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Las marcas autobiográficas en la narrativa de Daniel Moyano1

Olga Tiberi





«Llegué a Madrid en 1976 con toda la familia y toda la casa, porque vine en barco... No se regresa de ningún exilio, el exilio es irreversible... Además no tengo adónde volver. Perdí mis vínculos laborales y a mis amigos: Di Benedetto y Haroldo Conti...».


Daniel Moyano                



1. El «autos» de lo autobiográfico

Jacques Derrida, afirma que «un discurso acerca de la vida... debe ocupar cierto espacio entre el logos y el gramma, la analogía y el programa, los diferentes sentidos del programa y de la reproducción... (y) el guión que relaciona lógica con gráfico debe sin duda trabajar también entre lo biológico y lo biográfico»2.

La biografía, en consecuencia, no puede ser considerada como un corpus de accidentes empíricos que dejan un nombre y una firma fuera de un sistema que, por su parte, se ofrece, incesante, a una lectura inmanente. Por el contrario, se hace necesario interrogar la dynamis de esa linde entre la «obra» y la «vida», el sistema y el «sujeto» del sistema.

Esa linde, es denominada, por Jacques Derrida, «dynamis» a causa de su fuerza, de su poder, de su potencia virtual y también por una específica característica de movilidad, puesto que no es ni activa ni pasiva, ni es hallable en un afuera ni en un adentro3. Y en especial, porque no es una línea delgada, un trazo invisible o indivisible entre lo escrito por un lado, y por otro, la «vida» de un autor ya identificable bajo un nombre. Por el contrario, esa linde divisible atraviesa los dos «cuerpos», el corpus y el cuerpo, «de conformidad con leyes, -afirma Jacques Derrida-, que apenas comenzamos a entrever»4. Desde esta perspectiva, la autobiograficidad excede las pretensiones de la autobiografía ya sea como género literario o como género discursivo.

En esa tensión, según Jacques Derrida, viene a inscribirse un «autós», -intraducible e inefable- que, en tanto experiencia singular, siempre logra, sin embargo, descompaginar el vínculo consigo mismo. Daniel Moyano inscribe ese «autós» en la errancia misma de una escritura que hace de lo narrado el lugar de una experiencia originaria que como autor sabe incompleta. El sujeto que escribe interpela esa imposibilidad como si con tal gesto exigiera que la inscripción produzca, en su devenir, la verdad de su origen y su fundamento.

Aquella escritura abismal, se configura, entonces, en el espacio de desapropiación de un sujeto a la vez constituido en ese paso fronterizo que distancia y enlaza la interioridad y la exteriorización de una errancia y de un exilio de sí mismo que, en consecuencia, aparecen como señalamientos proféticos de la realidad exiliar ocurrida en marzo del '76.

La autobiografía de Daniel Moyano se constituye como relato de «la exigencia de la escritura»5, como intento de transitar por una realidad que lo desrealiza de su lugar y de sus deseos a la vez que constituye el sedimento material de una experiencia personal que, asumida en tanto compromiso, se torna inseparable de la invención literaria. La orfandad, la pobreza, el desarraigo, la marginalidad, el exilio ahondan, en este escritor6, una actitud crítica referida a la situación de desequilibrio político, económico y social del país, cuyos procesos centralizados en Buenos Aires concurren en detrimento del interior. Esta circunstancia, en la narrativa de Daniel Moyano, resulta irreductible al contexto de su producción; por el contrario, por un lado, señala, -como afirma Martín Prieto-, «la base del prejuicio acerca de la literatura regionalista como privativa del interior»7 y por otro, constituye el señalamiento de una negación inscrita, de manera recurrente, en la textualidad de los relatos; allí los personajes difieren consigo la problemática de una marginalidad que exacerba los conflictos existenciales que deben enfrentar y, dejar, invariablemente, irresueltos.

Escritura y territorio como estancias, parecen ser, para Daniel Moyano, dos instancias yuxtapuestas que señalan una tierra siempre prometida y distante, signos de esa promesa perpetua que enmascara una impotencia inicial desde donde surge, sin embargo, la palabra poética como afirmación del tiempo en la dimensión de la historia.




2. ¿Qué importa quién escribe?8

Esta indiferencia hacia el quién hace de la escritura una práctica que se pretende autorreferencial. El ejercicio de una práctica cuya interioridad se despliega hacia un exterior en la experiencia misma de exceder los límites ya desbordados por el juego diferencial de los signos: allí «alguien» ha sido jugado en las redes del lenguaje y, si bien tal identidad pierde relevancia, ese «alguien» resulta inscrito en el seno de esa misma tarea escritural que, al diluir sus rasgos identitarios, requiere y afirma su necesidad enunciativa.

Ciertamente, en esa apertura, el sujeto que escribe, -como afirma Michel Foucault- «no deja de desaparecer»9 y «la marca del escritor ya no es más que la singularidad de su ausencia»10. Sin embargo, ese gesto de retirada implica abandonar la escritura en la intemperie de una différance siempre indefinida y, que, por tanto, no puede llegar a conceptualizarse más que en la decisión que escoge cada acto de leer.

Desde esta perspectiva, interesa interrogar ese paso imperceptible desde el quién al que, desde quién escribe a lo escriturario en el doblez de la letra y del silencio. Un paso que es, a la vez, negación y testamento, traducción y tránsito de una significación que desgrana la autorreferencialidad de la escritura, abriéndola a su porvenir en la dispersión de sus gramas.

El sujeto que escribe, no identificable con el autor ni con el escritor se torna en lo ilegible que vuelve legible el vacío provocado por su retirada. Esta palabra horadada de imposibilidad de decir, -«palabra que no habla»11 y huella de lo negado- destruye el silencio de aquel violín que Daniel Moyano había dejado colgado bajo una parra de su hogar riojano, abandonado a la intemperie de un tiempo desolador que intentaría reducir a cenizas aun al más mínimo gesto del recuerdo.

Esta escritura resulta, entonces, la trascripción de aquellos sonidos ahora imposibles que, -sin embargo-, forman compás en la memoria del músico para dar «el tono» a los relatos del escritor.




3. La escritura como testimonio

A partir de la confesión de Daniel Moyano: «Yo escribo para explicarme el mundo... A mí me ha tocado una vida bastante complicada, en un país complicado, lleno de violencia. Escribo un poco para tratar de explicármelo»12, la primera persona constituye al escritor en testimonio de su presente; en un testigo que se ofrece de manera ejemplar acerca de las circunstancias históricas que forman el contexto de su producción literaria. La escritura, en consecuencia, se conecta con la posibilidad de detener el tiempo posibilitándolo y, garantiza una correlación y el pasaje entre lo sensible y lo inteligible.

Daniel Moyano lleva a cabo una tarea arqueológica excavando en las entrañas mismas del lenguaje y en la materialidad de la escritura. En esa búsqueda entre fragmentos y despojos, el sujeto que escribe intenta indagar la génesis de la historia personal del escritor, como si el orden matricial de ese origen pudiese otorgar un fundamento de autoridad al destino de Daniel Moyano. Como si, efectivamente, en la recuperación de esos detalles -ya huellas de recuerdos-, pudiera fundarse una memoria como facultad de retención de una idea de lo por-venir, una memoria que, en tanto posibilidad de lo sensible se constituya en posibilidad de lo inteligible.

El «yo» de Daniel Moyano parece quedar suspendido en esa articulación entre el sujeto y el lenguaje: allí, en esa intimidad que traduce la no-coincidencia con el sujeto mismo, en el acontecimiento de la palabra, toma lugar el testimonio. Y ello, precisamente porque la escritura se constituye en lugar de imanación de lo posible por lo cual un «yo» difiere hacia un «el»/ «otro». En ese paso, todo sí mismo se retrotrae a un centro desde donde se libera la palabra del afuera, esa palabra errante que impugna la incomprensión de sus sentidos. En esa intersección provocada por la eclosión entre lo individual y lo universal, la verdad «se hace» desde un interior subjetivo hacia un mundo donde se exterioriza en tanto testimonio. La autobiografía -aunque velada confesión de sí-, produce esa verdad testimonial en ese pasaje inefable por el cual la lengua se hace discurso y el «yo» se enuncia en el sujeto que escribe.




4. El sujeto que escribe

La escritura de Daniel Moyano se inscribe como acontecimiento de un sujeto jugado entre dos sentidos opuestos; o más precisamente, entre una desubjetivación que escinde su identidad y un proceso de subjetivación por el cual el sujeto que escribe accede a la palabra poética. En ese umbral, la experiencia singular de Daniel Moyano se desapropia del nombre, y la ficción narrada se constituye en testigo de la realidad.

El sujeto que escribe, tal como afirma Giorgio Agamben, «no es algo que pueda ser alcanzado directamente como una realidad sustancial presente en alguna parte; por el contrario, es aquello que resulta del encuentro y del cuerpo a cuerpo con los dispositivos en los cuales ha sido puesto -si lo fue-, en juego»13. La escritura de Daniel Moyano se constituye en ese dispositivo del lenguaje en cuya dinámica se produce ese juego sin reservas por el cual el sujeto, sustrayéndose, se muestra y atestigua en su retirada, el devenir de su existencia y de una experiencia hecha de errancia y de asombro.

Esta errancia de la escritura inscribe en su continuo movimiento ese estar siempre en camino de Daniel Moyano. Éste, como autor y como hombre -en fin, en tanto viviente-, no puede alcanzarse a sí mismo más que en esa puesta en abismo llevada a cabo en la escena de la escritura, en el relato de historias narradas por un sujeto que escribe. Esta suerte de repetición del errar vuelve infinito lo finito, abriendo tanto el espacio como el tiempo a esa dimensión de lo incognoscible que hace de la realidad un lugar de pérdida de toda certidumbre.

La escritura, entonces, es interrupción de esa extrañeza toda vez que se ofrece como única morada y vínculo de mediación para lo inexplicable de una época obstinada en la censura de la palabra, en la exclusión de los cuerpos, en la clausura del pensamiento.




5. Conclusiones

La conjunción de estas imposibilidades constituyen la condición de posibilidad de una escritura que vuelve indiscernible esa frontera, siempre por determinarse, que conecta y separa, une y distancia la obra de la vida, el corpus del cuerpo. Una línea sinuosa atraviesa al sujeto y al régimen de su obra; la escritura, en la intemperie de los signos, funda una memoria por la cual se inscribe una ausencia que nunca fue enteramente tal.

En esa prórroga de la palabra poética se gesta una geografía donde el exilio de Daniel Moyano y la singularidad de su búsqueda de identidad continúan su marcha. Precisamente, ese interés por la indagación acerca del origen que desveló el pensamiento de Daniel Moyano, difiere hacia el porvenir, esa resistencia ante el olvido que, elaborada lejos de la centralidad del poder y por ello mismo, elude toda cerrazón para sobrevivir en la estructura testamentaria de la huella.

Una huella que hace audible, al menos un sonido: el sonido de una interrogación que, incontestable, levanta las esclusas de la clausura. A través de ella, el infinito se vuelve finitud. Esta precariedad urge una respuesta y la decisión de responder debe ser tomada puesto que como tal se constituye en alegato por el cual, desde la escritura, Daniel Moyano, continúa interpelando nuestra memoria y el acontecer mismo de una historia que tiende a borrar su compromiso en la indiferencia de aquello que ocurre.

Dónde estás con tus ojos celestes14: constituye un reclamo por el lugar inseparable de la pregunta por el origen. Ambos, lugar y origen, el primero siempre negado, como la arena movediza del desierto y el segundo, desde siempre impresentable se ofrecen en tanto figura única y ambivalente, a la vez, de una suerte de exilio y desarraigo que expone con impudicia sus raíces en el suelo de la escritura.

Mi nombre es Juan, soy músico y vine a España en busca de una mujer llamada Eugenia...15 Alguna vez le dije a Mastro que yo había salido de mi país huyendo de un exilio hacia mi tierra natal, consciente de lo difícil que sería conseguirlo porque mi tierra natal era la que abandonaba, pero bueno, era la única posibilidad de huir con algún fundamento, de lo contrario, simplemente cambiaría de exilio...16 Ante la proximidad de Oviedo me entró el miedo a las cosas concretas que tendría que hacer para empezar la búsqueda efectiva de Eugenia. Los laberintos internos recorridos para llegar a ese momento me pesaban, y Eugenia, además de una mujer, era un signo de muchas cosas, era la libertad, en el tiempo natal, era la patria verdadera. No había ninguna seguridad en encontrarla...17



Eugenia/eugenesia: quiere decir, -anota el filósofo Antonio Negri-, que si «bien nacido» alguien será «bello y bueno»18. Daniel Moyano no cesa en su búsqueda de Eugenia, porque encontrarla no sólo significa el hallazgo de lo «bello» y lo «bueno», sino también, según el modelo de la tradición metafísica, importa el encuentro con lo universal, aquello que desde el principio, en su arché contiene, al mismo tiempo, «el origen y el orden jerárquico del ser»19, fundantes de la ontología y del poder. Daniel Moyano es constantemente enfrentado con la imposibilidad de ambos. En este aspecto, Eugenia se asume como la contrapartida de esa imposibilidad que sólo pierde su signo negativo en el decirse de una escritura que insubordina la vida al poder y la palabra al exilio, en tanto formas indestructibles de espera de lo por-venir.

El exilio, palimpsesto de escritura, desgarra la página en blanco para encarnar en esa grieta el diferimiento de una orfandad tutelar: una madre asesinada, una patria negada, un arraigo doblemente esquivo. En esa intemperie, Daniel Moyano, enajena su escritura e inventa una khôra20 donde refugia una palabra que, -desnuda e impetuosa- apuesta contra toda posibilidad de olvido, porque «nos queda la posibilidad de esperar, aunque no sepamos concretamente qué; porque ese qué no existe ni ha existido nunca»21.

La escritura, palimpsesto de un exilio ininterrumpido en la vida de Daniel Moyano, temporaliza la historicidad del relato de un sujeto que toma la palabra en el vacío del lenguaje e inscribe, su yo en esa experiencia aporética del desarraigo donde no encuentra otro camino más que aquel que prolifera en la errancia de la escritura. Allí, el sujeto de la experiencia, -Daniel Moyano-, es enajenado de su yo empírico y aquella identidad es dispersada por el juego de una verdad ambigua que se hace y se deshace en las huellas expropiadas de un lenguaje entretejido, -y por tanto, ya indecidido- en las historias narradas.






Bibliografía

  • De Daniel Moyano:
    • Moyano, D., Artista de variedades, Córdoba, Editorial Assandri, 1960.
    • ——, La lombriz, Buenos Aires, Nueve 64 editora, 1964.
    • ——, El fuego interrumpido, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1967.
    • ——, Mi música es para esta gente, Caracas, Editorial Monte Ávila, 1970.
    • ——, El estuche de cocodrilo, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1974.
    • ——, Una luz muy lejana, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1996.
    • ——, El oscuro, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1968.
    • ——, El trino del diablo, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1974.
    • ——, Libro de navíos y borrascas, Buenos Aires, Editorial Legasa, 1983.
    • ——, El vuelo del tigre, Barcelona, Editorial Plaza & Janés, 1985.
    • ——, El trino del diablo y otras modulaciones, Prólogo de A. Roa Bastos, Buenos Aires, Grupo Editorial Zeta, 1989, 2.ª ed.
    • ——, Tres golpes de timbal, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1990.
    • ——, La espera y otros cuentos, Buenos Aires, CEAL, 1992.
    • ——, Dónde estás con tus ojos celestes, Buenos Aires, Editorial Gárgola, 2005.
  • Entrevistas:
    • Gnutzmann, R., Revista Hispamérica, Buenos Aires, n.º 46/47, 1987, pp. 113-122.
    • Gilio, M.ª E., «Daniel Moyano: La música que brota de la tierra», Revista Crisis, Buenos Aires, n.º 22, 1975, pp. 40-44.
    • Delgado Aparain, M., «Un caballo blanco anda por las escaleras», Clarín, Suplemento Cultura y nación, Buenos Aires, 22 de agosto de 1985.
  • Bibliografía general:
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    • ——, Profanaciones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2005.
    • Blanchot, M., El libro por venir, Madrid, Editorial Trotta, 2005.
    • Boccanera, J., Tierra que anda, Buenos Aires, Editorial Ameghino, 1999.
    • Derrida, J., Aprender por fin a vivir, Entrevista con Jean Bimbaum, Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 2006.
    • ——, Otobiografías, Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 2009.
    • Derrida, J. y M. Ferraris, El gusto del secreto, Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 2009.
    • Foucault, M., El pensamiento del afuera, Valencia, Editorial Pre-Textos, 1993, 3.ª ed.
    • ——, Hermenéutica del sujeto, La Plata, Editorial Altamira, 1996.
    • ——, ¿Qué es un autor? seguido de Apostillas... de D. Link, Buenos Aires, Ediciones Literales El cuenco de plata, 2010.
    • Negri, A., «El monstruo político. Vida desnuda y potencia», en AA. VV., Ensayos sobre biopolítica, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2007, pp. 93-140.
    • Prieto, M., «Escrituras de la zona», en Historia crítica de la literatura argentina, vol. 10, Buenos Aires, Emecé Editores, 1999, pp. 343-358.
    • Schweizer, R., Daniel Moyano: las vías literarias de la intrahistoria, Córdoba, Alción Editora, 1996.


 
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