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La parodia en los preliminares de la obra poética de Don Juan del Valle y Caviedes1

Antonio Lorente Medina





Han tenido que transcurrir doscientos años desde que se anunciaran en el Mercurio Peruano2 la vida y las obras de don Juan del Valle y Caviedes para que dispongamos de suficientes datos que nos permitan bosquejar su biografía con bastante exactitud y eliminar la continua novelería en que la sumió la crítica literaria3. Su obra, sin embargo, sigue planteando numerosas interrogantes que se derivan, en gran medida, del desconocimiento de su verdadero corpus poético. Ello hace que todos los estudios que le dediquemos estén marcados por el sello de la provisionalidad. No hay ediciones de sus poemas en vida del autor4, y la tradición manuscrita en que se sustenta muestra diversidad de procedencia y desigualdad en el número de poemas registrados, sin que hasta el momento se haya establecido un «stemma codicum» convincente. Al respecto, interesa señalar la escasez de estudios de crítica textual dedicados a las colecciones manuscritas que contienen su obra5. Desconocemos -y dudamos de- la existencia de una colección autógrafa, a pesar de la afirmación de Juan María Gutiérrez de que el poeta «tuvo el cuidado de reunir esas producciones en un volumen del cual se han extraído varias copias»6. Y es más que probable la aparición de nuevos manuscritos que enriquezcan el corpus poético caviedesco.

No obstante las múltiples objeciones que aún se presentan, hay un conjunto de poemas (el que ha conferido su fama a Caviedes) que se mantiene básicamente constante en todas las versiones manuscritas de su obra, aunque con sensibles variantes entre unas y otras. Dicho conjunto contiene sus poemas satíricos contra los médicos de Lima. No extraña, por tanto, que este registro de su vena poética haya sido subrayado unánimemente por la crítica caviedana. Por eso resulta sorprendente que un aspecto esencial -y evidente- de su sátira antigalénica haya pasado prácticamente inadvertido hasta nuestros días7. Me refiero, claro está, al tono paródico en que está escrito todo el poemario. Tono que se intensifica en los Preliminares y que, a nuestro juicio, debe interpretarse en un doble plano: en el primero y más evidente, como parodia bibliológica de las disposiciones legales de su época para la impresión de un libro, adaptadas a la sátira médica que persigue: en el segundo, como parodia burlesca de un mundo heroico desmitificado u olvidado de su código deontológico.

El primer plano, la parodia bibliológica, se manifiesta con nitidez, entre otros sitios, en las Aprobaciones de este libro, la Fe de erratas, la Licencia del Ordinario de las Damas, el Privilegio, la Dedicatoria, el Parecer que da de esta obra la Anotomía del Hospital del Señor San Andrés y el Prólogo a quien leyere este tratado. Todos estos poemas tienen como objetivo común el ataque de la ignorancia de los médicos de su época y participan, en cuanto a su carácter paródico, de la estructura libresca con que están concebidos. En este sentido, conviene señalar la posible existencia de un primitivo cuerpo de libro dedicado exclusivamente a la crítica de la ignorancia médica, como parece sugerirlo el título más barroco y más en consonancia con el talante y estilo caviedescos: Guerra Phísica, Proezas Medicales, Hazañas de la Ygnorancia8. Ya en 1972, María Leticia Cáceres9 alertaba a los críticos de que el título con que se conocen las poesías de Valle y Caviedes, Diente del Parnaso, era una invención posterior colocada por los editores del Mercurio Peruano. Y un año después sugería con firmeza que el autor de tal sustitución había sido el Dr. José Manuel Valdés, médico, poeta y miembro de la Sociedad de Amantes del País10. Y aunque ciertamente no aportaba datos concluyentes sobre la paternidad de tal título, los versos de Valle Caviedes resaltados avalaban internamente esta hipótesis. Con todo, Daniel R. Reedy11, en su edición de 1984, la desestimó por considerar que el doble título se debía a la circulación de las poesías «en diferentes momentos en distintas tradiciones manuscritas», aunque señalaba como igualmente legítimo el título Guerra física, proezas medicales, hazañas de la ignorancia. La aparición reciente (1990) de la Obra completa de Valle Caviedes en Perú, en la que se han incorporado dos nuevos manuscritos, abre nuevas perspectivas a la crítica caviedesca. Tanto el manuscrito de La Paz (Ms. Costa Arduz), estrictamente contemporáneo del poeta, como el manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms. 8341), casi un siglo posterior, evidencian la primitiva existencia de un corpus poético (47 poemas el primero; 54 el segundo) basado en la crítica a los médicos de su época, y consolidan la hipótesis de que los restantes manuscritos recogen colecciones de poemas de Valle y Caviedes (y ajenos12) que no se contemplaban en el primitivo «quaderno» Guerra Phísica, Proezas Medicales, Hazañas de la Ygnorancia.

Pero volvamos al carácter paródico de los poemas preliminares. En ellos Caviedes ofrece al lector diversas pautas que inciden en el tono básico de su «quaderno». Ya la Tasa, la Licencia del Ordinario de las damas y el Privilegio, ordinariamente apéndices de carácter burocrático o legislativo, aparecen desposeídos de sus valores esenciales y, convertidos en cuartetas asonantadas, anticipan con su doble sentido y su carácter festivo el tono paródico de la Dedicatoria, el Parecer y el Prólogo a quien leyere este tratado. Así comprendemos que en la Tasa cada uno de los pliegos del libro esté valorado en «cien simples adiciones» (con las connotaciones forenses que el sustantivo comporta) por «los malsines ("jueces", "chivatos" y "delatores") de ingenios»; que el Ordinario pueda certificar con justicia lo saludable que resulta el libro para el lector; y que se le conceda al autor privilegio vitalicio de imprimirlo. Pero es en la Fe de erratas donde Valle y Caviedes nos proporciona la guía de lectura con la que pulsar adecuadamente el tono de su poemario. En ella se nos advierte de la estructura traslaticia y metafórica de los poemas (A sino B), a través de los juegos de palabras, los dobles sentidos y la inversión de valores13. La descodificación resultante permite identificar «doctor» con «verdugo»; «practicante» con «estoque» o «verduguillo»; «receta» con «sentencia de muerte injusta»; «sangría» con «degüello», «medicamento» con «cuchillo»; «purga» con «dar fin al enfermo»; y «remedio» con «muerte sin remedio»14:


«En cuantas partes dijere
Doctor el Libro, está atento
que allí has de leer verdugo,
aunque éste es un poco menos.
   Donde dice practicante
leerás estoque en ello,
porque estoque o verduguillo
todo viene a ser lo mesmo.
   Donde dijere receta
leerás con más fundamento
sentencia de muerte injusta
por culpa de mi dinero...».



Dicha estructura traslaticia se intensifica en la Dedicatoria, en la que Valle y Caviedes busca la protección de la Muerte -poderoso personaje a quien se consagra el poemario- para que lo defienda de los posibles atacantes. Con ello cumple con los requisitos formales de los «Preliminares» de dedicar el libro a grandes personalidades protectoras, cuyo prestigio pudiera atemorizar a envidiosos y maledicentes15, a la vez que se aleja irónicamente de estos mismos requisitos. Y concluye con el Parecer que da de esta obra la Anotomía [...] del Hospital [...] de San Andrés, cuando introduce como censor a un nuevo personaje «auctoritas» que participa de las extraordinarias cualidades de la Muerte y, gracias al cual, mantiene aparentemente el tono codificado e institucional de las Aprobaciones del Siglo de Oro, y en verdad distanciado e irónico16.

Un aspecto que se desprende de los «Preliminares» de «Guerra Phísica, Proezas Medicales, Hazañas de la Ygnorancia, complementario del anterior, es el de su enorme utilidad social. Con él el poeta subraya nuevamente su carácter paródico respecto de sus modelos, los libros usuales de la época.

Como simple curiosidad bibliográfica, conviene recordar que en México -y por posible extensión, en el resto de América- es bastante usual la utilización del término «Parecer» (o «Sentir»), en vez del más frecuente de «Aprobación». Cuatro poemas de los «Preliminares» resaltan la utilidad del libro con distinta intensidad: la Licencia del Ordinario de las damas; el Privilegio; el Parecer, y el Prólogo a quien leyere este Tratado. La gradación hiperbólica que se da en ellos sobre la utilidad pública del tratado caviedesco se inicia con la aséptica afirmación del ordinario -a la par, «juez competente» y «achaque común de las damas»- de que concede licencia de imprimirlo «porque no contiene cosa / contra la salud». Se incrementa con el Privilegio de imprimirlo de por vida al «autor de este quaderno», «porque la vida va en ello». Y ya en esta pendiente hiperbólica, la Anotomía del Hospital de San Andrés ruega a las autoridades competentes que den licencia de imprimir el libro, «a costa de los doctores / y de balde repartirlo /», para beneficio de la colectividad; para que todo el mundo lo pueda llevar como una auténtica reliquia con la que exorcizar a cuantos médicos se acerquen. Esta hipérbole mantenida concluye con el Prólogo a quien leyere este Tratado, en el que Valle Caviedes, tras varios consejos preventivos sobre los doctores y la consabida petición de benevolencia al lector por los yerros posibles del libro (con lo que mantiene la convención formal de los prólogos del Siglo de Oro, a la vez que los parodia)17, finaliza subrayando el poder curativo de su libro («Más médico es mi Tratado / que ellos»), y ofreciendo su propia terapia18:


«Ríete de tí el primero,
pues con simple fe sencilla
crees que el médico entiende
el mal que les comunicas.
   Ríete de ellos después,
que su brutal avaricia
venden por ciencia, sin alma,
tan a costa de las vidas.
   Ríete de todo, puesto
que aunque de todo te rías,
tienes razón. Dios te guarde
sin médicos ni boticas».



El segundo piano, la parodia burlesca de un mundo heroico desmitificado u olvidado de su código deontológico, si no tan evidente como el anterior -la parodia bibliológica- sí resulta tanto o más eficaz para comprender la actitud de Valle y Caviedes en su empeño por criticar las costumbres de su época, empeño que tiene su correlato en su fallida contribución como arbitrista19. No es éste el momento de desarrollar un aspecto esencial de toda su obra poética, pero sí, quizá, de apuntarlo subrayando la alta misión que Valle y Caviedes se autoimpone en sus poemas preliminares: «ser puntual coronista» de las fechorías galénicas.

Pero, ¿qué entiende Caviedes por «puntual coronista»?

La definición que recoge Sebastián de Covarrubias (Tesoro de la lengua castellana o española) en 1611 del vocablo «coronista» -«el que escrive historias o annales de las vidas y hazañas de los reyes»- ofrece algunas pistas para valorarlo en su exacta dimensión, ya que incide en el carácter «regio» de la persona objeto de la crónica y en la confusión entre «crónica» e «historia», confusión por otra parte frecuente en los siglos XVI-XVII. Y, desde luego, la larga tradición historiográfica de las Crónicas de Indias subrayaba, entre otros aspectos, las hazañas portentosas, los hechos de armas de los españoles, capaces de conquistar extensos y poblados territorios y de subyugar el ánimo de reyes poderosos20. Además, las crónicas (o historias) de Indias, por su propia finalidad -escripturas moralizantes-, requerían que el cronista o historiador que las compusiera no fuera un hombre cualquiera, sino un letrado, preocupado por la coherencia y el buen orden de la historia relatada. Así se llenan de sentido las preocupaciones que López de Gomara expresa, en el prólogo «a los leyentes» de su Hispania Victrix, por definir su estilo21; por las posibles corrupciones de los traductores -«trasladadores», como él los llama-; y por el cuidado que pone en aclarar que está «haciéndola en latín». Y otro tanto ocurre con las palabras que Fernández de Oviedo coloca en el Poemio a la General y Natural Historia de las Indias, en las que, tras la retórica declaración de modestia, afirma: «Si algunos vocablos extraños e bárbaros aquí se hallaren, la causa es la novedad de que se trata; y no se pongan a la cuenta de mi romance, que en Madrid nascí, y en la casa real me crié, y con gente noble he conversado, e algo he leído para que se sospeche que habré entendido mi lengua castellana...» (BAE, n.º 117, p. 10)22.

No cabe duda de que Valle y Caviedes tiene muy en cuenta esta tradición cuando compone sus preliminares. Y se inserta dentro de ella para ofrecernos por contraste un mundo degradado, desmitificado en sus rasgos heroicos (o deontológicos23). Una buena muestra de que ello es así la ofrece el título mismo del poemario: Guerra Phísica, Proezas Medicales, Hazañas de la Ygnorancia. Con él Caviedes subraya su intención de acogerse a la tradición épico-bélica de las crónicas, para al mismo tiempo parodiarla, mostrando el negativo de esta tradición. El perfecto ritmo trimembre de los sustantivos «guerra», «proezas», «hazañas» es matizado negativamente a renglón seguido por los calificativos «phísica», «medicales», «de la ignorancia». Y otro tanto ocurre con la Dedicatoria. Caviedes permanece dentro de la tradición cronística a que se ha acogido y dedica su «crónica» a un personaje regio: la Muerte. Pero a continuación lo degrada aclarando quiénes son sus vasallos. La Muerte resulta, así, ser simultáneamente «emperatriz», sí; pero de unos súbditos tan indignos como los médicos. Y si bien es cierto que no percibimos con claridad la ordenación cronológica que el vocablo «crónica» comporta (aunque resulte evidente en algunos de sus poemas), muy posiblemente ello se deba a las peculiares condiciones de la transmisión textual de su poesía y a la forma en que esta ha llegado a nuestros días24.

En estricta relación con la tradición épica a que se acoge, Valle y Caviedes desarrolla un vocabulario bélico, necesario para proporcionar el «espíritu heroico» a sus poemas (del que aparentemente están imbuidos), que subraya los atributos físicos y morales de la Muerte, de su reino y de sus vasallos, o las «hazañas» que acomete -sola o con ayuda de sus «campeones» los médicos-, con las que «atropella tiaras», «destroza diademas» y acaba en suma con las vidas. «El mundo por de dentro» que ofrece Caviedes presenta dos ejércitos desiguales: de un lado, la «emperatriz de los médicos» y sus «ministros sangrientos»; y de otro, el género humano, representado en la Dedicatoria por el autor. La guerra de los primeros contra los segundos se manifiesta en numerosas «celadas», «emboscadas» y «astucias conocidas», para las que tan regio personaje no escatima ningún esfuerzo; ni siquiera el envío de sus campeones para guerrear a la salud, so pretexto de ofrecerla a sus víctimas. En este campo de batalla, poblado de dobles sentidos y de valores traslaticios, operan simultáneamente el referente épico que sirve de modelo a Caviedes y su parodización. Y los médicos, últimos baluartes de la salud, son en realidad distintas manifestaciones de las plagas que asolan a la humanidad, como se encarga de mostrar el «coronista» en la larga anáfora épico-romanceril de los vs. 53-65 de la Dedicatoria, auténtica sátira desmitificadora de los doctores, que concluye con la degradación final de sus títulos, de su sabiduría y de sus hazañas:


«[...] el doctor don Tabardillo
y licenciado Modorra.
   Baladrones de la ciencia,
pues fingen la que no logran;
valientes de la ignorancia,
si es en ellos matadora».



El instrumental clínico se convierte en el arsenal de tan criminales soldados: las «lancetas» son «hojas» heridoras; las «jeringas», «trabucos»; el «azófar», «cañones fieros»; el «mataliste», «pólvora»; las «recetas», físicas pistolas. Y sus métodos curativos -píldoras, emplastos, fricaciones, sajaduras, jeringazos- son otras tantas agresiones de los médicos «rayos», que si resultan insuficientes para acabar con la vida del enfermo -como en el caso del autor, recurren a la artillería de los boticarios:


«[...] Disparóme de un estante
que, cureña venenosa,
tanto petardo encabalga,
tanto morterete y bomba.
   Una culebrina real
de una purga maliciosa,
pues para dar en el ojo
vino a apuntarme en la boca...».



Donde este doble juego, entre la aparente actividad heroica de los médicos y la verdadera obra criminal que desarrollan, muestra su faz más descarnada es en el mundo de la verdad25, desde donde emite la Anatomía su Parecer. En él se muestran en forma irreconciliable la realidad de las actuaciones médicas, que atestiguan sus numerosas víctimas, y la apariencia de dichas actuaciones en el mundo de los vivos; antítesis que sirve a Caviedes para criticar -tanto o más que la ignorancia de los médicos- su preparación, y, consiguientemente, el estado de la enseñanza de la medicina en el Perú de su tiempo. Con sus irónicas palabras ponemos punto final a nuestra disertación:


«[...]Y es que un docto de éstos se hace
con saber cuatro palillos,
ponerse grave y tener
un estante o dos de libros.
   Ir a las visitas tarde,
diciendo que está aburrido
con tanto como hay que hacer,
que no vaga en su ejercicio.
   Decir dos o tres latines
y términos exquisitos
como expultris, concotris,
constipado, cacoquimio...».



Contar de paso una cura grande, que ha poco que hizo, con palabras golpeadas, severo y ponderativo.





 
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