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En alguna otra ocasión Caviedes identificó poeta con pobre. Por mencionar otro caso, recordemos los vv. 49-52 del romance «Juicio que hizo el autor de un cometa que apareció»: «Con traer pobreza anuncia / peste de poetas, que éstos / de la miseria se engendran / como gusanos del queso». Con todo, hay que andarse con pies de plomo a la hora de afirmar que las referencias aparecidas en un poema barroco son autobiográficas, pese a que algunas reflexiones pudieran parecer salidas de su propia vida, porque como bien observara Cisneros, 1990, p. 113: «no reconocemos en Caviedes asomo de desesperación, y ni siquiera signos de rabiosa protesta. Sus quejas se disuelven en sorna». Y todo ello sin tener en cuenta que la identificación de poeta con pobre es otro tópico de la poesía satírica del Barroco, al que Caviedes se acoge con gusto.

 

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De esta concepción participaba la totalidad de sus coetáneos. Y las palabras que el prologuista de Inundación Castálida (1689) dedica a la actividad poética de Sor Juana la ratifican plenamente: «Advierto también, que saben los que en México la trataron que como en el estudio de las Musas no se divierte de otro q[ue] la obligue, no gasta en él más tiempo que el que había de ser ocio; el componer versos no es profesión a que se dedica, sólo es habilidad que tiene» (las cursivas son mías).

 

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Muchos poemas suyos circularon de mano en mano durante su vida, copiados con desigual fidelidad. Indicios claros de esto lo ofrecen los poemas «Presentóse esta petición ante el señor Don Juan [del Valle y] Caviedes, juez pesquisidor de los errores médicos, en Lima a 9 de marzo de 1690, contra un médico que a sustos quiso matar [al Doctor Don] Martín de los Reyes» (en Diente del Parnaso, 1993, vv. 57-60), y «Versos a traición a los cursos de una dama» (en Poesías sueltas, 1994, p. 373, vv. 89-92). Y seguirían circulando después de su muerte, con traslados irregulares, poniendo a veces el nombre y otras no. Copistas y amigos sacarían grupos de poemas suyos de papeles varios, donde habría atribuciones. Al fin, perdida la primitiva relación entre el amigo o el copista primero, que sabía quién era el autor, y traspasado ese círculo reducido, se buscaría el nombre del autor y surgirían muchas de las confusiones que atribuyen a Caviedes poemas que no le corresponden.

 

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Me atengo a la tradición textual inaugurada por Reedy, 1964, pp. 159-65 (deudora en gran medida de la descripción codicológica de Vargas ligarte, en Valle y Caviedes, Obras, 1947, pp. 21-24), mantenida en 1984, donde estableció el primer stemma codicum, y, posteriormente en 1986. Fue continuada por García-Abrines (en Valle y Caviedes, Diente del Parnaso, 1993), pp. 77-86, y más exactamente p. 77.

 

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Aconsejo al lector interesado, Sánchez Mariana, 1987, 209-210, donde se lleva a cabo una verdadera caracterización de estos cartapacios poéticos, que puede resultar muy útil en la valoración y comprensión de los manuscritos de Valle y Caviedes.

 

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Ballón Aguirre, 1998, sostiene, ante la «imposibilidad» de conocer el verdadero corpus poético de Caviedes, la pintoresca opinión de abogar «por la polifonía del sociolecto literario popular peruano desde la segunda mitad del siglo XVII» como definidora, «de parte a parte», de «la literatura criolla popular peruana». Y el año siguiente, 1999, propone la creación de un equipo interdisciplinar que, como primera providencia, suprima «el criterio autorial» (p. 390). Como podemos ver, un disparate filológico mayor que el que pretende subsanar. El camino, en cambio, lo ha marcado con claridad Arellano, 2000, p. 174: «es preciso volver a los textos manuscritos», para retomar la tarea de anotación y edición del texto caviedesco.

 

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En honor a la verdad hemos de decir que Ricardo Palma dividió la obra poética de Valle y Caviedes en Diente del Parnaso y Poesías diversas; división que, con mayor o menor fortuna, se ha mantenido hasta nuestros días. No fue fiel a los títulos de los poemas dados por los copistas. Los transformó a su antojo, cuando no les dio el título que le convenía, cual es el caso del «Romance a saltos» o del «Último mortal mordisco de mi diente».

 

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Cáceres, 1972, pp. 75-80, piensa que si el decoro llevó a los redactores del Mercurio Peruano a modificar la producción de Caviedes, esta misma razón los movió a cambiar el título, y defiende que el verdadero título sea el que reza en el frontispicio de casi todos los manuscritos, tomando como base el Ms. H (Convento Franciscano de Ayacucho): Guerra física, Proesas medicales, Hasañas de la ygnorancia.

 

19

Cáceres, 1973, pp. 357-58. Por lo demás, repite prácticamente lo mismo que había dicho en su trabajo de 1972.

 

20

Reedy, en Valle y Caviedes, Obra completa, 1984, p. xx.