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«La Florida» del Inca, el Rey Alarico y el proceso de construcción identitaria en el Inca Garcilaso

José Antonio Mazzotti





Antes del conocido encomio que le endilgara Ventura García Calderón de «Araucana en prosa» en 1914, La Florida del Inca ya constituía para la crítica una obra poco relacionada con la búsqueda de una identidad andina, a diferencia de los Comentarios reales. Para muchos, incluso hoy, resulta poco más que un ejercicio de poetización heroica de la expedición de Hernando de Soto a esa inmensa región que modernamente constituye el sur de los Estados Unidos, y que incluye los estados de Georgia, las dos Carolinas, Tennessee, Alabama, Mississipi, Louisiana y Texas, por lo menos, y no sólo la península de la Florida, entre 1538 y 1542-43. A diferencia del encomio, en las siguientes páginas quisiera reflexionar sobre la forma en que La Florida se articula con el resto del corpus garcilasiano y examinar la importancia fundamental de algunos pasajes de la obra como parte de un proceso de construcción identitaria de enormes proporciones en la escritura de la obra posterior del Inca Garcilaso.

Aparecida en 1605 en la imprenta del flamenco Pedro de Craasbeck, que vivía instalado en Lisboa desde lustros antes, La Florida es una de esas obras que tuvieron que esperar muchos años para darse a conocer, ya que había pasado previamente por un largo y meticuloso proceso de redacción, con numerosas revisiones y añadidos. El propio Garcilaso señala en su «Proemio al lector» que luego de una primera versión, encontró las relaciones de Juan Coles y Alonso de Carmona, soldados que participaron en la expedición de Hernando de Soto (ver el «Proemio al lector» en La Florida, folio sin número). Por eso, no bastaba el fidedigno relato que le ofreció el conquistador Gonzalo de Silvestre, sobre quien hace depender la veracidad de la obra1. Ya antes, y desde la década de 1560, Garcilaso había entrado en contacto con Silvestre, quien había participado en la expedición fallida de Hernando de Soto. Gonzalo Silvestre había sido también compañero del padre de Garcilaso y de otros conquistadores en el antiguo país de los incas, años más tarde, por lo que tenía amplia experiencia en varias partes del Nuevo Mundo y podía ofrecer comparaciones de primera mano entre los indígenas de uno y otro lugar. Su experiencia resultaba, pues, de inmensa importancia y atractivo para el historiador cuzqueño, quien amparaba su propia autoridad con la versión de un genuino testigo de vista. No sobra, por ello, recordar que La Florida se ofrece al público de su época como historia y no como ficción. Desde el principio, el Inca lo declara: «El mayor cuydado que se tuuo fue escriuir las cosas que en ella se cuentan como son, y passaron» («Proemio al lector» f. s. n.).

Pero cuando Garcilaso encuentra fuentes textuales como los ocho pliegos de las Peregrinaciones de Alonso de Carmona y los diez de la Relación de Juan Coles, además de los relatos del Fidalgo de Elvas y los Naufragios de Cabeza de Vaca, inicia una segunda y mucho más elaborada redacción de la obra2. Eran los años de 1591 y 1592. Esto explica en parte la demora de la publicación de La Florida hasta 1605. Y, sin duda, hubo problemas de aprobaciones, pero también del cuidadoso y detallado trabajo de comprobación de fuentes, que hicieron lo suyo: Garcilaso, pues, no quería cometer errores y seguramente aspiraba a entregar una historia lo más completa y veraz posible3. Un tercer elemento, no menos importante: el cuidado en el estilo, pues en la época no se trataba sólo de afirmar la verdad de lo narrado dentro del género historiográfico. También había que articularlo conforme a las posibilidades de la retórica para lograr una persuasión inapelable, capaz de conmover y estimular al lector hacia la acción.


La verdad de la historia y sus transfiguraciones

En tal sentido, el testimonio oral de Gonzalo Silvestre siguió siendo fundamental, pese a las ampliaciones y añadidos. De él dice que «era hombre noble hijo dalgo, y como tal se preciaua tratar verdad en toda cosa» («Proemio al lector», f. s. n.). El relato oral de Silvestre, según Garcilaso de noble cuna, más las ya mencionadas historias de Carmona y Coles (participantes todos en la expedición), lo salvan de parecer fantasioso ante la magnificencia de las tierras y hazañas a contar. Por eso, el Inca continúa diciendo:

Y esto baste para que se crea que no escriuimos fictiones que no me fuera licito hazerlo, auinedose de presentar esta relacion a toda la republica de España: la qual tendria razon de indignarse contra mi si la hubiesse hecho siniestra y falsa.

Ni la Magestad Eterna, que es lo que mas deuemos temer, dexara de ofenderse grauemente, si pretendiendo yo incitar y persuadir con la relacion desta historia, a que los Españoles ganen aquella tierra para aumento de nuestra sancta fe Catholica, engañasse con fabulas y ficciones, a los que en tal empresa quissiesen emplear sus haziendas y vidas.


(«Proemio al letor», f. s. n.)                


Hay, pues, un claro sentido práctico y político, que debe derivar naturalmente de la exactitud de los hechos narrados. La finalidad última del relato se encuadra dentro de la frecuente teleología providencialista de buena parte de la historiografía indiana, lo cual cumple con el nivel trascendental, por encima del factual, de la concepción histórica de la época.

Como parte de su estrategia retórica, Garcilaso continúa su argumentación con el socorrido recurso de la humilitas mea al establecer el largo recorrido confesional sobre la pobreza y soledad en que vive, y sobre la ausencia de ambiciones personales, llevando una vida «quieta y pacifica, mas embidiada de ricos que embidiosa dellos» («Proemio al lector», f. s. n.), con lo cual previene cualquier suspicacia y posibles acusaciones de parcialidad.

Estos planteamientos iniciales en la obra forman parte de un mecanismo discursivo bastante frecuente en tal tipo de relato. ¿Cómo contar de manera verosímil algo que escapa de la experiencia del autor y del lector y que los enfrenta a una realidad que, por su extremosidad, podría parecer producto de la imaginación?

Carmen de Mora ya ha trazado algunas de las líneas básicas que distinguen el relato historiográfico del relato de ficción durante el Renacimiento tardío (Mora 230-231). Principalmente, hay que recordar que la intención edificante, pero sobre todo, la finalidad persuasiva de una verdad trascendente, como la providencial, constituyen el eje del discurso historiográfico, según hemos señalado. Esto no impide, sin embargo, el empleo de recursos estilísticos y organizativos que hoy llamaríamos propiamente «literarios». De ahí que La Florida resulte hoy un texto de tan agradable lectura.

Sin embargo, no quiero detenerme en un terreno que ya ha sido suficientemente desbrozado por los especialistas. Aquí quiero subrayar la forma en que el empleo de tales recursos de estilo y de esa armazón retórica se articula con la construcción de una subjetividad novedosa en el conjunto de las letras castellanas y de los nuevos grupos sociales surgidos de la conquista.

Un punto de partida está en la serie de transfiguraciones que nos introducen en la obra a un contexto de maravillamiento, sin traicionar la socorrida verdad en la que Garcilaso se ampara constantemente. En un pasaje bélico de La Florida, los españoles se enfrentan a los indígenas sobre un lago. Dice el Inca: «En el mesmo punto parescieron tantas canoas en el agua, que salian de entre la henea y ju[n]cos, que a imitacion de las fabulas poeticas dezian estos Españoles, que no parescia, sino que las hojas de los arboles caydas en el agua se convertian en canoas» (Libro II, Primera Parte, Capítulo XIIII, f. 56v). El texto es muy claro: «decían estos españoles». En otras palabras, lo que se presenta es el testimonio de los presentes en la batalla, no la visión personal del historiador. Sin embargo, la transformación de hojas caídas en canoas permite situarnos en una realidad que escapa a las normas del universo conocido en el Viejo Mundo. De ahí que la extremosidad de la experiencia en las Indias Occidentales permita que este tipo de pasaje se engarce con un universo de expectativas mucho más amplio que el del lector europeo podría aceptar fuera de los géneros de ficción. Veremos más adelante cómo se relaciona este principio de las transfiguraciones con la construcción de una identidad novedosa en La Florida.

De manera semejante, el resultado de tal batalla se transforma en una procesión religiosa que va elevando a los expedicionarios en categoría moral y religiosa, al hacerlos partícipes de una procesión:

Fue Dios seruido q[ue] como los cauallos yuan cubiertos de agua y los caualleros bien armados, saliero[n] todos libres sin heridas, que no se tuuo a pequeño milagro, segu[n] la infinidad de flechas, que les auian tirado, que vno dellos contãdo despues la merced, que el Señor particularmente en este passo les auia hecho, de que no les huuiese[n] muerto o herido, dezia, q[ue] salido ya fuera del agua auia buelto el rostro a ver lo q[ue] en ella quedaua; y que la vio tan cubierta de flechas, como vna calle suele estar de juncia en dia de alguna gran solennidad de fiesta.


(Libro II, ff. 56v-57r)                


Este milagro de salir ilesos de la andanada de flechas indígenas se complementa con el milagro de una procesión sobre el agua, lo cual va preparando el terreno para una serie de nuevas transfiguraciones propias del lenguaje poético, aunque, según el texto, superándolo. Muchas de las llamadas «exageraciones» de la obra son entendibles como recursos estilísticos y como errores honestos, producto de la versión que el propio Silvestre le otorgara al Inca (Hilton 30-39).

En este sentido, es revelador el pasaje sobre la elocuencia de los jefes nativos, que mejora ampliamente cualquier producto de la imaginación de los más grandes poetas italianos del Renacimiento. En relación con el cacique Vitachuco, por ejemplo, nos dice el Inca:

Vitachuco respondio estrañissimamente con vna brabosidad, nunca jamas oyda, ni imaginada en Indio; que cierto si los fieros tan desatinados, que hizo, y las palabras tan soberbias que dixo, se pudieran escreuir, como los mensageros las refirieron, ningunas de los mas brauos caualleros, que el diuino Ariosto, y el illustrissimo y muy enamorado Conde Mattheo Maria Boyardo su antecessor, y otros claros Poetas introduzen en sus obras, ygualaran con las deste Indio.


(Libro II, Primera Parte, Capítulo XX, f. 68r)                


La obra, en tal sentido, es una secuencia inteligentemente planteada en dirección hacia una propuesta doble y claramente política: por un lado, la del valor y carácter fundacional de algunos conquistadores en el imaginario de las nuevas sociedades americanas; por el otro, la del rescate de la dignidad indígena. Ambos criterios prevalecerán a lo largo de la obra posterior dedicada al mundo andino.




Hernando Soto y la construcción del paradigma paterno

Pero el propósito de estas líneas es reflexionar especialmente sobre el eje identitario paterno y sus ramificaciones políticas. Es importante, por eso, que Garcilaso presente a Hernando de Soto como figura paradigmática que luego servirá también de modelo para los incas de los Comentarios y para los continuadores de esa estirpe de servidores del «bien común», como serán algunos conquistadores-encomenderos.

En uno de sus numerosos encuentros con caciques floridanos, Hernando de Soto intenta convencer mediante regalos y diplomacia a Hirrihigua, que había sido ofendido gravemente por la expedición anterior de Pánfilo de Narváez y se negaba a salir de paz con los españoles. El Inca dice que

[Hernando de Soto] desseaua su amistad, porque con ella ente[n]dia tener ganada la de todos los de aquel reyno, porq[ue] dezia q[ue] si aquel, q[ue] tan ofendido estaua de los Castellanos, se recõçiliasse y hiziesse amigo dellos, [¿]qua[n[to mas ayna lo seri[an] los no ofendidos? Demas de la amistad de los Caçiques esperaua q[ue] su reputaciõ y hõra se aume[n]taria generalmente entre Indios, [y] Españoles, por auer aplacado este tã rauioso enemigo de su nasciõ, por todo lo qual sie[m]pre que los Christianos, corriendo el cãpo, açertauã a pre[n]der de los vasallos de Hirrihigua, se los embiaua cõ dadiuas, y recaudos de buenas palabras rogãndole con la amistad, y cõbidandole cõ la satisfaciõ, que del agrauio hecho por Pamphilo de Naruaez desseaua darle.


(Libro II, Primera Parte, Capítulo IX, ff. 44r-44v)                


El intercambio de bienes y favores promovido por la actitud generosa de de Soto prefigura, como decía, la descripción de los incas cuzqueños en la Primera parte de los Comentarios reales de 1609. Sin embargo, no hay que olvidar que es en la Segunda Parte, la llamada Historia general del Perú, donde mejor encuentran su sentido las caracterizaciones que Garcilaso hace de los conquistadores como incas ellos mismos, dado lo que el autor entendía como condición de nobleza de ánimo y de valor supremo que capacitaba inmediatamente para gobernar. En este sentido, las figuras paradigmáticas de la Segunda parte de los Comentarios reales o Historia general del Perú, encabezadas por el padre del historiador, el Capitán Garcilaso de la Vega Vargas, se distinguen también por su «buen gobierno» y la reorganización del espacio cuzqueño, en el caso específico del progenitor del Inca, a manera de un Pachakutiq o «transformador del mundo» que establece un nuevo orden y un estado superior de civilización sobre el pueblo andino. Rodríguez Garrido analiza el «sermón fúnebre» presente en la Historia general del Perú (Libro VIII, Capítulo XII) y propone convincentemente que los rasgos establecidos en la Primera Parte de los Comentarios para los gobernantes cuzqueños se trasladan a la figura paterna del Inca, convirtiéndolo implícitamente en inca y a la vez en «padre de la patria», y por lo tanto expresando una propuesta política de continuidad natural entre monarcas indígenas y conquistadores-encomenderos como proyecto político ideal en el territorio andino4. Son algunos de esos rasgos los que se hacen presentes también en la descripción de Hernando de Soto en su expedición fallida. El concepto de un Sacro Imperio Incaico que David Brading describiera como eje de gravitación semántica y política en los Comentarios reales como conjunto empieza a adquirir, pues, su forma desde La Florida.

Como ejemplo de una comunidad de gobernantes ideales basta recordar la hermandad de los conquistadores en la expedición de Hernando de Soto, ya presenciada por el mestizo cuzqueño en sus años de infancia en el Perú: «Esta misma compañia se hizo entonces, y despues entre otros muchos caualleros y gente principal, que se hallo en la conquista del Peru, q[ue] yo au[n] alcançè a conocer algunos dellos, que viuian en ella como si fuerã hermanos, gozando de los repartimientos que les auian dado sin diuidirlos» (Libro I, Capítulo XIIII, f. 24v, énfasis agregado).

En los Comentarios, años más tarde, dicha hermandad se manifestará como la convivencia feliz de los encomenderos una vez terminadas las guerras civiles entre Almagros y Pizarros y antes de la debacle de la derrota gonzalista en 1548. La edad de oro es para Garcilaso el momento inicial de primacía de los encomenderos, los cuales, como señores de la tierra y por mérito de sus esfuerzos, habían sido capaces de crear una sociedad que dio espacio por un momento a las élites cuzqueñas supervivientes adeptas al poder español y a la nobleza mestiza derivada de dicha unión5.

Por eso no sorprende mucho que el capítulo final de la Primera Parte del Libro V de La Florida sea un verdadero homenaje a Hernando de Soto, comparándolo con el rey visigodo Alarico, no sólo por la forma de su entierro, sino por el sentido fundacional que para la España primigenia tuvo Alarico. Veamos.

Hernando de Soto murió en campaña en 1542 y su desaparición fue mantenida oculta por los expedicionarios. Por el temor de que los indios se dieran cuenta de su muerte y de que desenterraran su cuerpo para vejarlo, los españoles decidieron exhumarlo para darle una sepultura menos vulnerable. Midieron la profundidad del recién descubierto «rio grande» o Mississipi para arrojar en él, encerrado en un grueso tronco de encino, el cuerpo del conquistador. Dice el historiador:

Estas fueron las obsequias tristes, y lamentables que nuestros Españoles hizieron al cuerpo del Adelãtado, y Gouernador de los Reynos, y prouincias de la Florida, indignas de vn varon tan heroico, aunq[ue] bien miradas, semejantes, casi en todo, a las que mil y ciento y treynta y vn años antes hizieron los Godos antecessores destos Españoles a su rey Alarico en Italia, en la prouincia de Calabria, en el rio Bissento junto a la ciudad de Cossencia.

Dixe semejantes casi en todo, porque estos Españoles son descendientes de aquellos Godos, y las sepulturas [de] ambos fueron rios, y los defunctos las cabeças y caudillos de su gente, y muy amados della, y los vnos, y los otros valentissimos hombres, que saliendo de sus tierras, y buscando donde poblar, y hazer assiento hizieron grandes hazañas en reynos agenos. [...]

Y para que se vea mejor la semejanza sera bien referir aqui el entierro que los Godos hizieron a su Rey Alarico para los que no lo saben.


(Libro V, Primera Parte, Capítulo VIII, ff. 272v-273r).                


Garcilaso entonces recoge la versión del historiador italiano Pandolfo Collenuccio, en su Compendio de la historia del Reino de Nápoles, y subraya las semejanzas entre los entierros del conquistador español y el rey godo, equiparando implícitamente ambas figuras. Debe recordarse que Alarico I (ca. 370-410), rey de los visigodos, fue primero aliado del Imperio Romano de Occidente bajo el reinado de Teodosio el Grande y luego luchó contra Roma hasta lograr invadirla en el año 410, poco antes de su muerte. Ésta ocurrió mientras marchaba hacia el sur de la península itálica con miras a invadir las posesiones romanas en el norte de África. Por haber sido proclamado por sus tropas como Rex Gothorum, Alarico era el fundador de una dinastía, la de los Baltinga. La sucesión recayó en Ataulfo, su hermano (en algunas fuentes se le define como su cuñado) que luego sería el origen de los reyes godos de España.

En La Florida, el final del Capítulo VIII coincide con el final de la Primera Parte del Libro V, en que llega a su punto más alto la exaltación del caudillo español Hernando de Soto, a manera de moderno Alarico. Después de este capítulo, el tratamiento heroico de los líderes españoles brillará por su ausencia. Para entender mejor las dimensiones de la exaltación, veamos en las palabras del Inca la transfiguración de Hernando de Soto en rey implícito y en figura de rasgos divinos, y por lo tanto, dignos de la épica:

Paresciome tocar aqui esta historia, por la mucha semejança que tiene con la nuestra, y por dezir que la nobleza destos nuestros Españoles y la que hoy tiene toda España sin contradicion alguna, viene de aquellos Godos: porque despues dellos no ha entrado en ella otra nacion, sino los Alarabes de Berberia, quando la ganaron en tiempo del Rey don Rodrigo. Mas las pocas reliquias que destos mismos Godos quedaron, los echaron poco a poco de toda España, y la poblaron como oy esta: y aun la descendencia de los Reyes de Castilla derechamente, sin haberse perdido la sãgre dellos, viene de aquestos Reyes Godos, en la qual antiguedad y magestad tan notoria hazen ve[n]taja a todos los Reyes del mundo.

Todo lo que del testamento, muerte, y obsequias del Adelantado Hernando de Soto hemos dicho, lo refieren ni mas ni menos Alonso de Carmona, y Juan Coles en sus relaciones, y ambos añaden que los Indios, no viendo al Gouernador preguntauan por el: y que los Christianos les respondian, q[ue] Dios auia embiado a llamarle; para mandarle grãdes cosas, que auia de hazer luego que boluiesse, y que con estas palabras, dichas por todos ellos entretenian a los Indios.


(Libro V, Primera Parte, Capítulo VIII, ff. 273v-274r)                


Al ser sepultado como rey, y luego ser llamado por Dios a los cielos (aunque se trate de una excusa), el texto se desliza claramente hacia una heroificación de tipo mítico que eleva a Hernando de Soto y por extensión a los conquistadores más notables a la categoría de figuras atemporales y pilares políticos de una nueva sociedad. Se trataría, obviamente, de una dinastía inédita en el Nuevo Mundo, que se desarrollaría como reino con su propia nobleza dentro de los parámetros de la cristiandad, pero en alianza con las élites incaicas, tal como queda implícito en algunos pasajes de la Historia general del Perú (ver Coros mestizos, Capítulo 4). Esta sociedad ideal quedaría para Garcilaso lamentablemente frustrada por el dominio de la monarquía central y su sentido absolutista de la maquiavélica «razón de estado» ya en tiempos de Felipe II6.

Concluyamos, pues, con una reflexión sobre el sentido político de la obra y su inserción en el conjunto garcilasiano.

La autoconstrucción identitaria del Inca Garcilaso se aprecia desde la elección de los Diálogos de amor de León Hebreo como objeto de su traducción en 1590. He sostenido en un trabajo previo («Otros motivos para la Traduzion...») que no fueron sólo la maestría de Hebreo ni la profundidad de su sistema filosófico lo que pudo atraer al mestizo cuzqueño. A diferencia de otros muchos diálogos amorosos del Renacimiento, Hebreo ofrece elementos de la cábala radical, como son los ciclos cósmicos de creación y destrucción, la idea de un dios andrógino, de las estrellas como fuerzas generadoras de forma en la tierra y varios más que guardan curiosas analogías con el sistema de pensamiento mítico en general y andino en particular. No entraré ahora en detalles por la tiranía del espacio, pero hay que resaltar la idea de que la identidad del mestizo cuzqueño, al menos la que se revela en su escritura, no es unidireccional, es decir, como ha sostenido la crítica garcilasista más convencional, de Europa hacia América, imponiendo sus moldes, sino también parte de una búsqueda del Nuevo Mundo hacia el Viejo, buscando afinidades y elementos de concordancia para sostener la dignidad de los mestizos y del pueblo indígena en general, a partir de un saber y una valoración previos del mudo americano.

Por eso es tan importante leer La Florida del Inca a la luz del debate político de la época y dándoles importancia a los recursos literarios que permiten las mencionadas transfiguraciones, aparentemente poéticas.

El paradigma paterno y re-centrador de la opción ideológica de Garcilaso se ve parcialmente enriquecido con la Genealogía de Garci Pérez de Vargas, el ilustre antepasado del mestizo, desprendido de La Florida y convertido en texto independiente, pero inédito hasta el siglo XX. Allí se aprecia la formación literaria del Inca y la admiración por su también antepasado Garci Sánchez de Badajoz, más que por el ilustre poeta toledano de las Églogas, al que el lugar común atribuye la razón del cambio de nombre de Gómez Suárez a Inca Garcilaso de la Vega. En esa preferencia por un poeta destacado del Cancionero general se nota también la afinidad de gustos con el acervo cultural que llevaron los conquistadores en su travesía transatlántica (ver mi ensayo «Garcilaso en el Inca Garcilaso: los alcances de un nombre»).

El recentramiento identitario se desarrolla aún más cuando el Inca incorpora en la Primera Parte de sus Comentarios una serie de campos semánticos y de estrategias discursivas que enriquecen el castellano a partir de la evocación del quechua materno y de una narración heroificadora que simula una autoridad ante un potencial público andino (ver el Capítulo 2 de mi estudio Coros mestizos del Inca Garcilaso).

Asimismo, la figura paterna y la exaltación de los encomenderos-conquistadores se hace patente en la Segunda Parte de los Comentarios reales, en que se exponen las lealtades a la Corona al mismo tiempo que la admiración por un proyecto frustrado de organización social basado en la preeminencia de los conquistadores en alianza con la nobleza cuzqueña.

Por eso, esta obra que ahora cumple sus cuatrocientos años de vida, merece un estudio detenido y un lugar de primera importancia tanto en el Perú como en España. Ese lugar debe dar cuenta de la funcionalidad de La Florida del Inca en la articulación identitaria del Inca Garcilaso y, por lo tanto, de su pertinencia dentro de un programa narrativo en el cual la obra más conocida y celebrada del Inca, la Primera Parte de los Comentarios reales, es sólo la punta de un iceberg mucho más profundo que el de las agendas contemporáneas, tanto hispanistas como indigenistas.








Bibliografía citada

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  • Durand, José. «El proceso de redacción de las obras del Inca Garcilaso, 4. La Florida del Inca». Les Langues Néo-Latines 1964 (París, 1963).
  • ——. «La memoria de Gonzalo Silvestre». Caravelle 7 (Toulouse, 1966): 43-51.
  • ——. El Inca Garcilaso de América. Lima: Biblioteca Nacional, 1988.
  • Hilton, Silvia L. «Introducción». En La Florida del Inca. Ed. de... Madrid: Dastin, 2002. 5-51.
  • Mazzotti, José Antonio. Coros mestizos del Inca Garcilaso: resonancias andinas. Lima: Fondo de Cultura Económica, 1996.
  • ——. «Otros motivos para la Traduzion: el Inca Garcilaso, los Diálogos de amor y la tradición cabalística». En Identidad(es) del Perú en la literatura y las artes. Fernando de Diego, Gastón Lillo, Antonio Sánchez Sánchez, Borka Sattler, eds. Ottawa: University of Ottawa, 2005. 197-216.
  • ——. «Garcilaso en el Inca Garcilaso: los alcances de un nombre». Hofstra Hispanic Review 2 (2006).
  • Miró Quesada, Aurelio. El Inca Garcilaso. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1994. 3.ª ed.
  • Mora, Carmen de. «Historia y ficción en La Florida del Inca Garcilaso». En El Inca Garcilaso entre Europa y América. Selección de textos e introducción de Antonio Garrido Aranda. Córdoba: Caja Provincial de Ahorros de Córdoba, 1994. 229-236.
  • Rodríguez Garrido, José Antonio. «"Como hombre venido del cielo": la representación del padre del Inca Garcilaso en los Comentarios reales». En La formación de la cultura virreinal I. La etapa inicial. Karl Kohut y Sonia Rose, eds. Madrid y Frankfurt an Mein: Iberoamericana y Vervuert, 2000. 403-422.
  • Vega, Inca Garcilaso de la. Traduzion del Yndio de los tres Dialogos de Amor de Leon Hebreo hecha de Italiano en Español por Garcilasso Ynga de la Vega. Madrid: Casa de Pedro Madrigal, 1590.
  • ——. Relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas [1596]. Lima: Ediciones del Instituto de Historia, 1951. Reproducción facsimilar y transcripción del manuscrito original, con un prólogo por Raúl Porras Barrenechea.
  • ——. La Florida del Ynca. Historia del Adelantado Hernando de Soto, Gobernador y Capitan General del Reino de la Florida, y de Otros Heroicos Caballeros Españoles e Yndios, escrita por el Ynca Garcilasso de la Vega, Capitan de Su Magestad, Natural de la Gran Ciudad del Cozco, Cabeça de los Reinos y Provinçias del Peru. Lisboa: Imprenta de Pedro Craasbeck, 1605.
  • ——. Primera Parte de los Commentarios Reales, qve tratan del origen de los Yncas, Reyes que fveron del Perv, de su idolatria, leyes, y gouierno en paz y en guerra: de sus vidas y conquistas, y de todo lo que fue aquel Imperio y su Republica, antes que los Españoles passaran a el. Lisboa: Imprenta de Pedro Crasbeeck, 1609.
  • ——. Historia General del Perú. Segunda Parte de los Commentarios Reales. Córdoba: Por la Viuda de Andrés Barrera, 1617.


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