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La historia de la mujer Jimena Blázquez. Heroica defensora de Ávila

Antonio Pirala y Criado

Pilar Vega Rodríguez (ed. lit.)

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Vamos a dar cuenta a nuestras amables suscriptoras de una heroína castellana, bien poco conocida.

Se trata de la defensora de Ávila, de esa población que en el siglo XII, comenzando con gloria y pujanza, se vio tan falta de hombres que nombró, dice la historia, a una Jimena Blázquez por gobernadora; y ella fue tal, que si bien la ciudad fue sola, y los moros que sobre ella cargaron muchos y ciertos de que la ganarían, la defendía con tesón. Andaba como un capitán esta señora, por las calles animando a los pocos que en ellas había, dando armas a unos, bastimento1 a otros, diciéndoles buenas razones, visitando los muros, y tales diligencias hizo, tal fue su comportamiento, que mereció el nombre de famosa matrona.

La peste, el hambre, la ausencia de sus caballeros peleando en varias partes, y la muerte y enfermedad de otros, tenía a Ávila en apuro extremo.

Los enemigos lo sabían; y el 2 de julio de 1109 échase sobre ella el moro Abdalá Alahazen. Esperóle Jimena sin pavor: teniendo aviso de cómo estaban cerca, no mudó el color ni mostró turbación

Salió a la plaza, tomó las llaves de las puertas, juntó los más valientes, hizo hogueras por las calles del pueblo, dirigirles una plática propia de un César recomendándoles que no desmayasen, y prometiéndoles que antes que los moros se avecindasen a los muros tendrían socorro Segovia y de Arévalo. Y no descansó en toda aquella noche visitando las puertas, porque nadie huyese, reconociendo los muros y animando a todos.

El 3 de julio llegó el enemigo a vista de la ciudad, y se puso a dos millas de distancia, a la parte del Mediodía, para atajar el socorro que pudiera ir a la población.

En esta noche mandó Jimena que un caballero con veinte caballos saliese a reconocer el campo del enemigo, y que prendiese algún espía, o lo matase, y que le tendría el postigo abierto para cuando volviese. Mandó además que ocho trompetas saliesen de la ciudad, y que cuatro se pusiesen en un collado, que está de la otra banda de Adaja, al poniente, y que todos tocasen fuertemente, porque los moros pensasen que había mucha gente de a caballo en guarda de la ciudad; que ni aun estos caballos había por falta de cebada.

Hízose como Jimena lo ordenó, y salió muy bien, porque los veinte caballeros hallaron a los moros dormidos, y prendieron y mataron algunos, y los pusieron en alboroto; e hiciéronles creer las trompetas que fuera de la ciudad había mucha de a caballo. —26— Introducida así la alarma, pasaron toda la noche en azoramiento.

Jimena, en el ínterin, visitaba a caballo los muros, daba de comer a las centinelas, y animaba a todos.

Al volver a su casa llamó a sus hijas Jimena, Sancha y Urraca, y a dos nueras, Gomética y Sancha; hizo traer los vestidos y armas de su marido, que fue un excelente caballero poblador de Ávila, llamado Fernán López, vistióselos, y se armó de peto y espalda: se puso en la cabeza una celada, o sombrero de hierro, que entonces se usaba, y tomó un venablo en la mano con el mismo brío que un soldado viejo. Armada ya y vestida, dijo a sus nueras e hijas: «Hijas mías muy amadas, conviene que todas hagáis lo mismo que me habéis visto hacer, pues veis que los moros se nos acercan, y conviene que defendamos nuestra ciudad, vidas y honras».

Todas lo hicieron así, y cuantas criadas tenían salieron juntas, como si fueran hombres, y fueron al coro de San Juan, donde hallaron muchos hombres y mujeres llorando ya su perdición. Los habló Jimena, y por lo que les dijo, y al verla con tal apostura con sus hijas y criadas, cobraron tal ánimo, que todas las mujeres se fueron a sus casas, y las que pudieron se armaron, las que no hallaron armas se vistieron de hombres, y con lanzones2 en las manos se juntaron con Jimena, y ella las puso en orden sobre los muros con ballestas y piedras, y echando fuera abrojos; haciendo toda esta demostración a la parte donde los moros estaban. Pésoles esto en cuidado, y entendieron que había en la ciudad más defensa de la que pensaban, pues creían que las mujeres eran hombres.

Por esto volvió descontento Abdalá cuando con otros tres reconoció los muros, y consultó con los suyos lo que había visto, diciéndoles que le habían traído engañado con que en Ávila no había gente ni defensa, y que bailaba que la noche antes los habían acometido en su real, y que habían entrado en la ciudad muchas tropas de caballos, y aun fuera de ella, a la parte de poniente, habían sentido otros: que él no traía ingenios3 para combatir la ciudad; que era fuerte y con muy buena gente en su defensa; que tampoco tenían bastimentos para sustentarse; que tendría socorro a Ávila y podrían entonces ser vencidos, así que, lo mejor sería emprender por la noche la retirada. Pareció a todos bien el consejo, y después de pasar el día en dar algunas arremetidas y muestras de querer acometer a la ciudad, se retiraron de noche, a cencerros tapados4, como dice la historia.

Descubierta a la mañana siguiente la retirada de los moros, Jimena Blázquez y sus hijas con las demás mujeres, fueron a la iglesia de los Mártires y a San Salvador, y dieron gracias a Dios por la victoria que les había dado sin pelear.

Esto es lo que la historia nos ha trasmitido de esta heroína de la edad media, comparable con las mujeres más ilustres de la antigüedad, y cuyos hechos serán leídos con justo orgullo por nuestras suscritoras

FUENTE

Pirala, Antonio, «La historia de la mujer Jimena Blázquez. Heroica defensora de Ávila», Álbum de señoritas y Correo de la moda, Madrid, 31/1/1859, n.º 292, 25-26.

Edición: Pilar Vega Rodríguez.

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