Escena I
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DOÑA
TOMASA, DON
ALEJANDRO.
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DOÑA
TOMASA.- No hay disculpa que valga, señor don
Alejandro. No acordarse en cinco años de hacer una visita ni
a mí, ni a su pupila de V. es mucha crueldad, mucha.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Qué quiere V.,
señora? Mis ocupaciones, la poca salud que gozo, el temor de
las incomodidades del viaje...
|
DOÑA
TOMASA.- Quince leguas. ¡Vea V. qué gran
viaje!
|
DON
ALEJANDRO.- Crea V. que para mí es una empresa
terrible, pues mis achaques no me permiten salir de mi
rincón, y aun así no puedo prometerme ya largo
hospedaje en este valle de lágrimas.
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—364→
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DOÑA
TOMASA.- De ese modo muy poderoso debe ser el motivo
que trae a V. por acá.
|
DON
ALEJANDRO.- No he venido a otra cosa que ver a
Joaquín y a Rosita.
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DOÑA
TOMASA.- ¡Y qué Rosita! ¡Es mucho
cuento! Por verla un instante se pudiera atravesar el mundo de un
cabo a otro. ¡Qué talento el de aquella criatura!
¡Qué habilidades!
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DON
ALEJANDRO.- Con esos elogios no hace V. más que
avivar mis deseos de verla. ¿Dónde está?
Quiero cuanto antes abrazarla.
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DOÑA
TOMASA.- Está en el tocador.
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DON
ALEJANDRO.- ¡Cómo! ¿Tan tarde?
¿y Joaquinito en qué consiste que no ha venido del
colegio para hallarse aquí en el momento de mi llegada?
|
DOÑA
TOMASA.- Cuando supimos anoche que había V. de
llegar esta mañana, era ya bastante tarde. Los muchachos han
tenido mucho que hacer desde —365→
muy temprano, y la Lucía no ha podido apartarse un
minuto de mi sobrina.
|
DON
ALEJANDRO.- Hágame V. el favor de enviar por
Joaquín inmediatamente; y entretanto subiré yo al
cuarto de su hermana.
|
DOÑA
TOMASA.- No, señor, no, que nos exponemos a que
la dé algún susto al ver a V. de improviso. Mejor
será que yo me adelante a prevenirla.
(Vase.)
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Escena III
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DON ALEJANDRO,
DOÑA
TOMASA.
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DOÑA
TOMASA.- Al momento baja, señor don Alejandro,
como que se está poniendo la postrera pluma.
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DON
ALEJANDRO.- ¿Y quién repara en una pluma
más o menos? Creí que estuviera tan impaciente por
verme a mí como lo estoy yo por verla a ella.
|
DOÑA
TOMASA.- Mucho que lo está; sí,
señor: pero el deseo de agradar a V....
|
DON
ALEJANDRO.- ¿A fuerza de plumas?
¡Qué disparate! ¿Ha enviado V. por
Joaquín?
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DOÑA
TOMASA.- (Con
impaciencia.) Para eso tiempo hay de sobra.
|
DON
ALEJANDRO.- Me contesta V. de un modo, como si no
debiera yo tener gran satisfacción en verle.
|
DOÑA
TOMASA.- No es decir que sea malo: eso no; pero
—367→
aquella finura que tanto recomienda en la sociedad, aquellos
modales delicados... la verdad; no los tiene.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Pues qué? ¿es
huraño, grosero, impolítico con las gentes?
|
DOÑA
TOMASA.- Tanto como eso no. Dicen que sabe muchas
cosas, y que tiene la cabeza atestada de latines; pero repito que
el modo gracioso de presentarse, el aire de soltura y elegancia, en
fin cierta flor de urbanidad que sobresale en su hermana
¿cuándo llegará él a adquirirla?
|
DON
ALEJANDRO.- Eso ya lo hará el tiempo y el
trato. ¿Descubre tener buen corazón?
|
DOÑA
TOMASA.- Ni bueno ni malo. La que es un prodigio es mi
Rosita. ¡Qué de gracias! ¡Qué de
perfecciones! Un continente, unos modales que arrebatan. Por lo que
hace a su hermano, le vemos muy de tarde en tarde.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Por qué razón?
|
—368→
|
DOÑA
TOMASA.- Por no distraerle de sus estudios.
Además cuando viene a casa veo que no pone la mayor
atención en las lecciones que le damos para tratar a las
gentes como es debido. No sabe hacer un cumplimiento con gracia; de
modo que cuando le he llevado alguna vez a las tertulias de
señoras, jamás le he visto decir oportunamente una
agudeza.
|
DON
ALEJANDRO.- Tal vez consistirá en que
habrá versado la conversación sobre asuntos que no
entienda.
|
DOÑA
TOMASA.- Un joven bien educado debe estar impuesto en
cuantos asuntos puedan ser materia de conversación entre
mujeres.
|
DON
ALEJANDRO.- Sin embargo crea V. que en su edad sienta
muy bien cierto silencio modesto. Lo que actualmente debe hacer es
escuchar a los demás, para instruirse, y ponerse en estado
de hablar cuando le llegue la vez.
|
DOÑA
TOMASA.- No estoy por eso: ¿Quiere V. que
parezca uno de aquellos muñecos que no se mueven
—369→
hasta que se les da cuerda? ¡A quien da gusto
oír hablar es a Rosita: ¡qué facilidad!
¡qué chiste! ¡qué soltura! A veces cuesta
trabajo seguir el hilo de su conversación.
|
DON
ALEJANDRO.- Ya iremos viendo cuál de los dos
merece la preferencia en mi cariño. Ya sabe V. que le
prometí a su padre en los últimos momentos mirar por
ellos como si fuesen hijos míos, y quiero cumplirle la
palabra. Como no puedo saber cuánto tiempo ha determinado el
Señor tenerme en el mundo, he venido a ver a estos chicos, a
estudiar su carácter, y a tomar con este conocimiento las
disposiciones oportunas en favor de entrambos.
|
DOÑA
TOMASA.- ¡Oh amigo el más fiel y el
más generoso de todos! Mi hermano agradecerá a V.
tantos beneficios desde la Gloria, y pedirá a Dios le
recompense dignamente. A mí me faltan palabras con que
manifestarme reconocida a ellos en nombre de sus hijos.
|
DON
ALEJANDRO.- Lo que V. llama beneficios, no es
más que una obligación, señora. Su digno padre
de V. —370→
quiso que participase yo de la juiciosa educación que
dio a su hijo y a sus desvelos debo mis caudales. Soy solo; sus
nietos son mi única familia, y a ellos tocan de derecho en
vida y en muerte unos bienes, que he procurado conservar y aumentar
por dejarlos ricos.
|
DOÑA
TOMASA.- En este supuesto, Rosita como la más
amable...
|
DON
ALEJANDRO.- Si entre ellos ha de haber alguna
diferencia, no inclinarán la balanza en su favor sus
respectivas. habilidades de mero adorno, sino sus prendas y
virtudes.
|
DOÑA
TOMASA.- Aquí tiene V. a Rosita.
|
Escena IV
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DOÑA
TOMASA, DON
ALEJANDRO, ROSA
vestida con excesivo lujo y esmero.
|
DON
ALEJANDRO.- ¡Cómo! ¿Es esta
Rosita?
|
—371→
|
DOÑA
TOMASA.- Ya dije yo que se había V. de quedar
asombrado de verla tan llena de encantos. ¿Sabes, mi cielo,
que nos has hecho esperar más de lo regular?
|
ROSA.- (Haciendo a DON ALEJANDRO una reverencia muy grave
y ceremoniosa.) Fue porque Lucía ha estado tan
torpe que no ha sido posible que acertase a colocar mis plumas. Al
cabo he tenido que echarla de allí, y ponérmelas yo
misma. Señor don Alejandro, celebro en el alma ver a V. tan
bueno.
|
DON
ALEJANDRO.- También yo tengo sumo gusto,
querida Rosita... (Va a abrazarla, y ella se aparta
con ademán desdeñoso.)
¿Qué quiere decir esto? ¿Te desdeñas de
mirarme como a padre?
|
DOÑA
TOMASA.- Sí, Rosita, como a padre, y a un
protector generoso. (A DON ALEJANDRO.) Ruego a
V. que la disimule... ¡Esta criada con tanta modestia y tal
recato!...
|
DON
ALEJANDRO.- Por admitir las demostraciones de mi
cariño, —372→
no hubiera ofendido su recato ni su modestia. Yo tengo
además que hacerla algunas reconvenciones amistosas por lo
que ha tardado en satisfacer la impaciencia de su tutor.
|
ROSA.- Ruego a V. me perdone, señor
mío, pues no me hallaba vestida con la correspondiente
decencia para presentarme a sus ojos.
|
DON
ALEJANDRO.- O yo me engaño, o una
señorita debe estar a cualquier hora en estado de recibir la
visita de un sujeto de estimación. Un traje limpio y honesto
es en mi sentir el único atavío con que debe estar
habitualmente en su casa.
|
DOÑA
TOMASA.- Cierto, pero cuando se trata de recibir a un
huésped como V., el respeto exige...
|
DON
ALEJANDRO.- Una pluma menos, y apresurarse algo
más por un amigo, que trae andadas por sólo vernos
quince leguas de tierra. Confieso a V., señora, que mi
corazón hubiera tenido mucho mayor gozo en ver a mis hijos,
porque lo son en virtud del amor que les tengo, y de mi amistad coa
su padre, correr hacia —373→
mí con los brazos abiertos y colmarme de
caricias.
|
DOÑA
TOMASA.- No es extraño que sobrecogida por la
veneración que a V. profesa...
|
DON
ALEJANDRO.- Bien: hablemos de otra cosa: la primera
vez que se ofrezca ya me recibirás con mayor cordialidad:
¿no es verdad, Rosita? Por lo menos no te enojarás
porque yo te tutee? Desde que viniste al mundo te he tratado
así, y estos cinco años de ausencia no han hecho en
mi corazón la menor mudanza. Así espero tratarte con
tan grata familiaridad, aun cuando estés casada y llena de
hijos.
|
ROSA.- Lo tendré a mucho honor.
|
DON
ALEJANDRO.- Déjate de ceremonias, y di
sencillamente que te alegras de ello. ¡Pero qué
adelantada estás desde la última vez que nos vimos!
¡Qué crecida! ¡Qué cuerpo tan airoso!
¡Qué aire tan noble y desembarazado!
|
DOÑA
TOMASA.- ¡Oh! Preciosa, adorable.
|
—374→
|
DON
ALEJANDRO.- Sin embargo nada valen estas prendas sin
el embeleso del pudor y de la modestia, sin el atractivo de la
afabilidad, sin la expresión ingenua de los sentimientos del
alma, y sin la cultura del entendimiento.
|
DOÑA
TOMASA.- No hay duda. Las habilidades son lo que da
mayor consideración en las tertulias numerosas, y en los
bailes y conciertos más concurridos.
|
DON
ALEJANDRO.- ¡Qué bailes, ni qué
conciertos, señora! Eso se suele ofrecer un par de veces en
la vida, pues no imagino que penséis en ir haciendo
ostentación de la chica de baile en baile y de concierto en
concierto. Yo lo que deseo es que posea calidades que1
la den honor en una tertulia escogida y juiciosa, y en lo interior
de su familia, ante Dios y su conciencia: lo demás son
desatinos.
|
DOÑA
TOMASA.- Tiene V. mil razones: en eso no cabe la menor
duda. Lo que yo he querido decir es que se halla en
situación de presentarse en todas —375→
partes sin hacer un papel desairado. Vamos, querida Rosa,
siéntate al piano, y toca alguna friolera para que te oiga
tu tutor.
|
ROSA.-
(Despacio a su tía al tiempo que
abre el libro con impaciencia.) Gracias por el buen
rato.
|
DOÑA
TOMASA.- (Despacio a ROSA.) Canta por amor
de Dios y no te impacientes, mira que arriesgas tu fortuna.
|
DON
ALEJANDRO.- Si no estás para ello esperaremos a
mejor ocasión, que nadie nos corre.
|
ROSA.-
(Canta acompañándose al
piano.)
|
Di
tanti pálpiti, |
|
|
|
Di
tante pene, &c. |
|
|
|
|
(Así que concluye empieza DOÑA TOMASA a dar palmadas
diciendo):
|
DOÑA
TOMASA.- ¡Bravo! ¡bravo!
¡bravísimo!
|
DON
ALEJANDRO.- Verdaderamente lo hace bastante bien para
su edad; pero hubiera gustado más de oír alguna
canción española. Al cabo el italiano es una lengua
extraña, que las que cantan —376→
suelen pronunciar mal, y los que escuchan entender peor.
|
DOÑA
TOMASA.- ¡Qué está v. diciendo,
señor don Alejandro! Donde está el italiano, y la
música de Rosini, calle el mundo. ¿Cantar canciones
castellanas? No era menester otra cosa para que la chica quedase
desacreditada para siempre en todo Madrid.
|
ROSA.- V. me permitirá que le
recuerde2
que la dulzura del italiano no la tiene ningún otro
idioma.
|
DON
ALEJANDRO.- Aunque en este punto no hallo diferencia
notable entre amore y
dolore, y amor y dolor; y guerrero me parece más dulce que
güerriero, sin embargo
es cosa en que todos están convenidos, y nada tengo que
decir: además la moda lo manda, y ese es tribunal sin
apelación. (Repara en un dibujo, que
representa una ninfa sorprendida por un fauno, y se acerca a
mirarle con atención.)
|
DOÑA
TOMASA.- Descuélguele V. y mírelo bien,
a ver qué le parece.
|
—377→
|
DON
ALEJANDRO.- (Lo descuelga y
mira.) Me parece muy bien, si Rosa lo ha hecho sin
ayuda de vecino.
|
DOÑA
TOMASA.- El maestro ha dado algunos toques
después de acabado, pero no muchos.
|
DON
ALEJANDRO.- Es lástima que ese maestro no haya
elegido mejor asunto. Un rasgo de beneficencia, o cualquiera otra
acción virtuosa, sirven igualmente para ejercitarse en el
dibujo, y son lecciones útiles que se graban en el alma.
|
Escena VI
|
|
DOÑA
TOMASA, ROSA.
|
ROSA.- ¡Gracias a Dios, que ya puedo
respirar!
|
DOÑA
TOMASA.- Habla más bajo por Dios, que puede
oírte.
|
ROSA.-
Que me oiga enhorabuena. ¿Ha visto V.
—379→
qué fastidio? Estoy tan picada que hiciera pedazos la
música y los dibujos.
|
DOÑA
TOMASA.- Repórtate, niña, que nos vas a
perder con tus arrebatos.
|
ROSA.-
¿Pues qué? ¿No me he reportado
bastante? ¡El diantre del señor que en todo encuentra
qué censurar!
|
DOÑA
TOMASA.- Esas son rarezas de señor mayor, de
que no se hace alto.
|
ROSA.-
¿Y por qué me ha puesto V. en el caso
de tener que aguantarlas? ¡Fuerte empeño en que
había de cantar sin gana! V. no se detiene: lo que se la
pone en la cabeza, aquello se ha de hacer. No, pues otra vez que se
ofrezca, no seré yo tan tonta que condescienda.
|
DOÑA
TOMASA.- Pero, cielo mío; ¿no consideras
que tu fortuna depende absolutamente de tener contento a don
Alejandro?
|
ROSA.- ¿Mi fortuna?
|
—380→
|
DOÑA
TOMASA.- Lo que oyes. ¡Si fuera eso
sólo3
lo que ha hecho por ti hasta ahora!
|
ROSA.-
¿A qué se reduce? A uno que otro
regalito de tiempo en tiempo. Yo no he menester sus regalos.
|
DOÑA
TOMASA.- No sabes lo que te dices, hijita; y es
preciso que tengas entendido, que a no ser por él
serías muy desgraciada. Lo que dejó tu padre es muy
poca cosa: yo por mi parte estoy atenida a mi triste viudedad.
Conque mira tú cómo hubiera sido posible costear los
gastos de tu educación y decencia con tan cortos medios.
|
ROSA.-
¿Y es don Alejandro el que los paga?
|
DOÑA
TOMASA.- Y con la mayor puntualidad: lo mismo que la
pensión de tu hermano en el colegio.
|
ROSA.- Como V. nunca me ha dicho semejante
cosa...
|
—381→
|
DOÑA
TOMASA.- Hasta ahora nada te importaba saberlo; mas ya
que ha venido, considera cuán necesario es que le
contemples, demostrándole tu respeto y teniendo con
él todo género de atenciones. ¿Sabes
cuál es el objeto de su venida? Pues no es otro que veros a
tu hermano y a ti, y disponer en vuestro favor de todos sus bienes
por medio de un testamento.
|
ROSA.- ¡Cuánto me pesa haber dado a
entender mi disgusto!
|
DOÑA
TOMASA.- También él se ha portado mal
contigo; eso es otra cosa. ¡Oír con tanta indiferencia
una voz tan brillante como la tuya, y no manifestarse admirado de
tu ejecución! Pero de todos modos es fuerza que procures
agradarle, pues de lo contrario se llevará Joaquín la
preferencia, que es lo que debemos evitar.
|
ROSA.- Mucho me temo que la merezca más
que yo.
|
DOÑA
TOMASA.- ¡Qué disparate! Ya veo que te
conoces muy —382→
mal. ¿Y al otro qué falta le hace? Un hombre
encuentra siempre medios de hacer su carrera; pero una mujer que no
es rica, tiene poquísimos recursos para colocarse.
|
ROSA.- Por eso mismo conozco, que debiera yo
haber aprendido otras cosas más útiles que el baile,
la música y el dibujo.
|
DOÑA
TOMASA.- No digas simplezas, mujer. ¿A una
señorita tan acaudalada como puedes prometerte serlo,
qué más se le puede pedir que el que tenga
habilidades con qué lucirlo en la sociedad? Lo importante es
tener contento a don Alejandro: trata de complacerle en todo, y
deja lo demás por mi cuenta.
|
Escena IX
|
|
DOÑA
TOMASA, ROSA,
MONSIEUR BALANCÉ,
DON
ALEJANDRO.
|
DOÑA
TOMASA.- (Tomando de la mano a
DON
ALEJANDRO.) Siéntese V. aquí a
mi lado, señor don Alejandro, que quiero que vea V. bailar a
Rosita. Es lo mismo que un céfiro; lo mismo. Vamos, Monsieur
Balancé, aquel pas-russe nuevo que V. ha
inventado.
|
ROSA.-
Pero yo no puedo bailarle sola.
|
DOÑA
TOMASA.- Monsieur Balancé le bailará
contigo.
|
—385→
|
DON
ALEJANDRO.- Esos bailes tan violentos, en que hay
tantas cabriolas, me gusta verlos alguna vez en el teatro, pero no
me parecen propios de la modestia de una señorita. Ya se ve:
el minué ya no se baila en el mundo.
|
|
(La tía y la sobrina se miran y se encogen de
hombros.)
|
DOÑA
TOMASA.- Si V. gusta, pueden hacer algunos pasos de
las contradanzas francesas, que ahora se bailan en todas las casas
de forma. En ellas se luce la gracia y la soltura sin ofensa del
pudor.
|
DON
ALEJANDRO.- Vaya: veamos.
|
MONSIEUR
BALANCÉ.- Como V. guste, caballero. Vamos
allá, señorita. L'Etè... En avant deux... Chassez...
Traversez... Chassez encore... A votre place...
Balancé.
|
|
(Mientras bailan los dos va notando el maestro del modo
dicho los pasos que han de hacer.)
|
DON
ALEJANDRO.- Muy bien, Rosa, muy bien. (A
MONSIEUR
BALANCÉ.) Basta de lección por
hoy, señor maestro
|
—386→
|
|
(MONSIEUR
BALANCÉ hace a todos una gran cortesía, y se
va.)
|
ROSA.- (Por lo bajo a su
tía.) ¿Qué tal, tía?
¿Ve V. los grandes elogios que he recibido?
|
DOÑA
TOMASA.- ¡Vaya señor tutor! ¿No se
ha quedado V. absorto y maravillado al ver bailar a su pupila? Yo
creo que V. o no la ha observado bien, o no ha echado de sí
todavía la fatiga del camino.
|
DON
ALEJANDRO.- Perdone V., señora: ya he
manifestado a Rosita mi complacencia. ¿Pero quiere V. que me
saquen de tino media docena de piruetas? Mi entusiasmo lo guardo
para otras perfecciones de mayor importancia.
|
Escena X
|
|
DOÑA
TOMASA, DON
ALEJANDRO, ROSA,
JOAQUÍN.
|
JOAQUÍN.- (Entra corriendo
y abraza a su tutor.) ¡Bien venido,
señor don Alejandro! ¡Qué —387→
deseos tenía de ver a V.! ¿Ha llegado V.
bueno?
|
DOÑA
TOMASA.- ¿Qué atropellamiento es ese?
¿Tratas de ahogar a tu tutor, aturdido?
|
DON
ALEJANDRO.- Déjele V., señora, que
más aprecio estos arrebatos de alegría, que las
reverencias insulsas y compasadas. Ven, querido Joaquín;
vuelve a estrecharte contra mi corazón. ¡Qué
memorias tan dulces me renueva tu vista! Sí, estas son las
facciones de tu padre con toda aquella amabilidad y nobleza que las
distinguía.
|
DOÑA
TOMASA.- Bien pudieras haberte puesto el frac nuevo;
ya sabes que visitas de esta clase no es decente hacerlas de
levita.
|
JOAQUÍN.- Así estaba cuando
llegó el recado, y aunque pensé en mudarme, no pude
resolverme a perder un cuarto de hora más. Estaba ansioso
por ver a mi amado tutor, y todos Vds. me perdonarán la
falta en que incurrí por mi impaciencia.
|
—388→
|
DON
ALEJANDRO.- También yo deseaba verte por
momentos, hijo mío, y por lo mismo te agradezco esa
impaciencia, sin la cual hubiera tardado algo más en tener
ese gusto.
|
DOÑA
TOMASA.- Y diga V., caballerito. ¿Tú
hermana y yo no merecemos un triste saludo?
|
JOAQUÍN.- Perdone V. tía: con el
júbilo de ver y abrazar a mi tutor, no reparé en
nadie; y caí en ese descuido. Adiós, Rosita, no te
picarás por eso: (Dándole la
mano.) ¿no es así?
|
ROSA.-
¿Yo picarme? No por cierto. (Con
seriedad.)
|
DON
ALEJANDRO.- Dispénsele V., señora, su
distracción, pues sintiera que llevase una reprimenda por
causa mía.
|
DOÑA
TOMASA.- (Aparte.) Ya no
puedo aguantar más (A DON ALEJANDRO.) Si V.
me lo permite saldré a dar algunas órdenes a los
criados.
|
—389→
|
DON
ALEJANDRO.- V. puede con toda libertad, hacer lo que
guste, señora.
|
DOÑA
TOMASA.- (A ROSA.) No sé
qué gusto tienes en presenciar sus coloquios.
(Alto.) Ven conmigo, Rosita, si
quieres.
|
ROSA.- Perdone V., tía, pero quisiera
quedarme con el señor don Alejandro si lo tiene a bien.
|
DON
ALEJANDRO.- Con mucho gusto, hija mía.
|
|
(Vase DOÑA
TOMASA muy de mal humor.)
|
Escena XI
|
|
DON ALEJANDRO,
ROSA, JOAQUÍN.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Qué tal, Joaquinito?
¿Te va bien en el colegio? ¿Están contentos
contigo los jefes?
|
JOAQUÍN.- Me va muy bien, sí
señor. Lo demás ellos son los que pueden decirlo.
|
—390→
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Cuáles son actualmente tus
lecciones?
|
JOAQUÍN.- Desde que concluí la
gramática, me enseñan geografía,
matemáticas e historia.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Y haces progresos? La verdad.
|
JOAQUÍN.- ¡Oh! Cuanto más
voy adelantando, veo más bien lo que me falta saber. Procuro
no ser el último en mi clase.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Y cómo estamos de
música, baile y dibujo?
|
JOAQUÍN.- También doy mis
lecciones, especialmente de música y dibujo, porque dice el
maestro que en el verano no conviene el demasiado ejercicio. Pero
en el invierno nos aplicamos más al baile.
|
DON
ALEJANDRO.- No me parece desacertado ese plan.
|
JOAQUÍN.- Pero en ninguna estación
podemos destinar mucho tiempo a esas habilidades, pues sólo
—391→
tienen lugar en las horas de recreo, y después de las
principales obligaciones. Dice el rector que lo esencial es
adquirir conocimientos útiles para servir al estado, y vivir
feliz y honradamente en el mundo.
|
DON
ALEJANDRO.- Vamos: dame otro abrazo.
|
ROSA.-
(Aparte.) Bien conozco
que eso es lo esencial, y que mi tía no ha pensado en tal
cosa.
|
JOAQUÍN.- No crea V. amado tutor, que soy
tan bueno como V. tal vez se figura.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Pues qué hay?
|
JOAQUÍN.- Que soy un poco
distraído y atolondrado. Por ejemplo, suelo confundir las
horas, haciendo en unas lo que debo hacer en otras. Me cuesta
infinito corregir algunas malas mañas, y vuelvo a incurrir a
menudo en faltas de que ya me he arrepentido muchas veces.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Y qué? ¿no tratas de
enmendarte?
|
—392→
|
JOAQUÍN.- Cuando pienso en ello,
sí señor; pero casi siempre se me olvidan mis buenos
propósitos.
|
DON
ALEJANDRO.- No me descontenta sin embargo que
adviertas tu mismo tus defectos, pues el primer paso hacia el bien
es el conocimiento de las propias flaquezas. ¿No es
así, Rosita?
|
ROSA.- A mí me parece que no soy
distraída ni atolondrada, y que no tengo los defectos de mi
hermano.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Si no tienes esos, tendrás
otros quizá?
|
ROSA.-
Mi tía no me ha notado ninguno, o al menos
nada me ha dicho.
|
DON
ALEJANDRO.- Pues debiera ser la que los advirtiese
más pronto; pero la pasión suele cegarnos, y no los
echamos de ver. Dígolo sin intención de ofenderte,
Rosita.
|
ROSA.- Ya me va enfadando4
demasiado el tal señor, —393→
pues todos los elogios son para mi hermano, y para mí
guarda sólo las reprensiones.
|
DON
ALEJANDRO.- Esperadme aquí un poco, que voy a
ver si el muchacho ha sacado la ropa de las maletas, donde viene
también algo para vosotros.
|
JOAQUÍN.- No tarde V. mucho.
|
DON
ALEJANDRO.- Hasta luego.
(Vase.)
|
Escena XII
|
|
JOAQUÍN,
ROSA.
|
ROSA.- ¡No hay duda que serán gran
cosa los regalos que nos traiga! Por mí nada me importa que
se queden en la maleta.
|
JOAQUÍN.- Mujer, no digas eso de nuestro
bienhechor. ¿Quién sino él te ha dado cuanto
hay en tu cuarto, y lo que tienes puesto? Yo te confieso que aun
cuando sea una friolera lo que me diere, agradeceré infinito
su memoria.
|
—394→
|
ROSA.-
Nada me digas, que estoy furiosa contra él,
contra mi tía, y aun contra mi propia... A todo el mundo
daría de bofetones.
|
JOAQUÍN.- ¿Y a mí
también, querida hermana? ¿Pues qué es lo que
tienes, Rosita mía? (La toma de la
mano.)
|
ROSA.- ¡Si te vieras tú tan
maltratado como yo me veo!...
|
JOAQUÍN.- ¡Maltratada! ¿Por
quién? Mi tía no te deja sacar la cabeza al
balcón por miedo de que te resfríes, y no falta sino
que te meta en un escaparate.
|
ROSA.- ¡Sí, pero don Alejandro es
un hombre tan grosero!
|
JOAQUÍN.- No sabes lo que te dices,
hermana. Cabalmente es todo lo contrario: ¡tan indulgente!
¡tan bueno!
|
ROSA.- Nada de cuanto hago yo le gusta. El
baile, —395→
el canto, los dibujos, todo lo ha mirado con el mayor
desprecio, diciendo que debiera haber aprendido cosas más
esenciales.
|
JOAQUÍN.- En eso presumo que tiene
razón.
|
ROSA.- Eso es: tiene razón, y mi
tía no sabe lo que se ha hecho. ¿No es así?
¿Y qué es lo que llamas cosas esenciales?
|
JOAQUÍN.- No me parece preciso ser un
sabio para conocerlo.
|
ROSA.-
Pues dímelo, una vez que sabes tanto.
|
JOAQUÍN.- ¿Dime, Rosita, te
entretienes en leer algunas veces?
|
ROSA.- Sí, cuando tengo algún rato
de sobra.
|
JOAQUÍN.- ¿Y qué es lo que
lees?
|
ROSA.-
Algunas comedias, o bien aquella colección de
canciones para ir aprendiendo de memoria las más
bonitas.
|
—396→
|
JOAQUÍN.- ¿Y te parece buena
lectura esa para tu edad? ¿Piensas que no hay otras obras
más instructivas?
|
ROSA.-
¿Y aun cuando las haya qué tiempo me
queda a mí para leerlas? Mientras me peino, me visto y me
desayuno son las diez de la mañana; la lección de
baile dura hasta las once; sigue la de música,
después la de dibujo, y al punto me llaman a comer. Pues por
la tarde y la noche no digo nada: pasada la siesta y el rosario,
salimos a paseo, o a hacer visitas, y después al teatro o a
la tertulia hasta el momento de acostarnos.
|
JOAQUÍN.- ¿Y es eso todos los
días?
|
ROSA.-
Puntualísimamente.
|
JOAQUÍN.- ¡Oh! Pues el rector de mi
colegio tiene hijas de tu edad, y siguen otra distribución
de horas muy diferente.
|
ROSA.-
¿De qué manera?
|
—397→
|
JOAQUÍN.- En primer lugar a las siete de
la mañana en invierno, y a las seis en verano están
ya vestidas para el día entero.
|
ROSA.- ¿Con tan poco dormir
estarán siempre dando cabezadas?
|
JOAQUÍN.- No lo creas: siempre las
verás más despabiladas que tú. ¿No ves
que se acuestan a las diez?
|
ROSA.-
¿A las diez se acuestan?
|
JOAQUÍN.- Por eso se levantan temprano, y
cuando estás tú roncando, ya han dado ellas su
lección de aritmética, geografía e historia.
Luego despachan con su madre las faenas de la casa, y a las diez ya
están cosiendo o bordando hasta mediodía.
|
ROSA.-
(Con menosprecio.) Pues
qué ¿las cría para amas de gobierno?
|
JOAQUÍN.- No, sino porque así
tendrán mejor colocación. ¿Te parece poca
ventaja saber dirigir una —398→
casa en todos sus ramos, disponer una comida, entender en el
acopio de provisiones, y estar enseñadas a mandar a los
criados?
|
ROSA.- ¿Y después de comer en
qué se ocupan?
|
JOAQUÍN.- En escribir y tocar el piano
hasta que llega la noche, en que se juntan con sus tertulianos
alrededor de una mesa; entonces mientras una lee en voz alta
algún libro entretenido, las demás repasan la ropa de
uso, o arreglan sus trajes.
|
ROSA.- ¿Y nunca juegan esas gentes, ni
tienen la menor distracción?
|
JOAQUÍN.- ¿Cómo que no? De
tiempo en tiempo salen a dar un paseo, o a hacer cuatro visitas, y
aun en casa se divierten a varios juegos, pero casi siempre con
alguna labor entre manos. Yo no me acuerdo de haberlas visto
enteramente ociosas.
|
ROSA.-
Eso es sin duda lo que quería decir el tutor;
pero mi tía siempre ha dicho que esa —399→
es una educación muy vulgar, y propia sólo de
gente ordinaria.
|
JOAQUÍN.- Mi tía no se hace cargo
de que nosotros no somos ricos. Mas aun cuando tú fueses una
señorita muy principal y acomodada, nunca estaría
demás que supieses de todo, aunque sólo fuera para
saberlo mandar. ¿No ves que a las que nada entienden del
manejo de una casa, las engañan sus propios criados y todo
el mundo, de modo que cuanto más ricas son, más
pronto se ven arruinadas?
|
ROSA.-
Me dejas aturdido. Yo nada entiendo de cuanto has
dicho, y apenas sé tomar la aguja en la mano. Lo peor es que
la tía acaba de decirme que nosotros no podemos contar con
otros bienes que los que nos quiera dejar don Alejandro.
|
JOAQUÍN.- Dice muy bien, porque si
él nos abandonase, o mudase de intención... Por otra
parte no creo que la tía esté en situación de
darnos gran cosa.
|
ROSA.-
Nada de eso. ¡Si no tiene más que su
viudedad!... —400→
¡Mira tú si llega a faltar qué bien
quedaremos!
|
JOAQUÍN.- Por el pronto confieso que me
vería algo apuradillo; pero teniendo confianza en Dios, me
parece que me había de sacar del ahogo. Nunca faltan buenas
almas, que cobran afición a los jóvenes juiciosos, y
se complacen en darles la mano y proporcionarles colocación.
Dentro de algún tiempo, cuando ya esté más
adelantado, podré enseñar a otros chicos lo que
hubiere aprendido. Entretanto me aplicaré con mayor
empeño, y con la ayuda de Dios y buena conducta tarde o
temprano se abre uno camino a mejor fortuna.
|
ROSA.- ¿Y yo, qué
adelantaría con mi baile, mi música y mis dibujos? Ya
ves que estas habilidades sólo pueden dar de comer a quien
las sepa con perfección.
|
JOAQUÍN.- Ahí tienes por lo que el
tutor preguntaba si no te habían enseñado otras cosas
que las de mero recreo.
|
—401→
|
ROSA.- No sé decirte, si traen consigo
más disgustos que satisfacciones; porque te confieso, que si
después de haber cantado o bailado no me dan muchos elogios,
me entra un humor que no me puedo sufrir a mí misma.
|
JOAQUÍN.- ¿Y de qué hablan
Vds. cuando no tocan ni bailan?
|
ROSA.- De modas, del paseo, de comedias, o de
las novedades de la vecindad; y aunque se repite en una casa lo que
se ha oído en otra, se apura muy pronto la
conversación, y se muere una de tedio.
|
JOAQUÍN.- Yo lo creo. ¡Mira
qué asuntos tan interesantes! Cuando el maestro nos habla de
las maravillas de la naturaleza, de las propiedades de los
animales, de la extensión del mar, de los vivientes que
encierra, de la estructura de las flores, y de otras mil cosas,
entonces sí que estamos divertidos. Ejercita uno la memoria
y la reflexión, y las horas se pasan como instantes.
|
—402→
|
ROSA.-
Tienes mil razones, Joaquín: yo nada sé
de todo eso a pesar de tener dos años más que
tú. Bien convencida estoy de que mi tía ha dejado de
enseñarme las cosas de más utilidad e
importancia.
|
Escena XIV
|
|
DOÑA
TOMASA, ROSA.
|
DOÑA
TOMASA.- ¡El diantre del mocoso! Deja que se
vaya su tutor, que primero que él vuelva a atravesar los
umbrales de mi casa... Pero vaya; sepamos en qué he
descuidado tu educación.
|
ROSA.-
En aquellos conocimientos esenciales que debe tener
una mujer de juicio.
|
DOÑA
TOMASA.- ¿Pero a ti qué te falta,
hechicera? ¿No eres tú quien se lleva la gala entre
todas las señoritas de Madrid?
|
ROSA.-
Sí; por cosas que de nada sirven sino de
fomentar la vanidad. Pero de aquellas que instruyen y despejan el
entendimiento, como el cálculo, la geografía, la
historia, tengo yo acaso la menor idea?
|
DOÑA
TOMASA.- Esas son bachillerías. ¡No
faltaba más sino que te hubieses atormentado los cascos con
vaciedades —404→
propias de las aulas de una universidad! ¡Vea V.
qué ocurrencia! ¿Cuándo has visto tú
que se hable de nada de eso en las tertulias que has
frecuentado?
|
ROSA.-
Ya se ve que no; pero al menos ¿por qué
no debiera haber aprendido a bordar y coser, y a gobernar una
casa?
|
DOÑA
TOMASA.- Porque no te he criado yo ni para modista, ni
para ama de llaves: ¿lo entiendes?
|
ROSA.-
Pero, señora, si el tutor llega a faltar,
¿qué será de mí? ¿Qué
medios me quedan de mantenerme?
|
DOÑA
TOMASA.- Si no hay otro miedo que ese, pierde cuidado
que lejos de faltarte nada, podrás vivir con abundancia y
esplendor. ¡Poco he trabajado yo con don Alejandro para que
te deje por su heredera! Pero en fin se ha conseguido, y hoy mismo
otorgará el testamento. Aquí viene: quédate
con él que tiene que enterarte de sus disposiciones.
(Vase.)
|
Escena XVI
|
|
DON ALEJANDRO,
ROSA
pensativa.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Qué tienes, Rosita, que
estás tan cabizbaja?
|
ROSA.- ¿Cabizbaja? No por cierto.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Te has puesto triste porque he
dado a Joaquín el reloj?
|
ROSA.- ¡Para lo que le ha de durar!
¡Tardará bastante en descomponerle!
|
DON
ALEJANDRO.- El manejar un reloj tiene que saber muy
poco, y ya le dejo enterado de lo que debe hacer. Ya ves que le
hacía mucha falta.
|
—407→
|
ROSA.- Cierto: si fuera como yo, que para nada
lo he menester...
|
DON
ALEJANDRO.- Lo mismo he pensado yo, acordándome
de que en casa hay reloj de sobremesa.
|
ROSA.- Ello es verdad, que las más de mis
amigas tienen cada una el suyo.
|
DON
ALEJANDRO.- Mejor. De ese modo tienes siempre a quien
preguntar qué hora es.
|
ROSA.- Sí; pero cuando alguna me lo
pregunte a mí, tendrá que contestarla que no lo
sé.
|
DON
ALEJANDRO.- Vamos: no tengas envidia, que no me he
olvidado de ti. (La da una
cajita.)
|
ROSA.-
(Poniéndose
colorada.) Muchas gracias señor, don
Alejandro.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿No aciertas a abrirla?
dámela acá. (La abre y saca unos
pendientes de brillantes.) ¡Vaya!
¿quedas contenta?
|
—408→
|
ROSA.- ¡Así lo estuviera V.
conmigo!
|
DON
ALEJANDRO.- Si he de hablar la verdad, no lo estoy
todo aquello que quisiera. Ahora que estamos solos, quiero hablarte
con franqueza, querida Rosa. Tu tía no ha perdonado gasto
alguno para proporcionarte habilidades de lucimiento, y en esto se
conoce su buen gusto y su cariño; pero es lástima que
no haya pensado en que adquirieses otras más
sólidas.
|
ROSA.- Ya mi hermano me ha dicho lo mismo, y si
supiese yo quién pudiera enseñarme ciertas
cosas...
|
DON
ALEJANDRO.- Por eso no te detengas, pues yo conozco
una señora muy estimable, que tiene a su cargo varias
señoritas a quienes instruye en todo lo correspondiente a tu
sexo.
|
ROSA.- Mi tía sin embargo me había
dicho que V. pensaba hacer tanto por mí, que no
tendría necesidad de entender en los quehaceres
domésticos de cierta especie...
|
—409→
|
DON
ALEJANDRO.- Ya estoy; pero... Enhorabuena; si te
repugna seguir otro género de vida que el que has tenido
hasta ahora, cuenta con mi cariño. Habré de dejarte
todos mis bienes en el testamento.
|
ROSA.- ¿Todos, señor?
|
DON
ALEJANDRO.- ¡Por fuerza, Rosita: y quiera Dios
que basten para evitar verte algún día reducida a la
mayor estrechez!
|
ROSA.-
¡Qué dice V.!
|
DON
ALEJANDRO.- La pura verdad. ¿No ves que no te
hallas capaz de suplir por ti misma a la menor de tus necesidades?
¿Sabes hacer, no digo las cosas más delicadas del
traje que tienes puesto, sino una simple camisa?
|
ROSA.-
¡Si nadie me ha enseñado!
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Conque será preciso que
traigas siempre al retortero una porción de personas que
suplan —410→
esa ignorancia y ese descuido? ¿Y eres tú
bastante rica para esto?
|
ROSA.- Yo por mí tengo muy poco,
según dice mi tía.
|
DON
ALEJANDRO.- Y luego, cuando estés en edad de
tomar estado ¿qué hombre de juicio quieres que venga
a solicitar la mano de una mujer por las frívolas gracias
del baile y del dibujo, que de nada le sirven, ni pueden contribuir
al bien de su casa? ¿Sabes cuando no te faltarán
pretendientes? Cuando tengas una gran dote que excite su codicia. Y
ve ahí porque considero indispensable
proporcionártela, legándote todos mis bienes.
|
ROSA.- ¿Y mi hermano?
|
DON
ALEJANDRO.- Tu hermano tendrá que contentarse
con lo que haga yo por él hasta que me muera, y con los
auxilios que tú le dispenses en adelante. Lo que ahora debe
hacer es darse prisa a instruirse para emprender una carrera que le
proporcione medios de sostenerse con estimación.
—411→
¿No he hecho yo lo mismo? Pues que siga5
mi ejemplo. ¡Ea! Adiós que voy a enterar a tu hermano
de mis intenciones, así que vuelva del colegio.
(Vase.)
|
Escena XVIII
|
|
DON ALEJANDRO,
ROSA.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Qué le ha parecido al
rector mi regalo?
|
—412→
|
JOAQUÍN.- Muy bien, señor don
Alejandro. Yo soy el que no estoy tan satisfecho como antes.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Por qué?
|
JOAQUÍN.- Por la pobre Rosa que
estará llena de pesadumbre al ver que V. me ha regalado a
mí, y a ella no. Sentiría que V. me creyese ingrato a
sus favores, pero quisiera suplicar a V....
|
DON
ALEJANDRO.- (Aparte.)
¡Qué generosidad de criatura! (A
JOAQUÍN.) No te
apures, hombre, que ya tiene unos pendientes que valen mucho
más que tu reloj.
|
JOAQUÍN.- ¡Oh, querido tutor!
¡Cuánto me alegro!
|
DON
ALEJANDRO.- Y no pienses que es eso sólo lo que
pienso hacer por ella.
|
JOAQUÍN.- Para mí no puede haber
mayor satisfacción.
|
DON
ALEJANDRO.- ¡Veo que su educación es tan
incompleta!
|
JOAQUÍN.- ¿Qué quiere V.?
Mi tía se figura que con —413→
un poco de baile, de música y dibujo tiene una mujer
cuanto necesita para ser dichosa.
|
DON
ALEJANDRO.- Y por esas frivolidades no ha cuidado de
cultivar su razón, ni de inspirarla virtudes, que son las
dos cosas que pueden darnos verdadera estimación entre las
gentes. Ella no lo conoce, y se envanece la infeliz con cuatro
aplausos que la dan los mismos que se burlan de su tontería.
Pero cuando más entrada en edad se haga cargo del tiempo que
ha perdido, y de que ignora las cosas que debía saber,
entonces se avergonzará de sí misma, y
maldecirá en vano la necedad o la malicia de los que ahora
la infatúan con sus adulaciones.
|
JOAQUÍN.- ¡No quiera Dios que yo
llegue a ver a mi pobre hermana en esa situación!
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Y quién quieres que cargue
con una mujer llena de orgullo y de ignorancia, que lejos de poder
gobernar su casa y familia, es preciso que dé en tierra con
el caudal de su marido por grande que sea a manos del lujo y del
desorden? ¿Qué estimación había de
inspirar a su —414→
esposo, qué aprecio a las gentes, qué respeto
a sus hijos? No hay remedio: tendrá que pasar sus
días en perpetua soledad, y sin que alma viviente la tenga
efecto ni mire por ella. Y esto, si yo aseguro su subsistencia, que
si no acabará pobre y miserable.
|
JOAQUÍN.- ¡No, por Dios, tutor y
padre mío! La bondad de V. no podrá abandonarla a tan
mala suerte.
|
DON
ALEJANDRO.- Tan lejos estoy de ello, que trato de
hacer hoy mismo esa buena obra.
|
JOAQUÍN.- ¿Y por qué se ha
de contentar V. con asegurar su subsistencia? ¿No fuera
mejor darle la instrucción que necesita? Aún
está en buena edad para aprender cuanto se quiera, tiene
buen corazón, y yo le aseguro a V. que no le falta
talento.
|
DON
ALEJANDRO.- No, amigo; ya es tarde. Acostumbrada a las
frivolidades de la sociedad, al ocio y a las diversiones,
¿quién será capaz de sujetarla a un plan de
vida laborioso y severo? Veo que —415→
no nos queda otro arbitrio que pensar en que tenga que comer
siquiera para después que yo falte.
|
JOAQUÍN.- No me recuerde V. semejante
idea, pues de sólo imaginarlo se me saltan las
lágrimas. Pero no; Dios querrá que V. viva muchos
años para bien de estos pobres huérfanos que no
tenemos otro padre.
|
DON
ALEJANDRO.- Estimo tus demostraciones de sentimiento,
mas no creas que porque uno piense en la muerte, ha de venir
más pronto. El hecho es, volviendo a nuestro asunto, que la
suerte de tu hermana me causa tales inquietudes, que al fin he
resuelto dejarla cuanto tengo, por ver si a lo menos puedo
preservarla de la indigencia.
|
JOAQUÍN.-
(Tomándola la mano y besándola.)
¡Cuántos millones de gracias doy a V. tutor
mío! ¿Quiere V. que vaya corriendo a darle la
noticia? Pero no: mejor será que no lo sepa. De ese modo
aprenderá lo que ignora, como si tuviera que mantenerse de
sus labores, —416→
y así sabrá cuidar mejor de su caudal y de su
casa. ¡Oh, querida hermana mía! Ya tengo esperanzas de
verte feliz.
|
DON
ALEJANDRO.- Abrázame, Joaquín
mío, que eres un muchacho lleno de juicio y de generosidad.
¡Yo dejarlo todo a tu hermana! Nunca me pasó por el
pensamiento cometer contigo semejante injusticia, sino acabar de
conocer tus buenos sentimientos. Tú sólo serás
mi heredero universal, y ahora mismo voy a formalizar el acto.
|
JOAQUÍN.- ¡No por Dios! Siga V. su
primera intención, y otorgue el testamento a favor de mi
hermana. Con eso yo me aplicaré más para llegar a ser
hombre de provecho, y asegurar una honrosa subsistencia.
|
DON
ALEJANDRO.- No te cause zozobra la suerte de Rosita,
pues yo la dejaré un legado regular a fin de que no le falte
lo preciso.
|
JOAQUÍN.- Pues bien: hágalo V. al
contrario, nombrando a mi hermana su heredera, y el legado
será para mí en memoria del afecto que le he
debido.
|
Escena XIX
|
|
DON ALEJANDRO,
JOAQUÍN y
ROSA que sale corriendo
del gabinete y va a abrazar a su hermano.
|
ROSA.- ¡Oh amado Joaquín!
¡Cuán lejos estoy de merecer la liberalidad y el
interés de que me das tan nobles testimonios!
|
JOAQUÍN.- Eso y mucho más mereces,
Rosa mía, si estás dispuesta a hacer lo que desea
nuestro bienhechor, y lo que yo te suplico encarecidamente.
|
ROSA.- Sí, sí, hermano mío:
haré cuanto Vds. quieran, que bien conozco la diferencia que
hay de tu educación a la mía. Desde este momento
disponga V. de mí, señor don Alejandro, en los
términos que guste, pues estoy ansiosa de instruirme y de
tomar a mi hermano por modelo.
|
—418→
|
DON
ALEJANDRO.- Si perseveras en tan sabia
determinación, no dudes que aseguraré tu ventura.
¿Pero no sabremos de qué nace esta mudanza tan
repentina?
|
ROSA.-
De haber escuchado a Joaquín, y visto su
generoso desprendimiento. Así lejos de abrigar contra
él el menor asomo de celos ni envidia, le miraré
siempre como mi más tierno amigo y consejero.
|
JOAQUÍN.- Sí, querida Rosa:
eternamente lo seré, y en eso cifraré mi mayor gloria
y complacencia.
|
DON
ALEJANDRO.- ¡Cuán dignos sois de mi
afecto, hijos míos! Ya ningún sentimiento me queda
por no dejar posteridad, pues os tengo en mi corazón como si
os hubiera dado el ser. Paréceme que veo a vuestro padre,
rebosando de alegría en el cielo por haber puesto a mi
cuidado las prendas de toda su ternura.
|
ROSA.- No perdamos momento, señor
mío: ¿Dónde —419→
está la persona, de quien puedo adquirir la
instrucción que me falta?
|
DON
ALEJANDRO.- Pronto lo sabrás: entretanto
pasaré algunos días con vosotros para ir preparando a
vuestra tía a fin de que adopte nuestras ideas. Tened gran
cuidado en darla gusto y respetarla como debéis, porque es
muy digna de vuestro reconocimiento. Verdad es que se
equivocó acerca de los medios de labrar tu felicidad, mas no
por eso puede caberte duda de que sus más vivos deseos y
solicitudes no han tenido otro objeto.
|
ROSA.- Bien lo conozco; pero a pesar de eso
renuncio desde ahora a las frivolidades pasadas. No más
música, ni baile, ni dibujos.
|
DON
ALEJANDRO.- ¿Cómo? ¿Olvidar lo
que has aprendido? Ese fuera otro desacierto no menos vituperable.
Sigue cultivando esas habilidades como hasta aquí, con tal
que reconozcas que no constituyen ellas solas el mérito de
una mujer. Por lo demás ¿quién duda que
contribuyen a su lucimiento en la sociedad? ¿Que son un
honesto —420→
descanso de las faenas domésticas, que añaden
medios de complacer a su marido, y de saber dirigir la
educación de sus hijos? No son peligrosas, sino cuando
inspiran cierta vanidad ridícula en quien las posee, cuando
por ellas se toma gusto a los pasatiempos, o se cobra
aversión a las obligaciones domésticas. Son como las
flores, que pueden cultivarse por el deleite que proporcionan,
ocupando con ellas una parte de la heredad, pero destinando la
más grande y principal para otras semillas de mayor
sustancia y provecho.
|