En muchas
ocasiones Rosalía adopta ante los hechos que cuenta una
postura típicamente decimonónica: no respeta la
objetividad de lo narrado. Esto, que en la novela lleva al autor a
posturas omniscientes (sabe lo que piensa el personaje, cómo
es realmente, cuáles son sus más íntimas
reacciones), en la poesía tiene distintas manifestaciones:
ruptura de la narración para intercalar comentarios
personales, reflexiones; interpretación personal de los
hechos expuestos; finales sentenciosos; poemas de tesis,
etc. A esta influencia
histórica (sólo en el siglo XX se intentará y
logrará una objetivación de lo narrado, un
distanciamiento entre el autor y su obra) hay que añadir una
tendencia didáctica muy fuerte en Rosalía. En ella
existe un temor, que ya muchas veces hemos señalado, a no
ser comprendida, un deseo de claridad que no es incompatible con la
sugerencia o la alusión velada a realidades que prefiere
ocultar por pudor o dignidad. Esta búsqueda de claridad
expresiva la lleva a preferir la comparación a la
metáfora; las primeras, muy abundantes, enriquecen
—380→
con nuevas notas los elementos primarios del poema; las
segundas, en su sentido estricto de sustitución de un
término por otro, despiertan el recelo de la poeta, que a
veces no puede por menos que aclarar en el mismo poema
cuáles son los objetos reales a los que anteriormente se ha
referido en términos metafóricos. Creemos que, guiada
por un mismo deseo, Rosalía se esfuerza en buscar el
correlato conceptual de algo que primero expresó de forma
vaga, misteriosa. Hace un esfuerzo por aclarar vivencias que de
suyo son misteriosas y que ella ha vivido como tales. Sin embargo,
a la hora de su expresión poética, tras una primera
exposición que refleja fielmente el carácter oscuro
de tal vivencia, intenta encerrarla en un concepto que los
demás puedan comprender. Su didacticismo o afán
explicativo o aclaratorio, como prefiramos llamarlo, hace que, a
veces, interrumpa una narración para intercalar una
reflexión de carácter personal, consideraciones
generales sobre la vida o la virtud o el placer, etc., o se pare a sacar consecuencias
didácticas de aquello que narra. Otras veces estas
reflexiones, sentencias o consejos van al final del poema como una
moraleja, o como breve colofón que resume, casi
explicatoriamente, lo que ya antes había expresado. En
ocasiones, todo el poema está en función del sentido
didáctico; son como fábulas o reflexiones
versificadas, que recuerdan a Campoamor. Pero, en lugar de seguir
teorizando, vamos a ver los casos concretos en que se manifiesta su
didacticismo.
Veamos en primer
lugar dos casos muy claros de explicación de una
metáfora. En una estrofa de cinco versos, Rosalía
dedica los tres primeros a darnos la visión de una paloma en
forma metafórica, y en el verso final introduce el
término real paloma, para que no quede duda de a
qué se está refiriendo:
—381→
¡Qué hinchadiña
branca vela
antre os millos
corre soa,
misteriosa pura
estrela!
Dille o vento en
torno dela:
«Palomiña, ¡voa!,
¡voa!»
(C.
G. 141)
Más
chocante, por ser más torpe la forma de hacer la
explicación, es el caso del poema «Margarita»,
citado al hablar de las metáforas, en el que se aclaran unos
términos de manera absolutamente innecesaria, ya que el
contexto indica su sentido exacto («Silencio, los
lebreles», O. S.
324).
Con relativa
frecuencia Rosalía se refiere a realidades misteriosas o
sentimientos extraños. Muchas veces el misterio se mantiene,
pero otras muchas el poeta intenta concretar el objeto o el sentido
exacto de su vivencia. Los resultados son desiguales, aunque,
naturalmente, este juicio de valor depende de la apreciación
del crítico. El esfuerzo aclaratorio nos parece unas veces
que ha sido fructífero y que Rosalía logra expresar
en términos claros la naturaleza de la vivencia que la
posee. Otras veces, por el contrario, tenemos la impresión
de que, al concretar el significado, la poeta se equivoca; es
decir, que va más lejos, profundiza más cuando nos
habla de lo que siente que cuando quiere concretar el significado
del sentimiento. Así nos parece acertado que la poeta,
después de confesar su miedo a algo que la rodea, cuya
presencia siente, concrete el objeto de su miedo en la desgracia
que, tal como aparece presentada en el breve poema, cobra
caracteres de ser vivo, de algo que se acerca inesperadamente a la
persona, algo que puede presentirse pero no evitarse:
¿Qué
pasa ó redor de min?
¿Qué
me pasa que eu non seí?
Teño medo
dunha cousa
—382→
que vive e que non
se ve.
Teño medo
á desgracia traidora
que ven, e que
nunca se sabe ónde ven.
(F. N. 167)
El ambiente de
misterio creado por los versos iniciales impregna al término
desgracia, que se siente magnificado. Algo que inspira ese temor ha
de ser por fuerza temible. Las referencias «que vive», «que non se
ve», anteriores al término
aclaratorio, y las posteriores «que ven, e que nunca se
sabe ónde ven», personifican el
concepto y transforman su sentido habitual; no desgracia como
suceso accidental y pasajero, sino como algo acechante, vivo,
invisible; en definitiva, una especie de personificación del
mal.
En otros casos,
quizá por una mayor longitud del poema, con lo cual nuestras
propias impresiones tienen más tiempo para conformarse, o
porque las vivencias expresadas son más complejas, la
concreción final que hace Rosalía nos parece que no
abarca en su totalidad la vivencia comunicada anteriormente.
Ponemos dos ejemplos. En el poema «Anque me des
viño do Ribeiro de Avia» (F.
N. 294), el personaje manifiesta a lo largo de
tres estrofas su insatisfacción, a pesar de que se le
ofrezcan las cosas más apetecibles del mundo. Repite una y
otra vez la frase «non
sei qué me falta». Se imagina
qué cosas podrían llenar ese vacío: buenos
manjares, galas, viajes, trato de excepción («anque me traiades como
un santo en palmas»), dinero... y se da
cuenta de que es inútil, de que le sigue faltando algo que
no sabe qué es. El poema se cierra con una
explicación que ofrece el mismo protagonista:
Da esperanza
hermosa cortáronme as alas,
e n'hai
alegría si n'hai esperanza.
(F. N. 295)
—383→
Evidentemente se
trata de una explicación, pero notamos un desfase: una cosa
es la desesperanza que lleva consigo la pérdida de la
alegría, y otra es la insatisfacción, la vivencia de
la falta de algo que no se sabe qué es. Creo que el error
es, precisamente, intentar concretar una vivencia cuya
característica principal es la de ser de naturaleza
desconocida para el que la vive. En el momento en que concreta su
significado destruye el efecto del «no sé
qué me falta», en el cual se habría centrado el
interés.
Un caso similar es
el del poema «En los ecos del órgano o en el rumor del
viento» (O. S.
364). Las repeticiones hacen que nos fijemos fundamentalmente en
tres notas: que hay algo que el poeta busca sin encontrarlo nunca,
que lo busca continuamente y que es algo cuya naturaleza él
mismo ignora. Las frases clave del poema repetidas varias veces
(con variantes) son «en todo te buscaba
sin encontrarte nunca» y «yo
no sé lo que busco eternamente». Cuando al final
se nos dice que lo que se busca es la felicidad, lo sentimos como
una contradicción con lo anterior: no se puede dar nombre a
algo cuya naturaleza se ha confesado previamente ignorar.
Además, ha pasado del objeto (desconocido e inalcanzable) al
estado (felicidad) derivado de su posesión. Sentimos como un
desfase entre la conclusión y el resto del poema.
Es en casos como
los anteriores donde vemos claramente que la intuición
poética y el deseo de claridad pueden estar en flagrante
oposición.
Las explicaciones
de Rosalía se aplican otras veces a sentimientos o
situaciones que pudieran parecer extraños. La
distinción entre estos poemas y otros en los cuales
reflexiona sobre hechos o sucesos no es muchas veces clara. Por eso
vamos a señalar los casos más significativos de ambas
tendencias. En el poema que comienza «Ódiote, campo
fresco» —384→
(F. N. 274), Rosalía manifiesta sentir odio por el
paisaje de su tierra: campos, caminos, montes, ríos, a pesar
de aparecer descritos como algo bello y en sí amable. La
contradicción entre el sentimiento que inspiran y la belleza
de los objetos odiados la explica al final, aunque queden muchas
cosas implícitas todavía en sus palabras:
¡porque vos
améi tanto
é porque
así vos odio!
En otra
ocasión el poeta refleja la situación material de los
emigrantes, su pobreza, su falta de lo más indispensable
para la vida y, no obstante, la esperanza de esos hombres en la
venida de mejores tiempos, en una primavera pródiga y rica,
que ahuyentará el hambre. Rosalía añade su
comentario explicativo, que no viene sino a expresar en forma
explícita lo que ya estaba implícito en todo el
poema:
¡Ai!, o que
en ti nacéu, Galicia hermosa,
quere morrer en
ti.
(F. N. 284)
Rosalía se
plantea también como un problema para resolver su propio
estar en el mundo: «sempre un ¡ai! prañideiro, unha
duda, / un deseio, unha angustia, un
delor...» y ve que las causas aparentes de
esos sentimientos son múltiples y variadas: «é unhas veces a
estrela que brila, / é outras tantas un raio do sol /
é que as follas dos árbores caen, / é que
abrochan nos campos as frols...». Pero
luego viene una reflexión sobre sí misma y una
explicación; no son ninguna de esas cosas las que provocan
sus sentimientos, no son la causa; ésta es «tan só / a alma
enferma, poeta e sensibre, / que todo a lastima, /que todo lle
doi» (F. N. 236).
—385→
Hay que insistir
en que las reflexiones de Rosalía tienen preferentemente un
carácter explicativo: se trata de poner en claro algo, de
justificar, aclarándolo, un sentimiento, un hecho, unas
palabras. Así, cuando ha afirmado que el verano es una
estación triste, ella misma comprende lo anómalo de
su afirmación y añade una reflexión
aclaratoria:
Hermosas son las estaciones
todas
para el mortal que en sí
guarda la dicha;
mas para el alma desolada y
huérfana,
no hay estación
risueña ni propicia.
(O. S. 323)
Estas reflexiones
explicativas son a veces útiles al lector para comprender el
pensamiento o la vivencia del poeta, pero casi sin excepción
perjudican la calidad poética, ya que insisten de un modo
conceptual en algo que ya estaba implícito en el poema y
expresado de forma más artística. En el ejemplo
citado anteriormente, tras haber calificado al verano de
«insoportable y triste», Rosalía había
escrito entre admiraciones un verso mucho más expresivo
desde el punto de vista poético que la explicación
posterior: «¡Triste!...
¡Lleno de pámpanos y espigas!». No
hacía falta nada más para comprender. Ahí
estaba de forma condensada, concretada, la conciencia de que el
propio dolor deforma la realidad, rompe los moldes y
categorías establecidos, hace ver triste lo que en otros
momentos pareció alegre; en definitiva, extrañeza,
admiración, conciencia de la relatividad de la tristeza y el
dolor. Todo ello en ese verso. Pero la poeta, como ante una
metáfora, no se queda conforme, no se fía de su
intuición poética o de la capacidad de sus lectores,
y le añade la coletilla reflexivo-aclaratoria.
Otras veces las
reflexiones no se refieren a una parte del poema sino al sentido
total de éste. En «Aquel romor de —386→
cántigas e risas» (F. N. 170-171), el poema
nos presenta a una persona a quien molestan las risas, la
alegría, la vitalidad de los jóvenes que la rodean y
a los que arroja violentamente de su lado: «ivos e non
volvás». Siente que el ruido de sus
pasos al alejarse resuena tristemente, y después, ya sola,
necesita sentir a su alrededor los pequeños ruidos de
algún ser vivo: una mosca, un ratón; incluso el
estallido de los leños en el fuego. Y les suplica a esos
seres: «por Dios... non
vos vaiás». Para aclarar, por si no
estuviera claro, añade Rosalía: «¡Qué doce,
mais qué triste / tamén é a
soledad!».
En el poema
«Brillaban en la altura cual moribundas chispas / las
pálidas estrellas» (O. S. 377), Rosalía
justifica las sensaciones que experimenta el protagonista mediante
la repetición de la frase «¡Qué cosas tan extrañas
finge una mente enferma!». La muerte del personaje se
presenta también como la consecuencia de una ilusión
de su mente, que le llevó a estrellarse contra las rocas
cuando pensaba hundirse en el vacío y girar con los
astros.
Las tendencias
didácticas de Rosalía, sobre todo a partir de su
época de madurez -Follas novas-, se acentúan y constituyen la
razón de ser de algunos poemas. Se trata muchas veces de
reflexiones versificadas, consejos, advertencias, de los cuales se
desprende una enseñanza, aunque no siempre la moral que
respira se ajuste a los cánones de la moral cristiana.
Adoptan con frecuencia una forma dramática, dialogada.
Así hace una especie de glosa libre al refrán popular
que dice: «Para
algúns negro, para outros branco; e para todos,
traspoleirado». Representa una escena en
que un hijo oye los consejos que a la hora de morir le dan sus
padres: el padre le recomienda la táctica del ojo por
ojo; la madre, hacer bien a amigos y enemigos. El joven, con
criterio salomónico, decide repartir la herencia recibida y
así concluye:
—387→
Son fillo del e
dela...
Partiréi,
pois, a hirencia de dous modos.
Ña
naí: faréille ben a quen cho fixo.
Meu pai: vinganza
piden os teus osos.
(F. N. 288)
En forma dialogada
está el poema que comienza «-¡Como venden a
carne no mercado / vendéute o
xurafás!» (F. N. 288), en el cual
una joven persiste en su actitud de perdonar al que le ha hecho
mal, a pesar de las razones aducidas en contra. Asisten al
diálogo y lo comentan «un
incrédulo», «unha vella que
pasa», un personaje designado por el
indefinido «outro» y «un
bon», que cierra el poema con estas
palabras, que parecen reproducir la postura de la autora:
(Un
bon). - Hai tantos homes
como
intenciós e pensamentos hai.
Pero dichoso aquel
que inda morrendo
ó que o
matóu lle pode perdoar.
(F. N. 289)
No faltan
reflexiones o consejos mucho más frivolos o mundanos, como
el de este poema:
A las rubias
envidias
porque naciste con color
moreno,
y te parecen ellas blancos
ángeles
que han bajado del Cielo.
¡Ah!, pues
no olvides, niña,
y ten por cosa cierta,
que mucho más que un
ángel siempre pudo
un demonio en la Tierra.
(O. S. 389)
Son más
frecuentes, no obstante, las reflexiones y enseñanzas
"serias". Así Rosalía nos habla de cómo se
deben lavar las manchas de la conciencia («Soio as lavan as
bágoas —388→
ahondas da penitencia», F.
N. 243), de cómo los encantos de la
persona amada proceden del sentimiento amoroso de quien la admira y
no de sus méritos objetivos («pois consólate
Rosa», F. N. 307-9); de
cómo deben despreciarse igualmente las alabanzas y ataques
de la masa («Aturde la confusa
gritería», O.
S. 354), del carácter efímero e injusto de la
gloria («Los muertos van de prisa», O. S. 385; «¡Oh,
gloria, deidad vana cual todas las deidades!», O. S. 394); de la inutilidad de las
ambiciones humanas («De polvo y fango nacidos, fango y polvo
nos tornamos», O.
S. 357)...
Si los poemas de
tema didáctico o reflexivo son propios de la madurez del
poeta, desde sus primeras obras encontramos otras manifestaciones
de la misma tendencia. Es frecuentísimo que Rosalía
intervenga en el relato para intercalar una reflexión, o
sacar consecuencias y enseñanzas. Estas intervenciones
tienen distinto carácter, y vamos a señalar las
clases más importantes.
En los primeros
poemas es habitual que interrumpa una narración larga para
hacer su comentario, o que lo ponga al final como colofón
del poema. Así, después de describir el encuentro de
dos palomas y su vida común, comenta:
¡Felices
esas aves que volando
libres, en paz, por el espacio
corren
de purísima atmósfera
gozando!
(O.
C. 218)
El
larguísimo poema «El Otoño de la vida»
lleva como final esta sentencia:
Quien contempla
la ilusión,
de su esperanza soñada
muriendo en el corazón
al grito de la razón;
¿qué es lo que le
queda?... ¡Nada!
(O. C. 229)
—389→
En la leyenda en
verso «La Rosa del Camposanto», Rosalía
interrumpe varias veces el relato para hacer reflexiones de
carácter general:
Mas, ¡ay!,
que la ventura acá en la vida
es niebla que fugaz se
disipó...
[...]
No hay goce, no,
que duradero sea;
ni placer que no envuelva una
mortaja...
(O.
C. 236)
o para hacer
consideraciones en las cuales se adelanta a los acontecimientos y
predice el futuro:
Mas, ¡ay, que habrá de
pagar
cuanta ventura en conjunto
vio su mente...!
Felices
murmuran
promesas sin cuento
cenizas que al viento
mañana serán.
(O.
C. 237-39)
En Cantares
gallegos, en el cuento de Vidal, Rosalía intercala
también sus comentarios:
Mas, ¡ai,
picaro mundo!, ¡mundo aleve!,
¿quén de tus pasos e revoltas
fia?
(C.
G. 110)
...presta o
diñeiro encanto e gentilesa,
i un Dios o mesmo
demo se tornase...
[...]
Estos misterios
son... eu me confundo
i en vano os
espricar me propuñera.
(C.
G. 112)
—390→
Y a
propósito de un cerdo muerto comenta:
...pero non o chorés que a él
solo toca
dormir sonó
tan triste descuidado,
pois as iras do
inferno non provoca
nin groria ten nin
porgatorio ardente,
él
dormirá insensible eternamente.
(C.
G. 113)
Desde Follas novas no se dan
estas interpolaciones. Generalmente, Rosalía reserva su
comentario para el final, o lo pone al comienzo como una
afirmación tajante, que suponemos producto de su experiencia
y que ella nos transmite como enseñanza y consejo.
Así nos previene sobre el placer desmesurado (F.
N. 188).
Así
también, después de describir los «buenos amores», termina el poema
aconsejando:
Busca estes
amores..., búscaos,
si tes quen chos
poida dare;
que éstes
son sóio os que duran
nesta vida de
pasaxen.
(F. N. 181)
En otra
ocasión aconsejará que no se diga a los
jóvenes que se ha perdido la esperanza:
do que a vivir
comesa sempre é amiga;
¡só
enemiga mortal de quen acaba...!
(F. N. 168)
A veces, el
comentario de Rosalía a lo que acaba de contar parece tener
más el carácter de una comunicación cordial
con el lector que un propósito moralizador o
didáctico. En el poema «Unha vez tiven un
cravo», después de contar los
sufrimientos que le ocasionó, cómo al fin
logró arrancarlo... —391→
y cómo después tuvo nostalgias de aquel dolor,
comenta Rosalía:
Este barro mortal
que envolve o esprito,
quén o
entenderá, Señor!...
(F. N. 169)
De todas formas,
en el fondo, creemos que hay el mismo deseo de justificar algo que
puede parecer extraño, que hemos visto en otros poemas. La
anomalía de esos sentimientos resulta justificada aludiendo
a los misterios de todo ser humano. El caso particular queda
así englobado, merced al comentario final, en la
universalidad de la naturaleza del hombre.
El
intervencionismo didáctico de Rosalía se hace muy
patente en algunos casos. Hay un poema (F. N. 220) en el que dos
amantes se hacen mutuamente exigencias y promesas que nos permiten
suponer que les une un amor apasionado capaz de saltar por encima
de cualquier tipo de trabas: para la vida y para la muerte quieren
pertenecerse y romper todo tipo de enlace familiar. No les importa
el mundo porque tienen la eternidad y están seguros de que
Dios quiere que sus cuerpos y sus almas «en unión eterna
estén pra sempre jamás».
Pero, al llegar aquí, interviene la desconfianza de
Rosalía ante el amor-pasión, y, tras haber pintado un
magnífico cuadro amoroso, aunque no moralizante, cambia
totalmente y termina con un comentario personal que destruye el
efecto de lo anterior: «como el
pájaro a la serpiente, como el gavilán a la paloma,
la arrancó de su nido y ya nunca volverá a
él». A última hora convirtió el
poema en una fábula moralizante, de la cual se
podrían sacar provechosas enseñanzas de desconfianza
y recelo ante la pasión y sus tristes consecuencias. Pero el
comentario personal lo sentimos como algo añadido y que no
responde a la lógica interna —392→
del poema: no se puede hablar de arrancar del nido cuando es
la paloma la que decide volar de él... Aquí el
afán didáctico-moralizante de Rosalía queda en
contradicción con su intuición creadora de poeta.
Como último
ejemplo citaremos el del poema «Xan» de Follas novas. Tras hacer la
pintura de un hombre buenísimo, trabajador, amable y
complaciente con su mujer, que le tiraniza fingiéndose
enferma, Rosalía puntualiza, a fin de que nadie se llame a
engaño:
...mas non
temás, que antre mil
n'hai máis
que un anxo antre os demos;
n'hai máis
que un atormentado
antre mil que dan
tormentos.
(F. N. 263)
En definitiva,
creemos que todas las manifestaciones que hemos venido
señalando obedecen a dos principios generales: deseo de
claridad, de hacerse entender, y deseo de enseñar, de
comunicar la propia experiencia para que sea útil a los
otros. Desgraciadamente, ambas tendencias se oponen con frecuencia
a la intuición artística de la poeta.