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La otra esquina de la lengua


Alonso Zamora Vicente



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En la república de las letras suelen ser los autores y maestros quienes dedican su libro no sólo a los lectores sino a todos aquellos que fueron para él motivo, estímulo y más que meridiana luz en la gestación de la obra.

Pero, esta vez, alterando la costumbre al uso, o poniéndonos «el mundo por montera», -como burlonamente diría nuestro autor-, los discípulos, aquellos que recibimos la palabra y la sabiduría en tanto encuentro, conversación y lectura de aquí y allá, vamos a atrevernos a dedicarle este libro, su libro, sus páginas cotidianas que son ya las nuestras:

Al maestro sabio.

Al maestro de la más pura socarronería cervantina alimentada en tanto archivo de la Mancha.

Al maestro autor de estos breves artículos, páginas grandes de vida.

Sus discípulos



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ArribaAbajoA modo de prólogo

Viene detrás, al mismo volver la página, un hacecillo de meditaciones pasajeras sobre cuestiones del oficio, este sobresaltado mirar la lengua que hablamos y acariciar sus desvíos y sus penas. Sí, es verdad: llevamos una temporada en precipitado declive: se habla mal, se escribe peor y se adorna todo, charla o escritura, con toscos ribetes de zafiedad. Como es natural, muchos hablantes se sienten heridos, ultrajados casi. Y brotan, por todas partes, nuestros sagaces arbitristas dando consejos, imponiendo saberes, exigiendo que se respete la ortodoxia académica. Estéril coraje el de tanto y tanto orientador. Nada valdrá de correctivo mientras la educación sea una malaventura tenaz y mientras no se cotice, como señal de alta calidad espiritual y humana, la expresividad pulcra y bien conducida. Cuando estos venerables rasgos se atreven a salir hoy, el hipócrita anatema contra lo redicho, lo afectado, asoma su perfil detrás de cada esquina.

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Nada de lo contenido en estas páginas pretende ser panacea. Ni siquiera gesto gruñón. La lengua va por sus caminos, sin otro cauce que el que imponen las circunstancias históricas y sociales. Y el desenlace... ¿En qué revuelta del tiempo se apoyará, el desenlace...? Si confiamos en la educación, en el asiduo estudio y la fervorosa lectura de los buenos modelos, lo veo muy lejano. Y si nos dejamos llevar por la inercia... Reventará antes de lo que suponemos, en la figura de torpe coloniaje cultural. Solamente el trabajo alegre y consciente puede reconducir este desplome. Y la sociedad actual, esclava de estruendosas purpurinas, no parece entrever estos rumbos. Ya no es la aflicción por un idioma maltratado, sino por una colectividad que, aspaventera, se sumerge, voluntariamente, en la caricatura de los valores más nobles, para instalarse en amenazadora oquedad.

Todos estamos al cabo de la calle: sobre estas quisicosas de lengua pesa un veredicto unánime que las envuelve en un clima de pesadez, monotonía, aburrimiento. Hace unos años, cuando aún se estudiaba de veras el hecho lingüístico y éramos buenos lectores, se decía de alguien que llamaba la atención por su sosería, sus gestos alicaídos, que era más latazo que una lección de gramática. Espero que en este librejo no se encuentre ni sombra de ese conjuro adverso. Me han censurado   —11→   amigos y enemigos acusándome de no tomar muy en serio estos problemillas. Pero, me pregunto: ¿Pondré cara feroz, me vestiré solemne toga ante el señor que discute la ortografía de vestíbulo...? Si no la sabe, y su forma de porfiar indica que no acatará lo que se le diga, ¿qué gano yo con sacar tonillo de dómine y mandarle a los infiernos de las normas...? Si a las palabras de amor les sienta bien su poquito de exageración, yo creo que a los errores de lengua que están en la calle también les viene bien su poquito de zumba. No niego que la fría seriedad sería mercancía útil ahora, pero, la verdad, voy estando algo machuchillo para mudar de hábitos. Genio y figura vienen en mi auxilio: prefiero ver en la cara de mi lector una sonrisa amplia, disculpadora, y no el gesto vinagrillo con que oculta el solapado rencor hacia nuestra superioridad. Entre nosotros, no se toleran miradas de costadillo. Que tengas razón, sí, tenla; pero que no se note.

A. Z. V.



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