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La narrativa entre 1960 y 1970. Daniel Moyano

Ana María Amar Sánchez





Daniel Moyano nació en Buenos Aires en 1930, pero desde su niñez vivió en el interior, primero en Córdoba y luego en La Roja, donde se radicó durante muchos años y formó parte de una orquesta como ejecutante de violín. Actualmente se encuentra radicado en Europa. Moyano llegó a la literatura por una vía alejada de los canales tradicionales; es, en efecto, un autodidacta sin una formación sistemática, influido especialmente por Pavese con quien lo liga una semejanza de atmósfera narrativa y por Kafka que, sin duda, está presente en sus personajes desolados e impotentes frente a la realidad y en el clima angustiante que los rodea.

En 1960 publicó una primera colección de cuentos. Artista de variedades, en el que se perfilan las principales líneas temáticas de su narrativa le suceden La lombriz en 1964; una selección de los textos anteriores, El monstruo y otros cuentos y El fuego interrumpido en 1967; otra colección poco conocida, Mi música es para esta gente, apareció en Caracas en 1970 y finalmente El estuche de cocodrilo en 1974. Es autor de tres novelas, la primera de 1966. Una luz muy lejana; luego publicó en 1967 El oscuro, llamada anteriormente El coronel, que ganó el Primer Premio en el concurso de la revista Primera Plana en ese mismo año. La última, El trino del diablo, apareció en 1974.

El conjunto de su producción tiene una unidad fundamental determinada por la existencia de un eje a partir del cual se constituyen los textos; a éstos se los puede considerar como las diferentes inflexiones que toma el tratamiento de la problemática de la marginación y el desarraigo. En torno a ella se organizan tanto los cuentos como las novelas; es el espacio a partir del cual se piensa la relación provincia-Buenos Aires o interior-gran ciudad. Se constituye así un sistema narrativo que se propone como una reflexión acerca de la inserción social del hombre del interior en un medio extraño y casi hostil.

De este modo están privilegiados ciertos núcleos temáticos relacionados con el ámbito de las provincias que se extinguen en el abandono y la pobreza: pese al contenido de intención testimonial, en ningún momento hay una reproducción minuciosa de ambientes, ni descripciones que apelen al regionalismo, como así tampoco aparece un lenguaje que reproduzca las formas coloquiales provincianas. La escritura de Moyano se aleja de todo pintoresquismo hacia cierto uniforme tono neutro y hacia formas narrativas también distantes de los procedimientos más complejos de la vanguardia.

En los cuentos se privilegia un registro doblemente marcado por la marginación, el de la infancia y la adolescencia: espacio de la precariedad social y la miseria en «Paricutá» o «El perro y el tiempo» y del abandono afectivo del niño incomunicado con el mundo adulto en «La cara» y «Otra vez Vañka»; este núcleo temático le permite construir con una serie de cuentos como «La lombriz». «La puerta», «Los mil días». «Una partida de tenis» una especie de «novela familiar», una saga en cierto modo autobiográfica, con la que se intenta repensar las relaciones de un niño huérfano con el ámbito familiar que lo recoge: sentimiento de no pertenencia a un medio que lo excluye, necesidad de aprehender, a través del tiempo, para entenderlo, ese pasado, ese origen del que es imposible desprenderse; ya están en estos cuentos los elementos esenciales que conforman, con diversas inflexiones, la narrativa de Moyano.

Posiblemente uno de sus mejores cuentos, «La espera», constituya el ejemplo ideal de la unidad de su producción porque condensa el tratamiento de la marginalidad en la doble vertiente, afectiva y social, y lo hace a través de secuencias narrativas o escenas que se reiteran en otros textos y funcionan como núcleos significativos.

Las tres novelas proponen distintas articulaciones de la problemática resultante de un fenómeno social: la emigración de los habitantes de las provincias pobres hacia los grandes centros urbanos con su secuela de marginalidad y desarraigo en el nuevo medio. Predomina un mismo tipo de construcción narrativa, con excepción de El oscuro, en la que se encuentra una mayor complejidad formal; tanto en Una luz muy lejana como en El trino del diablo, un sujeto que enuncia sigue linealmente el proceso, la evolución de la conciencia del protagonista, su inserción en la ciudad que lo desborda y lo deja de lado.

La primera, Una luz muy lejana, desarrolla y amplía el cuento «Artista de variedades»; en éste, al protagonista, también llamado Ismael «le parecía que en la ciudad estaban todas las cosas buenas del mundo, pero... estaban allí para otros...». En la novela, Ismael, a través de una serie de capítulos que otorgan al relato una estructura sumatoria, se relaciona con diferentes personajes. Todos son seres marginados, unidos por una común ausencia de perspectiva y de un sentido para su vida: algunos han logrado borrar la realidad e inventarse una existencia diferente (como la Flaca que en medio de la miseria, sueña con practicar canto lírico o Teodoro que rige su vida por lemas como «Querer es poder» o «Mi vida empieza hoy»). Ninguno tiene posibilidades de salvación o de hacer escuchar su voz, por eso la necesidad de ejercitar una inútil crueldad, concentrada en el ensañamiento con el perro recuerda la de algunos personajes de Roberto Arlt. La relación que Ismael entabla con ellos, que «son forma de la ciudad», acaba en el fracaso, la frustración o la violencia; la última esperanza, encarnada en una adolescente idealizada, se diluye simplemente en la nada.

Las relaciones de los hombres con la ciudad se formulan por medio de figuras metonímicas privilegiadas en la escritura de Moyano, como la visión de las luces y los monumentos desde la periferia de la ciudad (imagen que abre y cierra la novela), o la asimilación de aquélla con un pozo: «Hay un fondo previsto, sin duda, donde el asco y la putrefacción y la miseria terminan. Un pozo donde caen todas las calles, inclinándose con sus pavimentos y sus muñecos de trapo».

Si en la ciudad todo está hecho y no es posible significar algo en ella, tampoco se puede volver al origen, perdido u olvidado; sin embargo, el texto abre una esperanza, se puede «salir del pozo» (de la ciudad) e iniciar una vida con posibilidades nuevas lejos de ella: «La ciudad había terminado, pero quedaba aún el desierto. Allí cabían muchas casas, con otros hombres, y la vida podría continuar de otra manera». Esto ya estaba presente de algún modo en el nombre bíblico del protagonista: Ismael, expulsado por su padre (sin raíces), marchó al desierto y dio origen a un pueblo nuevo; así como también en el cuento popular que escande la novela y en el que el caminante debe siempre seguir más allá en busca de otra luz que se ve muy lejos.

Si en esta novela se insinúa una salida para la desolación del personaje, en la segunda, El oscuro, la imposibilidad de resolver el conflicto va a provocar la paranoia del protagonista. Éste, un coronel, jefe de la policía, ha debido renunciar y ha sido abandonado por su esposa; la novela se inicia a partir de este momento en que la pérdida del sentimiento de pertenencia a un ámbito elegido en reemplazo del propio que se quiso olvidar y ocultar, desencadena el conflicto. El humilde origen provinciano fue elidido durante los años en que se desarrolló su carrera, ésta funcionó como el medio protector que le permitió su integración social: «[...] lo único verdaderamente bueno en su vida había sido el liceo. Pertenecía a un orden perfecto que jamás se alteraba». La elección de este orden le permitió salvarse del sentimiento de precariedad (significante reiterado en el texto) inherente a su origen; pero es imposible eliminarlo y éste vuelve en la figura de su padre que lo ha seguido (perseguido) durante años y en el parecido cada vez mayor con él: «[...] no era tan blanco como creía o como lo había sido en su niñez, sino que tenía la tez indefinida pero más bien morena, casi como la de su padre». A partir de esto el significante oscuro va a ser privilegiado y al color de la piel del protagonista, articulando los juegos de luces en su doble alusión al origen social y sombras que se concentran en la habitación donde se encierra, lejos de los ruidos y el movimiento del mundo externo, especie de regreso al seno materno, a la madre rubia y de piel clara, que lo salve de la vulnerable condición heredada de su padre.

Regreso imposible y única opción que se plantea el protagonista para resolver el conflicto; pero se trata de la elección de un personaje desvalorizado por el discurso narrativo que, construido por la mezcla de enunciados de diferentes sujetos, permite una visión distanciada del protagonista y lo rechaza. Su opción es una de las inflexiones que puede tomar el sentimiento de marginalidad y está determinado por la ideología y la historia del personaje. La última novela, El trino del diablo, constituye otra reflexión en torno a la conflictiva relación del hombre del interior con la gran ciudad: reitera elementos temáticos y constructivos presentes en Una luz muy lejana, pero aporta también un registro casi inédito en nuestra literatura.

El texto es una alegoría humorística sobre el destino del artista en nuestro país. La combinación de los dos registros, el alegórico y el humorístico, es poco frecuente entre los narradores argentinos y representa también un notable cambio de tono en la producción de Moyano. La alegoría busca ejemplificar con un caso particular una situación general, es decir, hay una relación de representación entre dos términos; en este caso el violinista Triclinio, más un arquetipo que un personaje, es el artista que, sin una función social concreta ni posibilidades de trabajo, se ve forzado a emigrar de un interior paupérrimo y sin futuro. Pero Buenos Aires, con su inestabilidad política y su competencia feroz, tampoco le ofrece oportunidades, provocando el desarraigo y la opción por un mundo marginado, la delirante Villa Violín del relato, en la orilla del resto de la sociedad y «en espera»: «[...] ya no tenía ciudad para volver ni para quedarse, estaba de más en un país del cual había oído hablar en la infancia o en la escuela y que más parecía pertenecer a la historia que a la realidad».

Es la misma marginación y el mismo desamparo doloroso de Una luz..., pero en otro registro teñido de humor; justamente este tono permite acentuar las reflexiones sobre nuestro sistema político y social, pero quizá la mezcla de los dos registros (especialmente el alegórico, al ser una alusión directa en la que no cabe la pluralidad de sentidos) disminuya la efectividad de las formulaciones y dé al texto ese tono menor de divertimento que le resta profundidad y riqueza significativa.





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