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La huella de Rafael Altamira en San Esteban

Pilar Altamira





En el mes de noviembre del 2002, gracias a la invitación de Xuán Cándano, mi hermana Luz y yo acudimos a San Esteban para descubrir una placa, con el nombre de Rabel Altamira. Al acto acudieron algunos vecinos y miembros del Ayuntamiento; el actual Alcalde indicó que se estudiaba la posibilidad de colocar un busto de don Rafael, vecino durante muchos años de san Esteban y figura de máximo prestigio internacional, en algún lugar del pueblo. De ser así, si pudieran suprimirse algunas edificaciones que afean el conjunto, un bonito lugar podría ser la pequeña plaza que existe a un costado de la casa.

Volviendo a nuestra experiencia, visitar aquel lugar, por vez primera, fue como poner contorno, color y olor a un cuadro que se nos había descrito desde niñas. Era reencontrar el escenario real donde transcurrieron los momentos más felices de nuestra familia; allí continuaba la preciosa casa de alero festoneado en madera, comprada al Marqués de Muros y conservada con toda exquisitez por los hermanos Gonzalo Palacios, actuales propietarios.

Después del sencillo acto, Pili Gonzalo tuvo la gentileza de abrirnos las puertas de la casa. Fue emocionante atravesar el jardín, subir las escaleras y penetrar en aquellas habitaciones donde resonaron los pasos del abuelo; se ha respetado la misma distribución manteniendo incluso varias manchas de tinta sobre el entarimado de la sala que fuera su despacho. El intenso trabajo que llevaba sobre los hombros no permitía el descanso total ni siquiera en época de vacaciones. Allí mismo pudimos hablar con Víctor Martínez Pintado, el único vecino vivo de San Esteban que haya podido conocer personalmente a Rafael Altamira «Él era una bellísima persona -nos dijo- Nosotros no teníamos nada y, cuando él venía, recuerdo que acudíamos todos los guajes cono moscas a esta casa para que nos pusiera aparejos, de los que él tenía, en una caña y marchábamos de pesca. Lo que más le gustaba era eso, recorrer la ría, el espigón y las playas; se conocía cada roca. No era amigo de bares y aquí pasaba el tiempo echando los anzuelos y contemplando la mar»

Las palabras de Víctor no hicieron sino corroborar lo que cualquier lector de «Tierras y hombres de Asturias» pudiera deducir.

Ahora, que el vertido del Prestige ha comenzado a ensuciar esa costa que tanto amó, uno se pregunta ¿Qué pensaría Rafael Altamira?

Él, preocupado y ocupado siempre en ayudar a los más necesitados, empeñado en subir los sueldos a los maestros, en intentar dar a la mujer el papel que le correspondía en la sociedad, en llevar conjuntamente con su buen amigo Leopoldo Alas y demás profesores del «Grupo de Oviedo» la cultura a mineros y trabajadores, en empujar a los políticos a que dedicaran entrega y eficacia en lo referente a la justicia social ¿Qué hubiera sentido viendo esas escenas que todos hemos contemplado durante meses? Acantilados negros, animales muertos sobre las playas, los percebeiros exponiendo sus vidas junto a los acantilados en aquellos cascarones de madera para intentar alejar las manchas mar adentro. Y los voluntarios, cientos de personas solidarias venidas de toda España y algunos extranjeros, trabajando sin medios, prácticamente sacando el galipote con las manos, rascando las rocas a riesgo de intoxicación y los responsables, mientras tanto, contemplando ese inmenso desastre ecológico, social y humano a través de la TV para reaccionar tarde, mal y nunca.

¿Es que son los ciudadanos de a pie los encargados de acudir los primeros cuando se presenta una catástrofe de carácter nacional? La respuesta humana y la solidaridad han sido edificantes pero ¿acaso corresponde al voluntariado ejecutar el papel que deberían cubrir los medios oficiales? Me pace demasiado cinismo, cómodo y barato desde luego, el sustituir puestos de trabajo de especialistas que exigen un sueldo, seguros y demás, por la mano de obra generosa de los voluntarios o, en otros casos, de alguna ONG que está cubriendo necesidades que no remedia el Estado. Los miles de euros presupuestados ahora no devolverán la vida a tanta muerte, ni compensarán a las gentes de la mar del dolor sufrido.

Volveré a San Esteban y, cuando lo haga, espero que este valiente Nalón que tan eficazmente está contribuyendo con su corriente a alejar la mugre de la ría, lo haya conseguido y sus aguas vuelvan a brillar con la misma belleza que enamoró a mi abuelo.





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