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La palabra poética de D. Moyano: una diferencia indefinida entre identidad y memoria

Olga Tiberi





«...he querido, -confiesa Fábulo- rescatar nuestra historia... recuperar un pasado que nos permita elegir un camino y prolongarnos en el tiempo, aquí o adonde haya que huir. Los que nos persiguen desde siempre saben que nuestra memoria vale mucho; por eso corren peligro mis muñecos y por eso usted los va a pasar a las palabras, que no pueden romperse...».


(D. Moyano, Tres golpes de timbal1)                


Ciertamente, las palabras de D. Moyano no se rompen, excepto en esa apertura por la cual se abisma el sin fondo del silencio, donde estalla lo no dicho y lo aún por decirse, en una suerte de sonido que se demora en alcanzar la armonía de su expresión. Las palabras, -como la Lumbrera que sigue allí interrogando, con su nombre, una ausencia de luminosidad perdida-, tienen esa enigmática consistencia por la cual se hacen, sin embargo, inquebrantables en esa historia que anhela Fábulo en tanto rescate del pasado y construcción de la memoria. No en vano, D. Moyano se dejaba invadir por esa espera angustiosa, -a veces, intolerable-, por la cual aguardaba que el tono justo llegara a las palabras y que tal acontecimiento se tradujera en el hechizo mismo de los sonidos poblando con su musicalidad una palabra poética, cada vez más censurada e intimidada. Y sin embargo, palabra ajena a toda preocupación excepto a aquella de constituirse en el gesto genuino de esa expresión que, -desesperando las imposturas del querer-decir del lenguaje-, se configura en el exceso y en la lujuria de la literatura.

Encontrar el tono justo de las palabras constituye, -en la narrativa de D. Moyano-, una búsqueda matinal que descubre, en el espesor mismo de la desazón que invade al escritor, una cierta esperanza en esa aurora que aparece y se escurre sin dejar precisar el tiempo ni el espacio en los cuales esa promesa inscribe la posibilidad de su advenimiento. D. Moyano hace de la indeterminación de esa unidad bifronte constituida por lugar y tiempo, el sitio de producción de ese sonido que, -en tanto huella prelógica- lleva en sí la nostalgia de una armonía quebrada por el exilio.

El sonido se constituye, entonces, en preludio de la palabra. El relato surge en esa modulación exacta de una concordancia diacrónica entre tiempo y espacio cada vez más inalcanzable y desarticulada en la errancia de una escritura que hace del silencio y del vacío que se abren entre la arbitrariedad sus signos, la marca singular que imprime a las significaciones el desfallecimiento irreparable de la identidad. Como si únicamente allí, en ese quiasmo por el cual sonido y palabra se atraviesan, se gestara el sentido de la vida. Como si esa encrucijada constituyera esa matriz tutelar capaz de engendrar una vida con sentido y fuese posible dejarse invadir por ella, abandonarse a ella como a la escucha distraída de una sinfonía familiar. Pero, la desventura, el abandono, la orfandad, el exilio, las penurias se señalan no solo en la obra de D. Moyano sino también en esa intimidad raigal donde se formaliza el núcleo de su acaecer biográfico.

Esta sucesión de infortunios operan a manera de suspensión de esa realidad de concordancia ofrecida por ese signo musical que, en tanto pura estructura vacía en su propio centro «no puede detenerse ni un momento en la estabilidad de su propia existencia: debe repetirse sin cesar en un movimiento condenado a ser infinito»2. En consecuencia, ese horizonte de armonía retrocede y se hace inhallable, objeto ya de una búsqueda cuyos límites siempre se desplazan hacia un futuro al cual el escritor siente no pertenecer, ni siquiera poder alcanzar excepto a merced de esa palabra que no llega, negándose en su decir una y otra vez, como registro manifiesto de una imposibilidad del estar, del existir y del acontecer.

Este silencio profano vuelve inútil el sentido cotidiano de las palabras porque el pensamiento requiere del sonido para exponerse en el ruedo del decir y ello, no porque sea anterior a la temporalidad de las palabras ni antecesor de la letra, sino porque, -etéreos e incapturables-, saben hacerse intratables al oído del censor. La interrupción del sonido, implica en la producción de D. Moyano la cesantía de una palabra que no se deja narrar en el exilio negando, de este modo, formalizarse en sustancia del relato. Una palabra cortada que muestra con su ausencia no el silencio de donde proviene y en cuyo fondo recorta su decir, sino que pone en evidencia la imposibilidad misma del discurso porque en esa palabra interrupta, puesta entre dos vacíos, no tiene cabida ninguna alteridad más que la distancia impuesta por el poder de la interdicción.

Es esta palabra exonerada quien, -en la escritura de D. Moyano-, vuelve irreductible el tiempo de la espera de la creación poética como si en la pertenencia de ese espacio, y desatando el juego de la extrañeza y la nostalgia que ella provoca en el consigo mismo del escritor, pudiese, al fin, -fisurando el intervalo que la entrampa-, abrirse hacia el infinito de la expresión. Cuando la palabra de D. Moyano accede a esta posibilidad, lo hace en la intermitencia de lo discontinuo, en la dispersión del habla de los personajes, en una lengua que ya no se reconstituye en una unidad, sino en la fragmentación de un sentido que escande tanto al texto como a la historia que intenta ocultarse en el marco contextual.

Este «habla de la escritura»3 como la llama M. Blanchot, diferencia como habla, -exterior y anterior a toda habla y a todo silencio-, inscribe el afuera de la lengua en la noche del lenguaje, y habla, entonces, en la intemperie de ese interior donde graba lo excluido. De manera subrepticia, la letra viene a ocupar ese intersticio entre phoné y logos, entre sonido y grama engarzando en esa diferencia el relato de un origen que no puede presentarse más que en tanto re-comienzo interminable de esa fractura que lo indecide como tal.

En ese hiato irrecosible, la huella, -irrepresentable y siempre amenazante en su borradura-, juega a tener lugar y retiene «al otro como otro en lo mismo»4, esto es, retiene, en cada palabra, la falta como memoria de la ausencia, y a esa ausencia como la deuda que compromete la constitución misma del concepto de identidad.

El golpe obtura toda pretensión teleológica, inscribiendo en ese desvanecimiento el acontecimiento poético, desencadenado de pronto, y abruptamente en ese gesto intempestivo: el golpe, tres en total. Esta irrupción del afuera inaugura el peregrinaje de la palabra puesto que la realidad hiere el tímpano con una absurda rotura de membranas. Más precisamente, tres golpes arrancan de un único timbal sonidos que vibrando se expanden en la quietud de un parral inmovilizado en el paisaje riojano donde ha quedado, silenciado, el violín del escritor.

Tres golpes de timbal acusan, desde su exterioridad, la obstinada cerrazón del tímpano; se internan en ese laberinto despertando una memoria que exige ser escuchada no ya como relato del pasado, sino como condición de posibilidad de lo por-venir. Golpes que interpelan, aun hoy, la indiferencia y el olvido para inscribir la verdad de su palabra en la historia colectiva de una herencia fragmentada.

D. Moyano, afirma la ruptura que quiebra su palabra en la contundencia de ese golpe que conmueve el silencio y abre, en ese intervalo franqueado por la censura y el poder, el espacio de la memoria. Si el sonido ha velado por aquella secreta alteridad que rige la diferencia, preservándola contra la indiferencia donde se anularían los contrarios, los tres golpes en el timbal despiertan la palabra a su realidad de logos. D. Moyano y la escritura se entrelazan en esa tensión por la cual las ficciones que Fábulo hace contar con mímicas a sus titiriteros se tornan incorruptibles demandas en la historia.

A la vez, esas fábulas de personajes de trapo se hacen historia para verosimilizar aquello que no puede decirse y descubre, así, una historia como fábula que intenta, irónicamente en su parodia, distraer de las secuencias totalitarias de un país cada vez más inhospitalario. La ficción se hace realidad como F. Nietzsche5 advirtió que las mentiras se trasmutan en verdades ya que pensar la ficción no es oponer la apariencia a la realidad puesto que la apariencia no es otra cosa que el producto de la realidad y el discurso de la verdad y del logos no es otra cosa que el mito, iterado una y otra vez por la fábula que, borrando todo origen y todo fin, destituye el predominio ontológico de la identidad y sitúa el movimiento de la diferencia6.

La escritura de D. Moyano, enlutada por el eco de la pérdida irrestituible de su propio suelo no surge sino en ese hiato entre palabra y gesto, en la indecisión entre phoné y logos, en ese intersticio indecidible que logra instalarse entre la imposibilidad y el darse de la literatura no solo como ficción sino en tanto letra, huella y marca, entre la identidad del escritor, su otredad de autor y la alteridad de los personajes, en un lenguaje que se propone a sí mismo como experiencia de aquello que falta.

Autor y personajes se constituyen en actores itinerantes, siempre en marcha, errantes y extranjeros en esa errancia por la cual resultan exigidos a fundarse a sí mismos en la pertenencia de una palabra que sólo adviene como vivencia perpetua del andar. Esta diseminación del espacio y la temporalidad que se escande interrumpida engendran el juego de una escritura que inscribe esa diferencia entre silencio, sonido y logos. El mundo narrado resulta, entonces, ese despliegue infinito que deniega toda forma de morada excepto aquella que es tránsito constante, en cuyo interior la palabra es metáfora; es decir desafora lo dicho y poniéndolo en el afuera de sus gramas, desborda los márgenes del texto para testimoniar la disyunción entre el «yo» y el poder decir «yo». En ese lugar la escritura difiere los acontecimientos del devenir histórico hacia el porvenir de la memoria.






Conclusiones

D. Moyano lleva la escritura a los extramuros de un mundo denegado; escribe inscribiendo esas fronteras que, rigurosas, delimitan las posibilidades de su universo existencial. Allí, en esos confines la palabra poética testimonia esa interrupción por donde se cuela la impronta que resulta fundacional de una historia velada en su propio devenir.

D. Moyano escribe para explicarse el mundo7; escribe como método de indagación acerca de su origen e identidad8; escribe para enraizar en ese suelo el destierro de su palabra9. Hace de la escritura la ley de su propia exterioridad; desde ese afuera desvanece las pretensiones del olvido, aquí y donde haya que «huir» convirtiéndolo en la vigilancia misma de la memoria, «potencia guardiana gracias a la cual, -afirma M. Blanchot-, se preserva lo oculto de las cosas»10 y se difiere la no identidad de lo mismo en ese movimiento de la diferencia que lleva consigo «desllevando»11, el devenir de interrupción.

El trazo de la escritura de D. Moyano traza y retraz(s)a esta divergencia, en la demora misma del tiempo, en aquélla que, incesante, abre la mismidad de lo idéntico en el anonimato de lo todavía sin nombre. En ese allí aún aguarda la escritura para constituirse en memoria de una historia que falta, de una falta de memoria que inhibe la tarea de pensar una identidad que, precisamente, en la pluralidad de las diferencias, se constituya en lo inconfesable que funda una comunidad y vela por su permanencia.




Bibliografía

  • Blanchot, M., La conversación infinita, Madrid, Editorial Arena Libros, 2008.
  • Boccanera, J., Tierra que anda, Rosario, Editorial Ameghino, 1999.
  • De Man, P., «Retórica de la ceguera: Derrida, lector de Rousseau», en AA. VV., Teoría literaria y deconstrucción, Madrid, Editorial Arco/Libros, 1990, pp. 171-216.
  • Derrida, J., De la gramatología, México, Siglo XXI, 1978, 2.ª edición.
  • ——, La escritura y la diferencia, Barcelona, Editorial Antrhopos, 1989.
  • ——, Márgenes de la filosofía, Madrid, Editorial Cátedra, 1994, 2.ª edición.
  • Lacoue-Labarthe, P., «La fábula (Literatura y Filosofía)», en AA. VV., Teoría literaria y deconstrucción, Madrid, Editorial Arco/Libros, 1990, pp. 135-156.
  • Moyano, D., Tres golpes de timbal, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1990.
  • ——, Dónde estás con tus ojos celestes, Buenos Aires, Editorial Gárgola, 2005.
  • ——, «Un caballo blanco anda por las escaleras», Reportaje por Mario Delgado Aparaín, Buenos Aires, Cultura y Nación, Clarín, 29/8/85, p. 4 y 5.
  • ——, «Entrevista con Rita Gnutzmann», Hispamérica, Buenos Aires, 46/47, 1987, pp. 113-122.
  • Nietzsche, F., El ocaso de los ídolos, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte, 1979.
  • ——, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Madrid, Editorial Tecnos, 1990.


 
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