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La imagen del indígena americano en «La Florida»

Mercedes Serna Arnaiz






Entre la creación y la documentación. El proceso narrativo

Ludovico Geymonat, en su Historia de la filosofía y de la ciencia (1985:13) apunta cómo, abandonada la concepción medieval según la cual en las vicisitudes humanas hay una intervención providencial, los humanistas elaboran un enfoque histórico cercano, pragmático, basado en una explicación de los hechos históricos a través de las vicisitudes de los autores de este tipo de narraciones. Este cambio de criterio permitirá integrar en la historia los recuerdos personales, tal como hará el Inca Garcilaso. Su labor de fidedigno traductor en los Diálogos de Amor, de escribiente en La Florida (1605) y de supuesto glosador en los Comentarios Reales resume su talante humanista en tanto que pretende recuperar, restañar, redimir y recrear la historia. Alonso de Ercilla también se basó en informaciones orales para la elaboración del inicio de La Araucana. No olvidemos la importancia que el Inca concede a las fuentes orales: lo que su madre y los hermanos de ésta platicaban son el eje vertebral de los Comentarios Reales. Asimismo, en los Comentarios Reales intercala relatos como el de Pedro Serrano, del que se apresura a decir que se lo contó Garci Sánchez de Figueroa. A su vez, el relato que nos hace de Manco Cápac y Mama Ocllo procede de su tío y él lo traduce, abreviando y quitando algunas cosas que pudieran hacerlo odioso. A nuestro autor parece que le merecen la misma atención las fuentes orales o los testigos de oídas que los testigos de vista.

Bertrand Russell señala en sus Ensayos impopulares cómo toda la historia, hasta el siglo XVIII, está llena de prodigios y maravillas que los historiadores modernos pasan por alto, no tanto porque estén menos documentados que los hechos que los historiadores aceptan más verosímiles, sino porque el gusto moderno de los ilustrados prefiere lo que la ciencia considera probable (Russell, 102)

Shakespeare relató cómo, la víspera de que César fuera asesinado, un siervo ordinario levantó la mano izquierda, que «llameó y ardió pero su mano no se chamuscó siquiera...».

Shakespeare no inventó estas maravillas. Las encontró en reputados historiadores, que se cuentan entre aquellos en los que podemos confiar para nuestro conocimiento acerca de Julio César. Las pruebas de primera mano son, en general, escasas para este tipo de acontecimientos, y los historiadores modernos se niegan a aceptarlas, salvo, está claro, cuando el acontecimiento tiene importancia religiosa.

No puede decirse que las obras del Inca procedan de las informaciones orales recogidas pero sí sus fundamentos. Sin tales informaciones -recuerdos en su mayoría- el Inca difícilmente hubiera llegado a escribir su crónica más personal y significativa. Los Comentarios Reales se basan en las conversaciones que el autor mantuvo con sus familiares para luego completarse con las fuentes escriturales, sobre todo las crónicas. Los datos que el Inca recrea a partir de las fuentes orales son el núcleo de sus obras. Así se escribieron, también, los celebrados Viajes de Marco Polo.

Parece que es un error frecuente, señala Said (Said 2002: 126) preferir la autoridad esquemática de unos textos a los contactos humanos que entrañan el riesgo de resultar desconcertantes. Cuando un ser humano entra en contacto con algo relativamente desconocido y amenazante, recurre a los libros. Libros, crónicas o guías de viajes que confirmen los rumores y la geografía. De esta manera los textos adquieren una autoridad y un uso mayor incluso que la realidad que describen.

La historia es construcción, articulación y recreación. La convicción que inspira la voz del narrador es más determinante que el que los hechos hayan sido vividos por quien los relata, o que sean verdaderos. Entre otras razones, porque no existe la historicidad inmutable de un yo, de una cultura o una identidad nacional, la historicidad en estado puro. Entre otras razones, porque la historia es inevitablemente subjetiva.

Cuántas veces, tratándose del descubrimiento de América, los primeros cronistas, informantes o relatores han suplantado la voz de los indígenas; el primer ejemplo lo tenemos en Colón, que traducía a los aborígenes a su imagen y semejanza, y, luego, en los cronistas, en la épica culta o en la poesía lírica, incluso.

«Dominar, dignificar todos los conocimientos almacenados durante la época colonial, tener el sentimiento de disponer de la historia, del tiempo o la geografía, establecer nuevas disciplinas, dividir, organizar, esquematizar, poner en cuadros, hacer índices y registrar todo, hacer generalizaciones, todo ello se puede al transmutar la realidad viviente en una sustancia textual».


(Said 2002, 126)                


Pero, concretando en nuestro tema, me interesa analizar la posición que puede tomar un escritor como el Inca Garcilaso que es o se siente, al mismo tiempo, indígena y europeo, a cuestas con la tiranía sentimental de su infancia y la educación jesuítica de su formación adulta. Me interesa destacar cuál es la actitud textual del Inca en La Florida, porque no parece que relatara tal historia por puro entretenimiento.

Mi intervención trata de contestar a las siguientes cuestiones: ¿qué imagen nos da el Inca, en La Florida, de los indios en general? ¿Tiene el Inca el mismo sentimiento hacia los indios de La Florida que hacia los del Perú, hacia los indígenas que hacia los «incas»? Tratándose del tema del indígena, ¿concibió el Inca La Florida como preámbulo de los Comentarios Reales?

No creo que el interés de Garcilaso al escribir La Florida fuera exclusivamente histórico. Él escribe con el propósito de que Europa conozca a los indígenas, a sabiendas de lo que aquélla piensa de éstos; con idéntico fin pergeñará los Comentarios Reales. El Inca está construyendo un imaginario para la posteridad y en esta tarea hay mucho de realización personal.

Europa enseña a los indios, sí, pero el Inca Garcilaso va a demostrar, tanto en La Florida como en los Comentarios Reales, que los indios, ciertos indios, enseñan a Europa y, ello, sin haber accedido nunca a los libros. Los indios también iluminan. Garcilaso se erige en creador de una nueva visión de América o, cuanto menos, de determinados indígenas. Frente a la ingenuidad del discurso hay que hablar, por tanto, de conciencia narrativa.

Estoy de acuerdo con Pupo-Walker cuando indica que La Florida pudo ser concebida como una ramificación lógica de las pesquisas que Garcilaso emprendió sobre la historia peruana (Pupo-Walker 1996: 43). En La Florida hay, además, muchas referencias al Perú y a sus expedicionarios, los cuales aparecen descritos por el Inca como los más valerosos.




Imagen del indígena americano en La Florida

El Inca relata en el texto que nos ocupa la historia de la expedición española a la Florida, capitaneada por Hernando de Soto y, luego, por Luis de Moscoso, entre 1539 y 1543, aprovechando los recuerdos del capitán Gonzalo Silvestre. Éste es un viejo soldado que participó en aquella aventura y al que Garcilaso había conocido en el Cuzco. Por la casa del padre del nuestro autor pasaron soldados que habían sobrevivido a la expedición de Hernando de Soto a la Florida. Por tanto, como indica John Grier Varner, los hechos relacionados con la expedición de Soto pudieron ser conocidos por el Inca durante su niñez.

Se ha dicho que las novelas de caballerías, las aventuras de Amadís o Tristán de Leonis, fueron el modelo en que se apoyó el Inca para escribir La Florida. En cualquier caso, no fueron su modelo consciente dado el rechazo moral que sentía hacia dicho género. Si atendemos a las palabras del propio autor, La Florida es una construcción narrativa más cercana al género épico que a las novelas de caballerías. Otra cosa es que el devenir histórico modifique la inserción de una obra en uno u otro género. En La Florida, el Inca se define como un historiador: «Toda mi vida, sacada la buena poesía, fui enemigo de ficciones, como son libros de caballerías y otros semejantes».

Un historiador a semejanza, claro está, de Alonso de Ercilla. Era difícil que un indígena, rodeado de jesuitas severos y con necesidad de labrarse un futuro y conseguir un estatus, se dedicara a escribir ficciones. Alejado de la frivolidad cortesana, el inca Garcilaso se siente comprometido con su pueblo y busca hacerle justicia eligiendo, para ello, el camino de la historiografía y de su reconstrucción.

La Florida es una historia que el Inca Garcilaso conoció a través de los recuerdos -materia subjetiva a más no poder- de un viejo soldado empeñado en destacar su protagonismo en la aventura y de apenas un par de testimonios escritos. En verdad, aunque la materia prima de La Florida esté basada en hechos históricos, su proyección de prosa cautivadora y diestro manejo narrativo idealiza el relato verídico hasta trastocarlo en una narración épica o en una hermosa ficción histórica.

Aunque el autor contó con el testimonio del capitán Gonzalo Silvestre, que había participado en la conquista de La Florida en la expedición de Hernando de Soto, y consultó las relaciones de dos testigos presenciales -Juan Coles y Alonso de Carmona-, el Inca Garcilaso no pisó aquellas tierras, ni conoció a sus nativos, ni las lenguas que hablaban, de modo que, pese a sus esfuerzos por ceñirse a la verdad histórica, en La Florida debió de recurrir a menudo a su imaginación para llenar los vacíos y colorear con detalles, precisiones y anécdotas la crónica que narraba. Lo que hizo con la eficacia y el talento de los mejores narradores de su tiempo.

El Inca hace uso de los tópicos narrativos de su época. Dice ser un «escriviente» de los recuerdos de Silvestre, introduce la figura retórica de la captatio benevolentia, o el de la falsa modestia al tratar sobre la incapacidad de escribir. Tanto da que haga uso de la técnica del manuscrito perdido como de la de ser un mero escribiente, si se trata de dar veracidad a lo narrado. Este último recurso era común y también Ercilla lo utiliza cuando tiene que narrar algún hecho sobrenatural como el de la aparición de la Virgen. El Inca, como Ercilla, utilizará cuando convenga a testigos e historiadores que confirmen sus palabras.

La Florida es una crónica de indias de exaltado tono épico y La Araucana es, por su estructura externa, técnicas y recursos, un poema épico y por el tema y su tratamiento una crónica de Indias. Ercilla se acerca más al cronista que suele ser testigo presencial y, en muchas ocasiones, actor de los acontecimientos que relata, que al autor de épica culta. Además Ercilla va a retratar la nueva sociedad y lo hará desde el género autobiográfico. El Inca se había quejado de que La Araucana, siendo obra histórica y no de ficción, se hubiera escrito en verso. Estas quejas demuestran, también, la preocupación del Inca por los indígenas. No olvidemos que Ercilla, que también suplanta la voz de los indígenas, engrandece al pueblo araucano y hace mártir a Caupolicán. Sin embargo, en la elección del género épico por parte de Ercilla ha pesado más su vasta cultura (La Araucana es una biblioteca andante) y su linaje que la intención de relatar hechos históricos.

El tono de admiración que utiliza el Inca cuando describe a los indios de la Florida es similar al de Ercilla con los araucanos. Ambos parten de los mismos modelos.

Los retratos indígenas están basados en los tópicos clásicos del «puer senex» o del «fortitudo et sapientia». La Florida parte de modelos que representan la locura y el furor de Roldán o la sabiduría y prudencia de Carlomagno (Mocozo). Los héroes indígenas de La Florida se asimilan a los héroes clásicos. Los discursos que intercambian indios y españoles son caballerescos, literarios y engolados. A lo que se une la vocación ceremonial que comparten, de la que es ejemplo eximio la perorata del cacique Vitachuco a sus hermanos, que van a persuadirlo de que acepte la paz (II, I, XXI).

El texto resalta la valentía, el arrojo, el honor, la extraordinaria dignidad guerrera de los indígenas que se mueven, asimismo, por los ideales renacentistas del honor y la fama.

Las descripciones que el Inca hace de los indígenas son más numerosas que las que hace de los españoles. La audacia, el arrojo, el honor y la lucha de los araucanos por preservar su libertad pretenden caracterizar la conquista de La Florida como un hecho heroico.

Luis Loayza comenta al respecto (Loayza, 1974: 40):

Los indios son en realidad españoles disfrazados; no sólo su estilo sino todas sus ideas son europeas. Cabe suponer que es Garcilaso quien habla por ellos y los hace exponer sus propias opiniones sobre el honor, la fama, la lealtad, el valor, la religión natural, tal vez las injusticias de la conquista.



Esta actitud no es propia exclusivamente de nuestro autor. Los modelos de la literatura colonial, en cualquiera de sus géneros, son europeos (clásicos e italianos) aunque su tema o contenido sea, en algunas ocasiones, indígena. La literatura incásica, por ejemplo, se construye partiendo de la tradición grecolatina y europea cultas. Mexía Fernangil despliega en su Epístola El Parnaso Antártico los tópicos clásicos e italianos, Cabello de Balboa procede de igual manera en su Miscelánea Antártica y Garcés, en su Canción al Pirú, sigue a Petrarca; lo mismo hay que decir de Miramontes y Zuazola quien utiliza para sus Armas Antárticas el verso renacentista, dúctil o fluido, y qué decir del Inca Garcilaso en su Comentarios Reales. Las obras de todos ellos parten de la tradición clásica pero tienen como tema fundamental la historia del pueblo inca. Y en muchos casos, el tema de estas obras es el de la defensa del indio, cosa que no ocurre con las letras del virreinato de México, de contenido eminentemente cortesano. Tratándose de textos coloniales, no hay que buscar originalidad en los modelos ni en cuestiones formales como los tópicos, las técnicas o la estructura. Es en el tono, en el tema y en la actitud del escritor donde reside la originalidad de algunas obras del periodo colonial.

No puede dudarse de que La Florida exalta el nuevo orden que impone la presencia europea en el Nuevo Mundo. Pero en La Florida el Inca Garcilaso pretende que el heroísmo de la conquista se encarne en ambos bandos, en las grandes hazañas de los dos grupos: en la idealización de los indios, acompañada de evocaciones a la naturaleza bucólica y a los mitos griegos y latinos, así como en el honor y valentía de los españoles.

El Inca sigue fielmente la idea de que la historia debe enseñar. La historia, siguiendo la idea clásica y medieval, es la historia moral. Las figuras de los caciques Hirrihigua, Mucozo, Urribarracuxi parten de modelos clásicos y cada uno de ellos representa un ejemplo a seguir o rechazar.

Mucozo posiblemente sea uno de los grandes héroes «trágicos» de La Florida. Es, como el Carlomagno clásico, el Lautaro araucano o el futuro Huayna Capac, un ser dechado de virtudes. «Mucozo de veinte y seis o veinte y siete años de edad, lindo hombre de cuerpo y rostro» (Garcilaso de la Vega 1988: 167), como corresponde al héroe clásico, honrado, con buena reputación, noble y cortés, es uno de los protagonistas de una historia que no tiene protagonista único. Cortesano y discreto, acata el poder de los españoles y es virtuoso y magnánimo.

El Inca, como hiciera Ercilla, se justifica ante la profusión de estos retratos indígenas edificantes e indica que en la bárbara gentilidad Dios pone hombres virtuosos, ejemplo de los cristianos. Siguiendo la «imitatio homérica», el Inca, con inteligencia, ha puesto no a un español sino a un indígena como modelo, amparándose en lo que los jesuitas denominaban la ley natural (Garcilaso de la Vega 1988: 156).

Así, señala de Mucozo: «de cuerpo y hermosura de rostro, los del ánimo, de sus virtudes y discreción, así en obras como en palabras

(Garcilaso de la Vega 1988: 273)                


, en sus virtudes físicas e intelectuales»
.

El Inca abunda en el tema de la belleza física (Garcilaso de la Vega 1988: 115) de los indios. Son retratos en los que la naturaleza física está de acorde con el héroe.

El contrapunto de Mucozo se halla en la figura de Vitachuco. Su retrato es tan odioso que el autor se ve en la necesidad de dar una explicación racional a tanta maldad y echa mano, para ello, de la astrología y la teoría de los humores. Vitachuco es el prisionero de Hernando de Soto que finge amistad para poder traicionar a los españoles. Vitachuco, explica el Inca, está falto de razón, es imprudente y se mueve por la pasión del odio. Como modelo de barbarie, vive ensoberbecido, loco, con maldad y alevosía. El retrato tanto de Vitachuco como del español Valdivia en La Araucana procede de fuentes medievales. Vitachuco morirá como ha vivido: vilmente. Su soberbia sin control no inspira ni mesura ni ecuanimidad o justicia, únicas virtudes que llevan al imperio universal. Su muerte, como digo, es tan extraña y anodina que parece que proceda de la mano de Dios, un «Deux ex machina» que castiga la falta de virtud (Garcilaso de la Vega 1988: 225):

Los caballeros y soldados que acertaron a hallarse a la comida del general, viéndole tan mal tratado y en tanto peligro de la vida por un hecho tan extraño y nunca imaginado, echando mano a sus espadas arremetieron a Vitachuco y a un tiempo le atravesaron diez o doce de ellas por el cuerpo, con que el indio cayó muerto, blasfemando del cielo y de la tierra por no haber salido con su mal intento.



Los héroes de La Florida son arquetipos humanos que se guían por las más sobresalientes virtudes como la justicia, el honor, la magnanimidad y el valor así como el compañerismo y que comparten los mismos sentimientos. Vitachuco rompe la armonía y por tanto debe ser castigado. Tras su muerte, el Inca introduce una de las pocas escenas risibles; una batalla llena de comicidad que rebaja y rompe el tono heroico como remate de la muerte de Vitachuco (Garcilaso de la Vega 1988: 228).

Todas las traiciones serán castigadas: la de Vitachuco, la de Capaci, la del gigante y bello Tascalusa que perderá en la batalla de Mauvila por culpa de los traidores (Garcilaso de la Vega 1988: 391).

Hirrihigua es el cacique noble del que se vale el Inca para expresar el odio que los aborígenes sienten hacia los españoles, debido a las atrocidades cometidas en el pasado. Sin embargo, Hirrihigua es capaz de mitigar su odio cuando se da cuenta de que los invasores vienen con buenas intenciones y también por compartir el mismo sentimiento que sus compañeros. Es un caso de conversión a través de la razón y, por tanto, una figura que aparece como contrapunto de la visión predeterminista de Vitachuco.

Acuera es otro cacique que, en un principio y como en el caso de Hirrihigua, tampoco quiere someterse a los españoles ni darles vasallaje. La figura de Acuera le sirve al Inca Garcilaso para ofrecernos un punto de vista alejado del europeo. Garcilaso, como hiciera el filósofo Montaigne, utiliza la figura de Acuera para ridiculizar a los españoles, quienes son vistos como criados que trabajan y ganan reinos para que otros los señoreen (Garcilaso de la Vega 1988: 190). Acuera considera inferiores a los españoles, a los que tilda de holgazanes, ladrones y advenedizos. El Inca, sutilmente, destaca el relativismo de la historia, relativismo en el que insistirá en los Comentarios Reales al tratar el tema de las antípodas.

Bajtín indica que el héroe no sólo actúa porque así se deba sino que él mismo es así, es decir, que de forma predeterminada no hace otra cosa que cumplir con su destino (Bajtín 1982: 154) Éste es el caso de «los siete indios» (número que nos trae a la memoria el mito de las «siete ciudades de Cíbola») cuya valentía y nobleza hace que prefieran la muerte a la rendición (Garcilaso de la Vega 1988: 215). Los siete cumplen el código y las obligaciones militares, como corresponde a gente noble (Garcilaso de la Vega 1988: 216), y mueren luchando por la libertad de su patria. Es el recurso de honrar al vencido.

Patofa es otro héroe cacique indio de Cosaqui que se pone de parte de los españoles, en este caso, para vengarse de las injurias recibidas por un pueblo vecino suyo (Garcilaso de la Vega 1988: 323). Este es un ejemplo más de cómo en muchas ocasiones los conquistadores ganaron batallas aprovechando la falta de unidad de los pueblos aborígenes. El código guerrero de Patofa le lleva a castigar de forma cruel la cobardía de un indio (Garcilaso de la Vega 1988: 321).

Los nativos de la Florida tienen el mismo sentido puntilloso de la honra y el honor que los castellanos, la misma noción renacentista del valor, de la reputación y las apariencias, la misma predisposición a los desplantes y gestos teatrales. Como en la sociedad castellana, los nativos de la Florida son feroces en sus castigos contra las adúlteras, en tanto que no parece enojarles el adulterio masculino, costumbre que justifica el Inca Garcilaso.

El Inca no sólo excusa la poligamia de los incas nobles (Garcilaso de la Vega 1988: 114) sino que, partiendo de la inversión que Núñez de Vaca hiciera en sus Naufragios, destaca que no eran caníbales y que fueron los españoles los que se vieron obligados a tales prácticas (Garcilaso de la Vega 1988: 114). Son muchas las ocasiones en que el Inca distingue a los nobles de los plebeyos en el texto, a los curacas de los indios, a los incas de los indígenas. Cuando aparece un indígena dechado de virtudes le nombra con la palabra curaca o inca. (Garcilaso de la Vega 1988: 113)

Es evidente que el Inca tiene una visión que, desde nuestra perspectiva, resultaría elitista cuando compara a los nobles indígenas, curacas e incas con el pueblo. Tales manifestaciones garcilasianas así como el trato que dio a las culturas anteriores a la incaica despertarían las críticas del indigenismo del siglo XIX y sobre todo del XX.

Parece poco aceptable en la actualidad que se vea al Inca Garcilaso como representante de la peruanidad, tal y como en su día propuso Riva Agüero. Tampoco parece que pueda destacarse la formación esencialmente hispanista, renacentista, filológica y jesuita del Inca por temor a ser barridos de un plumazo por el pensamiento postcolonial. Ahora está más de moda hablar de la posición aristócrata y cuzqueña elitista del Inca Garcilaso o tratar de sus fuentes orales para alejarse del temor a una visión occidentalizada. Pero esta última tendencia también es defectuosa y poco objetiva. No puede entenderse la literatura colonial hispanoamericana sin la tradición hispánica porque éste es su sustrato. Resulta imposible entender la poesía de Terrazas sin tener en cuenta la corriente culta, italianizante y latinizante, la de Dávalos sin la corriente petrarquista y la poesía cancioneril del XV; o la de González de Eslava sin la lírica de tipo tradicional.

Sobre el indigenismo o «aristocratismo» del Inca, habría que preguntarse si no estaremos cayendo, cuando se plantean tales cuestiones, en anacronismos históricos y terminológicos. Los valores morales no son absolutos ni inmutables y por tanto falsificamos la historia cuando juzgamos, bajo nuestros esquemas culturales y mentales, épocas pasadas.

El Inca ensalza a los indígenas que poseen las virtudes aristotélicas y ensalza la nobleza de su carácter porque cree que hay una relación de concordancia entre el linaje y el valor moral. Eso no quita el hecho de que procurase, a través de sus obras, defender a los indios. Su visión, si se me permite la expresión, es la de un indigenista de primeros del XVII, no la de un indigenista de finales del XIX o primeros del XX. Definir el indigenismo como un asunto de fines del XIX y principios del siglo XX resulta reduccionista. Desde el siglo XVI hay discursos de defensa del indígena aplicados a los géneros literarios. El caso de Bartolomé de las Casas no es único en absoluto. En este sentido pueden leerse los textos líricos del traductor Garcés o de Mexía de Fernangil.

El Inca no sólo describe a los personajes protagonistas de este relato sino también a los anónimos o de grupo. En general no hay tantos retratos edificantes de los españoles como de los indios caciques. Garcilaso no omite, aunque sea de pasada y sin hacer ruido, que fueron los españoles los primeros que engañaron a los indios provocando la tristeza y el suicidio de los nativos (Garcilaso de la Vega 1988: 110). Tales hechos le llevan a justificar las venganzas posteriores de los indios (Garcilaso de la Vega 1988: 11). En efecto, el Inca apela a la guerra justa en diversas ocasiones. Asimismo, no deja de anotar la codicia del conquistador de Perú que quiere ir a la Florida por tener más oro (Garcilaso de la Vega 1988: 117), la cobardía de ciertos españoles mal comedidos (Garcilaso de la Vega 1988: 126) o el suicidio de los indios que se ahorcaron por no tener que sacar oro de la tierra (Garcilaso de la Vega 1988: 135). Garcilaso hace mención de los agravios que Pamphilo de Narváez hizo contra el noble cacique Hirrihigua si bien, acto seguido, dice que los omitirá por ser odiosos.

El Inca, con sus comentarios, castiga, sea indio o español, al que no sigue las virtudes cristianas o de la ley natural. En la venganza que los españoles se cobran de un guía indio que les había extraviado primero y luego pedido perdón, el Inca hace un comentario no exento de ironía (Garcilaso de la Vega 1988: 491):

Esta fue la vengança que nuestros castellanos tomaron del pobre indio que les avía descaminado, como si ella fuera de alguna satisfacción para el trabajo passado o remedio para el mal presente, y después de averla hecho, vieron que no quedavan vengados sino peor librados que antes estavan, porque totalmente les faltó quien los guiasse



Garcilaso no ahorra comentarios peyorativos hacia los que se mueven por la ira, la venganza o la traición, sean españoles o indios. Otro caso es el de Tascaluça y sus hombres, que se pierden por traidores (Garcilaso de la Vega 1988: 391).

El descontento perpetuo del gobernador ante la inobediencia, cobardía, pusilanimidad e intento de amotinamiento de los españoles es, según el Inca lo advierte, anuncio de la suerte de la conquista de La Florida (Garcilaso de la Vega 1988: 444).

La valentía de los de Apalache, tan famosa como la de los araucanos, se detalla en muchos cuadros que nos proporciona el autor: anécdotas y particularidades que demuestran la nobleza de los indios (Garcilaso de la Vega 1988: 297). También anota la gentileza de los indios que no quieren luchar con ventaja.

En ciertas ocasiones el Inca no se limita a referir los hechos y fabula sobre lo que sus personajes pueden estar imaginando. Así se recrea en los pensamientos del cacique Vitachuco (II, I, XXIII):

Ya le parecía verse adorar de las naciones comarcanas y de todo aquel gran reino por los haber libertado y conservado sus vidas y haciendas: imaginaba ya oír los loores y alabanzas que los indios, por hecho tan famoso y con grandes aclamaciones le habían de dar. Fantaseaba los cantares que las mujeres y niños en sus corros, bailando delante de él, habían de cantar, compuestos en loor y memoria de sus proezas, cosa muy usada entre aquellos indios.



En La Florida se brinda escasa atención tanto a las historias amorosas como a las mujeres indígenas en general. Destaca la historia de la señora de Cosachiqui, moza por casar, recién heredada, discreta y de pecho señoril, gentil y generosa, que el Inca compara, para enaltecerla, con Cleopatra. (Garcilaso de la Vega 1988: 328). Una vez más el Inca justifica su comparación apelando al poder de la naturaleza sobre la cultura (Garcilaso de la Vega 1988: 329):

[...] de manera que los españoles se admiravan de oír tan buenas palabras, tan bien concertadas que mostravan la discreción de una bárbara nacida y criada lexos de toda buena enseñança y pulicía. Mas el buen natural, do quiere que lo ay, de suyo y sin doctrina floresce en discreciones y gentilezas y, al contrario, el necio cuanto más le enseñan tanto más torpe se muestra.



Para el Inca la nobleza de sangre es también del alma. La señora de Cosachiqui posee las mismas cualidades que cualquier dama de la nobleza castellana o de la poesía petrarquista. Es honesta, discreta y bella. El gobernador se comportará con ella con galanía e incluso habrá entre ellos un cortés intercambio de prendas (Garcilaso de la Vega 1988: 330), porque «no puede aver nobleza donde no ay virtud» (Garcilaso de la Vega 1988: 389).

Es obligado dejar anotado las valiosas Informaciones que nuestro autor nos da sobre los caballos, el mestizaje, los primeros españoles aindiados como Robles y Herrado -o el caso de Diego de Guzmán que, habiéndose enamorado de una nativa, decidió quedarse a vivir entre los indígenas-, sobre las guerras tribales, el cuidado de sus armas o la participación de las mujeres en la lucha.

La Florida es poco pródiga en el relato de hechos fantásticos pues su autor pretende hacer historia verdadera; no obstante no puede evitar introducir algunos cuentecillos como el del lebrel Bruto, que capturó a cuatro indios en la provincia de Ocali (Garcilaso de la Vega 1988: 195), el del poder mágico del hombre que huele el fuego (Garcilaso de la Vega 1988: 268) o el de la cristianización de un indio, a petición suya, tras haber visto al demonio (Garcilaso de la Vega 1988: 314). El Inca aprovecha este último suceso para subrayar la facilidad con la que los indios se convertían al cristianismo.

Yo entiendo que el Inca Garcilaso con La Florida inicia un camino que tendrá su continuación en los Comentarios Reales y que no es otro que demostrar o señalar que no hay ninguna diferencia entre el comportamiento de los indígenas y el de los cristianos. Garcilaso establece una sutil simetría. Tal como expresé en anteriores trabajos (Mercedes Serna 2000, 54-62), la Edad Media volvió la mirada a los antiguos y los cristianizó para tomarlos como modelos. San Jerónimo ya decía que los cristianos necesitan de los clásicos para sostener sus argumentos religiosos. Homero, Sócrates, Platón prefiguran el cristianismo antes de que éste fuera instaurado entre los hombres. Los filósofos antiguos, asevera san Agustín, en De vera religione, con sólo cambiarles unas pocas palabras se vuelven cristianos. Los primeros padres de la Iglesia llegan a creer que los paganos tienen la verdadera fe revelada. En las crónicas de Alfonso X el Sabio se utilizan como fuentes la Biblia y las Metamorfosis, la historia sagrada y la profana. Setenario, de Alfonso X el Sabio, supone la cristianización de manifestaciones idolátricas. Los clásicos aparecen como modelos de virtud: Hércules, Alejandro, Demóstenes, Eneas acatan y viven en la ley cristiana antes de que ésta exista. La misma idea la sustenta Garcilaso de la Vega, primero, de forma tímida, en La Florida y después, ya expuesta sin tapujos, en los Comentarios Reales. En los Comentarios los incas prefiguran y abren el camino al cristianismo.

Garcilaso, llevado por el amor a su tierra natal, llevó a cabo en sus escritos una operación de analogía. Educado con los jesuitas, con éstos buscó establecer una vía de comunicación entre el mundo indígena y cristiano. Así, los héroes indígenas pueden verse como anticipaciones del amor a Dios de la misma manera a como se hizo con los héroes paganos. De aquí que los caciques indígenas y luego los incas aparezcan como expresión de las virtudes cristianas y cortesanas.




Recursos y estructura

Para finalizar, quisiera anotar algunos de los recursos literarios más significativos de La Florida. Uno de ellos es el adelantamiento del final. Así, desde el inicio, el Inca explicará los motivos del fracaso de la expedición de Hernando de Soto (Garcilaso de la Vega 1988: 395).

Otro recurso es el desarrollo pormenorizado de hechos que podrían parecen insignificantes. Como explica Carmen de Mora, la necesidad de justificarse en tales casos demuestra hasta qué punto el autor es consciente del recurso que utiliza. Ya desde el inicio, el Inca es minucioso en la descripción de hechos de índole singular. Curiosamente, este recurso lo utiliza para demorarse en aspectos que tienen que ver con el mundo de los indígenas (se detiene a contarnos los enfados de los indios ante los españoles, su desconfianza, etc.)

El autor dedica, asimismo, nada menos que cuatro capítulos a la descripción del templo donde se entierran a los nobles de Cofachiqui, sin dejar, por eso, de mantener en vilo la atención del lector. Pero este poder de persuasión brota más de la destreza narrativa del Inca que de su fidelidad a los hechos. Todo el libro está impregnado de episodios y pequeñas anécdotas de extraordinario vigor narrativo, de hechos sorprendentes o situaciones excepcionales que hechizan al lector:

[...] porque Juan López Cacho, con lo mucho que había trabajado en el agua y con el gran frío que hacía, se había helado y quedado como estatua de palo sin poder menear pie ni mano.


(II, II, XIII)                


O esa tétrica escena, en la que, luego de la batalla, los españoles «se ocuparon de abrir indios muertos y sacar el unto para que sirviese de ungüentos y aceites para curar las heridas» (III, XXX).

A través de estas descripciones, el Inca pretende dar una imagen dignificante y valiente del indígena americano porque parte de una concepción edificante de la historia, siguiendo el modelo clásico. No hay que olvidar que Garcilaso posee una idea providencialista de la historia que no es exclusiva suya sino que forma parte de la concepción medieval: la historia lo es por designio divino (Garcilaso de la Vega 2000: 32).

Lavalle analiza el método garcilasiano de introducir pequeñas anécdotas en la historia de la siguiente manera (Bernard Lavalle 1982: 138):

Garcilaso supo renovar en gran parte este aspecto de la historia -crónica de su tiempo-, alternando y mezclando tal tipo de historia con otro mucho más moderno, aquel que se interesa, antes de todo, por el sinnúmero de detalles significativos que constituyen la vida colectiva e individual de los hombres del pasado y tiende hacia esa intrahistoria, de la que habla Unamuno, o la historia de «larga duración» definida por Braudel.


Estas descripciones dan a entender que las nuevas tierras eran un lugar espacioso y rico, rico también en posibilidades literarias.

A lo largo de estas descripciones al Inca se le cuelan muchas anotaciones personales y algunos rasgos autobiográficos. Hay, a este respecto, una dramática confesión que se produce cuando compara su caso al del soldado español Juan Ortiz, cautivo por más de diez años de los indios de los cacicazgos de Hirrihigua y de Mucozo y que, cuando van a rescatarlo unos españoles dirigidos por Baltasar de Gallegos, descubre que ha olvidado el español y apenas puede balbucear «Xivilla, Xivilla» para que lo reconozcan. Dice el Inca que, al igual que Juan Ortiz entre los indios, por no tener en España «con quien hablar mi lengua general y materna, que es la general que se habla en todo el Perú... se me ha olvidado de tal manera... que no acierto ahora a concertar seis o siete palabras en oración para dar a entender lo que quiero decir» (II, I, VI).

La imagen engrandecida que el autor ofrece a lo largo de todo el relato de los indios la justifica de dos maneras: o bien se refugia en su papel de mero escribiente (de glosador en los Comentarios Reales) como hace en el capítulo XXVII, o bien se escuda en la autoridad del padre Acosta.

En otras ocasiones confirma la veracidad de la nobleza de los indios con las palabras de su relator (Garcilaso de la Vega 1988: 222). Utiliza algunas digresiones en el texto que o le sirven para ejemplificar una idea o bien sirven para entretener. Una de las más llamativas, aunque breve, es la referencia que hace del entierro que los godos hicieron del rey Alarico (Garcilaso de la Vega 1988: 483). Esta digresión tiene como motivo fundamental contraponerla al triste entierro que recibe Hernando de Soto (Garcilaso de la Vega 1988: 478)

El Inca finaliza su obra haciendo un resumen de la historia de la conquista de la Florida, de las sucesivas expediciones y de los muertos habidos hasta 1568, incluyendo al mismo tiempo pinceladas de su intrahistoria. Aquí aparecen sus Comentarios Reales y todo lo que va a contar en ellos, haciendo especial hincapié en las fuentes orales (Garcilaso de la Vega 1988: 584).

En la última página, Garcilaso cuenta una anécdota que revela su manera de pensar y su «indigenismo»: El indio, que viendo a los españoles que han vuelto de la Florida, les increpa con estas palabras: «¿Desando vosotros essas provincias tan mal paradas como las dexastéis queréis que os demos nuevas dellas?» (Garcilaso de la Vega 1988: 588).

Y tras dejar constancia de la destrucción de la Florida por parte de los españoles, el Inca pone fin a su texto con otro mensaje implícito y ligado a su intento de armonizar ambos mundos: el deseo de que los españoles vayan otra vez a la Florida para predicar el santo Evangelio, pero no como Caín frente a Abel sino con misericordia (Garcilaso de la Vega 1988: 589).






Bibliografía


Textos

  • Inca Garcilaso de la Vega, La Florida, edición de Carmen de Mora, Madrid, Alianza Editorial, 1988.
  • Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales, edición de Enrique Pupo Walker, Madrid, Cátedra, 1996.
  • Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales, edición de Mercedes Serna, Madrid, Castalia, 2000.



Estudios

  • M. M. Bajtín, Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI Editores, 1982.
  • Ludovico Geymonat, Historia de la filosofía y de la ciencia, Barcelona, Crítica, 1985.
  • Bernard Lavalle, «El Inca Garcilaso de la Vega», en Historia de la literatura hispanoamericana, I, Época Colonial, Madrid, Cátedra, 1982.
  • Luis Loayza, El Sol de Lima, Lima, Mosca Azul Editores, 1974.
  • Bertrand Russell, Ensayos impopulares, Barcelona, Edhasa, 2003.
  • Edward W. Said, Orientalismo, Madrid, Debate, 2002.
  • Mercedes Serna, Edición, introducción y notas a Crónicas de Indias, Madrid, Cátedra, 2000.
  • John Grier Varner, El Inca, The life and times of Garcilaso de la Vega, Austin y Londres, University of Texas Press, 1968.




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