La huella del espiritualismo ecléctico en las ideas literarias de Donoso Cortés
María del Carmen García Tejera
La primera mitad del siglo XIX se configura en España como un auténtico crisol de ideas y de corrientes filosóficas patentes en el pensamiento, en la enseñanza, en la política e incluso en la estética. Es cierto que, por circunstancias diversas e incluso por prejuicios de carácter ideológico y religioso, estos movimientos no triunfan por igual ni se extienden con la misma intensidad en todos los ámbitos. Sin embargo, un análisis en profundidad de la verdadera repercusión que muchos de ellos (sensualismo, sentimentalismo, espiritualismo ecléctico...) tienen en la España decimonónica, nos ayudaría a evitar simplificaciones peligrosas y a comprender mejor, entre otras cuestiones, la complejidad de muchas doctrinas políticas e incluso de algunas propuestas artísticas y literarias. Hay que advertir, sin embargo, que el triunfo de estas corrientes (que se transmiten en distintos ámbitos gracias, en gran medida, a los manuales de enseñanza) es, a menudo, efímero: en poco tiempo son desplazadas por otras; de ahí que no resulte extraño que la ideología de un mismo individuo se adscriba a posiciones diferentes a lo largo de toda su existencia.
Un ejemplo
significativo lo constituye la personalidad del político,
orador y escritor extremeño Juan Donoso Cortés
(1809-1853), considerado como «tradicionalista» (en
cuanto seguidor de las doctrinas de los pensadores franceses De
Maistre y De Bonald), especialmente en su famoso Ensayo sobre
el catolicismo, el liberalismo y el socialismo (1851), y
calificado por Menéndez Pelayo en su Historia de los
heterodoxos españoles de «martillo del eclecticismo y del
doctrinarismo»
(1876, ed. 1956, Madrid, BAC, 2 vols., II: 1106). Es innegable esta
adscripción (que hemos suscrito en más de una
ocasión)1,
pero se suele ignorar que, en su primera juventud, Donoso demuestra
no sólo un gran interés por conocer las corrientes
filosóficas que circularon en Europa durante los siglos
XVIII y XIX, sino que se hace eco de ellas (por ejemplo, del
sensualismo y del espiritualismo ecléctico) en algunos de
sus primeros escritos2.
Debemos tener en cuenta que Donoso no es un pensador
sistemático ni un teórico de la literatura en sentido
estricto, aunque sí un intelectual cuyo carácter
apasionado y cuya condición polémica, unidos a una
vasta formación humanística, lo impulsaron a indagar
y a estudiar diversas materias (Historia, Filosofía,
Retórica, Poética...), como queda patente en sus
numerosos escritos. En esta ocasión, nos centraremos,
preferentemente, en los que se refieren a determinadas cuestiones
literarias: en casi todos, se alude a aspectos relacionados con las
corrientes filosóficas que hemos indicado.
Es cierto que, como ponen de manifiesto algunos críticos3, sus ideas estético-literarias (especialmente las referidas a la dicotomía Clasicismo/Romanticismo) son deudoras, en gran medida, del conocido Discurso... de Agustín Durán (1828) que, a su vez, recoge algunas propuestas de los alemanes Schelling, los hermanos Schlegel y Hegel (entre otros), así como de Mme. de Staël, pero no podemos ignorar que casi todas ellas formaban también parte del ideario del espiritualismo ecléctico. Veremos, pues, cómo en muchos de estos textos4, las propuestas de índole estético-literaria se fundan en determinadas corrientes de pensamiento (sobre todo en esta última).
Para entender las
propuestas sensualistas, hay que recordar previamente que el
racionalismo cartesiano había defendido la teoría de
que los elementos simples, que deben alcanzarse mediante el
análisis, son principios generales e ideas abstractas, a los
que Descartes consideraba elementos primeros y originarios porque
son innatos. Condillac, por el contrario, haciéndose eco de
las propuestas de Locke, niega la existencia de las ideas innatas y
defiende el origen empírico de las mismas. La teoría
sensualista de Condillac, expuesta en el Ensayo sobre el origen
de los conocimientos humanos (1748), sostiene que la fuente
primera y única de todo conocimiento es la
sensación («una simple
percepción»
)5.
A comienzos del siglo XIX se advierte en España -especialmente en el ámbito del pensamiento y en el de la enseñanza- un marcado interés por las doctrinas sensualistas, representadas sobre todo por la obra de Destutt de Tracy, que fue el autor extranjero más traducido en España durante la primera mitad de ese siglo: recordemos que en 1820 se había fundado el Ateneo de Madrid, uno de cuyos propósitos era introducir en España las ideas liberales mediante la divulgación de las obras de Bentham, Constant y Destutt de Tracy, entre otros. La corriente sensualista está presente en manuales de lógica, de psicología, de gramática, de retórica y de poética: podemos citar los nombres, por ejemplo, de Félix José Reinoso, José Justo García, Prudencio María Pascual, José María Calleja, José Muñoz Capilla, Luis de Mata y Araujo o Jerónimo de la Gal. En el ámbito de las «bellas letras», fue fundamental la traducción (1798-1801) que hizo José Luis Munárriz de las Lecciones sobre la Retórica y las Bellas Letras del escocés Hugo Blair, seguida, entre otros, por los Principios de Retórica y Poética de Francisco Sánchez Barbero (1805) y -en menor medida, aunque más conocida- por el Arte de hablar de José Gómez Hermosilla (1826).
Por su parte, el espiritualismo ecléctico deriva de las propuestas del historiador y erudito francés Victor Cousin (1792-1867), discípulo de Maine de Biran y de Royer-Collard, que se propuso superar y, al mismo tiempo, conciliar el misticismo, el sensualismo y el idealismo. Después de conocer en Alemania, entre otros filósofos, a Hegel, desde 1815 a 1820 dictó unos cursos en París sobre «Lo verdadero, lo bello y lo bueno» que, años más tarde, darían origen a una publicación: Du Vrai, du Beau et du Bien6.
En líneas generales, Cousin postula que el concepto -la idea- procede de la abstracción que se lleva a cabo sobre las sensaciones y sobre los objetos sensibles. Así, la idea de belleza procede de la selección de una serie de rasgos patentes en los objetos bellos. El concepto absoluto de belleza (de filiación platónica) integra tanto la belleza moral como la física y la intelectual, y se resume en una belleza espiritual; por eso considera que el verdadero artista no se dirige tanto a los sentidos como al alma.
Desde el punto de vista estético, desarrolla tres cuestiones básicas: lo bello en el espíritu humano, lo bello en la naturaleza y lo bello en el arte. Se muestra en contra del hedonismo que, como es sabido, identifica lo bello con lo placentero, y distingue lo bello de lo útil, de lo conveniente y de lo armónico.
Cousin no pretende
llevar a cabo una mezcla indiscriminada de las corrientes de
pensamiento más en boga en esta etapa, de modo similar a
como había operado el «eclecticismo antiguo»
(movimiento
integrador de concepciones diversas del estoicismo, del platonismo
y del aristotelismo que desarrolló la Escuela de
Alejandría): su intención es seleccionar lo
más valioso -«lo verdadero»- de cada una de
ellas, especialmente del idealismo alemán y del sensualismo
francés. Por eso, en el Discurso preliminar a Du Vrai, du Beau et du
Bien advierte:
Lo que recomiendo es un eclecticismo ilustrado que, juzgando con equidad e inclusive con benevolencia todas las escuelas, les pida prestado lo que tienen de verdadero y elimine lo que tienen de falso. Puesto que el espíritu de partido nos ha dado tan mal resultado hasta el presente, ensayemos el espíritu de conciliación7. |
Aunque las
teorías de Cousin han sido calificadas a menudo de
superficiales, alcanzaron un extraordinario éxito no
sólo en Francia, en donde la corriente del «espiritualismo ecléctico»
se
constituyó en la filosofía oficial desde la
Revolución de julio de 1830 hasta la caída de la
monarquía constitucional de Luis Felipe en 1848 (Ferrater
Mora, 1980, 2.ª, Diccionario de Filosofía,
Madrid, Alianza: 286), sino por algunos países europeos
(España e Italia, entre ellos) e incluso de
Hispanoamérica (especialmente en Cuba). Las causas de este
éxito se deben, probablemente, al momento histórico,
social y político en que comienzan a difundirse estas
teorías. Así lo señala Menéndez Pelayo
en su Historia de las ideas estéticas en
España:
(1883, 4.ª ed., 1974, II: 749) |
Aunque algunos estudiosos consideran al gaditano Tomás García Luna como el representante más destacado del espiritualismo ecléctico en España, con sus obras Lecciones de Filosofía ecléctica (1842-1845) y Manual de Historia de la Filosofía (1847) (Fernández-Carvajal, 2003: 166), hay datos suficientes para afirmar que esta corriente comienza a penetrar en España en torno a 1834 y repercutió considerablemente no sólo en determinados círculos políticos e intelectuales (entre los que podemos citar varias universidades y el Ateneo de Madrid)8, sino en diversas actitudes personales y comportamientos sociales; de hecho, definía un talante y un estilo de vida. Uno de sus principales órganos de difusión fue la Revista ecléctica española, dirigida por José Joaquín de Mora. Sólo en el ámbito de la enseñanza, podríamos referirnos a la influencia de esta corriente en diversos manuales o tratados de Filosofía, de Retórica, de Poética o de Psicología, de autores como Gil y Zarate, Rey y Heredia, Monlau, Lista, Fernández Espino o Huidobro (García Tejera, 1990, I: 452-453).
En su conocida
Historia del movimiento romántico español
(1954, ed. 1967, Madrid,
Gredos, 2 vols.), Allison
Peers se hace eco de la aparición y del triunfo de esta
corriente en España, pero no señala sus
orígenes. Aunque advierte que no es una simple «fórmula de compromiso»
y hace
coincidir su irrupción con la llegada del movimiento
romántico, define así este «nuevo movimiento»
:
(1967, II: 77) |
De hecho, Allison
Peers pretende desvincular el eclecticismo, tal como se muestra en
España, de la corriente denominada «espiritualismo ecléctico»
que
aparece en Francia desarrollada por Victor Cousin9.
Ciertamente, la postura ecléctica es, también, una
respuesta lógica en el controvertido panorama teórico
literario español de la época, pero no hay que perder
de vista que, muchos de estos autores
«eclécticos» -como veremos en el caso de Donoso
Cortés- conocen las propuestas de Cousin y lo citan en sus
escritos.
En 1820, Donoso Cortés se trasladó a Salamanca en cuya Universidad cursó estudios de Aritmética, Álgebra y Geometría. Aunque Galindo Herrero (1956) opina que apenas debieron influir en él muchos profesores de dicha Universidad (en gran medida seguidores de las corrientes sensualista y utilitarista, muy de moda en aquellos años), pensamos que sí pudo tener algún conocimiento de estas corrientes, incluso a través de los manuales de estudio. Carecemos de muchos datos acerca de su formación10, pero no es difícil suponer que, en sus estudios de Retórica y Poética, utilizara el manual -ya citado antes- de un destacado seguidor del sensualismo, Hugo Blair, cuyas Lecciones sobre la Retórica y las Bellas Letras, traducidas en 4 volúmenes por José Luis Munárriz entre 1798 y 1801, se convirtieron en el texto oficial de enseñanza de las Humanidades: de hecho, lo cita en más de una ocasión (como veremos más adelante). También es posible que, durante su estancia en Salamanca, conociera al poeta y preceptista salmantino Francisco Sánchez Barbero («Floralbo Corintio» entre los Arcades), autor de unos Principios de Retórica y Poética (1805), igualmente partidario del sensualismo y seguidor, a su vez, de Blair. En una carta que Donoso dirige a un amigo desconocido, fechada en Madrid el 19 de agosto de 1828, «Crítica a unas décimas» (Obras Completas, I), su definición de la poesía y su consideración del poeta y de la lengua poética reproducen, casi literalmente, las de Blair y de Sánchez Barbero (obsérvese, por otra parte, que se trata de un verdadero manifiesto romántico):
(op. cit.: 3-6) |
Pero en esa
«Carta»11,
aunque sin llegar a desacreditarlo, adopta una actitud más
crítica hacia el sensualismo («yo
dije a usted que esta teoría era buena para preservar del
error, pero no para descubrir la verdad»
, op.
cit.: 16) o, mejor, hacia algunas afirmaciones de
Destutt12:
(op. cit., I: 16) |
En la misma fecha,
Donoso dirige otra carta a D. Jacinto
Hurtado, Fiscal de la Audiencia de Cáceres, en la que le
comunica que acepta desempeñar la cátedra de
Humanidades en el Colegio de San Pedro y pronunciar el discurso de
apertura del curso 1829-1830. Estipula una serie de condiciones
sobre su docencia en Humanidades: así, indica que no piensa
limitarse a enseñar los rudimentos de las Humanidades, sino
que se propone «subir hasta sus
principios más fecundos y sus aplicaciones más
brillantes»
puesto que -añade- ése es el
objeto de sus estudios. Recomienda como texto el de «un autor filosófico, como el Blair o el
Hermosilla, que es una copia desfigurada del primero»
. La
enseñanza se completaría con «todo lo que han dicho los célebres
humanistas del siglo XVIII y además mis propias
observaciones»
(op. cit., I:
19-20).
La preferencia por
«un autor filosófico»
(como Blair o incluso como Gómez Hermosilla) nos indica que
Donoso se encuentra entre ese grupo de estudiosos de la literatura
que estaban plenamente convencidos de la necesidad de explicar los
planteamientos teóricos que informan la creación
literaria13.
Desconocemos cómo llevó a cabo su docencia en
Cáceres, pero, al menos, sabemos cuál era su actitud
y con qué criterios operaba en esta materia. Donoso
Cortés es consciente de la diferencia que separa la
creación poética de los estudios sobre la
poesía. En la «Carta a un amigo» que
comentábamos más arriba14,
señala nítidamente la distinción entre ambos
aspectos:
(op. cit., I: 17) |
Como veremos más adelante, la diferencia entre «ciencia» y «arte» (o entre «razón» y «sensación») se constituirá en un punto clave de sus reflexiones.
Apenas dos meses
más tarde, Donoso Cortés -ya Catedrático de
Humanidades del Colegio de San Pedro en Cáceres- imparte en
dicho Centro la lección inaugural del curso
académico, que versa sobre «el
carácter que distingue la moderna de la antigua
civilización»
(op. cit.,
I: 23), para lo que traza un amplio recorrido
histórico-filosófico-literario desde la
Antigüedad griega hasta el siglo XIX, en el que intenta
demostrar la importancia de los «siglos
de barbarie, porque en ellos se ha formado el carácter de
nuestra filosofía»
(op. cit.:
25), resalta la importancia sucesiva de cuatro genios de la
literatura: de Homero, de Dante, de Petrarca y de Ariosto; y, ya en
el siglo XVII, de Shakespeare, de Lope, de Góngora y de
Calderón, así como la fuerza -ya en el XIX- de Byron
y de Walter Scott.
Como ya hemos indicado, algunos críticos han puesto de manifiesto la filiación romántica de muchas de las ideas y ejemplos que desarrolla Donoso en este Discurso: sus elogios de Homero, Dante, Petrarca y Ariosto, la exaltación de la inspiración y del genio, la oposición entre la felicidad del hombre antiguo y la desventura del moderno, la exaltación de los románticos ingleses Byron y Scott, entre otros. Ciertamente, algunas de estas ideas participan de muchas formulaciones de Agustín Durán -a quien cita- en su famoso Discurso sobre el influjo que ha tenido la crítica moderna en la decadencia del teatro español, de 182815, pero pensamos que, en esta intervención de Donoso, hay otros muchos aspectos que la crítica no menciona, entre ellos, el rechazo que le inspiran, dentro de las corrientes filosóficas, las sensualistas (como anticipa en esa «Carta a un amigo», germen de este discurso). Califica de «absurdo» este sistema...
(op. cit., I: 40) |
Sin embargo,
Donoso (que rechaza la idea de la poesía como «arte mimético»
) defiende la
«sensación» como punto de partida de la
creación poética y realiza una encendida defensa de
la poesía como «expresión
de sensaciones»
, en consideraciones similares a las
expuestas en su «Crítica a unas
décimas»:
La poesía no es otra cosa que la expresión enérgica de las sensaciones, que, habiendo herido fuertemente nuestra imaginación, se revisten en nosotros de aquel carácter de grandeza y de sublimidad que nos arrastra a la contemplación muda y silenciosa de todo lo bello, lo ideal y lo sublime. La historia de la poesía es la historia de nuestras sensaciones. Toda revolución en la facultad de sentir produce necesariamente otra revolución en la facultad de pintar16. |
(op. cit.: 33) |
En escritos
posteriores, Donoso mantiene la misma consideración sobre la
poesía, aunque insiste, cada vez más, en que, lejos
de tratarse de algo de carácter universal y atemporal, se
halla íntimamente ligada al devenir de cada época y
de cada nación. En su «Prólogo al 'Cerco de
Zamora'» (1833) defiende que la creación
poética es «la expresión de
la manera de sentir de cada una de las naciones que constituyen la
especie humana; manera que es siempre distinta en los distintos
periodos de su historia y de su existencia»
(op.
cit., I: 79). Como veremos, este planteamiento -en el
que se advierte la huella de Hegel, de Mme. de Staël y de Durán-
será clave para su formulación de la dicotomía
Clasicismo/Romanticismo, y se desarrolla más ampliamente en
su crítica al «'Alfredo', de J. F. Pacheco»
(1835)17.
En este artículo (que reitera muchas de las ideas expuestas
en el «Discurso de Cáceres» y avanza las que,
años después, constituirían sus escritos sobre
«El clasicismo y el romanticismo») insiste en su
consideración del carácter histórico de la
poesía y, como ya habían hecho los hermanos Schlegel,
distingue tres tipos, correspondientes a otras tantas
épocas: «la poesía
indostánica, la poesía griega y la poesía de
los siglos bárbaros»
(op.
cit., I: 169). Centrándose en las dos
últimas -la griega, llamada «clásica», y
la de los siglos bárbaros, «romántica»-
procede a separarlas a partir de las diferentes
características que presenta cada época: «La civilización antigua buscó el
tipo de lo bello en la naturaleza física; la
civilización moderna, en el mundo moral; la primera
creyó encontrarla en las formas; la segunda, en las
ideas»
( op. cit., I:
171). Así pues, ajuicio de Donoso, es un grave error
considerar incompatibles ambas modalidades creativas, «cuando para el filósofo y para el
observador es evidente que la misión del romanticismo ha
sido completar, pero completar conservando, el tipo de la belleza
antigua»
(op. cit., I:
172). Como puede apreciarse, ya encontramos en este artículo
el carácter conciliador entre ambos movimientos que Donoso
desarrollará más ampliamente, tres años
más tarde, en sus artículos sobre «El
clasicismo y el romanticismo». También hay que hacer
notar que esta defensa del romanticismo se refiere al llamado
«romanticismo histórico» (al igual que
Durán); en cambio, rechaza el llamado «romanticismo
liberal» al que califica de extravagante, impío e
inmoral.
Una
«Polémica con el Dr. Rossi
y juicio crítico acerca de los doctrinarios» que
publica Donoso en El Correo Nacional (julio de 1838) nos
muestra su defensa de la «escuela ecléctica» (o
«doctrinaria») por el papel que desempeñó
en Francia desde la Revolución de 1830 (como
señalamos más arriba), pese a haber fracasado en sus
intentos de conciliar posturas opuestas -«como representantes del sentido
común»
- tras la restauración de Carlos X.
Considera «eclécticos» en filosofía a los
que «pretenden conciliar el
espiritualismo con el sensualismo»
, y en
política, a «los que pretenden
conciliar la libertad con el orden»
(op.
cit., I: 49) y reconoce el valor de esta escuela
filosófica, que
... negándose a reconocer la existencia de un principio absolutamente falso y la existencia de un principio absolutamente verdadero, porque niega la existencia de la verdad absoluta y del error absoluto, proclama la necesidad de una filosofía que, declarándose heredera de las verdades escondidas en los principios al parecer más opuestos, proceda, no por exclusión, sino antes bien por elección, reuniendo así los caracteres de imparcial, tolerante, expansiva y conciliadora18. |
(op. cit., I: 418-419) |
Aunque ya hemos
observado en Donoso esta búsqueda de equilibrio, sobre todo
en la relación entre clasicismo y romanticismo (patente en
la «Crítica al 'Alfredo' de Pacheco» que hemos
comentado), no cabe duda de que esta defensa del espiritualismo
ecléctico es la base teórica que sustenta sus siete
artículos sobre «El clasicismo y el
Romanticismo» que publica sólo un mes después
(entre agosto y septiembre de 1838), en El Correo
Nacional, como culminación de una serie de ideas que ya
hemos visto expuestas en textos anteriores, ya comentados. Con
ellos, el pensador y político extremeño se suma al
amplio debate que, por aquellas mismas fechas, sostenían
numerosos intelectuales. Sólo que, a diferencia de algunos,
Donoso adopta, como hemos visto, una actitud conciliadora o
«ecléctica», en la que intenta mostrar la
validez de ambos movimientos e, incluso, cómo -al ser
opuestos- se necesitan y se complementan mutuamente; mantiene que
ambos se fundan en hechos históricos irrecusables -el
Clasicismo (considerando como tal al movimiento que nace en Grecia,
y no sólo al que se desarrolla en el siglo XVIII) representa
la poesía de las sociedades antiguas; el Romanticismo (que
hay que contemplar desde la Edad Media, y no sólo en el
siglo XIX), la de las modernas- por lo que los dos son igualmente
legítimos. Mientras el Clasicismo supone la
perfección de las formas, una mayor riqueza de las
imágenes y desarrolla una literatura
materialista que cultiva la realidad, el mundo
físico y las formas, el Romanticismo representa la
profundidad de las ideas, la elevación de los
sentimientos y promueve una literatura
espiritualista e idealista, que se origina en el
Cristianismo. Hay, a juicio de Donoso, una belleza propia de las
ideas y otra propia de las formas: por eso, llega
a la conclusión de que la perfección «consiste en expresar un bello pensamiento con
una bella forma»
o -dicho de otra manera- «en ser clásico y romántico a la
vez»
(op. cit., I:
409)19.
Para Donoso, la
legitimidad de estas dos escuelas está fuera de toda duda:
rechazar cualquiera de ellas supondría una rebelión
contra la razón y contra la Historia. Establece un
paralelismo entre la coexistencia de corrientes filosóficas
y estas dos literarias: «Mientras que el
materialismo y el espiritualismo sean dos escuelas
filosóficas, el romanticismo y el clasicismo serán
dos escuelas literarias»
(op. cit.:
401).
Donoso no se
había planteado con estos artículos elaborar un
tratado de estética, sino -como afirma en otros escritos
anteriores- «abrir un camino más
filosófico y más ancho a nuestra crítica
literaria, y sobre todo demostrar que si en las obras de las artes
hay ciertos tipos de belleza que son eternos y absolutos, hay
también principios que, teniendo su origen en la
civilización de un pueblo, pasan cuando esa
civilización ha pasado»
(op.
cit.: 387).
Por una serie de motivos que no viene al caso comentar aquí, la ideología de Donoso Cortés sufrió una serie de cambios que, años más tarde, lo impulsarían a defender propuestas más radicales, en la línea del tradicionalismo sustentado por De Maistre y De Bonald, por las que es comúnmente conocido y caracterizado. Pensamos, sin embargo, que es necesario conocer sus planteamientos juveniles y las bases teóricas que los sustentaron. En esta conciliación que lleva a cabo Donoso entre lo eterno y lo cambiante, lo bello con lo bueno, la materia y la forma con el espíritu y la idea, más que un simple culto a la unión de contrarios, creemos que se hace patente la huella del espiritualismo ecléctico.