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La obrera mexicana

Concepción Gimeno de Flaquer





Hay una clase olvidada de la sociedad, una clase tan interesante como respetable, una clase que necesita ayuda y amparo, y que sin embargo se halla muy desatendida; esta importante clase, tan digna de la mayor consideración, es la clase proletaria a la cual pertenece la mujer que necesita ganarse el sustento: la obrera.

La mujer nacida en dorada cuna todo lo debe al favor de la suerte; la obrera todo lo debe a sí misma. A la mujer de alta posición le es fácil ser virtuosa; cuanto le rodea la protege, la escuda, la defiende; hasta la educación que ha recibido es un dique a sus pasiones; mientras que la mujer proletaria se halla indefensa y sola para combatir al vicio cuando este se le presenta hermoso, espléndido, irresistible, fascinador. A la señora favorecida por la fortuna nada le falta; a la mujer proletaria le falta todo.

Pedimos a la mujer pobre que sea honrada, y se le niegan los dos medios que necesita para serlo: el trabajo bien retribuido y la instrucción.

Rara vez se pervierte la mujer por el gusto de pervertirse; cuando la mujer baja a la sima de la degradación, es porque ha sido impulsada por la ignorancia o el hambre; la miseria y la ignorancia son muy malas consejeras.

El hombre siempre egoísta, en vez de proteger al sexo que apellida débil, ha conspirado contra él; no solo le ha anatematizado cruelmente, sino que le ha usurpado las pocas ocupaciones que le quedaban para atender a las necesidades de su existencia. El hombre ha despojado gradualmente a la mujer de los pocos medios con que contaba para defenderse de la miseria.

Es vergonzoso y hasta humillante, ver a un hombre en un almacén de modas, ocupándose en hacer apologías de las últimas, plegando y desplegando telas delicadísimas, que ofrecen en sus manos el terrible contraste que presenta a nuestra vista el raso y la estameña. ¿No es doloroso que el hombre, dotado de robusta naturaleza, de gran musculatura y de fuerza atlética, se apodere de pequeños trabajos, únicos que puede desempeñar la mujer por su delicada contextura y su pobre organización física? Es deplorable que un hombre gaste el vigor de su juventud en trenzar cabello, en peinar bucles y rizar sortijillas y tirabuzones. Ni los modistos ni los peluqueros debieran existir. ¿Hay nada más ridículo y absurdo que un hombre ocupado en modas de señora?

Es necesario, es indispensable crear para la mujer ocupaciones lucrativas y retribuir mejor el trabajo que hasta hoy le ha sido confiado.

Filósofos, moralistas, legisladores y gobernantes, cread plazas para la mujer, y centros de enseñanza donde pueda ilustrarse. ¡Solo así contribuiréis al perfeccionamiento de la sociedad! Dando a la mujer instrucción y trabajo bien retribuido, mejoraréis las costumbres, porque la instrucción moraliza.

Haced que la mujer pueda bastarse a sí misma, y de este modo la mujer solo se casará por amor, y no venderá su corazón por un pedazo de pan.

Hay muchos trabajos que podía desempeñar la mujer si se le facilitasen antes los medios para instruirse.

La mujer puede ser litógrafo, telegrafista, encuadernadora, taquígrafa y cajista. La mujer puede hacer todos los trabajos delicados que exigen paciencia y buen gusto, pues la mujer posee la idea del arte porque tiene muy desarrollado en su alma el sentimiento de lo bello. La mujer puede grabar en madera, pintar porcelanas, cristal, rasos, e iluminar papel de lujo para cartas: la mujer puede dedicarse a la teneduría de libros, a la fotografía y a la copia de manuscritos. Mas no ha de trabajar por trabajar, sino para que su trabajo le sea retribuido decentemente.

Hasta ahora no ha sido así, pues el trabajo del hombre obtiene mejor recompensa que el de la mujer.

Ocúpense en remediar este y otros males las personas a quienes corresponde hacerlo, en vez de arrojar un tupido manto sobre las llagas sociales, por no tomarse la pena de aplicar un bálsamo cicatrizador.

El hombre, que debía poner barreras al borde del abismo y puentes sobre los precipicios, hace todo lo contrario; conduce a la mujer por tortuosas sendas, alzando ante su paso lazos infames, abismos y cloacas inmundas, y cuando esta, al verse en el fango implora una mano salvadora, el hombre la abandona dejándola sumida en la corrupción que él le hizo conocer. En este estado, al ver la mujer sobre sí el desprecio universal, y la miseria más espantosa por haber cometido la primera culpa, cree que su completa degradación es inevitable, que nada puede esperar de la sociedad, y se sepulta arrojada por la desesperación en un cenagoso pantano, del cual no vuelve a salir.

¡Hombres, no rechacéis a la mujer que habéis hecho delinquir! Protegedla, rehabilitadla, elevadla hasta vosotros, pues tenéis sagrados deberes que cumplir con ella. Por cada alma que salvéis de un naufragio moral, Dios os concederá infinitos dones.

Los dos sexos son iguales ante Dios, porque a los dos sexos los ha dotado de inteligencia: siendo iguales, contraen idéntica responsabilidad ante Él; pero es preciso para esto que reciban los mismos grados de cultura.

¡Hombres! no queráis por compañera de vuestra vida una mujer esclavizada por la ignorancia, pues la esclavitud degrada, envilece. Si os empeñáis en tratar a la mujer como criatura inferior a vosotros, o se degradará aceptando ese trato, o provocará la rebelión al rechazarlo.

La planta nace, crece y se desarrolla con toda la libertad de su fuerza nativa; el irracional se mueve con todo el vigor de su ser; todo en la creación tiende a la libertad, y no es justo que la mujer sea el único ser cuyo pensamiento se paralice, cuya voluntad se aniquile y cuya inteligencia se eclipse porque el hombre la quiera doblegar. La subordinación completa de la mujer, es un mal para vosotros, porque al perder la mujer la energía de carácter, su iniciativa y toda su fuerza moral, se convierte en un instrumento ciego que cualquiera puede manejar a su antojo. Con tan bajo servilismo degradáis a la mujer hasta lo último, pues pierde la conciencia de su propio valer y no se estima en nada.

¡Instruid a la mujer, salvadla de la ignorancia que es su ruina! Como un mentís a vuestras aseveraciones respecto a la inferioridad moral de la mujer, se alzan a cada paso mujeres superiores que nada os deben a vosotros y que todo lo han conseguido por su inteligencia y aplicación. Si careciendo de medios para instruirse, existen tantas mujeres notables por su ilustración, ¿qué sería si poseyesen cual vosotros alcázares de la ciencia, templos de la sabiduría? No cabe vacilación alguna cuando se trata de afirmar que la mujer tiene derecho a las profesiones industriales: la mujer tiene conquistado un puesto en el mundo de la inteligencia, en las regiones del arte, en las esferas del pensamiento, en el banquete universal!

En otros países las mujeres desempeñan cargos distintos que les permiten bastarse a sí mismas sin el apoyo del hombre. La mujer mexicana que pertenece a la clase pobre, se ve obligada muchas veces a unirse eternamente a un hombre que no ama, por temor al mísero porvenir que le ofrece el celibato. Nada más inmoral que esos lazos formados por el cálculo, y es tan fuerte sin embargo el poder de la costumbre, que todos exclamamos con la firmeza de la convicción: la carrera de la mujer es el matrimonio.

¡Qué dislate!

El matrimonio es un sacerdocio para el cual se necesita verdadera vocación, muchísima más que para pronunciar los votos religiosos.

¡Cuántas mujeres se casan sin que el corazón haya tomado la menor parte al formar tan seria resolución!

Si las mujeres mexicanas son en su mayor número virtuosas, se debe a la altivez indomable que las caracteriza, a ese sentimiento de dignidad que les hace avergonzarse ante sí mismas por la más leve falla, a ese orgullo que no les permite bajarse una línea del pedestal de su honra, a esa severidad de conciencia que es su inflexible fiscal. Mas ¡cuántas que no tienen abrigada el alma por el amor y que han doblegado la cerviz al matrimonio por necesidad, vegetan moralmente en una atmósfera helada, y son víctimas de una callada desventura que no permite la menor expansión! ¡Cuántas mujeres casadas sin amor se entregan al lujo o a diferentes puerilidades por ocupar en algo su incierto pensamiento, ya que el corazón está dormido en un letárgico sueño!

Hay mujeres que, unidas a un hombre que no aman, se escudan en su virtud y se permiten lucir todos los defectos de una mala educación, y los vicios de un carácter irascible, con un sinnúmero de groserías e inconveniencias, creyendo todavía que el marido debe guardarles gratitud porque le conservan la honra.

¡Qué fidelidad tan poco delicada! ¡cuán impotente para satisfacer a un hombre de sentimientos elevados!

Mientras la mujer soltera no pueda crearse una posición, rara vez sabrá el hombre, al conducir a su novia al altar, si la guía el amor o el cálculo. Por estas y otras consideraciones, el hombre debe estar interesado en que la mujer adquiera abundantes medios para defenderse de la miseria.

Un francés conocido como gran escritor, manifiesta claramente la parte activa que las mujeres de su país toman en la vida pública, desempeñando varios destinos, poniéndose al frente de grandes establecimientos, y compartiendo con el hombre las tareas intelectuales. Después añade: «Al nacer un príncipe o casarse una rica heredera, en cualquier nación, se pide a la Francia el trousseau o la canastilla; el mundo entero es nuestro tributario. Y este tributo ¿quién lo ha impuesto al mundo? Las mujeres. París las encierra a millares; oscuras o célebres, pobres o ricas, que dotadas de esa inexplicable cualidad, metamorfosean bajo sus dedos de hada el oro, la seda y las flores, atrayendo cada una de ellas muchos millones a la Francia. Más de cuatro árbitras de la moda hoy y verdaderas artistas, empezaron su carrera en una parada, y han terminado por crearse una fortuna».

Protéjase a la mujer proporcionándole medios de atender a su subsistencia, y se remediarán muchas miserias sociales.

La mujer no se arrastra por el fango sin sostener una fuerte lucha consigo misma y hasta haber sido vencida por el desaliento. Solo dos causas corrompen a la mujer: la ignorancia y el hambre.

Sí, la ignorancia le es fatal a la mujer: cuando la inteligencia de la mujer está cultivada, puede comprender claramente los sofismas, los falsos silogismos, las astucias con que el vicio se presenta para vencer a la virtud; y conociéndolo, está salvada.

¡Filósofos, moralistas y gobernantes: dad instrucción y trabajo a la obrera; mejorad las condiciones de la clase proletaria, y todas las pobres serán honradas!





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