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La musa de Lesbos: Safo

Concepción Gimeno de Flaquer



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La inspiración ha sido en todas épocas patrimonio de los dos sexos; jamás ha pertenecido exclusivamente a uno solo.

Los hombres quieren monopolizar la gloria, y en su egoísmo han pretendido negarnos la existencia de Corina: ¿sabéis por qué? porque fue la vencedora de Píndaro. Hay datos auténticos para demostrar que Corina no es un ser mítico sino un ser real. Apolonio Díscolo en su libro de los Pronombres cita un fragmento de Corina, escrito en dialecto eolio. Cinco veces arrebató Corina el disputado laurel a Píndaro en los concursos poéticos. Plutarco, Pausanias, Heliano y otros eruditos de la antigüedad, mencionan este triunfo tan halagador para nuestro sexo. En Tanagra había una estatua de Corina que tenía sobre sus negras trenzas el codiciado y glorioso laurel.

Más famosa todavía que la renombrada griega a la cual me he referido, es la célebre Safo, cuyo nombre ha quedado en la historia cual símbolo de genio, como emblema de la más exaltada inspiración, como sinónimo de gloria.

Safo ha sido juzgada con gran diversidad de opiniones, y esto ha dependido de las ideas de sus críticos. Safo es el tipo ideal de la poetisa, y como la poetisa no ha alcanzado todavía en los tiempos modernos una posición definida, no es extraño se desconozca el tipo de la inmortal musa de Mitilene, como sigue siendo desconocido el tipo de todas las Safos de la edad presente.

Los Aristarcos adustos han tratado con demasiado rigor a la gran lírica de la antigüedad: para juzgar a un individuo se deben tener en cuenta las circunstancias que le rodean, y forman parte esencialísima de estas, el clima bajo el cual nació, la época a que pertenecía, su religión y su particular idiosincrasia.

No fue Safo la única mujer griega que brilló en la antigüedad por el genio; también se hallan iluminadas por los resplandores de la gloria, aunque de una gloria menos refulgente que la de Safo, los nombres de Prascila, Miro, Anita, Erina, Telésila, Nosida, Mirtida, Demófila y otras. La poetisa Telésila, que era de noble alcurnia, se distinguió por la inspiración y también por el valor.

Cuando Pausanias visitó a la ciudad de Argos, por el año cincuenta después de Cristo, todavía encontró sobre una columna delante del templo de Venus, la estatua de Telésila con un yelmo en la mano hacia el cual dirigía la vista como si fuese a ponérselo sobre la cabeza: a sus pies tenía gran número de libros abiertos. Se refieren muchos rasgos patrióticos de Telésila. En una de las batallas entre los argivos y los lacedemonios, sufrieron estos una gran derrota; avanzaban los vencedores de Argos que había quedado indefensa, cuando Telésila llamó a todas las mujeres más valerosas y formó una compañía poniéndose al frente de ella, y causando el asombro de los lacedemonios, los cuales sintieron decaer su ánimo al ver a la generosa y valiente Telésila disponiendo órdenes estratégicas como el más aguerrido general.

Escasean los detalles de la vida de Safo, pues los antiguos no biografiaban a sus celebridades con el prolijo cuidado que emplean los modernos para escribir sus monografías.

Safo fue el asombro de los antiguos y la admiración de los modernos; Ovidio le consagró una de sus Heróidas. Los eruditos, los lexicógrafos, los filólogos y los sabios de todas las naciones, han dedicado entusiastas páginas a la musa de Lesbos, a la que fue pasmo de la Grecia.

La inspiración de Safo era tan flexible que recorría todos los tonos; la poesía sentimental, la erótica, la religiosa, el epigrama, el epitalamio y la elegía, todos los géneros fueron comunes a su estro prodigioso. Safo es la inventora del metro denominado sáfico.

La poetisa eolia ha pintado cual nadie el amor ardiente, los celos y todas las pasiones tempestuosas, pues su alma era volcánica como su cerebro y como su inspiración.

Safo tuvo diferentes amores; uno de estos le fue inspirado por su discípulo Alceo; pero el amor que ha tenido más resonancia en su vida, fue el que sintió hacia Faón. Faón era un ser vulgar; Safo quiso remontarle hasta los dioses, pero Faón no tenía bastante talla para llegar hasta ellos, y se quedó entre los hombres. La pasión de Safo por Faón fue desgraciada como lo son todas las pasiones de las mujeres extraordinarias. El corazón de Safo era fogoso, titánico, su amor inconmensurable, y como Faón era pusilánime y apocado, sintió que la pasión de Safo le aplastaba con su grandeza. Safo era un coloso, Faón un pigmeo. Se dice que Safo era muy vanidosa, pero la vanidad es una pequeña pasión que no puede albergarse en un alma gigante; la vanidad, que es la pasión de los pequeños, no podía ser una de las pasiones de Safo. La poetisa griega tenía la conciencia de su propio valer, y por eso era altiva, soberbia, mas nunca vanidosa.

Safo odiaba la ignorancia, y por eso escribió una vez a una de sus amigas que desdeñaba el cultivo de las artes y las letras el siguiente párrafo: Cuando llegues a morir, yacerás sin que de ti quede memoria, porque no cogiste flores de los rosales que crecen sobre el monte Pierio; oscura descenderás a la mansión infernal, y no esperes volver a aparecer en tu fausto de doncella, una vez que volares a confundirte con las sombras.

Safo consagró hermosos versos a Faón; pero este permaneció tan insensible a los cantos de Safo como a su amor. La tradición ha conservado fielmente el recuerdo del infausto amor de la poetisa.

Safo luchó por amortiguar el amor que le inspiraba el hombre indigno de él, mas no lo pudo conseguir.

El amor, como ha dicho un poeta, se esconde muchas veces en nuestro corazón, como el gusano en el cáliz de la más bella y delicada flor.

¡Oh, el amor es un huésped importuno que cuando se aposenta en nuestra alma no quiere abandonar su albergue aunque lo rechacemos ignominiosamente!

El amor carece de amor propio. ¡Cuántas veces se postra el amor ante un ídolo de barro, y a pesar de conocer la frágil materia que está adorando, no tiene la suficiente resolución para negarle su culto!

Esto sucedió a Safo: le fue más fácil destruirse a sí misma que destruir su amor.

Si Safo hubiese sido cristiana, los consuelos de nuestra religión la hubieran salvado; como era pagana, no conoció más remedio para su mal que el suicidio.

Al conocer Safo a Faón, perdió para siempre la tranquilidad; su alma agitada, borrascosa y ardiente, no encontraba el reposo en parte alguna; su vida era un penoso cautiverio, y por eso buscó la muerte para conquistar la libertad.

La roca de Léucades desde la cual se precipitó, libertola de la tiranía del dolor.

El suicidio es un crimen, pero la muerte es menos amarga que el dolor.





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