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La militancia comunista de Miguel Hernández

Eutimio Martín

En la novela Acero de Madrid, José Herrera Petere da testimonio de Miguel Hernández haciendo cola para alistarse en el 5.° Regimiento de Milicias Populares. Gracias al historiador Emilio La Parra y al director del Archivo Histórico Nacional de Salamanca, Antonio González, podemos concretar la fecha exacta: fue el 23 de septiembre de 1936. Dos días más tarde, tras la elemental instrucción obligatoria, el poeta rellenaba la ficha de alistamiento núm. 7.590, pero no como tal poeta sino como «mecanógrafo». Efectivamente, esta era su profesión, al servicio personal de José María de Cossío, si por profesión entendemos la fuente de ingresos. La casilla ORGANIZACIÓN aparece rellenada con las siglas PC y, en la misma línea, se especificaba el núm. de carnet: 120.395.

Si era ya militante comunista o no, antes del 25 de septiembre de 1936, no lo sabemos. Que lo fue desde esta fecha, tenemos ahora la prueba documental. Que lo siguió siendo hasta su muerte, sus compañeros de célula (y de celda, los más dignos de crédito) lo afirman unánimemente.

Pero hay más, y esta es la segunda aportación fundamental de Emilio La Parra y Antonio González a la biografía del autor de Viento del pueblo: Miguel Hernández mereció la confianza de los mandos comunistas hasta el punto de ser propuesto al Ministerio de Defensa Nacional para su ratificación en el cargo de comisario político de Compañía. El documento que acredita esta gestión administrativa lleva fecha de septiembre de 1937 (el día 18, si nuestra lectura del segundo guarismo -borroso- es correcta).

Estos dos documentos figurarán en la exposición organizada en Alicante por el «Instituto de Cultura "Juan Gil-Albert"», junto con un Congreso Internacional, para conmemorar el cincuentenario de la muerte de Miguel Hernández. Cabría esperar que, una vez hechos públicos, cesaría automáticamente toda polémica sobre la adscripción o no de nuestro poeta al Partido Comunista. No ocurre así, sin embargo. Contra toda elemental lógica todavía hay quien se empecina en negar su militancia, desvirtuando, con la cerrilidad de siempre, la vida, y, por consiguiente, la obra del oriolano.

Los biógrafos literarios de Miguel Hernández, a la hora de etiquetarle políticamente han experimentado, cuando menos, un pudor izquierdista que no han sentido historiadores profesionales. Ni en Concha Zardoya, ni en María de Gracia Ifach, ni en Vicente Ramos -por no citar más que autores bienintencionados- leemos, lisa y llanamente, como en Gabriel Jackson: «el poeta comunista Miguel Hernández» (La República y la guerra civil, 1966, p. 30). Agustín Sánchez Vidal en su magistral introducción (hasta hoy el estudio más esclarecedor sobre la vida y obra del oriolano) a la edición de Poesías Completas (Aguilar, 1979, p. CXLVII) se obliga ante el lector a «plantear las relaciones de Hernández con el comunismo». Expone su punto de vista con envidiable capacidad de síntesis:

«La cuestión de si Miguel Hernández ingresó o no en el partido Comunista cuenta con respuestas para todos los gustos: no fue del Partido, sí que lo fue, se acogió a la fórmula que Trotski denominó "compañero de viaje", ingresó, pero rompió su carnet en los últimos meses de la guerra, indignado por ciertas maquinaciones de los dirigentes del Partido, etc.».

Y buena dosis de sentido común: «Personalmente, me parece un hecho secundario el que tuviera el carnet o no, porque numerosos escritos suyos no dejan abrigar ninguna duda sobre su identificación con el comunismo. Se podrían citar muchos».

Sánchez Vidal no cita ninguno, quizá por no herir la susceptibilidad del lector, que supone al corriente de la producción poética hernandiana anterior a Viento del pueblo y posterior a El rayo que no cesa cuando la identificación del poeta con la hoz y el martillo es inequívoca. Bastaría con el poema «A Raúl González Tuñón». Es ejemplar este personaje:

Hombres como tú eres pido para

amontonar la muerte de gandules


porque es tan martillo como el martillo mismo:

Enarbolado estás como el martillo.

[...]

y a los obreros de metal sencillo

invitas a estampar en turbias testas

relámpagos de fuego sanguinario.


Es inequívoca, como vemos, la obligada conjunción del martillo-Raúl González Tuñón con la hoz («metal sencillo») de los jornaleros del campo para la ansiada explosión revolucionaria.

No es este el único poema imposible de leer sin percibir al trasluz la filigrana del emblema comunista. En el crucial poema «Sonreídme», leemos:

Ya relampaguean

las hachas y las hoces con su metal crispado,

ya truenan los martillos y los mazos

sobre los pensamientos de los que nos han hecho

burros de carga y bueyes de labor.


La hoz y el martillo en su variante «herradura y pedernal» surge insólitamente en un contexto amoroso, con connotaciones obviamente nada revolucionarias:

No encontraréis a Delia sino muy repartida como el pan de los pobres

detrás de una ventana besable: su sonrisa,

queriendo apaciguar la cólera del fuego,

domar el alma rústica de la herradura y el pedernal.


(«Relación que dedico a mi amiga Delia»)



Soldado del 5.° Regimiento

Sabido es que no fue Neruda (a quien por estos años le molestaba tanto el proselitismo católico como el comunista) quien le inició en el marxismo, sino Delia del Carril y Raúl González Tuñón. La indudable atracción erótica que sentía por la primera («Tienes por lengua arropes agrupados») y los lazos de admirativa amistad que le unían al argentino facilitaron una «conversión» ideológica a la que estaba abocado por temperamento y necesidad vital. El comunismo le ofrecía la abolición de una sociedad estamental que le mantenía aherrojado en una permanente frustración amorosa y en la negación del anhelado estatuto de intelectual. Raúl González Tuñón le convenció en una de las frecuentes charlas en la Cervecería de Correos de que el Partido Comunista era la organización política mejor preparada para, ayudando a la liberación colectiva de todos los de su clase, conseguir su propia realización social. El 5.° Regimiento le demostró que el Partido Comunista unía a la eficacia política la única organización militar capaz de defender al pueblo, su pueblo, por las armas. Cuando no le ocupo duda de que el triunfo de los militares rebeldes suponía el fin de todas sus aspiraciones, para él y los suyos, abandonó la máquina de escribir por el pico y la pala de zapador porque no quería seguir escribiendo para siempre al dictado de los demás.

Al miliciano Miguel Hernández le toca cavar trincheras en las cercanías de Madrid para impedir el acceso a la capital de los militares rebeldes. En situaciones de peligro o cuando las circunstancias lo exigen los zapadores cambian el pico y la pala por el fusil. Miguel conocerá situaciones de verdadero apuro y peligro. Esta es su actividad bélica hasta el 11 de noviembre de 1936. Este día se encuentra en Alcalá de Henares con Pablo de la Torriente-Brau, comisario político del batallón del Campesino. Pablo y Miguel se conocían por haberse visto en la Alianza de Intelectuales. Con el acuerdo de Valentín González, el cubano le nombra comisario de Compañía.

Y como comisario de la 2.ª Compañía del Tercer Batallón de la 153 Brigada Mixta nos lo encontramos en el segundo documento exhumado por Emilio La Parra y Antonio González. Pero a título interino aún. Bien claramente se especifica: este grado está «pendiente de aprobación por el Ministerio de Defensa Nacional del Gobierno de la República, el cual lo será en su día». Esta prolongada permanencia en la interinidad puede sorprender al lector. Máxime habida cuenta de que Largo Caballero institucionaliza el comisariado por decreto del 15 de octubre de 1936. Y el 6 de enero de 1937 queda fijada incluso la indumentaria: el comisario político vestirá «canadiense de paño marrón de gabán con hombreras y bocamangas en ángulo. En el cuello llevará una C dorada y en la bocamanga las insignias correspondientes a cada categoría [...] Gorra rusa pasamontaña con insignia». La insignia de comisario que este llevará tanto en la gorra rusa como en el «ángulo de la bocamanga llevará una estrella roja, de cinco puntas, de 30 milímetros de diámetro, encerrada en un círculo, también rojo [...] y a cinco milímetros de dicho círculo irán colocados los distintivos de cada grado». Para el grado de comisario de Compañía (el más bajo del escalafón): «un cordón». No conocemos foto ninguna de Miguel Hernández vestido reglamentariamente de este modo.

Por otra parte, el comisario estaba adscrito a la unidad militar que le correspondía. En realidad había dos mandos en el ejército republicano: el militar y el político. Ambos con el mismo grado. Una compañía estaba mandada por un capitán. Por consiguiente, Miguel tenía el grado de capitán. Pero, ¿qué especie de comisario político era que no lo vemos fijo en una unidad militar determinada, sino que va y viene de un sitio a otro de la geografía española a donde pide ir o a donde le mandan que vaya?

El testimonio de Santiago Álvarez

Santiago Álvarez, cuya autoridad en este tema es indiscutible, no solo como excomisario político de la 11 División (tuvo, por consiguiente, a Miguel Hernández a sus órdenes), sino en cuanto autor de la obra de referencia ineludible (Los comisarios políticos en el ejército popular de la República, Ediciós do Castro, 1989), nos ha referido personalmente:

«Miguel Hernández fue, sin duda alguna, militante comunista puesto que pertenecía a la misma célula que yo: la de Estado Mayor de la 11 División, compuesta de oficiales y comisarios. La integraban igualmente todos los que denominábamos del "batallón del talento": José Herrera Petere (hijo del general Herrera, especialista militar en estratosfera), Juan Paredes, etc. Venían todos del 5.° Regimiento y de allí se integraron en la XI División.

A todos ellos había que incluirlos en nómina. Cobraban, pues, a título de comisario pero no tenían mando militar. Eran, en realidad, colaboradores culturales del comisario. Y no comisarios de cultura, que no existían como tales. Había comisarios políticos y nada más. Creo recordar que a Herrera Petere se le asimiló a Comisario de Batallón, es decir, comandante. A Miguel, nominativamente comisario de compañía, le correspondía el sueldo de capitán. Es lo que les permitía cobrar a fin de mes.

¿Cuánto cobraba? Supongo que alrededor de 500 ptas. porque yo, como comisario de División cobraba 1.000; un comisario de batallón -comandante- recibía unas 800. Era una cantidad considerable pero hay que tener en cuenta que el soldado raso tenía una paga de 300 pesetas: 10 diarias.

A Miguel Hernández hay que considerarle en la práctica como agitador. Esta era su verdadera misión y por eso gozó de la movilidad que quiso o le impusieron.

Miguel fue hombre de partido. Y como tal se comportó en prisión: sé, por ejemplo, que llevaba la organización de la cárcel de Palencia.

Los carnets, evidentemente, se rompieron al terminar la guerra».


Pero Miguel Hernández no rompió el suyo. En enero de 1946, su compañero de cautiverio y paisano, Ramón Pérez Álvarez, se lo entregó en sus propias manos a Josefina Manresa. Fueron testigos: Elvira, la hermana de Miguel, y Efrén Fenoll Felices, hermano de Carlos Fenoll, el panadero-poeta. Ramón Pérez Álvarez no ha cesado de proclamarlo sin conseguir más eco que la prensa regional. Por el contrario, Josefina Manresa, entrevistada por Francisco Esteve consigue una página entera de El País (2 de noviembre de 1976) presidida por el siguiente titular: «MIGUEL NUNCA TUVO CARNET DE PARTIDO».

De nada sirve que Pérez Álvarez le recuerde a la viuda de Miguel Hernández que él mismo puso en sus manos el carnet del Partido Comunista. En octubre de 1980, Josefina reafirma a Interviú: «Muchas personas me han preguntado si Miguel era comunista, y yo respondo que nunca vi que tuviera el carnet de ese partido».

La voz de Ramón Pérez Álvarez clamaba en el desierto. Tanto más cuanto que el testimonio en contra de Josefina Manresa era reforzado por el de otro compañero de prisión en Alicante, Miguel Signes, quien en comunicación leída en el Instituto de Estudios Alicantinos aseveraba tajantemente: «Miguel Hernández y yo acabamos siendo muy amigos [...] Yo he de negar aquí que Miguel Hernández haya sido en ningún momento de su vida comunista».

Hoy ya sabemos el crédito que podemos otorgar a los migueles-signes. Pero, ¿es seguro que el carnet que Pérez Álvarez entregó a Josefina Manresa era el de simple militante del PCE? ¿No pudo ser el de comisario político? Efrén Fenoll vive actualmente en Valladolid. Entrevistado por nosotros nos aclara:

Efrén Fenoll: Nos presentamos en casa de Josefina, Ramón y yo. Con ella estaba Elvira. Queríamos ver lo que había de Miguel para ponerlo a salvo porque temíamos que la familia no estuviera a la altura. En el cuarto de Miguel, en un armario, había una caja de zapatos y una vieja maleta llena de papeles, cartas, etc. Bajamos todo aquello y cayó al suelo un carnet color pajizo con una estrella de cinco puntas. Yo se lo señalé a Ramón que lo recogió y se lo entregó a Josefina encareciéndole que lo guardara bien porque era un documento importante.

Eutimio Martín: Dice usted que tenía una estrella de cinco puntas.

E. F.: Sí; el carnet comunista.

E. M.: Perdone, el carnet comunista tenía estampada la hoz y el martillo. Ese sería el carnet de comisario político.

E. F.: No lo sé.


Santiago Álvarez sí lo sabe y nos ha confirmado el color y el emblema. Ello nos permite añadir como comentario al segundo documento que el Ministerio de la Guerra aprobó la proposición, para el cargo de comisario político, de Miguel Hernández. Este tuvo en tal estima el nombramiento que, a pesar de los riesgos que entrañaba, no se deshizo del carnet.

Miguel Signes se ha enterado de que «se han encontrado unos documentos acreditativos de la filiación comunista del poeta de Orihuela». Pero, inasequible al desaliento cual corresponde a la fiel infantería de ABC, concluye en las páginas de este periódico: «Podemos afirmar sin lugar a duda alguna que Miguel Hernández no fue ni se sintió jamás comunista».