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La novela Pequeñeces del P. Coloma: ficción y realidad

Enrique Rubio Cremades





La lectura de la novela Pequeñeces y las reflexiones que subyacen en este extenso relato de marcado matiz ideológico en su doble sentido -religioso y político- permite al historiador de la literatura, al crítico, varias lecturas. En época temprana se interpretó como un relato escrito en clave -roman à clef-, en otras, como una apología del integrismo e, incluso, del carlismo. No faltan tampoco determinadas interpretaciones de la crítica que analizan de forma exclusiva la vida de la aristocracia española de la época en función del contexto histórico en el que se desarrolla la acción, actuando como referente literario las novelas La Vizcondesa de Armas (1887), del marqués de Figueroa y La Montálvez (1888) de Pereda. Queda excluida, evidentemente, la novela de Palacio Valdés La Espuma, pues se publicó en 1891, un año después de la aparición por entregas de Pequeñeces. Cabe recordar que dichas entregas se enmarcan entre enero de 1890 y marzo de 1891. A primeros de dicho año aparecería una edición en dos volúmenes1. Así, pues, la novela de Palacio Valdés nada tuvo que ver con la gestación de Pequeñeces, aunque algún crítico opine lo contrario, a pesar de ser una sátira contra la aristocracia en la época de la Restauración, protagonizada por el desvergonzado Salabert, duque de Requena, a quien un sector de la crítica identificó como el marqués de Salamanca.

A las ya referidas interpretaciones de la novela de Coloma habría que añadir una última que atañe a la figura de Cánovas del Castillo, político omnipresente en la novela y siempre en el punto de mira en las reflexiones y diatribas del propio Coloma. Sin embargo, la censura a dicho político no excluye otras interpretaciones críticas del relato, como las apuntadas con anterioridad, aunque nuestro propósito es indicar que la más importante es la que nos conduce a Cánovas. Es bien sabido que la recepción de la crítica en el momento de publicación de Pequeñeces fue unánime al calificarla como un auténtico éxito editorial2. Valera afirmará que «a pesar de los muchos años que llevo de vida, éxito tan extraordinario alcanzado por un libro español, como el de la novela de usted, titulada Pequeñeces. Todos la leen, la encomian o discuten con pasión sobre ella»3. E. Pardo Bazán, en su artículo «La algarada de Pequeñeces», se mostrará también asombrada por el éxito de la novela, manifestándose en idénticos términos4, al igual que Clarín, que en su artículo publicado en La Publicidad reconocía que «en veinte años solo un libro se ha leído y comentado un poco, una novela muy mediana, de clave, de malicia, de un jesuita, el padre Coloma»5.

El panorama periodístico coincidente con la aparición de la novela corrobora el éxito de la misma6, ahondando, fundamentalmente, en la sátira social que subyace en Pequeñeces y la identificación de determinados personajes de ficción con el mundo real. El impacto de la novela en su época lo refleja el periódico La Época, en dos extensos artículos del periodista Luis Alfonso publicados los días 21 y 24 de marzo de 1891 en los que se señala la gran conmoción que produjo en la sociedad española y su adscripción al credo naturalista zolesco. En la sección Ecos madrileños de La Época, 25 de marzo de dicho año, se incluye una biografía de Coloma y el 5 de abril se publica un artículo en el que se insiste en el contenido social y crítico de la novela. Más tarde, 29 de mayo, E. Pardo Bazán publica en dicho periódico un artículo «El padre Coloma y sus obras», recogido con posterioridad en un folleto titulado El P. Luis Coloma. Biografía y estudio crítico (1891)7. Artículo que está en clara contradicción con el publicado en dicho periódico, «Un libro funesto», en el que su autor, Martínez Barrionuevo, arremetía contra la novela Pequeñeces. El resto de la prensa se mostraría también asaz elogiosa y crítica a la vez con Coloma, asumiendo casi de forma unánime la doble intención de la novela: la censura a la aristocracia y la identificación de sus personajes con seres reales de la nobleza y la política8.

El significado político de Pequeñeces es evidente. Tanto E. Pardo Bazán como Juan Valera reparan en el carácter populista de la novela. Para doña Emilia la novela representa el integrismo que en el plano religioso solo admite como única verdad la emanada de los libros sagrados y fundamentalmente de las encíclicas de Pío IX, mostrándose respetuoso con la postura intransigente de dicho pontífice. Se trata de una época muy parecida en la que se gesta y desarrolla la acción de El escándalo, de Alarcón, en la que la relajación moral, la decadencia, el sensualismo y el materialismo acampan en todos los lugares de la burguesía, aristocracia y políticos. De esta forma lo político y lo moral se funden en la novela. Para Coloma el liberalismo actúa en detrimento de la moral, de ahí que considere trascendental la presencia de una sociedad sustentada en una estructura de acuerdo con los principios cristianos, infartada en la familia y en las estructuras municipales con claras connotaciones corporativistas. El integrismo acepta la monarquía como forma de gobierno siempre que respete dichos aspectos; e, incluso, tiende a la relación monarca-pueblo sin la burguesía, ni la aristocracia, ni los partidos políticos, como en épocas pasadas9. Coloma se dirige a un público de masas y su diatriba contra la aristocracia se adecuará al concepto que de la misma tiene el pueblo, pues para el novelista, la aristocracia no cumple su función social y no atiende al mandato ético de la consigna nobleza obliga. Emilia Pardo Bazán señalaba al respecto que:

«[...] la prevaricación esencial de la aristocracia no consiste, para Coloma, en infracciones del Decálogo, sino en la aceptación de la legalidad vigente de la Restauración; bajel turco con bandera cristiana. Su delito consiste en haber fallido a su misión, aviniéndose a las transacciones, la amalgama con los elementos revolucionarios, la libertad de cultos, la desamortización sancionada, la Iglesia, cada vez más segregada del Estado»10.



Evidentemente, aunque Emilia Pardo Bazán no lo indique, dicho texto encaja con la política llevada a cabo por Cánovas del Castillo, línea de investigación que en estas últimas décadas ha cobrado fuerza gracias a las publicaciones de Ignacio Elizalde11 y Guadalupe Gómez Ferrer12, pues engarzan el contexto histórico e ideológico de la novela con la política llevada a cabo por Cánovas a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, ya que reunió partidos y grupos políticos hasta entonces enemigos en una agrupación que Coloma juzgaba vergonzosa, pues estaba configurada por personas influyentes que habían faltado a todos los deberes de su clase y colaborado con la Revolución de 1868. Ideología de Coloma representada tanto en el Congreso como en el Senado por el grupo parlamentario de Alejandro Pidal y Mon, confundidos, en ocasiones, con los diputados carlistas encabezados por Cándido Nocedal13.

Es evidente, y esto se muestra desde el primer instante, que Pequeñeces está enmarcada en un contexto político en el que los turbios manejos políticos encuentran especial acoplamiento en el personaje Butrón, cuyas concomitancias con Cánovas del Castillo son evidentes14. Coloma es consciente de que la novela es un género literario que bien utilizado para la defensa de sus ideales sirve para difundir de forma amena consignas o mensajes con un propósito claro: el restablecimiento de la Unidad Católica, la unión indisoluble de Iglesia y Estado, tal como defiende de forma inexorable la marquesa de Villasis, alter ego de la conciencia de Coloma desde múltiples perspectivas, desde las relaciones Iglesia-Estado hasta la política de Butrón-Cánovas sintetizada con la reiterativa frase barrer para adentro, como en el pasaje en el que la esposa de Butrón, Genoveva, le propone a la propia marquesa de Villasis, forzada por su marido, la presidencia de la asociación encargada de reunir dinero para socorrer a los heridos del ejército del Norte en su lucha contra los carlistas:

«Pues mira, Genoveva, te seré franca... Si fuera cosa tuya..., tuya exclusivamente, iría con el alma y con la vida... Pero tratándose de lo que se trata..., vamos..., que no me gusta ese barrer para adentro de tu marido, que le pone a una siempre en el riesgo de tropezarse con la basura»15.



Para la marquesa de Villasis Madrid es el antónimo de la virtud, de la honradez por culpa de un sector de la aristocracia española representada por aristócratas como Currita Albornoz y su séquito de admiradores, pero, afortunadamente, este lodazal no ha llegado a contaminar al resto de la sociedad. En el diálogo que la marquesa de Villasis y la esposa de Butrón, ejemplar mujer, maltratada física y síquicamente por su marido, se alude, precisamente, a uno de los aspectos fundamentales que subyacen en la novela de Coloma: apartar la manzana podrida, la aristocracia indigna, corrupta y sin honor. Ante el convencimiento por parte de la esposa de Butrón de que Madrid es un lodazal, la marquesa de Villasis ofrece una contestación que se aparta de las reflexiones críticas actuales y de antaño en situar la acción de Pequeñeces bajo el marbete de texto integrista16, pues no aboga por la supresión de la nobleza, sino por la eliminación de sus manzanas podridas:

«Tienes razón... ¿Pero qué se le va a hacer, si Madrid es un lodazal? -No, no es un lodazal; porque tú y yo y otras muchas personas somos Madrid, gracias a Dios, no somos lodazales... Di más bien que en Madrid hay un lodazal, que puede perfectamente evitarse andando con la ropa un poquito recogida... Pero, sin duda, es el maldito lodazal de agua de Colonia, y como huele bien, a pocos veo que les repugne zambullirse dentro»17.



La novela Pequeñeces se nutre continuamente de referencias históricas, políticas. En ocasiones desde la lontananza, desde una perspectiva retroactiva del tiempo. Solo eso explica el vertiginoso discurrir de los sucesos históricos con los protagonizados por los hijos de Currita de Albornoz, fundamentalmente por su hijo, es decir un solo año académico en el que transcurre la acción y actúa como una novela redonda cuyo protagonismo lo ocupa el niño en el inicio del relato y al final del mismo. La síntesis de la novela desde el punto de vista de Coloma se evidencia con total claridad en el Prólogo que figura al frente de la novela, en las reflexiones que subyacen en su escrito dirigido al lector, pues en él, desde la perspectiva del tiempo, última década del siglo XIX, enjuicia y reflexiona sobre los acontecimientos históricos vividos en su época de juventud. Desafortunadamente dicho prólogo no ha merecido la atención de la crítica, precisamente en él podemos ver desde un primer instante la intención de Coloma: la crítica y censura a la política del gobierno llevada a cabo por Cánovas del Castillo. En dicho prólogo la crítica solo ha reparado en extractos o pasajes referidos a la intención doctrinal, a su estilo y lenguaje y a su propósito moralizador a fin de predicar en la novela lo que no puede realizar en el púlpito. Sin embargo, los párrafos que aluden al desorden, el caos de la sociedad, equiparable a un barco sin rumbo fijo e incapaz de sortear los peligros, sirven para establecer los parámetros exactos de la intención de Coloma en su crítica a Cánovas:

«[...] jamás harás conocer a un bizco su propio estrabismo, si no le pones delante un espejo fiel que le retrate su torcida vista; porque el ojo de la cara que sirve para ver y conocer a los demás no puede, sin un milagro que equivalga a esta gracia que tú disfrutas, verse y conocerse a sí mismo. Grande y caritativa obra, por tanto, será la del libro que sirva de punto fijo para avisar a los del barco que se alejan de la orilla; que sirva de espejo fiel al bizco desdichado, para que, comenzando por conocer allí su vista extraviada, acabe por odiarla en sí mismos»18.



Cánovas era miope y bizco, rasgo este último destacado por sus biógrafos, como el marqués de Lema19. Vestía con cierto descuido, usaba levitas amplias que le permitían guardar papeles y hasta libros. A veces daba una desagradable impresión de altanería20. Tenía una naturaleza de hierro, y era nervioso e impresionable. Tuvo fama de conversador, de voz robusta. Cuando se descomponía su voz era chillona y áspera21. Cánovas buscó el trato de la sociedad de buen tono, la aristocracia, desplegando ante ellas los mejores recursos de su ingenio, de su experiencia mundana. La atención de las mujeres le producía mayor satisfacción que los aplausos del Parlamento22. La pasión de mandar, la voracidad intelectual, la inclinación a las damas fueron los tres rasgos dominantes de Cánovas. El bizco del prólogo se proyecta más tarde en el personaje Butrón, alter ego de Cánovas, aunque Coloma lo pintara con un rasgo distintivo que confundía al lector, identificándole con el marqués de Molins por su abundante vello. Identificación cimentada en un principio por Valera23 (1891) y más tarde por Almagro San Martín24 (1954), que resolvía parcialmente la identificación de personajes de ficción con el real, señalando, por ejemplo, que el marqués de Sabadell correspondía al marqués de Sardoal y el gobernador de Madrid, el llamado Buey Apis, a Manuel Alonso Martínez.

Coloma siempre niega la identificación25 de los personajes de su novela con los del mundo real gracias a los equívocos y falseamientos de determinados rasgos físicos de los mismos, aunque casi siempre ese recurso sirve para descubrir la intención de Coloma: sembrar de pistas falsas cualquier identificación con la realidad. Sirva como botón de muestra el retrato de Casimiro Pantojas, o el del propio Butrón. El marqués de Sabadell, Currita Albornoz, Casimiro Pantojas y Pedro López, entre otros muchos, son en un porcentaje mayoritario personajes reales que el lector puede identificar por sus acciones, por sus hechos26. Sus tics caracterizadores nos ofrecen pistas suficientes para identificarlos, aunque a veces Coloma burla al lector utilizando un rasgo distintivo del que carece el personaje retratado. Esto no sucede con el citado prólogo, pues el bizco desdichado, el responsable de los destinos de la nave, es el gobernante, el que rige los destinos de la sociedad, de ahí que Coloma advierta que su libro sirve de punto fijo para avisar al navegante, al bizco desdichado, de su forma de regir los destinos de quienes están bajo su mando:

«[...] porque el último parapeto del bizco que no quiere mirar derecho es negar que entienda el que le reprende de achaques de vista; por eso, cuando le pone delante el censar detalles íntimos conocidos solo de los del gremio, concédele al punto la ventaja inmensa de la experiencia y se rinde a discreción, pensando que, si no fue también bizco allá en sus tiempos aquel que le reprende, entre muchos que bizquean debieron de apuntarle los dientes»27.



El bizco, Cánovas del Castillo, encuentra su perfecto ajuste con el marqués de Butrón cuyas concomitancias en la forma de entender el gobierno es un espejo de la realidad de la política canovista. Ambos persiguen las alianzas, aplican las teorías del justo medio. En su ideario político siempre tienen presente la historia de España, son cultos, grandes lectores, atentos a la política europea, pragmáticos. En la construcción política de ambos se mezclan monarquismo político, catolicismo social y un liberalismo formal. Tanto para Butrón, personaje ficticio, como Cánovas, el liberalismo y la centralización no son incompatibles, sino complementarios. Ambos son también más escépticos que utópicos. Son, igualmente, liberales y conscientes de que la monarquía debe ser una fuerza real y efectiva, decisiva, modeladora y directora. Aspectos que en el momento histórico en el que se desarrolla la trama de Pequeñeces puede cumplir una sola persona: Alfonso XII.

Todos los tics caracterizadores de Butrón convergen en la figura de Cánovas, desde el principio hasta el fin. En la frase repetitiva barrer para adentro como señal distintiva de su política, se encuentra el mejor Cánovas y, para ello, busca todo tipo de alianzas, inspirando temor y animadversión en los sectores más conservadores y reaccionarios. También sabemos por sus biógrafos citados que Cánovas buscaba el trato de la aristocracia, que era hombre mundano y que conocía los laberintos más complejos y oscuros de la política española. Ambos, Butrón y Cánovas, tienen una sutil inteligencia para no comprometerse en los momentos más delicados, buscando siempre los desenlaces conciliatorios. Un realismo pragmático cuya base se sustentaba en la formación libresca, en el estudio. No debemos olvidar a su mentor, a su introductor en los medios burgueses y literarios, a don Serafín Estébanez Calderón, hombre cultísimo, refinado, docto en lengua arábiga y en numismática, bibliófilo empedernido y escritor castizo. La experiencia política configura también la personalidad de ambos personajes, pues son coincidentes y encajan a la perfección. Los dos unían la ambición de poder a una voluntad extrema, un realismo sin sombras y una notable capacidad de decisión, prescindiendo de vagos idealismo y sin fallecer nunca gracias al ansia del poder, del mando.

Pequeñeces está enmarcada en un contexto específico en el que si bien Coloma no establece fecha alguna, gracias a los acontecimientos que se ofrecen en la novela permiten al lector establecer un periodo exacto28. En el inicio de la novela, el marqués de Butrón describe la caótica situación en España, en animada conversación con personajes de la aristocracia, con especial detenimiento. Madrid aparece como un hervidero social. Amotinamientos, sublevaciones y una plebe que arremetía contra el alcalde de Madrid y «recorría las calles apedreando cristales y rompiendo los faroles de la iluminación con que celebraban muchos el Pontificado de Pío IX, mientras un gentío inmenso, de todos los colores y matices, aplaudía en los jardines del Retiro El Príncipe Lila, grotesca sátira en que designaban al monarca reinante con el nombre de Macarrón»29. Esta obra se representó, efectivamente, en el Retiro durante el mes de junio de 1872, tal como se constata en la Ilustración Española y Americana el 24 de junio de 1872. Mientras que los sucesos referidos a la revuelta acontecieron el 7 de octubre de dicho año, tal como señala la citada publicación en su número correspondiente al 8 de octubre de 1872. La novela finaliza con el asesinato del marqués de Sabadell y los sucesos que protagoniza la aristócrata Currita Albornoz cuando le corresponde asistir con los reyes a la Salve de Atocha como dama de compañía, privilegio que solo contadas damas tenían. Este suceso histórico sucedió el 23 de enero de 1878. El rey acababa de casarse por segunda vez. La Ilustración Española y Americana da cumplida noticia de la ceremonia el 23 de enero de 1878. A partir de esta fecha, y tras el repudio de la joven reina a Currita Albornoz como dama de guardia los hechos se precipitan: muerte del hijo y arrepentimiento de su pasado.

La clase política de la Restauración ocupa un lugar harto significativo en la novela, pues vemos los valores y las añejas tradiciones de la vieja nobleza frente a una aristocracia corrupta que solo piensa en el bien material, en conseguir pingües negocios y medrar ante sus congéneres. Presencia también de una burguesía pujante que entronca con la nobleza. Burgueses y hombres de negocios hechos a sí mismos que alternan con la nobleza. Banqueros cuyo poder económico servía de sustento al derroche económico de la aristocracia. Desfiles de gomosos del Veloz Club. Celebraciones y saraos en los palacetes de la aristocracia en donde se perciben con nitidez las intrigas palaciegas, los asuntos de Estado y las veleidades políticas de determinados personajes. Personajes caricaturescos, ridículos, como Villamelón, descrito como un Juan Lanas, un marido burlado, un imbécil que solo piensa en gozar con la comida. Noble apadrinado por el propio Fernando VII y cuyo nacimiento supuso todo un acontecimiento histórico, un prodigio único, pues vino al mundo con la dentadura completa, de ahí que el propio monarca instara a sus progenitores «que le diesen de mamar chuletas, y lo destetaran luego con aguardiente, y aquella misma noche envió a su ahijado, como regalo de padrino, un gran trinchante de oro macizo, que tenía esculpidas en el cabo las armas de España»30. Villamelón, esposo de Currita de Albornoz, encarnará una aristocracia depravada, egoísta, sin honor, vil y cobarde.

Coloma introduce una galería de tipos que representan múltiples actitudes ante un determinado hecho histórico, consciente de que su posición privilegiada ante la realeza puede cambiar de signo en consonancia con el devenir histórico. Presencia también de gomosos afeminados y perfumados como don Frasquito, llamado por Diógenes, tahúr y de noble familia, Francesco di Rimini. Personajes canallescos, políticos sin escrúpulos, como Jacobo Téllez, marqués de Sabadell, ambicioso político que participa activamente en la Revolución del 68. íntimo amigo del general Prim, cargado de deudas y convertido en amante de Currita Albornoz. Periodistas afamados que dan cumplida noticia de los saraos palaciegos de la aristocracia y cómplices de las intrigas cortesanas, como Pedro López, alter ego de Ramón de Navarrete, Asmodeo.

En Pequeñeces el lector tiene la sensación de vivir los hechos históricos desde una perspectiva sincrónica, engarzándose la acción con el cotidiano vivir de la sociedad, de sus manifestaciones y vivencias. En este sentido destaca el ambiente adverso de la aristocracia contra la figura del monarca Amadeo I de Saboya, cuya esposa era conocida por los madrileños como La Cisterna por el uso despectivo del título María Carlotta Enricheta Giovanna, hija de los príncipes del Pozzo de la Cisterna. Coloma recrea con acierto el ambiente de animadversión por parte de la nobleza española contra la monarquía de Saboya, describiendo sucesos o lances que en su época tuvieron gran repercusión en la prensa española del momento. El llamado episodio de las mantillas y peinetas fue un desaire furibundo contra la monarquía saboyana, pues las damas lucieron precisamente tales prendas como signos de desprecio a la dinastía italiana y a favor de la alfonsina:

«Ellas, con sus alardes de españolismo y sus algaradas aristocráticas, habían conseguido hacer el vacío en tomo de don Amadeo de Saboya y la reina María Victoria, acorralándolos en el palacio de la plaza de Oriente, en medio de una corte de cabos furrieles y tenderos acomodados, según la opinión de la duquesa de Bara; de indecentillos, añadía Leopoldina Pastor, que no llegaban siquiera a indecentes. Las damas acudían a la Fuente Castellana, tendidas en sus carretelas, con clásicas mantillas de blonda y peinetas de teja, y la flor de lis, emblema de la Restauración, brillaba en todos los tocados que se lucían en teatros y saraos»31.



El comportamiento de la aristocracia fue insultante. El día de apertura de las Cortes, los palacios situados en el trayecto de la comitiva real aparecieron sin colgaduras, al igual que los balcones del aristocrático Veloz Club. Ninguno de los socios del afamado club se descubrió ante el paso de los reyes. Los palacios de Alba, Bailón, Alcañices, Heredia-Spinola y Torrecillas permanecieron cerrados. La aristocracia conspiraba en las tertulias del duque de Alba y de los marqueses de Miraflores, Santa Cruz y Heredia-Spinola. Uno de los salones más afamados era el de Sofía Troubetzkoi, marquesa de Alcañices, duquesa de Sexto. Mientras tanto, en Madrid se estrenaba en el teatro Calderón la obra Macarroni I, sátira contra el nuevo rey de España.

Todos estos sucesos subyacen en la novela, aunque tan solo en el momento de aparición de Pequeñeces tuvo especial mención el primero de ellos, pues mereció una contrarréplica que hizo mella en las empingorotadas damas de la nobleza: imitar dichos cortejos, pero con mujeres de vida airada y poco ejemplar, acompañadas de hombre de dudosa reputación y vestidos de forma castiza. En esta ocasión las peinetas de las damas eran altas y ridículas. El Heraldo de Madrid, en su primera página del día 3 de abril de 1891 señala que dicha réplica fue organizada, según el periodista Felipe Ducazcal, por Manuel Ruiz Zorrilla y Práxedes Mateo Sagasta, ministros en dicha época, y por Juan Moreno Benítez y Ricardo Muñiz que avisaron a los responsables políticos de la intención de la aristocracia madrileñas. Ducazcal da cumplida noticia de todos estos hechos.

Ficción y realidad se hermanan continuamente en Pequeñeces. Pese a la insistencia de Coloma de recalcar que sus modelos son tipos sociales y no retratos concretos, sus palabras no convencen en exceso. Por la novela desfilan Prim, Castelar, Cánovas, los generales Serrano, Concha y Pastor, Pi y Margall, Salmerón. Se da cumplida noticia de los complejos y laberínticos sucesos del rey Amadeo I de Saboya, su entroncamiento, reinado y abdicación. Se ofrece también noticias de la postura del cuerpo diplomático instalado en España a raíz de la proclamación de la República, respaldada, sin fisuras y a diferencia de otros países, por el embajador de Estados Unidos en España, Mr. Sckles (en la novela Mr. Hamlin). Se da noticias también sobre las manifestaciones y algaradas en dicho contexto histórico. Noticias sobre la diáspora al extranjero de la aristocracia y políticos comprometidos con la monarquía alfonsina. Análisis sobre el pontificado de Pío IX y las relaciones Iglesia-Estado, entrada en España de don Carlos, enfrentamientos entre carlista y gubernamentales, creación de asociaciones benéficas para ayudar a los heridos del ejército del Norte, cambios ministeriales, referencias a la prensa de la época, intrigas palaciegas y ministeriales, llegada de Alfonso XII a España, la Restauración, formación del gobierno de España, alusiones reiterativas a la monarquía en España, su implicación en el asesinato de Prim y sus conexiones con la trama argumental. Pequeñeces se configura como un marco histórico en el que la historia de España se desliza por complicados vericuetos. Coloma, con excelente pulso narrativo e intriga, teje una historia condicionada por su ideología, por su repulsa al gobierno de Cánovas, a su política de barrer para adentro, de aglutinar todas las fuerzas políticas sin tener en cuenta aspectos innegociables, como la unidad católica, fundamentalmente.

Pequeñeces, leída desde la perspectiva del tiempo, se complementa con otros relatos enmarcados también en la España de la Restauración. Su postura ideológica es manifiestamente clara, en contradicción con los intereses de la política canovista, pero comprometida y sujeta a su credo religioso e ideología política. Buen narrador que se vale de recursos propios del folletín a fin de dar emoción e intriga a la acción, como las protagonizadas por Currita Albornoz o su amante el marqués de Sabadell. Coloma demuestra ser un novelista innato, aflorando el relato, la invención, de continuo, tal como lo constatan los relatos infartados o incrustados en la propia novela, como la historia de Juanito Laverde, o el relato fantástico que el marqués de Sabadell cuenta a Frasquita. Recordemos también la historia sobre la costilla de Adán contada por Diógenes. Las narraciones basadas en las referencias a los Grandes de España. El relato, la invención, su vocación como novelista es consustancial a su personalidad, a su vocación religiosa, de ahí que la lectura de su novela Pequeñeces deba llevarse a cabo de esta forma, aunque el lector discrepe en sus planteamientos, en la ortodoxia o rectitud dogmática que subyace en el relato.






Referencias bibliográficas

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