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- IV -

     A la puerta, con algunos de sus subordinados avisados como él a toda prisa, se hallaba ya el cadhí del barrio, quien avanzando hacia el grupo que formaban el Amir, Aixa y el katib, hizo humilde reverencia y aguardó sin pronunciar palabra las órdenes del Príncipe.

     -Nada necesito-dijo Abd-ul-La, a quien la presencia del cadhí molestaba.-Puedes retirarte.

     Inclinose el magistrado en señal de obediencia, y bien pronto él y sus servidores desaparecieron en las sombras. Entonces, caminando delante a la descubierta el arráez y a la zaga el katib, ambos prevenidos y dispuestos,-el joven Sultán llevando del brazo la dulce carga de aquella niña a quien adoraba ya, marchó lentamente, orgulloso y feliz de sentir resbalar sobre su frente el tibio aliento de la hermosa, cuyas mejillas se habían coloreado al beso de las auras nocturnas, y a cuyo rostro servía de velo el impenetrable de la noche.

     Así, no sin dificultad, aunque sin contratiempo alguno por fortuna, embargados uno y otro joven por el dulce sentimiento a cuyos halagos se abandonaban silenciosos,-llegaron por fin delante de las tapias del jardín de aquella casa suntuosa que en el barrio de la Rambla había con insistencia singular merecido varias veces que el Príncipe se detuviese, con extrañeza de sus acompañantes, durante la ronda que había terminado de aquella inesperada suerte.

     Llamó el arráez al portón por orden del Sultán, y al cabo de algunos instantes apareció envuelto en los pliegues de su caftán blanco un hombre soñoliento, de quien se dio aquél a conocer, y por quien fue el cancel franqueado.

     Al distinguir a Aixa, hizo ante ella ceremoniosa reverencia, y a la luz vacilante del candilillo de barro blanco que entre sus manos traía, guió servicial a los recién venidos hasta el cuerpo principal del edificio que se alzaba majestuosa y gallardamente en el centro del hermoso jardín, por cuyas enarenadas calles de sicomoros y de álamos caminaban.

     Cruzaron un patio, plantado también de árboles, y cuyo ambiento tibio y perfumado respiró con fuerza el Príncipe, y dejando en él a los dos oficiales,-guiados siempre por el hombre del caftán, penetraron el Amir y Aixa en una tarbeâ o aposento, delicadamente labrado, cercado de sofás con blandas almartabas de rica sedería bordada, e iluminado por los templados rayos de un orbe de cristal, que pendía de la techumbre de alerce.

     Tomaron asiento ambos jóvenes en uno de los sofás, y mientras por indicación de Abd-ul-La, el hombre, siempre silencioso, preparaba sobre una mesilla un tabaque de frutas secas y de vino de Málaga, desapareciendo después discretamente tras del tapiz que cubría una de las puertas interiores de la estancia,-el Príncipe, con voz dulce y cariñosa, exclamaba estrechando entre las suyas una de las manos de la niña:

     -�Te hallas mejor, bien mío?.. �Han desaparecido ya de tu pecho todo temor y sobresalto?

     -�Oh, Amir de los muslimes�-repuso ella con acento lánguido y respondiendo a la presión amorosa del Príncipe.-Si al lado tuyo no hubiese recobrado la tranquilidad, cuando te debo la vida, sería sobrado injusta... Sí, estoy mejor, gracias a la misericordia de Allah y a ti... Pero siento en la cabeza extraños ruidos, y de mí se apodera vaga somnolencia invencible que apenas puedo resistir...

     Vertió Abd-ul-Lah en una de las copas preparadas sobre la mesilla parte del líquido contenido en la botella, y llevándolo antes a sus labios hizo que Aixa apurase el resto del vino contenido; ofreciole después algunas frutas secas, y reanimada por tal medio, la muchacha, dando voluntariamente y con mayor seguridad respuesta a la pregunta que el Príncipe le había dirigido en la estancia donde fue hallada herida sobre el pavimento, exclamó:

     -�Quieres �oh señor y dueño mío amado! conocer las causas por las cuales esta noche cuando tú me buscabas por los contornos de esta casa, que la bondad de los que me protegen ha puesta a mi disposición y a mi servicio, era víctima yo del atentado, que bendigo, pues por él he merecido, miserable de mí, la dicha de verte a mi lado y de oír de tus labios que te interesa la suerte de esta pobre criatura abandonada...?

     -Así es en efecto-repuso Mohammad vivamente impresionado y pendiente de las palabras de la niña.

     -Pues bien: escucha, señor, y que tu misericordia temple los rigores de tu justicia, como el agua templa el acero...dijo Aixa recogiéndose un momento para interrogar su memoria. Después, con voz sentida y temblorosa, prosiguió:-Antes de dar comienzo a la confesión que he de hacerte, antes de que te dé noticia de los acontecimientos ocurridos, es preciso �oh soberano Príncipe de los creyentes! que por el santo nombre de Allah, por las sagradas verdades contenidas en el Libro Santo, y por el sepulcro del mejor de los Profetas �la bendición de Allah sea sobre él y los suyos! te dignes prometerme bajo juramento que no habrás de pensar mal de mí, ni habrás tampoco de dejar que tu cólera terrible caiga sobre aquellos que me protegen, y a quienes debo la ventura de haberte conocido...

     No dejó de extrañar al Príncipe semejante preámbulo, que estaba muy lejos de aguardar ciertamente, y que despertó en su ánimo vagas sospechas sin objeto fijo y determinado, pero no por ello menos punzantes y dolorosas, pues presentaban a sus ojos aquella mujer, hacia quien se sentía poderosamente arrastrado, bajo punto de vista muy distinto de como él se la había figurado aquella misma mañana.

     Había sin embargo en el acento de la joven tales y tan marcadas señas de sinceridad, y en su rostro eran tan evidentes y tan indudables las de la inocencia, que, acallando Mohammad los suspicaces recelos que le asaltaron a pesar suyo, desterrando toda sombra de duda, contestó al cabo de breve momento de vacilación harto visible, poniéndose en pie y llevando sobre el corazón la diestra:

     -Por Allah te juro, hermosa niña, que si tus labios, tan puros a la vista, no se manchan con el cieno de la impostura, y es verdad cuanto prometes decirme, no sólo daré crédito a tus palabras, por extraordinario que sea lo que refieras, sino que pediré además al Inmutable, a Aquel para quien no hay nada oculto en el corazón de las criaturas, cambie bondadoso mis sentimientos de cólera, si tu relación la excita, en dulce y bienhechora benevolencia, para cumplir tus deseos...

     -�Gracias! �Gracias, señor!-exclamó Aixa cayendo de rodillas a las plantas del Sultán y con los ojos anublados por las lágrimas.-Ahora-continuó,-que Allah el Excelso me proteja!.. Ya puedo hablar, pues de tus labios fluye el bien, como el agua del manantial cristalino!... Escúchame, señor y dueño mío!...

     Y con acento más seguro, aunque con manifiesta emoción todavía, prosiguió diciendo:

     -�Cuando, tranquila con la promesa de tu protección, abandoné esta mañana tu alcázar de la Alhambra (�presérvele Allah!), yo ignoraba quiénes eran, señor, aquellos bienhechores que la mano divina del Increado me había deparado al presentarme, huérfana y desvalida delante de los muros de Granada... Yo ignoraba también el paraje a donde aquel gentil caballero, de tu prosapia, me había conducido, y no acertaba en medio de mi asombro, creciente a cada paso, a explicarme los móviles secretos de aquella bondad incomprensible, discernida y dispensada a una miserable advenediza, como yo lo era para ellos... Ellos habían trocado mi miseria en riqueza, ellos habían halagado mi amor propio, acrecentando con galas y con joyas las perfecciones que plugo a Allah conceder benigno a mi cuerpo... Ellos me impulsaron hacia ti, a quien yo bendecía sin conocerte, como supremo Imam de la ley divina, y representante en la tierra del poderoso Allah, y ellos me dieron para acompañarme a tu presencia dos de sus servidores, a uno de los cuales esta misma noche has conocido...

     Hizo aquí leve pausa la niña, y el Sultán interesado en el relato, trajo a su memoria involuntariamente la imagen del hombre a quien había detenido pocas horas antes, y en quien reconocía uno de los asesinos de la joven.

     -�Al regresar, oh Príncipe de los muslimes, y montar de nuevo en el hermoso palafrén que me tenían dispuesto, aquellos hombres, con quienes no cambié en tal ocasión palabra alguna, llevándome por caminos para mí desconocidos y que no había antes cruzado, trajéronme a esta casa, donde llena de singular extrañeza hube de seguirles, aunque no sin protesta.-La calle estaba solitaria; oíase en verdad desde ella el alegre rumor de la cercana Bib-ar-Rambla; pero no transitaba nadie, y habría sido sin duda en mi temeridad inútil el resistirme, cual hube de pensarlo un momento.

     �Invocando la protección del Dispensador de todos los beneficios, y con su nombre en los labios, penetré en el hermoso jardín que acabamos de cruzar, y llegué a este mismo aposento, donde me esperaban ya el gentil caballero y la señora a quienes era deudora de tantas mercedes. Su vista desvaneció mis recelos, y alegre y recobrada, acerquéme a ambos y les dí cuenta de cuanto contigo, oh soberano Príncipe, me había ocurrido, y de la protección que me habías brindado. Felicitáronme por ello calurosamente, y la señora, cuyo nombre he sabido después, me dio a entender que de allí en adelante viviría esta casa, que ella me cedía, y entre mil halagos y lisonjas cariñosas, transcurrieron las horas del día, y las sombras de la noche comenzaron a agitarse en los lejanos términos del horizonte para invadir lentamente el espacio, y robar la luz del sol a la tierra, envolviéndola en los densos pliegues de su manto...

     �Cuando brilló el lucero refulgente de la noche, cuando en los aires vibraba el pregón de las mezquitas para el salah de al-magrib, el caballero, que hasta entonces había permanecido a ratos silencioso, levantáse cual movido de un resorte y avanzando hacia mí, exclamó:

     -�Ya es, Aixa, hora de que interrogues a los astros mi suerte, cual me tienes prometido, y como con impaciencia aguardo... Y pues la luz del sol que te impedía descorrer el velo del porvenir, ha desaparecido rodando en el caos insondable de la noche, aquí tienes mi mano... Dime pues los secretos que oculta lo futuro para mí, ya que plugo a Allah concederte esta virtud maravillosa y a tan pocos otorgada.

     �Obedecí, según era mi deber, no sin antes haberle manifestado que no me hiciese responsable de lo que los astros revelaran y no fuere de su agrado; y con su mano abierta y extendida entre las mías, consulté cuidadosamente las rayas que cruzaban la palma, y levanté al cielo los ojos.

     �Como por la mañana, descubrí, oh Príncipe mío, en el caballero a un descendiente de Saâd-ben-Obada, el compañero del Profeta, a quien Allah bendiga; como entonces, vi surcar entre las miriadas de estrellas que parpadeaban en el espacio, la estrella de su vida, y la vi crecer, engrandecerse, brillar con fulgor inusitado, al lado de otra estrella más hermosa que ella, y que permanecía tranquila despidiendo con fuerza e intensidad propias y activas, resplandores clarísimos que derramaban poderosa luz en torno suyo... Vi la estrella del caballero adquirir poco a poco la intensidad de la otra, pareciendo por un momento próxima a oscurecerla y eclipsarla... Pero Allah no puede patrocinar lo injusto, y Allah tenía dispuesto que al acercarse una a otra estrella, en aquel combate singular que parecía entablado en las regiones siderales y que sólo yo podía sorprender entre las sombras misteriosas de la noche, la estrella del caballero debía sucumbir, y sucumbió de repente desapareciendo como arrancada del manto azul sobre el cual se había ostentado refulgente y espléndida por un momento...

     �Pendiente parecía de mis palabras el caballero, cuyo pulso sentí bajo la presión de mi mano agitarse con descompasado movimiento. La suya abrasaba y se contraía nerviosamente... La señora había permanecido silenciosa hasta aquel instante, sin atreverse a intervenir, y procurando inútilmente distinguir entre las estrellas del firmamento, aquellas dos que habían seguido mis ojos.

     �Así que hube terminado,-prosiguió Aixa tras breve momento de descanso, durante el cual Mohammad pareció profundamente preocupado,-el caballero, lanzando hondo suspiro, retiró su mano bruscamente, y encarándose conmigo, exclamó:

     -��Sabes tú, por ventura, el nombre de aquel a quien corresponde esa estrella, ante la cual la mía ha desaparecido eclipsada para siempre?

     -�Oh señor,-le repliqué llena de súbito temor que no reconocía causa ostensible.-Al descorrer por tu voluntad el velo del porvenir, he leído también en tu mano tus más íntimos secretos...

     -�El nombre, el nombre de esa criatura-repuso con acento duro e imperativo.

     -��Quieres saberlo?...

     -�Sí-dijo la dama interviniendo.-Dínos el nombre, y podremos en tal caso creer tus supercherías...

     -�Pues bien, ya que lo deseáis, ya que sospecháis de la verdad de mis palabras y de la fuerza de mis intenciones, sabed que esa estrella ante la cual ha desaparecido rota y deshecha la que preside los destinos del príncipe�...

     -�Del príncipe?..-interrumpió de pronto el Sultán como si despertase de un sueño.-�Has dicho del príncipe?...-añadió.

     -Sí, del príncipe; del príncipe tu primo Abu-Abd-il-Lah Mohammad tu homónimo, a quien llaman Abu-Saîd por su lacba o sobrenombre.

     -Continúa-repuso el Amir secamente.

     -�No fue menor, así Allah me salve, que la tuya, la sorpresa producida en mis protectores por mis palabras-prosiguió la niña,-creciendo aún más cuando les hube claramente demostrado que aquella otra estrella resplandeciente, y que seguía fulgurando tranquila en el firmamento, era �oh señor y dueño mío! tu estrella propia, la estrella de tu destino, la estrella del Sultán de Granada... �Allah te esfuerce y te proteja!

     �Con muestras de profundísimo disgusto, trabajosamente contenidas, apartáronse de mí la sultana Seti-Mariem, pues ésta era la dama, y tu primo el príncipe, sin dirigirme frase alguna; y cuando avanzada la noche no les vi regresar, y me sentí sola, completamente sola,-poseída de invencible inquietud llamé, apareciendo uno de aquellos dos servidores que me habían acompañado por la mañana a tu alcázar. A mis preguntas, contestó siempre con marcadas muestras de respeto, diciéndome que la sultana había dejado dispuesto que aquella misma noche, a la hora del salah de al-âtema, debía repetir la experiencia en otro lugar distinto, donde ella quería también consultarme, y que era llegada ya la ocasión de que nos pusiéramos en camino.

     �No tenía motivos para dudar de la sinceridad de aquel hombre, y levantándome de mi asiento, me dispuse por mi parte a complacer a la sultana, a quien tanto debía; y guiada por él y por su compañero, abandonamos esta casa y cruzamos las solitarias calles de la ciudad, conduciéndome a aquella otra casa, cuyo solo recuerdo me estremece...

     �Allí-continuó Aixa tras breve momento de silencio que no se atrevió a interrumpir el Sultán, interesado en el relato,-allí, cuando dentro ya de la miserable estancia donde me has encontrado, advertí no sin espanto que cerraba uno de los servidores con llave la puerta, concebí grandes temores; pero no era ya tiempo de retroceder, y dirigiéndome al otro, que había encendido un candil colocándolo sobre la mesa, exclamé:

     -�Por Allah que me extrañan todas estas precauciones, y que no sé, cuando venga la sultana, nuestra señora, por dónde habrá de entrar si cerráis esa puerta...

     �Echose brutalmente a reír aquel hombre; y como ya su compañero había vuelto, ambos se encararon conmigo, diciendo uno de ellos que era inútil que esperase a la sultana y que era inútil todo fingimiento: que no habían recibido orden de nadie y que me habían llevado allí para consultarme ellos...

     �No tuve necesidad de escuchar más para comprender desde luego por sus ademanes cuáles eran sus intenciones; y resuelta a todo, luché con ellos desesperada, hasta que vencida caí al suelo sin sentido...

     �Después, cuando gracias a tus cuidados, oh dueño mío, abrí los ojos y te hallé a mi lado, todo me pareció horrible pesadilla... A tu lado ha vuelto la tranquilidad a mi espíritu, y nada temo...

     -Es verdad-dijo el Sultán.-Nada tienes que temer en adelante, porque uno de esos hombres está ya en poder del cadhí, y el otro lo estará en breve... Pero, después de todo-añadió no sin cierta expresión de incrédula suspicacia,-no comprendo por qué, para referirme este sencillo relato, has llamado a las puertas de mi corazón, invocando en él mi clemencia para la sultana Seti-Mariem y para mi primo...

     -Soberano Príncipe de los muslimes-exclamó Aixa dejándose caer a los pies del Sultán,-yo no soy sino una pobre muchacha abandonada, sin instrucción, sin familia, sin hogar, sin nadie a quien volver los ojos en mi desventura; pero por lo que las estrellas me han esta noche revelado, por el apartamiento en que mis protectores viven respecto de ti, y por otras señas que he advertido, harto se me alcanza que no gozan de tu favor, ni son tampoco de él acaso merecedores...

     -�Qué sospechas?-preguntó el Sultán con visible desagrado poniéndose en pie y apartando a la muchacha que seguía a sus plantas de rodillas.

     -No permita Allah que yo llegue a abrigar pensamiento alguno que ofenda en lo más leve tu persona y las de la sultana y el príncipe... Pero no debo, señor, ocultarte, que la voluntad de Allah, a quien todo obedece en ambos mundos, ha querido que yo penetrase ciertos secretos, y que no sea un misterio para mí nada de lo que piensan aquellos cuya suerte he seguido en el curso de los astros...

     -Pues bien, sí, tienes razón-repuso Mohammad no ocultando ya su enojo.-Y pues conoces lo que piensan mis enemigos y de ellos te muestras defensora; pues cuentas con su protección, nada tengo que hacer aquí... Que Allah te guarde!

     Y sin dignarse volver los ojos a donde la niña continuaba deshecha en lágrimas, dio algunos pasos en dirección de la puerta...

     Allí, no obstante, se detuvo, como si fuerzas superiores a su voluntad le impidieran marcharse, hasta que al fin, tras breve lucha consigo mismo, y conmovido por el llanto de la joven que proseguía arrodillada siempre en el mismo sitio, retrocedió hasta ella, y con acento melancólico, exclamó:

     -Que Allah te perdone el daño que me has hecho!... Había creído que por fin, en medio de las ambiciones que me cercan y de la atmósfera viciada que respiro, era para mí llegada la hora de encontrar un alma pura y un corazón sin mancha que comprendiesen mi corazón y apreciasen los sentimientos de mi alma... Había creído que eras tú, a quien Allah dotó de singulares perfecciones, que Thagut emplea sin duda para perderme, la encargada de dar paz a mi espíritu y borrar de él estas sombras tenaces que sin cesar le envuelven, apartando al par de mis labios la amarga bebida que como el fruto de Zacún y de Guislín, me dan a beber continuamente... Pero todo era un sueño! Todo mentira!... Que Allah te perdone como yo te perdono, y perdono también a aquellos que de ti se valen en contra mía...

     -Oh! No! No te irás así, señor y dueño mío-balbuceó entre sollozos Aixa, arrastrándose hasta donde el Príncipe había avanzado.-No te irás así... Porque aun, a trueque de desgarrar mi alma, quiero que tu corazón al separarte de mi lado vaya tranquilo, y que en tu mente no se agiten pensamientos engañosos como los halagos de Xaythan el apedreado! Quiero que sepas que mi corazón es tuyo desde el momento feliz para mí en que te vieron mis ojos y oyeron tu voz mis oídos... Quiero que sepas que ante ti, no hay nada para mí en el mundo, y que estoy dispuesta a ejecutar cuanto ordenares y fuere voluntad tuya... �Son, dices, enemigos tuyos, señor, aquellos que hoy me han dado abrigo y se disponen a protegerme?... Pues también son mis enemigos, y desde este momento los aborrezco... No quiero nada suyo-añadió arrancando de su garganta los collares y de sus brazos las ajorcas de oro que la adornaban, dejando sólo el que el Sultán le había regalado.-El aire que aquí se respira me envenena... Tuya soy �oh Mohammad! y a ti me entrego para que dispongas de mi suerte... Llévame donde te vea, aunque no me dirijas la palabra... Que yo oiga tu voz, que respire el mismo ambiente que tú respiras... Seré tu esclava, la esclava sumisa de las mujeres de tu harem, y si te place, dame la muerte y te bendeciré y bendeciré tu nombre al entregar mi alma al Señor del Trono excelso que la ha creado!

     Era tal la verdad que, como esculpida, resaltaba en el acento de la joven, que no pudo menos el Sultán de sentir sobre su espíritu el efecto; y conmovido realmente por las palabras de Aixa, las cuales caían cual benéfico rocío sobre el lacerado corazón del Príncipe, acercose éste aún más a ella, y levantándola del suelo, llevola al centro de la estancia, donde era mayor la intensidad de la luz, y fijando sus ojos en los de la desconsolada niña, dijo al fin con voz temblorosa y emocionada:

     -�Oh! �Te creo! Sí... Es preciso que te crea!... La mirada de tus ojos es pura, como lo son tus labios... �Que la maldición de Allah caiga sobre ti si me engañares, y vaya tu alma a las profundidades del chahanem si has mentido!... Pero no... Tu alma es inocente y no es capaz de semejante infamia... �Cómo habría de amarte yo si fuese de otro modo? Perdona mi extravío de un momento, y que el beso que imprimen mis labios sobre tu frente, sea prenda de reconciliación y de cariño eternos!...

     Enjugó Aixa sus lágrimas, ya sonriendo, y estrechando entre sus desnudos brazos el cuello del Sultán, con un movimiento tan rápido como espontáneo, buscó con los suyos los labios del Príncipe, y dejó en ellos un beso que abrasaba...

     Después Mohammad la condujo a uno de los sofás, y bajando la voz, habló de esta manera, si no mienten los narradores de historias:

     -Aixa, nada en el mundo podrá hacerme olvidar las emociones que han combatido esta noche memorable mi espíritu... Nada tampoco que me haga olvidarte, ni que haga palidecer la llama que arde por ti en mi pecho... Mi corazón es tuyo como el tuyo es mío; y aunque sé que bastaría una indicación por mi parte para que me siguieras a mi alcázar, donde el Cadhí-al-codha extendería el acta de nuestro matrimonio, pues no de otra suerte te quiero; aunque sé que de todas maneras, pues lo veo en tus ojos, serias mía, haciendome en tus brazos el más feliz de los seres creados por la benevolencia de Allah �ensalzado sea!... espero que por el amor mismo que me profesas, habrás de comprender la necesidad de que contra mi voluntad y mi deseo, permanezcas en esta casa y continúes en ella prestándote en apariencia a las maquinaciones de la sultana Seti-Mariem y del príncipe Abu-Saîd mi primo, a quienes ya conoces, para poder salvar mi vida de futuras contingencias. Tú has leído en el libro del porvenir y has visto en él manifiestas cuáles son sus intenciones y lo que pretenden... Tú eres, pues, la única que puede por voluntad de Allah deshacer sus intrigas... Mira si será grande mi cariño, y si tendré en él confianza, cuando te entrego mi vida, pues sólo mi vida es lo que quieren aquellos a quienes llamas tus protectores, y cuya conducta para contigo tiene sin duda alguna un fin que por el presente no se nos alcanza...

     -Yo haré cuanto tú quieras, y cuanto ordenares... Pero por Allah te suplico no dejes que mis tristes ojos hallen sólo tu imagen en mi memoria... Si no te viera, si no te sintiese a mi lado, acaso me faltase el valor, y moriría...

     -No permita Allah que tal suceda... �Piensas por ventura que sería tampoco para mí posible la vida, amándote como te amo, si una sola vez discurriese el sol de oriente a ocaso, sin que te hubiesen visto mis ojos y hubiese llegado hasta mi pecho el bálsamo consolador de tus palabras?... Te engañas... Vendré todas las noches, y como ahora, mis labios te dirán cuán grande es el amor en que por ti me abraso...

     Pronunciadas estas palabras, el Príncipe se puso en pie, y atrayendo sobre su corazón la cabeza de la enamorada niña, tornó a sellar con apasionado beso aquella alianza.

     Después, separándose de los brazos de Aixa, cruzó lleno de lisonjeras esperanzas y de felicidad el aposento, y salió al patio donde le aguardaban impasibles sus dos servidores, emprendiendo con ellos el camino de la Alhambra.



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- V -

     REFIEREN las historias, con efecto, que mientras aún colocado por los crecientes triunfos de los nassaríes de Castilla (�maldígalos Allah!) en circunstancias bien críticas y especiales para los siervos de Mahoma, atendía solícito el joven Sultán de Granada a la prosperidad y a la ventura de sus vasallos, preparándoles para acontecimientos más felices que los acaecidos durante los reinados de sus predecesores,-como al morir la sultana Botseina, madre de Abd-ul Lah, hubiese contraído nuevo matrimonio Abu-l-Hachich Yusuf I con Seti-Mariem y dejado de tal unión dos hijos llamados Ismaîl y Caîs,-había aquella procurado por cuantos medios le hubo sugerido su mal deseo, y guiada sólo más que por el amor a sus hijos por la ambición insaciable que la poseía, que el Sultán, postergando al primogénito Abd-ul-Lah, hiciese reconocer públicamente como heredero de la sultanía al príncipe Ismaîl, niño de escasa edad, aun rompiendo con la costumbre y perjudicando los intereses de los muslimes, a semejanza de lo que había ya una vez practicado el Califa de Córdoba Al-Hakem II (�complázcase Allah en él!) obligando a los guazires a reconocer como heredero del Califato a su hijo el desventurado Hixem II.

     Seducido por los halagos de la sultana, no se hallaba el ánimo del Príncipe Yusuf sino muy inclinado a complacerla, sin sospecha de que lo que Seti-Mariem realmente pretendía, era sin duda que Granada, así como Castilla había estado gobernada por una mujer, durante las minoridades de Fernando IV y de Alfonso XI, lo estuviese también por ella, para disponer a su antojo del reino y precipitarle seguramente en la ruina de que le habían librado los príncipes malagueños al apoderarse de él, dando muerte a Mohammad III.

     Pero Allah, que vela siempre por sus criaturas, lo había dispuesto de otra suerte, y antes de que Yusuf, cediendo débil a las sugestiones de Seti-Mariem hubiese satisfecho los deseos de ésta, despojando de su herencia al príncipe Abd-ul-Lah, consentía para bien de los muslimes que la mano de un loco privase de la vida al Sultán en la macsura de la Mezquita de la Alhambra, cuatro años hacía, desbaratando así los diabólicos planes de la sultana. Es verdad que, si no mienten las historias, y Allah es el conocedor supremo de todas las cosas, Seti-Mariem, según se aseguraba, no había sido por completo extraña a aquel suceso, el cual se había no obstante anticipado contra su voluntad; pero es lo cierto que, una vez dada sepultura en la raudha de la Alhambra al cadáver del desventurado Yusuf, reunidos los guazires con los jefes del ejército y los principales dignatarios de la Corte, fue solemnemente proclamado el Príncipe Abu-Abd-ul-Lah Mohammad, reconociéndole todos por señor sin contradicción ni protesta de nadie.

     Por aquel acto pues, la sultana veía para siempre burlados sus deseos; pero empeñada con mayor tenacidad que nunca en el logro de los mismos, y conociendo el carácter ambicioso del príncipe Abu-Saîd, a quien poco antes de su muerte había Yusuf I dado en matrimonio una de sus hijas,-habíase unido a él como se unen para sucederse y auxiliarse la luz y las tinieblas, y juntos, buscaban los medios de desembarazarse del joven Sultán, quien desde el primer momento tenía con lo noble de su conducta conquistada la voluntad de los granadinos.

     Conocedor de tales intrigas, aunque repugnando darles crédito al principio, tuvo al postre que apartar de su lado a la viuda de su padre, a sus hermanos, y a su primo Abu-Saîd, cerrando las puertas de su alcázar para siempre a aquellos ambiciosos, rendido ya por la evidencia. Habría podido deshacerse de semejantes enemigos, cual fue práctica entre los Sultanes, privándoles de la vida; pero su alma era incapaz de ello, y contando como contaba con el amor de sus vasallos, dio al desprecio y al olvido las torpes maquinaciones de Seti-Mariem y de su auxiliar, las cuales hasta entonces no habían logrado éxito alguno.

     No otra era la situación de los sucesos, cuando Aixa despertaba en el ánimo del joven Príncipe nuevos recelos, y cuando las palabras de la infeliz huérfana poníanle de manifiesto que sus enemigos no habían cejado en la empresa y que vigilaban despiertos, como el buitre carnicero vigila los grandes campamentos, con la esperanza de que llegado el día de la batalla, habrán de proporcionarles espléndido banquete.

     Por esa razón Abd-ul-Lah había desconfiado de Aixa; por esa razón, al escuchar sus palabras, había querido huir de ella; pero tranquilizada al fin su alma noble e incapaz de doblez y de impostura por el acento de verdad con que la niña protestaba de toda participación con los enemigos del hombre a quien ya amaba más que a su vida, y calculando al propio tiempo lo mucho que le interesaba conocer las maquinaciones de la sultana y de Abu-Saîd, para poder burlarlas, sin tomar medida alguna rigurosa hasta el último extremo, aun contra sus propios deseos,-resolvíase a separarse de la huérfana, hacia quien sentía desconocida inclinación poderosa, confiándole velase por su vida, y sin precaverse de otro modo.

     Cuando a la mañana siguiente despertó Aixa, el sol inundaba alegre y regocijado el al-hamy-donde tenía su lecho. Las emociones que habían combatido su espíritu el día anterior eran tantas y tan grandes, que Allah compadecido había derramado sobre ella benéficos ensueños, en los cuales había gustado todos los deleites del paraíso, al lado de Abd-ul-Lah, su enamorado, de cuyos labios de fuego sentía aún las huellas en la frente.

     Saltando desnuda al pavimento desde la tarima de pintados aliceres sobre los cuales se extendían los blandos almohadones en que había pasado la noche, cayó de rodillas, y allí, invocando el santo nombre de Allah, como tenía de costumbre y le había en su niñez enseñado la anciana que cuidó de sus primeros años en los riscos de la Alpujarra, dio gracias al Señor del trono excelso por sus mercedes, y le pidió protección para ella y para el Príncipe, de quien no se apartaba su pensamiento.

     Abríase el al-hamy en una estancia de no grande anchura, toda ella cubierta de esmaltadas labores de yesería; fingía la techumbre complicada labor de estrellas y de lazos, vivamente coloridos, y entre las rizadas hojas de acanto y de loto, y las piñas graciosamente combinadas con arquillos y con ondulantes cintas que llenaban los muros, al levantar la vista, como respuesta a sus deseos y promesa de sus esperanzas, resplandecían a la luz brillante del sol ora en caracteres cúficos ora en africanos, multitud de inscripciones doradas que se destacaban sobre el fondo labrado, todas ellas declarando al unísono:

La felicidad y la prosperidad sean para mi dueño.

     Teniéndolo por buen augurio, y ya completamente tranquila, terminó sus oraciones, y antes de llamar a ninguna de las doncellas puestas a su servicio, dejose caer sobre el pavimento y se entregó a serias meditaciones.

     La protección de Allah para con el Príncipe, era segura, y señales evidentes de ello resultaban, primero el lenguaje expresivo de los astros, y después la fortuita circunstancia de que a su pensamiento hubieran respondido los epígrafes murales de aquella estancia: el Sultán triunfaría de todos sus enemigos, de la sultana Seti-Mariem y de Abu-Saîd; aquello era indudable... Pero �quién podría evitar cualquier contingencia no prevista, que hiciese en realidad inútil la protección del cielo? �Sería ella capaz de detener a aquellos que atentaban contra la existencia del Príncipe? �Cuál habría de ser al propio tiempo su suerte?...

     Sumida en este linaje de consideraciones, permaneció Aixa largo rato, sin acordarse de que el tiempo transcurría: de la pasada noche, ni aun conservaba el recuerdo... La herida de la frente no había casi dejado huella, y oculta podía estar entre las guedejas de su cabellera, o entre los pliegues de la toca: hermosos eran los colores de sus mejillas, y en sus ojos se traslucía la satisfacción que le embargaba, semejando en aquel traje, en que lucía todos sus encantos, una de las huríes del paraíso prometido por Allah a los buenos musulmanes.

     Al fin, y escuchando ruido en la puerta de la estancia, hizo un movimiento, y volviendo otra vez al lecho, que había abandonado, dio orden de entrar a sus doncellas, pues ellas eran las que se insinuaban de aquella suerte, abandonándose después indolentemente en sus manos, que en balde pretendían acrecentar los hechizos de la niña.

     Entregada de lleno a la lucha tenaz que en su espíritu tenían trabada por un lado el amor que profesaba al Príncipe y la gratitud por otro de que aparecía ostensiblemente deudora a la sultana Seti-Mariem y a Abu-Saîd, vio no sin zozobra Aixa discurrir dentro de su aposento las horas de aquel día, sin que turbara su reposo nadie; sólo al caer la tarde, con la solemne majestad con que en otoño desciende el sol a ocultarse tras de los lejanos términos del horizonte, mientras ella echada de pechos sobre el alféizar de un ajimez seguía con la vista el vuelo de las golondrinas que giraban lanzando agudos gritos por el espacio,-abriéndose en silencio una puertecilla perfectamente disimulada entre la yesería del muro, apareció Seti-Mariem envuelta en los anchos pliegues del lujoso izar que la cubría, y avanzando sin hacer ruido hasta donde continuaba embelesada su protegida, la tocó ligeramente en el hombro.

     Volviose entonces estremecida la muchacha al contacto de aquella mano, y al hallarse frente a frente de Seti-Mariem, mortal palidez cubrió su rostro; mas acordándose de la promesa hecha al Sultán, ensayaron sus labios una sonrisa, y con acento que procuró fuese cariñoso, exclamó levantándose:

     -�Eres tú?... Que Allah te bendiga, como yo te bendigo, y te colme de ventura cual te deseo!

     -Que Él te oiga, y derrame sobre ti sus favores,-replicó la sultana.-Ciertamente que te habrás impacientado permaneciendo aquí todo el día sola...-repuso.-Pero no siempre es dado a las criaturas el cumplir sus propósitos.

     -Así es, señora,-dijo Aixa-Mas no creas que mi impaciencia haya sido grande, pues en mi soledad me acompañaba tu recuerdo, y además pensaba en mi madre... Mi madre, a quien no he conocido, y en cuya busca vine a Granada!

     -Pobre niña-exclamó con tono compasivo la sultana.-Allah vela por sus criaturas, y Él premiará el amor profundo que guardas hacia la que te dio el ser y te ha abandonado... Tengo la seguridad-añadió con acento y ademanes insinuantes-de que, tarde o temprano, me será posible devolverte al cariño de tu madre, y por esta parte debes estar tranquila, tanto más cuanto que el Amir de los muslimes (�prospérele Allah!) te ha prometido formalmente su auxilio...

     -Es verdad, y en él y en ti confío.

     -�Oh! Más en él que en mí �no es cierto?... Él es el Príncipe de los creyentes, el soberano de este hermoso reino de Granada, y su voluntad es ley suprema... Tiene a su disposición medios superiores, y un ejército de gentes que sabrán descubrir lo que él quiera, y quién sabe si a estas horas el secreto que tú pretendes con tanta razón saber, habrá ya desaparecido, y en breve, esta noche quizás, podrás echarte en brazos de tu madre como anhelas!

     -Que Allah te oiga-exclamó conmovida Aixa, enjugando las lágrimas que se habían agolpado a sus ojos.

     -Sí... Sí me oirá, niña-repuso Seti-Mariem.-Y mientras tanto, aquí, en esta casa podrás libre de todo riesgo esperar ese feliz momento, pues me has interesado y sólo quiero tu bien...

     -�Oh! �Con qué podré pagar yo tantas bondades?-dijo la huérfana, cayendo en el lazo que tan diestramente le había tendido la sultana, y dejando que la conversación llegase al terreno preparado por ésta.

     -Pagarlas! Quién piensa en eso! No permita Allah que yo deje nunca expuesta a los peligros que la hubieran podido amenazar, a una criatura predilecta suya, a quien ha concedido pródigo los tesoros de su gracia, haciéndola por esto superior a sus semejantes!... No!... No sé además qué voz secreta me lleva hacia ti, cuando apenas te conozco, y te miro ya como hija mía...

     -Allah te premie, señora-acertó a balbucir Aixa, realmente emocionada, y no sabiendo cómo explicarse el lenguaje de aquella mujer.

     -Si tú quisieras... Oh! Pero no querrás, no querrás, y a muy poca costa podrías pagar eso que llamas mis beneficios...

     -�Qué deseas?...-dijo Aixa-Yo haré, señora, de buen grado, todo cuanto ordenares, porque en ello tendré verdadera complacencia.

     -Si tú quisieras, yo sería para ti la madre que buscas... Te rodearía de ese amor que no has gustado y en pos del cual te afanas... Vivirías a mi lado tranquila y sosegada, y acaso, acaso-añadió con expresión algún tanto maliciosa-lograses por tal medio la realización de alguna esperanza, quizás nacida ha poco: desde que te hallas en Granada...

     -No te entiendo-expresó la niña, poniéndose ya en guardia.

     -�No me entiendes?... Pues bien: cesa de buscar esa madre quimérica, que quizás ya no exista. Yo la reemplazaré con ventaja y será tuyo mi cariño. Te colmaré de riquezas, y te haré tan grande, tan grande, que los mayores y más altos de Granada tengan a favor el besar la fimbria de tu vestidura... �Me entiendes?...

     Hizo Aixa una señal afirmativa con la cabeza, y la sultana prosiguió:

     -Para ello, sólo exijo de ti un poco de afecto, y sumisión absoluta a mi voluntad, que por otra parte no habrá de molestarte mucho...

     -Eso, señora-dijo Aixa,-siempre lo tendrás en mí, aun sin renegar de mi madre, ni cesar en las pesquisas que debo comenzar en breve...

     -Ya lo sé, hija mía, y no es a eso a lo que aludo... Lo que yo ambiciono para ti, lo que quiero, es que en premio de tus virtudes y como recompensa de tu cariño, vea yo a tus pies enamorado al Sultán de Granada...

     -�Qué dices, señora?-preguntó Aixa comprendiendo al cabo el alcance de la proposición que tan embozadamente le hacía la sultana.

     -�Piensas que ignoro el efecto que en ti ha causado, y el que tú le has producido? �Crees que desconozco lo irresistible de tus encantos? Nada se me oculta, hija mía, y leo en tu corazón como en un libro abierto... Con que, quedamos, así Allah te proteja-añadió,-en que me mirarás de aquí en adelante como si fuera la madre desnaturalizada que buscas, y en que me proporcionarás el placer inmenso de mostrarme aquí, en esta estancia, postrado a tus pies y rendido de amor al Príncipe de los muslimes.

     Mal se avenía ciertamente con la lealtad ingenua de la doncella, el papel de cuyo difícil desempeño le había encargado Abd-ul-Lah la anterior noche; por eso, ante la proposición de la sultana, nerviosa sacudida conmovió todo su cuerpo repulsivamente. Sin ser dueño de su persona, olvidada de cuantas recomendaciones el Príncipe le había hecho, y aun de los favores que aparentemente debía a Seti-Mariem, alzose de su asiento, y exclamó indignada sin poder ya por más tiempo contenerse:

     -�Cómo, sultana!... �Pretendes, por ventura, que yo te entregue la sagrada persona del Amir de los fieles, para desembarazarte de él?... �Es para esto para lo que tú y el príncipe Abu-Saîd habéis fingido protegerme?... Por Allah, que no esperaba de ti semejante cosa!

     Mientras Aixa pronunciaba con acento rápido tales y tan inesperadas palabras, habíase operado en el semblante de Seti-Mariem transformación tan grande que causaba espanto. Como si hubiese sentido la mordedura de un áspid, lívida, descompuesta, amenazadora, levantábase de un solo impulso del asiento que ocupaba, y avanzando hacia la niña, que la miraba sobrecogida de miedo, asiola terrible por un brazo, mientras dejaba como silbidos salir una a una de sus labios las frases, entrecortadas por la cólera.

     -�Miserable! �Qué has dicho? rugió.-El secreto que has descubierto vale tu vida, y con ella pagarás tu audacia!... Sí... Es verdad! �A qué ocultarlo cuando ya lo sabes?... Sí, quiero que el que se llama Sultán de Granada, ese engendro aborrecido del infierno, caiga en mis manos, sin que nada ni nadie pueda acudir en auxilio suyo!... Lo quiero, y tú serás quien me le entregue... �Has oído?... Tú! Porque esa es mi voluntad!

     -�Tu voluntad!-replicó Aixa-Muy grande es tu poder, señora, no lo ignoro-añadió con voz solemne,-pero sobre él está el poder del Señor de las criaturas, que me ha dado también a mí, pobre y desvalida muchacha, voluntad para oponerme a la tuya!...

     -�Cuán grande es tu error!-dijo Seti-Mariem procurando contener la cólera que de ella antes se había apoderado, y dando a sus palabras entonación agresiva.-�No eres tú Zahorí? �No sabes leer en el curso de los astros la suerte de los demás?... Pues �cómo no has leído la tuya?... Por ventura �no te han dicho los genios, desventurada, que eres esclava mía, esclava de la sultana Seti-Mariem, y que tengo sobre ti derecho de vida y muerte?...

     -�Esclava! Esclava yo, que no he tenido otro señor y dueño que Allah, �bendito sea!... Yo, que he nacido libre, y libre he sido siempre como la alondra en los aires, como el manantial en las montañas, como el céfiro en los prados!... �Piensas por ventura detenerme contra mi voluntad?...�Es inútil!

     Y así diciendo, Aixa se encaminó rápida como el pensamiento hacia una de las puertas de la estancia, que halló cerrada como las restantes, y que golpeó en vano repetidas veces. Entonces, y mientras la sultana la contemplaba sonriendo irónicamente, volvió al ajimez donde se encontraba cuando había aquella aparecido de improviso, y pretendió arrojarse por él; pero también aquel camino estaba cerrado, pues al pie del muro distinguió un grupo de esclavos y servidores de la sultana...

     -�Estoy en tu poder!-exclamó al cabo...-En tu poder! Pero nada conseguirás de mí, si no me devuelves la libertad que tan inicuamente tratas de arrebatarme!

     -Por Allah, que ya era hora de que te convencieses!...

     Estás en mi poder, y será en balde cuanto intentares para librarte... Ya lo has visto... Ni el mismo que se ufana con el título de Sultán en Granada, podrá arrancarte de mis manos... La alusión que Seti-Mariem acababa de hacer al soberano Príncipe de los muslimes, lejos de exasperar a Aixa, como aquella esperaba, gozándose de antemano, devolvió a la joven la calma que por breve momento había olvidado; pues acudiendo entonces a su memoria las recomendaciones de Abd-ul-Lah, y reservándose el aprovechar cualquier coyuntura favorable, fingió ceder a su propia debilidad, y recobrando sobre sí el dominio perdido, se mostró abatida y como resignada con la suerte que la ambiciosa madrastra del Amir la reservaba.

     -�En tu poder!-repitió sólo.-Sí, tienes razón-añadió.-�Qué puedo contra ti, miserable huérfana?... �Quién habrá de reclamar en mi nombre, cuando a nadie conozco?... �Ten compasión de mí, señora!... Allah, sobre todos los bienes que me ha concedido, me dio el de la libertad, como el más precioso e inestimable... Yo, a modo del pajarillo, necesito el espacio para vivir y cantar de rama en rama... �Qué te importa mi persona? �Qué ganas con tenerme aquí cautiva, tú que tantas esclavas más útiles que yo posees, cuando no sirvo para nada?... Déjame que tienda el vuelo por el espacio... Devuélveme mis andrajos, con los que he sido tan dichosa, y jamás pronunciaré tu nombre sino para bendecirle!

     -Basta ya, muchacha!...-replicó la sultana con dureza.-Acude si quieres a los genios que te protegen, o al imbécil Abd-ul-Lah, en quien sin duda piensas...

     -Oh!... Mírame a tus plantas, y sé, sultana, generosa!... Muévate a piedad mi desconsuelo!... Tú no puedes decir eso sino para burlarte de esta pobre niña abandonada!... Dime por Allah que soy libre como lo he sido siempre!

     -Ciertamente que me inspiran lástima tus lamentos-dijo Seti-Mariem con tono despreciativo. -Ignoras sin duda que te he adquirido en muy crecida suma, y que sería necedad deshacerme de ti cuando tan cara me has costado y tan útiles han de serme tus servicios... Mas quiero, a pesar de todo, ser contigo magnánima, y para que de ello te persuadas, ten por seguro que sólo de ti depende el que recobres tu condición ingenua...

     -�Qué debo hacer para ello?... �Necesitas mi vida?...

     -No es tanto, por Allah, lo que habré de exigir de ti-contestó la sultana.-El precio de la libertad que te prometo, y que ni sé ni me importa saber cómo has perdido, no llega a tanto como a exigir el sacrificio de tu vida...

     -Habla, señora mía, habla!-exclamó la joven arrebatadamente y continuando en el papel que se había impuesto.-Habla-repuso,-y ya que he sido víctima de secuestro incomprensible, no habrá cosa que no intente para recobrar el bien que me ha sido arrebatado!...

     -Pues bien, muchacha-continuó Seti-Mariem lentamente, sin sospechar el doble juego de Aixa y sin apartar sus ojos de ella.-No sólo recobrarás la libertad por que suspiras, sino que aseguraré tu porvenir con larga mano mientras vivieres... Pero es preciso para esto, como te dije antes, que tu voluntad desaparezca ante la mía sin esfuerzo, y te halles siempre sumisa, dispuesta a obedecer mis órdenes, sin pretender jamás conocer la causa de ellas, ni rebelarte nunca... Bien es verdad que sería inútil, pues no habrá hora del día cuyo empleo por tu parte ignore, ni movimiento tuyo que no vigilen mis gentes...

     -�Tanta es tu desconfianza?..-interrogó la niña, procurando por este medio ocultar el efecto que le producían las palabras de la sultana.

     -Oh!... Tú eres hermosa como ninguna en Granada... Tus ojos de fuego envenenan cuando miran, tus labios, rojos como la amapola campestre, seducen y provocan incitantes; tu voz es como la de las huríes del Paraíso, y tus mejillas son rosas por el color, y raso por la tersura... Sin los harapos ruines que te cubrían, y con las joyas que te engalanan, las gracias que te adornan te hacen irresistible, y como filtro de amor, es preciso que postren a tus plantas rendido aquel que te he indicado...

     -Todavía, sultana!... Mucha fe te inspiran las que tú llamas mis gracias-repuso la joven.

     -Si tanto amas la libertad perdida, si tanto ambicionas ser libre como la alondra en los aires, como el manantial en la montaña, como el céfiro en los prados... �qué te importa?... Yo en cambio te colmaré de beneficios, recobrarás a tu madre, y ambas viviréis felices bajo mi protección, que será inagotable... Pero ten presente-continuó Seti-Mariem con voz solemne y amenazadora-que si tus labios en alguna ocasión se abren indiscretos para pronunciar otra cosa que frases de pasión a aquel a quien ya has seducido; si te apartares un punto de mis instrucciones o te rebelares contra mis órdenes, aunque por lo demás te dejo el señorío de tu persona y el de esta casa, para que dispongas de ambos a tu antojo, no sólo no recobrarás la libertad por que suspiras, sino que pagarás con la vida tu desobediencia!... �Lo oyes?...

     -Allah me proteja!..-exclamó Aixa estremeciéndose a pesar suyo ante las terribles amenazas que acababa de proferir la sultana.-Yo te juro-dijo procurando dar a su voz la entonación conveniente, y dispuesta a todo para salvar la vida del Amir de los muslimes-que, aunque bien a pesar mío, cualquiera que sean tus órdenes, me esforzaré en cumplirlas, ya que no hay para mí otro camino, si he de recobrar la libertad, que es mi único tesoro... Pero �y si a despecho de todo, no lograse el fin que apeteces?... �Qué será de mí?...

     -No lo creo. Pero si tal aconteciere, no por ello perderás nada, pues cumpliré mis promesas...

     -Pues bien, entonces, manda, y serás obedecida!-dijo Aixa cayendo como desfallecida a los pies de la sultana, y en cuya posición se había conservado hasta aquel momento.

     Sonriose con mal disimulada satisfacción Seti-Mariem, y atrayendo dulcemente hacia sí a la desolada doncella, la besó en la frente, al propio tiempo que exclamaba al levantarse.

     -Así te quiero ver! Siempre sumisa!... Oh! Yo te fío que no habrás de arrepentirte de haber seguido mis órdenes!

     Y abandonó la estancia.

     -Tus órdenes!...-repitió Aixa incorporándose.-Sólo a Allah es dado señalar a las criaturas la senda que deben seguir en esta vida!... Sólo Él es Omnipotente!... Contra su voluntad manifiesta, nada puede la voluntad de los hombres!... Sí!...-prosiguió abismándose en sus cavilaciones.-Sí; verás, sultana, rendido a mis pies al Príncipe de los fieles (�prospérele Allah!)... Escucharás cuantas veces quisieres sus protestas de amor hacia ésta que tú llamas tu esclava y a quien tienes cautiva... Pero no conseguirás el logro de tus torpes ambiciones... La paloma tiene alas, y cuando llegue el momento preciso, Allah piadoso le mostrará el camino por donde pueda volar libremente en los espacios infinitos!... Pero entre tanto...

     Ciertamente que aun dada la protección del Sultán, la situación de aquella infeliz huérfana, nada tenía de lisonjera, según ella misma se confesaba. Guiada por inextinguible sed de amor, del amor puro y santo de que no había disfrutado nunca, el amor de una madre desconocida, había llegado a vista de Granada; nada en su afanoso deseo significaban las fatigas y las privaciones que se había impuesto, con tal de arrojarse en brazos de la que le dio el ser. De nadie era conocida, no tenía más amigo que Allah, ni otro protector que Él, en quien confiaba... �Por qué había seguido a Abu-Saîd, y por qué aceptó su protección? Sin duda estaba escrito... Oh! si ella en vez de seguir al príncipe, hubiese llegado hasta las mismas puertas de la ciudad, como se proponía!... Quizás entonces no hubiera conocido al Sultán, ni sentiría su alma embargada por el extraño sentimiento que no sabía explicarse cómo había nacido! Entonces no habría perdido tan inicuamente la libertad, ni se hallaría en el duro trance en que la suerte la había colocado...

     Pero, después de todo, aquellas reflexiones a nada conducían. Lo hecho, estaba hecho, y no era dable al mismo Allah deshacerlo. Lo que urgía, lo que interesaba, era resolver la conducta que en lo sucesivo debía observar, dadas las amenazas de aquella mujer ambiciosa y temible, que no vacilaría en sacrificarla... Ella podía haber seguido al Sultán la noche precedente... Pero �comprendería el joven Mohammad lo intenso, lo desinteresado, lo puro de su cariño?... �Correspondía a él?... Esto, en realidad, aunque le importaba mucho, no era en aquellos momentos supremos lo interesante. El Sultán le había dado el encargo de velar por su vida y de penetrar las maquinaciones y los planes de la sultana... Era evidente que ésta deseaba atraerle a los pies de la pobre huérfana, colocar el amor que le hubiere inspirado como cebo, y aprovechar las circunstancias para apoderarse del Príncipe a mansalva, sin escándalo, y deshacerse de él...; ella debía prevenirle, pues le había prometido el Sultán que todas las noches acudiría a verla... Pero �cómo avisarle? de qué manera hacer llegar hasta él la noticia de lo que se tramaba? Ella sabía escribir-pensaba.-Pero �de qué le servía? �De quién podría valerse para que lo escrito llegase a manos de Mohammad? �Cómo se lo diría? La sultana había declarado que sus gentes la vigilarían sin descanso, y que le darían cuenta del menor de sus movimientos, amenazándole de muerte si ponía sobre aviso al Príncipe... Morir! Qué le importaba! Allah la recompensaría en la otra vida! Pero �salvaba con su muerte al Sultán? �No buscarían otro medio para apoderarse de su persona?...



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- VI -

     QUÉ tristes fueron para la pobre huérfana, y qué lentas las horas de aquella noche, sólo Allah lo sabe! Y con qué ansia las había esperado no obstante, apeteciendo que acelerasen su carrera a través de las ramas de los naranjos y de los limoneros del misterioso jardín, como estrella perdida en la inmensidad de los cielos, toda la noche había resplandecido la luz de la lámpara del aposento de Aixa, filtrándose por las entrelazadas celosías del cairelado ajimez, por donde penetraba embalsamada y fresca la brisa juguetona, agitando sus alas incesante. Como irisada perla dentro de su concha, o preciosa alhaja guardada en su estuche,-en aquella estancia de esmaltadas yeserías, de techumbre peregrina de colgantes, y de alicatados zócalos,-envuelta en nubes de perfumes que despedía esferoidal pebetero en sutiles espirales de humo nacarado por cada uno de los agujerillos que perforaban su superficie, aparecía Aixa, hermosa como un sueño, reclinada sobre las muelles al-martabas o cojines de brocado, del sofá en que reposaba con elegancia natural el cuerpo.

     De tez morena y de color quebrado; los ojos negros, brillantes y soñadores; los labios, húmedos y jugosos provocativos y encendidos como la flor de fuego del granado; la frente espaciosa; dulces y perfectas las facciones; negro y abundante el cabello, recogido a la espalda; la mirada penetrante y apasionada; angelical aunque dolorosa la expresión; breve el pie, y delicada y carnosa la mano,-semejaba en aquel aposento la joven sobrenatural visión fascinadora, más que ser real y viviente.

     Cubierta llevaba la cabeza por gracioso bonetillo de raso, en torno del cual se arrollaba al desgaire en pliegues transparentes el blanco izar de gasa, con finas randas de oro en los extremos; ceñían la contorneada garganta sartales de aljófares, y entre ellos, peregrino collar de oro, cuyos colgantes de filigrana desaparecían entre el encaje del pecho, que, a manera de espuma perfumada, velaba discreta los encantos de la niña; anchas ajorcas, también de oro, con resaltadas piedras preciosas en el centro, ceñían sin oprimirles sus brazos de esculturales contornos, medio ocultos entre las amplias mangas de la aljuba de rico brocado que vestía y sujetaba a la cintura, dibujando la incitante curva de sus anchas caderas, vistosa faja tejida de oro y plata y sedas de los más vivos matices; y mientras otras ajorcas gruesas de aquel metal abrazaban la garganta de aquellos breves diminutos pies calzados de chapines de bordado raso blanco,-por bajo de las faldas de la aljuba, cubriendo en parte los zaragüelles ajustados, descubríase la alcandora de labrada seda, blanca como la nieve de la cercana sierra, y sobre ella resaltaba la fimbria recamada de la aljuba.

     Triste era la expresión de su semblante, en aquel momento iluminado por los rayos de la calada lámpara de plata que pendía del almocárabe del techo, y arrugaban la tersura de su frente los pliegues de profunda arruga, al mismo tiempo que el encaje del corpiño y los colgantes del collar se agitaban a compás de la respiración intranquila de la hermosa.

     Apoyada la cabeza sobre la mano derecha, permanecía con la mirada fija ora en el tapiz que cubría la cairelada puerta de la estancia, ora en el pedazo de firmamento, que recortaba el ajimez y que cruzaban por mil partes los geométricos dibujos de la celosía. Olvidada al parecer de sí propia, quizás dejaba en trastornador diliquio vagar el pensamiento por las regiones desconocidas e inabordables de la fantasía, o evocaba acaso el recuerdo de placeres apetecidos y no logrados...

     Hondo suspiro entreabrió sus labios al postre; y con manifiesto esfuerzo y marcada impaciencia, dejose deslizar de los almohadones hasta ponerse en pie sobre el pavimento de alabastro, sin cuidar para nada del aderezo de su persona; y si hermosa con verdad aparecía sobre los cojines en que había hasta entonces permanecido, más hermosa aún apareció al desarrollar las elegantes formas de su cuerpo, su talle erguido y flexible, su gentil y esbelto continente.

     -�Cuánto tarda!-pensaba apartándose lentamente del sofá y dirigiéndose indecisa hacia el ajimez.-�Cuánto tarda!

     Aquella noche era la primera que transcurría desde que mutuamente se habían ella y el Príncipe confiado el amor que les unía... �Todas las noches vendré a verte,�-le había él dicho apasionado al despedirse; y sin embargo, las horas pasaban perezosas, lentas, implacables y él no venía... Ya hacía rato que el eco había llevado a sus oídos el pregón lanzado a los cuatro vientos, y con que desde la sumuâ de la cercana Mezquita-Aljama convocaban los muezines a los fieles para la oración de al-âtema... �La habría olvidado?... �Por qué no venía?... �Qué pasaba?... �Había conseguido la sultana sus reprobados designios?... �Serían sólo vanas promesas las palabras cariñosas con que el joven Príncipe había sabido hacer suyo aquel corazón, ya por él impresionado?...

     Qué amargos momentos!... Qué confusión de ideas se agolpaban en aquel cerebro, donde a intervalos resonaban las amenazas de Seti-Mariem, duras y crueles, y las halagadoras de Mohammad, dulces y embriagadoras!... Pero no podía ser... Ella había visto al Sultán trémulo a su presencia; había sentido arder sus manos en las suyas, y había leído en los ojos del mancebo.

     Intranquila, desasosegada, ahogándose dentro de aquella estancia, llegó por último al ajimez, y abrió la celosía de aromático alerce.

     Como en tropel, una bocanada de aire penetró rumorosa por la abertura, azotó su semblante y agitó la lámpara, haciendo oscilar la luz que contenía...

     Silencio fuera; quietud de todos lados... Nada que la sirviera de consuelo en su afán...

     Sí! La había olvidado de seguro! Y después de todo, �quién era ella para osar alzar la vista hasta el Príncipe de los muslimes?... Merecido lo tenía! �Por qué fiar loca en palabras que no comprometían a nada?... �Por qué suponer neciamente que el Sultán hubiera podido enamorarse de ella?... �Qué de particular tenía en su persona, para que en dos solas veces que había visto a Abd-ul-Lah, hubiese éste reparado en ella como para entregarle su cariño?...

     Ya podía la sultana Seti-Mariem amenazarla: no conseguiría nada... No era culpa suya si el Príncipe no la amaba... Aquello era realmente providencial; sólo Allah podía haberlo dispuesto, sin duda para libertar de las asechanzas de sus enemigos al Sultán de Granada!... Si era aquella la voluntad de Allah �a qué oponerse?... Bien dispuesto estaba... A Allah sólo está reservado el conocer lo que se oculta en el corazón de las criaturas!...

     Así, en profunda agitación incesante, vertiendo a ratos abundantes lágrimas, cobrando en ocasiones esperanzas que se desvanecían en breve, con el corazón dolorosamente oprimido, unas veces asomada al ajimez, otras recorriendo palpitante las calles del jardín, y parándose a escuchar con frecuencia detrás del macizo portón, así vio Aixa discurrir la noche, y así la sorprendió el alba...

     Rendida por el insomnio, habíase quedado como aletargada sobre uno de los sofás del aposento, permaneciendo en aquella disposición largas horas, tantas, que al despertar era ya muy tarde, y el sol había recorrido la mitad de su carrera.

     Delante de ella, espiando sus movimientos, estaba la sultana Seti-Mariem; siempre aquella mujer funesta! �Qué le querría?

     Incorporándose sobre los almohadones, la doncella, sin dar tiempo a que le dirigiese la menor pregunta, exclamó con acento lánguido, e impregnado de tristeza:

     -Cuán inútiles han sido tus prevenciones, sultana, y cuán en balde fiabas en lo que tú llamas mi hermosura!...

     -Pronto desmayas en tu empresa-replicó Seti-Mariem.-Sí; ya sé que esta noche pasada aguardabas, según te había prometido, a ese desventurado joven a quien reconocen como Amir los granadinos, y que no ha venido a verte... Mis gentes tenían orden de franquearle el paso.

     -�Cómo he de cumplir tus órdenes, señora, si me ha olvidado!

     -Olvidarte!... No lo creas: eres sobrado bella para que tal haya acontecido... Tranquilízate... Ya ves cómo yo estoy tranquila, y eso que mi ansiedad y mis deseos son aún mayores que los tuyos!- repuso la sultana con marcada ironía.

     -Sí, es verdad-dijo Aixa, que ante su dolor había ya olvidado por su parte las intenciones de aquella mujer.-Tienes razón...

     -Tanta que, por Allah, no puedes comprenderla, tú que has tomado por lo serio el amor de Mohammad, y has dejado que tu corazón se entregue... Pero �qué me importa? Si al servir mis intereses satisfaces tus ansias, no creas que habré de ser yo quien se oponga a ello... Pudieran mis gentes apoderarse de tu enamorado, si logramos atraerle a esta casa, cuando trasponga los umbrales; pero no me conviene que desaparezca de ese modo... No quiero que sospechen de mí...

     -No vendrá! No vendrá!-repitió entre lágrimas la joven...-No vendrá, porque los buenos genios le habrán advertido de los riesgos que corre en este sitio... No vendrá, porque Allah no lo puede consentir...

     -Te engañas, Aixa; vendrá, porque tú le escribirás una carta desolada... Vendrá porque te ama, lo sé... Vamos, levántate; desecha tus temores, y escribe lo que yo te dicte.

     Y así diciendo, aproximaba una de las taraceadas mesillas que en la estancia había, al lugar donde la enamorada niña se encontraba; y sacando de entre los pliegues de su túnica algunas hojas de papel brillante y de color de rosa, un tintero y un caldam de caña pulimentada, depositó todo ello sobre la mesilla, y empujó suavemente a Aixa.

     -Por ventura �la anciana de quien tantas cosas aprendiste, no te enseñó a escribir?...

     Tentada estuvo Aixa de contestar con una seña afirmativa pero en medio de su quebranto y advertida por sus recelos, dejó a la sultana en la creencia de que ignoraba manejar el calam, contestando:

     -Pluguiera a Allah �ensalzado sea! que las lecciones de aquella a quien tuve por madre hubieran llegado a tanto... Oh! No sé escribir, sultana!...

     -Pues en tal caso-dijo ésta,-y pues Mohammad desconoce semejante circunstancia y no ha visto nunca mi letra, seré yo quien por ti le escriba.

     Y sin aguardar respuesta, acomodose en un cojín y empezó la carta.

     En ella, empleando apasionadas frases, pintábale el desconsuelo de Aixa con tan vivos colores, llamábale con tal elocuencia y empleaba tal lenguaje, que la misma joven, a haber dictado la carta, no habría empleado de seguro palabras distintas.

     Leyó a Aixa la sultana el escrito, y cerrándole con el sello de la niña, despidiose de ella, diciendo:

     -Dentro de poco tendrás respuesta, y yo te fío que Mohammad en persona vendrá a traértela... Ensancha el corazón, muchacha... Enjuga esos ojos, y que torne la sonrisa a tus labios... Cuesta tan poco el ser feliz!...

     Costaba poco, era verdad; y tan poco, que sólo aquellas palabras de la ambiciosa sultana habían bastado para devolverle la calma en parte... �Qué diría el Príncipe al leer la misiva? �Vendría? Era seguro. Si en su corazón había algo de aquel celestial sentimiento que embargaba dulcemente el de la niña, vendría... Si no...

     Pero no hubo necesidad de que se entregase a las negras cavilaciones que toda aquella noche habían exaltado su cerebro.

     Queriendo abreviar las horas, tomó un laúd, y al estilo de su país natal, comenzó a cantar aquel pasaje del poema de Anthar, en que Abla se queja amargamente del desvío que le finge su enamorado...

     Después, conversó con sus doncellas: pobres muchachas del interior del África, que apenas comprendían su lenguaje... Luego, al declinar la tarde y después de hecha la oración en el mossalah de la casa, quiso engalanarse para agradar más al Sultán, y pasó al aposento destinado a tales usos, donde dejó a las esclavas que la adornasen a su gusto, cuidando de que entre todas las joyas resplandeciese siempre el magnífico collar que el Príncipe le había regalado...

     Tendió la noche por fin, serena y majestuosa, su bordado crespón de estrellas... Apagose por último todo ruido, y llena de natural impaciencia, Aixa, ansiosamente echada de pechos sobre el alféizar del labrado ajimez, mientras respiraba con delicia el perfumado ambiente, sentía al más ligero rumor que el corazón saltaba dentro del pecho.

     �Con qué dulce sobresalto oyó los golpes dados discretamente en el portón del jardín! �Con qué afán quisieron sus ojos sondear las tinieblas, y con qué agitación tan agradable escuchó el crujir de la arena en las calles del jardín al poco rato!

     Era él!... Bendito sea Allah! Debía serlo!... No la había olvidado, y acudía a su cita!... Cuántas cosas tenía que decirle!... Pero �cómo?... Las estancias todas de aquel palacio parecían tener oídos... La sultana lo había dicho.. Todo cuanto ella le dijese, todo cuanto hiciera, sería conocido de aquella mujer maldita!... �Cómo averiguar si eran sólo medrosas amenazas las palabras de Seti-Mariem?... Si eran verdad, si no exageraba, entonces, �qué recurso emplear?... Casi estaba pesarosa de que el Príncipe hubiese asistido a la cita...

     Cuando el rumor de los pasos, que hallaban singular resonancia en su pecho, se hubo extinguido dentro del edificio, apartose Aixa del ajimez, cuyas celosías cerró de golpe, y rápida como la gacela en la pradera, se dirigió a la única puerta del aposento...

     Alzó con mano temblorosa el tapiz que cubría la entrada, y conteniendo la respiración, aguardó breves instantes, suspensa entre mil zozobras, hasta que al fin la luz templada de la lámpara iluminó el cuerpo de un hombre avanzando sin vacilar por el corredor que guiaba desde el piso bajo.

     Lanzó después un grito, y sin darse cuenta de sus movimientos, avanzó hacia el recién venido, y echándole al cuello los contorneados brazos, le estrechó febril contra su pecho.

     �Era él!...

     Luego, así que ambos estuvieron en la estancia, ella ruborosa y como avergonzada, apartose con los ojos bajos de su lado, en tanto que él, atrayéndola, la besó en los labios, exclamando:

     -�Aixa mía!

     -Tuya y me olvidas!...-dijo ella dejándose abrazar y cayendo lánguida sobre uno de los sofás inmediatos.

     -No me culpes, bien mío-replicó el Sultán-Si ha sido grande tu disgusto por mi falta, no ha sido menor el mío... Por otra parte, me ocupaba en asuntos relacionados contigo... Y ocuparme en cosas tuyas �no era vivir en ti?... Pero aquí me tienes, y yo te prometo que tus ojos no volverán a verter más lágrimas por mi culpa... �Creíste que te había olvidado?.. Primero olvidará Allah �ensalzado sea! el cuidar del destino de las criaturas, que te olvide a ti mi corazón, lleno del amor tuyo!

     -No sé qué filtro me dan a beber tus palabras, que a tu lado, nada recuerdo ya!... Es tan grande mi dicha, que, ya lo ves, señor: si lloro, lloro de felicidad. Todo el mundo se cifra para mí en tu cariño... Todo el mundo!.. Quisiera tener cien lenguas, como el árbol que crece en el paraíso, para decirte con todas ellas al propio tiempo, así Allah me salve, cuánto te amo... Quisiera que tú y yo, los dos solos, lejos de este aposento, muy lejos de él, si me fuera posible, nos dijésemos recíprocamente nuestro amor, sin temer oídos quizás más enemigos que indiscretos... Cuántas cosas te diría entonces!... Cuántas cosas leerías en mis ojos si supieras leer en ellos!...

     El Príncipe entre tanto había acercado un almohadón a los pies del sofá donde Aixa continuaba, y sentado sobre él, teniendo entre sus brazos el talle de la hermosa, no quitaba de ella la mirada, apasionada y ardiente.

     -Sí-dijo Abd-ul-Lah interrumpiendo a la doncella y creyendo interpretar sus palabras.-Leo en ellos, amor mío, leo lo inmenso de la pasión que el Señor de los cielos y de la tierra ha encendido en tu pecho, para corresponder a la que me abrasa... Leo el placer inmenso que te posee... �No es eso lo que tus ojos dicen?...

     -Eso es, ciertamente... Pero dicen más, mucho más que mis labios no pueden expresar en este momento... Y si evocases, Señor soberano mío, los recuerdos del pasado, así como yo leo en el curso de los astros el destino de los demás, leerías tú fácilmente en mis ojos el tuyo... �No aciertas a leer?... Mírame fijamente... Dime... �no lees más?...

     Iba el Sultán a responder con galantes frases las de su enamorada, cuando acudió de súbito a su memoria cuanto había con efecto olvidado, ante los arranques de pasión de la niña... La insistencia con que ésta ponderaba la imposibilidad de emplear otro lenguaje; el conocimiento del lugar en que se hallaba y el de las circunstancias especiales que rodeaban a Aixa; la misión que le había confiado y para cumplir la cual permanecía ésta al lado de la sultana Seti-Mariem y del príncipe Abu-Saîd, todo, con efecto, acudió en tropel a la imaginación del Amir, y como el corcel de batalla se encabrita bajo su armadura al escuchar el ruido de los añafiles, así Mohammad despertó bruscamente, sospechando que algo importante deseaba comunicarle la doncella.

     -Oh!...-dijo recalcando las palabras.-Si no me es dado leer aún por completo en tus divinos ojos los secretos que se ocultan sin duda alguna en tu pecho, si me enseñas a deletrear en ellos, por Allah que has de ver si aprendo en poco tiempo tus lecciones!... Pero ven conmigo, ven, y respiraremos juntos el agradable fresco de la noche entre los árboles frondosos del jardín... Allí, teniendo por dosel la inmensa bóveda de los cielos, donde asienta el trono de Allah, ofrecerán para mí mayor encanto estos breves momentos de dicha que a mi pasión concedes!... Ven-añadió con tono insinuante, por medio del cual hizo comprender a la joven que por su parte había comprendido la intención de las palabras que ella antes había pronunciado.

     Entendiolo así Aixa, y aunque no tranquila, púsose en pie, como ya lo estaba el Sultán, y sin inconveniente alguno en la apariencia, bajaron juntos como aquél lo deseaba al jardín.

     Por el camino, y en voz tan baja que hubiera podido confundirse con el susurro de la brisa, Aixa aprovechó los instantes y puso al corriente al Príncipe de los intentos y de las amenazas de Seti-Mariem, que no produjeron en Mohammad otro efecto que el de acrecentar su cólera hacia ella. A su vez él la prometió prudencia para tranquilizarla, y le anunció que todas las tardes una paloma mensajera amaestrada, que enviaría desde su alcázar, les pondría sin peligro en comunicación, para prevenir lo futuro, y desbaratar los planes de la sultana.

     Con esto, y después de breve rato de conversación amorosa en que ambos repitieron en mil tonos distintos sus juramentos, los cuales escucharon los buenos genios complacientes y Allah recibió benévolo en las alturas,-tornaron de nuevo a la estancia de donde habían salido, para marchar luego el Sultán, lleno de felicidad, a sus bordados aposentos de la Alhambra.

     Fuera le esperaban el arráez de sus guardias y su katib o secretario, quienes por precaución y contrariando en ello las órdenes recibidas, esperaban al Príncipe para librarle de cualquier peligro, tanto más cuanto que uno y otro conocían de antemano la mala voluntad de la sultana, y el nombre del propietario de aquel edificio.

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