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La reina Isabel I de Castilla

María Teresa Álvarez





Creo que era Marx quien afirmaba que no es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia histórica, sino, al contrario, su insignificancia histórica lo que ha determinado su inferioridad.

Simone de Beauvoir se mostraba de acuerdo con esta apreciación, y decía:

El gran hombre nace de la masa y lo arrastran las circunstancias, pero la masa de mujeres queda al margen de la historia, y las circunstancias son para cada una de ellas un obstáculo y no un trampolín. Para cambiar la faz del mundo, primero hay que estar sólidamente anclado en él; las mujeres sólidamente arraigadas en la sociedad son las que están sometidas a ella; a menos que las designe para la acción el derecho divino - y en este caso se muestran tan capaces como los hombres-, la ambiciosa, la heroína son monstruos extraños. Solamente cuando las mujeres empiezan a sentirse en su casa sobre esta tierra vemos aparecer una Rosa de Luxemburgo, una madame Curie. Demuestran con brillantez que no es la inferioridad de las mujeres lo que determina su insignificancia histórica

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Simone de Beauvoir refiriéndose a Isabel la Católica, a Isabel de Inglaterra y a Catalina de Rusia, decía que: no eran ni hembras ni varones: eran soberanas. Beauvoir, matiza, añadiendo que es notable que su feminidad, al estar socialmente abolida, haya dejado de constituir una inferioridad.

Sin duda la Beauvoir acierta en su análisis en cuanto a la proyección histórica de las tres reinas aludidas, aunque creo que en su vida cotidiana fueron tratadas de forma distinta, por ser mujeres.

¿Alguien puede imaginar que el rey Fernando el Católico, ante la ausencia de su esposa y existiendo el peligro de que esta muriera en la misión que iba a desarrollar, se hiciera cargo de los hijos naturales de la reina y se ocupara de los padres de éstos, de los amantes de su mujer?

Pues Isabel lo hizo. Así se lo pidió su esposo al irse a la guerra con Portugal. El rey Fernando escribió un testamento en el que solicitaba la comprensión a su mujer por sus debilidades y pecados. Le recomendaba la crianza y dote de sus hijos naturales y a las madres de los mismos, sobre todo a Aldonza Roig, madre de su adorado hijo Alfonso de Aragón, el futuro arzobispo de Zaragoza.

Isabel asumió como suyos los errores de su marido, algo que probablemente nunca hubiera hecho un esposo. De todas formas aunque Isabel se haya comportado como esposa amantísima en determinados momentos, no significa que asumiera el papel de mujer sumisa que deja a su marido decidir, como habían hecho otras soberanas. La reina Católica jamás permitió que nadie dudara sobre quién mandaba en Castilla; la soberana era ella.

Mujer inteligente y que sabía muy bien lo que quería, Isabel, y aquí es donde radica su verdadera fuerza, lo hará todo por Castilla y por defender su propia legitimidad.

Ya antes de convertirse en reina, Isabel había demostrado que ella era distinta. Cuando a la muerte de su hermano don Alfonso, los nobles rebeldes al rey Enrique IV quieren proclamarla reina en sustitución del infante fallecido, para seguir peleando por la Corona de Castilla, Isabel no acepta. No lo hace porque ella sabía que no era aconsejable seguir el juego al marqués de Villena. No debía fiarse de unos personajes que sólo perseguían y defendían sus propios intereses. Además no quería disputarle el trono a su hermanastro, ni sacrificar a los castellanos en un enfrentamiento civil que solo produciría dolor. Pero, Isabel sí le pide a su hermanastro, el rey Enrique, que la nombre Princesa de Asturias. Seguro que Isabel conocía muy bien el significado de ese título. Sus abuelos paternos, Catalina de Lancaster y Enrique III, habían sido los primeros Príncipes de Asturias. Con ellos, con su matrimonio, su unieron para siempre las dos ramas -la legítima y la bastarda- del rey Alfonso XI de Castilla. A Isabel no le importó que existiera su sobrina, la infanta doña Juana, hija del rey Enrique IV y que ya hubiera sido jurada como Princesa de Asturias. No le importó porque ella quería ser la reina por encima de todo. Y además se consideraba legítima heredera por ser hija del rey Juan II.

Después de los llamados pactos o acuerdos de Guisando en los que es reconocida Princesa de Asturias y por tanto heredera del trono castellano, Isabel intentará consolidar y afianzar su legitimidad. Por ello y para ello se casa con Fernando, hijo del rey de Aragón. La unión con este reino le brindaba un apoyo, sin duda necesario. Pero Isabel también eligió a Fernando para que no se sintiera tentado a reclamar la corona de Castilla para él. Porque lo cierto es que convirtiéndole en su marido, doña Isabel, eliminaba un posible rival, pues Fernando -que era el pariente más cercano a Enrique IV- podía esgrimir su parentesco con el rey para exigir la herencia al trono de Castilla. Tal vez fuera esa la razón que movió a Isabel a celebrar cuanto antes el matrimonio y no se percató de que la bula utilizada en la celebración de los esponsales era falsa. La auténtica está fechada en 1471, es decir, dos años más tarde. En ella el papa Sixto IV perdona a Isabel y Fernando el haber vivido en pecado y les libera de la pena de excomunión en la que habían incurrido.

De todas formas los reyes católicos formaron una pareja bien avenida y tanto uno como otro compartieron la responsabilidad de sus reinos.

Isabel y Fernando eran dos personas inteligentes con intereses y proyectos en común que se apoyaron de forma incondicional. La lealtad era para Isabel una de las virtudes políticas más importantes. Lo demostró al seguir contando con los nobles que habían sido leales a su hermanastro Enrique IV y rechazando a los intrigantes. Tanto ella como Fernando no tenían necesidad de ningún privado. Como escribe Pulgar:

El privado del rey sabed que es la reina, y el privado de la reina sabed que es el rey, y éstos oyen y juzgan y quieren derecho.



En su reinado, los Católicos caminaron hacia la modernidad y poco a poco se fueron eliminando las ataduras feudales. Según Julio Valdeón:

... la nobleza que seguía teniendo un poder económico y social muy grande, irá perdiendo influencia política, en el sentido de que van a ser los reyes los que monopolicen prácticamente el poder político y se van ha rodear de expertos en derecho, de letrados que entonces los llamaban hombres de los expedientes que son personas que conocen muy bien las cuestiones jurídicas.



Para Luis Suárez, otro rasgo de la modernidad del reinado de Isabel y Fernando viene dado por la separación de poderes:

Ellos lo que hacen es una objetivación de la monarquía y eso ya es en sí un proceso de maduración de tal manera que las instituciones legislativas, judiciales y ejecutivas funcionan por su cuenta. La intervención directa de los reyes se torna muy escasa. Las instituciones funcionan de acuerdo con sus estructuras por eso entramos dentro de lo que podríamos llamar el primer vehículo de la modernidad. Es decir, hay un poder legislativo, hay un poder ejecutivo y hay un poder judicial.



Casi nadie duda del buen papel que desempeñaron Isabel y Fernando al frente del gobierno. Aunque posiblemente las valoraciones tanto de los personajes como de los hechos hayan cambiado según los siglos.

Ya sabemos que la Historia debe ser objetiva, basada en fuentes documentales seguras y fiables, pero no inamovible porque a veces es posible aclarar algunas situaciones con nuevos documentos que amplíen el conocimiento y aporten mayor luz sobre el pasado. Los hechos históricos son inmutables. Pero ¿puede afirmarse lo mismo en cuanto a la interpretación de los mismos?, ¿no influye la personalidad del historiador, historiadora y la época en que vive?, ¿los personajes históricos gozan de la misma proyección en distintos momentos de la Historia? Algunos me imagino que habrán permanecido inalterables, aunque otros sí han sido potenciados o disminuidos, según las corrientes del momento.

He tenido la suerte de realizar para TVE varias series documentales que han incrementado mi pasión por conocer el pasado y en especial la vida de muchas mujeres que formaron parte de la realidad de este país a través de los siglos. "Mujeres en la Historia" ha constituido la experiencia más estimulante y enriquecedora de toda mi trayectoria profesional.

Reconozco que al entrar en contacto con la realidad de la vida de muchas mujeres, se despertó en mí un sentimiento de gratitud hacia ellas, y un firme compromiso de reivindicar su memoria.

Con Isabel II, Isabel la Católica y su hija doña Juana que se emitieron el pasado año de 2004, ya son 33 las mujeres de las que me he ocupado en la serie.

Gracias a este contacto con la historia a través de sus protagonistas me he atrevido a reflexionar, sobre la figura de Isabel la Católica. Son reflexiones nacidas al observar determinados comportamientos y reacciones. Reflexiones hechas por una mujer periodista que vive en el siglo XXI y que de haber vivido en el XIX, mis opiniones probablemente serían distintas. De ahí que muchas veces la imagen que llega hasta nosotros de algunos personajes históricos precise una clara y profunda revisión porque es una interpretación realizada con claves y criterios distintos a los actuales, siendo necesario un nuevo acercamiento a la época y a la realidad del personaje. Por ejemplo, pienso que Isabel II es una figura a reivindicar. No para afirmar que fue una reina ejemplar y maravillosa sino para decir que por ser mujer fue peor tratada por la historia que si fuera hombre, que por ser mujer nadie se preocupó de educarla convenientemente para la importante misión que debería desarrollar y que por ser mujer no contó con el apoyo necesario para solucionar los problemas de su desgraciado matrimonio. Pensemos por un momento cómo habría reaccionado la corte si en vez de doña Isabel, es don Juan el titular de la corona y lo casan con una mujer que no puede tener hijos.

Ya sé que no se deben enjuiciar acciones sucedidas hace quinientos años con criterios actuales pero considero que aun haciendo esa abstracción sobre los distintos comportamientos de los personajes históricos, es muy difícil prescindir de nuestra escala de valores, de nuestra personalidad para que no influya en la apreciación personal que de ellos hacemos. Es decir, se pueden entender muchos comportamientos según la época, pero no por ello dejamos de valorarlos con criterios actuales sobre todo los referidos a comportamientos personales.

Isabel la Católica ha sido una de las mujeres más importantes de nuestra Historia. Pero el grado de aceptación que despierta su figura no responde a lo que se podría esperar de la época en que vivimos, en la que por fin corren mejores aires para las mujeres. No solo no ha aumentado su aceptación en la actualidad, sino que es posible que haya disminuido. Ante esta realidad cabe preguntarse, ¿es el comportamiento de la reina Isabel el que provoca antipatía o es la exaltación que de su persona se hizo en tiempos pasados lo que ahora produce rechazo?, ¿la intención de beatificar a la reina Católica ha perjudicado su proyección histórica?

Uno de los "pecados" atribuidos a la reina que tal vez la convierte en persona poco atractiva y que, según muchos, la inhabilita para poder ser beatificada, es su decisión de expulsar a los judíos de España. Confieso que siempre me ha sorprendido que apareciera ella como la única responsable y que Fernando perdiera protagonismo histórico, como si él se hubiera quedado al margen de la expulsión, cuando sabemos que los dos estaban de acuerdo.

Es verdad que nadie en la actualidad debería aprobar aquella medida. Una decisión que hoy resulta muy difícil de asumir porque, además, para aquellos judíos esta era su tierra. Aquí habían nacido, aquí reposaban sus antepasados, aquí soñaban su futuro... Pero en el siglo XV, la situación era distinta.

El problema que se les presentaba a los Reyes Católicos -que no eran racistas- de cara a la unidad de sus reinos adquiría connotaciones religiosas. En aquel tiempo sólo quienes profesaban la misma fe podían ser considerados como súbditos de pleno derecho. Así pues el islamismo y el judaísmo se convertían en peligros para la estabilidad monárquica.

Como apunta Alfredo Alvar:

... conviene tener presente que en el siglo XV la práctica de la fe, de la fe diferente de la del rey era un privilegio que podía conceder el rey, no un derecho que tuviera el vasallo.



Los judíos ya había sido expulsados de otros países europeos, pero en España era distinto. Los Reyes contaban entre sus mejores asesores y colaboradores con miembros de esta comunidad. Tal vez por ello en el Decreto de expulsión se les da la opción de quedarse si deciden convertirse. Algunos lo entendieron como Abraham Senhior y toda su familia que prefirieron abrazarse al catolicismo, otros siguieron el ejemplo de Isaac Abravanel optando por el exilio.

Con estos argumentos no pretendo hacer una defensa de la figura de la reina Católica pero sí deseo que mi acercamiento a su persona se realice sin ningún tipo de prejuicios. Por ello quiero aludir a la postura de la soberana ante las intenciones de Colón que pretendía vender los indios como esclavos. Sorprende que este aspecto, sin duda positivo de doña Isabel, sea menos conocido. Tarsicio de Azcona escribe:

Colón no tenía inconveniente en convertir a los indios en esclavos, los reyes pensaban lo contrario. Ellos siguieron la trayectoria iniciada en Canarias: consideraban al nativo como hombre libre y como súbdito natural de la corona. De ahí la resistencia a admitir los envíos colombinos y las órdenes cursadas para detenerlos. No obstante se planteó el problema de si los indios enviados por Colón podían ser vendidos como esclavos o no. Decidieron vender cincuenta indios con recibo para poder recuperarlos.



Isabel era partidaria de que los indígenas fueran considerados como hombres libres, súbditos de la Corona. Pidieron a la Junta de Letrados se pronunciara sobre el tema. El veredicto contrario al tráfico de esclavos hizo que muchos de los indios vendidos fueran rescatados y devueltos libres a su tierra.

Profundamente religiosa, Isabel encontró en la religión católica, además de un medio para consolidar el estado, un consuelo con el que aliviar sus penas como madre al ver morir a su heredero, a su adorado hijo, el príncipe don Juan. También hubo de soportar el fallecimiento de la mayor de sus hijas, Isabel, y del hijo de ésta, el pequeño Miguel.

Fue una mujer abierta a la cultura que supo rodearse de mujeres sabias, como Beatriz Galindo, la Latina, que favoreció el acceso de las mujeres al mundo del saber. La formación de sus hijas fue motivo de asombro en más de una corte europea.

Resumiendo diría que doña Isabel I de Castilla fue una buena reina y para evaluar justamente sus acciones debemos intentar situarnos en el contexto de aquel tiempo. Aunque existe una decisión en la vida de Isabel muy difícil de compartir incluso utilizando criterios de entonces: el comportamiento con su sobrina, la hija del rey Enrique IV, la princesa doña Juana a quien Isabel le usurpó el trono.

Doña Isabel protagonizó un golpe de estado al ser proclamada reina en Segovia, a la muerte de su hermano Enrique IV. Porque a pesar de lo sucedido en Guisando, Isabel nunca fue reconocida por las cortes como Princesa de Asturias.

Es verdad que después de ser proclamada en Segovia, doña Isabel conquistó el trono al ganar una guerra frente a los partidarios de su sobrina. Y para que no surgieran nuevos problemas dispuso el futuro de Juana.

Doña Juana abandonará todo título; no podrá llamarse reina, ni princesa ni infanta hasta que no se verifique el matrimonio con el hijo de los reyes doña Isabel y don Fernando. Si doña Juana no acepta este matrimonio deberá ser monja profesa. No podrá casarse ni tener hijos.



Doña Isabel pretendía retener a su sobrina más de diez años en espera de que el príncipe Juan creciera para ver si decidía casarse con su tía.

Doña Isabel era la vencedora y por tanto quien imponía las condiciones. No tuvo piedad de su sobrina: No podrá casarse ni tener hijos.

Juana profesó en las Clarisas de Coímbra, sólo tenía dieciocho años.

Doña Isabel, además de ser inteligente, tenía suerte. Una enorme suerte porque si en vez de una niña, si en vez de Juana, el hijo de Enrique IV, por muy supuestamente bastardo que fuera, hubiera sido varón, probablemente Isabel no habría conseguido hacerse con el trono de Castilla.





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