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Es más: la división que Beinhauer ((1929] 1985: 135 y ss.) hace de la cortesía, en «interesada» y «desinteresada» -donde la primera beneficia básicamente al hablante y la segunda, al oyente-, parece prefigurar la distinción que se operaría ulteriormente entre cortesía «negativa» y «positiva». Se puede decir, pues, «desinteresada» por excelencia.

 

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Para una apretada síntesis de los enfoque recientes sobre la cortesía a partir de o en paralelo con el modelo de Brown y Levinson en inglés, véase Escandell Vidal (1996). Sobre actos de habla y cortesía, ver el excelente panorama de Placencia y Bravo (2002). Para una cuidadosa aplicación al español del modelo Brown y Levinson, véase Haverkate (1994) y Ferrer y Sánchez Lanza (2002). Para una acertada y enriquecedora crítica del mismo, véase Bravo (1999 y 2003). Y para uno de los más originales y efectivos modelos de análisis del discurso coloquial en español (incluyendo, naturalmente, las estrategias de cortesía), véase Briz (1998 y 2002).

 

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Bajo la definición del verbo «desear», encontramos en Moliner (1975) : «con un complemento de persona, expresa una cosa que se desea para esa persona: “Le deseo un buen viaje”»; en Seco et al. (1999) : «Querer [algo] o tender con la mente a su obtención o realización [...] “Le deseo a usted de todo corazón que Florita salga a su tía”»; y en la diurna edición del DRAE (2001), «hacer votos» es explicado como «expresar un deseo favorable a algo: “Hago votos por su restablecimiento”». Ver también en Moliner (1975): «Hago votos por que Dios le conceda larga vida».

 

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«A wish as a speech act -explica Wierzbicka (1987:227-228)- expresses certain mental wish, but not just any wish: it must be a wish aimed at something good that would happen to the addressee». Su principal propósito es «to show the addressee that we have good feelings toward him or -in the case of ritual wishes- our real motive is likely to consist in a desire to be courteous, to comply with the etiquette, to do what the social custom requires». La persona que lleva a cabo este acto de habla se da perfectamente cuenta de que no puede causar el estado de cosas deseado, pero actúa como si sus palabras tuvieran este don. «I suggest -observa la autora citada- that this play on the apparent contradiction between helplessness and imagined magical power is at the very heart of wish as a speech act».

 

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Por ejemplo, en español, las fórmulas usadas para desearle a uno un feliz cumpleaños o un feliz día del santo son diferentes, no se pueden intercambiar, mientras que en otras lenguas (como el rumano y el griego) la fórmula usada en ambos casos es la misma: La multi mil («muchos años adelante»). En cambio, en español se puede (y se suele) desear Felices Pascuas en la Navidad, una costumbre que no deja de confundir a los extranjeros acostumbrados a distinguir claramente entre (Pascua de) Navidad y Pascua (Florida o de Resurrección)- cf. las fórmulas francesas Joyeux Noël y Joyeuses Pâques.

 

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E. Davies (1987), quien compara las fórmulas de cortesía del árabe marroquí con las del inglés británico, menciona la gracia que le hizo una vez, estando en Marruecos, el oír al camarero desearle Bon appétit! no al comienzo (como hay que hacerlo) sino al final de la comida, cuando le entregó la cuenta. Obviamente, este camarero suponía que la fórmula de deseo francesa era funcionalmente equivalente al árabe /bsshha/ «con salud» que se puede usar indistintamente al comienzo o al final de una comida, así como también en otras ocasiones placenteras (como, por ejemplo, después de bañarse uno). En español, según varios de mis informantes, es posible usar ¡Buen provecho!, no sólo al principio, sino también al final de la comida, especialmente antes de retirarse uno de la mesa, pero no es frecuente; sin embargo, en Guatemala lo típico es que uno dé las gracias por la comida recibida, y la anfitriona le conteste Provecho. He aquí lo que comenta al respecto una de mis informantes mexicanas: «Un día, cuando fui a Guatemala estábamos comiendo y la primera persona que se levantó era la que preparó la comida. Esta persona dijo “Gracias” en vez de “Buen provecho”, y yo le contesté: “Gracias a usted” porque ella había cocinado. De inmediato todos se empezaron a reír». Por otra parte, en rumano, por ejemplo, hay dos fórmulas distintas (y no intercambiables) para el comienzo y el final de una comida: Poftã bunã; (al principio, equivalente a Buen provecho) y Sãþi (o: ne) fie de bine, al final (que no tiene un equivalente exacto en español, y cuya traducción literal sería: Que te (o: que nos) sienta bien.

 

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En otras lenguas, como el griego o el árabe, se requiere a veces una respuesta formularia altamente ritualizada, cuya ausencia puede resultar descortés para el interlocutor (Davies, 1987; Tannen, 1981). En rumano, si bien los requisitos no son tan rígidos, también parece notarse una mayor propensión que en español a respuestas «fijas» por ejemplo, al equivalente rumano de ¡Buen viaje! (Drum bun!) es común, en vez de o además de agradecer, usar las fórmulas Rāmâi sānātos o Sã ne vedem cu bine / sãnãto°i!, que no tiene un equivalente exacto en español (su significado literal es Quédale con salud y, respectivamente, Que nos veamos con bien o con salud, o sea, un deseo futuro dirigido al que queda o a ambos interlocutores); es más, el primer interlocutor puede devolver en forma absolutamente simétrica este segundo deseo, que reitera y refuerza al primero. Para los deseos en rumano, véase Dumitrescu 2002a, 2002b y 2003; para la cortesía en rumano en general, Slama-Cazacu (1986).

 

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El cuestionario que he usado se encuentra en el Apéndice.

 

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Ha sido necesario proceder de esta manera debido a la relativamente baja frecuencia con que ocurren los deseos en los corpus de conversaciones coloquiales con que se suele trabajar en el análisis del discurso oral hoy en día; por ejemplo, en el corpus de Valencia (Briz y grupo Val.Es.Co., 2002), sólo he podido encontrar un número escasísimo de deseos, entre ellos, «buen provecho», repetido más tarde en valenciano como «bon profit», y un brindis, también repetido: «por nosotros».

 

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Para el concepto de «fórmula lingüística», «rutina conversacional» o «fórmula de cortesía», véase Ferguson (1976 y 1983).

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