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La edición catalana en México

Teresa Férriz Roure



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Agradecimientos

Quiero agradecer el gran apoyo que me han prestado, con su vivo testimonio y siempre inteligentes comentarios, Josep Maria Murià, Bartomeu Costa-Amic, Tísner, Joan Grijalbo y Albert Manent. Asimismo, reconocer a la CIRIT-Generalitat de Catalunya la beca que hizo posible el inicio de esta investigación; la ayuda de Marcela Zárate, Rosa M. Carreté, Rosa M. Durán y Marta Ros del Orfeó Català de Mèxic; el buen hacer de Carlos Guzmán, quien tradujo una primera versión en catalán de este libro, y, sobre todo, el apoyo incondicional de los miembros de El Colegio de Jalisco. Todos ellos, desde el presidente José María Muriá y la secretaria general Angélica Peregrina, hasta Beatriz Núñez, autora de las fotografías de este libro, Juan Pedro Delgado, Mercedes González, Isabel Orendáin y Amparo Ramírez han hecho posible esta publicación.





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ArribaAbajo- I -

Introducción


Uno de los periodos más necesitados de estudio de la Cataluña contemporánea, ahora que ya se dan las circunstancias objetivas para poder hacerlo, es el que arranca en 1939, con el masivo exilio fruto de la guerra civil española. La sangría social, política y cultural que supuso el destierro de miles de catalanes tuvo graves consecuencias para la continuidad de la Cataluña liberal y democrática, y supuso, sobre todo en los años más difíciles de la posguerra, su trasplante a tierras extranjeras, tanto europeas como americanas.

México, gracias a la voluntad del gobierno cardenista, recibió con decisión a una gran parte de la diáspora republicana, convirtiéndose así en uno de los países donde la comunidad catalana (una tercera parte de este exilio llegado a México)1 pudo encontrar un espacio de libertad que le permitiría, en los años sucesivos, desarrollar muchos proyectos culturales colectivos. Estos nacieron bajo la promesa de una continuidad que debe entenderse como respuesta al genocidio cultural que se estaba llevando a cabo en la Península Ibérica2, expresión de solidaridad con los demás catalanes desterrados3, además de mantenimiento de la propia tradición y su enriquecimiento a partir de las nuevas aportaciones de los exiliados. Pero toda esta defensa de una identidad común no impidió que muchos catalanes, desde los primeros años, se convirtieran en ciudadanos   —12→   mexicanos con una trayectoria profesional destacada dentro de los ámbitos más diversos4.

En el mundo editorial mexicano de los últimos sesenta años, la presencia del destierro republicano y, dentro de él en forma muy destacada, la de los exiliados de origen catalán, ha contribuido significativamente a la articulación de la cultura mexicana contemporánea5. El rico ambiente cultural de los cuarenta favoreció la integración rápida de unos profesionales -algunos formados previamente en el importante centro editorial barcelonés, otros todavía aprendices a su llegada- que, como los Espresate, Miró o Costa-Amic, siguen difundiendo la obra de muchos autores mexicanos. Todos ellos, junto con otros muchos compatriotas que se les unieron gracias a las numerosas redes de solidaridad establecidas entre la comunidad catalana, realizaron además una importante labor de resistencia cultural, que se advierte en la perseverancia y voluntad de lucha con que iniciaron la publicación de libros en su lengua, cuando en la Península los prohibía la censura franquista.

El texto que aquí presento busca acercarse a estos dos aspectos principales de la labor desarrollada por los catalanes en la industria del libro en México: en primer lugar, describir la tarea de continuidad cultural catalana, realizada fuera de Cataluña y en un entorno hispanohablante, a partir de un primer acercamiento a los editores, las editoriales y los catálogos de libros en catalán; en segundo lugar, contribuir al inicio del estudio de una pequeña parcela -la referida a la presencia de la emigración republicana y sus descendientes- de la historia de la edición en México, necesaria, como señalaba Gabriel Zaid, para una certera comprensión de la cultura mexicana actual:

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Tarde o temprano la historiografía mexicana descubrirá que no se puede hacer la historia de la cultura en México sin hacer la historia de sus editores, como empresarios culturales, como líderes intelectuales o como artistas mayéuticos6.



Mi intención es, por tanto, ofrecer un documento de consulta que, dada la inexistencia de bibliografía sobre el tema tanto en Cataluña como en México, contribuya al estudio de la historia cultural del destierro catalán y sus relaciones con el país de adopción. A este trabajo habrán de seguirle nuevos análisis sobre aspectos tan relevantes como la significación sociocultural de las obras editadas, los intereses culturales e ideológicos que manejan los medios editoriales impulsados por los republicanos, el perfil del público lector, la difusión de las obras entre mexicanos y catalanes, los gustos literarios que crean y, claro está, el cambio de intereses entre los hijos o nietos de catalanes.


ArribaAbajoLos exiliados catalanes en México, el mundo del libro y la crítica

Existen numerosas investigaciones sobre el exilio catalán de 1939 en México, algunas de las cuales se han dedicado, tangencial o monográficamente, al análisis de la obra impresa producida por los desterrados, aspecto este de una importancia muy considerable si se tiene en cuenta que pueden inventariarse casi doscientos títulos en catalán, entre libros y folletos7, alrededor de una treintena de publicaciones periódicas y varios cientos de traducciones realizadas por catalanes.

Puntos de referencia indispensables continúan siendo los libros de Albert Manent, La literatura catalana a l'exili (editado en 1976, pero corregido y aumentado   —14→   en 1989) y el útil Diccionario de los catalanes de México, al que han de sumarse diversos textos escritos por los mismos protagonistas de la diáspora: el documentado estudio de Vicenç Riera Llorca, Els exiliats catalans a Mèxic; la rica visión de Avel·lí Artís-Gener, Mèxic, una radiografia i un munt de diapositives, o la compilación de Artur Bladé, De l'exili a Mèxic. Asimismo, se han estudiado algunas empresas culturales específicas, como el Orfeó Català de Mèxic; se han publicado ensayos más generales que abarcan parcialmente el exilio -Artistes catalans a Mèxic: segles XIX y XX, de Montserrat Galí- y trabajos cuya intención es la de proponer nuevas vías de análisis, como El exilio catalán en México. Notas para su estudio8.

Muchos artículos, algunos de ellos resúmenes de investigaciones en proceso, se han ido publicando en revistas, libros colectivos o actas de congresos, y forman un mosaico muy diverso, carente, sin embargo, de varios de los materiales básicos que habrán de conducir a un panorama similar al presentado en el libro colectivo El exilio español en México. 1939-1982. Estas insuficiencias bibliográficas explican que un aspecto tan significativo como la presencia del libro catalán en México no se haya tratado sino de una forma muy parcial: son bastantes los trabajos en torno a los creadores literarios, pero prácticamente ninguno se ha referido a los editores ni, menos aún, a los lectores, a pesar de que

los consumidores de la producción literaria, fuera en periódicos o en libros, sobrepasaron con creces en los primeros años del exilio los márgenes que son habituales -lamentablemente habituales- en los periodos estables. La gente expatriada sufría el afán vehemente de comunicación e información y esta circunstancia ayuda a entender el éxito y la reiteración del papel impreso9.



El exilio de una comunidad dentro de la que se encontraban buena parte de los dirigentes políticos y de los intelectuales -muchos de ellos huidos de la Europa de la segunda guerra mundial-, supuso un crecimiento sorprendente   —15→   de la prensa periódica en catalán y, también, una presencia cada vez mayor de los desterrados en la industria del libro. Esta llegó a desarrollarse de tal forma que, por motivos económicos, debido a la censura franquista o a causa de la dificultad de conseguir otros linotipistas que conocieran el catalán, llegaron a imprimirse en México libros con pie editorial de Barcelona, Buenos Aires, Santiago de Chile o Caracas10. A este auge editorial contribuyeron también la gran actividad cultural de los centros y las instituciones catalanas, así como la práctica de una verdadera «política de exilio» benefactora de todos los proyectos colectivos que, como la edición, se legitimaban en el propósito de continuidad cultural.

Esta abundante producción supuso, obviamente, un cambio muy notable en cuanto a la huella de Cataluña en el extranjero y, específicamente, en México. Como señaló en su momento Joan Crexell, antes de la guerra civil sólo se habían publicado en la ciudad de México dos libros en catalán: Estatuts de l'Orfeó Calalà de Mèjic y Platge deserta. Quadro dramátich amb una cançó catalana del Mestre Joan Auli, además de otros dos volúmenes que, aunque escritos en castellano, trataban de Cataluña11. En el exilio, por el contrario, este número aumenta de manera sorprendente a unos 200 títulos, prácticamente la mitad de los cuales se editaron en el periodo que va de 1939 a 194712.

De todas formas, este incremento de la presencia de la cultura catalana no debe valorarse sólo en términos cuantitativos: en México, como en el resto de América Latina, aparecieron obras en catalán de gran calidad, pese a los tropiezos y dificultades económicas que no hicieron posible llevar a la imprenta todas las obras escritas, algunas muy importantes13. México, en los años de la segunda   —16→   guerra mundial, se convirtió en un verdadero centro de la cultura catalana. Posteriormente, cuando otros países facilitaron nuevos espacios de libertad, pasó a ser una alternativa para la edición europea del exilio y un escaparate de la obra de cultura llevada a cabo en América.

No hay duda de que esta significativa labor ayuda a comprender con más claridad la vivencia del exilio y, a la vez, sirve para valorar con mayor objetividad la tarea de mantenimiento de la cultura catalana llevada a cabo durante tantos años, la cual contribuyó en parte a la reanudación en Barcelona de la actividad editorial en catalán. Las editoriales, junto con otras empresas culturales como las revistas, fueron «una de las razones del exilio para que los intelectuales y el público recuperaran el hilo roto por el desmoronamiento de 1939»14. Su presencia durante casi cuarenta años muestra una voluntad de subsistencia colectiva, casi siempre inherente a una posición de compromiso político. Una voluntad no exenta de mesianismo, idealismo ni resentimiento hacia quienes se habían quedado en Cataluña, pero tan fuertemente arraigada que los muchos cambios que necesariamente hubieron de darse en un exilio tan amplio cronológicamente, no pudieron con ella.




ArribaAbajoMéxico, los inicios de la industria nacional del libro y el exilio republicano

Antes de iniciar el repaso de la edición catalana en México conviene referirse brevemente a la historia del libro mexicano. Resulta necesario conocer el contexto editorial que hallaron los republicanos, así como saber de sus antecedentes, para entender su apoyo a la consolidación de la industria mexicana del libro.

La impresión de libros había sido, durante toda la Colonia, una prerrogativa real que impidió el nacimiento y la consolidación libres de la imprenta en México. La independencia no supuso un cambio radical en este aspecto, puesto que aunque dejó de tener vigencia la prohibición española, la situación política y económica impidió su crecimiento, y el pueblo mexicano continuó leyendo, durante muchas décadas, casi exclusivamente las obras que llegaban del   —17→   exterior15. Con la Reforma no se realizaron cambios significativos; no fue hasta el largo periodo de Porfirio Díaz que el gobierno advirtió la necesidad de potenciar la lectura, ligándola a la educación como un proyecto institucional de difusión de las nuevas ideas y valores16. En este momento, y con el apoyo oficial, las editoriales nacionales comienzan a publicar con regularidad, aunque los sectores progresistas de México no pueden aún independizarse del libro europeo y continúan fundamentando su educación en las obras importadas de ultramar.

Hasta muchos años después del inicio de la Revolución, no se plantearon soluciones destinadas a combatir los impedimentos que hacían difícil la consolidación de una industria del libro nacional, tales como un gran índice de analfabetismo o el bajo nivel adquisitivo, limitaciones estas que traían como consecuencia unas tiradas cortas y muy gravosas17.

A principios del siglo XX aparecieron, propiamente, las primeras casas editoras ligadas al próspero negocio de las librerías, como Porrúa. Esta inauguró su producción con la obra de tres jóvenes escritores mexicanos: Alberto Vázquez del Mercado, Manuel Toussaint y Antonio Castro Leal, a los que seguirá la edición de otros autores tan prestigiosos como Alfonso Caso y Jaime Torres Bodet. Dos años después, el mismo grupo fundó Cvltvra, que «publicó, entre otras, obras de Vasconcelos, Caso y Loera Chávez y una serie de Cuadernos breves o 'revistas' con obras de literatura contemporánea extranjera traducida por los mismos editores»18. Estas, junto a otras más pequeñas, conviven con las casas extranjeras, sobre todo francesas y españolas instaladas en México después de la primera guerra mundial.

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Ya en la década de los treinta y con los avances educativos impulsados por los nuevos dirigentes del país (José Vasconcelos, Justo Sierra, Narciso Bassols), nacen editoriales tan importantes como la de la UNAM, que inicia una de las primeras colecciones de clásicos y su fundamental Biblioteca del Estudiante Universitario, donde aparecerían textos fundamentales para la historia cultural de México. De esta suerte, la editorial de la UNAM se convirtió en una de las primeras casas editoras que dan prioridad a la difusión de la cultura19.

La edición, a pesar de las limitaciones del subdesarrollo económico de América Latina que la hacen sumamente dependiente del exterior, se va consolidando como industria de sustitución, sobre todo durante el periodo de aislamiento internacional derivado de la guerra civil española y del conflicto europeo. En esos lustros se instalan en México, como en otros países latinoamericanos, editoriales e imprentas con el propósito de reemplazar los libros europeos que habían dejado de elaborarse en sus respectivos países.

Se inicia con garantías, de esta forma, el desarrollo de una industria editorial nacional y el libro mexicano se convierte, por primera vez, en libro universal que circula, se exhibe y se vende no sólo en los países de habla española, sino también en Italia, Francia, Inglaterra o Estados Unidos20. Este carácter universal, con todo, no se refiere tan sólo a esta difusión internacional, sino más aún a sus mismas características derivadas del proceso de construcción de una cultura nacional, abierta al mundo: «Por ello, nos sentimos obligados a conocer lo propio, que nos arraiga y define, y lo externo, que nos pertenece también y es parte de nuestro patrimonio. En tanto que para los europeos el conocimiento de las culturas hispanoamericanas es curiosidad, para las naciones del Nuevo Mundo, la frecuentación de la cultura occidental y aun mundial nos parece una necesidad, un punto de partida»21.

A todo este proceso contribuyeron las empresas editoras comerciales existentes, pero sobre todo las nuevas, muchas de ellas nacidas al amparo de la Universidad, los organismos públicos y los centros culturales. Pronto se superó   —19→   numéricamente la producción de libros desarrollada en periodos anteriores, cuando, como mucho, se editaban obras dirigidas a la enseñanza básica y media, habitualmente dentro de un sistema de producción de tipo artesanal22. Empezó así a consolidarse la publicación de los clásicos nacionales -y aun universales, en ediciones bilingües-, de las obras literarias y, sobre todo, de los libros de divulgación de investigaciones y estudios históricos, artísticos, arqueológicos, filosóficos, científicos o económicos. Este auge supuso un estímulo considerable para los mismos escritores mexicanos que vieron cómo, en tan sólo veinte años, se pasaba de la existencia de un puñado de casas editoras y tres o cuatro dependencias oficiales que publicaban, a prácticamente cien editoriales23.

Esta bonanza se consolidó gracias a toda una serie de avances de índole práctica que encuentran su concreción en los años cuarenta. A finales de la década anterior, ya se había conformado una industria papelera moderna gracias a la creación por el gobierno cardenista de la Productora e Importadora de Papel, S. A. (la conocida PIPSA) que suministró materia prima más barata a los editores. Asimismo, se empiezan a proteger arancelariamente los libros; se expande, de igual modo, la industria gráfica24; se unen los diferentes profesionales del libro, durante 1946, en el Instituto Mexicano del Libro, A. C.; empieza a consolidarse una red de librerías medianamente establecida25, y, sobre todo, México se caracteriza por unos niveles de progreso material e intelectual que denotan el avance realizado por los gobiernos revolucionarlos.

Por todo ello Daniel Cosío Villegas señaló que 1940 se puede considerar el año de arranque definitivo de la industria editorial mexicana:

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Mientras en España se dejan de imprimir libros casi de un modo absoluto desde julio de 1936 hasta diciembre de 1939, en la América se fundan las primeras editoriales en 1936 y 1937, y después, hasta 1945, no dejan de surgir algunas tan importantes como las primeras, y muchas, increíblemente numerosas, de una importancia menor26.



Además, Cosío hace hincapié en que el crecimiento editorial se vio favorecido de manera considerable por la llegada de la emigración republicana. Muchos de los intelectuales que la componían pronto hallaron acomodo en las casas editoras ya existentes; de igual forma, un buen número de trabajadores gráficos se incorporaron a la industria del libro y otros refugiados se iniciaron en las tareas de dirección27. Hubo, desde el principio, una actitud de integración beneficiada por una coyuntura social, política y económica favorable para los españoles que los convirtió en «injerto vivificante» para la cultura americana: «la cultura local no se bastaba a sí misma para alimentar a sus hijos, cada vez más ávidos y numerosos» y, en este sentido, los exiliados llevaron sus saberes y sus habilidades, que se convirtieron en base y cimiento de la «primera época de oro» de la industria editorial hispanoamericana28.

El mundo cultural en el que se insertaron los exiliados era muy diferente del propio, y por ello se dedicaron con ahínco a la tarea de innovar y ofrecer nuevas propuestas, fuera mediante la creación de nuevas editoriales o su incorporación a las ya establecidas. Ello no implicaba, desde luego, el abandono de los proyectos dirigidos a satisfacer las necesidades de la propia comunidad y a difundir su cultura. En este sentido, los catalanes mostraron sensibilidad por lo propio sin dejar de lado su participación en el ambiente intelectual mexicano. Espero que estas páginas así lo muestren.





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