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- XI -

     SIN embargo, Aixa había tenido espacio suficiente para volver sobre sí; y aunque recordaba una por una las palabras pronunciadas por la sultana Seti-Mariem, no por ello olvidó tampoco que el Príncipe estaba prevenido, y trató de componer el semblante, para disimular sus temores: había vuelto el carmín a sus mejillas de raso, y de su frente habían huido también las sombras que pocos momentos antes la anublaban; sus ojos se fijaron amorosos en Mohammad, y sus labios fingieron una sonrisa provocadora.

     Recostada voluptuosamente en los ricos almohadones del sofá, y envuelta en las perfumadas espirales que despedían los braserillos de azófar, donde el almizcle se quemaba,-parecía la hechicera, cubierta de ricas joyas y galas primorosas, a la dulce claridad de la calada lámpara de plata que pendía del techo, una hurí encantadora, que como mágica visión, al acercarse, se desvaneciese muy luego en el espacio.

     Detúvose el Príncipe suspenso a su presencia, y en sus ojos brilló un rayo de adoración hacia la hermosa que le fascinaba.

     Avanzó, no obstante, hacia ella bajo la influencia de su mirada magnética, y mientras rodeaba con los brazos el gentil talle de la muchacha, un beso apasionado unió sus labios y fundió sus almas.

     Al mismo tiempo, y cual obedeciendo a una consigna, invadían como otras veces la estancia muchachas deliciosas y gallardamente vestidas, trayendo unos riquísimos jarrones de plata cincelada llenos de odoríferas esencias, que derramaban sobre el Amir con graciosos movimientos, otras lindos tabaques de aquel metal, primorosamente labrados y cubiertos de hermosas frutas y de dulces, y otras por último copas de oro resplandeciente que contenían vinos exquisitos de Málaga y de Chipre, de los cuales ofrecían a Mohammad con miradas de fuego.

     El joven, en tanto, bien que en su rostro no revelase ninguno de los sentimientos que en su alma combatían, habíase acomodado gentil a los pies de su amada, quien no sin inquietud palpitante le contemplaba, dando a su imaginación tormento con el fin de hallar el medio de prevenir a Mohammad del inminente riesgo que corría. No parecía sino que la felicidad presente que gustaba, había hecho desaparecer en el Sultán los recuerdos de lo pasado, o que, mejor aún, la senda de sus amores continuaba no interrumpida cubierta de flores y de delicias, según lo regocijado de su semblante, lo tranquilo y cortés de su apostura, y la confianza extrema de que se mostraba poseído. Tanto era así, que fingiendo no adivinar las torturas de su amante, y como si hubiera estado con ella de concierto para engañar a la sultana,-en el supuesto de que hubiese podido conocer su secreta presencia, al propio tiempo que aspiraba con deleite el aroma embriagador de los labios de Aixa, superior a todos los aromas,-con tierno enamorado acento, y después de darle sus quejas por que la noche precedente no le había aguardado, sin darle tiempo a responder siquiera, continuaba:

     -Oh encanto de mi vida!... Cuán hermosa eres, y cómo te adora mi corazón!... �Quién hay que te se parezca?... Tus cejas son dos arcos del país de los negros; tus ojos, saetas mortíferas, prontas a dispararse; tu boca, un rubí engarzado en un anillo; tus dientes, más blancos que la leche de la camella; tu cuello se asemeja al cristal, como tus brazos a dos espadas montadas en plata fina; tu pecho es como la nieve de Chebel-ax-Xolair, y tu talle esbelto y elegante, recuerda la palmera del desierto! Tu imagen hechicera viene a mí todas las noches, y veo tu rostro, resplandeciente como la luna llena, cuando el sueño cierra mis párpados! Bendito sea Allah, que te ha creado! Hermosa de lejos, graciosa y seductora de cerca, tu vista sola cura todas las dolencias del alma y del cuerpo! Mientras tú anoche me cerrabas cruel la puerta de este paraíso, donde reinas como soberana, viviendo en tu recuerdo, yo te dedicaba mi pensamiento...



                          Sultana cariñosa
   del alma mía,
cuyos labios son rosa,
   miel y ambrosía,
flor delicada
del jardín delicioso
   de mi Granada...


     Enardecida con las frases apasionadas de Abd-ul-Lah, abandonábase con delicia Aixa al placer inefable que en aquellos momentos experimentaba, oyendo a su amante, y no pensando sino en él; pero cuando la voz conmovedora y dulce del Príncipe hizo resonar en sus oídos la cadencia de aquellos versos, recordando que eran los de la casida que había escuchado en su letargo como señal de muerte,-perdida toda fe en el auxilio de los buenos genios, a quienes había invocado, se sintió desfallecer, viendo desarrollarse ante ella la escena pavorosa que había soñado, y se levantó trémula, con el semblante descompuesto y visiblemente agitada, exclamando con ronco acento, en tanto que dirigía la mirada con señales de extravío a todas partes:

     -Oh! Calla! Que tus labios jamás pronuncien esos versos!...

     No fue ciertamente poca la sorpresa del Sultán al contemplar en tal estado a la amada de su corazón, y al advertir el singular efecto que en ella producía el comienzo de la canción que había en honor suyo compuesto apasionado. Sin comprender, en medio de su asombro, la causa de aquel extraño accidente, aunque lleno de vagas pero insistentes sospechas, hizo seña para que las muchachas que aún permanecían en el aposento se retirasen, y lleno de emoción, cubría de besos ardorosos el semblante demudado de la niña, murmurando:

     -Bien mío! Vuelve en ti!... �Por qué tiemblas, cuando yo, tu siervo amante, estoy a tu lado?... �Qué temes?... �Por ventura no me amas ya?... Que la mano de Allah piadosa calme tu pecho, y le devuelva la tranquilidad perdida!...

     -La tranquilidad!...-repitió sordamente Aixa.-No! Yo no podré ya nunca recobrarla... Huye de aquí!... Pronto!... La muerte te amenaza!...

     Y la infeliz, en medio de su exaltado extravío, se detuvo temerosa de lo que iban a pronunciar sus labios.

     -�Qué dices?...-respondió Mohammad levantándose a pesar suyo y requiriendo la espada.-�Quién en Granada puede desear mi muerte?... Sin duda te equivocas... Sosiégate, por Allah-continuó volviendo a tomar asiento.-Sosiégate, y no temas por mí... Allah me protege y, ya lo ves, nadie me amenaza...

     Volvió Aixa sus miradas recelosas en torno del camarín, pretendiendo vencerse; pero al distinguir la alhenia donde se ocultaba Seti-Mariem, un relámpago de odio animó su semblante. Logró con grande esfuerzo fingir, sin embargo, la tranquilidad que no sentía, y dejándose caer pesadamente sobre los blandos almohadones del sofá de que se había levantado, procuró devolver a su rostro la expresión del placer que antes le inundaba, y con voz cariñosa y halagadora, murmuró:

     -Tienes razón, señor y dueño mío!... No sé qué extraña alucinación se ha apoderado de mi espíritu... Pero ya pasó!... �Quién puede desear tu muerte?... �Quién podrá vencer la voluntad de Allah, que te protege?... Soy tan feliz al lado tuyo-prosiguió con marcada volubilidad,-que temo perderte a cada instante ! A ti, que eres mi vida!... �Por qué me hiciste conocer con las delicias de tu amor las que están reservadas a los fieles en la otra vida?... �Qué filtro me has dado a beber en tus palabras cariñosas, en tus miradas expresivas, que no vivo ni aliento sino por ti y para ti, bien mío?... Horrible pesadilla que noches pasadas hizo huir el sueño de mis ojos, me ha guiado al desvarío hace un momento... Oh! No hagas caso de ella! Ya estoy tranquila... Pensemos sólo en gozar la ventura de hallarnos juntos!

     Y desprendiéndose ligera de los brazos del Amir, tornó a levantarse sonriendo nerviosamente, para escanciar el aromático vino malagueño en las copas de oro cincelado que sobre una mesilla dejaron las doncellas al retirarse. Presentando después el dorado licor al Príncipe con gracioso ademán y ojos provocativos e incitantes, continuó:

     -Bebamos! El vino dará muerte a los pueriles temores que me han asaltado, y no tienen más fundamento que lo ardiente de mi pasión!... Bebamos!-añadió.-El poeta lo ha dicho: �es preciso dar al pesar y a la tristeza sepultura en el vino, para olvidarlos�!... Pero antes de que acerques la copa a tus labios-repuso deteniendo a Mohammad-júrame por Allah, júrame por tu barba, por el descanso de tus ascendientes los Jazrechitas y por la paz de tu padre (Allah le haya perdonado!), que en vida y en muerte, en el mundo y en el Paraíso, seremos el uno del otro para siempre!

     No era posible que a la perspicacia del Sultán se ocultase el hecho de que la conducta y la actitud de Aixa encerraban un secreto misterioso, quizás de importancia para él, y que los labios de la joven no se atrevían a revelar, sin duda bajo la presión de alguna terrible amenaza. Acaso alguien espiase en aquel lugar oculto de que en su último billete le hablaba la doncella; quizás la misma Sultana Seti-Mariem presenciaría la entrevista, y por eso debían ser las vacilaciones y los cambios singulares que advertía en su amante. Gracias a ella, sin embargo, iba Abd-ul-Lah prevenido: bajo la bordada aljuba llevaba puesta la finísima cota de malla que para él habían trabajado los mejores armeros de Damasco; traía consigo como siempre la afilada gumía, templada en las aguas del Darro, y a su alcance estaba la ancha espada granadina, que sabía manejar tan diestramente. Sospechar de Aixa, era indigno de él, y antes sospecharía de la verdad del Islam que de su amante... Las dudas que en un principio se habían apoderado de su ánimo, aprisionándole como con sañudos garfios el alma, habíanse aumentado, comprendiendo que algún peligro le amenazaba; pero deseando mostrarse fuerte por una parte, si era de alguien espiado, y puesta por otra la confianza en Allah y en su mismo valor, sin que el semblante revelara vacilación ni recelo,-al escuchar las últimas palabras de Aixa, alzose con gesto gozoso de su asiento, y al mismo tiempo que estrechaba con solemne ademán la mano que la joven le tendía(19), llevó a los labios la dorada copa, sin visible repugnancia.

     Volvió a sentarse, luego de prestado el juramento, procurando que no se escapara nada a su atención despierta, en tanto que, como si quisiera aturdirse para no pensar en lo grave de las circunstancias, que ella conocía, presentó por su propia mano Aixa a Mohammad el tabaque donde Seti-Mariem había hecho colocar la emponzoñada fruta, y sin tocar a ella, comieron ambos de los sabrosos dulces que aquél en abundancia contenía.

     Largo rato conversaron de su amor, de sus ilusiones y de sus esperanzas, sin que el diálogo decayese en animación por una ni otra parte; y con verdad, que bien podía Seti-Mariem estar desde su escondite orgullosa de la fidelidad de la esclava, pues jamás estuvo más risueña, más ocurrente ni más cariñosa que en aquella ocasión, ni su voz dejó un solo momento de ser acariciadora y dulce como siempre, ni sus palabras abrieron camino en realidad a la menor sospecha; pero en cambio, sus ojos hablaban bien distinto lenguaje, expresando elocuentes la ansiedad y la angustia que embargaban su corazón, y le atenaceaban sin piedad crueles, sumiendo al Sultán en la incertidumbre, y ahogándole en un mar de confusiones.

     Y sin embargo: al mismo tiempo que murmuraban amor los labios, ambos jóvenes, y en especial Aixa, eran presa de indecibles tormentos... Porque había llegado para ella la hora de obrar, y su fe vacilaba, temiendo que todo fuera en balde, y que aquella felicidad soñada en más dichosos momentos, se desvaneciera para siempre. Y ella, ella que la ambicionaba, era quien debía destruirla!

     Por eso, a cada palabra de ventura que pronunciaba el gallardo Abd-ul-Lah, haciendo esfuerzos para comprender lo que los ojos de Aixa le decían; cuando poseído del dulce fuego en que ardía su alma, desplegaba ante la joven, con la verbosidad elocuente que sólo brota de la pasión cierta, el bello panorama del porvenir,-parecíale a la niña que una mano de hierro le oprimía el corazón, conteniendo sus latidos, turbábasele la vista y se sentía desfallecer, cual si le faltase aire para renovar el de sus pulmones agitados.

     -� Cuán felices seremos!-decía el Sultán.-Allah derramará sobre nosotros entera la copa de sus beneficios, y viviremos siempre bendiciendo su clemencia!... Ya verás!... Cuando juntos, cual las mariposas que en primavera van revoloteando y acariciándose en torno de las flores, desde los altos ajimeces de la Alhambra contemplemos a nuestros pies tendida como un chal bordado por las hadas esta ciudad hermosa y floreciente, destinada por la divina voluntad del Excelso a ser cuna del Islam en Al-Andalus, renovando los triunfos y las glorias de otros tiempos; cuando al fulgor de las estrellas, que semejan sobre el azul oscuro del firmamento lámparas encendidas en inmenso santuario, para honra de Allah, sorprendamos dormida a mi Granada al blando arrullo del Darro, que celebra músico los encantos de su amada; cuando las postreras luces de la tarde borden de flameantes randas las nubes nacaradas del horizonte,-mis labios repetirán a tus oídos que te adoro, y en el murmullo del río, en el aleteo de la brisa, en el centelleo de las estrellas, en la majestad de la noche, como en las risas de la alborada, escucharás mis juramentos de amor constantemente reproducidos, y todo te dirá, bien mío, que es tuyo mi corazón, tuya mi vida y tuyos los sueños encantados de mi alma!... Sólo Allah �ensalzado sea! conocedor de todas las cosas y Señor del cielo y de la tierra, sabe y conoce lo intenso del placer que inunda mi espíritu, cuando, como ahora, tu talle en mis brazos, tus ojos en mis ojos, y tu aliento de ámbar y almizcle dándome vida, pienso en el porvenir que a tu lado me aguarda... Porque serás mía! Mía, como es del sol la luz, como es de Allah el Edén, como es suyo cuanto existe!

     -Vivir a tu lado, señor!... Adivinar tus pensamientos, prevenir tus deseos, templar tu cólera y tus penas, aumentar tus alegrías!.. Poder decirte siempre y a todas horas cuánto te amo, y que en el labrado techo de tus aposentos de la Alhambra repita el eco cien veces mis palabras!... �Qué hermoso sueño!.. Quiera Allah que sea cumplido el realizarle! Quiera Allah que pueda para siempre ser tuya!

      -Y �quién podrá impedirlo, si tú me quieres?... �No hay en el mundo fuerzas para tanto! El imperio de todas las cosas corresponde a Allah, y Allah protege nuestro cariño! �Quién, más fuerte que Allah?... �Quién, más poderoso que el Sultán, en Granada?

     Hubiérase de esta suerte prolongado el tierno coloquio de los dos amantes, que en él parecían olvidados de todo, cuando, en el momento en que más dulcemente se hallaban ambos enamorados entretenidos en la sabrosa plática que sostenían, fatigada sin duda la sultana de sus protestas de amor, en cien tonos distintos repetidas,-hizo, en la oscuridad de su escondite, un brusco movimiento de impaciencia que produjo un ruido claro y perceptible.

     Al escucharle, uno y otra, por diferentes caminos, volvieron a la realidad, y mientras el Amir se alzaba de un solo impulso requiriendo la espada, Aixa, sin que su rostro denunciase ni los temores ni las angustias que la atormentaban, exclamó, dando ostensiblemente distinta interpretación al movimiento de Mohammad, aunque lo había perfectamente comprendido:

     -No te vayas, no, señor y dueño mío... Aún es temprano..

     Es tan hermoso cuanto tus labios pronuncian!... Siéntate a mi lado!... Que yo te tenga cerca de mí!... Bebamos otra vez...

     No quiso el Amir que su enamorada dudase de su valor; y más alerta que nunca, mientras acariciaba disimuladamente el pomo de marfil de su gumía, tornó a sentarse.

     Aixa al propio tiempo se había levantado, acercándose a la mesilla donde se hallaban las copas, y después de servir de beber al Príncipe, presentábale con resuelto ademán de nuevo el tabaque, donde estaba la emponzoñada fruta, que entre las otras confitadas se confundía.

     Ya no temblaba: aceptaba el reto, se disponía a la defensa para salvar la vida de su amado a todo trance.

     -�Qué nos importan el mundo?...-dijo.-Gocemos, Abd-ul-Lah, del presente, y olvidemos en nuestro amor cuanto nos rodea...

     -Tienes razón! Gocemos!-replicó el Sultán.

     Y como si una mano misteriosa hubiese guiado la suya, seducido por la belleza de la fruta, tomó directamente la envenenada por el asesino de su padre y cómplice de Seti-Mariem, y prosiguió:

     -Ciertamente que sólo en los jardines de mi Granada puede criarse fruta tan hermosa como ésta... No parece sino que acaba de ser cogida del árbol... Por Allah que en vano busco otra semejante para ofrecértela, y ya que no hay sino una en el tabaque, como partiremos mañana nuestras alegrías y nuestros dolores, quiero partirla ahora contigo.

     Y haciendo con efecto de ella dos mitades, presentó ambas galantemente a Aixa para que escogiese.

     Si en aquel instante hubiera la joven podido ver el rostro de la sultana, habría retrocedido con espanto!... Tan repugnante era la feroz alegría que animaba en las sombras sus facciones.

     No le vio sin embargo; y al escuchar la voz risueña de su enamorado que, sin saberlo, le brindaba con la muerte, horrorizose de sí propia, y dispuesta ya a jugar el todo por el todo, con rápido movimiento, que dejó sorprendido en medio de sus no desvanecidas sospechas al Amir, hizo que ambas mitades de la fruta cayeran al suelo, y mientras con una mirada prevenía a su enamorado del riesgo que corría, poníales el pie encima, tomaba las copas de licor, no vaciadas, y brindando con una de ellas a Mohammad, apuraba la otra febrilmente, exclamando como para aturdirse:

     -�Bebamos! El vino es como el agua de los cielos, que a todos conviene!... Que Allah te preserve de todo mal durante tu vida, y que la hora de la muerte �oh Sultán! te sorprenda sobre un lecho de sumisión y de obediencia!

     Por poca que fuese la penetración del Sultán, no pudo menos de comprender lo que aquello significaba; y a punto estuvo de romper abiertamente, para dar el merecido castigo a los criminales, si la reflexión, viniendo en su ayuda, no le hubiese refrenado a tiempo. Para él lo de menos era apoderarse de la persona de su madrastra y de la de su primo Abu-Saîd, a quien apellidaban El Bermejo, como ya se había apoderado de las de sus hermanastros Ismaîl y Caîs el día precedente; lo que deseaba conocer era los hilos de la conjuración tenebrosa contra él tramada, saber su extensión y su alcance, para en el momento oportuno caer sin compasión sobre sus enemigos, los agitadores del público sosiego.

     Disimulando pues, lo mejor que le fue dable, apuró la copa que Aixa le ofrecía, luego que vio que ésta por invitación suya había tomado en ella un sorbo, y se disponía a continuar divagando con la joven por los espacios imaginarios, a punto que rasgaba el silencio de la noche el eco lejano y religioso del al-idzan pregonado desde el alminar de la mezquita de aquel barrio por el muedzin, para el último salah de al-âtema(20).

     Desprendiase de los brazos de Aixa, y estrechándola entre los suyos con amoroso transporte, besola en los párpados, que se cerraron estremecidos, apagando por un momento la luz intensísima de aquellas pupilas brillantes, en las que resplandecía ahora como la luz del sol, la luz de la alegría que entre las sombras del temor reverberaba.

     Colgó de sus hombros después, ayudado por Aixa, el tahalí de que pendía la espada, y cubriéndolos con el blanco albornoz, salió del aposento, sin haber dejado traslucir ninguna de las sospechas que, semejantes a venenosas sierpes, le roían sin piedad las entrañas. Ya en el jardín, embozose en el albornoz, y juzgándose solo, se dirigió al alcázar, seguido no obstante por su katib Ebn-ul-Jathib, y Abd-ul-Malik el arráez de sus guardias.



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- XII -

     ALLAH sólo, sabe el estado en que el Sultán dejaba el pobre corazón de su infortunada amante. Las torturas que había padecido, y las que padecía al ver que aquél por quien habría dado gustosa hasta la última gota de su sangre, le envolvía en las mismas sospechas que a Seti-Mariem... Bien claro se lo dijeron la conducta y los ojos del Príncipe, a pesar de los esfuerzos hechos por éste para disimularlo... Bien claro lo había visto... Oh! Mohammad no la amaba como ella le amaba a él... Si él hubiera podido traslucir cuanto pasaba en el alma de la doncella, entonces hubiese caído a sus pies, pidiéndole perdón de rodillas por tan injuriosos recelos..... Pero ya llegaría el día en que las tinieblas habrían de desvanecerse... Creed, oh hombres, ha dicho el Profeta, que la hora ha de llegar! No hay duda en ello!      Mientras el Príncipe cruzaba el portón que ante él, obsequioso y servicial, abrió el portero, Aixa dispuesta a todo, se dirigió lentamente a la alhenia desde donde había presenciado oculta la sultana las escenas anteriores; pero antes de que hubiese puesto mano en el resorte, roja de indignación, aparecía Seti-Mariem ante ella, y con paso rápido y ademanes coléricos, aproximábase a la joven.

     -Le has salvado!-rugió frenética, oprimiendo con violencia los brazos de la muchacha entre sus manos crispadas por la furia.-Le has salvado!-repitió.-Sí, lo he visto, y aun aquí permanece el testimonio acusador de tu desobediencia,-dijo dando con el pie a los dos pedazos de la emponzoñada fruta que yacían sobre el pavimento... Dos veces te has opuesto, infame, a mis designios: dos veces has burlado mis órdenes, pero no las burlarás la tercera! Si en esta ocasión ha logrado escapar a mi cólera, yo te juro que no será así en la cercana... Porque antes se cansará el sol de alumbrar la tierra, que yo de perseguir mi venganza! Sólo Allah sabe a dónde puede llegar el odio de una mujer! Tiembla, Mohammad, porque aún no estás asegurado en el solio que usurpas, y si esa ponzoña, tan hábilmente preparada, no ha producido el efecto codiciado, si no ha cortado el hilo maldito de tu aborrecida existencia, no faltará quien decidido ponga fin a tus días y cumpla mis esperanzas!

     -Me haces daño, señora-se atrevió a murmurar Aixa aterrorizada.-Me hacen daño tus manos, y no ha sido culpa mía ciertamente, que no se hayan cumplido tus deseos...

     -No me engaña tu hipócrita mansedumbre,-repuso Seti-Mariem soltando los brazos de la joven amoratados por la enérgica presión de sus manos.-Tú, tú has sido, sierva miserable, quien ha hecho estéril mi venganza... No lo niegues!... Sería en vano! Te conozco ya, y sé cómo amas a ese abominable enemigo de mi dicha... Tú has apartado la fruta de sus labios!... Tú le has advertido sin duda... Pero son inútiles tus artes... Yo te ahorraré, por la barba del Profeta, el trabajo de consultar las estrellas para saber la suerte que espera a tu enamorado... Sí! Porque mañana, �oyes bien?... mañana morirá en Bib-ar-Rambla... Y si el veneno no ha sido bastante por tu causa, no habrá medio de evitar que penetre hasta su corazón el hierro de una lanza, o la afilada hoja de una gumía!

     Era tan sangrienta y espantable la expresión del rostro de aquella mujer al proferir tal amenaza, que hubiera puesto miedo en corazón más varonil que el de la doncella, quien estremecida de horror, cayó como anonadada a los pies de la implacable madrastra de su amante, exclamando:

     -Perdón para él, sultana!... �Qué te hizo, para que le aborrezcas de ese modo?... Toma mi sangre, si ella basta a satisfacer tu cólera... Toma mi vida entera, sométeme a las pruebas más duras y crueles.... prívame de la luz del día, del aire, de todo, donde quieras, pero que tus labios no pronuncien palabras de muerte para Mohammad!... Que tu corazón no abrigue odio alguno hacia él, y perdónale piadosa, para que Allah te perdone en la otra vida tus culpas y tus errores!...

     -�Qué dices?... Imbécil! Por ventura �crees que estoy aquí para escuchar tus importunos ruegos y tus plañideras lamentaciones?... Antes que a mi venganza, renunciaría gustosa a la existencia... Y quieres que le perdone!...

     -Pero �no habrá, sultana, no habrá-decía en la mayor desesperación y medio loca Aixa-medio alguno para aplacar tu cólera?... Allah es el más grande, pero es también el más misericordioso entre los misericordiosos!... Las súplicas de los fieles ahuyentan su enojo, y la oración y las buenas obras desarman su cólera omnipotente!... �No me oyes, sultana y señora mía?...-añadió la joven viendo que Seti-Mariem se apartaba de su lado sin darle respuesta, y arrastrándose en pos de ella por el suelo-�No me oyes?... Allah escucha la voz de todas las criaturas, lo mismo la del miserable que la del potentado, la del pecador que la del justo... �No hay nada que calme tu ardiente coraje?...

     -Sí...-dijo al cabo la sultana.-Un solo medio existe...

     -Habla pronto!... �Qué no podrá alcanzar del Príncipe quien posee su amor?-interrumpió la doncella con desgarrador acento y alentando una esperanza.

     -Me inspiras desprecio!... Pero no sabes lo que dices... Eres, criatura vil, mi esclava, y me brindas protección!... Necio es tu orgullo, muchacha, como es necio y criminal tu amor desatentado por el Príncipe! Basta ya de inútiles palabras!

     -Tú has dicho, sin embargo, señora mía-prosiguió Aixa sin hacer alto en la dureza con que Seti-Mariem la trataba, que sólo para aplacarte existe un medio... Dime, por Allah, cuál es, y yo te juro, así Allah me maldiga, por tu cabeza y por la mía, que haré los imposibles por satisfacerte!

     -�No lo has comprendido aún, desventurada?... �De qué te sirven, pues, tus artes misteriosas?...

     -Pero ese medio...-insistió la joven retorciéndose las manos desolada.

     -Ese medio, es la muerte de Mohammad! �No lo habías adivinado?...

     Súbita reacción operose en la doncella al escuchar declaración semejante... Alzáse de un salto, e irguiéndose soberbia, avanzó hacia Seti-Mariem con el rostro encendido por la desesperación y la ira, que le daban ánimo y energía inesperados.

     -Pues bien, basta de súplicas-exclamó fuera de sí.-Me he arrastrado a tus plantas pidiéndote misericordia, y me has rechazado cruel, burlándote de mi dolor y de mi angustia!... Tú lo has querido, Seti-Mariem!... Y si has jurado la muerte de Abd-ul-Lah, si sólo con su sangre, para mí idolatrada, puedes como el lobo carnicero satisfacerte, yo te juro a mi vez, por la verdad de los cielos que Allah ha creado, por la bendición del profeta, por Allah mismo, a quien no embarga ni estupor ni sueño, que mientras yo aliente no has de conseguir el logro de tus reprobados fines! Sí!... Yo, mírame! Yo, la que llamas tu esclava miserable, colmándome de insultos, la infeliz criatura a quien en mal hora y con engaños arrebataste la libertad!... Y, sábelo, mujer orgullosa: si la ponzoña preparada para el Amir no ha colmado tus malditas esperanzas y tus inicuos deseos, yo, yo he sido quien lo ha impedido! Yo, que para defender y guardar al amado de mi corazón, débil criatura, sola, abandonada y pobre, me hallaré siempre en tu camino, y siempre, como ahora, estorbaré tus planes con la protección divina!... No me importa que llames a tus viles servidores... No me intimidan tus miradas, llenas de encono, ni me harán callar tus amenazas!... Desafío tu cólera, aunque me tienes en tu poder indefensa!

     Lanzó Seti-Mariem una carcajada burlona y despreciativa sobre la joven, y mal conteniendo su coraje,

     -�Qué me importas tú?...-dijo.-�Crees que el demonio habría de pedirme cuenta de tu alma?... �Crees que sería para mí tan difícil aplastarte con el pie como a reptil venenoso que eres?... �Crees que si la vida de mis hijos Ismaîl y Caîs no respondiera de la tuya, no habría cerrado yo misma por mis propias manos y para siempre tus maldicientes labios?... Que Allah me maldiga, si el día de mañana, no será el día en que el Sultán y tú no pagaréis vuestras deudas!... Y ya que has conseguido librar esta noche de la muerte a tu enamorado, procura también, si puedes, que mañana no perezca!...

     Y así diciendo, sin aguardar respuesta, salió del aposento, dejando a Aixa trémula de coraje.

     -Allah es el más grande!... No hay sino Él, el Eterno!... Sus arcanos son desconocidos para los creyentes!... Cúmplase su voluntad!-murmuró al cabo la muchacha, dejándose caer desfallecida sobre un asiento.

     -Pero,-prosiguió al cabo de breves instantes levantándose agitada,-yo necesito saber lo que significa y lo que envuelve esa terrible amenaza que pesa sobre la vida del Sultán y sobre mi corazón como la losa de un sepulcro!... Mañana, ha dicho!... Quizá alguna emboscada!... Ilumíname, Señor! Haz que mis ojos penetren por una sola vez tus arcanos misteriosos!... Ayuda mi memoria!... Ah, sí!... Esa mujer es capaz de todo,-dijo reflexionando.-No era ilusión mi sueño! No era vano fantasmal... De nada habrá servido mi sacrificio, si no logro evitar la muerte de Mohammad!... No cuentes aún, mujer infame, con la víctima! Si el señor de las tinieblas te ayuda y te protege, si Xaythan el apedreado te auxilia, Allah en cambio guiará mis pasos! Mañana!-añadió como recordando.-Sí, es cierto! Mañana, me ha dicho el Sultán, en celebración del triunfo conseguido en las fronteras sobra los nassaríes (�maldígalos Allah!) y en honra de El Divisor(21), correrá cañas y lanzará bohordos en Bib-ar-Rambla!... Sin duda esperas, despreciable criatura, lograr tu intento en la fiesta, y cuando el Sultán guerrero (�ayúdele Allah!) rompa la primera lanza!... Oh! Eso debe ser... Pero te engañas, porque estoy yo aquí para impedirlo, y lo impediré! Te has olvidado en tu inicua ceguera de que el Sultán es la sombra de Allah sobre la tierra, a quien debe glorificarse, y aunque mi corazón no fuera suyo, le salvaría!...

     Quedose por un momento recogida meditando, y al fin, decidida, salió del aposento con paso rápido, para volver a él poco tiempo transcurrido.

     Era ya pasada la media noche, y dentro del edificio no se escuchaba rumor alguno. Aixa, envuelta completamente en los pliegues de ancho solham(22) de lana que le cubría hasta los pies, y oculto el rostro por la capucha que llevaba echada hacia adelante, registró la casa; y sin duda encontró en ella todo conforme a sus deseos, porque sin vacilar, y llevando en sus manos un pequeño candil de cobre, encaminose a la puerta de la disimulada alhenia.

     Oprimió el resorte sin vacilación, pronunciando el santo nombre de Allah, y cuánta y cuán grande no sería su sorpresa, al ver que a su voluntad no obedecía!...

     Una y otra vez intentó de nuevo hacerle jugar, y todos sus esfuerzos resultaron inútiles, lastimándose en balde las manos. Buscó entre sus ropas llena de desesperación una pequeña daga de que se había provisto, y pretendió forzarle, aunque sin resultado...

     La sultana, sin duda, había previsto aquel caso! Estaba encerrada, y no podía salvar al Príncipe. �La había también abandonado la clemencia divina, como estaba abandonada de todos?... No podía ser! Allah no podía consentir que se cometiese aquel nefando crimen. Y urgía prevenir al Sultán, para que en las fiestas del ya cercano día no fuera vilmente asesinado!... Aquel, el único recurso con que contaba, volvíase como los otros en contra suya! �Y se había de ver detenida por semejante obstáculo?

     Era preciso que Mohammad tuviera aquella noche misma conocimiento de lo que ocurría, y lo tendría!... Lo tendría! Pero �cómo?

     En su desesperación, Aixa revolvía mil proyectos a cual más irrealizable; y pareciendo al fin determinada, volvió a tomar el candil que había dejado sobre la taraceada mesilla, y con pasos precipitados abandonó la estancia.

     Ligera como un fantasma, procurando acallar el ruido de sus pisadas sobre el pavimento, se deslizó por la galería, recorrió varios aposentos que halló en su camino, descendió la escalera que con los del piso inferior comunicaba, y hallando entornada la puerta, y dejando allí apagado el candilillo, salió al jardín, lleno de negras y medrosas sombras a aquella hora tan avanzada de la noche.

     Trémula y agitada, sentía correr por sus venas fuego derretido; y la brisa, húmeda y fresca, templó el ardor febril que la abrasaba.

     Parecía, ante lo apremiante y fatal de las circunstancias, haber tomado su partido, y sin detenerse, recorrió el jardín como una loca. Durante sus paseos solitarios, había más de una vez reparado en que por algunas partes no era tan alta la tapia que lo cercaba; así es que buscando uno de aquellos sitios, perdió Aixa algún tiempo, aunque no sin fruto, porque al fin halló lo que afanosamente apetecía.

     La tormenta de los pasados días había desmoronado parte de la cerca, y por allí, aunque con algún esfuerzo, no le sería imposible saltar a la calle.

     Para fortuna suya, cerca del lugar crecía un arbusto, cuyas ramas, despojadas ya de su ropaje, le brindaban su auxilio; y arrojando lejos de sí toda vacilación, asiose a ellas, pretendiendo por este medio llegar a lo alto de la cerca.

     Pero había contado demasiado con sus fuerzas la muchacha. Embarazábanle demasiado los vestidos, y sus manos, tan finas y delicadas, aunque la desesperación les prestaba inusitada energía, se destrozaban al contacto de la áspera corteza del arbusto. Despojándose del solham, que arrojó al suelo, pudo ya con más facilidad trepar por las ramas, y al cabo, con un suspiro de satisfacción, se halló a horcajadas sobre el caballete de la tapia.

     De un salto, y sin cuidarse de los inconvenientes con que tendría que luchar a la vuelta, si regresaba, púsose en la calle sin otro accidente, y trató en la oscuridad de orientarse.

     El murmullo del río sirvíale de guía, y siguiendo el rumor de las aguas, no tardó en encontrarse al lado del pretil que las encauzaba por ambas márgenes.

     El lugar era solitario, y hacíanlo imponente para la doncella la hora y la oscuridad que, semejante a un velo espeso de crespón, se extendía pavorosa sobre la ciudad dormida, confundiendo en inmensa mancha negra la tierra y el cielo a un tiempo mismo.

     -No impedirás ahora, sultana,-murmuró para cobrar ánimo y mientras componía sus ropas,-que conozca Abd-ul-Lah tus inicuas maquinaciones.... Nada importa mi vida, la vida de esta esclava miserable, cual tú me llamas, y a quien crees tener aprisionada en tus manos, cuando se trata de salvar al Amir de los creyentes.. Te reías de mis amenazas!... Veremos ahora! Te he declarado la guerra, y con el auxilio del Todopoderoso, no será tuya la victoria. Marchemos!

     Y procurando reunir sus recuerdos, pues era aquella la vez primera que se hallaba sola en la ciudad, siguió cautelosamente aunque a buen paso por la orilla del río, llegando así al puente que le cruzaba frente al barranco sobre el cual se levantaban los torreados muros de Bib-Aluxar, que daba entrada al foso de la Alhambra.

     Allí ya, se detuvo indecisa y con angustia, sintiendo flaquear a pesar suyo el ánimo.

     �A dónde iría? Penetrar en la Alhambra a tales horas y llegar hasta el Príncipe, era locura. Sólo en aquel entonces, se le había ocurrido esta cuestión, en la que no obstante debía haber pensado, antes de hacer nada. �A dónde iría?... Ella no conocía a nadie, ni de nadie era conocida... �Tendría que renunciar a su empresa? �La abandonaría Allah en aquel trance? La soledad y las sombras no la amedrentaban.. Ella había creído en su aceleramiento que podría fácilmente llegar hasta el Sultán o alguno de sus más íntimos servidores; y ahora, que, venciendo toda suerte de obstáculos, se hallaba ya en la calle, no sabía el medio de que había de valerse para realizar sus propósitos...

     El rumor acompasado de una patrulla que por el Zacatín parecía pronta a desembocar en la calle donde se encontraba, sacó bruscamente a Aixa de su abstracción, y sin darse cuenta de lo que hacía y como por instinto, corrió a refugiarse bajo el umbral de una puerta.

     Pero era tarde: uno de los oficiales del prefecto de la ciudad, encargado por él de la vigilancia del barrio aquella noche, era quien al frente de unos cuantos subordinados, desembocaba con efecto por el Zacatín; habíala distinguido como una sombra vaga entre las demás que todo lo envolvían, y dio orden a sus gentes de avanzar en dirección del sitio en que la joven había procurado ocultarse.

     Levantando hasta ella la luz de la linterna que en la mano llevaba, notó la agitación de que era visiblemente la doncella víctima; y disponíase a interrogarla, cuando Aixa, sacando fuerzas de su propia flaqueza, solicitó de él hablarle aparte.

     Accediendo a los deseos de aquella desconocida, separose algunos pasos con ella el oficial, y la enamorada del Amir, con voz entrecortada, exclamó entonces:

     -Soy portadora de una misión urgente y de importancia para nuestro señor el Sultán justo Abu-Abd-il-Lah Mohammad (�glorifíquele Allah y le proteja!), y no sé de qué medio valerme para penetrar en la Alhambra, y hacer llegar al Príncipe el escrito... �Puedes tú, señor, facilitarme bondadosamente el camino, para cumplir las órdenes que tengo?...

     -Si es cierto cuanto afirmas-replicó el oficial no extrañando lo que la joven le decía y creyendo sorprender alguna aventura galante del Sultán,-dame el billete, y yo haré que mañana esté en poder del Príncipe de los muslimes (�ayúdele Allah!).

     -Es imposible, señor, porque debo yo propia entregarlo, y ha de ser esta misma noche, pues mañana ya, sería demasiado tarde-replicó Aixa.

     -En ese caso, muchacha, de nada puedo servirte, porque nadie se atrevería a turbar el sueño de nuestro señor el Sultán a estas horas en Granada,-repuso el oficial.-Di a tu ama-añadió-que tenga paciencia, y retírate, porque es tarde.

     -�Oh, señor! No se trata de amor en este escrito-exclamó la joven angustiada, y desesperando de lograr sus generosos deseos.-No se trata de amor, como supones... �No debe el Sultán (�glorificado sea su imperio!) tomar parte mañana en las fiestas que han de celebrarse en Bib-ar-Rambla?..

     -Así es verdad; pero si no se trata de amor en esa misiva, por Allah que no comprendo de qué otra cosa pueda tratarse en ella!...

     -Por la santidad del Profeta te juro que es urgente, urgente para el Príncipe, y que a él solo interesa,-dijo Aixa conteniendo su lengua, y no atreviéndose a dar otro detalle.

     -Si tanto es, según tus palabras, lo que el billete de que eres portadora ha de interesar a nuestro señor, líbreme Allah de que yo por oponerme incurra en su enojo.. Ven conmigo, muchacha, y si a mí no me es dado penetrar sin justo y público motivo en el palacio del Príncipe a estas descompasadas horas, yo te conduciré delante de personas a quien está permitido. Pero si es una burla-añadió-no olvides que serás castigada.

     -�Dónde me llevas, señor?-preguntó la joven con sobresalto.

     -No lejos de aquí vive el guazir y katib Ebn-ul-Jathib, y con él deberás entenderte... Yo no puedo decirte más tampoco.

     Volviéndose a los suyos, el oficial, seguido de Aixa, tomó por el puente el camino de uno de los barrios nacidos al pie de la colina roja, e internándose por él, a poco se detuvo delante de una puerta, descargando sobre ella varios y repetidos golpes.

     Tardaron algún tiempo en dar respuesta; pero al cabo una voz varonil preguntaba por una ventana, y después de enterarse de la calidad del oficial, oyose dentro ruido de pasos y de hierros, y en breve se abrió la puerta, por la que apareció llevando un candil de latón, la figura de un esclavo negro.

     -�Quién eres tú?...-Preguntó de mal talante y encarándose con Aixa-�Qué buscas a estas horas en esta casa?

     -No te importa quien sea-dijo la muchacha.-Busco a tu señor... Busco a Ebn-ul-Jathib.

     -Duerme-contestó el esclavo-y por Allah que no seré yo quien le despierte. Vuelve de día, y entonces podrás verle quizás, sin importunar a nadie-añadió disponiéndose a cerrar la puerta.

     -Es de orden de nuestro señor y dueño el Sultán!-exclamó ya perdiendo toda esperanza la doncella.

     -Allah le proteja!-dijo el servidor deteniéndose.-Pero no acostumbra a servirse de tales emisarios.

     -�Qué sabes tú?... Es una carta urgente! Son órdenes que deben cumplirse antes de que el alba asome!... Y si no avisas a tu señor, sobre ti caerá la cólera del Príncipe de los muslimes!

     Ante tal imprecación, por Allah, que bien pudo no tenerlas todas consigo el pobre esclavo; y aunque vaciló un momento, la presencia del oficial, a quien había reconocido, tranquilizó su conciencia, por lo que, dejando abierta la puerta, se internó presuroso por el zaguán, llevándose consigo el candilillo.

     Transcurrido no largo tiempo, volvió a iluminarse el zaguán, y envuelto en un haique, que le cubría de pies a cabeza, apareció un hombre, en quien sin dificultad conoció Aixa al secretario del Príncipe, por haberle visto en varias ocasiones.

     -�Dónde está la orden de mi señor el Sultán?...-preguntó dirigiendose al grupo que formaban en las sombras el oficial de policía, Aixa y los agentes.

     -Aquí la tienes,-dijo la joven avanzando y entrando en el círculo de luz que despedía el candil en las manos del esclavo.

     -�Quién eres tú?...-volvió a preguntar Ebn-ul-Jathib, pues él era, sin aguardar a que Aixa le entregara el billete que pocas horas antes había escrito, y al mismo tiempo que el esclavo levantaba el candil iluminando el rostro de la niña, medio oculto por el alhayrme de seda.

     -�Me conoces?...-preguntó ésta por su parte.

     Lanzó un grito de sorpresa Ebn-ul-Jathib, e inclinándose respetuosamente delante de la joven,

     -Pasa, señora mía, pasa adelante, y aunque esta casa sea indigna del favor de tu presencia, por Allah que no serás por ello recibida con menos veneración de la que mereces,-dijo el secretario del Amir, con grande asombro del oficial y de sus gentes.

     -El tiempo urge, y fío en ti,-replicó la niña tranquila y gozosa al ver las muestras de respeto del katib.-Toma este escrito, y haz por que ahora mismo se entere de él nuestro señor y dueño...

     Y al notar la vacilación que se pintaba en el rostro leal de Eba-ul-Jathib, añadió:

     -Puedes leerlo; y si después no crees que por él deba ser molestado el Príncipe (�prospérele Allah!), haz lo que mejor te parezca.

     Tomó no sin sorpresa el secretario el billete que Aixa le alargaba, y mientras lo llevaba a su cabeza en señal de obediencia, procuró la joven marcharse; pero ya el katib, a la luz rojiza del candilillo, había tenido tiempo de recorrer con la vista rápidamente aquel papel, donde Aixa había trazado pocas, pero expresivas palabras, sobrado elocuentes para no producir efecto en el ánimo del poeta, en cuyo semblante se retrató súbita ansiedad, así es que sin ocultar su inquietud, y extendiendo la mano hacia la enamorada del Amir, exclamó con tembloroso acento:

     -Detente, por Allah, señora mía, y lleva tu bondad al punto de permitir que te hable breves momentos.

     Adivinando lo que pasaba por el poeta, Aixa se detuvo, y adelantando hacia el umbral de la puerta, penetró en el zaguán, donde, haciendo que el esclavo se retirase, dijo el katib:

     -�Sabes, señora, la gravedad de lo que contiene este escrito?...

     -Sí,-replicó la joven,-y los instantes son supremos. Por eso no he vacilado en exponerme, a estas horas, salvando todos los obstáculos, y jugando la vida seguramente. No hay tiempo que perder, si hemos de salvar al Príncipe... Ve pronto, pronto, así Allah te bendiga, y dile que yo, burlando la vigilancia estrecha de sus enemigos, he venido en persona a entregarte este escrito... Que su vida está amenazada... Que no fíe de ninguno de los que le rodean, y sobre todo... que se guarde mañana de romper lanzas en Bib-ar-Rambla como tiene prometido!

     Y cubriéndose rápidamente con la capucha del solham, avanzó hacia la puerta, aprovechando el estupor de que se hallaba poseído Ebn-ul-Jathib.

     -Tus palabras descubren a mis ojos horizontes desconocidos,-dijo éste deteniéndola.-Yo haré que el Sultán nuestro señor conozca en breve lo que dice tu carta, y Allah, el Omnipotente, nos ayudará! Allah vela por sus criaturas! Pero no te vayas así, o déjame que te acompañe a tu morada, o acepta la hospitalidad con que te brindo en la mía...

     -Que el Excelso premie tus buenas intenciones! Pero más importante que mi vida es la vida del Amir. De un momento a otro puede ser advertida mi ausencia, quizás ya lo haya sido, y esto podría comprometer seriamente nuestro negocio... Que la misericordia de Allah nos ayude!...

     -Que ella te acompañe y te preserve de todo mal!-contestó Ebn-ul-Jathib, a tiempo que Aixa ya en la calle de nuevo, echaba a andar aceleradamente.

     El oficial, comprendiendo por cuanto había visto que la desconocida era persona de importancia, apresurose a acompañarla seguida de sus agentes, mientras ella, abriendo el corazón a la esperanza, y tranquila ya respecto de la suerte del Amir, caminaba rápida por la orilla del Darro, no tardando en llegar delante de la tapia por donde había saltado.

     Hasta aquel momento,-tan embebida había caminado,-no advirtió que el oficial la seguía; y como viese la dificultad de trepar a la tapia, pidiole auxilio, que él se apresuró a prestarle, y exigiéndole el secreto, merced a una escalera que le pudo ser facilitada, subió sobre la albardilla del muro y se deslizó al jardín.

     Atravesole temerosa, y hallando entornada la puerta de la casa, según ella la había dejado, respiró tranquila, segura de que nadie había notado su ausencia, y se encerró en su aposento.

     -�Oh!-exclamó cayendo desfallecida sobre los blandos almohadones del sofá.-Ahora puedo morir!... Mi vida por la suya!... �Qué mayor ventura?... Seti-Mariem, Seti-Mariem, no lograrás tu intento! �Bendita sea la misericordia de Allah!

     Con mano presurosa, despojose de sus vestiduras; y entregando el espíritu a goces hasta entonces no logrados, abandonó su cuerpo al sueño entre las ropas perfumadas del blando lecho.

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