21
Ibidem, p. 546.
22
«Corbeta llaman a un navío de dos
árboles, más corvo de proa a popa; por lo que es muy
ligero. Este estaba hecho a la inglesa, era nuevo casi, y bien
forrado por dentro y fuera; por lo que no hacía agua, ni fue
menester, sino rara vez, dar a la bomba. Sobresalía del agua
sus tres varas»
. Ibidem, p.
554.
23
Ibidem.
24
Corteza de árbol con que se hacían redes de pescar.
25
El Capitán
se refiere a los que transportó en su barco y a las
órdenes pombalianas. Sin embargo, los que zarparon de
Bahía sí que pudieron oír misa y comulgar.
Como contrapartida los procedentes de diversas casas de Recife
fueron metidos en un barco «robado a los
propios jesuitas»
. Había en él
dieciséis literas, y metieron a cincuenta y dos religiosos;
por comida, un poco de arroz a la mañana, legumbres a la
cena, y de postre agua, tan medida, que la ración de uno se
distribuía entre siete; cuatro murieron de sed en los
primeros días. FERNANDES, Antonio P. C., Missionarios Jesuítas no
Brasil no tempo de Pombal, Porto Alegre, 1941, pp. 49 y 73.
26
URIARTE, op. cit., p. 555.
27
«No callaré una cosa jocosa: entre todas
las cosas que de todos los puestos se habían arrimado,
había algunos ladrillos de chocolate. Yo los aparté y
sequé con algunos trapos; y después de que cada uno
preguntaba por sus cosas, quién de zapatos, quién de
medias, libros, etc. que
habían perdido, yo dije: En mi camarote hay chocolate con
tal marca; acudía el dueño y se lo daba; luego cuando
lo tomaba, decía: No sé qué olor tiene; y
había estado en la cloaca universal»
. Ibidem, p. 558.
28
Ibidem, p. 557.
29
El desembarco se
hizo en una casa de campo a donde fueron llevados a una sala baja,
que tenía su oratorio y estatua de San Joaquín.
«En ella tenían prevenida una
larga mesa con ricos cubiertos; y habiéndonos aquellos
caballeros con gran cariño nos hicieron sentar en otras
tantas sillas (y a los enfermos metieron en otro cuarto, con
quienes los cuidasen) ...Y como llegamos hambrientos, todo
entró en provecho»
. Ibidem, p. 557.
30
«Nuestra prisión era el centro de su
bello palacio, que tenía para entrar una escalera hermosa de
piedra, por ambos lados, y a los diez o doce escalones había
un ancho descanso, donde estaba la puerta principal y en ella
centinelas. Con la luz de la luna, yo reparé por uno y otro
lado, y se veían grandes balcones en fila, pero tapiados
todos, y sólo a lo último, una tronera con rejas,
como cárcel; eran como tres palacios en uno, y por delante
tenía una gran plaza y vista al mar»
. Ibidem.