Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
ArribaAbajo

La segunda dama duende

Ventura de la Vega



Personas

                          EL MARQUÉS DA PONTE RIVEIRO.
EL CONDE DE ORGAZ.
DON LUIS DE MENDOZA.
GIL PÉREZ.
DOÑA LEONOR.
DOÑA BEATRIZ.
CATALINA.
ÚRSULA.
GERTRUDIS.
ACOMPAÑAMIENTO.


     La escena es en Madrid, en 16...

     Esta comedia, que pertenece a la Galería Dramática, es propiedad del editor de los teatros moderno, antiguo español y extranjero; quien perseguirá ante la ley al que la reimprima o represente en algún teatro del reino, sin recibir para ello su autorización, según previene la real orden inserta en la gaceta de 8 de mayo de 1837, y la de 16 de abril de 1839, relativa a la propiedad de las obras dramáticas.



ArribaAbajo

Acto I

Un baile de máscara en el palacio del Buen-Retiro. -El teatro figura un salón de descanso con dos puertas laterales y dos en el fondo, todas cerradas. A la derecha del espectador, hacia el proscenio, un canapé: en el fondo un gran reloj. -Óyese confusamente la música: ábrese la puerta de la derecha y salen por ella el Marqués y el Conde: al abrirse se percibe el tumulto del baile.



Escena I

EL MARQUÉS, EL CONDE.

     CONDE. -¡Ah, qué confusión!... -¡Magnífico baile!... ¿no es verdad, Marqués?

     MARQUÉS. -A mí me parese muitu cansadu!

     CONDE. -¡Ya!... ¿habéis perdido al juego vuestro dinero... y cuánto?

     MARQUÉS. -(Con enfado.) Nao tenu presente.

     CONDE. -No importa. Mañana nos lo dirá don Francisco de Quevedo en algún gracioso romance, donde enumerando los lances ocurridos en el baile de máscara de la corte del Buen-Retiro, no se olvidará de contar que el muy ilustre Marqués da Ponte Riveiro, caballero portugués, perdió 500 o 600 escudos...

     MARQUÉS. -Nao son los escudos!... mais la reputasáo que eu tenia del mas forte yugador de Lisboa!... é perderla en Madrid!... en presenta da corte!... aos ollos de todos, que fincaban al rededor da mesa por mirarme!... y quedar derrotada por ese Castesáo rapás.

     CONDE. -¿Quién?

     MARQUÉS. -Ese diplomatiquilla Mendosa...

     CONDE. -¡Oh!... mi amigo don Luis de Mendoza...

     MARQUÉS. -Ese mismu... que me lo encontro en todas partes...

     CONDE. -Es mozo de gran talento.

     MARQUÉS. -Muitu talentu!... muitu talentu!

     CONDE. -Caballero cortesano y galán...

     MARQUÉS. -Nao me lo ha paresidu...

     CONDE. -A las damas si se lo parece... pero es tan tímido y encogido con ellas, que no sabe sacar partido de los triunfos que sin saberlo alcanza... Yo me he propuesto ser su director en lances amorosos... y con toda mi maestría nada puedo adelantar con él. -Pero hablando de otra cosa: os prevengo que después del baile, tengo cena en mi casa... he convidado toda la juventud de la corte... y cuento con vos...

     MARQUÉS. -Nao me es posibel... he dejado a miña esposa dormendo en casa...

     CONDE. -¡Tanto mejor!... y si os quedan algunos escudos, allí tendréis a don Luis de Mendoza, que os dará desquite... os haré brindar con él... y haréis las paces.

     MARQUÉS. -Nao quera haser pases.

     CONDE. -¿Por qué?

     MARQUÉS. -Eu teñu mis razones... hase dos dias que miña esposa nao me habla mas que de él...

     CONDE. -¡Oh!... ¡disparate!... sois celoso como buen portugués. Será porque yo le he hecho a la marquesa algunos elogios de mi amigo Mendoza...

     MARQUÉS. -Esu es!... y a maldita curiosidade...

     CONDE. -Si tanta tuviera de conocerlo, con venir esta noche al baile la dejaba satisfecha... y ya veis que ha preferido quedarse en casa.

     MARQUÉS. -Me ha dichu que estaba indispuesta... (Mirando hacia la puerta.) Oh!... ya viene!... Deu os guarde! (Éntrase deprisa en el salón.)

     CONDE. -¡Qué es eso! -¡Ah! vio que venía don Luis. -¡Es mucho portugués!



Escena II

EL CONDE, DON LUIS.

(DON LUIS se sienta en el canapé.)

     CONDE. -¿Sabes, don Luis a quién acabas de ahuyentar con tu presencia?

     D. LUIS. -No a fe mía.

     CONDE. -Al mas finchado de todos los portugueses.

     D. LUIS. -¿Al Marqués da Ponte Riveiro?

     CONDE. -Al mismo... ¡y después de ganarle el dinero!... tú no reflexionas que aunque los portugueses son ya extranjeros para nosotros, a éste casi debemos mirarlo como compatriota... Está casado con una sobrina del Conde duque de Olivares... que debe heredar a su tío, en tomando el velo otra prima, que está primero... (Sentándose a su lado.) Y a propósito... ¿sabes que el buen portugués tiene sospechas de que tú le rondas la mujer y está celoso que es un contento?

     D. LUIS. -¡Yo!... ¡Jesús!... ¡qué baja idea!... ¡cuándo ni aun de vista la conozco!... y además sería una vileza... ¡a una mujer casada!...

     CONDE. -¡Hombre!... ¡hombre!... vamos, contigo no adelanto camino.

     D. LUIS. -¡Qué quieres!... ¡yo tengo mis principios de moral!... mis escrúpulos...

     CONDE. -¡Un aprendiz de diplomático!...

     D. LUIS. -No importa: he aprendido esas máximas en mis primeros años... educado por mi tío el arzobispo...

     CONDE. -Ya... pero después de haber corrido cortes en varias embajadas... En fin, vas a hacer una buena boda, según se cuenta...

     D. LUIS. -Así parece... una boda de conveniencia... el embajador Conde de San Lúcar, mi jefe, me ha cobrado afecto, me ha tomado bajo su protección... y después de haberme alcanzado el hábito de Santiago, quiere casarme con su hija única... a quien no conozco, porque todavía está en el convento de las Descalzas Reales... y a la verdad, no sé si debo aceptar...

     CONDE. -¡Con el alma y la vida!...

     D. LUIS. -Verdad es que enlazarse con la heredera de San Lúcar un simple caballero como yo, que aunque de alta nobleza, no tiene renta ninguna... pero vamos, en conciencia, tú que desde la infancia eres mi mejor amigo... aconséjame. (Levantándose los dos.) ¿Crees que el honor y la delicadeza me permiten casarme... sintiendo otra pasión en el fondo del alma?

     CONDE. -Con mas motivo... puesto que el matrimonio por su naturaleza apaga todas las pasiones.

     D. LUIS. -¿Y si ésta no se apaga?

     CONDE. -Se apela a la razón, a la ausencia... se deja de ver a la persona...

     D. LUIS. -¡Qué! ¡si yo no la veo nunca!

     CONDE. -¿Entonces, de qué te quejas?

     D. LUIS. -De no verla... de pasar mi vida en buscarla por todas partes sin poderla encontrar en ninguna.

     CONDE. -¡Ay don Luis!... ¡amigo mio! tú no tienes sana la cabeza... vamos, tú vienes de Francia, y en aquella corte se te ha trastornado el cerebro.

     D. LUIS. -¡Déjate de bromas!

     CONDE. -Hablo de veras: has visto en París alguna que te ha vuelto el juicio.

     D. LUIS. -¡No se trata de París... sino de España... de Madrid! -Ha sido aquí, aquí, el año pasado, el último carnaval, en el baile de máscara que hubo en palacio, donde la vi por la primera vez.

     CONDE. -¡Aquí!

     D. LUIS. -Aquí mismo... en los salones de la reina. ¡Ah si la hubieras visto!... figúrate, amigo mío...

     CONDE. -Un rostro de serafín... ya me hago cargo.

     D. LUIS. -Tenía la máscara puesta.

     CONDE. -¡Calle!

     D. LUIS. -Pero el talle más gentil... la más torneada mano que puede un caballero estrechar en las suyas... bailando se entiende... porque toda la noche bailó conmigo...

     CONDE. -¡Con una gracia!... ¡con un primor!...

     D. LUIS. -Nada de eso: ni sabía hacer una figura... ¡nada! Parecía que era la primera vez de su vida que se veía en un baile. Todas las preguntas que me hacía eran tan cándidas... todos sus ademanes tan naturales, tan sencillos...

     CONDE. -Tan a la buena de Dios...

     D. LUIS. -¡Pero tan llenos de gracia!... Aceptó mi brazo y nos paseamos por esos magníficos salones, donde todo la paraba, todo la llamaba la atención, parecía embobada... y si la daban alguna broma, se cortaba, no sabía qué responder... en fin, ¡hasta en esa timidez y encogimiento simpatizaba conmigo, que ya sabes lo corto que soy!... ¡vamos, me dejó prendado el corazón para siempre! ¡Y si vieras qué conversación! ¡qué sinceridad!... qué candor... ¡y al mismo tiempo que ingenio y agudeza en sus palabras!... yo la escuchaba embebecido... las horas se me hacían instantes a su lado... cuando de repente llégase a ella otra joven disfrazada y la dice al oído van a dar las doce. -¡Tan pronto!... exclamó ella, y se levantó precipitada...

     CONDE. -¡Hombre!... ¡eso es una novela!

     D. LUIS. -En vano quise detenerla... A Dios, me dijo, a Dios, don Luis...

     CONDE. -¡Hola! ¡te conocía!

     D. LUIS. -En el discurso de la noche, yo, maquinalmente, le había dicho mi nombre, mi estado, mi familia, mis esperanzas, en fin, todos mis pensamientos... al paso que de ella nada llegué a saber... y no pudiendo resolverme a quedar en tan dura incertidumbre me decidí a seguirla de lejos...

     CONDE. -¡Hola!... veamos.

     D. LUIS. -¡En efecto, la seguí, y la vi, en unión con su compañera, subir a un coche con tanta precipitación... que me descubrió el mas lindo pie que puede haber en el mundo!...

     CONDE. -¡Le viste el pie!...

     D. LUIS. -Y no sólo el pie...

     CONDE. -¿Pues qué más?...

     D. LUIS. -¡La cara!

     CONDE. -¡Ah!

     D. LUIS. -Porque al subir, se quitó la careta... yo estaba ya junto al coche... pegado a la portezuela... y en mi vida, en mi vida olvidaré aquel rostro encantador, aquellos ojos centelleantes, aquellas facciones llenas de nobleza y dignidad... todo, todo está grabado aquí... en mi corazón...

     CONDE. -¿Y cómo tuviste tiempo para ver tanto? Cómo su dorada y rápida carroza no la arrebató a tus, miradas, hendiendo los aires...

     D. LUIS. -Yo te diré: es que... la verdad... aquella dorada y rápida carroza... era un coche de alquiler.

     CONDE. -(Riendo.) ¡Ah, ah, ah... ya caigo! vamos, la ninfa celestial era alguna mancebilla aventurera...

     D. LUIS. -¡Oh! ¡no la calumnies con tan vil sospecha! Luego noté que se hallaban inquietas... que se consultaban una a otra...

     CONDE. -¡Qué te decía yo!

     D. LUIS. -Y creí adivinar... pero te vas a burlar de mí... creí adivinar, por lo que observé, que ambas habían olvidado...

     CONDE. -¿El bolsillo?

     D. LUIS. -Precisamente.

     CONDE. -¿Y por supuesto les ofreciste el tuyo?

     D. LUIS. -Se lo eché por la ventanilla, y escapé, para que no pudieran rehusarlo.

     CONDE. -(Riendo más.) ¡Ah, ah, ah... amigo don Luis, qué desenlace tan plebeyo de una tan elevada aventura!

     D. LUIS. -Aguarda, aguarda... que juzgas muy de ligero. Has de saber que a los pocos días recibí en mi propia casa una preciosa cajita de filigrana de plata, en forma de acerico, y dentro de ella la cantidad que yo le había prestado.

     CONDE. -¡Qué me dices!

     D. LUIS. -Metida en un bolsillo bordado por su mano...

     CONDE. -¿Y qué sabes tú?

     D. LUIS. -¡Oh! no me cabe duda. Era un bolsillo bordado de perlas finas... y que además contenía este papel... Mira... léelo... si es que puedes... porque a fuerza de sacarlo, está ya...

     CONDE. -(Mirándolo.) «El empleo de secretario de la embajada de España en París, que tanto deseáis, según manifestasteis en el baile, lo tendréis: esta noche seréis nombrado. -Dios os guarde. -La Dama Duende.»

     D. LUIS. -Y así sucedió al pie de la letra. Aquella misma noche recibí el nombramiento... sin haber dado el menor paso... bien lo sabes... sin tener el menor apoyo... ¡parece cosa de magia!... ¡Oh! y yo tengo esperanzas de volverla a ver.

     CONDE. -¿Cómo?

     D. LUIS. -No sé... pero me lo dice el corazón... A cada instante se me figura tenerla a mi lado... invisible para todos... a cada instante espero...

CONDE. -(Riendo.) ¿Una aparición sobrenatural?... ¡Vaya! en tu aventura se está realizando la famosa comedia la Dama Duende, de nuestro amigo don Pedro Calderón... Es preciso contarle este lance para que escriba la segunda parte. (Óyese empezar la música.) ¡Van a bailar!... Perdona, don Luis, tengo dada palabra a una máscara... ¿Vienes al salón?

     D. LUIS. -No: prefiero quedarme aquí...

     CONDE. -(Riendo.) ¿Con ella?

     D. LUIS. -¡Con su imagen!

     CONDE. -¡Buen provecho! (Vase riendo.)



Escena III

DON LUIS, solo.

(La música suena muy lejana.)

     ¡Se burla de mí... y tiene razón! (Recuéstase en el canapé.) Pero hoy... hoy la recuerdan a mi imaginación todos los objetos que me rodean... Aquí fue... aquí mismo... hace un año... en otro baile igual... en esta misma sala de descanso... donde se me apareció. -Por aquella puerta... (Aparecen doña Leonor y doña Beatriz por la puerta izquierda del foro.) ¡Cielos! ¡aquel talle... aquel ademán... aquel lindo pie!... ¡Estoy soñando!...



Escena IV

DOÑA LEONOR, DOÑA BEATRIZ en el fondo. DON LUIS en el canapé.

     LEONOR. -Has dado bien la orden

     BEATRIZ. -Sí: no hay cuidado.

     LEONOR. -¿A las doce en punto estará el coche a la puerta?

     D. LUIS. -(Ap.) ¡Ella es!

     BEATRIZ. -Antes de las doce estará.

     LEONOR. -Bien. -Y tú no vayas a distraerte: a las doce menos cuarto nos reunimos en esta sala.

     BEATRIZ. -Sin falta.

     LEONOR. -¡Por Dios! -Acuérdate de que un minuto de descuido puede perdernos.

     BEATRIZ. -¡Ah! bien lo sé.

     LEONOR. -¡Me estremezco al pensarlo!

     BEATRIZ. -No hay que apurarse ahora... Todo saldrá bien... pensemos en sacar partido de la fiesta.

     LEONOR. -(Quitándose la máscara.) ¿Estamos solas?

     BEATRIZ. -(Mirando hacia el canapé.) ¡No! hay allí un caballero...

     LEONOR. -(Poniéndose la máscara.) ¡Virgen mía! (D. Luis, notando que le observan, finge dormir.)

     BEATRIZ. -No hay cuidado... está dormido.

     LEONOR. -¿De veras?

     BEATRIZ. -Sin duda.

     D. LUIS. -(Ap.) Y dormirá profundamente.

     BEATRIZ. -(Acercándose a él.) Y es muy galán... venid... miradlo.

     LEONOR. -(Acercándose.) ¡Jesús mío!... ¡es él... es D. Luis!...

     BEATRIZ. -¿Qué don Luis?

     LEONOR. -Aquel caballero que el año pasado nos sacó de aquel apuro...

     BEATRIZ. -¿Qué decís?

     LEONOR. -¡Cómo, no le has conocido!

     BEATRIZ. -No tengo yo tan buena memoria...

     D. LUIS. -(Ap.) ¡No me ha olvidado!

     LEONOR. -Pues él es... (Ap.) ¡Ah, por qué me palpita mi corazón al verlo!

     BEATRIZ. -(Mirando hacia el salón del baile.) Ya han empezado a bailar... entremos.

     LEONOR. -(Con empacho.) No... ahora no...

     BEATRIZ. -¿Por qué?

     LEONOR. -Cuando concluyan creo que será mejor... no llamaremos tanto la atención...

     BEATRIZ. -(Impaciente.) Como gustéis... ¿pero aquí qué hacernos? se nos va a pasar la noche sin ver nada...

     LEONOR. -No... desde allí se ve bien... (Señalando la puerta izquierda.)

     BEATRIZ. -Sí. (Ap.) ¡Qué caprichos! (Poniéndose a mirar desde la puerta.)

     D. LUIS. -(Ap.) Despide a su compañera... ¡qué dicha!

     LEONOR. -(Acercándose a don Luis.) ¡Duerme... duerme profundamente!... ¡Ah por qué me paro a contemplarlo!... ¡una voz secreta dentro del alma me dice que hago mal... yo no puedo ser suya jamás! -¡Dios mío si despertara!... ¡Ah no... que lo ignore... que lo ignore eternamente!

     D. LUIS. -(Ap.) ¡Cielos! ¿estoy soñando verdaderamente?... ¡Ah, soñemos, corazón, soñemos!

     BEATRIZ. -(A doña Leonor.) ¡Mirad... mirad qué vistosa cuadrilla!

     LEONOR. -¡Chit! ¡calla!... no despierte y nos vea... -No debo verle, no... retirémonos...

     D. LUIS. -(Fingiendo que sueña.) Tuyo soy, hermosa desconocida... ¡tuyo para siempre!...

     LEONOR. -¡Oh Dios!... ¡sueña conmigo... no me ha olvidado! -¡Huyamos! -¡Le dejaré mi ramillete para recuerdo! (Déjale el ramillete a su lado en el canapé. Cesa la música. Sale del salón el Conde.)



Escena V

DOÑA BEATRIZ, DOÑA LEONOR, DON LUIS, EL CONDE.

     CONDE. -(Saliendo.) ¡Don Luis!... ¡don Luis!

     D. LUIS. -(Levantándose repentinamente, tomando el ramillete y besándolo, se dirige al Conde.) ¡Conde de Orgaz!... ¡amigo mío! (Habla con él en secreto.)

     LEONOR. -(Que se ha puesto prontamente la máscara.) ¡Dios mío si estaría despierto!...

     BEATRIZ. -No señora: dormía... y no sé a qué ha venido al baile, para dormir así.

     LEONOR. -¡Calle!

     D. LUIS. -(Ap. al Conde.) ¡Sí, amigo mío!... ¡ella... mi desconocida!...

     CONDE. -¿Estás seguro?

     D. LUIS. -¡Mucho!... pero quisiera cerciorarme más.

     CONDE. -¿Es decir que quisieras hablarla?

     D. LUIS. -¡Ah lo deseo tanto!... pero mientras esté con su compañera...

     CONDE. -Es decir que quisieras alejarla...

     D. LUIS. -Si tú pudieras...

     CONDE. -Voy a sacarla a bailar.

     D. LUIS. -(Abrazándolo con extremo.) ¡Amigo mío!

     CONDE. -Quita... quita... -¡Y no parece maleja!... (Óyese el preludio del baile. El Conde se dirige d doña Beatriz.) No creo, hermosa máscara, que hayas venido al baile para pasar la noche en esta sala... y si te dignas aceptarme por tu caballero...

     BEATRIZ. -(Mirando a doña Leonor, que la hace seña de que acepte.) Con mucho gusto. (Vuelve a sonar la música.)

     CONDE. -Pues no nos detengamos... la música ha hecho señal. (Presentándola el brazo.)

     BEATRIZ. -(Yéndose con él.) Éste, al menos, no se duerme.



Escena VI

DOÑA LEONOR, DON LUIS.

     D. LUIS. -(Deteniendo a doña Leonor que seguía a su compañera.) ¡Ah por favor! ¡Deteneos... deteneos un instante!

     LEONOR. -(Fingiendo la voz.) ¿Qué queréis, caballero?

     D. LUIS. -¡Ah! no finjáis la voz... os he conocido...

     LEONOR. -(Fingiendo.) Me parece que os equivocáis.

     D. LUIS. -¡Equivocarme!... Preguntádselo a este ramillete...

     LEONOR. -¡Dios mío!

     D. LUIS. -¡Que nunca se apartará de mí!... porque es una memoria vuestra... vos me lo habéis dejado...

     LEONOR. -¡Ah con que estabais dispierto!...

     D. LUIS. -No lo sé... a vos toca decirme si todo ha sido un sueño.

     LEONOR. -¡Qué engaño! ¡qué ficción!... ¡sois un falso!

     D. LUIS. -¿Y quién tiene la culpa?... Vos, que habéis pasado un año entero huyendo de mí, al paso que me colmabais de beneficios... vos, que habéis jurado no presentaros jamás a mi vista... vos, que en este mismo instante desconfiáis de mí, ocultándome el rostro... (Doña Leonor se quita la máscara.) ¡Ah ella es!...¡la misma que ha vivido un año en mi memoria!

     LEONOR. -¡Esa memoria... es preciso borrarla!

     D. LUIS. -¿Y Por qué?

     LEONOR. -Vais a casaros... vais a ser Conde de San Lúcar...

     D. LUIS. -¡Jamás!... ¡jamás!

     LEONOR. -Yo he sido quien os ha proporcionado ese enlace.

     D. LUIS. -¿Vos, señora?

     LEONOR. -Sí, Yo: porque vuestras prendas merecen una alianza que os proporcione las riquezas que os faltan.

     D. LUIS. -¡Ah señora, olvidad las riquezas, y pensad en mi felicidad!... yo no la hallaré sino con vos... a vuestro lado... Y os lo declaro aquí... renuncio a ese enlace... y a cuantos me propongan... ¡Quiero ser vuestro o de nadie!

     LEONOR. -¡Qué decís!...

     D. LUIS. -¡Sí... lo juro!... ¡vuestro, vuestro solamente!

     LEONOR. -¿Y quién os ha dicho que yo puedo unirme a vos?... ¿quién os ha dicho que yo soy libre?

     D. LUIS. -¡Gran Dios... casada!

     LEONOR. -¿Y si lo fuese?

     D. LUIS. -¡Ah, me moriría de dolor y de desesperación!...

     LEONOR. -¡Don Luis!

     D. LUIS. -¿Por qué os he vuelto a ver?... ¿por qué habéis venido aquí?

     LEONOR. -¡Porque quería despedirme de vos... despedirme para siempre!

     D. LUIS. -¿Quién sois, pues?.

     LEONOR. -¿Quién soy?... ¡Un ser condenado por la suerte a la soledad y al desamor... que ha hallado en vos una alma distinta de las demás, y que consagrará su vida a invocar sobre ella el amparo de Dios!... ¡él haga que Vuestro próximo enlace os proporcione una felicidad... que yo no espero!

     D. LUIS. -¡Ah! explicaos...

     LEONOR. -(Poniéndose la máscara.) ¡Silencio!... viene gente.



Escena VII

DOÑA LEONOR, DON LUIS, EL MARQUÉS.

     D. LUIS. -Es el Marqués... no importa.

     LEONOR. -Sí, sí... callad mientras esté aquí.

     D. LUIS. -¿Y por qué razón?...

     LEONOR. -¡Silencio!

     MARQUÉS. -(Ap.) Náo lo dije!... ¡me lo encontro en todas partes!... (Mirando a doña Leonor.) Qué es istu... esa máscara se ha tapadu cuando me ha vistu!... (La saluda, ella se turba y se agarra al brazo de don Luis.) Ah! Deu!... el talle, os ademanes... todo!... Si nao estovese seguro que miña esposa se ha quedado a cama dormendo...

     D. LUIS. -(Ap. a doña Leonor.) ¿Por qué os mira tanto?...

     LEONOR. -Yo no sé...

     MARQUÉS. -(Ap.) Este don Luis es o mema demoñu!... En queru averiguarlu. (Dirigiéndose a doña Leonor.) Mascarita!... queres darme o gusto de dansar conmigo?

     D. LUIS. -(Con viveza.) Iba yo a hacerle la misma súplica.

     LEONOR. -(Ap. con enfado.) ¡Ah torpe!...

     MARQUÉS. -Antonses, au teño la antigüedade.

     D. LUIS. -¿Y qué me importa a mí la antigüedad?

     MARQUÉS. -Importa muitu!... cuando nao se tenen otros dereitos...

     D. LUIS. -Aquí no hay más derechos que los que conceda la voluntad de esta señora.

     MARQUÉS. -(Con intención.) En cuantu a os dereitos... poderá ser que ea tovese... mais... (Ap.) mais que quisera!

     D. LUIS. -(Con desenfado.) ¡Ea pues que se digne esta señora elegirme su caballero... y veremos!

     MARQUÉS. -(Colérico.) Veremus!

     LEONOR. -(Ap. a don Luis apretándole la mano.) ¡Silencio! (Vuélvese al Marqués y le presenta la mano.)

     MARQUÉS. -(Aparte confuso.) Oh! ha aceptadu!... será?... o nao será?... Eu lo sabré muitu presto.

     D. LUIS. -(Acercándose a doña Leonor y en tono respetuoso.) ¡Obedezco y señora!

     LEONOR. -¡Bien... don Luis!

     D. LUIS. -¿Pero la siguiente?...

     LEONOR. -(Alargándole la mano.) Con vos. (Vase con el Marqués.)



Escena VIII

DON LUIS. Luego EL CONDE.

     D. LUIS. -¡Tiene razón!... ¿qué iba yo a hacer?... a dar un escándalo... a comprometerla... después de haberme dado a entender que ha cedido contra su gusto... y que volverá conmigo dentro de breves momentos...

     CONDE. -¿Qué tal?... ¿parece que estás contento?

     D. LUIS. -¡Sí, amigo mío... mucho! ¡Me ha ofrecido bailar conmigo!

     CONDE. -(Riendo.) ¡Ah, ah, ah, gran cosa!

     D. LUIS. -Hay mas todavía... me ama: estoy seguro.

     CONDE. -¿Te lo ha dicho?

     D. LUIS. -No claramente...

     CONDE. -¿Pero sabes quién es?

     D. LUIS. -No, amigo mío.

     CONDE. -¿Pero lo sabrás mañana?...

     D. LUIS. -No, amigo mío. No podré volverla a ver... esta noche es la última...

     CONDE. -¡Y tú tan contento!...

     D. LUIS. -¡No tal... si estoy desesperado!... Pero me queda una hora que pasar a su lado... ¡una hora de gloria!.... y no quiero pensar en que darán las doce... y la perderé para siempre... porque a las doce en punto se va.

     CONDE. -¡Estás en ti!... ¿a las doce?...

     D. LUIS. -Delante de mí se lo ha dicho a su compañera... aquí se han citado a las doce menos cuarto.

     CONDE. -¡Vamos!... es preciso impedirlo.

     D. LUIS. -¡Al oír las doce, me caigo muerto!...

     CONDE. -¡Disparate! En vez de morirte, haz por detenerla... ella lo estará deseando... ¡tú no conoces a las mujeres!... no debes dejarla marchar, hasta arrancarle su secreto...

     D. LUIS. -¿Lo crees así?

     CONDE. -¿Pues no he de creerlo?... ¡si la dejas ir, te va a aborrecer por menguado!

     D. LUIS. -¿Pero cómo lo he de hacer?... ¿cómo podré detenerla?

     CONDE. -Déjalo a mi cargo.

     D. LUIS. -Pero la compañera no se apartará de su lado...

     CONDE. -Es verdad... Pues la haremos marchar, y te confieso que hago en ello un sacrificio... ¡porque hemos bailado juntos y me ha gustado mucho!... Pero en fin, haré por ti... lo que tú no harías por mí. -Mira, mira, por allí anda dando vueltas... buscando sin duda a su compañera... y no la encuentra.

     D. LUIS. -Yo lo creo... ha ido a bailar a ese otro salón.

     CONDE. -Aguarda. (Corre hacia el reloj que hay en el fondo, y pone el minutero en las doce menos algunos minutos.) Ya está hecho el negocio: ahora no tengas cuidado.

     D. LUIS. -¿Qué haces?

     CONDE. -Adelantar el reloj para que dé las doce al instante.



Escena IX

DON LUIS, EL CONDE, DOÑA BEATRIZ.

     BEATRIZ. -(Que sale por la derecha.) No la encuentro por ninguna parte... ¿estará aquí todavía?... ¡no es posible! ¡Ah! estos son los dos de antes... el que duerme y el... en fin... (Señalando al Conde) el día... (Señalando a don Luis) y la noche.

     CONDE. -¿Quieres que volvamos a bailar, hermosa máscara?

     BEATRIZ. -No, caballero... no sois vos a quien busco.

     CONDE. -¿Pues a quién?

     BEATRIZ. -¿Cuándo dejaréis de ser curioso?... ya sabéis que os lo he reprendido antes.

     CONDE. -¿Cuándo os dije que os amaba?

     BEATRIZ. -A la tercera palabra... antes de haberme visto.

     CONDE. -En eso os equivocáis... teníais tan mal sujeta la máscara, que os he podido ver sin dificultad...

     BEATRIZ. -¿El qué?

     CONDE. -Unas mejillas frescas y sonrosadas...

     BEATRIZ. -(Ap.) ¡Me ha visto!

     CONDE. -Un rostro, lleno de expresión...

     BEATRIZ. -(Aparte.) ¡¡Me ha visto!!...

     CONDE. -Los ojos más listos del mundo...

     BEATRIZ. -(Aparte.) ¡¡Me ha visto!!...

     D. LUIS. -(Aparte al Conde.) ¿De veras?

     CONDE. -(Aparte a don Luis.) No: yo no he visto nada... pero me lo figuro. -Ya veis, señora, que podéis, ahorraros la molestia de tener cubierto el rostro... porque os conozco perfectamente.

     BEATRIZ. -¡Cosa más rara!

     CONDE. -Y la prueba es que hace un momento di exactamente vuestras señas a una mascarita negra que os buscaba.

     BEATRIZ. -¿Qué me buscaba?

     CONDE. -Y con impaciencia. «¡Dios mío dónde andará!... ¡dónde andará!» -Yo que la vi tan apurada la dije: «Señora, en el salón del baile acabo de verla.» -«¡Dios mío! exclamó, ¡y cómo la encuentro yo entre esa turba!... nos vamos a detener, y...» Entonces miró ese reloj, y dio un grito...

     BEATRIZ. -(Mirando el reloj y dando un grito.) ¡Ay las doce!... ¡pero cómo puede ser esto!... Ahora mismo en el salón no eran más que las once y media...

     CONDE. -No, no: son las doce, las doce.

     BEATRIZ. -¡Jesús me valga! -Pero... ¿y esa máscara que decís?... ¿dónde está?... ¿por dónde se fue?...

     CONDE. -Se marchó.

     BEATRIZ. -¡Dios mío!

     CONDE. -Se marchó corriendo.

     BEATRIZ. -¡Sin esperarme!... ¡verdad es que con sólo detenernos cinco minutos, eramos perdidas!... ¡pero abandonarme así!... ¡dejarme aquí sola!...

     CONDE. -¡Sola!... ¿No estoy yo aquí?...

     BEATRIZ. -¡No... no... dejadme!

     CONDE. -Si fuera yo tan dichoso que me permitierais acompañaros, defenderos...

     BEATRIZ. -¡Dejadme no tengo tiempo de escucharos! Dejadme marchar... lo exijo...

     CONDE. -¿Y no me conservareis ningún recuerdo?...

     BEATRIZ. -¡Ah qué tribulación! (Cáesele la máscara de un lado.)

     CONDE. -¡Oh qué hermosa es!

     BEATRIZ. -¡Cómo!... ¿pues no decíais que me habías visto la cara?... ¡qué intriga, qué falsedad!... ¡Ah van a dar las doce!... ¡yo me voy! (Vase precipitada.)

     CONDE. -¡Señora!... ¡pues se marchó!... ¡cuando yo tenía adelantado tanto camino!... ¡Soy víctima de la amistad! -¡Ah ahora conviene atrasar el reloj! (Pone el minutero en las once.) Ya le ha caído que hacer al relojero de palacio. -¡Hola!... ¿Marqués, qué traéis de bueno?



Escena X

EL MARQUÉS, EL CONDE, DON LUIS.

(El MARQUÉS se lleva aparte al CONDE, y mientras habían, DON LUIS observa hacia el salón de la izquierda, y a poco desaparece.)

     MARQUÉS. -Ah! meu amigu! meu amigu!... rebentu de cólera! Miña muger está aqui.

     CONDE. -¿Cómo?... No es posible.

     MARQUÉS. -Cuandu le digu que está aqui!

     CONDE. -Pero habiéndola dejado en cama... indispuesta... (Aparte.) ¡Dios mío si será!

     MARQUÉS. -Nao importa... as mugeres son o mesmu demoniu!... Digu que la encontrei aqui mesmu en prática con o señoritu don Luis de Mendosa.

     CONDE. -¿Con don Luis? (Aparte.) ¡Sería chasco! -No, Marqués, yo no lo creo.

     MARQUÉS. -Eu tampoco lo creia... mais al agarrarse de mi brasa, he sentido que tembraba...

     CONDE. -Esa no es una razón...

     MARQUÉS. -Ainda mais! Eu la abraba de mil cosas... nao me respondia una palabra... mi conversasáo la fastidiaba...

     CONDE. -Tampoco es esa una razón...

     MARQUÉS. -Ainda mais! O talle... os movimentus... todo, todo era o mesmo que na Marquesa.

     CONDE. -¿Qué decís?... (Aparte.) ¡Pues en efecto, ahora caigo en que hay semejanza!

     MARQUÉS. -E ainda mais! Ya sabeis que a Marquesa miña esposa es española... sobrina do Conde-duque... da rasa dos Gusmanes... Ya sabeis que as damas de Madrid ten costumbre de llevar, nas puntas dos pañuelos, bordadas as armas de familia...

     CONDE. -¿Y qué?...

     MARQUÉS. -(Colérico.) A mascarita llevaba seu pañuelu. com as armas dos Gusmanes bordadas nas puntas!

     CONDE. -¡Jesús os habréis engañado! (Aparte.) Pues las señas apuran bastante!...

     MARQUÉS. -Nao me he engañado, meu amigu!... Ya estaba com a mano preparada para atraparla o pañuela e a máscara da cara...

     CONDE. -¡Buen escándalo hubierais dado!

     MARQUÉS. -Por esu nao lo fise!

     CONDE. -Se entiende.

     MARQUÉS. -E tambien porque nao pude... escápome de repente. Eu quise perseguirla... imposibel!... topaba con docentus mautus negros... todos paresidus... -Era miña muger... nao teñu duda!

     CONDE. -¿Pero con qué objeto vendría?... no veis que eso no tiene visos de...

     MARQUÉS. -(Colérico.) Nao lo teñu dicho, home?... por ese... rapás... de don Luis de Mendosa!

     CONDE. -¡Sosegaos!

     MARQUÉS. -Teñu de sacarle os bofes!

     CONDE. -¡Reportaos, Marqués! antes de tomar determinación alguna, debéis cercioraros...

     MARQUÉS. -Esu... esu mesmu!... Ah! meu amigu, présteme a carrosa.

     CONDE. -¿Para qué?

     MARQUÉS. -A mia nao vendrá hasta las tres... en quero marchar no momento a casa... e ver con os ollos si a miña muger está na cama.

     CONDE. -(Aparte.) ¡Cielos!... ¡cómo podré salvarla!...

     MARQUÉS. -(Furioso.) E antonses... antonses!... si nao la encontro!... teñu de beber a sangre dos dos!... Voy a tomar a carrosa. (Yéndose.)

     CONDE. -Aguardad, yo quiero acompañaros. Id a buscar nuestros gabanes... yo voy a pedir el coche. (Vase el MARQUÉS. -Sale DON LUIS.) ¡Ah qué felicidad, aquí viene don Luis!



Escena XI

DON LUIS, EL CONDE.

     CONDE. -¡Ven acá, desgraciado buena la has hecho!

     D. LUIS. -¡Cómo!...

     CONDE. -¡En la que te has metido!...

     D. LUIS. -¿Acabarás?... ¿qué hay?

     CONDE. -Que esa ninfa invisible... esa deidad misteriosa que te trae loco hace un año... ¿quién dirás que es?

     D. LUIS. -¿Quién?

     CONDE. -La Marquesa da Ponte Riveiro.

     D. LUIS. -¡Cómo!... ¡qué!... ¿la mujer de ese portugués? (Desesperado.) ¡Ah no lo creo, no es posible!...

     CONDE. -¡Eh! déjate de extremos, y al remedio. -Su marido está furioso, y trata de sorprenderla. Búscala al instante, déjala volando en su casa. Yo voy a llevar allá en mi coche al Marqués... pero daré orden al cochero para que con pretexto de la oscuridad de la noche nos extravíe por esas calles... nos haga volcar si es preciso... en fin, que esté ella en la cama cuando lleguemos... ¡Mira! ¡Mira lo que hace un amigo... un amigo como Yo!...

     D. LUIS. -Pero...

     CONDE. -Date prisa... voy a buscar al portugués. (Dice esto yéndose precipitado.)



Escena XII

DON LUIS, solo.

¡Estoy soñando, una mujer casada!... ¡la mujer del portugués!... Murieron mis ilusiones... ¡Ah yo no debo ya amarla... ni verla... la maldigo!... ¡la aborrezco! Pero, dice bien el Conde, me toca salvarla.



Escena XIII

DOÑA LEONOR, DON LUIS.

     D. LUIS. -(Con misterio.) ¡Huid, señora, huid... todo se ha descubierto!...

     LEONOR. -(Aterrada.) ¡Cielos!

     D. LUIS. -Marchemos al instante, o estáis perdida.

     LEONOR. -¿Quién os lo ha dicho?

     D. LUIS. -¿Quién?... Vuestra turbación me acredita lo que acaba de decirme el Conde de Orgaz... bien le conocéis.

     LEONOR. -(Con frialdad.) ¿Yo? ¡no por cierto!

     D. LUIS. -¿Conque no conocéis al Conde de Orgaz? ¡Falsa! Él acaba de decirme que vuestro esposo lo ha descubierto todo...

     LEONOR. -¡Mi esposo!...

     D. LUIS. -(Con amargura.) Sí, vuestro esposo... el Marqués da Ponte Riveiro... que en este instante se dirige a su casa a buscaros...

     LEONOR. -¡El Marqués da Ponte Riveiro... mi esposo! (Riendo.) ¡Ah, ah, ah, noticia singular... y chistosa por vida mía!

     D. LUIS. -¿Y os reís?... ¿tenéis valor de reíros?...

LEONOR. -¡Pues no he de reírme, si yo no soy casada!

     D. LUIS. -¿Es posible?...

     LEONOR. -Os lo juro... ¡ay Dios me perdone!... os lo afirmo: ni soy casada, ni nunca lo he sido.

     D. LUIS. -¡Ah cuán feliz sería yo si eso fuese cierto!... ¡Pero no; vos conocéis la pena que esa noticia me ha causado, y de lástima queréis engañarme!

     LEONOR. -No, don Luis... y en prueba de ello, mirad: a pesar de los peligros que, según suponéis, me amenazaban en este instante... me quedo.

     D. LUIS. -¿Será cierto?...

     LEONOR. -Sí: me quedo... (Mirando el reloj) y por media hora... os permito ser mi caballero.

     D. LUIS. -¡Media hora!...

     LEONOR. -Ni un minuto más.

     D. LUIS. -Pues bien, ya que me concedéis estos momentos... quiero aprovecharlos para preguntaros...

     LEONOR. -Decid.

     D. LUIS. -¿Pero, me contestareis?

     LEONOR. -Sí... decid.

     D. LUIS. -¿Quién sois?

     LEONOR. -A todo... menos a eso.

     D. LUIS. -Pues bien: ya que no sois casada... ya que me lo habéis jurado... dadme una prueba de ello... una prueba que no me dejara duda alguna...

     LEONOR. -¿Cuál?

     D. LUIS. -Aceptar mi mano.

     LEONOR. -¡Ah! don Luis, aunque quisiera... no podría...

     D. LUIS. -¡Cómo!... ¿pues qué obstáculos nos separan?... ¡hablad!... vuestra cuna...

     LEONOR. -Es igual a la vuestra.

     D. LUIS. -¿Serán tal vez los bienes de fortuna?... ¡no importa!... ¡el amor lo suple todo!

     LEONOR. -Tampoco es eso. Soy rica... muy rica...

     D. LUIS. -¡Pues entonces! ¿qué misterio es éste? ¿No me lo descubriréis?

     LEONOR. -¡Jamás!

     D. LUIS. -¿Con que nada debo, esperar de vos?

     LEONOR. -¡Sí... una amistad pura y eterna!

     D. LUIS. -¿Y podré gozar de esa amistad a vuestro lado?

     LEONOR. -¡Ah! no.

     D. LUIS. -¿No, decís? ¡Vos no sabéis cómo suena esa palabra en mi corazón! ¡Vos no sabéis que os amo!... ¡que os amo con delirio!...

     LEONOR. -¡Callad, callad, por Dios!

     D. LUIS. -¡No... ya no me es posible! Yo necesito leer en vuestro corazón... en él está escrita mi vida o mi muerte...

     LEONOR. -¡Por Dios!... ¡si alguien nos ve! (Queriéndose ir.) Venid... entremos en el salón...

     D. LUIS. -No: decidme antes... decidme si me amáis...

     LEONOR. -¡Qué me pedís!...

     D. LUIS. -Decídmelo...

     LEONOR. -¡Don Luis!... (Óyese el reloj de uno de los salones laterales que da las doce.) ¡Ay Dios qué oigo!... (Mirando el reloj que está enfrente.) ¿Cómo va este reloj?... ¡Son las doce!

     D. LUIS. -No... no lo creáis... no son todavía...

     LEONOR. -¡Callad!... (Suenan las doce en el reloj del otro salón. Doña Leonor se pone a contar.)

     D. LUIS. -No puede ser...

     LEONOR. -(Contando las campanadas.) ¡Chist!...

     D. LUIS. -No hagáis caso... dejad... aún tenéis tiempo...

     LEONOR. -(Acabando de contar.) ¡Ah, las doce!... ¡Estoy perdida... yo me muero, Dios mío! (Recorriendo el teatro.) ¡Y mi compañera, dónde está!

     D. LUIS. -(Con timidez.) Perdóname, pero se ha marchado.

     LEONOR. -¡Se ha marchado sin aguardarme! ¡Y cómo!

     D. LUIS. -Perdonadme otra vez: la culpa es mía; yo la hice marchar por medio de un engaño...

     LEONOR. -(Con timidez.) ¡Ah, vos me habéis perdido!

     D. LUIS. -¡Cielos, qué he hecho!

     LEONOR. -¡Perderme, atraer sobre mí la maldición de Dios y de los hombres!

     D. LUIS. -Dejadme reparar mi falta...

     LEONOR. -¡Imposible!

     D. LUIS. -Yo os acompañaré.

     LEONOR. -(Yéndose.) ¡No! ¡Yo debo irme sola!

     D. LUIS. -(Deteniéndola.) ¡Un momento más!

     LEONOR. -¡Dejadme, o me caigo muerta aquí mismo!

     D. LUIS. -Pues bien, os seguiré...

     LEONOR. -¡No! (Con dignidad.) ¡Yo os lo prohíbo! (Dirígese a la puerta: al llegar a ella le prohíbe que la siga. Don Luis se detiene. Ella se pone la máscara y desaparece.)

     D. LUIS. -(Después de un momento de duda.) ¡Ah, no puedo! ¡Venga lo que viniere, yo la sigo! (Vase por la misma puerta. Cae el telón.)



ArribaAbajo

Acto II

     Un comedor en casa del Conde de Orgaz. Puerta al fondo. -A la derecha del espectador una ventana que da a la calle. -Dos puertas a la izquierda y una a la derecha. -Armarios, alacenas, etc. -La mesa está puesta.



Escena I

CATALINA, sola.

     Pues ya ha dado la una: mucho tarda el señor Conde... porque aunque su costumbre es venir a acostarse al amanecer, haciendo del día noche, y de la noche día... hoy que se le ha antojado convidar a cenar a sus amigos, por ser último día de carnestolendas... debía venir más temprano. En fin, vayan las duras por las maduras... tampoco hay mejor cucaña que ser ama de llaves de un señorito soltero, rico, que no para en su casa sino el rato que duerme. ¡Pero también a veces tiene unos caprichos!... Ocurrírsele esta misma tarde la idea de la dichosa cena... hoy precisamente que había yo convidado al señor Gil Pérez, el portero de las Descalzas reales... ¡y que íbamos a cenar aquí los dos solitos como dos cachorros!... y como yo no he tenido tiempo de avisarle, vendrá con la puntualidad que acostumbra. ¡Válgame la virgen del Carmen! -¡Mejor me iba en vida del tío del señor Conde, que como era viejo no tenía esas francachelas, y el bueno de Gil Pérez se pasaba aquí conmigo las horas muertas! Y digo, mi sobrina Inesilla que llegará mañana de Zaragoza... como que aquí tengo ya su baúl, que me ha enviado por delante... voy a tener que estar hecha una esclava... sin perderla de vista un minuto... porque si me descuido con mi amo y sus amigotes... ¡y la Inesilla que es como una plata!... -¡Válgame Dios!, si se le antojara siquiera a este Gil Pérez venir antes que empiecen a llegar esos señores... veríamos de arreglarnos... (Abriendo la ventana.) No parece un alma... ¡Pero calle! sí... allí diviso un bulto... en la acera de enfrente... viene hacia aquí... se ha parado... ¡Jesús me valga!... Parece una fantasma... y extiende los brazos hacia mí... ¡Ay qué miedo!... (Cerrando la ventana.) ¡Virgen santa! ¡Éste sin duda es un aviso del cielo!... porque voy a cenar de carne, siendo ya miércoles de ceniza... ¡y como el portero de un convento!... ¡Perdonadme, señor!... ¡mea culpa, mea culpa! (Llaman.) ¡Llaman! ¡Loado sea Dios!... Será Gil Pérez... o mi amo... sea cualquiera, que ya me da miedo estar sola. (Abre la puerta del fondo, y retrocede dando un grito, al ver aparecer un bulto negro.)



Escena II

DOÑA LEONOR con manto y máscara negros, CATALINA.

     CATALINA. -(Temblando y arrodillándose.) ¡Ay santos del cielo!... ¡ángel de la guarda!... ¡San Pedro y San Pablo... libéranos a malo... vade retro, Satanás!

     LEONOR. -(Quitándose la máscara.) ¡Señora, no os asustéis; soy una pobre mujer que tiene mas miedo que vos!...

     CATALINA. -¡Una mujer!... ¿de veras? ¿Y de dónde salís?... ¿qué queréis?

     LEONOR. -Salgo del baile... de un baile de máscara... ya lo veis... y por un accidente... muy largo de contar... me encuentro a estas horas... sin poder entrar en mi casa, donde no me esperan tampoco... porque ignoran que yo he ido al baile... y me veo sola, a media noche, en mitad de la calle... muerta de miedo... y de frío... ¡está nevando tanto!... todas las puertas están cerradas... todo el mundo duerme... yo no he visto más luz que la de este balcón, que se abrió cuando yo pasaba... y así que vi una mujer... así que os vi... cobré ánimos, llame... y ahora pongo mi suerte en vuestras manos.

     CATALINA. -¡Cosa más rara!... ¡cosa más rara! En fin, yo soy buena cristiana, y nada me gusta tanto como hacer una obra de caridad... como no me traiga perjuicio, ni me cueste un maravedí.

     LEONOR. -(Con viveza.) Al contrario... al contrario... mira... tomad este bolsillo...

     CATALINA. -Un bolsillo...

     LEONOR. -Tiene veinte escudos de oro...

     CATALINA. -Es verdad... si yo nunca puse en duda vuestras sanas intenciones... Pero en fin, ¿qué es lo que queréis?

     LEONOR. -Que me deis asilo... por algunas lloras no más... hasta que amanezca... entonces yo veré... procuraré...

     CATALINA. -¡Ya! pero recibir así... a estas horas... sin conocer...

     LEONOR. -¡Dios mío! ¡qué haría yo para tranquilizaros... para convenceros... ¡Ah! este anillo de diamantes... tomadlo, yo os lo regalo en muestras de agradecimiento: guardadlo para memoria del favor que me vais a hacer... porque ya lo veo... cedéis a mis ruegos... no desconfiáis de mí... me creéis... ¿no es cierto?

     CATALINA. -¡Cómo no he de creer! me dais unas pruebas de ser persona principal, ¡qué... vamos! yo haré que mi amo...

     LEONOR. -¿Tenéis amo?

     CATALINA. -Un joven de veinte y cinco años...

     LEONOR. -¡Virgen santa!... pues es preciso que no me vea... ocultadme por ahí... en vuestro cuarto...

     CATALINA. -Bien... (Señalando la puerta de la derecha.) Aquel es.

     LEONOR. -¡Y que nadie entre en él!

     CATALINA. -¡Eso es más difícil!... Mi amo debe llegar en breve con unos cuantos amigos que ha convidado a cenar...

     LEONOR. -¡Cielos!

     CATALINA. -Gente alegre y desasosegada... que invade toda la casa... y no tardarían en descubrir a una joven tan linda como vos.

     LEONOR. -Entonces... no puedo quedarme... me voy... (Dirígese a la puerta, y se detiene oyendo ruido en la calle.) ¿Qué es eso?

     CATALINA. -(Asomándose a la ventana.) Una ronda... y llevan presa una mujer.

     LEONOR. -¡Una mujer!... ¿por qué?

     CATALINA. -¡Quién sabe!... la habrán hallado por ahí a estas horas...

     LEONOR. -¡Santo Dios!... ¡y si me encuentra a mí una ronda!... ¡Ah!, me quedo... me quedo. Pero si no hay medio de evitar que vuestro amo y sus amigos me vean... ¿no podríamos, a lo menos, ocultarles mi situación?... Este traje va a despertar su curiosidad... me van a hacer mil preguntas...

     CATALINA. -¡Ah qué pensamiento!... ya está todo arreglado. Yo tengo una sobrina llamada Inesilla, aragonesa, que llegará mañana a servir en esta casa. Su baúl está en mi cuarto... con que, si queréis...

     LEONOR. -¡Ah! sí... al instante...

     CATALINA. -Si os ponéis uno de sus vestidos, pasaréis por Inesilla, y no repararán en vos... (Llaman.)

     LEONOR. -¡Han llamado!... ¡Silencio por Dios!... que nadie sepa nada... y veréis cómo sé agradecer...

     CATALINA. -(Metiéndola en su cuarto.) No tengáis cuidado... seré muda... ¡Entrad, y que la Virgen del Pilar os ayude! (Éntrase doña LEONOR. --Abre Catalina.)



Escena III

CATALINA, GIL PÉREZ.

     CATALINA. -¡Ay, señor Gil Pérez de mi alma!...

     GIL PÉREZ. -¡Ay, señora Catalina de mi vida!.. ¿he tardado un poco, no es verdad, querubín mío?... pero es porque he tenido que aguardar, para cerrar la puerta del convento, a que se retirasen las madres del coro... y dejar luego que pasase un ratito para que estuviesen ya recogidas, y no sintiesen el ruido de la puerta...

     CATALINA. -Pues todo nuestro plan se lo ha llevado pateta: ¡tenéis que volveros, serafín mío!

     GIL PÉREZ. -¿Y por qué?

     CATALINA. -Porque el señor Conde debe llegar de un momento a otro con varios amigos que ha convidado a cenar.

     GIL PÉREZ. -¡Vaya, y por qué no pasarán la noche en el baile!...Pues lléveme el diablo. -¡Dios me perdone! -Si tengo yo ahora gana de volverme al convento.

     CATALINA. -¡Ay señor Gil Pérez!... ¡me vais a comprometer!...

     GIL PÉREZ. -¡No, Catalina mía... no! -¡Pero mirad... hace un frío... y un apetito!... y cuando uno ha hecho ánimo de cenar... así... mano a mano, y al amor de la lumbre, con su palomita querida... ¡es tribulación el tener que renunciar a una bienaventuranza!

     CATALINA. -Pues es preciso... porque, ¿cómo salvamos el hallaros aquí... a estas horas?

     GIL PÉREZ. -Ya se nos ocurrirá alguna mentirilla.

     CATALINA. -¡Un pecado!

     GIL PÉREZ. -¡Es venial! -Decidle al señor Conde que me habéis hecho venir para ayudaros a disponer la cena que quiere dar a sus amigos.

     CATALINA. -¡Es verdad! y como vos tenéis habilidad...

     GIL PÉREZ. -Ya sabéis... Como que antes de ser portero de las madres, fui cocinero del señor arzobispo.

     CATALINA. -¡Del señor arzobispo!...

     GIL PÉREZ. -¡Mucho!... Yo siempre he tirado por la iglesia... es lo mejor... así se goza de esta vida... y de la otra.

     CATALINA. -¡Yo lo creo! ¿Y el convento de las Descalzas Reales donde estáis ahora?...

     GIL PÉREZ. -¡Oh, ese es el paraíso terrenal!... Yo soy a un tiempo portero y mayordomo... ¡el tu autem de las madres! Dios me conserve un año más en esa santa casa, y entonces veréis cómo me retiro... al mundo... con algunos escudos, que ofreceré con mi blanca mano a la señora Catalina.

     CATALINA. -La cual, por su parte, tampoco se descuida en hacer sus ahorros...

     GIL PÉREZ. -¡Ya, ya!... no habréis dejado de hacerlos en vida del señor Conde, tío del actual...

     CATALINA. -¡Qué! si era tan avaro...

     GIL PÉREZ. -Menos para su ama de llaves...

     CATALINA. -Y para el señor Gil Pérez, cuando le traía los escapularios...

     GIL PÉREZ. -¡Y ahora, con el sobrino, os debe ir todavía mejor... es tan disipador!...

     CATALINA. -¡Qué! si se lo gasta todo con sus amigos...

     GIL PÉREZ. -Pero a río revuelto...

     CATALINA. -Verdad es que algunos gajes suelen caer... (Mirando hacia su cuarto) verbi gracia, esta noche...

     GIL PÉREZ. -¿Qué?... ¿qué?

     CATALINA. -Nada, nada... he ofrecido guardar secreto por hoy; pero mañana os contaré lo que me ha pasado... y os enseñaré unos regalitos...

     GIL PÉREZ. -Eso, eso... no debéis tener secretos para vuestro futuro esposo. -¡Ea! voy a bajar a la cocina, y a cuidar de que la cena sea digna de un arzobispo... Y así que ellos hayan cenado, subiré allí a vuestro cuarto con un buen par de platos, de los mejores, que ya tendré yo cuidado de apartar... ¡y pasaremos un rato en amor y compaña!...

     CATALINA. -¡Qué me place! -¿Pero y si a alguno se le antoja entrar en mi cuarto?

     GIL PÉREZ. -- Así que se levanten de la mesa, echad la llave y quitadla.

     CATALINA. -¿Y entonces vos?...

     GIL PÉREZ. -¿Yo?... tengo aquí otra sin que vos lo supierais...

     CATALINA. -¡Es posible!.... ¡otra llave de mi cuarto!... ¿y cómo?...

     GIL PÉREZ. -Es la que tenía el tío del señor Conde... ya os acordáis... yo la he heredado, señora Catalina

     CATALINA. -¡Ay, señor Gil Pérez!... ¡qué picarillo!

     GIL PÉREZ. -Voy, voy a la cocina... que llaman. (Llaman a la puerta del foro. Gil Pérez se va por la izquierda. Catalina abre.)



Escena IV

CATALINA, EL CONDE, varios CABALLEROS. (Han subido y entran con gran algazara y
estrépito.)

     CONDE. -Adelante, caballeros; y cada cual tome posesión de mi casa, como de país conquistado. Aquí no hay madres, ni padres, ni abuelos, ni nadie a quien se turbe el sueño.

     CABALLERO 1.º -¡Mejor!... ¡ancha Castilla!

     CABALLERO 2.º -Cenemos y bebamos hasta que amanezca...

     CABALLERO 3.º -Y entonces iremos todos a tomar la ceniza...

     CONDE. -¡Me gusta! ¡cobremos ánimos con el vino, para recibir la noticia de que somos polvo y en polvo nos hemos de convertir!

     TODOS. -(Riendo.) ¡Ah, ah, ah! ¡Tiene razón... tiene razón!...

     CATALINA. -(Ap.) ¡Qué algazara, Dios mío!

     CONDE. -(Hablando aparte con uno de los CABALLEROS.) Pues de aquel lance que te venía contando salimos perfectamente... El Marqués de Ponte Riveiro encontró a su mujer en la cama, como la había dejado... No tardará en venir por acá el buen portugués... le he convidado. -Vamos, Catalina, ¿cenamos pronto? -Caballeros, ¿falta alguno?

     CABALLEROS 1.º y 2.º -Sí, sí... don Luis de Mendoza.

     CONDE. -Es verdad... pero a ése no hay que esperarle... está medio loco... (Catalina ha entrado en su habitación.) ¡Vamos, Catalina! ¡Catalina!.... ¿dónde se ha ido? (Dirígese a la habitación de ésta, llega a la puerta, y retrocede admirado al ver aparecer a doña Leonor, que sale con timidez, empujándola Catalina.)



Escena V

DICHOS, CATALINA, DOÑA LEONOR.

(Doña Leonor está vestida de aldeana aragonesa.)

     CONDE. -¡Qué veo! ¡qué linda muchacha!

     TODOS. -¿Quién es?

     CATALINA. -Es mi sobrina... servidora vuestra. (Al Conde) la sobrina que esperaba de Zaragoza.

     CONDE. -¡Qué hermosa es!

     CABALLERO 1.º -¡Qué rostro!

     CABALLERO 2.º -¡Qué talle!

     CABALLERO 3.º -¡Qué ojos!

     CATALINA. -Es lisonja vuestra... ¡Vamos, niña, responde a estos señores!

     LEONOR. -(Haciendo reverencia.) Es lisonja vuestra... (Aparte a Catalina.) ¡Qué miedo tengo!

     CATALINA. -(Aparte a doña Leonor.) ¡Ánimo!

     CONDE. -¿Cómo es su nombre?

     CATALINA. -Inesilla.

     Conde, ¿Inesilla?

     LEONOR. -Sí señor.

     CONDE. -¿Y de dónde venís?

     LEONOR. -De Zaragoza.

     CONDE. -¿Y qué sabéis hacer?

     LEONOR. -Nada, señor.

     CONDE. -No importa: quedaos en casa, que aquí iréis aprendiendo...

     LEONOR. -Me hacéis mucha merced...

     CONDE. -Y mayores os haré, si vuestra condición es tan afable como hermoso vuestro rostro... (Acercándose a ella.)

     Leonor (Retirándose.) Yo procuraré agradaros, cumpliendo mi obligación.

     CONDE. -(Queriendo tomarle la mano.) Y no siendo huraña ni esquiva...

     CATALINA. -(Poniéndose en medio.) Vamos niña... basta de charla... Dejadla señor, que ayude a poner la cena...

     CONDE. -Es verdad... traed Málaga y Jerez.

     CATALINA. -(Tornando del brazo a doña Leonor.) Al momento. -Vanlos a la bodega.

     LEONOR. -(Medrosa.) ¡A la bodega!...

     CONDE. -¿Tenéis miedo? yo os acompañaré...

     CABALLERO 1.º -Y si no, aquí estoy yo...

     CABALLEROS 2.º y 3.º -Cualquiera de nosotros...

     CATALINA. -No hay necesidad... conmigo no puede sucederle nada. (Llévasela por la segunda puerta de la izquierda.)



Escena VI

EL CONDE. -LOS CABALLEROS. Luego DON LUIS.

     CONDE. -¿Qué tal? ¡sabéis que es un serafín la aragonesilla!... y no es poca fortuna para ella haber dado con una casa como la mía... casa de un hombre solo... donde hay tanta tranquilidad, tanto orden... (Mirándolos.) a excepción de esta noche... (Viendo entrar a don Luis.) ¡Oh, aquí le tenemos!... (Todos salen a su encuentro.) ¡Llega, llega! ¡Te estaba esperando con impaciencia!

     D. LUIS. -Buenas noches, caballeros. -Yo también deseaba verte. (Hablan aparte mientras los CABALLEROS juegan a las damas, hablan y ríen en varios corros.)

     CONDE. -¡Qué tal!... ¡todo ha salido a pedir de boca!... ¿Pero cómo diablos te has compuesto para llegar a su casa con esa velocidad?... Yo creí que todo se lo llevaba la trampa... porque el Marqués, viendo que mi cochero no acertaba con el camino, ¿qué hace?... se sube al pescante, y en un credo nos planta a la puerta de su casa.

     D. LUIS. -Nada importaba...

     CONDE. -¡Ya! pero cómo has hecho para que la Marquesa llegase antes que él... porque me dijo que se la había encontrado en la cama durmiendo a pierna suelta...

     D. LUIS. -Si no hay tal...

     CONDE. -¡Ya! se haría la dormida...

     D. LUIS. -¡Dale! si no es eso. -La dama que viste no es la Marquesa da Ponte Riveiro... y la prueba de ello es que estuvo conmigo en el baile hasta que oyendo dar las doce echó a correr...

     CONDE. -Don Luis, busca quien te escuche.

     Don Luis. ¡Y por señas que la hemos hecho buena!... ¡tu maniobra del reloj fue una diablura! la hemos perdido, la hemos deshonrado... ¡si hubieras visto su desesperación!...

     CONDE. -Cuando acabes tu novela...

     D. LUIS. -No hay novela que valga: es la para verdad. -Yo eché a correr detrás de ella, la alcancé al salir de las puertas de palacio, y como me empeñaba en detenerla, hizo tales esfuerzos para desasirse, que dejó caer al suelo uno de sus brazaletes... yo me bajé a recogerlo, y entonces ella se me escapó, se desvaneció como una sombra... y no pude ya alcanzarla, ni ver qué camino había tomado.

     CONDE. -Mira, don Luis: si te has propuesto engañarme como a un chiquillo de escuela...

     D. LUIS. -¡Te digo que no! -Mira, mira el brazalete... ¿lo ves? (Enséñaselo.)

     CONDE. -(Examinándolo.) ¡Cáspita! ¡Qué riqueza! Verdad es que no se los he visto nunca a la Marquesa... pero joya de tanto valor debe pertenecer a alguna principal señora... -¡Calla, calla!... aquí está el galanteador don Juan Pacheco, que asiste al tocado de todas las damas de Madrid, y está en todos sus perfiles... a ver si le sonsacas... (Al CABALLERO primero.) Don Juan, palabra.

     CABALLERO 1.º -¿Qué mandáis?

     CONDE. -(Separándose.) Aquí don Luis...

     D. LUIS. -(Llevándolo aparte.) Don Juan: para una intriga de baile, quisiera que me averiguarais cierta cosa...

     CABALLERO 1.º -¡Oh, decid, decid!: ¡esa es mi comidilla!

     D. LUIS. -¡Bajo palabra de secreto!...

     CABALLERO 1.º -Se entiende.

     D. LUIS. -Pues bien sabréis decirme a qué dama de la corte pertenece este brazalete?

     CABALLERO 1.º -(Examinándolo.) ¡Oh lo conozco, lo conozco! Delante estaba yo cuando se lo llevó el joyista...

     D. LUIS. -¿A quién?

     CABALLERO 1.º -A la reina.

     D. LUIS. -(Ap.) ¡Cielos!

     CONDE. -(Llegándose a ellos.) ¿Y qué... qué hay?

     D. LUIS. -(Aparte al CABALLERO primero.) ¡Silencio! -Nada, que no lo conoce... (Ap.) ¡La reina!... ¡eh!, ¡imposible!... ¡qué locura! (Vuélvese y ve a doña Leonor que sale por la puerta izquierda, trayendo una cesta con botellas y otros objetos. Da un grito y queda inmóvil de sorpresa.) ¡Ah, estoy soñando!

     LEONOR. -(Viéndole.) ¡Él es!



Escena VII

DICHOS, DOÑA LEONOR, CATALINA.

(Catalina toma la cesta de manos de doña Leonor, y ambas se dirigen a la mesa y arreglan los cubiertos.)

     CONDE. -(A don Luis.) ¿Qué es eso?... ¿qué tienes?... ¡te has quedado parado mirando a mi nueva criada!... ¿es bonita, no es verdad?

     D. LUIS. -¡Cómo! ¿esa es criada tuya?

     CONDE. -Sí, una aragonesa... sobrina de Catalina mí ama de llaves.

     D. LUIS. -¿Y... y tú la conoces?

     CONDE. -¡Por supuesto!... ¿Por qué te vas quedado estático?

     D. LUIS. -Porque... porque... Dime: tú que conoces bien a la reina... porque yo nunca la he visto más que de paso... pero tú que la ves con frecuencia... ¿no te parece que esa muchacha se da mucho aire a la reina?

     CONDE. -¡Como un huevo a una castaña... qué disparate!

     D. LUIS. -¿Estás seguro de ello?

     CONDE. -¡Pues no he de estarlo! y ¿a qué viene esa pregunta?...

     D. LUIS. -Nada... porque... porque... (Ap.) ¡Vamos, yo me vuelvo loco!... (La mira sin atreverse a acercarse a ella.)

     CONDE. -Pues señor, parece que el Marqués da Ponte Riveiro no viene. (Aparte a don Luis.) Estará haciendo las paces con su mujer, o acaso habrá ido a suspirar a la reja de su bailarina.

     D. LUIS. -(Sin quitar los ojos de doña Leonor.) ¿Sí?...

     CONDE. -¡Oh, es lo más galanteador!... Pero dejémoslo suspirar y cenemos nosotros: a la mesa, señores. (Catalina y doña Leonor han traído la mesa al medio: todos se sientan. Doña Leonor con una servilleta y un plato en la mano, sirve a TODOS. --Los lacayos cubren la mesa. -Don Luis, inmóvil, ni come ni bebe, y permanece con el tenedor en la mano, sin quitar los ojos de doña Leonor, que aparenta no conocerlo.) Un trago de Jerez para hacer boca... (Doña Leonor echa de beber o don Luis, el cual con su mano trémula hace sonar el vaso contra la botella.) ¡Ah caballeros, ante todas cosas brindemos porque la suerte proteja en sus amores a nuestro amigo don Luis de Mendoza!...

     TODOS. -¡Hola, hola!

     CONDE. -¡Y bien lo necesita!... ¡Señores, es el amante más desgraciado!... ¡Ahora está preso en los brazos de una beldad desconocida, de una ninfa fugitiva que le hace pasar la pena negra!...

     D. LUIS. -¡Por Dios, Conde!...

     CONDE. -Tú le has ofrecido ser reservado... pero no temas, que aquí todos somos discretos. ¿Podréis creer, caballeros, que por ella ha tenido valor de rehusar la boda más ventajosa de España?...-Inesilla, un plato. -Una dote crecidísima... ¡que a mí me hubiera venido de perlas!

     D. LUIS. -Pes te la cedo.

     CONDE. -Lo admito...: todos sois testigos... y por ese precio, te cedo yo también esa belleza fantástica... esa hija del aire... ¡esa sílfide!

     D. LUIS. -Basta, Conde, basta.

     CONDE. -Hombre, no tengas miedo... ahora no nos oye.

     D. LUIS. -¡Quién sabe!... ¿No te he dicho que en todas partes la veo, la encuentro a mi lado?... que es mi numen protector, mi ángel tutelar... y que visible o invisible, siempre está presente aquí... ante mis ojos y en mi corazón.

     LEONOR. -(Conmovida, deja caer el plato, que se rompe.) ¡Dios mío!

     CONDE. -¡Pues me gusta!... La aragonesita da buena cuenta de mi vajilla.

     CATALINA. -(Yendo hacia ella.) ¡Torpe!

     CONDE. -¡Eh! No la riñáis.

     LEONOR. -¡No os enfadéis, tía!... yo lo pagaré de mis salarios.

     CATALINA. -¡Lo merecías!

     CONDE. -Es verdad; pero por esta vez la perdono, con tal que en pago del plato, nos cante una canción de su tierra.

     TODOS. -¡Eso, eso... un cantar aragonés!

     CATALINA. -(Aparte a doña Leonor.) No os hagáis de rogar...

     LEONOR. -¡Pero si yo no sé!...

     CONDE. -Vamos, Inesilla...

     D. LUIS. -¡Inesilla!...

     CATALINA. -(Aparte a doña Leonor.) Cualquier cosa...

     LEONOR. -(Ap.) ¡Dios mío, qué apuro!...

     CONDE. -Silencio... silencio.

     LEONOR. -(Canta.)

                                    «Han sonado tres palmadas,
Es cerca de anochecer,
Y tan deprisa te pones
¡El manto y el guardapiés!
     ¿Adónde vas, niña?
     -Madre, no me riña,
     Que voy a rezar
A la virgen del Pilar.»

     TODOS. -(Aplauden.) ¡Bien, muy bien!...

     D. LUIS. -(Ap.) ¡Qué voz tan hermosa!

     LEONOR. -(Canta.)

                                   «¿Cómo vuelves tan turbada
Y perdida la color, Y ya son más de las nueve
Y saliste a la oración?
    Respóndeme, niña.
    -Madre, no me riña:
    Vengo de rezar
A la virgen del Pilar.»

     TODOS. -(Aplauden.) ¡Bien, muy bien!...

     D. LUIS. -(Ap.) ¡Yo no estoy en mí!

     CONDE. -(Levantándose.) Ea, caballeros, a la otra sala... a jugar. (Todos se levantan.) Catalina, mirad si han encendido. (Vase CATALINA. -Los criados retiran al fondo la mesa, y se van. El Conde, al ver que Catalina se ha ido, se acerca a doña Leonor.) Hermosa Inesilla...

     LEONOR. -Apartaos, señor. (Todos la rodean.)

     CABALLERO 1.º -¡A todos ha prendado tu gracia!

     CABALLEROS 2.º y 3.º -¡A todos!...

     LEONOR. -¡Dejadme, señores!

     D. LUIS. -(Aparte a un extremo del teatro.) ¡Cómo se hallará aquí!... ¡No puede ser ella!

     CONDE. -Vamos; has de dar un abrazo al que más te guste...

     TODOS. -Sí, sí... que elija.

     LEONOR. -A ninguno... ¡Ah! Dejadme, va a llegar mi tía...

     CONDE. -No hay remedio... ¡vamos! no seas esquiva...

     D. LUIS. -¡Oh, no es ella... imposible!

     LEONOR. -¡Dejadme!

     TODOS. -(Estrechándola.) ¡Un abrazo!...

     LEONOR. -(Da un grito, se escapa y va a echarse en brazos de don Luis.) ¡Ah defendedme!

     D. LUIS. -(Ap. con gozo.) ¡Ella es! (Catalina sale y se dirige a ella con severidad.)

     CATALINA. -¡Niña! ¡niña!... ¿qué es esto?

     CONDE. -(Ap. a los CABALLEROS.) ¡Maldita tía!

     CATALINA. -Señores, todo está dispuesto.

     CONDE. -Vamos, vamos a jugar. (Éntranse todos.)

     CATALINA. -(A doña Leonor.) Ya se han ido... no tengáis miedo... voy a la cocina y vuelvo pronto. (Vase. Don Luis, que se ha entrado el último, sale corriendo y se dirige a doña Leonor, que está arreglando la mesa.)



Escena VIII

DON LUIS, DOÑA LEONOR.

     D. LUIS. -(Con timidez.) Señora...

     LEONOR. -¿Qué mandáis, caballero? ¿queréis Málaga o Jerez? (Ofreciéndole una copa.)

     D. LUIS. -(Confuso.) ¡Vamos, no es posible!

     LEONOR. -Y si su merced quiere que le sirva alguna otra cosa, no tiene mas que decirlo...

     D. LUIS. -¡Cómo! ¿de veras sois?...

     LEONOR. -Inesilla, la aragonesa... sobrina de la señora Catalina...

     D. LUIS. -¡Ah, por Dios!.... no finjáis conmigo... mirad que os he reconocido.

     LEONOR. -¿A mí, señor caballero?

     D. LUIS. -Cuando hace un momento, por libraros de esos importunos, os echasteis en mis brazos...

     LEONOR. -¡Toma! fue porque vos me parecisteis el más juicioso... perdonad si me equivoqué.

     D. LUIS. -¡Ah, no, no! ¡pero confieso que estoy para volverme loco! Por Dios, Inesilla, si eres tú... (Con respeto.) ¡Señora, si sois vos, es una crueldad que os burléis así de mis tormentos!

     LEONOR. -¡Yo! ¡Válgame la virgen del Pilar!... ¡burlarme de tan gentil caballero!

     D. LUIS. -(Acercándose a ella.) ¡Pues bien; si no eres ella, la semejanza es tanta, tan perfecta... que yo siento a tu lado... lo mismo que sentía al suyo! ¡mi corazón palpita... mis ojos se anublan... yo te amo!

     LEONOR. -(Retrocediendo.) ¡Ay, ay, ay, esas tenemos!... ¡y yo que os creía tan juicioso!... ¡mirad que me vuelvo atrás de lo dicho!

     D. LUIS. -¡Y harás bien! ¡Soy un loco, soy un insensato que merece tu compasión! Ven conmigo... (Tómale la mano, que ella quiere retirar.) ¡Ah, nada temas!... yo te respetaré, pero te tendré siempre a mi lado... creeré que tú eres ella... y te diré... -porque contigo me hallo menos tímido. -¡Te diré lo que no me atrevería a decirla a ella... que la amo... que me muero de amor... que ella es mi alma... mi vida! (Quiere abrazarla y ella se resiste.) No tengas miedo... esto no es contigo... es con ella...

     LEONOR. -¡No importa! ¿cómo queréis que yo distinga?...

     D. LUIS. -¡Pero habrá ejemplo en el mundo de aventura semejante!... ¡yo que creía que sólo ella podía tener aquellos ojos, aquella mirada que ahora encuentro en ti! (Las miradas de ambos se encuentran.) ¡Ah, sois vos, sois vos, señora!... ¡por más que hagáis, ya no podéis engañarme! Porque, a pesar mío, veo que se apodera de mí aquella timidez... aquel respeto... ya lo veis... estoy temblando. ¡Ah! ¿por qué desconfiáis de un corazón que es todo vuestro? (Llaman a la puerta.) ¿Quién vendrá a estas horas? ¿quién será el importuno?...

     MARQUÉS. -(Dentro.) Ha de casa!

     D. LUIS. -No tengáis miedo, abrid, es un amigo, el Marqués da Ponte Riveiro...

     LEONOR. -(Aterrada.) ¡Dios mío el Marqués!

     D. LUIS. -¿Por qué os asusta?...

     LEONOR. -¡No abráis: no abráis!

     D. LUIS. -¿Con que sois vos? ¿Señora... sois vos?

     LEONOR. -¡Ay, Dios mío, Dios mío! ¿qué haré? ¡Qué va a ser de mí!

     D. LUIS. -¿No estoy yo aquí para protegeros?

     LEONOR. -¡Ah! si llega a verme... ¡si llega a verme, soy perdida!

     D. LUIS. -¡No os verá, lo juro! Saldremos de esta casa sin que os vea: ¿pero tendréis confianza en mí?

     LEONOR. -¡Sí, sí!

     D. LUIS. -¿Y sabré quién sois?

     LEONOR. -¡Sí, sí!

     D. LUIS. -¿Me lo diréis todo?

     LEONOR. -¡Sí, sí, sí!

     D. LUIS. -Pues bien, entrad ahí... en ese cuarto... (Señalando al de Catalina) yo guardaré la puerta: sólo matándome lograrán penetrar en él... (Llama con más fuerza: doña Leonor va a entrarse: pero don Luis lo detiene por la mano.) ¿No olvidaréis vuestra promesa?

     LEONOR. -¡No, no, no!

     D. LUIS. -Esperadme ahí. Así que el Marqués entre en la sala, vendré a buscaros; y embozada en mi capa saldréis sin riesgo.

     LEONOR. -(Cerrando con presteza la puerta.) ¡Qué vienen! (El Marqués sigue llamando con fuerza.)



Escena IX

EL CONDE, que sale del salón. DON LUIS. Luego EL MARQUÉS.

     CONDE. -¡Qué golpes son ésos! ¿No hay nadie en esta casa?... ¡Catalina! ¡Inesilla! ¡dónde anda la gente!

     D. LUIS. -¡Yo no sé! Inesilla estaba aquí hace poco... ha bajado...

     CONDE. -¡Pues, a la cocina! ¿Y quién es el que llama? (Va a abrir la puerta del fondo. Entrando don Luis se acerca a del cuarto de Catalina, echa la llave, la quita y se la guarda.)

     D. LUIS. -(Aparte.) Ya la tengo encerrada.

     CONDE. -(Abriendo.) ¡Oh, Marqués, a buena hora venís!

     MARQUÉS. -Nao pude antes. (Viendo a don Luis.) Ah... ya topé con don Luis!

     CONDE. -Pero no debéis guardarle rencor, puesto que estáis ya seguro de la fidelidad de la Marquesa.

     MARQUÉS. -Isu es verdad, grasas a vos, meu amigu, que me disteis ayuda. -Mais con todo... ista noche... ista noche tenia de ser cuitada para mí!

     CONDE. -¿Cómo es eso?

     MARQUÉS. -Cuando salí da miña casa, quise faser una visita a esta rapasa que me teñe perdidu... ya sabéis...

     CONDE. -¡Sí; estoy al cabo! La linda malagueña...

     MARQUÉS. -A mesma.

     CONDE. -Que baila en el teatro del Buen-Retiro...

     MARQUÉS. -Isa mesma.

     CONDE. -Y que, según pública fama, os tiene loco de amor.

     MARQUÉS. -Muitu... muitu! -Eh bien, meu amigu, nao la encontrei en casa! habia escapadu por toda á noche, sin darme avisu!

     CONDE. -¡Oh, es Una infamia! ¿y dónde habrá ido a pasar la noche?

     MARQUÉS. -Dónde?... Eu teñu idea que foe al baile... á máscara de palasio...

     D. LUIS. -(Aparte.) ¡Cielos!

     CONDE. -¡Puede ser!

     MARQUÉS. -Antonses teñu montado en cólera... é teñu feitu mil pedasus as cortinas, os espejos...

     CONDE. -Eso ha sido castigaros a vos mismo; porque mañana tendréis que volvérselo a comprar... a menos que esta noche os sople la fortuna en el juego, y os llevéis los escudos que están sonando ahí dentro.

     MARQUÉS. -Juegan? juegan?...

     CONDE. -¡Hace una hora!

     MARQUÉS. -Adentro voy. (Entrase.)

     CONDE. -(A DON LUIS.) También por ti preguntaban todos, don Luis.

     D. LUIS. -Ahora iba a entrar...

     CONDE. -¡Hombre, estás pálido y turbado! ¿Has tenido alguna nueva aparición?

     D. LUIS. -¡No, nada!... (Aparte.) ¡Si fuera esa bailarina! ¡Ah, sería una infamia! ¡los mataría a los dos!

     CONDE. -¿Ea, vienes?

     D. LUIS. -Dime antes una cosa. (Deteniéndole.)

     CONDE. -¿Qué te ocurre?

     D. LUIS. -Esa bailarina, de quien hablabais ahora... esa malagueña... ¿la conoces tú?

     CONDE. -¡Oh, mucho!... ¿y tú no?

     D. LUIS. -(Con empacho.) Yo te diré... no se te figura que se parece un poco a ésta muchacha aragonesa...

     CONDE. -¡¡A Inesilla!!

     D. LUIS. -Así... cierto aire...

     CONDE. -¡Hombre! ¿qué diablos de capricho te ha dado hoy de andar buscando semejanzas? Antes, que se parecía a la reina... ahora, a una bailarina... ¡Lo mismo que al Gran Turco! ¡ni remotamente!

     D. LUIS. -Tienes razón: no se parece a nadie... ¡mejor es así! (Aparte.) ¡Y yo sospecho de ella! ¡cuándo acaba de ofrecerme revelármelo todo! -Vamos, amigo mío, vamos adentro. (Con gozo.)

     CONDE. -¿Qué es esto? ¡tu estás loco!

    D. LUIS. -¡Sí! ¡loco, loco!

     CONDE. -¡Vamos! ven a acabar de desplumar al portugués. (Vase con él, llevándose la única luz que le quedaba.)



Escena X

GIL PÉREZ, solo.

(Viene de la cocina: trae una cesta con platos de vianda y botellas, y una luz.)

     Pues señor, vamos a hacer por la vida. Aquí traigo unas viandas que he podido sisar de la cena de los señores... y unas botellitas que pueden resucitar a un muerto... ¡Ay, qué cena vamos a tener!... con su poquito de murmuración... que es la comidilla de mi futura esposa. -Los señores, allá dentro jugando... ¡válgame San Pablo! ¡Qué corrupción! -Vamos a preparar la mesa, mientras viene mi pichona. (Llegando al cuarto de Catalina.) Vamos, ha cerrado la puerta, como yo le dije... pero aquí tengo la otra llave... (Buscándola en los bolsillos.) ¡Dónde la habré guardado! (Saca un manojo de llaves.) Éstas son las del convento. ¡Ah! aquí está. (Saca una llave del bolsillo, abre la puerta, y al ir a entrar aparécesele doña Leonor, cubierta con su manto negro y puesta la máscara.)



Escena XI

GIL PÉREZ, DOÑA LEONOR.

     LEONOR. -(Extendiendo hacia él los brazos y ahuecando la voz.) ¡Pecador! ¿adónde vas?

     GIL PÉREZ. -(Dejando caer la luz que se apaga.) ¡Ay, santo Dios! (Cae de rodillas.) ¡Perdonadme, señor, pequé! ¡mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa!

     LEONOR. -(Aparte.) ¡Aprovechemos la ocasión! ¡Dios mío, sacadme con bien! -¡Gil Pérez!

     GIL PÉREZ. -¡Sabe mi nombre!

     LEONOR. -¡Mal portero!

     GIL PÉREZ. -¡Me conoce!

     LEONOR. -¡Mayordomo sisón!

     GIL PÉREZ. -¡Me conoce!

     LEONOR. -¡De parte de Dios te mando que dejes al instante en el suelo esas santas llaves, que no mereces guardar, o cae sobre tu cabeza el eterno anatema!

     GIL PÉREZ. -¡Ahí están! ¡ahí están! (Echando las llaves en el suelo.) ¡Libera nos a malo!

     LEONOR. -¡Levántale! (Gil Pérez se levanta.) ¡Marcha! (Señalándole el cuarto de CATALINA. -Gil Pérez obedece.) ¡Entra! (Gil Pérez entra en el cuarto.) ¡Éste es el momento! (Recoge las llaves.) ¡Dios mío, alguien viene! (Ocúltase con presteza detrás de una de las hojas de la puerta, que la esconde a la vista de los espectadores.)



Escena XII

DOÑA LEONOR, oculta, CATALINA, que viene de la cocina con otra cesta de viandas.

     CATALINA. -¡Ya estará Gil Pérez impaciente! vamos allá. (Entra en su cuarto. Doña Leonor cierra la puerta y quita la llave.)

     LEONOR. -¡Dios sea loado! ¡todo ha salido bien! ¡Virgen santa, amparadme! (Vase por la puerta del foro.)



Escena XIII

DON LUIS sale silenciosamente del salón y se dirige a tientas hacia el cuarto de
CATALINA. -Poco antes que llegue, salen por el mismo sitio EL CONDE, EL MARQUÉS, y LOS CABALLEROS observándolo con mucho silencio.

     CONDE. -¡Chist!... ¡no hagáis ruido! ¡A ver qué le trae por aquí! (Don Luis saca la llave, abre la puerta del cuarto de Catalina y entra en él.)

     CABALLERO 1.º -¡Han abierto una puerta!

     CABALLERO 2.º -¡Es verdad!

     CONDE. -¡Silencio! (Don Luis saca de la mano a Catalina.).

     D. LUIS. -¡Venid, venid, señora... no, tengáis miedo!

     CATALINA. -(Aparte temblando.) ¿Qué es lo que me pasa?

     D. LUIS. -¡Seguidme, confiad en quien os ama tanto! (El Conde, que a las primeras palabras de don Luis ha entrado en el salón, sale en este momento con una luz.)

     D. LUIS. -(Retrocediendo.) ¡Gran Dios!

     TODOS. -¡Con Catalina!...

     D. LUIS. -¡Qué es esto! ¡ella debe estar aquí! (Vuelve a entrar.)

     CONDE. -¡Catalina! ¿dónde te llevaba?

     CATALINA. -(Temblando.) ¡Señor... yo no lo sé! (Don Luis sale sacando a Gil Pérez.)

     D. LUIS. -(Retrocediendo.) ¡Oh, qué es esto!

     TODOS. -¡Un hombre!...

     GIL PÉREZ. -(Asustado.) Miserere mei, Deus!

     TODOS. -¡Catalina! ¿qué hombre es ese?

     CATALINA. -(Azorada.) Gil Pérez, señor... un cocinero que venía a ayudarme...

     CONDE. -¿Aquí... es tu cuarto?

     D. LUIS. -¡Es esto magia! ¡es esto encanto!... ¡si estaba aquí encerrada!... ¡si yo tenía la llave!... (Vuelve a entrar precipitado.)

     CONDE. -¿Pero de quién habla? sepamos...

     D. LUIS. -(Sale desesperado.) ¡Se marchó! ¡se marchó! ¡no está aquí!... ¡Ah, me ha engañado!

     CONDE. -Pero, ¿quién?

     D. LUIS. -¡Quién ha de ser! ¡Ésa mujer misteriosa... ese espíritu invisible, que se está burlando de mi martirio!

     CONDE. -¿Tu desconocida?

     D. LUIS. -¡La misma... aquí la he visto!

     CONDE. -¿Estás en ti?...

     D. LUIS. -¡Te digo que la he visto!... hace un momento... ¡Es esa misma que nos ha servido a la mesa!

     CONDE. -¿Inesilla?... ¿la sobrina de Catalina?... (A Catalina.) ¿Qué dices de esto?

     CATALINA. -Digo, señor, que podrá ser la que dice este caballero.

     D. LUIS. -¿De veras?... por compasión... ¡habla!... ¡dí!... ¿Quién es?

     CATALINA. -Yo no lo sé.

     CONDE. -¿Pues no es tu sobrina?

     CATALINA. -¡No señor!

     CONDE. -¿No ha venido de Zaragoza?

     CATALINA. -¡No señor!

     CONDE. -¿No la conoces tú?

     CATALINA. -¡No señor! en mi vida la he visto.

     D. LUIS. -(Al Conde.) ¿Lo ves? ¡Es un duende!

     TODOS. -¡¡Un duende!!

     CATALINA. -Me regaló este anillo porque la diese asilo por esta noche.

     TODOS. -¡A ver! (Rodean a Catalina.)

     CONDE. -¡Qué diamantes!

     GIL PÉREZ. -¡A mí se me apareció en forma de fantasma, y me encerró en ese cuarto!

     CONDE. -Caballeros... puede que no haya salido... ¡A buscarla por toda la casa!

     TODOS. -¡A buscarla! (Éntranse por diversas puertas.)

     D. LUIS. -(Quedándose.) ¡Ah, es inútil! ¡Desapareció para siempre! (Déjase caer en un sillón. Cae el telón.)

Arriba