21
Ibidem, p. 421. En estas consideraciones de Lista sobre la «unidad de principio» es patente la huella de Condillac, para quien «la mayor unión de las ideas» es la base del Arte de escribir.
22
Con todo, conviene recordar que Lista es antirretórico, pero nunca atacó las producciones literarias de los autores clásicos. Sus grandes modelos en literatura fueron, entre otros, Virgilio, Horacio, Cicerón, e incluso clasicistas franceses como Racine.
23
«Al lector». Presentación de la obra por José Joaquín de Mora, p. V.
24
Nos hemos permitido ordenar estos artículos en el presente trabajo de manera diferente a la que aparece en los Ensayos... El que establece Mora -ignoramos si su criterio obedece al orden de publicación en El Tiempo- es el siguiente:
- «De las figuras de palabras» (pp. 45-48);
- «De las figuras de raciocinio» (pp. 48-52);
- «De las figuras de expresión» (pp. 52-56);
- «De las figuras de estilo» (pp. 57-58);
- «De las figuras de pasión» (pp. 59-61).
25
Hemos modernizado la ortografía en los párrafos de Lista que se reproducen en el presente trabajo.
26
Veamos cómo
Lista coincide en esta y en otras cuestiones con H. Blair. Dice el
autor inglés (pp. 8-9,
II): «Convengo en que pueden hablar y
escribir con propiedad personas que no conocen ni aún el
nombre de algunas de las figuras de la elocución, ni
estudiaron jamás sus reglas. La naturaleza [...] dicta el
uso de las figuras [...]. No se sigue de aquí, con todo, que
no sean útiles las reglas. Todas las ciencias nacen de las
observaciones hechas sobre la práctica. Esta ha precedido
siempre a los métodos y a las reglas, pero los
métodos y las reglas han mejorado y perfeccionado
después la práctica en las artes. Todos los
días encontramos personas que cantan agradablemente sin
conocer una nota del gama. Sin embargo, se ha visto que
era importante reducir estas notas a una escala y formar un arte de
la música, y sería ridiculez pretender que el arte no
trae ventajas algunas, porque la práctica está
fundada en la naturaleza. La propiedad y la belleza de la
elocución se pueden mejorar ciertamente tanto como la voz y
el oído, y conocer los principios de esta belleza, o las
razones que hacen que una figura o una manera de expresión
sea preferible a otra, no puede menos de servirnos para lograr una
elocución acertada»
(BLAIR, H.: Lecciones
sobre la Retórica y las Bellas Letras, traducidas al
español por J. L. Munarriz. Ibarra, Madrid, 1817, 3.ª
ed., 4 tomos).
27
Según Blair
(«Origen y naturaleza del lenguaje figurado»,
p. 5, II):«... El hecho muestra que las figuras se deben
tener como parte de aquel lenguaje que la naturaleza dicta al
hombre. No son invención de las escuelas ni fruto del
estudio; por el contrario, los hombres más rudos hablan con
figuras con tanta frecuencia como los más instruidos.
Siempre que se despierta mucho la imaginación de las gentes
vulgares o se inflaman sus pasiones unas con otras, derraman un
torrente de figuras tan enérgicas como las que pudiera
emplear el declamador más artificioso»
.
28
Indica a continuación que si lo que se repite no es una partícula sino cualquier otra parte de la oración, la figura se llama repetición.
29
Es la figura que
comúnmente se conoce hoy con el nombre de
aliteración. Recordemos que, en su Art d'Ecrire, Condillac apela
a menudo al criterio eufónico para decidir si es correcto o
no el orden en la construcción de las frases, y que dicha
obra finaliza con una disertación sobre la «harmonía del estilo»
(Vid. CONDILLAC: Traite de l'Art d'Ecrire..., Dufart,
París, 1812. Traducción española en
Imp. de Carreño, Cádiz,
1813).
30
Blair explica
también el origen y la naturaleza de los tropos por la
necesidad que tenían los pueblos primitivos de dar nombre
tanto a los objetos como a las ideas, e incluso apoya sus
razonamientos en unas frases pronunciadas por Cicerón en
De Oratore:
«A mucho se extiende el uso figurado de
las palabras; uso a que dio origen la necesidad a causa de la
pobreza y estrechez del lenguaje y que después hicieron
más frecuente el placer y las delicias que se hallaban en
él. Porque así como los vestidos se inventaron para
resguardar del frío y después comenzaron a usarse por
adorno y dignidad, así las figuras de la elocución,
introducidas por necesidad, siguieron usándose por
deleite»
(Blair, p.
20, II). A pesar de todo, Blair admite que la pobreza del lenguaje
primitivo no es la única causa de la invención de
tales figuras: «Pero aunque la pobreza
del lenguaje y la falta de palabras sean sin duda causa de la
invención de los tropos, con todo no son la única, ni
acaso la principal, de esta forma de elocución. Los tropos
han nacido por lo común de la influencia que la
imaginación tiene sobre todo el lenguaje, y esta influencia
es la que los ha extendido»
(Blair, p. 17, II).