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«La Veu de Montserrat» (1878-1891) y la identidad catalana

Solange Hibbs-Lissorgues





La Veu de Montserrat salió a luz en 1878. Se definía a sí misma como revista de carácter personal y con el subtítulo de «Semanario popular de Cataluña». Nació bajo el signo de la reivindicación de un cristianismo catalán y militante que su director, Jaume Collell, expresaba con la divisa salustiniana «Pro aris y focis» que viene a significar «Por Dios y Cataluña». Dicha revista, que tenía una periodicidad semanal, reflejó a lo largo de su trayectoria periodística la influencia de la llamada Escuela de Vich integrada por eclesiásticos como Torras i Bages, Morgades, Eduardo Llanas, Urquinaona y Jacinto Verdaguer, cuyo protagonismo en la transformación socio-política y religiosa del movimiento regionalista iba a ser fundamental1. En su extenso estudio sobre publicaciones católicas catalanas del siglo XIX y sobre el integrismo en Cataluña, Bonet i Baltà y Casimir Martí señalan el papel especial que asignaba Collell a su revista dentro del catalanismo finisecular: «En una palabra, Collel, con La Veu de Montserrat, se encontraba al servicio de un público católico y catalanista, al cual el mensaje de la fe cristiana no había podido llegar canalizado a través del grupo político carlista»2. Es importante destacar que dicha revista surgió en un ambiente de fuertes polémicas entre sectores católicos distintos.

La constitución de la Unión Católica por el católico moderado Alejandro Pidal y Mon, que se oponía durante la Restauración a la postura de total abstención política del integrismo nocedalista3 provocó numerosas tensiones y hostilidades. Este clima de enfrentamiento entre sensibilidades políticas y religiosas distintas había envenenado la vida política española y suscitado las advertencias del papa León XIII mediante encíclicas como la Cum Multa (1882) y la Inmortale Dei (1885). En dichas encíclicas el papa subraya explícitamente que la causa del cisma es la negación de la autoridad de la Iglesia por aquellos católicos que actúan al margen del episcopado y usurpan su magisterio4. Este particular contexto explica las reticencias e incluso los temores del Vaticano ante el surgimiento de nuevas publicaciones en la palestra periódica, especialmente aquéllas que venían impregnadas por especiales reivindicaciones regionalistas. Aunque desde el inicio de su publicación La Veu de Montserrat anunció su intención de mantenerse al margen de las polémicas político-teológicas, tuvo que abandonar en algunas ocasiones su prudente distanciamiento y recordar a los periodistas católicos las reglas de la caridad mutua y de la moderación en los juicios y en el lenguaje.




La Veu de Montserrat y la restauración de un apostolado vivificado por las creencias catalanas tradicionales

Constituye esta revista un testimonio esclarecedor de los esfuerzos de algunos sectores del catolicismo español para instaurar un periodismo a la vez más conforme con algunas nuevas exigencias de la sociedad moderna y en consonancia con el apostolado cristiano que la Iglesia debía asumir en un contexto de constante secularización. A lo largo de su andadura periodística, no dejó de recordar La Veu de Montserrat, por boca de su director Jaume Collel, la vitalidad de la prensa católica catalana que aprovechaba las nuevas libertades concedidas por la Restauración para multiplicarse hasta hacer de Barcelona «un centro de publicación importantísimo»5. Para Collell, la publicación de una revista como la suya se justificaba por la necesidad de practicar un militantismo cristiano en la vida cotidiana. Frente a una creciente indiferencia religiosa, la prensa, «aquel medio de propaganda de suma trascendencia en la vida religiosa», cumplía un cometido imprescindible: infundir la savia cristiana en todas las instituciones de la sociedad. A través del análisis del fracaso de la Unión pidalina y de la condena de actitudes de inhibición como la del carlismo, Collell afirma que la defensa religiosa no depende ni de un partido ni de una asociación por válido que sea su militantismo. Se trata ante todo de favorecer una actividad pastoral basada en la revitalización de devociones y celebraciones cristianas. La restauración del apostolado, impregnado de creencias catalanas tradicionales, suponía una exigencia moral y el alejamiento de todas las luchas que podían desvirtuar la religión.

Ese apostolado cristiano tiene sus más destacados representantes con Jaume Collell y el grupo de eclesiásticos situado en las líneas generales del pensamiento romano oficial y de un regionalismo conservador y católico. Conviene mencionar la presencia en La Veu de Montserrat de colaboradores como Torras i Bages, autor de dos obras fundamentales publicadas en un primer momento por esta revista: La tradició catalana y La pietat catalana, Manuel Milà i Fontanals, autor de varios estudios sobre ortografía catalana, Josep Masferrer, Narcís Verdaguer, colaborador asiduo de dicha publicación y que sería más adelante director de La Veu de Catalunya (1881) en Barcelona, Gaietà Soler, Ramón d'Abadal, Francesc Camprodon.

En el prospecto de su primer número, titulado «La nostra idea», Collell aclara la filosofía y el espíritu de la revista: «Venimos a fundar un periódico que será catalán por los cuatro costados, catalán en el espíritu y catalán en la forma, representante en una palabra de los verdaderos intereses y genuina expresión del ver y natural modo de ser de Cataluña»6. Fiel a este propósito, la revista de Collell, que fue una de las primeras publicaciones catalanas de la Restauración en publicarse íntegramente en catalán, tomó posturas acordes con un regionalismo conservador, y según palabras del propio director de otro diario catalán importante, Brugada i Julia, responsable del Diario de Barcelona, «gracias a La Veu de Montserrat la urbe vicense puede atribuirse en cierto modo durante muchos años la capitalidad del pensamiento catalán». La Veu de Montserrat iba a organizar las primeras manifestaciones religiosas de carácter regionalista: celebración del milenario de Montserrat y del patronato de la Virgen de Montserrat en 1881; restauración del monasterio de Ripoll (1878-1887).

Pero tan importantes como estas manifestaciones de la piedad catalana fueron los artículos y editoriales publicados desde 1878 hasta bien entrado el siglo XX por Josep Torras i Bages y Jaume Collell sobre el proyecto de una ortografía catalana, las consideraciones sobre la literatura popular catalana, la instauración de un periodismo católico genuinamente catalán, la defensa nacional del derecho civil catalán y sobre todo la reivindicación de una pastoral catalana. Este militantismo religioso impregnado de catalanidad no dejó de suscitar algunas reticencias por parte del Vaticano que temía que el acercamiento de revistas más moderadas como La Veu de Montserrat a publicaciones integristas como la Revista Popular en torno a la defensa de un cristianismo catalán abriera nuevas brechas en la Iglesia española.

Un dato significativo a este respecto y que puede tener cierta relevancia para comprender las posteriores dificultades de los católicos catalanes para instaurar y fomentar el catecismo en catalán, es la actitud algo crítica de León XIII con respecto al proyecto de la revista La Veu de Montserrat en 1877. Con ocasión de un congreso sobre periodismo católico europeo celebrado en Roma, Jaume Collell presentó la revista al papa León XIII. Durante la audiencia concedida al director de La Veu de Montserrat, en febrero de 1879, León XIII no dejó de manifestar cierta insistencia con respecto al carácter supuestamente político de la revista7. La afirmación por parte de Collell de un cristianismo autóctono, militante, inspirado en las tradiciones orgánicas de la tierra catalana así como las iniciativas comunes emprendidas por Collell y la integrista Revista Popular encabezada por Sardá y Salvany en la organización de manifestaciones católicas catalanas eran elementos que podían explicar tales desconfianzas8. Para la Santa Sede la reivindicación de un cristianismo y de una pastoral catalana podían ser un factor propiciador de disidencia e incluso de cisma entre el Vaticano, la jerarquía episcopal y el sector más radical del clero especialmente, en un contexto de constantes enfrentamientos entre el llamado grupo de los católicos moderados, liberales y el integrismo. Las posteriores dificultades experimentadas por miembros del episcopado y del clero de Cataluña para instaurar y afianzar una pastoral en catalán e institucionalizar el catecismo en lengua materna son una evidente ilustración de los recelos del Vaticano. Desde la organización de las primeras grandes manifestaciones de devoción del pueblo catalán surgieron dificultades entre el episcopado de Cataluña y los representantes del Vaticano.




La Veu de Montserrat y las grandes manifestaciones religiosas de «la piedad catalana»

La primera manifestación destinada a reflejar la piedad del pueblo catalán y a asentar las bases de lo que Collell llamó cristianismo catalán, «reflejo de la tradición y naturaleza del pueblo», fue la celebración en el mes de abril de 1880 del Milenario de Montserrat. El director de La Veu de Montserrat había organizado desde las páginas de la revista la campaña montserratina. Las palabras del eclesiástico-periodista constituyen una auténtica declaración de principios con respecto al nacionalismo catalán de raigambre cristiana defendido por los católicos de Cataluña. Se trataba para Collell de reflejar la línea catalanista conservadora y tradicionalista frente a la línea liberal y más radical que encabezaba el Diari Català de Valentí Almirall: «Quiso Dios hacer de Cataluña un gran pueblo, y púsolo para eso a la sombra del manto de María. Reina hízola del Principado a su gloriosa Madre, y dióle por palacio y silla real la prodigiosa montaña del Montserrat, ya que la oscura tradición primitiva tenía como señalada con cierto misterioso y profético respeto. No tiene María trono mejor sobre la tierra»9.

En el mismo momento las publicaciones más representativas del catolicismo intransigente de Cataluña aprovecharon esta campaña para expresar su condena del sector católico-liberal o moderado. Es esclarecedor en este sentido recorrer las páginas de la Revista Popular en la que, bajo el título «Nuestras peregrinaciones», Félix Sardá y Salvany reclama para el sector del catolicismo catalán, sin matices en cuanto a sensibilidades políticas distintas, la autenticidad de una fe «incontaminada»10.

Las fiestas del Milenario celebradas en el mes de abril fueron objeto de elogios oficiales por parte del papa y del nuncio monseñor Bianchi. Una carta de León XIII al obispo de Barcelona, Urquinaona, recalca la «filial y constante devoción que profesan los pueblos de las provincias catalanas a la Santa Madre de Dios»11. Sin embargo la posterior petición a la Santa Sede para el oficial reconocimiento del Patronato de la Virgen de Montserrat, que fue presentada por el episcopado como una aspiración del pueblo catalán, había sido apoyada por el movimiento socio-político de la Renaixença y suponía la restauración de la identidad histórica de Cataluña. La fe catalana y mariana era un elemento integrador de esta identidad como lo reflejaban los numerosos artículos de Jaume Collell, «Catalanismo. Lo que es y lo que debería ser», publicados a lo largo del año 1880.

Antes de analizar más detenidamente el contenido de dichos artículos, cabe destacar, una vez más, la actitud de desconfianza del Vaticano ante la voluntad de los católicos catalanes de restaurar el patronato de la Virgen de Montserrat. En el mes de mayo 1880, el episcopado catalán había enviado una petición al Vaticano para obtener la coronación pontificia de la Virgen montserratina. Tanto La Veu de Montserrat como la Revista Popular organizaron desde sus columnas una campaña de apoyo a este proyecto y suscripciones para ofrecer la Corona que había de posarse sobre la Virgen el día de la proclamación canónica del patronato. El poeta Jacinto Verdaguer publicó el Cántico al Milenario de la invención de la Virgen de Montserrat en enero de 1880 y muchas manifestaciones colectivas de la piedad de los católicos catalanes venían diariamente reflejadas en la prensa. Pese a una romería organizada a Roma en el mes de mayo 1880 por el obispo Urquinaona, no se hizo ninguna referencia oficial a la petición catalana y el episcopado de Cataluña tuvo que esperar un año para que la Sagrada Congregación de Ritos aprobase la erección canónica del Patronazgo de la Virgen de Montserrat en el Principado12.

Las dilaciones de la Santa Sede en decretar de un modo favorable el Patronazgo y en aprobar la creación in perpetuo de una fiesta eclesiástica conmemorativa con rezo propio se justificaron sin lugar a dudas por el contexto de fuertes disensiones creadas por el sector católico integrista, sector particularmente arraigado en Cataluña. Aunque Jaume Collell y los eclesiásticos más moderados que seguían la línea de un periodismo moderador y alejado de la política habían expresado su rechazo de las posturas intransigentes del neo-catolicismo, compartían el mismo militantismo a favor de un cristianismo catalán. Es notoria la convergencia de vista y de lenguaje con revistas como la Revista Popular cuyo principal cometido era la defensa de una fe arraigada en las tradiciones de la tierra catalana. Tanto La Veu de Montserrat y más tarde La Veu de Catalunya como la Revista Popular iban a emprender la misma «cruzada» a favor de una pastoral genuinamente catalana y a reivindicar el uso de la lengua autóctona para la catequística y la literatura religiosa.




Iglesia y regionalismo en La Veu de Montserrat

En el mismo inicio de su publicación, La Veu de Montserrat había iniciado una reflexión histórica sobre los valores de la catalanidad tradicional y emprendido la defensa de los elementos básicos de la pastoral catalana. Desde 1878 hasta 1902, Jaume Collell fue uno de los principales ideólogos y defensores de un cristianismo de expresión autóctona, militante basado en las tradiciones «orgánicas» de la tierra catalana.

Entre los documentos más relevantes citemos la serie de editoriales dedicados a la Iglesia y al regionalismo publicados en 1887 en plena campaña de restauración de otro monumento religioso con fuerte carga simbólica, el Monasterio de Ripoll. Pero también conviene mencionar los artículos definitorios del catalanismo dentro de una perspectiva cristiana, «Catalanisme. Lo que es y lo que deuria ser», de 1880, sin olvidar las ininterrumpidas reflexiones sobre el uso de la lengua catalana, el estado de la literatura catalana, los juegos florales y la afirmación de una pastoral y de una predicación en catalán. Estas observaciones presentes en casi todos los números de La Veu de Montserrat acompañaban las múltiples iniciativas de Collell entre las que se pueden destacar por su relevancia religiosa, social y cultural en la Renaixença catalana: la restauración del Monasterio de Ripoll (1885-1895), la defensa del derecho catalán (1881-1889), el reconocimiento del Certamen Catalanista de la Juventud Católica (1879-1893), la proclamación católica a favor del uso de la lengua catalana en el endoctrinamiento religioso del pueblo (1893). La publicación en la misma revista de obras fundamentales del eclesiástico Josep Torras i Bages, como La tradició catalana (1892) en el que afirmaba la necesidad urgente de restaurar la pastoral catalana es otro elemento definidor de este militantismo a favor de una Iglesia catalana.

En 1880, Jaume Collell recoge la reflexión tan presente en aquellos años de la Renaixença de una Iglesia Catalana vertebrada en torno a las tradiciones seculares de Cataluña. Para Collell, la vida religiosa catalana necesita un programa de restauración en coherencia con la naturaleza de la Iglesia. Esta Iglesia es regionalista ya que se alimenta de los elementos tradicionales, «de todos los elementos que la tradición nos muestra como genuinos». Se trata pues de «una renovación de los gérmenes de vida propia y característica que forman la peculiar fisonomía de una nacionalidad»13.

Evidentemente, la restauración de una Iglesia autóctona y nacional que no es, a juicio de Collell, contradictoria con «la unidad potente de la Iglesia» es parte indisociable del verdadero catalanismo. No se trata de un «estado de independencia autonómica» muy cercano al separatismo ni de una mera «efervescencia literaria» que no sale de los cenáculos literarios o de las academias sino que «ha de ser la protesta viva, constante y meditada del espíritu nacional contra los procedimientos sistemáticos de las ideologías unitaristas; la contraposición de la ley de la historia y del elemento tradicional a las ficciones del derecho moderno que deriva de fuentes impuras como son el racionalismo y el positivismo; en una palabra el Catalanismo sano y rectamente dirigido ha de ser un trabajo paciente [...] de reconstitución social [...] y de la peculiar fisionomía de una nacionalidad»14. Collell, como Torras i Bages, no dejará de recordar que por nacionalidad se entiende el idioma, la literatura, las ciencias, el arte, la industria y el comercio y, ante todo, «los inmutables dictados de las creencias salvadoras de la humanidad»15.

El auténtico catalanismo sólo puede inspirarse en el principio católico, única garantía, por otra parte, del principio de unidad de la nación española. Collell no podía menos que recalcar la enorme distancia conceptual que lo separa de la reivindicación catalanista del sector independentista y más radical. Para Collell se trata de un enfoque orgánico: cada patria siendo parte de un todo ya que el Principado está unido al resto de la monarquía. El reconocimiento de una identidad propia se sitúa, para los católicos catalanes, en la continuidad de una unidad nacional forjada gracias al cristianismo. No es de extrañar, por lo tanto, que Collell retome el pensamiento de Balmes que no es contrario «a cierto provincialismo, legítimo, prudente, juicioso, conciliable con los grandes intereses de la nación e incluso oportuno para salvarla de los peligros que la amenazan»16. Con extrema prudencia debido al ambiente enrarecido de las polémicas entre católicos y de las reivindicaciones del sector catalanista más radical, Collell especifica que «aquel catalanismo si puede suscitar la ira de cierta gente extraviada, no despertará recelos ni desconfianzas del poder central»17.

Para Collell el único freno contra los excesos de ideologías de cariz federalista y separatista es la religión. La religión, que es «divinamente naturalista» ya que es una sobrenatural perfección de la naturaleza, es la única garantía pues busca las entidades naturales más que las políticas. Estos elementos son el punto de partida de una larga reflexión sobre la naturaleza de la Iglesia y la restauración de una Iglesia nacional. En sus editoriales «La Iglesia y el regionalismo», publicados en 1887, este eclesiástico defiende uno de los principios básicos que justifica la existencia de un cristianismo autóctono: la organización externa de la Iglesia es una inmensa federación de iglesias. Afirmación por lo tanto de carácter universal pero también cosmopolita de una Iglesia cuya duración no es limitada como la de los organismos políticos y de los Estados: «Por eso, la difusión evangélica no tiene en cuenta los estados políticos, sino los diversos pueblos o naciones»18. Para justificar «el espíritu regionalista» de la Iglesia y asentar las bases de una pastoral auténticamente catalana, Collell remite a la legislación canónica de la Iglesia: «Admite la Iglesia el derecho consuetudinario que por su naturaleza es esencialmente regionalista, prevaleciendo a menudo la costumbre sobre la ley escrita; y es un principio canónico universal que deben ser respetadas las costumbres particulares de cada Iglesia»19.

La unidad de la Iglesia se atempera pues a las costumbres, condiciones particulares de cada región, regiones en las que los rituales diocesanos «son una evidente prueba del espíritu regionalista de la Iglesia». Esta concepción orgánica de una religión basada en principios católicos universales e inmutables pero en consonancia con las ceremonias y rituales de cada región, de cada país, implica el estudio de lo que Collell llama «un Folk-Lore eclesiástico de gran edificación e ilustración»20. Evidentemente esta visión regionalista del cristianismo justifica plenamente la recuperación y revitalización de devociones propiamente autóctonas. Los cultos y devociones de cada comarca son un reflejo de la piedad del pueblo y establecen el insoslayable vínculo entre todos los individuos e instituciones civiles: «Es la devoción cristiana la que ha hecho germinar tantas benéficas instituciones civiles para el bienestar del pueblo»21.

Este regionalismo de la Iglesia que se refleja en las costumbres, la administración de los bienes temporales, los concilios y rituales diocesanos, se apoya en las devociones pero también en la lengua. Con esta afirmación sobre la importancia de la lengua como vínculo social y como expresión de la vida espiritual de los individuos de una región, Collell ya apunta hacia la necesidad de restablecer el catalán para la pastoral, la catequesis. Posteriores artículos como «La fe nacional y el catecismo en lengua materna» (18-VI-1887), «La predicación en lengua catalana» (19-VI-1887), «La lengua de la oración» (2-VII-1887), así como la publicación en La Veu de Montserrat de numerosos documentos sobre el uso de la lengua castellana en Cataluña (artículos de F. Romani y Puigdengolas del mes de mayo 1886) constituyen una etapa decisiva para las posteriores campañas a favor de una pastoral autóctona. Sin lugar a dudas una de las aportaciones más notables en este sentido fue la publicación de las obras de Josep Torras i Bages y más especialmente La tradición catalana (1892) y La pietat catalana (1917).

En La tradición catalana, verdadera apología de la Iglesia catalana, Torras i Bages apunta hacia la identidad autóctona de la Iglesia y aboga por una «catalanización» de la pastoral, lo que representa, a sus ojos, una total coherencia con las tradiciones de la tierra catalana. Para reanudar con la tradición histórica reivindica en esta obra, publicada por partes en La Veu de Montserrat, la responsabilidad de la jerarquía catalana y el papel que deben desempeñar los grupos cívico-religiosos más destacados de Cataluña. Dentro de esta perspectiva militante religiosa y social se integra otra obra, La pietat catalana, que es la que nos interesa en el presente trabajo. Este folleto constituye una apología de la lengua catalana y reafirma la necesidad de una auténtica pastoral catalana. Para «completar la edificación del hombre moral y religioso», no puede proponérsele una obra en lengua extranjera. La enseñanza del catecismo a los niños en lengua castellana es «una costumbre detestable, perniciosísima y destructora de la fe ya que la conciencia moral de los catalanes les habla en catalán»22. Para Torras i Bages, no cabe duda de que el vínculo más íntimo de un pueblo con su cultura es la lengua materna, la «lengua popular y materna». Por lo tanto, como lo prescribe el Concilio de Trento, «se ha de enseñar la doctrina en la lengua del país respectivo»23. En La pietat catalana, Torras i Bages recalca que el uso de la lengua «natural y popular» en la predicación de la divina palabra está confirmado por toda la tradición y la legislación de la Iglesia católica. Este eclesiástico era consciente de las resistencias que podían despertar tales reivindicaciones entre la jerarquía católica española y romana. Ya en 1893 Collell había dirigido la Proclamación católica a favor del uso de la lengua catalana a los obispos de Cataluña que asistían a las fiestas de la restauración de Ripoll.

Dentro de esta misma línea, el sector catalán integrista encabezado por el conocido eclesiástico y apologista Félix Sardá y Salvany había fundado la revista La tradició catalana (1893) dirigida por Gaietà Soler, asiduo colaborador de la Revista Popular. La influencia de la obra y del pensamiento de Josep Torras i Bages en la sociedad civil religiosa de Cataluña fue decisiva y la afirmación regionalista y la difusión de una clara reivindicación catalanista, a la que se adhirieron grupos muy diversos de la sociedad catalana fueron motivo de polémicas y disensiones con el Vaticano y determinados sectores de la Iglesia española.

La Veu de Montserrat, que encabezó la línea catalanista conservadora y tradicionalista frente a la línea liberal y más radical representada por el Diari Català de Valentí Almirall, desempeñó un protagonismo fundamental en la difusión y renovación del catolicismo catalán así como en la vida cultural y religiosa de la Renaixença.






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