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ArribaAbajoCuba en Alberti y Alberti en Cuba

Ángel Augier. Cuba


Hace algunas semanas terminé de escribir un libro Rafael Alberti en Cuba, investigación literaria realizada en homenaje al gran poeta, vigoroso y delicado, único sobreviviente de la prodigiosa generación del 27 que hizo florecer nueva edad de oro de las letras hispánicas. Me complace conversar brevemente sobre esta obra inédita en este coloquio dedicado a la literatura española en el exilio, por la significación capital de Alberti en esa dramática España peregrina a lo largo de cuatro décadas de angustioso destierro.

El primer capítulo de los nueve que conforman el libro, se titula «Cuba dentro de un niño y en el amanecer de un poeta», donde se manifiesta la temprana vinculación del niño gaditano con Cuba y sus cosas. Eso está expresado emotivamente en el poema «Cuba dentro de un piano», escrito por Alberti durante su primera visita a La Habana en 1935, y al recoger al año siguiente en el libro 13 bandas y 48 estrellas, todos los poemas de su tormentoso viaje por el Caribe, enriqueció el cuaderno con reveladoras notas. En la correspondiente al poema citado, recuerda el que toda su infancia estuvo rodeada «de una atmósfera clara y romántica de canciones, palmeras, loritos y palabras de la isla de Cuba», llevadas a los puertos de Cádiz por soldados, marineros y funcionarios coloniales que habían regresado a su tierra tras el desastre del 98. El poema evoca a su madre, María Merello, tocando al piano guajiras y habaneras. Desde entonces, Cuba ya quedó fragante y musical en su sensibilidad de artista.

Como se sabe, la familia Alberti se trasladó a Madrid en 1917. El joven pintor que ya era Rafael fue atraído por la poesía en los círculos literarios que frecuentaba. En la Residencia de Estudiantes conoció a Federico García Lorca y éste le presentó a un joven escritor cubano que era secretario de la Legación de Cuba: José María Chacón y Calvo, con quien, al igual que Lorca, hizo entrañable amistad. De ello hay testimonios en las memorias de Alberti, La arboleda perdida, y también en las cartas que el   —194→   poeta escribió al diplomático desde Rute, aldea andaluza donde vacacionaba en 1924.

En esta correspondencia recientemente publicada, y que Alberti acompañaba de los poemas que escribía, se registran dos momentos importantes de esas relaciones. Uno es cuando el poeta recibe un ensayo de Chacón sobre el escritor y revolucionario cubano Manuel de la Cruz, y le expresa a su amigo la profunda impresión que experimentó:

«¡Tu prólogo! Es una felicidad saber ver y Juzgar con acierto, lo que dicen y hacen los demás. (...) Yo, que no entiendo de política, y que ni quiero entender, voy sintiendo una gran admiración por esos hombres de tu Isla que pasan fugazmente por las páginas de «Manuel de la Cruz». / ¡Con cuanto amor hablas tú de tu país! Cómo me alegro de creer contigo en el deber que todos tenemos de conservar nuestro carácter nacional (...)»



Este fragmento de toma de conciencia cívica del bisoño poeta, es de una carta de 8 de febrero de 1925. Pero antes, en carta de 24 de enero de aquel año, desde su refugio aldeano Alberti le remitió su amigo en Madrid los originales de su primer libro, Marinero en tierra, para que los presentara a optar por el Premio Nacional de Poesía en el Ministerio de Instrucción Pública, y ya se conoce cuánto significó ese primer galardón literario para el debutante.

(Se recordará que Alberti cuenta en sus memorias que al ser llevados esos originales del libro Mar y tierra -tal era el primitivo título- al Ministerio, ya había decursado el plazo de admisión, pero un soborno de dos pesetas la franqueó. La correspondencia ahora conocida revela que Chacón y Calvo le encargó ese servicio a su secretario José Luis Galbe, entonces joven estudiante de derecho, que llegaría a ser años después Fiscal de la República Española durante la guerra civil. Exiliado en Cuba al triunfo del franquismo, José Luis Galbe sobresalió en el ejercicio de la docencia, la Jurisprudencia, el periodismo y la literatura, así como en la diplomacia al triunfo de la revolución. Él también honró la literatura española en el exilio y merece nuestro agradecido recuerdo).

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Los primeros versos de Rafael Alberti publicados en Cuba aparecieron en una página de la importante revista Social, en octubre de 1926, bajo el rubro de «Nuevos poetas españoles», junto con los primeros de Federico García Lorca que se publicaban en Cuna y los de otro poeta ya olvidado: Alejandro Rodríguez Álvarez. Los dos poemas de Alberti son de Marinero en tierra: la canción «Pregón submarino» y el primer soneto de los tres dedicados «A Federico García Lorca, poeta de Granada».

Aunque la prensa habanera acogió en 1925 información cablegráfica sobre los Premios Nacionales de Literatura de aquel año en España, no fue hasta 1927 que se publicó en Cuba un juicio crítico sobre Marinero en tierra. En 3 de julio de aquel año, el suplemento del Diario de la Marina reprodujo el artículo del poeta mexicano Jaime Torres Bodet, titulado «poetas nuevos de España: Gerardo Diego y Rafael Alberti», donde hace una fina exégesis de Marinero en Tierra.

«Poeta en la calle y en el mundo» es el título del segundo capítulo, que refleja la evolución literaria e ideológica del poeta, su participación en la lucha por la República Española su militancia comunista, su unión matrimonial con la escritora María Teresa León, y sus relaciones de esa etapa con Cuba y cubanos: carta a Chacón y Calvo; publicación en Social del poema «Prisionero» (marzo 1930); encuentro con Alejo Carpentier en París, quien le hace una extensa y lúcida entrevista -sobre el teatro político que cultiva con éxito y gran resonancia- publicada en la revista Carteles en 1931; en 1934, nuevo encuentro con Carpentier en Madrid, también reportado en Carteles, y frente a la agresión yanqui desatada a la caída de la tiranía de Machado, la publicación en la revista Octubre de su vigoroso poema «¡Salud, Revolución Cubana! «que no ha perdido vigencia. En 1935, mientras la Revista Cubana en enero comentaba el libro Poesía (1934) donde Alberti reunía su obra hasta ese momento, el diario La Palabra, en febrero en su Magazine -dirigido por mí-, publicaba un poema sobre la URSS del poeta español, en tanto que en abril la revista Bohemia acogía varios poemas suyos en su número dedicado al aniversario de la República en España. Y   —196→   todo ello, ajenos a que Alberti estaba a punto de visitar La Habana.

«Primera visita a Cuba» se titula el capítulo tercero. Cumplían Alberti y María Teresa León la misión encomendada por el Socorro Rojo Internacional de denunciar en América la brutal represión del gobierno reaccionario español contra los mineros de Asturias y de recaudar fondos para ayudar a sus familias. En la segunda quincena de abril de 1935, después de permanecer en esa actividad, varias semanas, en Estados Unidos, los Alberti llegaron a La Habana de tránsito para México, ya que conocían la grave situación política de Cuba, luego de haber fracasado la huelga general revolucionaria de marzo y haberse reforzado la primera dictadura militar de Batista.

Pero, excepcionalmente, pudieron permanecer en la capital unas tres semanas, gracias al prestigio de su personalidad literaria y a las gestiones de Chacón y Calvo, que era Director de Cultura del Ministerio de Educación. Entre los miles de presos políticos se encontraba Juan Marinello, con quien había colaborado yo en el diario La Palabra, clausurado al fracasar la huelga. Seguramente a sugerencia de Marinello, fui designado por el Partido para, a nombre suyo, atender a los Alberti, de manera que puedo dar testimonio personal -además del documental- de los recitales y conferencias que ofrecieron y de sus muchas actividades y contactos. En esa ocasión tuve el honor de presentarles a Nicolás Guillén y ya sabemos lo que significó esa amistad en el proceso de radicalización de nuestro gran poeta.

No es posible pormenorizar en esta charla los detalles de esta primera visita de los Alberti a Cuba, que quedaría reflejada luego en su cuaderno de poesía 13 bandas y 48 estrellas. Poema del Mar Caribe, editado en Madrid en 1936. Sería prolijo también extenderse en detalles de los demás capítulos del libro. Sólo ofreceré datos generales. El capítulo IV, «Entre el clavel y la espada», abarca un extenso período, 1935-1960, que incluye la guerra civil y el exilio, con abundante documentación de las relaciones de los Alberti con Cuba y los cubanos de su amistad, para llegar al capítulo V, «Segunda visita a Cuba», en 1960, ya en   —197→   los inicios de la Revolución triunfante, cuando tuvo lugar el histórico «Mano a mano» poético Alberti-Guillén.

Los capítulos VI y VII, «En Italia, a la vera de España» y «La feliz primavera del regreso», respectivamente. 1960-1990. registran; presencia de Alberti en la prensa cubana del período y, como los anteriores, su correspondencia con cubanos: Guillén, Carpentier, Feijóo etc., mientras que VIII, ofrece los pormenores de la «Tercera visita a Cuba», en 1991. El capítulo IX, finalmente, titulado «La presencia extendida». Además de fungir como resumen del tema, recoge las actividades de la hija del poeta, Aitana Alberti, para mantener viva su vigorosa presencia en nuestro país, como signo de solidaridad con nuestra Revolución.

El libro es el fruto de una extensa y profunda investigación en bibliotecas y archivos, que me permiten ofrecer una biografía cubana de Alberti de cerca de trescientas fichas, que han sido examinadas en el curso del libro en el afán de mostrar hasta que punto es Rafael Alberti el poeta español más hondamente vinculado con nuestra patria. Por ello, y porque además Alberti es un hermoso ejemplo de conducta humana y social, de inclaudicable fidelidad al socialismo y a los principios de justicia y libertad de todos los pueblos, es merecedor del homenaje de Cuba revolucionaria. Único superviviente de la generación poética del 27, la naturaleza ha sido generosa con este andaluz universal, genio de la cultura española, que festejará en su natal Puerto de Santa María, a finales de este 1998, su nonagésimo sexto cumpleaños.



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ArribaAbajoMartí en el pensamiento español: visión de los exiliados

Roger González Martell. (Casa del Escritor Habanero)


La imagen de Martí, hombre de espíritu y de pensamiento, escritor y revolucionario, figura cimera de la guerra emancipadora de Cuba, por muchos años permaneció desconocida entre los españoles.

Los hombres políticos de la España colonial en su intransigencia sobre los problemas de ultramar no alcanzaron valorar sus ideas, aunque sí hubo algunos representantes de la España progresista que sí lo comprendieron. Recordamos a Francisco Pi y Margall, quien expuso sus ideas contrarias a la política que España seguía con Cuba en distintos medios. En su obra Historia de España en el siglo XIX en colaboración con su hijo, publicada en 1902 en Barcelona, se refiere a Martí en tono elogioso. Antes, en un discurso pronunciado en 14 de julio de 1897 lo consideraba como «alma del movimiento» libertador de Cuba.

Otro español, que a principios de siglo reconoció la entrega de Martí a la causa de la independencia cubana, fue el catedrático e historiador Juan Ortega Rubio en su obra Historia de la Regencia de María Cristina Habsbourg-Lorena publicada en 1905235, pero en ambos casos, es una visión política.

Sin embargo, la profundidad de su pensamiento, su obra literaria, era ignorado por los españoles, y no es hasta 1914 en que Miguel de Unamuno, al recibir los volúmenes de las obras de Martí que venía editando Gonzalo de Quesada, escribe para el Heraldo de Cuba su artículo «Sobre los versos libres de José Martí», aparecido el 18 de febrero de ese año 1914.

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Unamuno dedicó tres artículos, dos cartas y una tarjeta postal a comentar aspectos de la obra literaria martiana, en los que puso de manifiesto su identificación estética e ideológica y admiración.

Pero aún la obra martiana no era conocida en España, hasta que en 1925, el escritor argentino Alberto Ghiraldo comenzó a publicar bajo su dirección las obras completas en 17 tomos, en la Editorial Atlántida, de Madrid.

En ese mismo año apareció el libro: José Martí; estudio biográfico de Manuel Isidro Méndez, obra premiada por el Real Consistorio Hispanoamericano del Gay Saber de Madrid, en el certamen de 1924, conmemorativo de la Fiesta de la Raza. Este estudio, al igual que los otros mencionados, insisten en el desconocimiento de Martí cuando dice: «...En España también saben de Martí aquellos que nada ignoran, y bien lo prueban con las bellísimas páginas que le han dedicado hombres tan ilustres como Miguel de Unamuno y Marcelino Domingo; pero la generalidad de los que debieran conocerlo lo ignoran o saben poco de él, y si lo han aprendido es en las notas biográficas que por ahí llevan algunas enciclopedias e historias. No saben lo verdadero, porque tales notas interpretan mal y valoran torpemente a este insigne humano nuestro de América»236.

Isidro Méndez, uno de los más importantes estudiosos de la obra martiana, había vivido en Cuba durante muchos años como emigrado, y sintió desde joven una intensa devoción por Martí. Esta obra constituyó la primera biografía martiana recogida en forma de libro, y por él se supo en España sobre su vida.

Al estudio biográfico de 1924, habría que añadir el interés y entrega al análisis del ideario martiano, que se consolida en José Martí. Ideario, publicado en 1930 en La Habana, y Martí. Estudio crítico biográfico, premiada en el Concurso Literario Interamericano de la Comisión Central Pro Monumento a Martí   —201→   efectuado en La Habana en 1939 y publicada en 1941, en el que expone y enjuicia sus ideas, y constituye un claro aporte para el conocimiento y comprensión del pensamiento de Martí. Según José Antonio Portuondo esta obra «es más que una simple biografía -que ya nos la había ofrecido el propio Méndez, desde 1924- el mejor estudio de la vida y de la obra martiana realizado entre nosotros»237.

A medida que iban publicándose las obras completas editadas por Ghiraldo. iniciada con la poesía, aparecen en la prensa española numerosos artículos, entre ellos firmas como Ballestero de Martos, José Alcina, Roberto Castrovido, Luis Bello, Edmundo González Blanco y otros.

Ballestero de Martos, en un artículo publicado en El Sol, de Madrid, el 5 de mayo de 1925 advertía nuevamente que Martí no era conocido en España, debido a su personalidad política, visto como un enemigo del dominio español, no permitió conocer su personalidad literaria, pero pasado el tiempo necesario y reivindicado para España otros hombres insignes de América, había que retomar la perspectiva histórica de los hechos, y tampoco podía desconocerse que del otro lado del Atlántico seguía viviendo otra América, y en esta mirada atrás, reconocían la sorpresa en descubrir en Martí sus valores políticos y literarios.

En 1929, apareció en Madrid Mitología de Martí debido a la firma de Alfonso Hernández Catá. En 1934 en la Antología de la Poesía Española e Hispanoamericana (1882-1932), publicada en Madrid, a cargo de Federico de Onís, obra de gran importancia en la historia literaria de nuestro idioma, incluye a Martí, con una valoración de su obra, en la que considera que «es uno de los escritores más profundamente originales que hasta ahora ha producido América»238.

No olvidemos tampoco, por su hondo contenido y palabras de devoción, la conferencia pronunciada en La Habana   —202→   el 29 de enero de 1928 por Fernando de los Ríos, invitado por la Institución Hispanocubana de Cultura con el título de «Reflexiones en torno al sentido de la vida y obra en Martí» a quien considera «la personalidad más conmovedora, profunda y patética que ha producido hasta ahora el alma hispana en América»239.

Después de estas observaciones iniciales, examinemos a continuación la visión de los exiliados sobre Martí.

Decía Juan Ramón en su semblanza lírica aparecida primero en Baraguá (1937), y luego en Españoles de Tres Mundos (1942): «Hasta Cuba no me había dado cuenta de José Martí» y más adelante continúa: «...Poco había leído yo entonces de Martí; lo suficiente sin embargo, para entenderlo en espíritu y letra. Sus libros, como la mayoría de los libros hispanoamericanos no impresos en París, era raro encontrarlos por España. Su prosa, tan española, demasiado española acaso, con esceso de jiro clasicista, casi no la conocía...»240

Por su parte, Herminio Almendros, otro de los grandes estudiosos de la obra martiana, plantea: «¿Quiénes de los españoles, antes de llegar a Cuba, conocían a Martí? Martí, genio de Cuba, genio de España en Cuba, del alma española en Cuba, me era a mí, estudiante en España, desconocido. Nos lo habían allá ocultado, o nos lo habían desfigurado hasta convertirlo en nada o en menos que nada. ¡Él, que ha sido el más genuino y alto representante del genio hispano!»241

Una reflexión de lo expuesto hasta aquí, nos induce a considerarlo como un proceso. Primero, una visión política, que se enriquece posteriormente a partir de la edición de las obras   —203→   completas, con un Martí literario; pero cuando los exiliados llegan a Cuba empiezan a vislumbrar otro Martí mucho más cercano. Si tenemos en cuenta, las heridas de la guerra civil, en que patria y libertad son conceptos de gran actualidad, el encuentro con Cuba que adoraba en Martí, y el encuentro con el movimiento intelectual cubano nutrido de las ideas martianas, posibilita descubrir a un Martí que le era necesario y le viene muy bien a sus preocupaciones políticas e ideológicas; es un descubrimiento en un doble sentido; descubren a Martí en el ámbito de Cuba, y a la vez Martí los descubre a ellos.

«Hasta Cuba no me había dado cuenta de Martí», resulta la clave para comprender esta dualidad, de conocerlo y lo que le aporta al pensamiento del exilio. Los exiliados reconocen la idea de la independencia encarnada en un hombre en el que se une pensamiento y acción y eso le daba actualidad; un sentido de saber para que se luchaba, y les permite conocer además, que a sus valores literarios se une el amor a la libertad y la justicia, tan importante para los exiliados.

Para hacer un balance de esta incidencia, mencionemos algunos de los trabajos publicados después de 1936: «Martí, el luchador sin odio» de Luis de Zulueta; «Significación de lo humano en José Martí» de Fernando de los Ríos; «Martí, el maestro» de Alejandro Casona; «Temperamento y personalidad de Martí» de Gustavo Pittaluga; «Martí, España y los españoles» de Mariano Sánchez Roca; «El pensamiento literario de Martí» de Juan Chabás; «Notas sobre Martí innovador en el idioma» de Herminio Almendros; «Martí, pensador y sentidor», «Humanidad de Martí», de Manuel Isidro Méndez, por solo citar algunos.

Aún en la diversidad de los puntos de vistas, existe un común denominador que es el reconocimiento a la grandeza de su pensamiento y acción.

Recordemos además el homenaje tributado el 27 de septiembre de 1943 en el Aula Magna por la Reunión de Profesores Emigrados Españoles que por esos día sesionaba en La Habana, acto que fue presidido por Fernando de los Ríos, quien hizo uso de la palabra, además de Joaquín Xirau y María   —204→   Zambrano en representación de las tres generaciones que constituían el profesorado español.

Según la versión de las palabras de María Zambrano «desde el espíritu que latía en el fondo del dramático acontecimiento, había sentido la significación de la figura de Martí, aunque antes de ello el nombre de Martí había evocado la cifra y compendio del espíritu de Cuba en su arribo a la libertad. Y en tierras de Cuba el culto rendido tan fervorosamente por los cubanos la hizo sentirse ante un gran misterio y que como todo misterio hace detenerse a quien lo mira desde fuera. Es en efecto, un gran misterio el que Martí representa, el misterio del nacimiento histórico de un pueblo, el afloramiento de un nuevo modo de vida y un nuevo rostro de la Historia»242.

Resulta significativo también el hecho que en la imprenta La Verónica del poeta Manuel Altolaguirre, el volumen que dio inicio a la colección «el ciervo herido» fue los Versos Sencillos de José Martí, y tomó ese nombre de uno de los versos del libro: «Mi verso es un ciervo herido», aunque también hay otro verso de Luis de Góngora, quien en 1927 se celebró el tercer centenario y fue tomado como bandera de la llamada Generación del 27 que dice: «La vida es un ciervo herido, que las flechas le dan alas».

Volvamos a Juan Ramón. Según sus palabras, muchos escritores estaban en deuda con Martí. Así escribe: «Darío le debía mucho, Unamuno bastante, y España y la América española le debieron en gran parte, la entrada poética de los Estados Unidos. Martí, con sus viajes de destierro (Nueva York era a los desterrados cubanos lo que París a los españoles) incorporó los Estados Unidos a Hispanoamérica y España, mejor que ningún otro escritor de lengua española, en lo más vivo y más cierto. Whitman, más americano que Poe, creo yo que vino a nosotros, los españoles todos, por Martí»243. Aquí alude a los ensayos que   —205→   dedicó Martí a los escritores norteamericanos más sobresalientes, principalmente a Whitman.

Juan Ramón reconoce en Martí la voz propia y el estilo inconfundible, su originalidad que lo diferencia de toda generación anterior y con los demás de su época, y por eso se identifica con él cuando dice: «El modernismo, para mí, era novedad diferente, era libertad interior. No. Martí fue otra cosa, y Martí estaba, por esa «otra cosa», muy cerca de mí. Y, cómo dudarlo, Martí era tan moderno como los otros modernistas hispanoamericanos»244.

En otra parte de su semblanza establece un paralelo entre Martí y Darío y confiesa «no lo hubiera yo sentido sin venir a Cuba». Por eso afirma: «Martí vive (prosa y verso) en Darío, que reconoció con nobleza, desde el primer instante, el legado. Lo que le dio me asombra hoy que he leído a los dos enteramente. ¡Y qué bien dado y recibido!»245.

Pero también hay otro reconocimiento: «el Martí contrario a una mala España inconsciente, era el hermano de los españoles contrarios a esa España contraría a Martí»246. Juan Ramón toca este aspecto fundamental en la vida de Martí que fue su relación con España y el sentido de su lucha a favor de la independencia de su patria.

Al resumir su pensamiento sobre Martí escribe: «Quijote cubano, compendia lo espiritual eterno, y lo ideal español» y más adelante confiesa: «Sentí siempre por él y por lo que él sentía lo que se siente en la luz, bajo el árbol, junto al agua y con la flor considerados, comprendidos...»247

Anteriormente había citado la conferencia de Fernando de los Ríos en La Habana en enero de 1928, acerca de sus «Reflexiones en torno al sentido de la vida en Martí», en la que señalaba los ideales que guiaron su vida y los valores que la   —206→   sustentaron, entre ellos el honor, el heroísmo, la justicia y la libertad.

En 1941, en la Revista Universidad de La Habana apareció publicada otra interesante conferencia, esta vez con el título «Significación de lo humano en José Martí» en ocasión de una visita a La Habana.

Nuevamente el reconocimiento a sus valores: «Martí es para vosotros el héroe -dice Fernando de los Ríos-; Martí es el hombre que resume el breviario espiritual de todo cubano con algunos quilates; Martí es el emisario; Martí es el hombre que sintetiza las virtudes ciudadanas...»248 En su conferencia insiste que la esencia de la obra y pensamiento martiano es el amor, «amor de sangre, carne y hueso; pero no meramente de sangre ni de carne ni de hueso, sino de espíritu» y seguidamente se pregunta: «¿Para qué quería esa fortaleza de cariño...? ...Para la libertad de Cuba y para hacer hombre al hombre cubano», con una vida espiritual plena. En Martí -según el conferenciante- hay dos palabras claves en su pensamiento y acción que son amor y deber, con un hondo sentido humano y reconocimiento a la dignidad y la libertad.

Para Alejandro Casona, en un artículo en ocasión de un aniversario de la muerte de Martí, reconoce que: «Cuba ha hecho una religión cordial del alto nombre de Martí: el Apóstol, el Mártir, el Héroe y el Poeta, el gran Ciudadano, el alma más ancha y más honda de toda Hispanoamérica. Entre tanto títulos de auténtica nobleza, yo quisiera decir sólo dos palabras sobre el que más significa para mí: José Martí, el Maestro», y más adelante señala: «Martí, maestro de niños, de adolescentes y de hombres, es maestro total: es el creador de un pueblo»249. Es evidente como Casona reconoce a Martí como el maestro quien enseñó a su pueblo el heroísmo; el camino de la libertad, pero siempre   —207→   predicando con su ejemplo, con un hondo sentido humano y de amor en lo que hacía.

Luis de Zulueta, político y pedagogo, en una conferencia pronunciada en la Institución Hispanocubana de Cultura el 29 de enero de 1939 con el título «Martí, el luchador sin odio», lo considera «el genio de la patria y de la libertad, fue el héroe que encarnó estos principios en su propia persona y fue el profeta, fue el apóstol, fue al cabo el mártir que a esos principios sacrificó su vida en los campos de batalla; pero... si, Martí... reunió en su persona excepcional, todos esos nobles caracteres, hay uno, hay un rasgo que sobre todos prepondera porque a todos los resume y sintetiza: Martí fue un luchador, fue un hombre combatiente a lo largo de toda su vida»250.

Esta cualidad que reconoce Luis de Zulueta de ser un luchador en si prédica, en sus escritos, en su poesía, en su acción, pero «un luchador sin odio», pues su lucha era por amor, a la libertad, a la patria a lo humano. En su conferencia insistió en esta idea y el sentido de actualidad en la época contemporánea, época de odio, de guerra, y era necesario encontrar y conocer a Martí.

En Cuba, Herminio Almendros conoció la obra de José Martí, y junto a las influencias de la Institución Libre de Enseñanza en que fue formado, y la Escuela Popular Moderna de Celestin Freinet, constituyen las bases fundamentales de las concepciones pedagógicas y literarias de su pensamiento.

En su libro A propósito de la Edad de Oro, Almendros cuenta como se produce su encuentro con la obra martiana: «Yo confieso que, al acercarme a la obra escrita de Martí y topar con la singular revista infantil, me detuve sorprendido primero ante ella. La curiosidad me llevó luego a leerla, a interesarme por ella, a admirarla y a intentar comprenderla. Lo que yo juzgué, ignorante aún de la obra del grande hombre de América, como trabajo de adventicia circunstancia, que no sobrepasaría   —208→   esencialmente los méritos que el tono y las aspiraciones generales de la literatura infantil de la época podían hacer esperar, se me fue convirtiendo, con la lectura atenta, en legítima sorpresa y en honda admiración. No pocas veces he pensado que en esa obra para niños que se le murió a Martí también de dignidad, casi recién nacida quedaron ya sembradas normas precursoras de una literatura infantil de nuestra época»251.

Quiere decir que Almendros, a través de la lectura de La Edad de Oro252 descubre a Martí y lo hace reflexionar sobre el ideario pedagógico y sus concepciones sobre la literatura infantil y escribió un libro básico para comprender el pensamiento martiano y del propio Almendros que fue A propósito de la Edad de Oro , publicado en 1956 por la Universidad de Oriente.

Divididos en 10 capítulos, Almendros hace un análisis del origen y trayectoria de las revistas para niños hasta la época en que Martí escribió La Edad de Oro, y afirma: «Lo que sí puede asegurarse es que ninguna de las revistas análogas publicadas en aquel tiempo en los países de habla española, salió a la luz tan rica de méritos como esta que escribió Martí»253.

En La Edad de Oro, Martí marcó pautas de lo que debía ser los propósitos y normas de las revistas infantiles y de la literatura para niños, y Almendros ofrece sus consideraciones sobre el valor informativo, el propósito de formación de valores morales y educativos que entrañaba la revista, y enfatiza en el estilo realista de Martí en la elección y enfoque de los temas y su manera de escribir: «Yo entiendo por literatura realista -dice Almendros- aquella que compone y contribuye captando y manejando sobriamente los datos y particularidades de las cosas y los hechos de la vida real inmediata, y relaciona felizmente el pensamiento con esas cosas, ideas y hechos objetivos... Lo que   —209→   nos sirve para ver claro en nuestro tema es considerar que el pensamiento y la literatura realistas parten de datos reales, objetivos, y se mantienen en contacto y relación con ellos; como que son su fuente y forman su caudal»254.

Para Almendros, en la obra de Martí se conjuga los elementos de ficción con los datos reales, es una literatura basada en la verdad, teniendo en cuenta la función educativa y la formación de la conciencia partiendo de la realidad y la vida.

Otro de los aspectos significativos que Almendros señala en la obra martiana es el uso del idioma: «No, no hay en ellos vocabulario desmedido. No hay fraseología complicada u oscura. No hay esfuerzo ni artificio. Es el estilo más natural del mundo, del hombre que escribe el cuento lo mismo que lo contaría a un niño oyente. Estilo no de construcción y sintaxis reglamentadas y académicas, sino comunicación verbal de vivo giro, de palabra ágil, precisa, dinámica, clara, sugeridora... No lengua común docente, sino conversacional, de expresivo y personal romance. Pero además es que en Martí lo personal en el habla sorprende con recursos cuyo secreto era de él.

Es cualidad del estilo cuando se escribe para niños -continúa Almendros- el señalar y destacar los detalles de paisajes, de personas y de hechos, a veces con mesurada minuciosidad y con felices pinceladas sugestivas. En estos cuentos que escribió Martí saltan sin cesar como destellos la expresión y el párrafo cuajados en imágenes iluminadas de gracia, o en esquemas pictóricos precisos, limpios, exacto, de las acciones, las situaciones y las cosas. Al paso saltan los aciertos verbales como sorpresas ágiles»255.

En el análisis de Almendros, insiste en el valor educativo de la obra martiana, dirigida fundamentalmente a los jóvenes que serían los hombres de la sociedad que pretendía construir con su ejemplo y acción, es decir, hay un sentido de previsión y preparación educativa para los hombres del mañana, que es la función de todo educador.

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Resulta evidente la correspondencia de las ideas entre Martí y Almendros, y el estudio realizado sobre La Edad de Oro es un material básico para comprender las concepciones pedagógicas y sobre la literatura infantil de ambos, pero además ofrece un análisis crítico de obligada consulta para quienes pretendan acercarse a la obra de Martí y entender mejor La Edad de Oro.

Pero este no es el único estudio de Almendros sobre la obra martiana. En 1959 publicó En torno a la Edad de Oro, como un apéndice del anterior; en 1961 publicó Ideario Pedagógico256, de José Martí, con un estudio introductorio de Almendros acerca de las ideas de Martí relacionadas con la educación. Hay otro texto básico de Almendros referido a Martí que es su biografía escrita para niños y jóvenes, con el título de Nuestro Martí257 y lo presenta como un hombre real, tal como era, preocupado por los problemas de su tiempo y su vida puesta al servicio de la independencia de su patria, pero sin idealizarlo ni falsearlo. El libro logra crear una atmósfera real, y junto a la información persigue el objetivo de acercar a los jóvenes a la figura de Martí con un propósito educativo y un estilo sencillo, directo, con aliento poético.

Pero también Martí estuvo presente en la literatura de los exiliados. En el cuento «Pepín el mulato» de Luis Amado Blanco, el personaje protagónico aparece vinculado a las ideas martianas, y a través de él, el autor dice frases como esta: «Así habló Martí, aquel genio que ustedes nunca supieron comprender»... «A Martí, estoy seguro, que sólo lo conoce de oídas, que no ha leído nada de él. Se le olvida, en España, injustamente. Pero día vendrá en que suceda todo lo contrario. Léalo con calma y medítelo. Si   —211→   viviera, estaría ahora ayudando a libertar al pueblo español de la tiranía de los Borbones»258.

El exilio marcó una nueva visión en la relación España-América; desde este lado del Atlántico se descubrieron nuevas aristas de la hispanidad y de los valores espirituales y lingüísticos que nos identifican. Martí fue uno de esos descubrimientos que contribuyen a la evolución del análisis de los emigrados y exiliados españoles en torno a la realidad de ambos pueblos.



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ArribaAbajoGustavo Pittaluga: ámbito cubano

Salvador Bueno. Presidente de la Academia Cubana de la Lengua


No es posible que aparezcan con frecuencia libros que planteen con perspicacia y enjundia los problemas esenciales, básicos de un país. Se requieren unas agudas dotes de observación, una enérgica capacidad de penetración y discernimiento, una indispensable posición amorosa que, al mismo tiempo, no obstaculicen de ningún modo la clara comprensión de sus problemas y dificultades. Dichas obras, por lo común, tardan años en aparecer, ya que necesitan un largo proceso de decantación, un elaborado método antes de lograr la aproximación a dichas cuestiones capitales; embarcadas en tales ingentes tareas, sus autores temen pecar por superficiales, o quizás, por demasiados apresurados en sustentar determinadas conceptualizaciones.

No hemos estado escasos en Cuba de dichas obras fundamentales. Recordemos tan sólo en el pasado siglo la obra de Humboldt, su Ensayo político que le ganó el apelativo de «segundo descubridor de Cuba», según el juicio de José de la Luz Caballero; los Papeles de José Antonio Saco, de tan miscelánea factura, pero tan acuciosos en concretos problemas, tan versátiles en sus objetivos. Algunos de esos libros sólo han mostrado facetas aisladas del país. Otros en su brevedad acogen la genialidad de los ensayos y discursos de Martí.

Durante las décadas del siglo XX no fueron muchos los libros que pudieran alcanzar esta clasificación de obras fundamentales. Sin embargo, no temo pecar de precipitado cuando considero que obtiene ese nivel la obra del sabio hematólogo español Gustavo Pittaluga titulado Diálogos sobre el destino. Tuve la primera noción de sus valores extraordinarios cuando pude leer sus originales como miembro del jurado seleccionado por la Cámara del Libro que debía discernir el Premio «Ricardo Veloso» en 1950. Era la primera vez que caía sobre mis hombros la responsabilidad de escoger los méritos de unas obras literarias, faena que años más tarde tuve que ejercer   —214→   quizás con demasiada asiduidad. Dicho libro alcanzó dos ediciones en 1954 y una más en 1960.

Cuando anoto el nombre de su autor lo llamo «sabio hematólogo español». Efectivamente, fue en esa disciplina en la que ganó su renombre internacional. Más también se destacó en otras ramas científicas, como la Higiene y la Epidemiología. Nacido en Florencia en 1878, Gustavo Pittaluga Fattorini se graduó como médico en la Universidad de Roma, trasladándose a España en 1903. Se integró totalmente a la vida española.

Fue profesor de la Universidad Central de Madrid, director del Instituto Nacional de Higiene, miembro del Comité de Higiene, miembro del Comité de Higiene de la Sociedad de Naciones y de varias academias europeas. Diputado a las Cortes Constituyentes de la República Española, apoyó la causa republicana en 1936. Llegó a Cuba a finales de 1937. Ya al año siguiente era profesor de la Universidad de la Habana y del Instituto Universitario de Investigaciones Científicas y de Ampliación de Estudios. Organizó en la universidad habanera la Primera Reunión de Profesores Españoles Emigrados en 1943. Miembro de número de dos academias cubanas, la de Artes y Letras y la de Historia, ofreció conferencias en distintas instituciones nacionales. Publicó aquí textos sobre sus especialidades científicas, así como de carácter literario y filosófico. Murió en La Habana en 1956.

Debo destacar la presencia de don Gustavo en la vida cultural habanera en la décadas del 40 y 50. Era un hombre de apetencias múltiples, un perfecto ejemplar renacentista que unía a su ancha cultura científica, un sólido espíritu humanístico que lo lleva a cultivar las letras con una galanura excepcional. Lo encontraba con frecuencia en diversas instituciones, en el Lyceum, en la Academia Nacional de Artes y Letras, en las cenas mensuales de la filial cubana del Pen Club. Era un conversador fascinante. Lo rodeaban siempre amigos que queríamos disfrutar de su charla. Lo visité en su casa en la calle Línea cuando apareció la primera edición de este libro. Me recibió con su esposa, María Victoria. Me llevó a su despacho. Allí me confió la   —215→   génesis y objetivos de esta obra, tan cargada de preocupaciones cubanas.

Compuesto por nueve diálogos de apasionante lectura y de un monólogo que es el epílogo, Pittaluga, a través de sus coloquios con una mujer cubana, desentraña al destino de nuestro país por medio del esclarecimiento de sus factores geográficos, históricos, demográficos, económicos y culturales. No son, en realidad, conversaciones con una joven criolla, sino con la propia Cuba a la que el autor interroga y escucha en un juego dialéctico que aclara las peculiaridades de nuestra nación. «Concebido -dice en el Prólogo- como un programa para que Cuba alcance la plenitud de su vida nacional en función de su destino histórico». Por no quedar en meras teorizaciones, el autor y su interlocutora aportan datos, informaciones, para descubrir los basamentos sobre los cuales se sostiene la patria cubana. En ocasiones sintetiza su pensar en gráficas afirmaciones: «El destino de un país no puede ser el de vender azúcar para comprar automóviles». Escrito hace cincuenta años, en plena difusión del macarthismo259, propone a veces criterios que rechazamos por completo, aunque prevalece la identificación con los mejores anhelos de la nación cubana.



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ArribaAbajoLos días cubanos de Luis Bagaría

Jorge Domingo Cuadriello. Instituto de Literatura y Lingüística


Cuba En la mañana del 2 de octubre de 1908, procedente de México, arribó al puerto de La Habana la compañía dramática del actor catalán Enrique Borrás para cumplimentar un contrato firmado con el Teatro Nacional. Entre los miembros de la agrupación se encontraba un joven de 26 años que desempeñaba la función de Director Artístico y se caracterizaba por su perenne sonrisa y por su forma desaliñada de vestir. Había nacido en Barcelona el 29 de agosto de 1882, ostentaba el nombre de Luis Bagaría y a pesar de su juventud había comenzado a adquirir reconocimiento por el dominio del dibujo y la pintura que ya poseía.

El colorido de la ciudad y el bullicio de sus gentes muy pronto lo deslumbran; recorre las calles habaneras pobladas de negros, de mulatas y también de numerosos inmigrantes españoles ansiosos de «hacer la América» y su mirada inquisitiva de pintor atrapa las potencialidades iconográficas que le proporciona una realidad para él desconocida. Gracias a su carácter abierto y comunicativo, a su talento como artista y a su jovialidad establece rápidas relaciones amistosas con los redactores del Diario Español y con algunos miembros de la comunidad catalana. Por otro lado, participa en los actos de homenaje que las instituciones hispánicas y la sociedad cubana le ofrecen a la compañía tras el éxito de las primeras representaciones y acude al almuerzo brindado por la Quinta de Salud «La Benéfica», del Centro Gallego, como prueba de simpatía. Impresionado por la majestuosidad, el orden y la higiene de la entidad hospitalaria, escribe en el álbum de visitantes: «Yo que todas las cosas del mundo las miro al través de mi visión de caricaturista, al contemplar esta obra, hija del   —218→   esfuerzo de la región gallega, digo que es una de las pocas obras que no tienen caricatura»260.

Apenas lleva unos días de permanencia en La Habana cuando Bagaría recibe la invitación de dar a conocer sus dibujos en el Diario Español, que junto con el Diario de la Marina y La Unión Española sirve de portavoz a los intereses de la colonia hispana en la isla. Sin abandonar sus compromisos laborales con el grupo teatral, que se presenta noche tras noche, toma el pincel y se dedica a cultivar sus dotes de ilustrador gráfico. En la primera página de la edición correspondiente al 9 de octubre ve la luz su colaboración inicial, que consiste en una caricatura del actor Enrique Borrás. Realizada con maestría en el trazado de los rasgos y al mismo tiempo con economía de líneas, tenía como evidente objetivo contribuir a divulgar la imagen de ese artista, que había logrado con rapidez acaparar la admiración del público cubano. En el mismo número del Diario Español se anunciaba, entre elogios, que este dibujante ofrecería en las ediciones siguientes otras muestras de su arte. Y en efecto, dos días después sale impresa su caricatura del pintor y dramaturgo catalán Santiago Rusiñol, cuya obra titulada «El místico» formaba parte del repertorio de la compañía.

En aquel tiempo Cuba se encontraba sometida a la segunda intervención norteamericana, como resultado de la aplicación de la Enmienda Platt, y regía los destinos del país el gobernador Charles Magoon, especie de Pro-Cónsul nombrado por las autoridades yanquis. Su proceder no podía ser más funesto para los intereses cubanos: subordinación a los beneficios de las grandes empresas de Norteamérica, latrocinio y despilfarro del Tesoro Nacional, consentimiento de sucios negocios para ganancia de la aristocracia nativa e implantación de un vicio social llamado popularmente «botella», que se prolongaría durante varias décadas. Ante esa vergonzosa situación no faltaban dignas voces de denuncia que criticaban a los ocupantes extranjeros y solicitaban su retirada del país. Entre ellas se   —219→   encontraba el Diario Español con su director, el periodista ferrolano Adelardo Novo a la cabeza, quien a través de extensos reportajes puso al descubierto los contrabandos de mercancías y otras turbias maniobras protagonizadas por Magoon y sus partidarios. Aunque era esta una publicación al servicio de la comunidad española, con esa actitud pasó a ser, paradójicamente, defensora de la soberanía cubana y se situó a la vanguardia de las aspiraciones nacionalistas.

A Luis Bagaría, quien ya poseía un pensamiento dominado por el ideario democrático-liberal, no le resultó difícil compartir la campaña cívica de este periódico, que al fin y al cabo no era más que el clamor de la. ciudadanía. Por tal motivo a partir de los días finales del año 1908 el contenido de sus dibujos se ha de desplazar, de la caricatura personal y del conocido como humor costumbrista, hacia el plano político con propósitos de acusación. Su estilo continúa siendo el mismo, pero su mensaje cobra una mayor actualidad y trascendencia.

La compañía de Enrique Borrás concluye sus presentaciones en la capital y se traslada a Santiago de Cuba y a otras ciudades del interior de la isla, pero él decide permanecer en La Habana. Durante los meses de enero y febrero de 1909 publica casi un dibujo diario en la primera plana del Diario Español, con lo cual alcanza un reconocimiento unánime, y en la revista La Nova Catalunya, dirigida a los catalanes afincados en nuestro país y redactada en catalán, también sale impresa una de sus caricaturas personales. En esa ocasión plasmó el rostro del pintor Ramón Casas, quien viajó desde Washington a Cuba para encontrarse con su coterráneo y amigo Enrique Borrás.

De los dibujos humorísticos que Bagaría da a conocer en estos dos meses en el Diario Español debe decirse que no sólo fustigan a los interventores yanquis y a la política económica opresiva de los Estados Unidos, sino también a los gobernantes cubanos inescrupulosos, partidarios de la ley de rapiña desde los cargos públicos. La exactitud histórica de cada uno de estos fenómenos de la realidad cubana presentados en sus dibujos ponen de manifiesto hasta qué punto Bagaría había logrado   —220→   comprender con rapidez la situación del país y la esencia de los males que nos aquejaban.

En el mes de febrero de 1909 crea dos secciones para agrupar temáticamente sus caricaturas: «Gente Conocida» y «Hombres de Letras». En la primera, destinada a las figuras sobresalientes de la comunidad española en La Habana, vieron la luz los retratos de Amalio Machín, Secretario del Centro Asturiano, del compositor gallego José Castro Chané y del empresario Avelino Pazos, uno de los principales accionistas del Diario Español. En la segunda sección ofreció las caricaturas de los poetas Carrasquilla Mallarino y Miguel Lozano Casado. Con esta última, aparecida el 27 de febrero, puso término a sus colaboraciones en este periódico.

Desde el año anterior en el seno del Diario Español se había desatado una lucha enconada entre el director, Adelardo Novo, y varios redactores, por un lado, y por otro los representantes de la empresa junto a algunos periodistas. Durante varias semanas Novo permaneció apartado de la dirección de este órgano y su lugar fue ocupado por el crítico teatral gallego Antón Vilar Ponte, quien había establecido estrecha amistad con Bagaría. El diferendo cayó en el campo de los procesos legales y después de varias semanas de litigio en la administración de justicia el fallo resultó favorable a Abelardo Novo. Ante su inminente regreso al periódico, Vilar Ponte, sus partidarios en la redacción y Luis Bagaría dieron a conocer una carta de renuncia y se marcharon. En honor a la verdad debe decirse que esta facción cumplía órdenes de los accionistas de mentalidad más retrógradas y que sus ataques a Novo, hombre de intachable proceder, no tenían plena justificación. Poco tiempo después Vilar Ponte se arrepentiría de su actitud en esta controversia. De la conducta de Bagaría sólo cabe apuntar que obedecía a su alto concepto de la amistad y, tomando en consideración su escaso tiempo en Cuba, a su desconocimiento de las complejas causas que provocaron aquellas pugnas.

De acuerdo con su testimonio personal, ofrecido muchos años más tarde, tras su salida del Diario Español la directiva del Diario de la Marina le propuso ocupar la plaza de redactor   —221→   artístico, pero no la aceptó. Todo parece indicar que, bohemio al fin, había decidido marcharse de Cuba cuando transcurrieran varios meses. Continuó desarrollando en La Habana sus costumbres relajadas y libertinas y se le recuerda tomando jarras de cerveza en los cafés de la Acera del Louvre, frente al Parque Central, rodeado de compañeros bulliciosos y con un puñado de pinceles sobre la mesa.

En aquellos días de disipación, rotos ya los compromisos con Enrique Borrás y con el Diario Español, estrechó aún más los lazos con la comunidad catalana y comenzó a frecuentar la sede del Centre Catalá. Según anunciaba la revista La Nova Catalunya en su número del 30 de mayo, Bagaría antes de retornar a Barcelona haría entrega de la directiva de esa institución de un cuadro al óleo con imágenes de la costa mediterránea para ser rifado entre los socios y de esa forma recaudar fondos261. En el número siguiente ponía en conocimiento de los lectores que ya dicho cuadro, de un metro de alto por un metro y medio de ancho, se encontraba en exhibición en el aparador de la farmacia «El pincel» y precisaba todavía más el paisaje seleccionado por el artista: un recodo de la costa de Catalunya con quietas aguas, un caserío de pescadores y a lo lejos una cadena de montañas262.

Al acercarse el momento de la partida, sus amigos del Centre Catalá acuerdan ofrecerle un almuerzo de despedida y en los días finales de junio de 1909 todos se dieron cita en el restaurante de la playa «La Chorrera», del Vedado. Entre vasos de cerveza y platos de arroz con pollo el periodista tarragonés Josep Conangla Fontanilles pronunció unas palabras de elogio a Bagaría y el dibujante y poeta Josep Pell dio lectura a esta décima escrita para la ocasión, que apareció publicada más tarde en la reseña del acto ofrecida por La Nova Catalunya263.

  —222→  

Aquí al historic Chorrera
y ab molt fonda simpatía
saluda al gran Bagaría
orgull de la nostra terra.
En sa triunfal carrera
mentres el llapis empunya,
de nostra llar la distancia
puig que sempre, ab arrogancia,
cridem ¡Visca Catalunya!



Bagaría reunió sus escasas pertenencias, se despidió de los numerosos amigos que, a pesar del corto tiempo, ya había conquistado y con su inseparable sentido de la jovialidad se marchó de la isla rumbo a Barcelona el 29 de junio de 1909. En un suelto, La Unión Española se encargó de dar a conocer la noticia:

«Hoy sale para España nuestro querido amigo el notable caricaturista Luis Bagaría.

Los lectores de La Unión Española tendrán muy pronto noticias de Bagaría, pues nos promete su colaboración artística y abrigamos la seguridad de que cumplirá su ofrecimiento.

Deseamos muy feliz viaje al que ha sido en estos últimos meses asiduo contertulio de los que en esta casa trabajamos»264.



Sobre este período de permanencia en Cuba, cuya extensión se acercó a los nueve meses265, puede asegurarse que   —223→   resultó sumamente provechoso para el desarrollo de sus cualidades como artista. Por un lado contó con las posibilidades de desenvolver a plenitud su labor creadora y por otro dispuso de varios medios de prensa para divulgar de modo masivo sus dibujos. Como rápida recompensa recibió el aplauso de todos y es harto elocuente el hecho de que al marcharse tenía en sus manos magníficas ofertas de trabajo en La Habana. Mucho tiempo después, al rememorar su estancia entre nosotros y hacer una valoración de lo que aquella etapa significó para él como creador, afirmaría: «Aquí puede decirse, quebré primeras lanzas en la caricatura y no diré en el dibujo y la pintura, porque ya había tratado de abrirme paso en México, años antes»266.

Poco después de su llegada a Barcelona causa sensación con las caricaturas de Ángel Guimerá y Apeles Mestres, que vienen a ser versiones actualizadas de las que ya había impreso en el Diario Español. Ingresa como ilustrador en la redacción de varios periódicos barceloneses y tras obtener un mayor reconocimiento como dibujante se traslada a Madrid. En las páginas del diario El Sol, de esta ciudad, terminaría de consolidarse su prestigio. Mientras los textos de José Ortega y Gasset, Luis Araquístain, Ramón Gómez de la Serna, Luis de Zulueta y Enrique Diez Canedo le conferían elevado prestigio intelectual a esta publicación, los dibujos humorísticos de Bagaría resultaban de gran utilidad para iluminar gráficamente el mensaje ofrecido y, al mismo tiempo, suavizar con un poco de humor la densidad conceptual de los escritos. De la repercusión que por entonces causaban sus colaboraciones dio fe, décadas más tarde, el poeta y narrador asturiano Luis Amado Blanco, cuando dijo: En el Madrid de los años 20 Bagaría «fue para la juventud de aquel entonces un auténtico maestro que día a día nos enseñaba, desde su caricatura de El Sol, la amarga doblez de la vida entre risas aparentes y lágrimas ocultas»267.

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Porque debe quedar bien establecido que como humorista Bagaría no se limitaba tan solo a provocar la risa fácil, que concluye en si misma, sino a despertar en el público razonamientos críticos sobre el proceder humano en los más variados terrenos: social, político, religioso, cultural. Detrás de sus dibujos se esconden preocupaciones éticas acerca del hombre de nuestros días que, por su connotación abarcadora, trascienden los límites epocales para situarse en cualquier tiempo del devenir de la humanidad. Fiel a estos principios, así como a sus postulados democráticos, se convirtió en un opositor más de la dictadura de Primo de Rivera y no dejó de censurar por medio de la burla los actos de fuerza del directorio militar. Esa actitud cívica le valió que, con posterioridad, el jurista Ángel Ossorio y Gallardo declarara: «Este famoso caricaturista merece ser incluido en un diccionario político porque fue un gran maestro de la caricatura política más intencionada...»268; también le valió tal hostilidad del régimen que se vio obligado a marchar al extranjero. Se desplazó entonces hacia Sudamérica y durante un tiempo residió en las ciudades de Montevideo y de Buenos Aires, donde logró de igual modo abrirse paso como dibujante.

Cuando las circunstancias le fueron propicias retornó a Madrid y a sus labores artísticas. A este periodo pertenecen algunas de las caricaturas personales que mayor éxito alcanzaran: el Conde de Romanones con su gran nariz florecida, el político Ricardo Samper con su ojo estrábico volando sobre la calva, Ossorio y Gallardo disfrazado de arcángel, Manuel Azaña con el rostro picado por la viruela, y Alejandro Lerroux y Martínez Barrio y Julián Besteiro y otras muchas figuras de la política española de aquellos días.

El haber obtenido tantos triunfos artísticos no lo hizo variar su filosofía de la vida ni su modo de comportarse. Continuó siendo un bohemio de bufanda, boina vasca y bastón de junco que pasaba las horas tomando cerveza en el Café «El Cocodrilo», de la madrileña Plaza de Santa Ana, junto a   —225→   camaradas tan desaliñados como él. Mientras otros artistas ahorraban las pesetas, seguían los movimientos de la banca y se entregaban a la muelle existencia del pequeño burgués, Bagaría dilapidaba su dinero en las tertulias y prefería la ruidosa conversación de las tabernas a la estirada etiqueta de los salones aristocráticos. El periodista y biógrafo catalán Rafael Marquina, participe de sus diarias aventuras callejeras, diría más tarde de él:

«Le quedó a Bagaría esa bohemia metida en el tuétano.

Fue toda su vida un dadivoso de sí y un perezoso de su arte.

Se derramaba en lo inútil con una gracia que le permitía a su genio librarse de toda culturación. Anduvo siempre sobre la cuerda floja con la seguridad sonámbula de un arcángel en la tierra»269.



El quehacer artístico de Bagaría se acrecienta a partir de 1931, tras la proclamación de la República, que saluda con alborozo. Quedan atrás las directrices monárquicas y militaristas; el establecimiento de un sistema democrático propicia las condiciones para el normal desarrollo de la actividad cultural. Como otros muchos republicanos de la primera hornada, durante estos primeros años de la década del 30 conoce las grandes esperanzas que provoca la nueva situación política española y los desengaños por el torpe proceder de los gobiernos que se suceden sin cumplimentar las imperiosas transformaciones socioeconómicas que exige España. Sin embargo, su espíritu liberal no desfallece, ni tampoco la calidad de los dibujos que continúan apareciendo en El Sol. Su labor en este diario no se limitaba por entonces a la de dibujante, pues también realizaba entrevistas y escribía algún que otro articulo ocasional. En los convulsos días que precedieron al estallido de la Guerra Civil Española le hizo una entrevista al dramaturgo y poeta Federico García Lorca, que posee la significación adicional de ser la última formulada a este escritor, víctima dos meses después de la barbarie franquista. En el segundo tomo de su muy documentada biografía de García   —226→   Lorca, Ian Gibson nos brinda su valoración acerca de Bagaría, así como la descripción de la caricatura que le hizo a su entrevistado:

«El 10 de junio de 1936 se publica en El Sol la que fue, con toda probabilidad, la última entrevista concedida por Lorca. Se trata de las declaraciones del poeta al catalán Luis Bagaría, uno de los más extraordinarios caricaturistas de la época, pensador profundo y hombre absolutamente comprometido con la democracia. El artículo iba acompañado de una graciosa caricatura del poeta en guisa de querubín alado, que, coronado de aura floral, entrega un clavel al catalán; otra flor la ha colocado Bagaría -¿alusión al Jardín de las Delicias de Bosco?- en el ano del apuesto niño volante»270.



La Guerra Civil Española estremeció la conciencia de Luis Bagaría y tanto el destino del pueblo como la suerte de su familia lo llenaron de pesar. En el Madrid sometido a los bombardeos y al asedio de los facciosos no había mucho espacio para el humor ni para la eventualidad de una paz cercana. Tampoco había lugar para la sonrisa cuando se despidió de sus dos hijos, enviados a defender en los frentes de batalla el ideal republicano. Ante sus ojos un mundo se desplomaba por los golpes de las fuerzas más reaccionarias.

En 1938 el gobierno republicano lo apremia para que, junto con otros intelectuales y artistas destacados, por razones de seguridad se traslade a Francia. A los 56 años y acompañado de su esposa cruza la frontera y llega a París. Ya no resulta ser esta la capital de los poetas bohemios y de la vida galante; el estruendo de las batallas llega hasta sus calles y el temor a un futuro cada vez más incierto le resta colorido a sus luces y alegría a sus espectáculos de cabarets. Como Bagaría no sabe hacer otra cosa que pintar, para ganarse el pan diario y pagar los medicamentos que tanto su esposa como él, enfermos ambos, necesitan, toma de nuevo el pincel y comienza a crear dibujos humorísticos. Mas no podía esperarse que estos fuesen similares a   —227→   los realizados sobre las mesas de los cafés madrileños. Demasiado horror había presenciado Bagaría en los últimos dos años y demasiada pesadumbre lo asediaba con la salud perdida, en tierra extranjera sin conocer el paradero de sus hijos y habiendo dejado atrás sus pertenencias más queridas.

Imponiéndose una gran voluntad logra concluir veinte dibujos que le son comprados por el diplomático mexicano Gilberto Bosques, entonces en París. Gracias a esa adquisición alcanzaron a conservarse en manos protectoras y hemos llegado a conocerlos, lo cual demuestra que la solidaridad de México con los exiliados republicanos se manifestó de muy diversas formas. En estos dibujos, que cuentan por lo general con un breve diálogo al pie, se denuncia la barbarie cometida por la sociedad humana, la pérdida de los valores más nobles del individuo, la bestialización del hombre y el creciente poder de los instintos belicistas, aunque también hay modestos espacios para un humor menos corrosivo. Desde el punto de vista de la técnica empleada, puede apreciarse que Bagaría no ha perdido ninguna de sus cualidades como dibujante. Sus líneas siguen siendo precisas como fértil continúa siendo su imaginación.

Al dolor causado por la caída de la República Española, hecho que lo convierte en un irremediable exiliado, se le suma la terrible noticia de que uno de sus hijos murió en combate y el otro se encuentra desaparecido. Tanta frustración y tristeza no podían sino empozarse en su corazón y enfermarlo de modo definitivo, aunque los médicos certificaran su patología con la denominación de aortitis o inflamación de la arteria aorta. Cuando logra cierta recuperación, al igual que otros muchos refugiados españoles vuelve los ojos hacia América y decide marcharse de Francia rumbo a Cuba. Ya en aquellos momentos los soldados alemanes se encontraban en la frontera aguardando el instante de iniciar la ocupación. Gracias a las rápidas gestiones de la escritora cubana Flora Díaz Parrado, quien desempeñaba entonces un cargo diplomático en la Embajada de La Habana en París, puede realizar con rapidez los trámites requeridos y en mayo de 1940 abandona junto con su esposa el territorio francés.

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En los primeros días del siguiente mes de junio, tras una prolongada ausencia, volvió a desembarcar en el puerto de La Habana. Mas Bagaría estaba ya muy lejos de ser aquel joven risueño de 26 años que alimentaba grandes ilusiones; venía de regreso de muchas aventuras, con las heridas abiertas y el ánimo caído. Después de buscar alojamiento en un modesto hotel recibe la comunicación de que su hijo, desaparecido en el turbión de la contienda española, logró escapar de la represión franquista y se encuentra a salvo en la República Dominicana. En medio de tantas desventuras, este anuncio lo estimula y el día 5 de junio visita la redacción del importante periódico El Mundo acompañado de Flora Díaz Parrado. Allí lo atiende el periodista y poeta catalán Mariano Grau Miró y se reúne con el ensayista Eduardo Ortega y Gasset, hermano del conocido filósofo, quien también ha buscado refugio en Cuba. En la conversación informal que se entabla entre los cuatro, Grau Miró le pregunta a Bagaría:

«-¿Proyectos?

-Desde luego, preparar una exposición. No traigo nada, absolutamente nada dibujado, aunque sí muchos proyectos que pronto van a cristalizar»271.



Pero el destino no le permitió conocer esa dicha. Dos semanas más tarde su padecimiento cardíaco se agravó, quizás como consecuencia de las altas temperaturas de nuestro verano, y fue internado en la Quinta de Salud de la Asociación de Dependientes. En la noche del 26 de junio de 1940 Luis Bagaría entró en la muerte.

Su triste fin dio motivo a que la narradora y periodista canaria Mercedes Pinto, por entonces en Cuba, le dedicara dos emocionados artículos necrológicos que vieron la luz en el periódico El Mundo. Muy admiradora del artista, en ellos no sólo expone la alta significación del dibujante desaparecido, a quien   —229→   entrevistó años atrás en Montevideo, sino que manifiesta su desencanto por la escasa repercusión que el fallecimiento de Bagaría provocara en la intelectualidad cubana.

«...del Centro de Dependientes, donde se veló el cadáver de Bagaría, salieron doce hombres y al lado de la atribulada compañera sólo estuvimos cuatro mujeres...

...nadie se movió de su quehacer particular y del momento. La propaganda política de unos... El trabajo material de otros... la indiferencia de la mayoría, el raquítico sentimiento partidario de algunos y la cobardía de los tímidos que tiemblan siempre de colocarse al lado del que ya nada puede dar, pudo realizar el triste sepelio de un artista máximo que no fue llevado al polvo del animo eterno por el humanismo de una logia masónica que lo amparó en una de sus bóvedas.

El hombre que llenó su vida de aplausos... El artista que estremeció a España entera con un homenaje en que vibró de admiración un pueblo... El que un día recorrió América en brazos de la fama, estuvo yerto, en espera de un rinconcito donde descansar por fin de tantas amarguras...»272



Sin embargo, la información que el Diario de la Marina ofrece del sepelio resulta muy diferente: «...Acompañaron su cadáver elementos connotados de la intelectualidad cubana y de la colonia española. Numerosos artistas, pintores, escultores, caricaturistas y dibujantes rindieron testimonio de admiración al compañero caído»273.

Ante la disyuntiva de cuál versión aceptar como correcta, podemos suponer que para la mirada conmovida de Mercedes Pinto, bien conocedora del prestigio del creador catalán, su entierro fue modesto en demasía y el homenaje póstumo digno de mayor relieve. En descargo de la sociedad cubana, que nunca dispuso con facilidad del periódico El Sol, debemos decir que   —230→   Bagaría sólo era del conocimiento de un grupo bien informado de artistas y de intelectuales, así como de algunos viejos periodistas de le época del Diario Español, y que la responsabilidad surgida de su ignorancia debe ser compartida por los miembros de la comunidad catalana en la capital de la isla.

De cualquier modo, si hubo culpabilidad por parte de los intelectuales cubanos, debe aceptarse como desagravio el acto de recordación a Bagaría organizado por la Institución Hispanocubana de Cultura y efectuado en el salón de actos de la Escuela «Zapata» algunos meses después, el 7 de febrero de 1941. En el mismo tomaron parte como oradores el dramaturgo andaluz Enrique López Alarcón, el historiador canario Jenaro Artiles y el periodista asturiano Rafael Suárez Solís, quienes evocaron la figura del dibujante, narraron diversas anécdotas del bohemio caricaturista en Madrid, destacaron sus valores artísticos y humanos y pusieron en alto sus ideales democráticos. En nombre del Centre Catalá habló su Presidente, Josep Conangla Fontanilles quien tres décadas atrás, en el agradable ambiente del restaurante «La Chorrera», entre brindis y carcajadas, se había encargado de pronunciar las palabras de despedida al joven Bagaría. En esta oportunidad, marcada por el luto, Conangla subrayó las virtudes patrióticas del homenajeado y declaró a continuación:

«Bagaría fue... un cumplido entusiasta de la misión social que corresponde en nuestros días al arte, pues hubo de buscar inspiración a diario en la voz del pueblo que, según el apotegma latino, es la voz de Dios, es decir, la voz del derecho natural, de los principios inmortales, de las verdades eternas; la voz de la razón, de la libertad y de la dignidad.»274



En esta velada el poeta y dramaturgo gallego Ángel Lázaro, su compañero en los cafés madrileños y habaneros, leyó el poema titulado

  —231→  



Epitafio a Luis Bagaría


muerto en el destierro

Tú ya estás en silencio; no pudiste
Seguir, y te has sentado
al borde del camino. Te sangraba,
más que los pies, el corazón, hermano.
Tú, niño grande, el de la buena risa
y el genial garabato
que era nuestra delicia, tú tenías
el pecho destrozado.
No quiero verte así. Deja que olvide
tu mueca de cansancio
y que sueñe el ayer, cuando esgrimías
tu quijotesco lápiz a diario.
Te has quitado la máscara
de aquel divino humor... Miradle: llanto.
Duerme tranquilo. Todos a la patria
volveremos un día de tu mano.275



Como punto final del acto el caricaturista cubano Conrado Walter Massaguer, tras declararse discípulo de Bagaría, reprodujo en una pizarra algunos de los más famosos dibujos de este pintor.

Transcurre el tiempo y el 28 de octubre de 1942 sus restos son exhumados y colocados en el Osario General del panteón de la Sociedad de Beneficencia «Naturales de Cataluña», donde aún reposan. Un manto de olvido vuelve a cubrir el nombre de Bagaría hasta que años más tarde, en 1957, una feliz designación hace que llegue a La Habana con el cargo de Embajador de México el Licenciado Gilberto Bosques. Aún conserva como un tesoro los dibujos realizados por el artista barcelonés en París. La memoria de algunos se activa, entre los más fieles admiradores surge el deseo de contemplar esas piezas desconocidas y finalmente el diplomático organiza una exposición de las mismas   —232→   en su residencia e invita a visitarla a muchos interesados. Durante los meses de junio y julio de ese año ven la luz en la prensa habanera varios artículos que saludan este regreso triunfal del artista desaparecido. Entre ellos sobresale por la agudeza de los comentarios el que firma Luis Amado Blanco, publicado en el periódico Información. A él pertenece el siguiente párrafo:

«Luis Bagaría fue algo más que un dibujante certero, fue un símbolo. Un símbolo doloroso del cristianismo en aparente derrota; una premonición de la náusea; una sarcástica carcajada de los siniestros métodos propagandísticos que habían de tundir la humanidad a la vuelta de muy poco tiempo, un delator de las mentiras de nuestra civilización podrida hasta los huesos. Entre sonrientes gestos, Bagaría nos enseñaba el precipicio. Como es natural nadie le hizo caso, ya que los dioses ciegan a los que quieren perder»276.



Todos estos artículos provocaron un interés general por conocer directamente los dibujos aludidos y acercarse así a un artista que tantos elogios causaba. Ante ese clamor, el Embajador Bosques tuvo la gentileza de prestar su colección a la Gran Logia de Cuba, la cual se encargó a su vez de mostrar la en el Museo Nacional Masónico «Aurelio Miranda», de La Habana, así como de imprimir un catálogo de excelente calidad. La muestra fue inaugurada el 26 de junio de 1958 y en las palabras de presentación dijo el Licenciado Bosques:

«El humorismo de Bagaría recorrió todas las escalas de expresión, desde el amable gracejo transeúnte hasta la amarga verdad omnipresente, desde el parpadeo luminoso hasta la hoguera de los mundos. Y en esa extensión en ese ensanche de horizontes, en esa altura astral de genio genuino, Bagaría está encima de todas las clasificaciones, de todas las limitaciones de género, de estilos, de escuelas y parroquias artísticas.»277



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A pesar de que por entonces imperaba en el país una situación cargada de violencia, como resultado del enfrentamiento de la dictadura de Batista y de las fuerzas revolucionarias, la exposición fue visitada por un considerable público y resultó muy elogiada por los pintores y dibujantes de la época. Con posterioridad, por diversas razones, el nombre de Luis Bagaría ha vuelto a sumergirse en el olvido. En los dos estudios más serios sobre el humor, de carácter, político en Cuba, Caricatura de la República (La Habana, 1982), de Adelaida de Juan, y Más de cien años de humor político (La Habana, 1984), de Evora Tamayo y Juan Blas Rodríguez, ni siquiera se le menciona. Mas si tomamos en cuenta la vigencia de la preocupación ética de su obra pictórica, la hondura humana de sus enunciados, la gracia inalterable que sobrevive en sus chistes y la calidad técnica de sus trazos no resulta ocioso emprender hoy otra batalla por la resurrección de Luis Bagaría que quisiéramos fuese definitiva.



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