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La transmisión textual de la poesía de Juan del Valle y Caviedes: bases para su estudio

Antonio Lorente Medina





En un trabajo anterior he mostrado que la vida de Juan del Valle y Caviedes transcurre en ajetreos continuos, relacionados con el laboreo de las minas, o con operaciones financieras estrechamente vinculadas a dicho laboreo o a gestiones crediticias1. No tuvo tiempo -por lo que sabemos- para la realización de unos estudios universitarios que le hubieran posibilitado el conocimiento profundo de «la lengua latina» y de la «ciencia estudiada», ni sosiego para la recopilación selectiva de sus poemas. Son, por tanto, esencialmente ciertas las protestas de que hace gala en su romance autobiográfico de ser autodidacta. Otra cosa es la modestia literaria que exhibe en él. Sin desestimar lo que pueda haber de cierto en esta afirmación2, hemos de tener presente que la emulación es un recurso fundamental en la poesía barroca, utilizado con frecuencia, y que Caviedes vuelve a aprovecharlo aquí. A través de él percibimos con claridad el paralelismo antitético que establece entre su vida y la de Sor Juana Inés de la Cruz y entre el ingenio de la monja y el suyo propio. Y comprendemos mejor los versos en que se nos informa de su aprendizaje en el libro de la vida: si Sor Juana se refugia en el mundo de la palabra escrita (los libros) para satisfacer sus anhelos de saber, Caviedes se sumerge en el mundo circundante para obtener de él el conocimiento de las «letras» que, lamentablemente, le fue vedado por azares de la vida3:


Solo la razón ha sido
discursiva Salamanca,
que entró dentro de mi ingenio
ya que él no ha entrado en sus aulas.
La inclinación del saber,
viéndome sin letras, traza,
por haber de conseguirlas,
hacerlas, para estudiarlas.
En cada hombre tengo un libro
en quien reparo enseñanza,
estudiando la hoja buena
que en el más malo señalan.


(vv. 85-96)4                


Si aceptamos como sinceras sus palabras, para Caviedes sus «letras» son «frutos silvestres», como «árbol de inculta montaña», aunque no carezcan de ingenio, e indignas de parangonarse con las de Sor Juana Inés de la Cruz, que circulan merecidamente impresas. En consecuencia, sus poemas, descontada la modestia retórica con que los enfrenta a los de Sor Juana, no merecen ser «fundidos en bronce» ni eternizarse en «el clarín de la fama». Bien puede ser ésta la causa fundamental de que su obra poética permaneciera prácticamente inédita hasta bien avanzado el siglo XIX5 y no, como se ha dicho con frecuencia, la presión social de los personajes satirizados en ella, o la de sus herederos. Esta opinión, bastante generalizada de la crítica6, olvida un hecho evidente en la poesía lírica hispana del Siglo de Oro, señalada ya en 1965 por Rodríguez Moruno7: la mayor parte de los poetas hispanos no publicó en vida su obra, y un buen número de ellos no rae editado hasta época reciente, en muchos casos -Francisco de Figueroa, Lupercio Leonardo Argensola, etc.- porque parecían menospreciar su propia obra.

¿Fue este el caso de Valle y Caviedes? La verdad es que muy bien podría pensarse que sí. Es cierto que Caviedes tenía un alto concepto de la poesía -«don que el cielo comunica», llega a decir en el romance «A uno que se preciaba de poeta por haberlo sido su madre»- y del molde poético en que se vierte ingeniosamente8, así como que distinguía con nitidez entre el buen poeta y el malo; o mejor, entre el poeta y el que aspira a serlo. Incluso salió al paso de la opinión vulgar que identificaba poeta con loco, para refutarla, como vemos en «A un poeta disparatado, que andaba recitando sus versos, que dedicaba a quien se los pagaba»9. Pero también lo es que conocía perfectamente la sociedad en que vivía y que sabía muy bien la opinión que a ésta le merecía la poesía. Y el romance anterior nos ofrece una buena muestra de ello:


La poesía, si es mala,
es irrisión; si ingeniosa,
es desgraciada, con que
a ser viene inútil cosa.


(vv. 25-28)                


Caviedes era consciente de la inutilidad de la poesía en la escala de valores de la sociedad de su tiempo, y participaba, en gran medida, de ella10. En algún momento se permitió incluso solazarse con la imagen estereotipada que se tenía de los poetas, como ocurre en el poema en que aplaude al virrey por haber escrito un romance, en donde traza un retrato aparentemente autobiográfico y en verdad cáustico y mordaz del «poeta», para rogar al virrey que se cure «de aquesta peste». La descripción comienza con su indumentaria y continúa con su comportamiento social, en una gradación demoledora: alimentado por el olor, adulador de ricos, gorrón permanente, enamoradizo, ayuno de damas, tercer grado de mendigo11. Y concluye afirmando que si es discreto lo toman por necio, y si es juicioso, por loco.

Por otra parte, no debemos olvidarnos nunca de que para Caviedes la poesía sólo constituía un admirable pasatiempo mientras no le surgieran cuestiones más importantes de las que ocuparse -para él la minería y las actividades financieras a que dedicó gran parte de su vida12-. Y que en cuanto que reanudó sus actividades mineras, en 1694, abandonó su actividad poética, tan abundante en la década anterior, y la relegó a un segundo plano. Y la escasez de poemas datables entre esta fecha y el año de su muerte (1698) lo evidencia. Por eso pienso que Caviedes no se preocupó nunca de forma especial por guardar ordenadamente sus poemas y que las numerosas dificultades que tuvo que superar entre 1694 y 1697 para iniciar las prospecciones mineras en que se embarcó con el general Rigada y la rápida enfermedad que acabó con su vida a continuación, debieron de ser, sin duda, determinantes en la pérdida de sus propios manuscritos (si es que los conservó alguna vez) y en el origen de la circulación indiscriminada de muchos de sus poemas y de las recopilaciones manuscritas posteriores13.

Sea como fuere, la realidad es que la obra poética de Caviedes ha llegado hasta nosotros en forma manuscrita y sin que exista una versión original autógrafa que pueda autorizar su publicación. Además, los diez manuscritos que se conocen actualmente son posteriores a la muerte del poeta y -si exceptuamos el Ms. I14- verdaderas recopilaciones misceláneas de carácter privado15. Son éstos hechos de especial relevancia para comprender las numerosas interrogantes aún irresueltas que plantean, ante las que los diversos editores no han sabido dar una respuesta satisfactoria. ¿Es adecuado el título Diente del Parnaso con que se conoce la obra poética de Caviedes? ¿Cuál es el estado actual de conocimientos sobre sus manuscritos? Y ¿cómo pueden discrepar tanto los editores sobre el grado de antigüedad de los mismos? Si ninguno es fidedigno, ¿por qué se ha editado siempre su obra poética tomando como base un solo manuscrito? Y lo que es más importante, al ser los manuscritos más numerosos recopilaciones misceláneas para uso privado, ¿cuándo podremos establecer con solvencia el verdadero corpus poético de Valle y Caviedes? Son cuestiones previas que hay que resolver, o cuando menos plantear, para entrar con pasos firmes en el contenido de su poesía16.




El título de su obra

Hasta 1972 nadie había puesto en duda que Diente del Parnaso fuera el nombre que Caviedes colocó al frente de toda su obra poética y, desde luego, ése fue el título que recogieron los redactores del Mercurio Peruano, Manuel Odriozola, en 1873, y Ricardo Palma, al frente de su edición de 189917. La alarma surgió con la publicación del trabajo de Cáceres, en el que se alertaba a la crítica mundial sobre la posible impostura del título con que se conocían las poesías de Caviedes18. Para la estudiosa peruana Diente del Parnaso era una invención posterior, perpetrada por los editores del Mercurio Peruano. Y un año después sugería con firmeza que el autor de tal sustitución había sido José Manuel Valdés, médico, poeta, miembro de la Sociedad de Amantes del País y propietario de uno de los manuscritos conservados actualmente en la Biblioteca Nacional de Lima (Ms. G)19. Y aunque ciertamente no aportaba datos concluyentes sobre la paternidad del título presentado, los versos reseñados parecían avalar internamente esta hipótesis. Con todo, Reedy la desestimó en su edición de 1984, por considerar que el doble título se debía a la circulación de las poesías «en diferentes momentos en distintas tradiciones manuscritas»20, si bien concedía igual legitimidad a ambos títulos.

A mi juicio, las observaciones de Cáceres son pertinentes si nos atenemos a un conjunto específico de poemas: el que constituye sus sátiras antigalénicas, que es el «cuerpo de libro» a que se refiere Caviedes en diversas ocasiones; pero no lo son si nos remitimos a toda su producción poética. Y, desde luego, sus conjeturas no se sostienen en cuanto que se maneja el Ms. D (Universidad de Yale-1) y se observa que Diente del Parnaso es el título que figura en la portada, escrito por el mismo copista de todo el manuscrito. Así pues, no tenemos razones de peso para dudar de que Caviedes denominara Diente del Parnaso a su obra poética. Pero hemos de convenir en que resulta muy extraño que no lo nombrara en ninguno de sus poemas, lo que sí hizo con Guerra Física. Sorprende también que le diera un subtítulo tan prosaico -si bien abarcador de su contenido-, con lo exquisito que era en asuntos de «ingenio»: «que trata diversas materias contra médicos, versos amorosos, a lo divino, pinturas y retratos»21. Y mucho más sorprendente resulta aún si se le compara con el «cuerpo de libro» que dedicó a satirizar a los médicos de Lima, que en su título -Guerra física, Proezas medicales, Hazañas de la ignorancia- englobaba su contenido, pero también la finalidad ético-estética que Caviedes pretendía. Es decir, que frente al prosaísmo anodino del primer caso, en el segundo percibimos una profunda correspondencia entre el título y el talante y estilo caviedescos, a la par que un afán deliberado de acogerse a una convención cultural con la cual Caviedes se identificaba. Simón Díaz ha demostrado al respecto, en sus estudios sobre el libro hispano del siglo XVII, que la influencia barroca se manifiesta en la prolongación excesiva del título y en el uso de métodos estilísticos propios de la poesía de la época para plasmarlo22. Entre estos métodos sobresalen la contraposición y la antítesis, pero tampoco están ausentes la correlación y la trimembración. Así ocurre también con el título de Caviedes, en el que su perfecta trimembración inicial encierra una verdadera antítesis que se continúa a lo largo del mismo:

«Guerra Phísica, Proezas Medicales, Hazañas de la Ygnorancia.

Sacadas a luz del conocimiento por un enfermo que milagrosamente escapó de los errores médicos por la protección de San Roque, Abogado contra Médicos o contra la Peste, que tanto monta.

Dedícalas su autor a la Muerte, Emperatriz de Médicos, a cuyo pálido cetro la feudan vidas y tributan saludes en el tesoro de muertos y enfermos».



Por todo ello creo que Diente del Parnaso pudo ser el nombre general que colocó posteriormente alguno de sus recopiladores para aunar toda su producción poética y que Guerra Phísica, Proezas Medicales, Hazañas de la Ygnorancia fue el título original que Caviedes ideó para su sátira antigalénica23. Desde luego, el contraste observado en ambos títulos se manifiesta también entre los poemas dedicados a la sátira antigalénica y los restantes poemas en lo que respecta a su estructura cerrada y disposición más o menos idéntica en todos los manuscritos, como corresponde a un corpus poético temático. Así puede explicarse que en los manuscritos con hojas preliminares aparezca siempre el trimembre Guerra Física, Proezas Medicales, Hazañas de la Ignorancia y, sin embargo, Diente del Parnaso sólo figure en los tres (manuscritos C, D y E) que proceden de una misma familia. Es cierto que ni la cantidad de los poemas galenófobos ni su disposición es exactamente igual en todos ellos, y que ninguno sigue tan siquiera una ordenación cronológica coherente; pero ello se debe, entre otras razones, al origen diverso de las diferentes recopilaciones manuscritas24, que ya circulaban en vida de Valle y Caviedes, como testimonia el procurador Altubes en el poema «Presentóse esta petición ante el señor Don Juan [del Valle y] Caviedes, juez pesquisidor de los errores médicos, en Lima a 9 de marzo de 1690 contra un médico que a sustos quiso matar [al Doctor Don] Martín de los Reyes», cuando exorciza con el poemario, como había aconsejado hacer la anotomía del hospital de San Andrés en el «Parecer»:


Yo, que supe esta maldad,
saqué luego aquel cuaderno,
Hazañas de la ignorancia,
y le dije: «¡Cata el verso!
¡Arredro vayas, doctor,
de la Muerte mensajero!
La salud sea con él
y le libre de tus yerros»25.






Manuscritos de la obra de Valle y Caviedes

Ignoramos, pues, si el título con que se conoce su obra poética se corresponde con el que Caviedes hubiera querido darle, si es que alguna vez pensó en ello, con la excepción del conjunto de poemas dedicado a la crítica de los médicos de su época. Tampoco hemos adelantado mucho en lo que respecta a la descripción de los manuscritos conocidos, a pesar de los meritorios esfuerzos de sus editores en el siglo XX. Es cierto que su dispersión geográfica -Perú, Bolivia, Estados Unidos y España- y la disparidad de lugares en que se encuentran constituyen un serio obstáculo para la simple adquisición de una copia26. También lo es que desde la edición de Vargas Ugarte (1947) se han incrementado sensiblemente el número de manuscritos conocidos y el de poemas atribuidos a Caviedes27, y se ha iniciado un proceso de revalorización permanente de su poesía28. Por eso sorprende que se haya descuidado tanto la descripción detallada de los propios manuscritos. Las realizadas por Vargas Ugarte (1947), Reedy (1984), Cáceres (1972 y 1990) y García-Abrines (1993 y 1994) al frente de sus respectivas ediciones adolecen de inexactitudes y de afirmaciones apresuradas, sin fundamentos firmes y contradictorias entre sí, que más parecen responder a la justificación del manuscrito elegido como base de edición que a una crítica serena de los datos ofrecidos por los propios manuscritos29.

Ésta ha sido la causa de varias discrepancias y del completo desacuerdo entre los editores sobre la antigüedad de las diversas copias manuscritas. Nadie se ha preocupado por analizar las filigranas del papel30. Y lo que es más grave, tampoco se ha realizado un estudio paleográfico de las diversas copias31. El resultado ha sido la consagración de errores como verdades irrefutables y la primacía, basada en meras impresiones, de un manuscrito sobre los demás, sin profundizar siquiera en la tipificación de los diversos copistas y en los datos internos que nos ofrece el contenido de los poemas copiados.

Dejo para otra ocasión la síntesis detallada de lo manifestado por los distintos editores sobre los diversos manuscritos y sólo me limito a comentar la descripción que María Leticia Cáceres hace del último manuscrito conocido (el Ms. J), por ser casi ignorado para la crítica mundial. En el «Texto concordado»32 la crítica peruana llega a afirmaciones tan rotundas como inexactas, en su afán de relevarlo. Tras comprobar que se trata «del famoso cuaderno Hazañas de la Ignorancia», asegura que recoge cuarenta y siete poemas de «cuño genuinamente caviedano», con una letra que «pertenece a la época de creatividad del autor (fines del siglo XVII, dos últimas décadas)». Y en la «Bibliografía del texto concordado» (p. 913) se pregunta si el manuscrito sería recopilado en 1684.

La realidad que refleja el Ms. J es muy diferente de la presentada por Cáceres. Si aceptamos la existencia de dicho cuaderno -cosa bastante posible-, el poema «A vna dama que fue a curarse al Hospital de la Charidad, de achaque de serlo», no tendría cabida en él y se correspondería realmente con los poemas erótico-burlescos, dedicados a las «damas», como «A una dama que cayó de la mula en que iba a Miraflores», «A una dama que rodó del Cerro de San Cristóbal una tarde de su fiesta», «A una dama que por serlo en demasía la prendieron» y, sobre todo, con «A una dama que por serlo paró en la Caridad». Por otra parte, el manuscrito recoge dos agudezas (pp. 92-93) que no son de Valle Caviedes, sino de Owen, y fueron publicadas, traducidas al castellano, por Francisco de la Torre en 1674, como ya demostrara García-Abrines33. Ello impide que hablemos en su totalidad del cuño «genuinamente caviedano».

En cuanto a la grafía del texto, muy bien podría ser de finales del siglo XVII, como afirma Cáceres, o de primeras décadas del siglo XVIII, aunque el trazo de las letras «g» y «r» (como «equis») me inclina más a pensar en la segunda opción. De todas formas, arriesgar dataciones en esta época es exponerse a inexactitudes, como para sugerir una fechación exacta para la elaboración del manuscrito. Así, el año 1684, sugerido con fuerza, ha de descartarse inmediatamente, porque el poema «Al Doctor Herrera, estando para ir a la ciudad de Quito» no pudo ser escrito antes de 1691, que es cuando el Dr. Herrera fue nombrado Protomédico y Catedrático de Prima de esta ciudad. La carta en que Caviedes se hace eco de la epidemia de sarampión es de 1692, así como «Los efectos del Protomedicato de Don Francisco de Bermejo [...] Presentóse esta petición ante el señor Don Juan de Caviedes, juez pesquisidor de los errores médicos en Lima», es de 1690, como reza el propio título de poema. «Al Doctor D. Joseph Fontidueña, porque replicando a un grado de bachiller...», es de 1696. Y, por citar otro ejemplo más, «Hicieron médico de la Inquisición al Doctor Machuca» ha de fecharse entre 1695 y 1696, como aclaró Lohmann Villena en 199034.

Respecto del esmero de la copia, también discrepamos absolutamente de las observaciones de Cáceres. El copista traslada acríticamente el modelo que tiene ante sus ojos, sin percatarse de las numerosas barbaridades en que incurre. Desde luego hablar de él como de un hombre «culto y fiel, al parecer, al original que tuvo cercano» (p. 229), o especular sobre su posible amistad con Caviedes es un completo desvarío.

Brevemente expuestos, los grandes errores del Ms. J son los siguientes:

  1. Faltan poemas fundamentales de los «Preliminares», como «Fe de erratas», «Tasa», «Licencia del ordinario de las damas» o la copla «Pregunta de el pecador a el autor de estas palabras». Estos ejemplos, unidos al paso sin transición ni aviso de las palabras de «El Eclesiástico dice» al «Privilegio», demuestran que el copista reproduce miméticamente uno de los tantos manuscritos que por entonces debían de circular por Lima y por otros lugares del virreinato.
  2. Ya en el cuerpo del poemario nos encontramos con que el Ms. J no guarda el orden general. Los restantes manuscritos comienzan con «Coloquio que tuvo con la Muerte un médico estando enfermo de riesgo». Éste, en cambio, empieza con el «Vejamen que dio el autor al zambo Pedro de Utrilla el Mozo», y recoge menos poemas que los demás. Si descontamos los «Preliminares», contiene cuarenta y tres poemas, de los cuales sólo seis están completos: «Epitafio que se puso en el sepulcro de la mujer de Pico de Oro», «Al casamiento de Pedro de Utrilla», «Al Doctor Fuentidueña, porque replicando...», «A una dama que fue a curarse al Hospital de la Caridad de achaque de serlo», «Advertencia a los Médicos Ydiotas» y «Décimas con estribillo». Los demás poemas carecen de una cantidad considerable de versos. Incluso hay uno del que sólo se conserva su título: «Habiéndose opuesto el Doctor Machuca a la Cátedra de Venenos, alegó en la lección que era doncel», pero los versos que le siguen no se corresponden con su contenido, sino con el de «Habiéndose alabado mucho [el Doctor Melchor Vásquez] que había sanado aun enfermo».
  3. Este caso sirve para mostrar el mayor defecto del manuscrito: dieciocho poemas incompletos carecen de título, con lo que se acrecientan las dudas y perplejidades del lector, que cree estar leyendo un poema y se encuentra con los versos de otro muy distinto. La yuxtaposición inesperada de textos pertenecientes a poemas diferentes ocurre con demasiada frecuencia como para pasarlo por alto. No quiero cansar con digresiones engorrosas, pero tampoco me resisto a ofrecer una muestra significativa. Es la siguiente: en la página 37 del manuscrito está el «Romance en aplauso del Doctor Don Francisco Machuca», que leemos sin sobresalto hasta la página 39, donde comprobamos que faltan sus versos 31-86. Seguimos leyendo de corrido desde el verso 87 las dos páginas siguientes y, cuando esperamos encontrarnos con los cuatro versos finales del poema, saltamos abruptamente (es decir, sin aviso de cambio de título) al verso 17 de «Habiendo sobrevenido la epidemia a la de los terremotos, el Doctor Melchor Vásquez se acaseró en la Calle Nueva». El lector desprevenido no puede comprender lo que está leyendo, pero continúa la lectura de la página siguiente en espera de una luz; la que supondrían los cuatro versos finales del primero de los poemas. Así llega a la página 43 y su desconcierto es mayúsculo: aquí se encuentran los cuatro versos finales de un poema, sí; pero que no es ninguno de los dos anteriores, sino el romance «Hicieron médico de la Inquisición al Doctor Machuca». Los cito a continuación:

Porque él es persona honesta
y a la Inquisición se aúna,
pues se alaba que jamás
desató su bragadura.



Las peculiaridades del Ms. J evidencian la necesidad de hacer un análisis pormenorizado de todos los demás y las dificultades que encierra una edición crítica de la obra poética de Caviedes. Dificultades que se amplían en cuanto que descendemos al texto de los poemas concretos, e incluso a los de sus títulos.

La fijación textual de la obra poética de Caviedes es un asunto de capital importancia, al que todavía no se le ha concedido la atención que se merece, pese a los meritorios esfuerzos de García-Abrines (1993 y 1994). Y otro tanto puede afirmarse del problema de las atribuciones. No pretendo afrontarlos ahora, pero sí recordar, siquiera brevemente, el proceso de restitución y aportar una modesta contribución al mismo. Con ella quisiera concluir mi intervención.

Fue Emilio Carilla35 quien inició el camino de devolver la paternidad a sus verdaderos autores en poemas atribuidos a Caviedes, cuando aclaró que «Lamentaciones sobre la vida en pecado» pertenecía a Juan Martínez de Cuéllar. Desde entonces, y en ligero goteo, los editores han tratado de eliminar los poemas que no son de Caviedes y de establecer su verdadero corpus poético. Así, Cáceres en 1972, 1975 y 1990, Reedy en 1984 y García-Abrines en 1987, 1993 y 1994, han ido recolocando, con muchas vacilaciones36, las piezas de este rompecabezas complejo. Un hito esencial ha sido el trabajo de García-Abrines en 1987, donde demostró que cuarenta y dos agudezas atribuidas a Caviedes en verdad pertenecían a John Owen y habían sido traducidas al castellano por Francisco de la Torre en 1674.

El tema dista mucho de estar acabado y dudo de que algún día lleguemos a concluirlo, entre otras cosas, porque con frecuencia el prestigio de Caviedes en la poesía colonial hispanoamericana se impone en la percepción del crítico. Éste ha sido el caso de los poemas «Preguntas que hace la Vieja Curiosidad a su nieto El Desengaño, niño Perico, hijo de la experiencia de las grandezas de una ciudad en los reinos yermos y andurriales» y «Coloquio entre una vieja y Periquillo a una procesión celebrada en esta ciudad de Lima», recogidos en los manuscritos C, D y E (el primero) y A, B, C, D y E (el segundo). Entusiasmado Madrigal37 con el posible influjo de Caviedes en la poesía satírica colonial chilena, los erige en fuentes de un poema original, compuesto en Santiago de Chile, el año de 1740, que lleva por título: Descripción de las grandezas de la ciudad de Santiago de Chile, dedicada por el desengaño a los muy Ilustres Señores Gamonales de ella: escrita este año de 174038. La realidad es completamente distinta de la imaginada por el estudioso chileno. Los poemas anteriormente citados no sólo no son de Caviedes, sino que han sido transmitidos en forma fragmentaria, como dos poemas distintos y sin conexión aparente, cuando son dos fragmentos de la Descripción. Ignorantes de ello, Reedy y Cáceres los publicaron como de Caviedes en sus respectivas ediciones. Vargas Ugarte, con mayor sensibilidad literaria, había advertido en 1947 que ambos poemas formaban parte de uno solo y como tal lo publicó en su edición, aunque lo reelaboró personalmente para salvar las lagunas que tal elección conllevaba. Y García-Abrines, muy oportunamente, eliminó ambos poemas por considerarlos también uno solo y ajeno a Caviedes.

Ésta es la historia de la transmisión textual de la Descripción de las grandezas: lo que en el original constituye una sátira a la ciudad de Santiago de Chile en respuesta al «ultraje vano» que hizo «un Dómine Camote / a la Corte (Lima) bella» (fol. 175r.), realizada muy probablemente por D. Juan Antonio Tristán, se convierte, previamente deturpada, en dos sátiras contra la ciudad de Lima. Ignoramos cómo tuvo lugar el proceso. Lo que sí podemos asegurar es que los colectores de los diversos manuscritos que contienen la obra poética de Caviedes y la recogen, ya han perdido su vinculación directa con el autor, hasta el punto de desconocer su nombre y ofrecer una lectura que por momentos carece de sentido. Si la Descripción fue escrita en Santiago de Chile en 1740 y Tristán pasó a Lima en 1745 como componente del séquito del Conde de Superunda, debió de transcurrir mucho tiempo para que se olvidara la paternidad de su autor, se aprovechase fragmentariamente en la composición del «Coloquio» y de las «Preguntas», se perdiese la conciencia de su título primitivo y se atribuyese a Caviedes. El tiempo suficiente como para avanzar la fechación de los Mss. A, B, C, D y E, al menos en su versión definitiva, a la segunda mitad del siglo XVIII, y más exactamente a su último tercio.




Conclusión

Ejemplos así enseñan que en crítica textual hay que andar con pies de plomo y que debemos revisar cuidadosamente cualquier indicio que nos ofrezcan los textos para poder asegurar nuestras afirmaciones, o para realizar conjeturas plausibles. En el año 2003 la edición de la obra poética de Juan del Valle y Caviedes constituye todavía uno de los mayores retos de la literatura hispanoamericana colonial. Sus textos nos deparan numerosas interrogantes que exigen urgente contestación filológica.






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