la teoría de la medievalista francesa Regine Pernaud12, de los abundantes y pésimos tópicos con que nos es enseñada esta época de la historia y que hacen que se acuda a ella justamente cuando se necesita una dosis de violencia, rusticidad, ignorancia, brutalidad, caballeros andantes, bellas damas rescatables y aventuras sin par en los bosques de cualquier maligno brujo o bruja.

Ni siquiera muchos de los libros que tratan sobre la Edad Media incorporan el personaje del peregrino, aunque sea entre bastidores, veladamente, en un segundo o tercer plano, algo que sorprende cuando, al leer un poco de bibliografía sobre el tema, se descubre la importante presencia, en el pensamiento y en la acción, del peregrino en todas las capas sociales: desde el noble que estaba obligado a protegerlo hasta el más humilde monasterio que reservaba algunas piezas para darle cobijo.

Si se observa el fenómeno con una cierta objetividad, se trataba de todo un colectivo, realmente enorme, puesto en movimiento que, o bien peregrinaba o bien vivía de la peregrinación e incluso, se disimulaba en ella, como le ocurre al joven juglar Marcabrú en la novela de Emilio Teixidor, Marcabrú y la hoguera de hielo. Marcabrú es un caminante, un peregrino que lleva la voz y el pensamiento de los demás, que propaga las ideas, que alegra a los cansados viajeros y alivia los pensamientos mundanos y cerrados del pueblo llano con maravillosas historias de amor y guerra, de pasión y muerte, siempre aderezadas con la fantasía y la música. Marcabrú es un joven al que buscan en todo el país y cuya única escapatoria, en un momento de desesperación, es camuflarse con un grupo de peregrinos. Ratra, que es un viejo considerado brujo pero que hoy tendría la inofensiva tarjeta de visita de médico naturista, conoce bien lo que pasa en los caminos y sus ritmos y por eso puede precisar que «esta noche pasará cerca de aquí un grupo de peregrinos que se dirigen a la ermita del Caballo Florido (...) Vosotros os podríais disfrazar y uniros a los peregrinos. Todos los caminos que llevan a la ermita deben estar a estas horas llenos de peregrinos y de juglares principiantes» (p. 66).

También es un peregrino, un bandolero, el pobre Liuva, protagonista de La espada de Liuva, de Juan Farias, que, en su desesperación por buscar algo para comer es incitado a llegar hasta un camino de peregrinos donde podrá usar la espada. «Fue el amigo quien le contó que al otro lado de unas montañas que no se alcanzaban a ver, a dos días de marcha y más, pasaba un camino de peregrinos. -Un buen sitio para tener espada y saber usarla, que los peregrinos, Liuva, son mansos y no plantan cara; se les puede robar y aún te perdonan» (p. 50).

Este acertado retrato refleja la importancia que el Camino de Santiago tenía para los peregrinos porque les permitía poner en práctica valores íntimamente ligados al cristianismo, como son la caridad, la solidaridad, el perdón.

Estos valores los siente bien el protagonista de otra de las novelas de este mismo escritor, Xusto, en la novela Bandido. Xusto es un salteador de caminos, de esos caminos de Dios que le muestran el contrapunto con la ciudad. La solidaridad del camino, el espíritu común que se forma en él, se perciben claramente. «Al entrar en la ciudad se perdía el olor del campo, el aire sabía distinto y la gente pasaba a tu vera sin mirarte ni decir, que el "a la paz de Dios" es cosa de los caminos. En la ciudad cada uno iba a su negocio y el muerto al hoyo» (p. 21). Aquí los bandidos son buenos y los peregrinos, la alta nobleza que sale de vez en cuando al camino a hacer caridad, o los monjes, «con la concha de aviñeira cosida al sayal, el sayal recién cosido, que eran de parroquia acomodada. Los guiaba un cura de mucha edad, montado en una asna. Iban a Santiago, a llenar de indulgencias los morrales» (p. 41-42).

En la literatura en general, pero en la histórica en particular, es pertinente y obligado preguntarse por la intencionalidad del autor. ¿Qué quiere contarnos el escritor? ¿Por qué ha elegido determinado marco histórico? ¿Por qué el Camino de Santiago? ¿Qué valores realza? ¿En qué ideología se inserta su discurso? La crítica, como ya hemos dicho, no es neutra ideológicamente, y tampoco le hace falta serlo, de ahí la importancia de situarnos ante el escritor con nuestras armas y pedirle cuentas.

Eso nos ocurre con determinados libros que hemos encontrado en nuestra escasa bibliografía, libros que nos suscitan la duda, bien porque no son rigurosos, bien porque la frontera entre la historia y la ficción es tan lejana como, legítimamente, la ha querido imaginar el autor, pero que sin embargo figuran en las listas de libros calificados como novela histórica. Si siguiéramos el consejo de Concha López Narváez: «la crítica no puede tener la más mínima compasión a un escritor que no respete el momento histórico»13 no quedaría en nuestro florido jardín más que un par de rosas.

El Castillo impenetrable, de Jesús Ballaz es uno de esos libros donde se tiene la sensación de estar necesitando más información, una recreación más sutil y delicada, un trasfondo histórico que, aunque fino como una telaraña, deja caer su sombra sobre la historia. Porque Ballaz es el que más lejos ha ido de todos los libros analizados sobre los peregrinos. El peregrino, Lothar, es un viejo danés en el lecho de su muerte que confiesa a su hijo Kurt cómo, durante su juventud y en su peregrinaje a Santiago, encontró una mujer noble a la que desposó y con la que se fue a vivir a un bello castillo. ¡Cuánta materia literaria se deposita en esta sugerente idea que hubiera necesitado una documentada vuelta al pasado! Por supuesto Kurt es el hijo de aquella relación que acabó con la expulsión del extranjero del castillo y echado del país. La piedra que guardará escondida durante toda su vida, prueba para el que la devuelva a su lugar de su derecho sobre el castillo, será tomada por Kurt para emprender de nuevo el viaje a Santiago. Dos peregrinos, dos generaciones, dos culturas de las que apenas se esbozan unas cuantas líneas. El peregrino por devoción y el peregrino por ambición. El peregrino que, como muchos otros jóvenes, «querían escapar por un tiempo a los estrechos límites de su propia tierra» (p. 39), fascinados por conocer otras tierras, por correr aventuras, por vivir en la propia carne un pedazo de la historia. Llegar a Finisterre, el final de la tierra, era lo propio de espíritus aventureros y curiosos. Kurt, por el contrario, sólo quiere la riqueza y el honor de recuperar lo que le pertenece por ley y así lo hace. El castillo al que llegan rápidamente, sin descripciones ni anécdotas, sin observaciones propias de los viajeros, tiene una leyenda, claro, que no es otra que un colectivo de bandidos que hace desaparecer a la gente para encerrarla en las mazmorras y robarles. El ingenio del hijo mayor de Kurt los burlará y conseguirá devolver a su padre el castillo. El autor conoce bien la historia, pero no quiere explicársela a los lectores. Le basta con mostrar al peregrino que, como tantos, abandona el camino a la mitad, con mostrar a los falsos peregrinos que engañan, a los peregrinos que, sin querer ir a Santiago, permanecen en su estampa de caminantes devotos para que no sean descubiertas sus verdaderas intenciones. El autor, además, riza el rizo cuando hace coincidir en el castillo a un joven muchacho árabe que, por el destino acaba en las mazmorras del mismo, con el propio Kurt, en una fusión un tanto artificial de las religiones cristiana y musulmana.

Pero al fin y al cabo, el autor tiene plena libertad para disponer de los hechos históricos y situar en ellos a personajes ficticios a su antojo. Se constata en casi todos los libros cómo los autores justifican las necesidades que sus relatos les imponen frente a las exigencias de la rigurosidad documental. «No es éste que vais a emprender un viaje a través de la geografía, sino a través de la leyenda» advierte en el prólogo de la novela El Bordón y la Estrella, su autor, Joaquín Aguirre Bellver. «Ni qué decir tiene que historia y geografía han sido maltratados» (p. 8) concluye para que no quede ningún rastro de duda, para que no se busque en la novela algo que no tiene. Así pues, ¿cómo valorar esta historia? Es cierto que es el recorrido forzado de un condenado por el Camino de Santiago, al que acompaña en su paseo el pequeño Mateo, un muchacho huérfano cuya madre murió peregrinando y que no duda en cambiar su vida en el campo por los caminos. Queda claro que el escritor ha tomado el Camino de Santiago porque es el que mejor le ha permitido situar a los personajes sin demasiadas complicaciones. Aquí ha tenido a su favor: el camino, la obligatoriedad de vagar por condena, el encuentro con gente y, por lo tanto, propiciador de acontecimientos, un toque religioso aquí, un toque mágico allá y la novela está lista. Los personajes son planos -psicológicamente hablando- y extremadamente manipulados. Así, Geraud de Saint Gilles, escultor injustamente condenado a vagar con una cadena en las manos, injustamente acusado de fechorías que no ha realizado, injustamente maltratado por los otros peregrinos, despierta en el lector un sentimiento de caridad y compasión que lo hace hasta simpático. El lector espera que tantas injusticias acaben y, después de algunas peripecias, un rayo milagroso rompe la cadena que unía sus manos y se convierte, por arte de magia devota, en un ejemplo de los milagros que ocurren en los caminos. No recibe el lector mucha información sobre el camino, apenas unos cuantos detalles que enseguida quedan relegados a un segundo plano frente a las peripecias de los protagonistas. Y en cuanto a los peregrinos, éstos son retratados con bastante superficialidad, buscando más modelos maniqueos -el malo, el bueno, el inculto, el bruto, etc.- que auténticos retratos psicológicos. Una segunda parte de este libro, El Camino de Santiago, cuida algo más aspectos geográficos de la ruta, de la historia de España, más variedad de personajes, pero no puede evitar caer en el sentimentalismo y en el dramatismo «matando» al joven Mateo y dejando a nuestro buen escultor desolado, aunque, eso sí, sin las cadenas en las manos.

Una novela excelente sobre los peregrinos es La espada y la rosa de Antonio Martínez Menchén, donde, con un estilo muy cuidado narra las aventuras de Moisés, un muchacho recogido de las aguas del río por un monje ermitaño que se encarga de su educación en un monasterio abandonado. Esta singular pareja, que vive con austeridad, sin referencias del mundo exterior, pues su monasterio queda alejado del camino de los peregrinos, sabe de la existencia de los mismos y, en una noche terrible de viento helado y oscuridad, no pueden menos que pensar: «que Nuestro Señor y su Santa Madre tengan piedad de quien yerre su camino en una noche como ésta» (p. 11). Un peregrino, sin embargo, yerra en su camino «para orar ante el Señor Santiago en cumplimiento de una promesa» (p. 12) y este seductor personaje literario, el extraño, el que viene a perturbar la tranquilidad existente, se queda unos días con ellos, para reponerse del cansancio y la enfermedad que arrastra. A partir de aquí el escritor construye una novela calidoscópica y muy ambiciosa literariamente hablando, pues pone en boca del peregrino maravillosas leyendas, historias y aventuras vividas en sus años de cruzadas. Gilberto, que así se llama, es el depositario de todos los referentes literarios de la época que el autor ha querido dar a conocer: la mujer loba, el caballero del cisne, monstruos, ciudades deshabitadas, sueños proféticos, el Cantar de Roldán, las marcas de nacimiento, la lepra, las fábulas y el juicio de Dios, entre otros.

Para poder incluir todo esto, en forma de relatos orales que el lector lee con mucha pasión y curiosidad, el autor ha tenido que saltar las fronteras de lo histórico y remontarse a lo que sus fuentes le han requerido. Sin embargo, sí ha respetado la creación de un ambiente con las intensas descripciones que hace Moisés de aquello cuanto ve, sí ha respetado la evolución psicológica de los personajes, pues Moisés, seducido por ese caballero insólito, decide acompañarle en el camino; sí ha respetado el espíritu del peregrino, en todas sus variantes, con una elegancia y cuidado inusuales. Moisés relata todo y su tono es el de un muchacho que no deja de sorprenderse por cuanto ve. La sensación que produce en el lector este narrador es como el rumor lejano de un río -tal vez el que le trasladó hasta su salvador-, tranquilo, rítmico. Su palabra nos representa la quietud del ermitaño, alejado de las prisas y la vida cotidiana, acostumbrado a las incomodidades y admirando las pequeñas cosas que va encontrando en su aprendizaje. El acercamiento psicológico es impecable, aun cuando el autor transforme a este personaje en un mito, pues una marca de nacimiento descubierta por Gilberto, le desvelará su condición de noble y le hará encontrar su lugar. Él, peregrino devoto, acompañado de otro peregrino que desea purgar sus pecados -sobre todo de amor-, muestra el significado de caminar por tierras de nadie, con colectivos en ocasiones idealizados que aquí él desmitifica: «Pero, si el peligro de los bosques mueve a buscar el arrimo de los otros peregrinos [relata Moisés], también comprendo que Gilberto siempre que pueda procure dejar esa compañía. Nunca, nunca pude imaginar que hombres y mujeres que se encaminan a postrarse ante el Santo Apóstol seguramente para buscar el perdón de sus pecados, puedan comportarse como ellos se comportan. Más que a una peregrinación, parece que van a una desenfrenada fiesta. Todo son bailes, canciones obscenas y cuentos desvergonzados. Cuando tienen, comen y beben sin templanza, terminando muchas veces estas comidas en luchas a puñadas, en revolcarse por el suelo mordiéndose como si fueran perros. Ni los lugares sagrados respetan. Más de una vez, en la hospedería que los monasterios destinan a los peregrinos pobres, desvelado por el insoportable olor que desprende tanta humanidad amontonada, mis ojos sorprendieron escenas que jamás había imaginado. Educado en la inocencia por el hermano Martín, ha sido en esta ruta de los peregrinos a Compostela donde, sin quererlo, he descubierto el pecado de la carne en toda su fealdad.

Pero también he descubierto otras cosas. He descubierto el dolor y la miseria humana. ¿Cómo puede el corazón del hombre no conmoverse, como yo me conmoví ante tanta laceria? Esos pobres tullidos que se arrastran penosamente por los caminos, esos desgraciados con el cuerpo cubierto de horribles llagas, esos ciegos a los que conducen de la mano uno de los niños tan desgraciados como ellos mismos, ponen con su sufrimiento y su miseria un nudo de angustia en mi garganta. Al verlos comprendo que los hombres se lancen a ese desenfrenado torbellino para cegarse en él y olvidar tanto dolor; y espero que cuando al fin nos postremos a los pies del Santo, éste nos otorgue a todos su amparo y su perdón» (p. 63).

Aunque la cita es larga da una visión insólita en los libros juveniles sobre el peregrino y el peregrinar. En su viaje, el encuentro con otros peregrinos, juglares y personajes que van contando historias, permite al autor introducir sus leyendas, mitos y cuentecillos con que ilustra al lector y con los que muestra el mundo de fantasía, la importancia de la transmisión oral y los ritos de la época.

Un apéndice -inusual en casi toda nuestra selección bibliográfica- desbroza el significado del mito contado desde una perspectiva más antropológica y literaria: cómo nació, su importancia en el pensamiento medieval y su difusión.

Por último, es obligado hablar de otra novela, rigurosa en su concepción y amena en su desarrollo, que muestra cómo es posible el equilibrio entre historia y literatura. Me refiero a Endrina y el secreto del peregrino, de Concha López Narváez, publicada en 1987 y que mantiene hoy todavía plena actualidad. Con un argumento sencillo, la peregrinación que la pastora Endrina emprende con dos peregrinos franceses, la autora muestra un cuadro colorido y variado del Camino, de los peregrinos que lo recorrieron y las peripecias de su ruta, amén de un sinfín de detalles que dan innumerables pistas sobre la vida en la época. Es, prácticamente, la única novela juvenil que muestra el rico ambiente del camino, con una narración que cautiva al lector y con un retrato de los personajes que crecen y se desarrollan interiormente a lo largo de toda la historia.

Endrina podría ser clasificada como la peregrina aventurera, acierto de la escritora al desligarla del peregrino devoto, también presente, pero con un pensamiento del camino y de la vida diferente. Endrina quiere conocer mundo, tener nuevas experiencias, salir de su mundo de vacas y pastos y dejarse llevar por esos peregrinos y juglares que tantas veces ha escuchado mientras andaban de paso por la aldea. A dos de esos peregrinos salva de un ataque de bandoleros, Guillaume y el joven Henri, y con ellos emprende una ruta que será una experiencia vital. Esos dos peregrinos franceses, que parecen guardar un secreto terrible, la aceptan por su valerosidad y su carácter, y entre los jóvenes se desarrollará una bonita historia de amistad que mantendrá al lector atento. A lo largo del Camino, donde se han reflejado muy bien las costumbres y la variedad de personajes que lo poblaban: ahí está la peregrina buscaperdones, los devotos, pero también los nobles, la vida en la época y otros sugerentes descubrimientos más, el lector tiene la sensación de entrar en un pedazo de la historia. Sus descripciones nos llevan a los distintos paisajes del camino: la nieve, a veces el calor, siempre el cansancio, y también al mágico ambiente de la tradición oral, representada por las leyendas que corren de boca en boca, al atardecer, cuando el fuego o la luna iluminaba sus rostros. Este tiempo casi mágico, donde «los pastores decían en susurros medrosos que la primera campanada no solía tocarla ningún monje, sino un peregrino, muerto hacía ya muchos años, que dejaba el sepulcro para prestar ayuda a sus compañeros extraviados» (p. 16) es recreado de forma magistral por la autora. Pero, además de todas las buenas informaciones antropológicas, etnológicas que la autora vierte, encontramos una historia sólida, creada para ese ambiente, con claves que encantan a los niños: la amistad, a veces amor, de los jóvenes, el secreto que guardan los franceses y el tesoro que deben llevar y que Endrina no sabrá hasta casi el final; su fascinación por mirar los personajes ricos que entraban en las ciudades y de los cuales sus acompañantes huían despavoridos; el encuentro con un monje portador de un códice que debe devolver a una biblioteca, pues simplemente lo tomó prestado para copiarlo, las peripecias, en fin, creíbles y cercanas al lector que hacen que la historia deje en él una huella de emoción y curiosidad.

Con este último libro finalizaremos este modesto recorrido y, con él, nos dejamos acompañar por esta leyenda del Apóstol Santiago, clásica entre los peregrinos, de cuyas diferentes versiones ofrecemos la que aparece en esta novela:

«Dice la historia que iban cinco peregrinos marchando a Compostela, y en lo alto de un monte abrupto y solitario, uno de ellos se sintió herido por cruel y repentino mal. Y ved, amigos, que de sus cuatro compañeros, tres siguieron camino adelante, tal vez por temor a la noche cercana, por miedo a bandoleros o lobos, o quizá porque tuvieran prisa por hallar una iglesia donde poder orar. "El ángel de la muerte está rozando ya con sus alas de hielo los ojos de este nuestro cuitado hermano; nada podemos hacer en su favor, sigamos adelante, que hemos de llegar a Compostela para la perdonanza." De este modo hablaron tres de ellos, acallando las voces que oían en sus almas; pero el cuarto escuchó aquellas voces, pensó de muy distinta forma y se quedó al lado del amigo cuya vida acababa. Y muriendo el romero, buscó la forma de darle sepultura. Estaba terminada la tarea cuando vio ante sus ojos un caballero con brillante armadura sobre caballo blanco, quien lo alzó hasta la grupa y lo llevó consigo a Santiago de Compostela con rapidez de viento. Y no tuvo el romero cansancios ni quebrantos en tan largo viaje, sino mucho sosiego y alegría. "Acabado tienes ya todo el peregrinaje, y salvada tu alma, sin otro mérito que el de la caridad", le dijo el caballero al despedirse; y cuentan que quien así le hablaba era el apóstol Sant Yago, quien suele andar por senderos y montes, guardando los caminos que van a Compostela.» (págs. 65-66).






Edad Media y peregrinos. Bibliografía

(Se ha procurado ofrecer una bibliografía lo más amplia posible, aunque no todos los títulos hayan sido comentados).


Edad Media

Abella, José Antonio: La esfera de humo. Barcelona: El Arca, 1995.

Aguirre Bellver, Joaquín: El juglar del Cid. León: Everest, 1989.

Alfonseca, Manuel: La Aventura de Sir Karel de Nortumbria. Madrid: Espasa Calpe, 1990.

Amo, Montserrat: El fuego y el oro. Barcelona: Noguer, 1985.

Barceló i Cullerés, Joan: El sueño abre una puerta. Barcelona: La Galera, 1981.

Bermejo, Álvaro: El reino del año mil. Sevilla: Algaida, 1998.

Blasco Casanovas, Joan: El rescate del pequeño rey. Barcelona: La Galera, 1976.

Bordons, Paloma: Érame una vez. Madrid: SM, 1992.

Eguílaz, Luis de: La espada de San Fernando. Madrid: Anaya, 1986.

Farias, Juan: La espada de Liuva. Madrid: SM, 1990.

Horna, Luis de: El canto del hermano sol. Valladolid: Miñón, 1985.

Krahn, Fernando/Uribe, María de la Luz: El Fiero Ugaldo. Barcelona: Ediciones B, 1989.

Laiglesia, Juan Antonio de la: Maricastaña, la heroína desconocida. Zaragoza: Edelvives, 1989.

Lalana, Fernando: Edelmiro II y el dragón Gutiérrez. Madrid: Bruño, 1990.

Martín Fernández de Velasco, Miguel: Paladín. Madrid: Edelvives, 1989.

Martínez Gil, Fernando: Amarintia. Madrid: Susaeta, 1990.

Moleón Viana, Miguel Ángel: El Rey Arturo cabalga de nuevo, más o menos. Madrid: SM, 1998.

Molina Llorente, María Isabel: Balada de un castellano. Barcelona: Noguer, 1987.

_____: El moro cristiano. Madrid: Marfil, 1972.

Murciano, Carlos: Las historias secretas. Zaragoza: Edelvives, 1993.

Novell, María: Las Cautivas de Tabriz. Barcelona: La Galera, 1978.

Olaizola, José Luis: El vendedor de noticias. Madrid: Espasa Calpe, 1997.

Sorribas, Sebastià: El valle del paraíso. Barcelona: La Galera, 1986.

Souza Sáez, José Manuel: Fadriquín, el de la tabla redonda. Madrid: Anaya, 1992.

Teixidor, Emilio: Marcabrú y la hoguera de hielo. Madrid: Espasa Calpe, 1985.

Vallverdú, Josep: Mir, el ardilla. Barcelona: La Galera, 1986.

_____: La sombra del jabalí. Barcelona: La Galera, 1997.

_____: La espada y el cantar. Barcelona: La Galera, 1987.

Velasco, José Luis: El guardián del paraíso. Madrid: SM, 1994.

_____: El manuscrito godo. Madrid: Espasa Calpe, 1991.

Vidal, Nuria: Solsticios. Barcelona: Destino, 1992.




El Camino de Santiago

Aguirre Bellver, Joaquín: El Bordón y la estrella. De Roncesvalles a Nájera. Zaragoza: Edelvives, 1988.

_____: El Camino de Santiago. El bordón y la estrella (segunda parte). Zaragoza: Edelvives, 1989.

Ballaz Zalbaza, Jesús: El castillo impenetrable. Barcelona: El Arca Junior, 1993.

Farias, Juan: Bandido. Madrid: Susaeta, 1992.

_____: La posada del séptimo día. León: Everest, 1998.

López Narváez, Concha: Endrina y el secreto del peregrino. Madrid: Espasa Calpe, 1987.

Martínez Menchén, Antonio: La espada y la rosa. Madrid: Alfaguara, 1993.

Morán, Gregorio: Nunca llegaré a Santiago. Madrid: Anaya & Mario Muchnik, 1996.




Libros documentales

Anno, Mitsumasa: El mundo medieval de Anno. Barcelona: Juventud, 1986.

Boyd, Anne: La vida en un monasterio medieval. Torrejón de Ardoz: Akal, 1990.

Cairns, Trevor: La Edad Media. Torrejón de Ardoz: Akal, 1997.

Carrión, Esther: Ciudades medievales europeas. Madrid: Incafo/SM, 1991.

Garper, Jesús: El Camino de Santiago paso a paso. Madrid: Escuela Española, 1990.

Maynard, Christopher: Increíbles castillos y caballeros. Madrid: SM, 1994.

Morgan, Gwyneth: La vida en un pueblo medieval. Torrejón de Ardoz: Akal, 1990.

Ruiz Mateos, Aurora/Abad Rossi, Daniel: El Camino de Santiago. Torrejón de Ardoz: Akal, 1997.

Steele, Philip: Los castillos tenían foso y otras preguntas sobre historia. León: Everest, 1996.

_____: El fascinante mundo de los castillos. Barcelona: Ediciones B, 1996.

Ventura, Leonor: El Gran comercio de la Europa medieval. Madrid: Incafo/SM, 1989.

Watson, Percy: La construcción de las catedrales medievales. Torrejón de Ardoz: Akal, 1990.




La novela histórica. Bibliografía. Para saber más

Bernardinis, Ana María: Itinerarios. Guía crítico-histórica de narrativa y divulgación para la infancia y juventud. Madrid: SM, 1985.

En este libro se dedica un capítulo a la «narrativa de acontecimientos», donde la autora revisa las distintas tipologías y perspectivas de la narración histórica con ejemplos extraídos de libros.

Colas, Bernard: «Incursions dans le roman historique pour la jeunesse». En: Nous voulons lire! n° 86, oct. 1990.

El autor denuncia el abuso de los escritores del empleo de tema histórico en la ambientación de sus novelas cuya intención no es mostrar la historia como tal. Ofrece interesantes puntualizaciones para aquellos que quieran analizar con una mayor profundidad las novelas del género.

Fernández López, Marisa: «Control ideológico en la novela histórica para niños y jóvenes». En: Revista de la Asociación de Amigos del Libro Infantil y Juvenil n.° 37 julio-septiembre 1997.

Excelente artículo que traza un panorama de la novela histórica y remarca cómo ésta ha servido para transmitir determinadas ideologías. Compara muy oportunamente la evolución en cuanto a elección de períodos históricos entre Inglaterra y España.

García Gual, Carlos: Diccionario de mitos. Barcelona: Planeta, 1997.

A destacar en este diccionario las sugerentes revisiones de algunos mitos medievales, cuya influencia en los libros infantiles y juveniles está presente: Arturo, Lanzarote, Merlín el mago y Perceval.

García Padrino, Jaime: Libros y literatura para niños en la España contemporánea. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1992.

Imprescindible para situar la novela histórica en el contexto de los libros para niños en España.

Huizinga, Johan: El otoño de la Edad Media. Madrid: Alianza, 1996.

Traducido por primera vez en España en 1930 (la edición original es de 1923, revisada en 1927) y a pesar de la antigüedad que puedan tener sus datos, se recomienda la lectura de esta obra por la claridad con que se centra en los aspectos más atemporales de la vida medieval: el anhelo de una vida más bella, la estilización del amor, la imagen idílica de la vida, la emoción y fantasía religiosas, etc. El estilo de Huizinga, lírico y muy detallista pero a la vez asequible, hace que este libro sea una muy agradable lectura.

López Narváez, Concha: «Visión personal de la novela histórica y de su proceso de creación». En: Peonza, n.° 38, 1996.

Proceso de creación de una novela histórica por una de sus principales precursoras en España. Dificultades, retos y ejemplos prácticos con su obra aproximan de manera muy clara a las exigencias del género.

Lage, Juan José: «El relato juvenil de tema histórico». En: CLIJ, n.° 50, 1993.

Destaca la bibliografía, ordenada por épocas.

«O relato historico». En: Papeles de Literatura Infantil y Juvenil n° 8, 1988.

El artículo propone una tipología de la novela histórica y sugiere un esquema de trabajo en la escuela a partir de una novela.

Pernoud, Régine: Para acabar con la Edad Media. Palma de Mallorca: José J. de Olañeta, 1998.

Muchos se han entusiasmado con la traducción, por fin, de esta obra que la escribió la autora -conservadora de los Archivos Nacionales de Francia- en 1977 para desmitificar los tópicos oscurantistas de la Edad Media. Los capítulos 8 y 9 contienen valiosos comentarios sobre las novelas históricas y también sobre la enseñanza de la historia.

Ruiz Mateos, Aurora/Abad Rossi, Daniel: El Camino de Santiago. Torrejón de Ardoz: Akal, 1997.

Breve y conciso pero didáctico es este recorrido por la historia del Camino de Santiago y su influencia en la vida medieval. También aborda la figura del peregrino y detalla las posibles rutas hasta Santiago.

Vich, Sergi: La historia en los cómics. Barcelona: Glénat, 1997.

Para aquellos que deseen también tener una visión del cómic y su relación con la Edad Media destacamos tres capítulos (páginas 45-75) en los que se critica, con el rigor de un historiador, algunos de los errores más frecuentes en que incurren estas historias.





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