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Moradas sestas


Capítulo primero

Pues vengamos con el favor del Espíritu Santo a hablar en las sestas Moradas, adonde el alma ya queda herida del amor del Esposo, y procura más lugar para estar sola, y quitar todo lo que puede, conforme a su estado, que la puede estorbar de esta soledad. Está tan esculpida en el alma aquella vista, que todo su deseo es tornarla a gozar. Ya he dicho que en esta oración no se ve nada que se pueda decir ver, ni con la imaginación; digo vista, por la comparación que puse. Ya el alma, bien determinada queda a no tomar otro esposo; mas el Esposo no mira a los grandes deseos que tiene de que se haga ya el desposorio, que an quiere que lo desee más y que le cueste algo, bien que es el mayor de los bienes. Y anque todo es poco para tan grandísima ganancia, yo os digo, hijas, que no deja de ser menester la muestra y señal que ya se tiene della para poderse llevar. ¡Oh, válame Dios, y qué son los trabajos interiores y esteriores que padece hasta que entra en la sétima Morada! Por cierto que algunas veces lo considero, y que temo que si se entendiesen antes sería dificultosísimo determinarse la flaqueza natural para poderlo sufrir ni determinarse a pasarlo, por bienes que se le representasen, salvo si no hubiese llegado a la sétima Morada, que ya allí nada no se teme, de arte que no se arroje muy de raíz el alma a pasarlo por Dios. Y es la causa, que está casi siempre tan junta   -89-   a su Majestad, que de allí le viene la fortaleza. Creo será bien contaros algunos de los que yo sé que se pasan con certidumbre. Quizá no serán todas las almas llevadas por este camino, anque dudo mucho que vivan libres de trabajos de la tierra, de una manera u de otra, las almas que a tiempo gozan tan de veras de cosas del cielo. Anque no tenía por mí de tratar de esto, he pensado que algún alma que se vea en ello le será gran consuelo saber qué pasa en las que Dios hace semejantes mercedes, porque verdaderamente parece entonces que está todo perdido. No llevaré por concierto como suceden, sino como se me ofreciere a la memoria; y quiero comenzar de los más pequeños, que es una grita de las personas con quien se trata, y an con las que no trata, sino que en su vida le pareció se podían acordar de ella: -¡Que se hace santa, que hace estremos para engañar el mundo, y para hacer a los otros ruines, que son mejores cristianos sin esas ceremonias!- y hase de notar que no hay ninguna, sino procurar guardar bien su estado. Los que tenían por amigos, se apartan della, y son los que le dan mejor bocado, y es de los que mucho se sienten: -¡Que va perdida aquel alma y notablemente engañada, que son cosas del Demonio, que ha de ser como aquella y la otra persona que se perdió, y ocasión de que caya la virtud, que tray engañados los confesores!- y ir a ellos y decírselo, puniéndole ejemplos de lo que acaeció a algunos que se perdieron por aquí: mil maneras de mofas y de dichos de éstos. Yo sé de una persona que tuvo harto miedo no había de haber quien la confesase, según andaban las cosas, que, por ser muchas, no hay para qué me detener; y es lo peor, que no pasan de presto, sino que es toda la vida; y el avisarse unos a otros que se guarden de tratar personas semejantes. Diréisme que también hay quien diga bien. ¡Oh, hijas, y qué pocos hay que crean ese bien, en comparación de los muchos que abominan! Cuanto   -90-   más, que ese es otro trabajo mayor que los dichos, porque como el alma ve claro que si tiene algún bien es dado de Dios, y en ninguna manera no suyo, porque poco antes se vio muy pobre y metida en grandes pecados, esle un tormento intolerable, al menos a los principios, que después no tanto, por algunas razones. La primera, porque la espiriencia le hace claro ver que tan presto dice bien como mal, y ansí no hace más caso de lo uno que de lo otro. La segunda, porque le ha dado el Señor mayor luz que de ninguna cosa buena es suya, sino dada de su Majestad, y como si la viese en tercera persona, olvidada de que tiene allí ninguna parte, se vuelve a alabar a Dios. La tercera, si ha visto algunas almas aprovechadas de ver las mercedes que Dios la hace, piensa que tomó su Majestad este medio de que la tuviesen por buena, no lo siendo, para que a ellas les viniese bien. La cuarta, porque como tiene más delante la honra y gloria de Dios, que la suya, quítase una tentación que da a los principios, de que esas alabanzas han de ser para destruirla, como ha visto algunas, y dásele poco de ser deshonrada, a trueco de que siquiera una vez sea Dios alabado por su medio: después, venga lo que viniere. Estas razones y otras aplacan la mucha pena que dan estas alabanzas, anque casi siempre se siente alguna, si no es cuando poco ni mucho se advierte, mas sin comparación es mayor trabajo verse ansí en público tener por buena sin razón, que no los dichos; y cuando ya viene a no le tener mucho de esto, muy mucho menos le tiene de esotro, antes le huelga, y le es como una música muy suave. Esto es gran verdad, y antes fortalece el alma que la acobarda; porque ya la espiriencia la tiene enseñada la gran ganancia que le viene por este camino, y parécele que no ofenden a Dios los que la persiguen, antes que lo primite su Majestad para gran ganancia suya; y como la siente claramente, tómales un amor particular muy tierno, que   -91-   le parece aquéllos son más amigos, y que la dan más a ganar que los que dicen bien.

También suele dar el Señor enfermedades grandísimas. Este es muy mayor trabajo, en especial cuando son dolores agudos, que en parte si ellos son recios, me parece el mayor que hay en la tierra, digo esterior, anque entren cuantos quisieren, si es de los muy recios dolores, digo, porque descompone lo interior y esterior de manera que aprieta un alma que no sabe qué hacer de sí, y de muy buena gana tornaría cualquier martirio de presto que estos dolores; anque en grandísimo estremo no duran tanto, que, en fin, no da Dios más de lo que se puede sufrir, y da su Majestad primero la paciencia, mas de otros grandes en lo ordinario y enfermedades de muchas maneras. Yo conozco una persona que, desde que comenzó el Señor a hacerla esta merced que queda dicha, que ha cuarenta años, no puede decir con verdad que ha estado día sin tener dolores y otras maneras de padecer; de falta de salud corporal digo, sin otros grandes trabajos. Verdad es que había sido muy ruin, y para el Infierno que merecía todo se le hace poco. Otras que no hayan ofendido tanto a nuestro Señor las llevará por otro camino, mas yo siempre escogería el del padecer, siquiera por imitar a nuestro Señor Jesucristo, anque no hubiese otra ganancia, en especial, que siempre hay muchas. ¡Oh, pues si tratamos de los interiores!, estotros parecerían pequeños, si éstos se acertasen a decir, sino que es imposible darse a entender de la manera que pasan.

Comencemos por el tormento que da topar con un confesor tan cuerdo y poco espirimentado que no hay cosa que tenga por sigura: todo lo teme, en todo pone duda, como ve cosas no ordinarias. En especial si en el alma que las tiene ve alguna imperfeción, que les parece han de ser ángeles a quien Dios hiciere estas mercedes, y es imposible mientras estuvieren en este cuerpo, luego es todo condenado a Demonio   -92-   u melencolía; y de ésta está el mundo tan lleno, que no me espanto; que hay tanta ahora en el mundo, y hace el Demonio tantos males por este camino, que tienen muy mucha razón de temerlo y mirarlo muy bien los confesores. Mas la pobre alma, que anda con el mesmo temor, y va al confesor como a juez, y ese la condena, no puede dejar de recibir tan gran tormento y turbación, que sólo entenderá cuán gran trabajo es quien hubiere pasado por ello. Porque éste es otro de los grandes trabajos que estas almas padecen, en especial si han sido ruines, pensar que por sus pecados ha Dios de primitir que sean engañadas, y anque cuando su Majestad les hace la merced, están seguras y no pueden creer ser otro espíritu sino de Dios, como es cosa que pasa de presto, y el acuerdo de los pecados se está siempre, y ve en sí faltas, que éstas nunca faltan, luego viene este tormento. Cuando el confesor la asigura, aplácase, anque torna; mas cuando él ayuda con más temor, es cosa casi insufrible, en especial cuando tras éstos vienen unas sequedades que no parece que jamás se ha acordado de Dios ni se ha de acordar, y que como una persona de quien oyó decir desde lejos, es cuando oye hablar de su Majestad.

Todo no es nada, si no es que sobre esto venga el parecer que no sabe informar a los confesores, y que los tray engañados, y anque más piensa y ve que no hay primer movimiento que no los diga, no aprovecha; que está el entendimiento tan escuro, que no es capaz de ver la verdad, sino creer lo que la imaginación le representa; que entonces ella es la señora, y los desatinos que el Demonio la quiere representar, a quien debe nuestro Señor de dar licencia para que la pruebe, y an para que la haga entender que está reprobada de Dios; porque son muchas las cosas que la combaten con un apretamiento interior de manera tan sensible e intolerable, que yo no sé a qué se pueda comparar, sino a los que padecen   -93-   en el Infierno; porque ningún consuelo se admite en esta tempestad. Si le quieren tomar con el confesor, parece han acudido los demonios a él para que la atormente más; y ansí, tratando uno con un alma que estaba en este tormento, después de pasado, que parece apretamiento peligroso, por ser de tantas cosas juntas, la decía le avisase cuando estuviese ansí, y siempre era tan peor, que vino él a entender que no era más en su mano. Pues si se quiere tomar un libro de romance, persona que le sabía bien leer, le acaecía no entender más de él que si no supiera letra, porque no estaba el entendimiento capaz. En fin, que ningún remedio hay en esta tempestad sino aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya, u una ocasión, que acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo. Y como quien se ha escapado de una batalla peligrosa con haber ganado la vitoria, queda alabando a nuestro Señor, que fue el que peleó para el vencimiento; porque conoce muy claro que ella no peleó, que todas las armas con que se podía defender le parece que las ve en manos de su contrario, y ansí conoce claramente su miseria y lo poquísimo que podemos de nosotros si nos desamparase el Señor. Parece que ya no ha menester consideración para entender esto, porque la espiriencia de pasar por ello, habiéndose visto del todo inhabilitada, le hacía entender nuestra nonada y cuán miserable cosa somos; porque la gracia, anque no debe estar sin ella, pues con toda esta tormenta no ofende a Dios, ni le ofendería por cosa de la tierra, está tan ascondida, que ni an una centella muy pequeña le parece no ve de que tiene amor de Dios, ni que le tuvo jamás; porque si ha hecho algún bien, u su Majestad le ha hecho alguna merced, todo le parece cosa soñada, y que fue antojo: los pecados ve cierto que los hizo. ¡Oh, Jesús, y qué es ver un alma   -94-   desamparada de esta suerte y, como he dicho, cuán poco le aprovecha ningún consuelo de la tierra! Por eso no penséis, hermanas, si alguna vez os vierdes ansí, que los ricos, y a los que están con libertad, ternán para estos tiempos más remedio. No, no, que me parece a mí es como si a los condenados les pusiesen cuantos deleites hay en el mundo delante, no bastarían para darles alivio, antes les acreditaría el tormento: así acá viene de arriba, y no valen aquí nada cosas de la tierra. Quiere este gran Dios que conozcamos rey y nuestra miseria, y importa mucho para lo de adelante.

Pues ¿qué hará esta pobre alma cuando muchos días le durare ansí? Porque si reza es como si no rezase, para su consuelo, digo; que no se admite en lo interior, ni an se entiende lo que reza ella mesma a sí, anque sea vocal, que para mental no es este tiempo en ninguna manera, porque no están las potencias para ello. Antes hace mayor daño la soledad, con que es otro tormento por sí estar con naide, ni que la hablen; y ansí, por muy mucho que se esfuerce, anda con un desabrimiento y mala condición en lo esterior, que se le echa mucho de ver. ¡Es verdad que sabrá decir lo que ha! Es indicible, porque son apretamientos y penas espirituales que no se saben poner nombre. El mejor remedio, no digo para que se quite, que yo no le hallo, sino para que se pueda sufrir, es entender en obras de caridad y esteriores y esperar en la misericordia de Dios, que nunca falta a los que en Él esperan. Sea por siempre bendito, amén.

Otros trabajos que dan los demonios, esteriores, no deben ser tan ordinarios, y ansí no hay para qué hablar en ellos ni son tan penosos con gran parte; porque por mucho que hagan, no llegan a inhabilitar ansí las potencias, a mi parecer, ni a turbar el alma de esta manera, que, en fin, queda razón para pensar que no pueden hacer más de lo que el Señor les diere licencia, y cuando ésta no está perdida, todo es poco en comparación de lo que queda dicho.

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Otras penas interiores iremos diciendo en estas Moradas, tratando diferencias de oración y mercedes del Señor, que anque algunas son an más recio que lo dicho en el padecer, como se verán por cuál deja el cuerpo, no merecen nombre de trabajos ni es razón que se le pongamos, por ser tan grandes mercedes del Señor, y que en medio de ellos entiende el alma que lo son, y muy fuera de sus merecimientos. Viene ya esta pena grande para entrar en la sétima Morada, con otros hartos, que algunos diré, porque todos será imposible, ni an declarar cómo son; porque vienen de otro linaje que los dichos, muy más alto; y si en ellos, con ser de más baja casta, no he podido declarar más de lo dicho, menos podré en estotro. El Señor dé para todo su favor, por los méritos de su Hijo. Amén.




Capítulo segundo

Parece que hemos dejado mucho la palomica, y no hemos; porque estos trabajos son los que an la hacen tener más alto vuelo. Pues comencemos ahora a tratar de la manera que se ha con ella el Esposo, y como antes que del todo lo sea, se lo hace bien desear, por unos medios tan delicados, que el alma mesma no los entiende, ni yo creo acertaré a decir para que lo entienda, si no fueren las que han pasado por ello; porque son unos impulsos tan delicados y sotiles, que proceden de lo muy interior del alma, que no sé comparación que poner que cuadre. Va bien diferente de todo lo que acá podemos procurar, y an de los gustos que quedan dichos, que muchas veces estando la mesma persona descuidada y sin tener la memoria en Dios, su Majestad la despierta, a manera de una cometa que pasa de presto, o un trueno, anque no se oye ruido; mas entiende muy bien el alma, que fue llamada de Dios, y tan entendido, que algunas veces, en especial a los principios, la hace   -96-   estremecer y an quejar, sin ser cosa que le duele. Siente ser herida sabrosísimamente, mas no atina cómo ni quién la hirió; mas bien conoce ser cosa preciosa, y jamás querría ser sana de aquella herida. Quéjase con palabras de amor, an esteriores, sin poder hacer otra cosa a su Esposo, porque entiende que está presente, mas no se quiere manifestar de manera que deje gozarse, y es harta pena, anque sabrosa y dulce; y anque quiera no tenerla, no puede; mas esto no querría jamás. Mucho más le satisface que el embebecimiento sabroso, que carece de pena, de la oración de quietud.

Deshaciéndome estoy, hermanas, por daros a entender esta operación de amor, y no sé cómo; porque parece cosa contraria dar a enderder el Amado claramente que está con el alma, y parecer que la llama con una seña tan cierta, que no se puede dudar, y un silbo tan penetrativo para entenderlo el alma, que no le puede dejar de oír; porque no parece sino que en hablando el Esposo, que está en la sétima Morada, por esta manera, que no es habla formada, toda la gente que está en las otras no se osan bullir, ni sentidos ni imaginación ni potencias. ¡Oh, mi poderoso Dios, qué grandes son vuestros secretos y qué diferentes las cosas del espíritu a cuanto por acá se puede ver ni entender, pues con ninguna cosa se puede declarar ésta, tan pequeña para las muy grandes que obráis con las almas!

Hace en ella tan gran operación, que se está deshaciendo de deseo, y no sabe qué pedir, porque claramente le parece que está con ella su Dios. Diréisme, pues si esto entiende, ¿qué desea u qué le da pena? ¿Qué mayor bien quiere? No lo sé: sé que parece le llega a las entrañas esta pena y que, cuando de ellas saca la saeta el que la hiere, verdaderamente parece que se las lleva tras sí, según el sentimiento de amor siente. Estaba pensando ahora si sería que en este fuego del brasero encendido que es mi Dios,   -97-   saltaba alguna centella y daba en el alma de manera que se dejaba sentir aquel encendido fuego, y como no era an bastante para quemarla, y él tan deleitoso, queda con aquella pena, y a el tocar hace aquella operación; y paréceme es la mejor comparación que he acertado a decir; porque este dolor sabroso, y no es dolor, no está en un ser; anque a veces dura gran rato, otras de presto se acaba, como quiere comunicarle el Señor, que no es cosa que se puede procurar por ninguna vía humana; mas anque está algunas veces rato, quítase y torna; en fin, nunca está estante, y por eso no acaba de abrasar el alma sino ya que se va a encender, muérese la centella y queda con deseo de tornar a padecer aquel dolor amoroso que le causa. Aquí no hay pensar si es cosa movida del mesmo natural, ni causada de melancolía, ni tampoco engaño del Demonio, ni si es antojo; porque es cosa que se deja muy bien entender ser este movimiento de adonde está el Señor, que es inmutable; y las operaciones no son como de otras devociones, que el mucho embebecimiento del gusto nos puede hacer dudar. Aquí están todos los sentidos y potencias, sin ningún embebecimiento, mirando qué podrá ser, sin estorbar nada ni poder acrecentar aquella pena deleitosa ni quitarla, a mi parecer. A quien nuestro Señor hiciere esta merced, que si se la ha hecho, en leyendo esto lo entenderá, déle muy muchas gracias, que no tiene que temer si es engaño; tema mucho si ha de ser ingrato a tan gran merced, y procure esforzarse a servir y a mejorar en todo su vida, y verá en lo que para y cómo recibe más y más. Anque a una persona que ésta tuvo, pasó algunos años con ello, y con aquella merced estaba bien satisfecha, que si multitud de años sirviera a el Señor con grandes trabajos, quedaba con ella muy bien pagada. Sea bendito por siempre jamás, amén.

Podrá ser que reparéis en cómo más en esto que en otras cosas hay seguridad. A mi parecer por estas   -98-   razones: La primera, porque jamás el Demonio debe dar pena sabrosa como ésta; podrá él dar el sabor y deleite que parezca espiritual; mas juntar pena, y tanta, con quietud y gusto del alma, no es de su facultad; que todos sus poderes están por las adefueras; y sus penas, cuando él las da, no son, a mi parecer, jamás sabrosas ni con paz, sino inquietas y con guerra. La segunda, porque esta tempestad sabrosa viene de otra región de las que él puede señorear. La tercera, por los grandes provechos que quedan en el alma, que es lo más ordinario determinarse a padecer por Dios y desear tener muchos trabajos, y quedar muy más determinada a apartarse de los contentos y conversaciones de la tierra, y otras cosas semejantes. El no ser antojo está muy claro; porque anque otras veces lo procure, no podrá contrahacer aquello; y es cosa tan notoria, que en ninguna manera se puede antojar, digo, parecer que es, no siendo, ni dudar de que es, y si alguna quedare, sepan que no son estos verdaderos ímpetus; digo, si dudare en si le tuvo u si no; porque ansí se da a sentir, como a los oídos una gran voz. Pues ser melencolía no lleva camino nenguno, porque la melencolía, no hace y fabrica sus antojos sino en la imaginación; estotro procede de lo interior del alma. Ya puede ser que yo me engañe, mas hasta oír otras razones a quien lo entienda, siempre estaré en esta opinión; y ansí sé de una persona harto llena de temor de estos engaños, que de esta oración jamás le pudo temer.

También suele nuestro Señor tener otras maneras de despertar el alma; que a deshora, estando rezando vocalmente, y con descuido de cosa interior, parece viene una inflamación deleitosa, como si de presto viniese un olor tan grande, que se comunicase por todos los sentidos (no digo que es olor, sino pongo esta comparación) u cosa de esta manera, sólo para dar a sentir que está allí el Esposo; mueve un deseo sabroso   -99-   de gozar el alma de Él, y con esto queda dispuesta para hacer grandes atos y alabanzas a nuestro Señor. Su nacimiento de esta merced es de donde lo que queda dicho, mas aquí no hay cosa que dé pena, ni los deseos mesmos de gozar a Dios son penosos; esto es más ordinario sentirlo el alma. Tampoco me parece qué hay aquí que temer, por algunas razones de las dichas, sino procurar admitir esta merced con hacimiento de gracias.




Capítulo tercero

Otra manera tiene Dios de despertar a el alma; y anque en alguna manera parece mayor merced que las dichas, podrá ser más peligrosa, y por eso me deterné algo en ella, que son unas hablas con el alma, de muchas maneras; unas parece vienen de afuera, otras de lo muy interior del alma, otras de lo superior della, otras tan en lo esterior, que se oyen con los oídos porque parece es voz formada. Algunas veces, y muchas, puede ser antojo, en especial en personas de flaca imaginación u melencólicas, digo de melencolía notable; de estas dos maneras de personas no hay que hacer caso, a mi parecer, anque digan que ven y oyen y entienden, ni inquietarlas con decir que es Demonio, sino oírlas como a personas enfermas, diciendo a la priora u confesor a quien lo dijere, que no haga caso de ello, que no es la sustancia para servir a Dios; y que a muchos ha engañado el Demonio por allí, anque no será quizá ansí a ella, por no la afligir más que tray con su humor. Porque si le dicen que es melencolía, nunca acabará, que jurará que lo ve y lo oye, porque le parece ansí. Verdad es, que es menester traer cuenta con quitarle la oración, y lo más que se pudiere, que no haga caso dello; porque suele el Demonio aprovecharse de estas almas ansí enfermas, anque no sea para su daño, para el de   -100-   otros; y a enfermas y sanas, siempre de estas cosas hay que temer, hasta ir entendiendo el espíritu. Y digo que siempre es lo mejor a los principios deshacérsele; porque si es de Dios, es más ayuda para ir adelante, y antes crece cuando es probado. Esto es ansí, mas no sea apretando mucho el alma y inquietándola; porque verdaderamente ella no puede más.

Pues tornando a lo que decía de las hablas con el ánima, de todas las maneras que he dicho, pueden ser de Dios, y también del Demonio y de la propia imaginación. Diré, si acertare, con el favor del Señor, las señales que hay en estas diferencias y cuándo serán estas hablas peligrosas; porque hay muchas almas que las entienden entre gente de oración, y querría, hermanas, que no penséis hacéis mal en no las dar crédito, ni tampoco en dársele, cuando son solamente para vosotras mesmas de regalo, u aviso de faltas vuestras, dígalas quien las dijere, u sea antojo, que poco va en ello. De una cosa os aviso, que no penséis, anque sean de Dios, seréis por eso mejores, que harto habló a los fariseos, y todo el bien está como se aprovechan de estas palabras; y ninguna que no vaya muy conforme a la Escritura hagáis más caso de ellas, que si las oyésedes al mesmo Demonio; porque anque sean de vuestra flaca imaginación, es menester tomarse como una tentación de cosas de la fe, y ansí resistir siempre, para que se vayan quitando; y sí quitarán, porque llevan poca fuerza consigo. Pues tornando a lo primero, que venga de lo interior, que de lo superior, que de lo esterior, no importa para dejar de ser de Dios. Las más ciertas señales que se pueden tener, a mi parecer son éstas. La primera y más verdadera es el poderío y señorío que train consigo, que es hablando y obrando. Declárome más. Está un alma en toda la tribulación y alboroto interior que queda dicho, y escuridad del entendimiento y sequedad; con una palabra de éstas, que diga solamente: -«No tengas pena»-, queda sosegada, y sin nenguna, y con gran   -101-   luz, quitada toda aquella pena, con que le parecía que todo el mundo y letrados que se juntaran a darle razones para que no la tuviese, no la pudieran, con cuanto trabajaran, quitar de aquella aflición. Está afligida por haberle dicho su confesor, y otros, que es espíritu del Demonio el que tiene, y toda llena de temor; y con una palabra que se le diga sólo: -«Yo soy, no hayas miedo»-, se le quita del todo, y queda consoladísima, y pareciéndole que ninguno bastará a hacerla creer otra cosa. Está con mucha pena de algunos negocios graves, que no saben cómo han de suceder; entiende, que se sosiegue, que todo sucederá bien; queda con certidumbre, y sin pena; y desta manera otras muchas cosas.

La segunda razón, una gran quietud que queda en el alma, y recogimiento devoto y pacífico, y dispuesta para alabanzas de Dios. ¡Oh Señor!, si una palabra enviada a decir con un paje vuestro, que a lo que dicen, al menos éstas, en esta Morada, no las dice el mesmo Señor, sino algún ángel, tienen tanta fuerza, ¿qué tal la dejaréis en el alma que está atada por amor con Vos, y Vos con ella?

La tercera señal es, no pasarse estas palabras de la memoria en muy mucho tiempo, y algunas jamás, como se pasan las que por acá entendemos, digo, que oímos de los hombres, que anque sean muy graves y letrados, no las tenemos tan esculpidas en la memoria, ni tampoco, si son en cosas por venir, las creemos como a éstas, que queda una certidumbre grandísima, de manera que, anque algunas veces en cosas muy imposibles, a el parecer, no deja de venirle duda si será u no será, y anda con algunas vacilaciones el entendimiento, en la mesma alma está una seguridad, que no se puede rendir; anque le parezca que vaya todo al contrario de lo que entendió, y pasan años, no se le quita aquel pensar que Dios buscará otros medios que los hombres no entienden, mas que, en fin, se ha de hacer, y ansí es que se hace. Anque, como digo,   -102-   no se deja de padecer cuando ve muchos desvíos, porque como ha tiempo que lo entendió, y las operaciones y certidumbre, que al presente quedan ser Dios, es ya pasado, han lugar estas dudas, pensando si fue Demonio, si fue de la imaginación; nenguna de estas le queda al presente, sino que moriría por aquella verdad. Mas, como digo, con todas estas imaginaciones, que debe poner el Demonio para dar pena, y acobardar el alma, en especial, si es en negocio que en el hacerse lo que se entendió ha de haber muchos bienes de almas, y es obra para gran honra y servicio de Dios, y en ellas hay gran dificultad, ¿qué no hará? Al menos enflaquece la fe, que es harto daño no creer que Dios es poderoso para hacer obras que no entienden nuestros entendimientos. Con todos estos combates, anque haya quien diga a la mesma persona que son disbarates, digo los confesores con quien se tratan estas cosas, y con cuantos malos sucesos hubiere para dar a entender que no se pueden cumplir, queda una centella no sé dónde, tan viva, de que será, anque todas las demás esperanzas estén muertas, que no podría, anque quisiese, dejar de estar viva aquella centella de siguridad. Y en fin, como he dicho, se cumple la palabra del Señor, y queda el alma tan contenta y alegre, que no querría sino alabar siempre a su Majestad, y mucho más, por ver cumplido lo que se le había dicho, que por la mesma obra, anque le vaya muy mucho en ella. No sé en qué va esto, que tiene en tanto el alma, que salgan estas palabras verdaderas, que si a la mesma persona la tomasen en algunas mentiras, no creo sentiría tanto; como si ella en esto pudiese más, que no dice sino lo que la dicen. Infinitas veces se acordaba cierta persona de Jonás, profeta, sobre esto, cuando temía no había de perderse Nínive. En fin, como es espíritu de Dios, es razón se le tenga esa fidelidad, en desear no le tengan por falso, pues es la suma verdad. Y ansí es grande la alegría cuando, después de mil rodeos y en cosas   -103-   dificultosísimas, lo ve cumplido; anque a la mesma persona se le hayan de seguir grandes trabajos de ello, los quiere más pasar que no que deje de cumplirse lo que tiene por cierto le dijo el Señor. Quizá no todas personas ternán esta flaqueza, si lo es, que no lo puedo condenar por malo.

Si son de la imaginación, nenguna de estas señales hay, ni certidumbre, ni paz y gusto interior; salvo que podría acaecer, y an yo sé de algunas personas a quien ha acaecido, estando muy embebidas en oración de quietud y sueño espiritual, que algunas son tan flacas de complesión u imaginación, u no sé de la causa, que verdaderamente en este gran recogimiento están fuera de sí, que no se sienten en lo esterior, y están tan adormecidos todos los sentidos, que como una persona que duerme, y an quizá es ansí que están adormizadas, como manera de sueño les parece que las hablan, y an que ven cosas, y piensan que es de Dios, y deja los efetos, en fin, como de sueño. Y también podría ser, pidiendo una cosa a nuestro Señor afetuosamente, parecerles que le dicen lo que quieren, y esto acaece algunas veces. Mas a quien tuviere mucha espiriencia de las hablas de Dios, no se podrá engañar en esto, a mi parecer, de la imaginación. Del Demonio hay más que temer, mas si hay las señales que quedan dichas, mucho se puede asigurar ser de Dios, anque no de manera, que si es cosa grave lo que se le dice, y que se ha de poner por obra de sí u de negocios de terceras personas, jamás haga nada ni le pase por pensamiento, sin parecer de confesor letrado y avisado y siervo de Dios, anque más y más entienda y le parezca claro ser de Dios. Porque esto quiere su Majestad, y no es dejar de hacer lo que Él manda, pues nos tiene dicho tengamos a el confesor en su lugar, adonde no se puede dudar ser palabras suyas; y éstas ayuden a dar ánimo, si es negocio dificultoso, y nuestro Señor le porná al confesor, y le hará crea es espíritu suyo, cuando Él lo   -104-   quisiere, y si no, no están más obligados. Y hacer otra cosa sino lo dicho, y siguirse naide por su parecer en esto, téngolo por cosa muy peligrosa; y ansí, hermanas, os amonesto de parte de nuestro Señor, que jamás os acaezca.

Otra manera hay, como habla el Señor a el alma, que yo tengo para mí ser muy cierto de su parte, con alguna visión intelectual, que adelante diré como es. Es tan en lo íntimo del alma, y parécele tan claro oír aquellas palabras con los oídos del alma a el mesmo Señor, y tan en secreto, que la mesma manera de entenderlas, con las operaciones que hace la mesma visión, asegura y da certidumbre no poder el Demonio tener parte allí. Deja grandes afetos para creer esto, al menos hay siguridad de que no procede de la imaginación, y también si hay advertencia la puede siempre tener de esto por estas razones:La primera, porque debe ser diferente en la claridad de la habla, que lo es tan clara, que una sílaba que falte de lo que entendió, se acuerda, y si se dijo por un estilo u por otro, anque sea todo una sentencia; y en lo que se antoja por la imaginación, será no habla tan clara, ni palabras tan distintas, sino como cosa medio soñada.

La segunda, porque acá no se pensaba muchas veces en lo que se entendió, digo que es a deshora, y an algunas estando en conversación, anque hartas se responde a lo que pasa de presto por el pensamiento u a lo que antes se ha pensado: mas muchas es en cosa que jamás tuvo acuerdo de que hablan de ser ni serían, y ansí no las podía haber fabricado la imaginación, para que el alma se engañase en antojársele lo que no había deseado, ni querido, ni venido a su noticia.

La tercera, porque lo uno es como quien oye, y lo de la imaginación es como quien va componiendo lo que él mesmo quiere que le digan poco a poco.

La cuarta, porque las palabras son muy diferentes, y con una se comprende mucho, lo que nuestro entendimiento no podría comprender tan de presto.

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La quinta, porque junto con las palabras muchas veces, por un modo que yo no sabré decir, se da a entender mucho más de lo que ellas suenan sin palabras. En este modo de entender, hablaré en otra parte más, que es cosa muy delicada y para alabar a nuestro Señor; porque en esta manera y diferencias, ha habido personas muy dudosas, en especial alguna por quien ha pasado, y ansí habrá otras que no acababan de entenderse; y ansí sé que lo ha mirado con mucha advertencia, porque han sido muchas veces las que el Señor le hace esta merced, y la mayor duda que tenía era en esto, si se le antojaba, a los principios, que el ser Demonio más presto se puede entender; anque son tantas sus sotilezas, que sabe bien contrahacer el espíritu de luz; mas será, a mi parecer, en las palabras, decirlas muy claras, que tampoco quede duda si se entendieron como en el espíritu de verdad; mas no podrá contrahacer los efetos que quedan dichos, ni dejar esa paz en el alma, ni luz, antes inquietud y alboroto; mas puede hacer poco daño, u ninguno, si el alma es humilde, y hace lo que he dicho, de no se mover a hacer nada por cosa que entienda. Si son favores y regalos del Señor, mire con atención si por ellos se tiene por mejor, y si mientra mayor palabra de regalo, no quedare más confundida, crea que no es espíritu de Dios; porque es cosa muy cierta, que cuando lo es, mientra mayor merced le hace, muy más en menos se tiene la mesma alma, y más acuerdo tray de sus pecados, y más olvidada de su ganancia, y más empleada su voluntad y memoria en querer sólo la honra de Dios, ni acordarse de su propio provecho, y con más temor anda de torcer en ninguna cosa su voluntad, y con mayor certidumbre de que nunca mereció aquellas mercedes, sino el Infierno. Como hagan de estos efetos todas las cosas y mercedes que tuviere en la oración, no ande el alma espantada, sino confiada en la misericordia del Señor, que es fiel, y no   -106-   dejará a el Demonio que la engañe, anque siempre es bien se ande con temor.

Podrá ser que a las que no lleva el Señor por este camino, les parezca que podrían estas almas no escuchar estas palabras que les dicen y si son interiores, destraerse de manera que no se admitan, con esto andarán sin estos peligros. A éstos respondo, que es imposible: no hablo de las que se les antoja que con no estar tanto apeteciendo alguna cosa ni quiriendo hacer caso de las imaginaciones, tienen remedio. Acá ninguno, porque de tal manera el mesmo espíritu que habla, hace parar todos los otros pensamientos y advertir a lo que se dice, que en alguna manera me parece, y creo es ansí, que sería más posible no entender a una persona que hablase muy a voces a otra que oyese muy bien, porque podría no advertir, y poner el pensamiento y entendimiento en otra cosa, mas en lo que tratamos no se puede hacer: no hay oídos que se atapar, ni poder para pensar, sino en lo que se le dice, en ninguna manera; porque el que pudo hacer parar el sol, por petición de Josué creo era, puede hacer parar las potencias y todo el interior, de manera, que ve bien el alma, que otro mayor Señor gobierna aquel Castillo que ella, y hácela harta devoción y humildad; ansí en escusarlo no hay remedio ninguno. Dénosle la divina Majestad, para que sólo pongamos los ojos en contentarle, y nos olvidemos de nosotros mesmos, como he dicho; amén. Plega Él, que haya acertado a dar a entender lo que en esto he pretendido, y que sea de algún aviso para quien lo tuviere.



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Capítulo cuarto

Con estas cosas dichas de trabajos y las demás, ¿qué sosiego puede traer la pobre mariposica? Todo es para más desear gozar a el Esposo; y su Majestad, como quien conoce nuestra flaqueza, vala habilitando con estas cosas y otras muchas, para que tenga ánimo de juntarse con tan gran Señor, y tomarle por Esposo. Reíros heis de que digo esto, y pareceros ha desatino; porque cualquiera de vosotras os parecerá que no es menester, y que no habrá nenguna mujer tan baja, que no le tenga para desposarse con el Rey. Ansí lo creo yo con el de la tierra, mas con el del Cielo, yo os digo que es menester más de lo que pensáis; porque nuestro natural es muy tímido y bajo para tan gran cosa, y tengo por cierto, que si no lo diese Dios, con cuanto veis, u que nos está bien, sería imposible. Y ansí veréis lo que hace su Majestad para concluir este desposorio, que entiendo yo debe ser cuando da arrobamientos, que la saca de sus sentidos; porque si estando en ellos, se viese tan cerca desta gran Majestad, no era posible, por ventura, quedar con vida. Entiéndese arrobamientos que lo sean, y no flaquezas de mujeres, como por acá tenemos, que todo nos parece arrobamiento y éstasi. Y como creo dejo dicho, hay complesiones tan flacas, que con una oración de quietud se mueren. Quiero poner aquí algunas maneras que yo he entendido, como he tratado con tantas personas espirituales, que hay de arrobamientos, anque no sé si acertaré, como en otra parte que lo escribí: esto y algunas cosas de las que van aquí, que por algunas razones, ha parecido no va nada tornarlo a decir, anque no sea sino porque vayan las Moradas por junto aquí.

Una manera hay, que estando el alma, anque no sea en oración, tocada con alguna palabra, que se acordó u oye de Dios, parece que su Majestad, desde lo interior   -108-   del alma, hace crecer la centella que dijimos ya, movido de piedad de haberla visto padecer tanto tiempo por su deseo, que abrasada toda ella como un ave Fenis, queda renovada, y piadosamente, se puede creer, perdonadas sus culpas. Hase de entender con la dispusición y medios que esta alma habrá tenido, como la Ilesia lo enseña. Y ansí limpia, la junta consigo, sin entender an aquí naide sino ellos dos, ni an la mesma alma entiende de manera que lo puede después decir, anque no está sin sentido interior; porque no es como a quien toma un desmayo u parajismo, que ninguna cosa interior ni esterior entiende. Lo que yo entiendo en este caso, es que el alma nunca estuvo tan despierta para las cosas de Dios, ni con tan gran luz y conocimiento de su Majestad. Parecerá imposible, porque si las potencias están tan absortas, que podemos decir que están muertas, y los sentidos lo mesmo, ¿cómo se puede entender que entiende ese secreto? Yo no lo sé, ni quizá ninguna criatura, sino el mesmo Creador, y otras cosas muchas que pasan en este estado, digo en estas dos Moradas; que ésta, y la postrera se pudieran juntar bien, porque de la una a la otra no hay puerta cerrada; porque hay cosas en la postrera, que no se han manifestado a los que an no han llegado a ella, me pareció dividirlas.

Cuando estando el alma en esta suspensión, el Señor tiene por bien demostrarle algunos secretos, como de cosas del Cielo y visiones imaginarias, esto sábelo después decir, y de tal manera queda imprimido en la memoria que nunca jamás se olvida; mas cuando son visiones inteletuales tampoco las sabe decir; porque debe haber algunas en estos tiempos tan subidas, que no las convienen entender más los que viven en la tierra para poderlas decir, anque estando sana en sus sentidos, por acá se pueden decir muchas destas visiones inteletuales.

Podrá ser que no entendáis algunas qué cosa es visión, en especial las inteletuales. Yo diré a su tiempo,   -109-   porque me lo ha mandado quien puede; y anque parezca cosa impertinente, quizá para algunas almas será de provecho. Pues diréisme, si después no ha de haber acuerdo de esas mercedes tan subidas que ahí hace el Señor a el alma, ¿qué provecho le train? ¡Oh, hijas!, que es tan grande, que no se puede encarecer, porque anque no las saben decir, en lo muy interior del alma quedan bien escritas, y jamás se olvidan. Pues si no tienen imagen ni las entienden las potencias, ¿cómo se pueden acordar? Tampoco entiendo eso; mas entiendo que quedan unas verdades en esta alma, tan fijas de la grandeza de Dios, que cuando no tuviera fe que le dice quien es, y que está obligada a creerle por Dios, le adorará desde aquel punto por tal, como hizo Jacob cuando vio la escala, que con ella debía de entender otros secretos, que no los supo decir; que por sólo ver una escala que bajaban y subían ángeles, si no hubiera más luz interior, no entendiera tan grandes misterios. No sé si atino en lo que digo, porque anque lo he oído, no sé si se me acuerda bien. Ni tampoco Moysén supo decir todo lo que vio en la zarza, sino lo que quiso Dios que dijese; mas si no mostrara Dios a su alma secretos con certidumbre, para que viese y creyese que era Dios, no se pusiera en tantos y tan grandes trabajos; mas debía entender tan grandes cosas dentro de los espinos de aquella zarza, que le dieron ánimo para hacer lo que hizo por el pueblo de Israel. Ansí que, hermanas, las cosas ocultas de Dios no hemos de buscar razones para entenderlas, sino que como creemos que es poderoso, está claro que hemos de creer que un gusano de tan limitado poder como nosotros, que no ha de entender sus grandezas.

Alabémosle mucho, porque es servido que entendamos algunas.

Deseando estoy acertar a poner una comparación para si pudiese dar a entender algo de esto que voy diciendo, y creo no la hay que cuadre; mas digamos ésta: Entráis en un aposento de un rey u gran señor,   -110-   u creo camarín los llaman, adonde tienen infinitos géneros de vidrios y barros y muchas cosas, puestas por tal orden, que casi todas se ven en entrando. Una vez me llevaron a una pieza de éstas en casa de la Duquesa de Alba, adonde, viniendo de camino, me mandó la obediencia estar, por haberlos importunado esta señora, que me quedé espantada en entrando, y consideraba de qué podía aprovechar aquella baraúnda de cosas, y vía que se podía alabar al Señor de tantas diferencias de cosas; y ahora me cay en gracia cómo me ha aprovechado para aquí. Y anque estuve allí un rato, era tanto lo que había que ver, que luego se me olvidó todo, de manera que de nenguna de aquellas piezas me quedó más memoria que si nunca las hubiera visto, ni sabría decir de qué hechura eran: mas por junto acuérdase que lo vio. Ansí acá, estando el alma tan hecha una cosa con Dios, metida en este aposento de cielo impíreo que debemos tener en lo interior de nuestras almas; porque claro está que, pues Dios está en ellas, que tiene alguna de estas Moradas; y anque cuando está ansí el alma en éstasi, no debe siempre el Señor querer que vea estos secretos, porque está tan embebida en gozarle que le basta tan gran bien, algunas veces gusta que se desembeba y de presto vea lo que está en aquel aposento; y ansí queda después que torna en sí con aquel representársele las grandezas que vio: mas no puede decir nenguna, ni llega su natural a más de lo que sobrenatural ha querido Dios que vea. ¡Luego ya confieso que fue ver y que es visión imaginaria! -No quiero decir tal, no es esto de que trato, sino visión inteletual; que como no tengo letras, mi torpeza no sabe decir nada; que lo que he dicho hasta aquí en esta oración entiendo claro que si va bien que no soy la que lo he dicho. Yo tengo para mí que si algunas veces no entiende de estos secretos en los arrobamientos del alma a quien los ha dado Dios, que no son arrobamientos, sino alguna flaqueza natural, que puede ser a personas de   -111-   flaca complesión, como somos las mujeres, con alguna fuerza de espíritu sobrepujar al natural y quedarse ansí embebidas, como creo dije en la oración de quietud. Aquéllos no tienen que ver con arrobamientos; porque el que lo es cree que roba Dios toda el alma para sí y que, como a cosa suya propia y ya esposa suya, la va mostrando alguna partecita del reino que ha ganado por serlo; que, por poca que sea, es todo mucho lo que hay en este gran Dios, y no quiere estorbo de naide, ni de potencias, ni sentidos; sino de presto manda cerrar las puertas de estas Moradas todas, y sólo en la que Él está queda abierta para entrarnos. Bendita sea tanta misericordia y con razón serán malditos los que no quisieren aprovecharse de ella, y perdieren a este Señor. ¡Oh, hermanas mías!, que no es nada lo que dejamos, ni es nada cuanto hacemos, ni cuanto pudiéramos hacer, por un Dios que ansí se quiere comunicar a un gusano. Y si tenemos esperanza de an en esta vida gozar de este bien, ¿qué hacemos?, ¿en qué nos detenemos?, ¿qué es bastante para que un momento dejemos de buscar a este Señor, como lo hacía la Esposa por barrios y plazas? ¡Oh, que es burlerío todo lo del mundo si no nos llega y ayuda a esto, anque duraran para siempre sus deleites y riquezas y gozos cuantos se pudieran imaginar! ¡Que es todo asco y basura comparado a estos tesoros que se han de gozar sin fin! Ni an éstos no son nada en comparación de tener por nuestro al Señor de todos los tesoros y del cielo y de la tierra. ¡Oh, ceguedad humana! -¿Hasta cuándo, hasta cuándo se cuitará esta tierra de nuestros ojos? Que anque entre nosotras no parece que no es tanta que nos ciegue del todo, veo unas motillas, unas chinillas, que si las dejamos crecer, bastarán hacernos gran daño; sino que por amor de Dios, hermanas, nos aprovechemos de estas faltas para conocer nuestra miseria, y ellas nos den mayor vista, como la dio el lodo del ciego que sanó nuestro Esposo; y ansí, viéndonos tan imperfectas, crezca más el suplicarle saque   -112-   bien de nuestras miserias, para en todo contentar a su Majestad.

Mucho me he divertido sin entenderlo; perdonadme, hermanas, y creed que, llegada a estas grandezas de Dios, digo, a hablar en ellas, no puede dejar de lastimarme mucho ver lo que perdemos por nuestra culpa. Porque, anque es verdad que son cosas que las da el Señor a quien quiere, si quisiésemos a su Majestad como Él nos quiere, a todas las daría; no está deseando otra cosa, sino tener a quien dar, que no por eso se disminuyen sus riquezas.

Pues tornando a lo que decía, manda el Esposo cerrar las puertas de las Moradas, y an las del Castillo y cerca; que en quiriendo arrebatar esta alma, se le quita el huelgo de manera que, anque duren un poquito más algunas veces los otros sentidos, en ninguna manera puede hablar, anque otras veces todo se quita de presto, y se enfrían las manos y el cuerpo de manera que no parece tiene alma, ni se entiende algunas veces si echa el huelgo. Esto dura poco espacio, digo para estar en un ser, porque, quitándose esta gran suspensión un poco, parece que el cuerpo torna algo en sí y alienta para tornarse a morir y dar mayor vida a el alma, y con todo no dura mucho tan gran éstasi.

Mas acaece, anque se quita, quedarse la voluntad tan embebida y el entendimiento tan enajenado, y durar ansí días y an días, que parece no es capaz para entender en cosa que no sea para despertar la voluntad a amar, y ella se está harto despierta para esto y dormida para arrostrar a asirse a ninguna criatura.

¡Oh!, cuando el alma torna ya del todo en sí, ¡qué es la confusión que le da y los deseos tan grandísimos de emplearse en Dios, de todas cuantas maneras se quiere servir de ella! Si de las oraciones pasadas quedan tales efetos como quedan dichos, ¿qué será de una merced tan grande como ésta? Querría tener mil vidas para emplearlas todas en Dios, y que todas cuantas cosas hay en la tierra fuesen lenguas para alabarle   -113-   por ella. Los deseos de hacer penitencia grandísimos; y no hace mucho en hacerla, porque con la fuerza del amor, siente poco cuanto hace, y ve claro que no hacían mucho los mártires en los tormentos que padecían, porque con esta ayuda de parte de nuestro Señor es fácil; y ansí se quejan estas almas a su Majestad cuando no se les ofrece en qué padecer. Cuando esta merced les hace en secreto, tiénenla por muy grande; porque cuando es delante de algunas personas, es tan grande el corrimiento y afrenta que les queda, que en alguna manera desembebe el alma de lo que gozó, con la pena y cuidado que le da pensar qué pensarán los que lo han visto. Porque conocen la malicia del mundo y entienden que no lo echarán por ventura a lo que es, sino que, por lo que habían de alabar al Señor, por ventura les será ocasión para echar juicios. En alguna manera me parece esta pena y corrimiento falta de humildad; mas ello no es más en su mano; porque si esta persona desea ser vituperada, ¿qué se le da? Como entendió una que estaba en esta aflición de parte de nuestro Señor: «No tengas pena, que, u ellos han de alabarme a Mí u mormurar de ti, y en cualquiera cosa de éstas ganas tú». Supe después que esta persona se había mucho animado con estas palabras y consolado; y porque si alguna se viere en esta aflición, os las pongo aquí. Parece que quiere nuestro Señor que todos entiendan que aquel alma es ya suya, que no ha de tocar naide en ella; en el cuerpo, en la honra, en la hacienda, enhorabuena, que de todo se sacará honra para su Majestad; mas en el alma, eso no, que si ella, con muy culpable atrevimiento, no se aparta de su Esposo, Él la amparará de todo el mundo, y an de todo el Infierno. No sé si queda dado algo a entender de qué cosa es arrobamiento, que todo es imposible, como he dicho, y creo no se ha perdido nada en decirlo, para que se entienda lo que lo es, porque hay efetos muy diferentes en los fíngidos arrobamientos; no digo fingidos porque quien los tiene no quiere engañar, sino   -114-   porque ella lo está; y como las señales y efetos no conforman con tan gran merced, queda infamada de manera que con razón no se cree después a quien el Señor la hiciere. Sea por siempre bendito y alabado, amén, amén.




Capítulo quinto

Otra manera de arrobamientos hay, u vuelo del espíritu le llamo yo, que anque todo es uno en la sustancia, en lo interior se siente muy diferente, porque muy de presto algunas veces se siente un movimiento tan acelerado del alma, que parece es arrebatado el espíritu con una velocidad que pone harto temor, en especial a los principios; que por eso os decía que es menester ánimo grande para a quien Dios ha de hacer estas mercedes, y an fe y confianza y resinación grande de que haga nuestro Señor del alma lo que quisiere.

¿Pensáis que es poca turbación estar una persona muy en su sentido y verse arrebatar el alma? Y an algunos hemos leído que el cuerpo con ella, sin saber adónde va u quién la lleva u cómo; que al principio de este momentáneo movimiento no hay tanta certidumbre de que es Dios. Pues ¿hay algún remedio de poder resistir? En ninguna manera; antes es peor; que yo le sé de alguna persona, que parece quiere Dios dar a entender el alma que, pues tantas veces con tan grandes veras se ha puesto en sus manos y con tan entera voluntad se le ha ofrecido toda, que entienda que ya no tiene parte en sí, y notablemente, con más impetuoso movimiento es arrebatada; y tomaba ya por sí no hacer más que hace una paja cuando la levanta el ámbar, si lo habéis mirado, y dejarse en las manos de quien tan poderoso es, que ve es lo más acertado hacer la necesidad virtud. Y porque dije de la paja, es cierto ansí, que con la facilidad que un gran jayán puede arrebatar una paja, este nuestro gran gigante y poderoso arrebata el espíritu. No parece sino que, aquel pilar de   -115-   agua, que dijimos, creo era la cuarta Morada, que no me acuerdo bien, que con suavidad y mansedumbre, digo sin ningún movimiento, se henchía; aquí desató este gran Dios que detiene los manantiales de las aguas, y no deja salir la mar de sus términos, los manantiales por donde venía a este pilar del agua; y con un ímpetu grande se levanta una ola tan poderosa, que sube a lo alto esta navecica de nuestra alma. Y ansí como no puede una nave, ni es poderoso el piloto, ni todos los que la gobiernan, para que las olas, si vienen con furia, la dejen estar adonde quieren, muy menos puede lo interior del alma detenerse en donde quiere, ni hacer que sus sentidos ni potencias hagan más de lo que les tienen mandado, que lo esterior no se hace aquí caso de ello.

Es cierto, hermanas, que de sólo irlo escribiendo me voy espantando, de cómo se muestran aquí el gran poder de este gran Rey y Emperador; ¿qué hará quien pasa por ello? Tengo para mí que si los que andan muy perdidos por el mundo se les descubriese su Majestad, como hace a estas almas, que anque no fuese por amor; por miedo no le osarían ofender. Pues ¡oh, cuán obligadas estarán las que han sido avisadas por camino tan subido a procurar con todas sus fuerzas no enojar este Señor! Por Él os suplico, hermanas, a la que hubiere hecho su Majestad estas mercedes u otras semejantes, que no os descuidéis con no hacer más que recibir; mirá que quien mucho debe, mucho ha de pagar. Para esto también es menester gran ánimo, que es una cosa que acobarda en gran manera; y sí nuestro Señor no se le diese andaría siempre con gran aflición; porque mirando lo que su Majestad hace con ella, y tornándose a mirar a sí, cuán poco sirve para lo que está obligada, y eso poquillo que hace lleno de faltas y quiebras y flojedad, que por no se acordar de cuán imperfetamente hace alguna obra, si la hace, tiene por mejor procurar que se le olvide, y traer delante sus pecados, y meterse en la misericordia de Dios que   -116-   pues no tiene con qué pagar, supla la piedad y misericordia que siempre tuvo con los pecadores. Quizá le responderá lo que a una persona que estaba muy afligida delante de un crucifijo en este punto, considerando que nunca había tenido qué dar a Dios ni qué dejar por Él: díjole el mesmo Crucificado consolándola, que Él la daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión, que los tuviese por propios para ofrecer a su Padre. Quedó aquel alma tan consolada y tan rica, según de ella he entendido, que no se le puede olvidar, antes cada vez que se ve tan miserable, acordándosele, queda animada y consolada. Algunas cosas de éstas podría decir aquí, que, como he tratado tantas personas santas y de oración, sé muchas; porque no penséis que só yo me voy a la mano. Esta paréceme de gran provecho, para que entendáis lo que se contenta nuestro Señor de que nos conozcamos y procuremos siempre mirar y remirar nuestra pobreza y miseria, y que no tenemos nada, que no lo recibimos. Ansí que, hermanas mías, para esto y otras muchas cosas, que se ofrece a un alma, que ya el Señor la tiene en este punto, es menester ánimo; y, a mi parecer, para esto postrero más que para nada, si hay humildad; dénosla el Señor por quien es.

Pues tornando a este apresurado arrebatar el espíritu, es de tal manera, que verdaderamente parece sale del cuerpo, y, por otra parte, claro está que no queda esta persona muerta: al menos ella no puede decir si está en el cuerpo u si no, por algunos instantes. Parécele que toda junta ha estado en otra región muy diferente de esta que vivimos, adonde se le muestra otra luz tan diferente de la de acá, que si toda su vida ella la estuviera fabricando junto con otras cosas, fuera imposible alcanzarlas; y acaece que en un istante le enseñan tantas cosas juntas, que en muchos años que trabajara en ordenarlas con su imaginación y pensamiento, no pudiera de mil partes la una. Esto no es visión inteletual, sino imaginaria, que se ve   -117-   con los ojos del alma, muy mejor que acá vemos con los del cuerpo, y sin palabras se le da a entender algunas cosas; digo como si ve algunos santos: los conoce como si los hubiera mucho tratado. Otras veces, junto con las cosas que ve con los ojos del alma por visión inteletual, se le representan otras, en especial multitud de ángeles, con el Señor de ellos, y sin ver nada con los ojos del cuerpo ni del alma, por un conocimiento admirable que yo no sabré decir, se le representa lo que digo y otras muchas cosas que no son para decir. Quien pasare por ellas, que tenga más habilidad que yo, las sabrá quizá dar a entender, anque me parece bien dificultoso. Si esto todo pasa estando en el cuerpo u no, yo no lo sabré decir; al menos ni juraría que está en el cuerpo, ni tampoco que está el cuerpo sin alma. Muchas veces he pensado, si como el sol estándose en el Cielo, que sus rayos tienen tanta fuerza, que no mudándose él de allí, de presto llegan acá, si el alma y el espíritu, que son una mesma cosa, como lo es el sol y sus rayos, puede, quedándose ella en su puesto, con la fuerza del calor que le viene del verdadero Sol de Justicia, alguna parte superior salir sobre sí mesma. En fin, yo no sé lo que digo, lo que es verdad es que con la presteza que sale la pelota de un arcabuz cuando le ponen el fuego, se levanta en lo interior un vuelo, que yo no sé otro nombre que le poner, que, anque no hace ruido, se hace movimiento tan claro, que no puede ser antojo en ninguna manera; y muy fuera de sí mesma, a todo lo que puede entender, se le muestran grandes cosas; y cuando torna a sentirse en sí, es con tan grandes ganancias, y tiniendo en tan poco todas las cosas de la tierra, para en comparación de las que ha visto, que le parecen basura; y desde ahí adelante vive en ella con harta pena, y no ve cosa de las que le solían parecer bien que no le haga dársele nada de ella. Parece que le ha querido el Señor mostrar algo de la tierra adonde ha de ir, como llevaron señas los que enviaron a la tierra de promisión   -118-   los del pueblo de Israel, para que pase los trabajos de este camino tan trabajoso, sabiendo adónde ha de ir a descansar. Anque cosa que pasa tan de presto no os parecerá de mucho provecho, son tan grandes los que deja en el alma, que si no es por quien pasa, no se sabrá entender su valor. Por donde se ve bien no ser cosa del Demonio; que de la propia imaginación es imposible, ni el Demonio podría representar cosas, que tanta operación y paz y sosiego y aprovechamiento dejan en el alma, en especial tres cosas muy en subido grado: conocimiento de la grandeza de Dios, porque mientras más cosas viéremos de ella, más se nos da a entender: propio conocimiento y humildad de ver cómo cosa tan baja, en comparación del Criador de tantas grandezas, la ha osado ofender, ni osa mirarle; la tercera, tener en muy poco todas las cosas de la tierra, si no fueren las que puede aplicar para servicio de tan gran Dios. Éstas son las joyas que comienza el Esposo a dar a su esposa, y son de tanto valor que no las porná a mal recaudo, que ansí quedan esculpidas en la memoria estas vistas, que, creo es imposible olvidarlas hasta que las goce para siempre, si no fuera para grandísimo mal suyo; mas el Esposo que se las da es poderoso para darle gracia que no las pierda.

Pues tornando a el ánimo que es menester, ¿paréceos que es tan liviana cosa? Que verdaderamente parece que el alma se aparta del cuerpo, porque se ve perder los sentidos, y no entiende para qué. Menester es que le dé Él que da todo lo demás. Diréis que bien pagado va este temor: ansí lo digo yo. Sea para siempre alabado el que tanto puede dar. Plega a su Majestad que nos dé para que merezcamos servirle, amén.



  -119-  
Capítulo sesto

Destas mercedes tan grandes queda el alma tan deseosa de gozar del todo al que se las hace, que vive con harto tormento, anque sabroso; unas ansias grandísimas de morirse, y ansí, con lágrimas muy ordinarias, pide a Dios la saque de este destierro. Todo la cansa cuanto ve en él; en viéndole a solas tiene un gran alivio, y luego acude esta pena, y en estando sin ella no se hace. En fin, no acaba esta mariposica de hallar asiento que dure; antes, como anda el alma tan tierna del amor, cualquiera ocasión que sea para encender más este fuego la hace volar; y ansí en esta Morada son muy continuos los arrobamientos, sin haber remedio de escusarlos, anque sea en público, y luego las persecuciones y mormuraciones, que, anque ella quiera estar sin temores, no la dejan, porque son muchas las personas que se los ponen, en especial los confesores. Y anque en lo interior del alma parece tiene gran siguridad por una parte, en especial cuando está a solas con Dios, por otra anda muy afligida, porque teme si la ha de engañar el Demonio de manera que ofenda a quien tanto ama, que de las mormuraciones tiene poca pena, sino es cuando el mesmo confesor la aprieta, como si ella pudiese más. No hace sino pedir a todos oraciones, y suplicar a su Majestad la lleve por otro camino, porque le dicen que lo haga, porque éste es muy peligroso; mas como ella ha hallado por él tan gran aprovechamiento, que no puede dejar de ver que le lleva, como lee y oye y sabe por los mandamientos de Dios el que va al Cielo, no lo acaba de desear, anque quiere, sino dejarse en sus manos. Y an este no lo poder desear le da pena, por parecerle que no obedece al confesor, que en obedecer y no ofender a nuestro Señor le parece que está todo su remedio para no ser engañada; y ansí no   -120-   haría un pecado venial, de advertencia, porque la hiciesen pedazos, a su parecer; y aflígese en gran manera de ver que no se puede escusar de hacer mucho sin entenderse. Da Dios a estas almas un deseo tan grandísimo de no le descontentar en cosa ninguna, por poquito que sea, ni hacer una imperfeción si pudiesen, que por sólo esto, anque no fuese por más, querría huir de las gentes, y ha gran envidia a los que viven y han vivido en los desiertos; por otra parte se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios, y si es mujer, se aflige del atamiento que le hace su natural, porque no puede hacer esto, y ha gran envidia a los que tienen libertad para dar voces, publicando quién es este gran Dios de las Caballerías.

¡Oh, pobre mariposilla, atada con tantas cadenas que no te dejan volar lo que querrías! Habedla lástima, mi Dios; ordenad ya de manera que ella pueda cumplir en algo sus deseos para vuestra honra y gloria. No os acordéis de lo poco que lo merece y de su bajo natural. Poderoso sois Vos, Señor, para que la gran mar se retire, y el gran Jordán, y dejen pasar los hijos de Israel; no la hayáis lástima, que, con vuestra fortaleza ayudada, puede pasar muchos trabajos. Ella está determinada a ello, y lo desa padecer; alargá, Señor, vuestro poderoso brazo, no se le pase la vida en cosas tan bajas. Parézcase vuestra grandeza en cosa tan feminil y baja para que, entendiendo el mundo que no es nada de ella, os alaben a Vos, cuéstele lo que le costare, que eso quiere, y dar mil vidas, porque un alma os alabe un poquito más a su causa, si tantas tuviera; y las dar por muy bien empleadas, y entiende con toda verdad que no merece padecer por Vos un muy pequeño trabajo, cuanto más morir.

No sé a qué propósito he dicho esto, hermanas, ni para qué, que no me he entendido. Entendamos que son éstos los efetos que quedan de estas suspensiones u éstasi, sin duda nenguna; porque no son deseos   -121-   que pasan, sino que están en un ser, y cuando se ofrece algo en qué mostrarlo, se ve que no era fingido. ¿Por qué digo estar en un ser? Algunas veces se siente el alma cobarde y en las cosas más bajas, y atemorizada y con tan poco ánimo, que no le parece posible tenerla para cosa. Entiendo yo que la dejó el Señor entonces en su natural para mucho mayor bien suyo; porque ve entonces que si para algo le ha tenido, ha sido dado de su Majestad con una claridad que la deja aniquilada a sí y con mayor conocimiento de la misericordia de Dios y de su grandeza, que en cosa tan baja la ha querido mostrar; mas lo más ordinario está como antes hemos dicho. Una cosa advertí, hermanas, en estos grandes deseos de ver a nuestro Señor: que aprietan algunas veces tanto, que es menester no ayudar a ellos, sino divertiros, si podéis digo, porque en otras, que diré adelante, en ninguna manera se puede, como veréis. En estos primeros, alguna vez sí podrán; porque hay razón entera para conformarse con la voluntad de Dios, y decir lo que decía san Martín, y podráse volver la consideración si mucho aprietan; porque, como es, al parecer, deseo que ya parece de personas muy aprovechadas, ya podría el Demonio moverle, porque pensásemos que lo estamos, que siempre es bien andar con temor. Mas tengo para mí que no podrá poner la quietud y paz que esta pena da en el alma, sino que será moviendo con él alguna pasión, como se tiene cuando por cosas del siglo tenemos alguna pena; mas aquien no tuviese la espiriencia de uno y de lo otro no lo entenderá, y pensando es una gran cosa ayudará cuanto pudiere, y haríale mucho daño a la salud; porque es contina esta pena, u, al menos, muy ordinaria.

También advertid que suele causar la complesión flaca cosas de estas penas, en especial si es en unas personas tiernas, que por cada cosita lloran; mil veces las hará entender que lloran por Dios, que no sea ansí. Y an puede acaecer ser (cuando viene multitud   -122-   de lágrimas, digo, por un tiempo, que a cada palabrita que oya u piense de Dios no se puede resistir de ellas), haberse allegado algún humor al corazón, que ayuda más que el amor que se tiene a Dios, que no parece han de acabar de llorar; y como ya tienen entendido que las lágrimas son buenas, no se van a la mano, ni querrían hacer otra cosa, y ayudan cuanto pueden a ellas. Pretende el Demonio aquí que se enflaquezcan, de manera que después ni puedan tener oración ni guardar su regla.

Paréceme que os estoy mirando cómo decís que qué habéis de hacer, si en todo pongo peligro; pues en una cosa tan buena como las lágrimas me parece puede haber engaño, que yo soy la engañada; y ya puede ser, mas creé que no hablo sin haber visto que le puede haber en algunas personas, anque no en mí; porque no soy nada tierna, antes tengo un corazón tan recio, que algunas veces me da pena; anque cuando el fuego de adentro es grande, por recio que sea el corazón distila, como hace un alquitara, y bien entenderéis cuando vienen las lágrimas de aquí, que son más confortadoras y pacifican, que no alborotadoras, y pocas veces hacen mal. El bien es en este engaño, cuando lo fuere, que será daño del cuerpo, digo si hay humildad, y no del alma, y cuando no le hay, no será malo tener esta sospecha. No pensemos que está todo hecho en llorando mucho, sino que echemos mano del obrar mucho, y de las virtudes, que son las que nos han de hacer al caso, y las lágrimas vénganse cuando Dios las enviare, no haciendo nosotras diligencias para traerlas. Éstas dejarán esta tierra seca, regada, y son gran ayuda para dar fruto; mientras menos caso hiciéremos de ellas, más, porque es agua que cay del cielo; la que sacamos cansándonos en cavar para sacarla, no tiene que ver con ésta, que muchas veces cavaremos y quedaremos molidas, y no hallaremos ni un charco de agua, cuanto más pozo manantial. Por eso, hermanas, tengo por mejor, que nos pongamos delante   -123-   del Señor, y miremos su misericordia y grandeza y nuestra bajeza, y dénos Él lo que quisiere, siquiera haya agua, siquiera sequedad. Él sabe mejor lo que nos conviene; y con esto andaremos descansadas, y el Demonio no terná tanto lugar de hacernos trampantojos.

Entre estas cosas penosas y sabrosas juntamente, da nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración estraña, que no sabe entender qué es. Porque si os hiciera esta merced, la alabéis mucho y sepáis que es cosa que pasa, la pongo aquí. Es, a mi parecer, una unión grande de las potencias, sino que las deja nuestro Señor con libertad para que gocen de este gozo, y a los sentidos lo mesmo, sin entender qué es lo que gozan y cómo lo gozan. Parece esto algarabía, y cierto pasa ansí, que es un gozo tan ecesivo del alma que no querría gozarle a solas, sino decirlo a todos, para que la ayudasen a alabar a nuestro Señor, que aquí va todo su movimiento. ¡Oh, qué de fiestas haría y qué de muestras, si pudiese, para que todos entendiesen su gozo! Parece que se ha hallado a sí, y que, como el padre del hijo pródigo, querría convidar a todos y hacer grandes fiestas, por ver su alma en puesto que no puede dudar que está en siguridad, al menos por entonces. Y tengo para mí, que es con razón; porque tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, y que todo su contento provoca a alabanzas de Dios, no es posible darle el Demonio. Es harto, estando con este gran ímpetu de alegría, que calle y pueda disimular, y no poco penoso. Esto debía sentir san Francisco, cuando le toparon los ladrones, que andaba por el campo dando voces, y les dijo que era pregonero del gran Rey; y otros santos, que se van a los desiertos por poder apregonar lo que san Francisco: estas alabanzas de su Dios. Yo conocí uno llamado fray Pedro de Alcántara, que creo lo es, según fue su vida, que hacía esto mesmo, ye tinían por loco los que alguna   -124-   vez le oyeron. ¡Oh, qué buena locura, hermanas, si nos la diese Dios a todas! Y qué mercedes os ha hecho de teneros en parte que, anque el Señor os haga ésta y deis muestra de ello, antes será para ayudaros que no para mormuración, como fuérades si estuviérades en el mundo, que se usa tan poco este pregón que no es mucho que le mormuren. ¡Oh desventurados tiempos y miserable vida en la que ahora vivimos, y dichosas a las que les ha cabido tan buena suerte, que estén fuera de él! Algunas veces me es particular gozo cuando, estando juntas, las veo a estas hermanas tenerle tan grande interior, que la que más puede, más alabanzas da a nuestro Señor de verse en el monesterio; porque se les ve muy claramente que salen aquellas alabanzas de lo interior del alma. Muchas veces querría, hermanas, hiciésedes esto, que una que comienza, despierta a las demás. ¿En qué mejor se puede emplear vuestra lengua cuando estéis juntas, que en alabanzas de Dios, pues tenemos tanto porque se las dar? Plega a su Majestad que muchas veces nos dé esta oración, pues es tan segura y gananciosa; que adquirirla no podremos, porque es cosa muy sobrenatural; y acaece durar un día, y anda el alma como uno que ha bebido mucho, mas no tanto que esté enajenado de los sentidos, u un melencólico, que del todo no ha perdido el seso, mas no sale de una cosa que se le puso en la imaginación, ni hay quien le saque de ella. Harto groseras comparaciones son éstas para tan preciosa causa, mas no alcanza otras mi ingenio, porque ello es ansí: que este gozo la tiene tan olvidada de sí y de todas las cosas, que no advierte ni acierta a hablar, en lo que procede de su gozo, que son alabanzas de Dios. Ayudemos a esta alma, hijas mías todas; ¿para qué queremos tener más seso?, ¿qué nos puede dar mayor contento?, ¡y ayúdennos todas las criaturas, por todos los siglos de los siglos! Amén, amén, amén.



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Capítulo sétimo

Pareceros ha, hermanas, que a estas almas que el Señor se comunica tan particularmente (en especial podrán pensar esto que diré las que no hubieren llegado a estas mercedes, porque si lo han gozado, y es de Dios, verán lo que yo diré), que estarán ya tan seguras de que han de gozarle para siempre, que no ternán que temer ni que llorar sus pecados; y será muy gran engaño; porque el dolor de los pecados crece más, mientras más se recibe de nuestro Dios; y tengo yo para mí, que hasta que estemos adonde ninguna cosa puede dar pena, que ésta no se quitará. Verdad es, que unas veces aprieta más que otras, y también es de diferente manera; porque no se acuerda de la pena que ha de tener por ellos, sino de cómo fue tan ingrata a quien tanto debe, y a quien tanto merece ser servido; porque en estas grandezas que le comunica, entiende mucho más la de Dios; espántase cómo fue tan atrevida; llora su poco respeto; parécele una cosa tan desatinada su desatino, que no acaba de lastimar jamás, cuando se acuerda por las cosas tan bajas, que dejaba una tan gran majestad. Mucho más se cuerda de esto, que de las mercedes que recibe, siendo tan grandes como las dichas, y las que están por decir; parece que las lleva un río caudaloso, y las tray a sus tiempos. Esto de los pecados está como un cieno, que siempre parece se avivan en la memoria, y es harto gran cruz. Yo sé de una persona que, dejado de querer morirse por ver a Dios, lo deseaba por no sentir tan ordinariamente pena de cuán desagradecida había sido a quien tanto debió siempre, y había de deber; y ansí no le parecía podían llegar maldades de ninguno a las suyas; porque entendía que no le habría a quien tanto hubiese sufrido Dios y tantas mercedes hubiese hecho. En lo que toca   -126-   a miedo del Infierno, ninguno tienen; de si han de perder a Dios, a veces aprieta mucho, mas es pocas veces. Todo su temor es no las deje Dios de su mano para ofenderle, y se vean en estado tan miserable, como se vieron en algún tiempo, que de pena ni gloria suya propia no tienen cuidado; y si desean no estar mucho en Purgatorio, es más por no estar ausente de Dios, lo que allí estuvieren, que por las penas que han de pasar. Yo no ternía por seguro, por favorecida que un alma esté de Dios, que se olvidase de que en algún tiempo se vio en miserable estado; porque anque es cosa penosa, aprovecha para muchas. Quizá como yo he sido tan ruin, me parece esto, y esta es la causa de traerlo siempre en la memoria; las que han sido buenas, no ternán que sentir, anque siempre hay quiebras mientra vivimos en este cuerpo mortal. Para esta pena ningún alivio es pensar que tiene nuestro Señor ya perdonados los pecados y olvidados, antes añide a la pena ver tanta bondad, y que se hacen mercedes a quien no merecía sino Infierno. Yo pienso que fue éste un gran martirio en san Pedro y la Madalena; porque como tenían el amor tan crecido, y habían recibido tantas mercedes, y tenían entendida la grandeza y majestad de Dios, sería harto recio de sufrir, y con muy tierno sentimiento.

También os parecerá que quien goza de cosas tan altas no terná meditación en los misterios de la sacratísima humanidad de nuestro Señor Jesucristo, porque se ejercitará ya toda en amor. Esto es una cosa que escribí largo en otra parte, y anque me han contradecido en ella y dicho que no lo entiendo, porque son caminos por donde lleva nuestro Señor, y que cuando ya han pasado de los principios es mejor tratar en cosas de la Divinidad y huir de las corpóreas, a mí no me harán confesar que es buen camino. Ya puede ser que me engañe, y que digamos todos una cosa; mas vi yo que me quería engañar el Demonio por ahí, y ansí estoy, tan escarmentada, que pienso,   -127-   anque lo haya dicho más veces, decíroslo otra vez aquí, porque vais en esto con mucha advertencia; y mirá que oso decir que no creáis a quien os dijere otra cosa. Y procuraré darme más a entender, que hice en otra parte, porque por ventura si alguno lo ha escrito, como él lo dijo, si más se alargara en declararlo, decía bien; y decirlo ansí por junto a las que no entendemos tanto puede hacer mucho mal.

También les parecerá a algunas almas que no pueden pensar en la Pasión; pues menos podrán en la sacratísima Virgen, ni en la vida de los santos, que tan gran provecho y aliento nos da su memoria. Yo no puedo pensar en qué piensan; porque apartados de todo lo corpóreo, para espíritus angélicos es estar siempre abrasados en amor, que no para los que vivimos en cuerpo mortal, que es menester trate y piense y se acompañe de los que tiniéndole, hicieron tan grandes hazañas por Dios; cuanto más apartarse de industria de todo nuestro bien y remedio, que es la sacratísima humanidad de nuestro Señor Jesucristo; y no puede creer que lo hacen, sino que no se entienden, y ansí harán daño a sí y a los otros. Al menos yo les asiguro que no entren a estas dos Moradas postreras; porque si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el camino; harto será si se están en las demás con siguridad. Porque el mesmo Señor dice que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede nenguno ir al Padre sino por Él; y quien me ve a mí ve a mi Padre. Dirán que se da otro sentido a estas palabras. Yo no sé esotros sentidos; con este que siempre siente mi alma ser verdad, me ha ido muy bien.

Hay algunas almas, y son hartas las que lo han tratado conmigo, que como nuestro Señor las llega a dar contemplación perfeta, querríanse siempre estar allí, y no puede ser; mas quedan con esta merced del Señor, de manera, que después no pueden discurrir en los misterios de la Pasión y de la vida de Cristo,   -128-   como antes. Y no sé qué es la causa, mas es esto muy ordinario, que queda el entendimiento más inhabilitado para la meditación; creo debe ser la causa, que como en la meditación es todo buscar a Dios, como una vez se halla, y queda el alma acostumbrada, por obra de la voluntad, a tornarle a buscar, no quiere cansarse con el entendimiento. Y también me parece que, como la voluntad esté ya encendida, no quiere esta potencia generosa aprovecharse de estotra si pudiese; y no hace mal, mas será imposible, en especial hasta que llegue a estas postreras Moradas, y perderá tiempo, porque muchas veces ha menester ser ayudada del entendimiento para encender la voluntad. Y notad, hermanas, este punto, que es importante, y ansí le quiero declarar más. Está el alma deseando emplearse toda en amor, y querría no entender en otra cosa, mas no podrá aunque quiera; porque anque la voluntad no esté muerta, está mortecino el fuego que la suele hacer quemar, y es menester quien le sople para echar calor de sí. ¿Sería bueno que se estuviese el alma con esta sequedad, esperando fuego del Cielo que queme este sacrificio que está haciendo de sí a Dios, como hizo nuestro padre Elías? No, por cierto, ni es bien esperar milagros: el Señor los hace cuando es servido, por esta alma, como queda dicho y se dirá adelante; mas quiere su Majestad que nos tengamos por tan ruines que no merecemos los haga, sino que nos ayudemos en todo lo que pudiéremos. Y tengo para mí, que hasta que muramos, por subida oración que haya, es menester esto. Verdad es, que a quien mete ya el Señor en la sétima Morada es muy pocas veces, o casi nunca, las que ha menester hacer esta diligencia, por la razón que en ella diré, si me acordare; mas es contino no se apartar de andar con Cristo nuestro Señor, por una manera admirable, adonde, divino y humano junto, es siempre su compañía. Ansí que cuando no hay encendido el fuego que queda dicho, en la voluntad, ni se siente la presencia de   -129-   Dios, es menester que la busquemos, que esto quiere su Majestad, como lo hacía la Esposa en los Cantares, y preguntemos a las criaturas quién las hizo, como dice san Agustín, creo en sus Meditaciones o Confesiones, y no nos estemos bobos perdiendo tiempo por esperar lo que una vez se nos dio, que a los principios podrá ser que no lo dé el Señor en un año, y an en muchos: su Majestad sabe el por qué; nosotras no hemos de querer saberlo ni hay para qué. Pues sabemos el camino, como hemos de contentar a Dios por los mandamientos y consejos, en esto andemos muy diligentes, y en pensar su vida y muerte, y lo mucho que le debemos; lo demás venga cuando el Señor quisiere. Aquí viene el responder que no pueden detenerse en estas cosas; y por lo que queda dicho, quizá ternán razón en alguna manera. Ya sabéis que discurrir con el entendimiento es uno, y representar la memoria al entendimiento verdades, es otro. Decís, quizá, que no me entendéis, y verdaderamente podrá ser que no lo entienda yo para saberlo decir; mas dirélo como supiere. Llamo yo meditación al discurrir mucho con el entendimiento de esta manera: Comenzamos a pensar en la merced que nos hizo Dios en darnos a su único Hijo, y no paramos allí, sino vamos adelante a los misterios de toda su gloriosa vida; u comenzamos en la oración del Huerto, y no para el entendimiento hasta que está puesto en la cruz; u tomamos un paso de la Pasión, digamos como el prendimiento, y andamos en este misterio, considerando por menudo las cosas que hay que pensar en él y que sentir, ansí de la traición de Judas, como de la huida de los apóstoles, y todo lo demás; y es admirable y muy meritoria oración.

Esta es la que digo que ternán razón quien ha llegado a llevarla Dios a cosas sobrenaturales, y a perfeta contemplación; porque, como he dicho, no sé la causa; mas, lo más ordinario, no podrá. Mas no la terná, digo razón, si dice que no se detiene en estos misterios, y los tray presentes muchas veces, en especial   -130-   cuando los celebra la Ilesia Católica; ni es posible que pierda memoria el alma que ha recibido tanto de Dios, de muestras de amor tan preciosas, porque son vivas centellas para encenderla más en el que tiene a nuestro Señor, sino que no se entiende; porque entiende el alma estos misterios por manera más perfeta. Y es que se los representa el entendimiento, y estámpanse en la memoria, de manera que de sólo ver al Señor caído con aquel espantoso sudor en el Huerto, aquello le basta para no sólo una hora, sino muchos días, mirando con una sencilla vista quién es, y cuán ingratos hemos sido a tan gran pena; luego acude la voluntad, anque no sea con ternura, a desear servir en algo tan gran merced y a desear padecer algo por quien tanto padeció, y a otras cosas semejantes, en que ocupa la memoria y el entendimiento. Y creo que por esta razón no puede pasar a discurrir más en la Pasión, y esto le hace parecer que no puede pensar en ella. Y si esto no hace, es bien que lo procure hacer, que yo sé que no lo empidirá la muy subida oración; y no tengo por bueno que no se ejercite en esto muchas veces. Si de aquí la supendiere el Señor, muy enhorabuena, que anque no quiera, la hará dejar en lo que está; y tengo por muy cierto que no es estorbo esta manera de proceder, sino gran ayuda para todo bien, lo que sería si mucho trabajase en el discurrir, que dije al principio, y tengo para mí que no podrá quien ha llegado a más. Ya puede ser que sí, que por muchos caminos lleva Dios las almas; mas no se condenen las que no pudieren ir por él, ni las juzguen inhabilitadas para gozar de tan grandes bienes como están encerrados en los misterios de nuestro bien Jesucristo; ni naide me hará entender, sea cuan espiritual quisiere, irá bien por aquí. Hay unos principios y an medios, que tienen algunas almas, que como comienzan a llegar a oración de quietud, y a gustar de los regalos y gustos que da el Señor, paréceles que es muy gran cosa estarse allí siempre gustando;   -131-   pues créanme, y no se embeban tanto, como ya he dicho en otra parte, que es larga la vida, y hay en ella muchos trabajos, y hemos menester mirar a nuestro dechado Cristo, como los pasó, y an a sus apóstoles y santos, para llevarlos con prefeción. Es muy buena compañía el buen Jesús para no nos apartar de ella y su sacratísima Madre, y gusta mucho de que nos dolamos de sus penas, anque dejemos nuestro contento y gusto algunas veces. Cuanto más, hijas, que no es tan ordinario el regalo en la oración que no hay tiempo para todo; y la que dijere que es un ser, terníalo yo por sospechoso, digo que nunca puede hacer lo que queda dicho; y ansí lo tené, y procurá salir de ese engaño, y desembeberos con todas vuestras fuerzas, y si no bastaren, decirlo a la priora, para que os dé un oficio de tanto cuidado, que se quite ese peligro, que al menos para el seso y cabeza es muy grande, si durase mucho tiempo. Creo queda dado a entender lo que conviene, por espirituales que sean, no huir tanto de cosas corpóreas, que les parezca an hace daño la Humanidad sacratísima. Alegan lo que el Señor dijo a sus discípulos, que convenía que Él se fuese; yo no puedo sufrir esto. Ausadas que no lo dijo a su Madre sacratísima, porque estaba firme en la fe, que sabía que era Dios y hombre; y anque le amaba más que ellos, era con tanta perfeción, que antes la ayudaba. No debían estar entonces los apóstoles tan firmes en la fe, como después estuvieron y tenemos razón de estar nosotros ahora. Yo os digo, hijas, que le tengo por peligroso camino y que podría el Demonio venir y hacer perder la devoción con el Santísimo Sacramento. El engaño que me pareció a mí que llevaba no llegó a tanto como esto, sino a no gustar de pensar en nuestro Señor Jesucristo tanto, sino andarme en aquel embebecimiento, aguardando aquel regalo; y vi claramente que iba mal; porque como no podía ser tenerle siempre, andaba el pensamiento de aquí por allí, y el alma, me parece, como un ave   -132-   revolando que no halla adónde parar, y perdiendo harto tiempo, y no aprovechando en las virtudes ni medrando en la oración. Y no entendía la causa, ni la entendiera, a mi parecer, porque me parecía que era aquello muy acertado, hasta que, tratando la oración que llevaba con una persona sierva de Dios, me avisó. Después vi claro cuán errada iba, y nunca me acaba de pesar de que haya habido nengún tiempo que yo careciese de entender que se podía malganar con tan gran pérdida; y cuando pudiera, no quiero ningún bien, sino adquirido por quien nos vienen todos los bienes. Sea Para siempre alabado, amén.




Capítulo octavo

Para que más claro veáis, hermanas, que es ansí lo que os he dicho, y que mientra más adelante va un alma más acompañada es de este buen Jesús, será bien que tratemos de cómo, cuando su Majestad quiere, no podemos sino andar siempre con Él; como se ve claro por las maneras y modos con que su Majestad se nos comunica, y nos muestra el amor que nos tiene con algunos aparecimientos y visiones tan admirables, que por si alguna merced de éstas os hiciere, no andéis espantadas, quiero decir, si el Señor fuere servido que acierte, en suma, alguna cosa de éstas, para que le alabemos mucho, anque no nos las haga a nosotras, de que se quiera ansí comunicar con una criatura, siendo de tanta majestad y poder. Acaece estando el alma descuidada de que se le ha de hacer esta merced, ni haber jamás pensado merecerla, que siente cabe sí a Jesucristo nuestro Señor, anque no le ve ni con los ojos del cuerpo ni del alma. Esta llaman visión inteletual, no sé yo por qué. Vi a esta persona que le hizo Dios esta merced, con otras que diré adelante, fatigada en los principios harto; porque no podía entender qué cosa era, pues no la vía;   -133-   y entendía tan cierto ser Jesucristo nuestro Señor el que se le mostraba de aquella suerte, que no lo podía dudar, digo, que estaba allí aquella visión; que si era Dios o no, anque traía consigo grandes efetos para entender que lo era, todavía andaba con miedo, y ella jamás había oído visión inteletual, ni pensó que la había de tal suerte; mas entendía muy claro que era este Señor el que la hablaba muchas veces de la manera que queda dicho; porque hasta que le hizo esta merced que digo, nunca sabía quién la hablaba, anque entendía las palabras. Sé que estando temerosa de esta visión, porque no es como las imaginarias, que pasan de presto, sino que dura muchos días, y an más que un año alguna vez, se fue a su confesor harto fatigada; él la dijo que si no vía nada, cómo sabía que era nuestro Señor; que le dijese qué rostro tenía. Ella le dijo que no sabía, ni vía rostro, ni podía decir más de lo dicho; que lo que sabía era que era Él el que la hablaba, y que no era antojo. Y anque le ponían hartos temores todavía, muchas veces no podía dudar, en especial cuando la decía: «No hayas miedo, que Yo soy». Tenían tanta fuerza estas palabras, que no lo podía dudar por entonces, y quedaba muy esforzada y alegre con tan buena compañía; que vía claro serle gran ayuda para andar con una ordinaria memoria de Dios y un miramiento grande de no hacer cosa que le desagradase, porque le parecía la estaba siempre mirando; y cada vez que quería tratar con su Majestad en oración, y an sin ella, le parecía estar tan cerca, que no la podía dejar de oír; anque el entender las palabras no era cuando ella quería, sino a deshora, cuando era menester. Sentía que andaba al lado derecho, mas no con estos sentidos que podemos sentir que está cabe nosotros una persona, porque es por otra vía más delicada, que no se debe de saber decir; mas es tan cierto, y con tanta certidumbre, y an mucho más; porque acá ya se podría antojar, mas en esto no, que viene con grandes ganancias y efetos interiores, que   -134-   ni los podría haber, si fuese melencolía, ni tampoco el Demonio haría tanto bien, ni andaría el alma con tanta paz, y con tan continos deseos de contentar a Dios, y con tanto desprecio de todo lo que no la llega a Él; y después se entendió claro no ser Demonio, porque se iba más y más dando a entender. Con todo, sé yo que a ratos andaba harto temerosa, otros con grandísima confusión, que no sabía por dónde le había venido tanto bien. Éramos tan una cosa ella y yo, que no pasaba cosa por su alma que yo estuviese ignorante de ella, y ansí puedo ser buen testigo, y me podréis creer ser verdad todo lo que en esto dijere. Es merced del Señor, que tray grandísima confusión consigo y humildad. Cuando fuese del Demonio, todo sería al contrario; y como es cosa que notablemente se entiende ser dada de Dios, que no bastaría industria humana para poderse ansí sentir, en nenguna manera puede pensar quien lo tiene que es bien suyo, sino dado de la mano de Dios. Y anque, a mi parecer, es mayor merced algunas de las que quedan dichas, ésta tray consigo un particular conocimiento de Dios, y de esta compañía tan contina nace un amor ternísimo con su Majestad, y unos deseos an mayores que los que quedan dichos, de entregarse toda a su servicio, y una limpieza de conciencia grande; porque hace advertir a todo la presencia que tray cabe sí. Porque anque ya sabemos que lo está Dios a todo lo que hacemos, es nuestro natural tal, que se descuida en pensarlo, lo que no se puede descuidar acá, que la despierta el Señor que está cabe ella. Y an para las mercedes que quedan dichas, como anda el alma casi contino con un atual amor al que ve u entiende estar cabe sí, son muy ordinarias. En fin, en la ganancia del alma se ve ser grandísima merced, y muy mucho de preciar, y agradece al Señor, que se la da tan sin poderle merecer, y por nengún tesoro ni deleite de la tierra la trocaría. Y ansí cuando el Señor es servido que se le quite, queda con mucha soledad, mas todas las diligencias posibles   -135-   que pusiese para tornar a tener aquella compañía aprovechan poco, que lo da el Señor cuando quiere, y no se puede adquirir. Algunas veces también es de algún santo, y es también de gran provecho. Diréis que si no se ve, que como se entiende que es Cristo, u cuándo es santo, u su Madre gloriosísima. Eso no sabrá el alma decir, ni puede entender cómo lo entiende, sino que lo sabe con una grandísima certidumbre. An ya el Señor, cuando habla, más fácil parece, mas el santo que no habla, sino que parece le pone el Señor allí por ayuda de aquel alma y por compañía, es más de maravillar. Ansí son otras cosas espirituales, que no se saben decir, mas entiéndese por ellas cuán bajo es nuestro natural, para entender las grandes grandezas de Dios, pues an éstas no somos capaces, sino que con admiración y alabanzas a su Majestad pase quien se las diere; y ansí le haga particulares gracias por ellas, que pues no es merced que se hace a todos, hase mucho de estimar, y procurar hacer mayores servicios, pues por tantas maneras le ayuda Dios a ello. De aquí viene no se tener por eso en más, y parecerle que es la que menos sirve a Dios de cuantos hay en la tierra; porque le parece está más obligada a ello que nenguno, y cualquier falta que hace la atraviesa las entrañas, y con muy grande razón.

Estos efetos con que anda el alma, que quedan dichos, podrá advertir cualquiera de vosotras a quien el Señor llevare por este camino, para entender que no es engaño ni tampoco antojo, porque, como he dicho, no tengo que es posible durar tanto siendo Demonio, haciendo tan notable provecho a el alma, y trayéndola con tanta paz interior, que no es de costumbre, ni puede anque quiere, cosa tan mala, hacer tanto bien; que luego habría unos humos de propia estimación, y pensar era mejor que los otros. Mas este andar siempre el alma tan asida de Dios y ocupando su pensamiento en Él, haríale tanta rabia, que anque lo intentase, no tornase muchas veces; y es Dios tan fiel, que no permitirá   -136-   darle tanta mano, con alma que no pretende otra cosa sino agradar a su Majestad, y poner su vida por su honra y gloria, sino que luego ordenará como sea desengañada. Mi tema es y será que como el alma ande de la manera que aquí se ha dicho la dejan estas mercedes de Dios, que su Majestad la sacará con ganancia, si primite alguna vez se le atreva el Demonio, y que él quedará corrido. Por eso, hijas, si alguna fuere por este camino, como he dicho no andéis asombradas; bien es que hay temor, y andemos con más aviso, ni tampoco confiadas; que por ser tan favorecidas, os podéis más descuidar, que esto será señal de no ser de Dios, si no os vierdes con los efetos que queda dicho. Es bien que a los principios lo comuniquéis debajo de confesión con un muy buen letrado, que son los que nos han de dar la luz, u si hubiere alguna persona muy espiritual; y si no lo es, mejor es muy letrado: si le hubiere, con el uno y con el otro. Y si os dijere que es antojo, no se os dé nada, que el antojo poco mal ni bien puede hacer a vuestra alma; encomendaos a la divina Majestad, que no consienta seáis engañadas. Si os dijeren es Demonio, será más trabajo, anque no dirá si es buen letrado, y hay los efetos dichos; mas cuando lo diga, yo sé que el mesmo Señor, que anda con vos os consolará y asegurará, y a él le irá dando luz, para que os la dé. Si es persona que anque tiene oración, no la ha llevado el Señor por ese camino, luego se espantará y lo condenará, y por eso os aconsejo que sea muy letrado, y si se hallare, también espiritual; y la priora dé licencia para ello, porque anque vaya segura el alma por ver su buena vida, estará obligada la priora a que se comunique, para que anden con seguridad entramas. Y tratado con estas personas, quiétese, y no ande dando más parte de ello; que algunas veces, sin haber de qué temer, pone el Demonio unos temores tan demasiados, que fuerzan a el alma a no se contentar de una vez; en especial si el confesor es de poca espiriencia,   -137-   y le ve medroso, y él mesmo la hace andar comunicando. Viénese a publicar lo que había de razón estar muy secreto, y a ser esta alma perseguida y atormentada; porque cuando piensa que está secreto, lo ve público, y de aquí suceden muchas cosas trabajosas para ella, y podrían suceder para la Orden, según andan estos tiempos. Ansí que es menester grande aviso en esto, y a las prioras lo encomiendo mucho. Y que no piense que por tener una hermana cosas semejantes, es mejor que las otras; lleva el Señor a cada una como ve que es menester.

Aparejo es para venir a ser muy sierva de Dios, si se ayuda; mas a veces lleva Dios por este camino a las más flacas; y ansí no hay en esto por qué aprobar ni condenar, sino mirar a las virtudes, y a quien con más mortificación y humildad y limpieza de conciencia sirviese a nuestro Señor que ésa será la más santa; anque la certidumbre poco se pueda saber acá, hasta que el verdadero Juez dé a cada uno lo que merece. Allá nos espantaremos de ver cuán diferente es su juicio de lo que acá podemos entender. Sea para siempre alabado, amén.




Capítulo noveno

Ahora vengamos a las visiones imaginarias que dicen que son adonde puede meterse el Demonio, más que en las dichas; y ansí debe de ser, mas cuando son de nuestro Señor, en alguna manera me parecen más provechosas, porque son más conformes a nuestro natural; salvo de las que el Señor da a entender en la postrera Morada, que a éstas no llegan nengunas. Pues miremos ahora cómo os he dicho en el capítulo pasado que está este Señor; que es como si en una pieza de oro tuviésemos una piedra preciosa de grandísimo valor y virtudes; sabemos certísimo que está allí, anque nunca la hemos visto; mas las virtudes de la piedra no nos dejan de aprovechar, si las traemos con nosotras. Anque   -138-   nunca la hemos visto, no por eso la dejamos de preciar; porque por espiriencia hemos visto que nos ha sanado de algunas enfermedades, para que es apropiada, mas no la osamos mirar, ni abrir el relicario, ni podemos; porque la manera de abrirle, sola la sabe cuya es la joya, y anque nos la prestó para que nos aprovechásemos de ella, él se quedó con la llave, y como cosa suya; y abrirá cuando nos la quisiere mostrar, y an la tomará cuando le parezca, como lo hace. Pues digamos ahora, que quiere alguna vez abrirla de presto, por hacer bien a quien la ha prestado; claro está que le será después muy mayor contento, cuando se acuerde del admirable resplandor de la piedra, y ansí quedará más esculpida en su memoria. Pues ansí acaece acá; cuando nuestro Señor es servido de regalar más a esta alma, muéstrale claramente su sacratísima Humanidad de la manera que quiere, u como andaba en el mundo, o después de resucitado; y anque es con tanta presteza, que lo podríamos comparar a la de un relámpago, queda tan esculpida en la imaginación esta imagen gloriosísima, que tengo por imposible quitarse de ella hasta que la vea adonde para sin fin la pueda gozar. Aunque digo imagen, entiéndese que no es pintada al parecer de quien la ve, sino verdaderamente viva, y algunas veces está hablando con el alma, y an mostrándole grandes secretos. Mas habéis de entender, que anque en esto se detenga algún espacio, no se puede estar mirando más que estar mirando al sol, y ansí esta vista siempre pasa muy de presto; y no porque su resplandor da pena, como el del sol, a la vista interior, que es la que ve todo esto; que cuando es con la vista esterior, no sabré decir de ello nenguna cosa, porque esta persona que he dicho, de quien tan particularmente yo puedo hablar, no había pasado por ello; y de lo que no hay espiriencia mal se puede dar razón cierta, porque su resplandor es como una luz infusa, y de un sol cubierto de una cosa tan delgada como un diamante, si se pudiera labrar. Como una   -139-   holanda parece la vestidura, y casi todas las veces que Dios hace esta merced a el alma, se queda en arrobamiento, que no puede su bajeza sufrir tan espantosa vista. Digo espantosa, porque con ser la más hermosa y de mayor deleite que podría una persona imaginar, anque viviese mil años y trabajase en pensarlo, porque va muy adelante de cuanto cabe en nuestra imaginación ni entendimiento, es su presencia de tan grandísima majestad, que hace gran espanto a el alma. Ausadas que no es menester aquí preguntar cómo sabe quién es sin que se lo hayan dicho, que se da bien a conocer que es Señor del cielo y de la tierra; lo que no harán los reyes de ella, que por sí mesmos bien en poco se ternán, si no va junto con él su acompañamiento, u lo dicen. ¡Oh, Señor, cómo os desconocemos los cristianos! ¿Qué será aquel día cuando nos vengáis a juzgar? Pues viniendo aquí tan de amistad a tratar con vuestra esposa pone miraros tanto temor, ¡oh hijas!, qué será cuando con tan rigurosa voz dijere: «¡Id, malditos de mi Padre!» Quédenos ahora esto en la memoria de esta merced que hace Dios a el alma, que no nos será poco bien, pues san Jerónimo, con ser santo, no la apartaba de la suya, y ansí no se nos hará nada cuanto aquí padeciéremos en el rigor de la relisión que guardamos; pues cuando mucho durare, es un momento, comparado con aquella eternidad. Yo os digo de verdad, que, con cuan ruin soy, nunca he tenido miedo de los tormentos del Infierno, que fuesen nada, en comparación de cuando me acordaba que habían los condenados de ver airados estos ojos tan hermosos y mansos y beninos del Señor, que no parece lo podía sufrir mi corazón; esto ha sido toda mi vida; ¡cuánto más lo temerá la persona a quien ansí se le ha representado, pues es tanto el sentimiento que la deja sin sentir! Esta debe de ser la causa de quedar con suspensión: que ayuda al Señor a su flaqueza con que se junte con su grandeza en esta tan subida comunicación con Dios.

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Cuando pudiere el alma estar con mucho espacio mirando este Señor, yo no creo que será visión, sino alguna vehemente consideración, fabricada en la imagen de alguna figura; será como cosa muerta en estotra comparación. Acaece a algunas personas, y sé que es verdad, que lo han tratado conmigo, y no tres u cuatro, sino muchas, ser de tan flaca imaginación, u el entendimiento tan eficaz, o no sé qué es, que se embeben de manera en la imaginación que todo lo que piensan claramente les parece que lo ven; anque si hubiesen visto la verdadera visión, entenderían, muy sin quedarles duda, el engaño; porque van ellas mesmas compuniendo lo que ven con su imaginación, y no hace después ningún efeto, sino que se quedan frías, mucho más que si viesen una imagen devota. Es cosa muy entendida no ser para hacer caso de ello, y ansí se olvida mucho más que cosa soñada. En lo que tratamos no es ansí, sino que estando el alma muy lejos de que ha de ver cosas, ni pasarle por pensamiento, de presto se le representa muy por junto, y revuelve todas las potencias y sentidos con un gran temor y alboroto, para ponerlas luego en aquella dichosa paz. Ansí como cuando fue derrocado san Pablo vino aquella tempestad y alboroto en el cielo, ansí acá en este mundo interior se hace gran movimiento: y en un punto, como he dicho, queda todo sosegado, y está el alma tan enseñada de unas tan grandes verdades que no ha menester otro maestro; que la verdadera sabiduría, sin trabajo suyo, la ha quitado la torpeza; y dura con una certidumbre el alma de que esta merced es de Dios, algún espacio de tiempo, que anque más le dijesen lo contrario, entonces no la podrían poner temor de que puede haber engaño. Después puniéndosele el confesor, la deja Dios, para que ande vacilando en que por sus pecados sería posible; mas, no creyendo, sino como he dicho en estotras cosas, a manera de tentaciones en cosas de la fe, que puede el Demonio alborotar, mas no dejar el alma de estar firme   -141-   en ella; antes mientra más la combate, más queda con certidumbre de que el Demonio no lo podría dejar con tantos bienes (como ello es ansí, que no puede tanto en lo interior del alma): podrá él representarlo, mas no con esta verdad y majestad y operaciones. Como los confesores no pueden ver esto, ni por ventura a quien Dios hace esta merced sabérselo decir, temen, y con mucha razón; y ansí es menester ir con aviso, hasta guardar tiempo del fruto que hacen estas apariciones, y ir poco a poco mirando la humildad con que dejan al alma, y la fortaleza en la virtud; que si es de Demonio presto dará señal, y le cogerán en mil mentiras. Si el confesor tiene espiriencia, y ha pasado por estas cosas, poco tiempo ha menester para entenderlo, que luego en la relación verá si es Dios u imaginación u Demonio; en especial si le ha dado su Majestad don de conocer espíritus, que si éste tiene y letras, anque no tenga espiriencia, lo conocerá muy bien. Lo que es mucho menester, hermanas, es que andéis con gran llaneza y verdad con el confesor; no digo el decir los pecados, que eso claro está, sino en contar la oración; porque si no hay esto, no asiguro que vais bien, ni que es Dios el que os enseña; que es muy amigo que a el que está en su lugar se trate con la verdad y claridad que consigo mesmo, deseando entienda todos sus pensamientos, cuanto más las obras, por pequeñas que sean; y con esto no andéis turbadas ni inquietas, que anque no fuese Dios, si tenéis humildad y buena conciencia, no os dañará; que sabe su Majestad sacar de los males bienes, y que por el camino que el Demonio os quería hacer perder, ganaréis más; pensando que os hace tan grandes mercedes, os esforzaréis a contentarle mejor, y andar siempre ocupada en la memoria su figura; que como decía un gran letrado, que el Demonio es gran pintor, y se le mostrase muy al vivo una imagen del Señor, que no le pesaría, para con ella avivar la devoción, y hacer a el Demonio guerra con sus mesmas maldades; que anque un pintor   -142-   sea muy malo, no por eso se ha de dejar de reverenciar la imagen que hace, si es de todo nuestro Bien.

Parecíale muy mal lo que algunos aconsejan, que den higas cuando ansí viesen alguna visión, porque decía que adonde quiera que veamos pintado a nuestro Rey, le hemos de reverenciar; y veo que tiene razón, porque an acá se sentiría: si supiese una persona que quiere bien a otra, que hacía semejantes vituperios a su retrato, no gustaría de ello; pues ¿cuánto más es razón, que siempre se tenga respeto adonde viéremos un crucifijo, u cualquier retrato de nuestro Emperador? Anque he escrito en otra parte esto, me holgué de ponerlo aquí, porque vi que una persona anduvo afligida, que la mandaban tomar este remedio: no sé quién le inventó tan para atormentar a quien no pudiere hacer menos de obedecer, si el confesor le da este consejo, pareciéndole va perdida si no lo hace. El mío es, que anque os le dé, le digáis esta razón con humildad y no le toméis. En estremo me cuadró mucho las buenas que me dio quien me la dijo en este caso. Una gran ganancia saca el alma de esta merced del Señor, que es cuando piensa en Él o en su vida y pasión, acordarse de su mansísimo y hermoso rostro, que es grandísimo consuelo, como acá nos le daría mayor haber visto a una persona que nos hace mucho bien que si nunca la hubiésemos conocido. Yo os digo, que hace harto consuelo y provecho tan sabrosa memoria. Otros bienes tray consigo hartos, mas como queda dicho tanto de los efetos que hacen estas cosas, y se ha de decir más, no me quiero cansar ni cansaros, sino avisaros mucho, que cuando sabéis u oís que Dios hace estas mercedes a las almas, jamás le supliquéis ni deséis que os lleve por este camino: anque os parezca muy bueno, y se ha de tener en mucho y reverenciar, no conviene por algunas razones. La primera, porque es falta de humildad querer vos se os dé lo que nunca habéis merecido, y ansí creo que no terná mucha quien lo desare; porque ansí como un bajo labrador   -143-   está lejos de desear ser rey, pareciéndole imposible, porque no lo merece, ansí lo está el humilde de cosas semejantes; creo yo que nunca se darán, porque primero da el Señor un gran conocimiento propio, que hace estas mercedes; pues ¡cómo entenderá con verdad que se la hace muy grande en no tenerla en el Infierno, quien tiene tales pensamientos! La segunda, porque está muy cierto ser engañado, u muy a peligro, porque ha menester el Demonio más de ver una puerta pequeña abierta, para hacernos mil trampantojos. La tercera, la mesma imaginación, cuando hay un gran deseo, y la mesma persona, se hace entender que ve aquello que desea, y lo oye como los que andan con gana de una cosa entre día y mucho pensando en ella, que acaece venirla a soñar. La cuarta, es muy gran atrevimiento que quiera yo escoger camino, no sabiendo el que me conviene más, sino dejar al Señor que me conoce, que me lleve por el que conviene, para que en todo haga su voluntad. La quinta, ¿pensáis que son pocos los trabajos que padecen los que el Señor hace estas mercedes? No, sino grandísimos, y de muchas maneras. ¿Qué sabéis vos si seríades para sufrirlos? La sesta, si por lo mesmo que pensáis ganar, perderéis, como hizo Saúl por ser rey. En fin, hermanas, sin éstas hay otras; y créeme, que es lo más seguro no querer sino lo que quiere Dios, que nos conoce más que nosotros mesmos y nos ama. Pongámonos en sus manos, para que sea hecha su voluntad en nosotras, y no podremos errar, si con determinada voluntad nos estamos siempre en esto. Y habéis de advertir, que por recibir muchas mercedes de éstas, no se merece más gloria, porque antes quedan más obligadas a servir, pues es recibir más. En lo que es más merecer, no nos lo quita el Señor, pues está en nuestra mano; y ansí hay muchas personas santas que jamás supieron qué cosa es recibir una de aquestas mercedes, y otras que las reciben, que no lo son. Y no penséis que es contino, ante, por una vez que las hace el Señor, son   -144-   muy muchos los trabajos; y ansí el alma no se acuerda si las ha de recibir más, sino cómo las servir. Verdad es que debe ser grandísima ayuda para tener las virtudes en más subida perfeción; mas el que las tuviese, con haberlas ganado a costa de su trabajo, mucho más merecerá. Yo sé de una persona a quien el Señor había hecho algunas de estas mercedes, y an de dos, la una era hombre, que estaban tan deseosas de servir a su Majestad, a su costa, sin estos grandes regalos, y tan ansiosas por padecer, que se quejaban a nuestro Señor porque se los daba, y si pudieran no recibirlos, lo escusaran. Digo regalos, no de estas visiones, que en fin ven la gran ganancia, y son mucho de estimar, sino los que da el Señor en la contemplación. Verdad es que también son estos deseos sobrenaturales, a mi parecer, y de almas muy enamoradas, que querrían viese el Señor, que no le sirven por sueldo; y ansí, como he dicho, jamás se les acuerda que han de recibir gloria por cosa, para esforzarse más por eso a servir, sino de contentar a el amor, que es su natural obrar siempre de mil maneras. Si pudiese, querría buscar invenciones para consumirse el alma en Él, y si fuese menester quedar para siempre aniquilada para la mayor honra de Dios, lo haría de muy buena gana. Sea alabado para siempre, amén; que abajándose a comunicar con tan miserables criaturas, quiere mostrar su grandeza.




Capítulo décimo

De muchas maneras se comunica el Señor al alma con estas apariciones; algunas cuando está afligida, otras cuando le ha de venir algún trabajo grande, otras por regalarse su Majestad con ella, y regalarla. No hay para qué particularizar más cada cosa; pues el intento no es sino dar a entender cada una de las diferencias que hay en este camino, hasta donde yo entendiere, para que entendáis, hermanas, de la manera que   -145-   son, y los efetos que dejan; porque no se nos antoje que cada imaginación es visión, y porque cuando lo sea, entendiendo que es posible, no andéis alborotadas ni afligidas; que gana mucho el Demonio, y gusta en gran manera en ver afligida y inquieta un alma, porque ve que le es estorbo para emplearse toda en amar y alabar a Dios.

Por otras maneras se comunica su Majestad harto más subidas y menos peligrosas, porque el Demonio creo no las podrá contrahacer, y ansí se pueden mal decir, por ser cosa muy oculta, que las imaginarias puédense más dar a entender.

Acaece cuando el Señor es servido estando el alma en oración, y muy en sus sentidos, venirle de presto una suspensión, adonde le da el Señor a entender grandes secretos, que parece los ve en el mesmo Dios; que éstas no son visiones de la sacratísima Humanidad, ni anque digo que ve, no ve nada; porque no es visión imaginaria, sino muy inteletual, adonde se le descubre, como en Dios se ven todas las cosas, y las tiene todas en sí mesmo; y es de gran provecho, porque anque pasa en un memento, quédase muy esculpido, y hace grandísima confusión; y vese más claro la maldad de cuando ofendemos a Dios, porque en el mesmo Dios, digo, estando dentro en Él, hacemos grandes maldades. Quiero poner una comparación, si acertare, para dároslo a entender, que anque esto es ansí y lo oímos muchas veces, u no reparamos en ello, u no lo queremos entender; porque no parece sería posible, si se entendiese como es, ser tan atrevidos.

Hagamos ahora cuenta que es Dios como una Morada u palacio muy grande y hermoso, y que este palacio, como digo, es el mesmo Dios. Por ventura ¿puede el pecador, para hacer sus maldades, apartarse deste palacio? No por cierto; sino que dentro, en el mesmo palacio, que es el mesmo Dios, pasan las abominaciones y deshonestidades y maldades que hacemos los pecadores. ¡Oh, cosa temerosa y dina de gran consideración,   -146-   y muy provechosa para los que sabemos poco, que no acabamos de entender estas verdades, que no sería posible tener atrevimiento tan desatinado! Consideremos, hermanas, la gran misericordia y sufrimiento de Dios en no nos hundir allí luego, y démosle grandísimas gracias, y hayamos vergüenza de sentirnos de cosa que se haga ni se diga contra nosotras, que es la mayor maldad del mundo ver que sufre Dios nuestro Criador tantas a sus criaturas dentro en Sí mesmo, y que nosotras sintamos alguna vez una palabra, que se dijo en nuestra ausencia, y quizá con no mala intención. ¡Oh miseria humana! ¿Hasta cuándo, hijas, imitaremos en algo este gran Dios? ¡Oh, pues, no se nos haga ya que hacemos nada en sufrir injurias!, sino que de muy buena gana pasemos por todo, y amemos a quien nos las hace, pues este gran Dios no nos ha dejado de amar a nosotras, anque le hemos mucho ofendido, y ansí tiene muy gran razón en querer que todos perdonen, por agravios que les hagan. Yo os digo, hijas, que anque pasa de presto esta visión, que es una gran merced que hace nuestro Señor a quien la hace, si se quiere aprovechar de ella, trayéndola presente muy ordinario.

También acaece ansí muy de presto, y de manera que no se puede decir, mostrar Dios en sí mesmo una verdad, que parece deja escurecidas todas las que hay en las criaturas, y muy claro dado a entender, que Él solo es verdad, que no puede mentir; y dase bien a entender lo que dice David en un Salmo, que todo hombre es mentiroso, lo que no se entendiera jamás ansí anque muchas veces se oyera; es verdad que no puede faltar. Acuérdaseme de Pilatos, lo mucho que preguntaba a nuestro Señor, cuando en su Pasión le dijo qué era verdad, y lo poco que entendemos acá de esta suma verdad. Yo quisiera poder dar más a entender en este caso, mas no se puede decir. Saquemos de aquí, hermanas, que para conformarnos con nuestro Dios y Esposo en algo, será bien que estudiemos siempre   -147-   mucho de andar en esta verdad. No digo sólo que no digamos mentira, que en eso, gloria a Dios, ya veo que traéis gran cuenta en estas casas con no decirla por ninguna cosa, sino que andemos en verdad adelante de Dios y de las gentes, de cuantas maneras pudiéramos; en especial no quiriendo nos tengan por mejores de lo que somos, y en nuestras obras dando a Dios lo que es suyo, y a nosotras lo que es nuestro, y procurando sacar en todo la verdad, y ansí ternemos en poco este mundo, que es todo mentira y falsedad, y como tal no es durable. Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante, a mi parecer sin considerarlo, sino de presto, esto: que es porque Dios es suma verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entiende agrada más a la suma verdad, porque anda en ella. Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento. Amén.

De estas mercedes hace nuestro Señor a el alma, porque, como a verdadera esposa que ya está determinada a hacer en todo su voluntad, le quiere dar alguna noticia de en qué la ha de hacer y de sus grandezas. No haya para qué tratar de más, que estas dos cosas he dicho por parecerme de gran provecho; que en cosas semejantes no hay que temer, sino que alabar al Señor, porque las da; que el Demonio, a mi parecer, ni an la imaginación propia, tienen aquí poca cabida, y ansí el alma queda con gran satisfación.



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Capítulo undécimo

¿Si habrán bastado todas estas mercedes que ha hecho el Esposo a el alma para que la palomilla u mariposilla esté satisfecha (no penséis que la tengo olvidada) y haga asiento a donde ha de morir? No por cierto, antes está muy peor; anque haya muchos años que reciba estos favores, siempre gime y anda llorosa, porque de cada uno de ellos le queda mayor dolor. Es la causa que, como va conociendo más y más las grandezas de su Dios, y se ve estar tan ausente y apartada de gozarle, crece mucho más al deseo; porque también crece el amar mientras más se le descubre lo que merece ser amado este gran Dios y Señor; y viene en estos años creciendo poco a poco este deseo, de manera que la llega a tan gran pena como ahora diré. He dicho años, conformándome con lo que ha pasado por la persona que he dicho aquí, que bien entendido que a Dios no hay que poner término, que en un memento puede llegar a un alma a lo más subido que se dice aquí: poderoso es su Majestad para todo lo que quisiere hacer y ganoso de hacer mucho por nosotros. Pues vienen veces que estas ansias y lágrimas y sospiros y los grandes ímpetus que quedan dichos (que todo esto parece procedido de nuestro amor con gran sentimiento; mas todo no es nada en comparación de estotro, porque esto parece un fuego que está humeando, y puédese sufrir, anque con pena), andándose ansí esta alma, abrasándose en sí mesma, acaece muchas veces por un pensamiento muy ligero u por una palabra que oye de que se tarda el morir, venir de otra parte, no se entiende de dónde ni cómo, un golpe u como si viniese una saeta de fuego. No digo que es saeta; mas cualquier cosa que sea, se ve claro que no podía proceder de nuestro natural. Tampoco es golpe, anque digo golpe: más agudamente hiere, y no es adonde se   -149-   sienten acá las penas, a mi parecer, sino en lo muy hondo y íntimo del alma, adonde este rayo, que de presto pasa, todo cuanto halla de esta tierra de nuestro natural lo deja hecho polvos, que por el tiempo que dura es imposible tener memoria de cosa de nuestro ser; porque en un punto ata las potencias de manera que no quedan con ninguna libertad para cosa, sino para las que le han de hacer acrecentar este dolor. No querría pareciese encarecimiento, porque verdaderamente voy viendo que quedo corta, porque no se puede decir. Ello es un arrobamiento de sentidos y potencias, para todo lo que no es, como he dicho, ayudar a sentir esta aflición. Porque el entendimiento está muy vivo para entender la razón que hay que sentir de estar aquel alma ausente de Dios; y ayuda su Majestad con una tan viva noticia de Sí en aquel tiempo, de manera que hace crecer la pena en tanto grado, que procede quien la tiene en dar grandes gritos; con ser persona sufrida y mostrada, a padecer grandes dolores, no puede hacer entonces más; porque este sentimiento no es en el cuerpo, como queda dicho, sino en lo interior del alma. Por esto sacó esta persona cuán más recios van los sentimientos de ella que los del cuerpo, y se le representó ser de esta manera los que padecen en Purgatorio, que no les impide no tener cuerpo para dejar de padecer mucho más que todos los que acá tiniéndole padecen. Yo vi una persona ansí, que verdaderamente pensé que se moría, y no era mucha maravilla, porque cierto es gran peligro de muerte; y ansí, anque dure poco, deja el cuerpo muy descoyuntado, y en aquella sazón los pulsos tiene tan abiertos como si el alma quisiese ya dar a Dios, que no es menos; porque el calor natural falta y le abrasa de manera que, con otro poquito más, hubiera cumplídole Dios sus deseos; no porque siente poco ni mucho dolor en el cuerpo, anque se descoyunta, como he dicho, de manera que queda dos u tres días después sin poder an tener fuerza para escribir y con grandes   -150-   dolores; y an siempre me parece le queda el cuerpo más sin fuerza que de antes. El no sentirlo debe ser la causa ser tan mayor el sentimiento interior del alma, que ninguna cosa hace caso del cuerpo; como si acá tenemos un dolor muy agudo en una parte: anque haya otros muchos, se sienten poco; esto yo lo he bien probado: acá, ni poco ni mucho, ni creo sentiría se le hiciesen pedazos. Diréisme que es imperfeción; que por qué no se conforma con la voluntad de Dios, pues le está tan rendida. Hasta aquí podía hacer eso, y con eso pasaba la vida; ahora no, porque su razón está de suerte que no es señora de ella ni de pensar sino la razón que tiene para penar, pues está ausente de su bien, que ¿para qué quiere vida? Siente una soledad estraña, porque criatura de toda la tierra no la hace compañía, ni creo se la harían los del cielo, como no fuese el que ama, antes todo la atormenta; mas vese como una persona colgada, que no asienta en cosa de la tierra, ni al cielo puede subir; abrasada con esta sed, y no puede llegar a el agua; y no sed que puede sufrir, si no ya en tal término que con ninguna se le quitaría, ni quiere que se le quite, sino es con la que dijo nuestro Señor a la Samaritana, y eso no se lo dan. ¡Oh, válame Dios, Señor, cómo apretáis a vuestros amadores! Mas todo es poco para lo que les dais después. Bien es que lo mucho cueste mucho; cuanto más que, si es purificar esta alma para que entre en la sétima Morada, como los que han de entrar en el Cielo se limpian en el Purgatorio, es tan poco este padecer como sería una gota de agua en la mar; cuanto más que, con todo este tormento y aflición, que no puede ser mayor, a lo que yo creo, de todas las que hay en la tierra, que esta persona había pasado muchas, ansí corporales como espirituales; mas todo le parece nada en esta comparación. Siente el alma que es de tanto precio esta pena, que entiende muy bien no la podía ella merecer, sino que no es este sentimiento de manera que la alivia ninguna cosa, mas con esto la sufre   -151-   de muy buena gana y sufriría toda su vida si Dios fuese dello servido, anque no sería morir de una vez, sino estar siempre muriendo, que verdaderamente no es menos. Pues consideremos, hermanas, aquellos que están en el Infierno, que no están con esta conformidad, ni con este contento y gusto que pone Dios en el alma, ni viendo ser ganancioso este padecer, sino que siempre padecen más y más, digo más y más cuanto a las penas acidentales, siendo el tormento del alma tan más recio que los del cuerpo, y los que ellos pasan, mayores sin comparación que este que aquí hemos dicho, y éstos, ver que han de ser para siempre jamás, ¿qué será de estas desventuradas almas? Y ¿qué podemos hacer en vida tan corta, ni padecer, que sea nada para librarnos de tan terribles y eternales tormentos? Yo os digo que será imposible dar a entender cuán sensible cosa es el padecer del alma, y cuán diferente a el del cuerpo, si no se pasa por ello; y quiere el mesmo Señor que lo entendamos, para que más conozcamos lo muy mucho que le debemos en traernos a estado que por su misericordia tenemos esperanza de que nos ha de librar y perdonar nuestros pecados. Pues, tornando a lo que tratábamos (que dejamos esta alma con mucha pena), en este rigor es poco lo que le dura, será cuando más tres o cuatro horas, a mi parecer, porque si mucho durase, si no fuese con milagro, sería imposible sufrirlo la flaqueza natural. Acaecido ha no durar más que un cuarto de hora y quedar hecha pedazos; verdad es que esta vez del todo perdió el sentido, según vino con rigor (y estando en conversación, Pascua de Resurreción, el postrer día, y habiendo estado toda la Pascua con tanta sequedad, que casi no entendía lo era), de sólo oír una palabra de no acabarse la vida. ¡Pues pensar que se puede resistir!, no más que si metida en un fuego quisiese hacer a la llama que no tuviese calor para quemarle. No es el sentimiento que se puede pasar en disimulación, sin que las que están presentes entiendan el gran peligro   -152-   en que está, anque de lo interior no puedan ser testigos. Es verdad que le son alguna compañía, como si fuesen sombras; y ansí le parecen todas las cosas de la tierra. Y por que veáis, que es posible, si alguna vez os vierdes en esto, acudir aquí nuestra flaqueza y natural, acaece alguna vez que, estando el alma como habéis visto que se muere por morir cuando aprieta tanto, que ya parece que para salir del cuerpo no le falta casi nada, verdaderamente teme y querríase aflojarse la pena por no acabar de morir. Bien se deja entender ser este temor de flaqueza natural, que, por otra parte, no se quita su deseo ni es posible haber remedio que se quite esta pena hasta que la quite el mesmo Señor, que casi es lo ordinario, con un arrobamiento grande u con alguna visión, adonde el verdadero Consolador la consuela y fortalece para que quiera vivir todo lo que fuere su voluntad. Cosa penosa es ésta, mas queda el alma con grandísimos efetos y perdido el miedo a los trabajos que le pueden suceder; porque en comparación del sentimiento tan penoso que sintió su alma, no le parece son nada. De manera que queda aprovechada y que gustaría padecerle muchas veces; mas tampoco puede eso en ninguna manera ni hay ningún remedio para tornarla a tener hasta que quiere el Señor, como no le hay para resistirle ni quitarle cuando le viene. Queda con muy mayor desprecio del mundo que antes, porque ve que cosa de él no le valió en aquel tormento; y muy más desasida de las criaturas, porque ya ve que sólo el Criador es el que puede consolar y hartar su alma, y con mayor temor y cuidado de no ofenderle, porque ve que también puede atormentar como consolar. Dos cosas me parece a mí que hay en este camino espiritual que son peligro de muerte. La una ésta, que verdaderamente lo es, y no pequeño; la otra de muy ecesivo gozo y deleite, que es tan grandísimo estremo, que verdaderamente parece que desfallece el alma, de suerte que no le falta tantito para acabar de salir del cuerpo:   -153-   a la verdad no sería poca dicha la suya. Aquí veréis, hermanas, si he tenido razón en decir que es menester ánimo y que terná razón el Señor cuando le pidierdes estas cosas de deciros lo que respondió a los hijos de Zebedeo: si podrían beber el cáliz.

Todas creó, hermanas, que responderemos que sí; y con mucha razón, porque su Majestad da esfuerzo a quien ve que lo ha menester, y en todo defiende a estas almas, y responde por ellas en las persecuciones y mormuraciones, como hacía por la Madalena, anque no sea por palabras, por obras; y, en fin en fin, antes que se mueran se lo paga todo junto, como ahora veréis. Sea por siempre bendito y alábenle todas las criaturas, amén.





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Moradas sétimas


Capítulo primero

Pareceros ha, hermanas, que está dicho tanto en este camino espiritual, que no es posible quedar nada por decir. Harto desatino sería pensar esto: pues la grandeza de Dios no tiene término, tampoco le ternán sus obras. ¿Quién acabará de contar sus misericordias y grandezas? Es imposible, y ansí no os espantéis de lo que está dicho y se dijere, porque es una cifra de lo que hay que contar de Dios. Harta misericordia nos hace que haya comunicado estas cosas a persona que las podamos venir a saber, para que mientra más supiéremos que se comunica con las criaturas más alabaremos su grandeza, y nos esforzaremos a no tener en poco alma con quien tanto se deleita el Señor; pues cada una de nosotras la tiene, sino que como no las preciamos como merece criatura hecha a la imagen de Dios, ansí no entendemos los grandes secretos que están en ella. Plega a su Majestad, si es servido, menee la pluma, y me dé a entender como yo os diga algo de lo mucho que hay que decir y da Dios a entender a quien mete en esta Morada. Harto lo he suplicado a su Majestad, pues sabe que mi intento es que no estén ocultas sus misericordias, para que más sea alabado y glorificado su nombre. Esperanza tengo, que no por mí, sino por vosotras, hermanas, me ha de hacer esta merced, para que entendáis lo que os importa, que no quede por vosotras el celebrar vuestro Esposo este espiritual matrimonio con vuestras almas, pues tray   -155-   tantos bienes consigo como veréis. ¡Oh gran Dios! Parece que tiembla una criatura tan miserable como yo, de tratar en cosa tan ajena de lo que merezco entender. Y es verdad que he estado en gran confusión, pensando si será mejor acabar con pocas palabras esta Morada; porque me parece que han de pensar que yo lo sé por espiriencia y háceme grandísima vergüenza, porque conociéndome la que soy, es terrible cosa. Por otra parte, me ha parecido que es tentación y flaqueza, anque más juicios de éstos echéis; sea Dios alabado y entendido un poquito más, y gríteme todo el mundo; cuando más que estaré yo quizá muerta cuando se viniere a ver. Sea bendito el que vive para siempre y vivirá, amén.

Cuando nuestro Señor es servido haber piedad de lo que padece y ha padecido por su deseo esta alma que ya espiritualmente ha tomado por esposa, primero que se consuma el matrimonio espiritual métela en su Morada, que es esta sétima; porque ansí como la tiene en el cielo, debe tener en el alma una estancia, adonde sólo su Majestad mora, y digamos otro cielo; porque nos importa mucho, hermanas, que no entendamos es el alma alguna cosa escura, que como no la vemos, lo más ordinario debe parecer, que no hay otra luz interior, sino esta que vemos, y que está dentro de nuestra alma alguna escuridad. De la que no está en gracia, yo os lo confieso, y no por falta del Sol de justicia, que está en ella dándole ser; sino por no ser ella capaz para recibir la luz, como creo dije en la primera Morada; que había entendido una persona que estas desventuradas almas es ansí que están como en una cárcel escura, atadas de pies y manos para hacer ningún bien que les aproveche para merecer, y ciegas y mudas; con razón podemos compadecernos dellas y mirar que algún tiempo nos vimos ansí, y que también puede el Señor haber misericordia de ellas. Tomemos, hermanas, particular cuidado de suplicárselo, y no nos descuidar, que es grandísima limosna rogar por los   -156-   que están en pecado mortal; muy mayor que sería si viésemos un cristiano atadas las manos atrás, con una fuerte cadena, y él amarrado a un poste, y muriendo de hambre, y no por falta de qué coma, que tiene cabe sí muy estremados manjares, sino que no los puede tomar para llegarlos a la boca; y an está con grande hastío, y ve que va ya a espirar, y no muerte como acá, sino eterna. ¿No sería gran crueldad estarle mirando y no le llevar a la boca que comiese? Pues ¿qué si por vuestra oración le quitasen las cadenas? Ya lo veis. Por amor de Dios os pido que siempre tengáis acuerdo en vuestras oraciones de almas semejantes.

No hablamos ahora con ellas, sino con las que ya, por la misericordia de Dios, han hecho penitencia por sus pecados y están en gracia, que podemos considerar, no una cosa arrinconada y limitada, sino un mundo interior, adonde caben tantas y tan lindas Moradas como habéis visto, y ansí es razón que sea, pues dentro de esta alma hay morada para Dios. Pues cuando Majestad es servido de hacerle la merced dicha de este divino matrimonio, primero la mete en su morada, y quiere su Majestad que no sea como otras veces que la ha metido en estos arrobamientos, que yo bien creo que la une consigo entonces, y en la oración que queda dicha de unión, anque no le parece a el alma que es tanta llamada para entrar en su centro, como aquí en esta Morada, sino a la parte superior. En esto va poco: sea de una manera u de otra, el Señor la junta consigo; mas es haciéndola ciega y muda, como lo quedó san Pablo en su conversión, y quitándola el sentir cómo u de qué manera es aquella merced que goza; porque el gran deleite que entonces siente el alma es de verse cerca de Dios. Mas cuando la junta consigo, ninguna cosa entiende, que las potencias todas se pierden. Aquí es de otra manera; quiere ya nuestro buen Dios quitar las escamas de los ojos, y que vea y entienda algo de la merced que le hace, anque es por una manera estraña y metida en aquella Morada por visión   -157-   inteletual; por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la santísima Trinidad, todas tres personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu, a manera de una nube de grandísima claridad, y estas personas distintas, y por una noticia admirable, que se da a el alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista, anque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres personas, y la hablan, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que venía Él y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma, que le ama y guarda sus mandamientos. ¡Oh, válame Dios! ¡Cuán diferente cosa es oír estas palabras y creerlas, a entender por esta manera cuán verdaderas son! Y cada día se espanta más esta alma, porque nunca más le parece se fueron de con ella, sino que notoriamente ve, de la manera que queda dicho, que están en lo interior de su alma, en lo muy más interior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras, siente en sí esta divina compañía. Pareceros ha que, según esto, no andará en sí, sino tan embebida, que no pueda entender en nada: mucho más que antes, en todo lo que es servido de Dios, y en faltando las ocupaciones, se queda con aquella agradable compañía, y si no falta a Dios el alma, jamás Él la faltará, a mi parecer, de darse a conocer tan conocidamente su presencia, y tiene gran confianza que no la dejará Dios, pues la ha hecho esta merced, para que la pierda, y ansí se puede pensar, anque no deja de andar con más cuidado que nunca, para no le desagradar en nada. El traer esta presencia entiéndese que no es tan enteramente, digo tan claramente, como se le manifiesta la primera vez y otras algunas que quiere Dios hacerle este regalo; porque   -158-   si esto fuese, era imposible entender en otra cosa, ni an vivir entre la gente; mas anque no es con esta tan clara luz siempre advierte se halla con esta compañía. Digamos ahora como una persona que estuviese en una muy clara pieza con otras y cerrasen las ventanas y se quedase ascuras, no porque se quitó la luz para verlas, y que hasta tomar la luz no las ve, deja de entender que están allí. Es de preguntar si cuando torna la luz y las quiere tornar a ver, si puede. Esto no está en su mano, sino cuando quiere nuestro Señor que se abra la ventana del entendimiento: harta misericordia la hace en día en nunca se ir de con ella, y querer que ella lo entienda tan entendido. Parece que quiere aquí la divina Majestad disponer el alma para más con esta admirable compañía; porque está claro que será bien ayudada para en todo ir adelante en la perfeción y perder el temor que traía algunas veces de las demás mercedes que la hacía, como queda dicho. Y ansí fue, que en todo se hallaba mejorada y la parecía que por trabajos y negocios que tuviese lo esencial de su alma, jamás se movía de aquel aposento; de manera que en alguna manera le parecía había división en su alma, y andando con grandes trabajos, que poco después que Dios le hizo esta merced tuvo, se quejaba de ella, a manera de Marta, cuando se quejó de María, y algunas veces la decía que se estaba allí siempre gozando de aquella quietud a su placer, y la deja a ella en tantos trabajos y ocupaciones, que no la puede tener compañía. Esto os parecerá hijas, desatino, mas verdaderamente pasa ansí, que anque se entiende que el alma está toda junta, no es antojo lo que he dicho, que es muy ordinario; por donde decía yo que se ven cosas interiores, de manera que cierto se entiende hay diferencia en alguna manera, y muy conocida del alma a el espíritu, anque más sea todo uno. Conócese una división tan delicada, que algunas veces parece obra de diferente manera lo uno de lo otro, como el sabor que les quiere   -159-   dar el Señor. También me parece que el alma es diferente cosa de las potencias, y que no es todo una cosa: hay tantas y tan delicadas en lo interior, que sería atrevimiento ponerme yo a declararlas; allá lo veremos, si el Señor nos hace merced de llevarnos, por su misericordia, adonde entendamos estos secretos.




Capítulo segundo

Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio, anque esta gran merced no debe cumplirse con perfeción, mientras vivimos, pues si nos apartásemos de Dios se perdería este tan gran bien. La primera vez que Dios hace esta merced, quiere su Majestad mostrarse a el alma por visión imaginaria de su sacratísima Humanidad, para que lo entienda bien y no esté inorante de que recibe tan soberano don. A otras personas será por otra forma: a esta de quien hablamos se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y Él ternía cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que para decir. Parecerá que no era esta novedad, pues otras veces se había representado el Señor a esta alma en esta manera; fue tan diferente, que la dejó bien desatinada y espantada: lo uno, porque fue con gran fuerza esta visión; lo otro, porque las palabras que le dijo, y también porque en lo interior de su alma, adonde se le representó, si no es la visión pasada, no había visto otras. Porque entended que hay grandísima diferencia de todas las pasadas a las de esta Morada, y tan grande del desposorio espiritual al matrimonio espiritual, como lo hay entre dos desposados, a los que ya no se pueden apartar. Ya he dicho que anque se ponen estas comparaciones, porque   -160-   no hay otras más a propósito, que se entienda que aquí no hay memoria de cuerpo más que si el alma no estuviese en él, sino sólo espíritu, y en el matrimonio espiritual, muy menos, porque pasa esta secreta unión en el centro muy interior del alma, que debe ser adonde está el mesmo Dios, y, a mi parecer, no ha menester puerta por donde entre; digo que no es menester puerta, porque en todo lo que se ha dicho hasta aquí parece que va por medio de los sentidos y potencias, y este aparecimiento de la Humanidad del Señor ansí debía ser; mas lo que pasa en la unión del matrimonio espiritual es muy diferente. Aparécese el Señor en este centro del alma sin visión imaginaria, sino inteletual, anque más delicada que las dichas, como se apareció a los Apóstoles, sin entrar por la puerta, cuando les dijo: «Paz vobis». Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí a el alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué lo comparar, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel memento la gloria que hay en el Cielo, por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual. No se puede decir más de que, a cuanto se puede entender, queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una cosa con Dios, que, como es también espíritu, ha querido su Majestad mostrar el amor que nos tiene en dar a entender a algunas personas hasta adónde llega, para que alabemos su grandeza; porque, de tal manera ha querido juntarse con la criatura, que ansí como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar Él de ella. El desposorio espiritual es diferente, que muchas veces se apartan, y la unión también lo es, porque, anque unión es juntarse dos cosas en una, en fin, se pueden apartar y quedar cada cosa por sí, como vemos ordinariamente, que pasa de presto esta merced del Señor, y después se queda el alma sin aquella compañía, digo de manera que lo entiendan. En estotra   -161-   merced del Señor no, porque siempre queda el alma con ¡su Dios en aquel centro. Digamos que sea la unión como si dos velas de cera se juntasen tan en estremo que toda luz fuese una, u que el pabilo y la luz y la cera es todo uno; mas después bien se puede apartar la una vela de la otra, y quedan en dos velas, u el pabilo de la cera. Acá es como si cayendo agua del cielo en un río u fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río u lo que cayó del cielo, o como si un arroíco pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse, u como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz, anque entra dividida, se hace todo una luz. Quizá es esto lo que dice san Pablo: -El que se arrima y allega a Dios, hácese espíritu con Él-, tocando este soberano matrimonio, que presupone haberse llegado su Majestad a el alma por unión. Y también dice, Miqui bibere Cristus est, mori lucrum; ansí me parece puede decir aquí el alma, porque es adonde la mariposilla que hemos dicho, muere, y con grandísimo gozo, porque su vida es ya Cristo. Y esto se entiende mejor cuando anda el tiempo, por los efetos, porque se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma, hay muchas veces tan vivas, que en ninguna manera se puede dudar, porque las siente muy bien el alma, anque no se saben decir; mas que es tanto este sentimiento que producen algunas veces unas palabras regaladas, que parece no se puede excusar de decir: ¡Oh vida de mi vida y sustento que me sustentas!, y cosas de esta manera; porque de aquellos pechos divinos, adonde parece está Dios siempre sustentando el alma, salen unos rayos de leche, que toda la gente del Castillo conforta, que parece quiere el Señor que gocen de alguna manera de lo mucho que goza el alma, y que de aquel río caudaloso, adonde se consumió esta fuentecita pequeña, salga algunas veces algún   -162-   golpe de aquel agua para sustentar los que en lo corporal han de servir a estos dos desposados. Y ansí como sentiría esta agua una persona que está decuidada, si la bañasen de presto en ella, y no lo podía dejar de sentir, de la mesma manera, y an con más certidumbre, se entienden estas operaciones que digo; porque ansí como no nos podría venir un gran golpe de agua, si no tuviese principio, como he dicho, ansí se entiende claro que hay en lo interior quien arroje estas saetas y dé vida a esta vida, y que hay sol de donde procede una gran luz, que se envía a las potencias de lo interior del alma. Ella, como he dicho, no se muda de aquel centro ni se le pierde la paz; porque el mesmo que la dio a los Apóstoles cuando estaban juntos se la puede dar a ella. Heme acordado que esta salutación del Señor debía ser mucho más de lo que suena, y el decir a la gloriosa Madalena que se fuese en paz; porque, como las palabras del Señor son hechas como obras en nosotros, de tal manera debían hacer la operación en aquellas almas que estaban ya dispuestas, que apartase en ellos todo lo que es corpóreo en el alma y la dejase en puro espíritu para que se pudiese juntar en esta unión celestial con el espíritu creado, que es muy cierto que en vaciando nosotros todo lo que es criatura y deshaciéndonos de ella por amor de Dios, el mesmo Señor la ha de hinchir de Sí. Y ansí, orando una vez Jesucristo nuestro Señor por sus Apóstoles, no sé dónde es, dijo que fuesen una cosa con el Padre y con Él, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre, y el Padre con Él. ¡No sé qué mayor amor puede ser que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque ansí dijo su Majestad: «No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en Mí también», y dice: «Yo estoy en ellos». ¡Oh, válame Dios, qué palabras tan verdaderas, y cómo las entiende el alma, que en esta oración lo ve por sí! ¡Y cómo lo entenderíamos todas si no fuese por nuestra   -163-   culpa! Pues las palabras de Jesucristo nuestro Rey y Señor no pueden faltar; mas como faltamos en no disponernos y desviarnos de todo lo que puede embarazar esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, adonde nuestra imagen está esculpida. Pues tornando a lo que decíamos, en metiendo el Señor a el alma en esta Morada suya, que es el centro de la mesma alma, ansí como dicen que el Cielo impíreo adonde está nuestro Señor no se mueve como los demás, ansí parece no hay los movimientos en esta alma, en entrando aquí, que suele haber en las potencias y imaginación, de manera que la perjudiquen ni la quiten su paz. Parece que quiero decir que en llegando el alma a hacerla Dios esta merced, está segura de su salvación y de tornar a caer. No digo tal, y en cuantas partes tratare desta manera, que parece está el alma en siguridad, se entienda: mientra la divina Majestad la tuviere ansí de su mano, y ella no le ofendiere; al menos sé cierto que anque se ve en este estado, y le ha durado años, que no se tiene por segura, sino que anda con mucho más temor que antes en guardarse de cualquier pequeña ofensa de Dios, y con tan grandes deseos de servirle, como se dirá adelante, y con ordinaria pena y confusión de ver lo poco que puede hacer y lo mucho a que está obligada, que no es pequeña cruz, sino harto gran penitencia; porque el hacer penitencia esta alma, mientras más grande, le es más deleite. La verdadera penitencia es cuando le quita Dios la salud para poderla hacer y fuerzas, que, anque en otra parte he dicho la gran pena que esto da, es muy mayor aquí, y todo le debe venir de la raíz adonde está plantada, que ansí como el árbol que está cabe las corrientes de las aguas está más fresco y da más fruto, ¿qué hay que maravillar de deseos que tenga esta alma, pues el verdadero espíritu de ella está hecho uno con el agua celestial que dijimos?

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Pues tornando a lo que decía, no se entienda que las potencias y sentidos y pasiones están siempre en esta paz: el alma sí, mas en estotras Moradas no deja de haber tiempos de guerra y de trabajos y fatigas; mas son de manera que no se quita de su paz y puesto: esto es lo ordinario. Este centro de nuestra alma u este espíritu es una cosa tan dificultosa de decir y an de creer, que pienso, hermanas, por no me saber dar a entender, no os dé alguna tentación, de no creer lo que digo, porque decir que hay trabajos y penas y que el alma se está en paz es cosa dificultosa. Quiéroos poner una comparación u dos: plega a Dios que sean tales que diga algo; mas si no lo fuere, yo sé que digo verdad en lo dicho. Está el Rey en su palacio, y hay muchas guerras en su reino y muchas cosas penosas, mas no por eso deja de estarse en su puesto: ansí acá, anque en estotras Moradas anden muchas baraúndas y fieras ponzoñosas, y se oye el ruido, naide entra en aquélla, que la haga quitar de allí; ni las cosas que oye, anque le dan alguna pena, no es de manera que la alboroten y quiten la paz; porque las pasiones están ya vencidas, de suerte que han miedo de entrar allí, porque salen más rendidas. Duélenos todo el cuerpo, mas si la cabeza está sana, no porque duela el cuerpo dolerá la cabeza. Riéndome estoy de estas comparaciones, que no me contentan, mas no sé otras. Pensá lo que quisiéredes; ello es verdad lo que he dicho.




Capítulo tercero

Ahora, pues, decimos que esta mariposica ya murió, con grandísima alegría de haber hallado reposo, y que vive en ella Cristo: veamos qué vida hace u qué diferencia hay de cuando ella vivía, porque en los efetos veremos si es verdadero lo que queda dicho. A lo que puedo entender, son los que diré:

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El primero, un olvido de sí, que, verdaderamente, parece que ya no es, como queda dicho, porque toda está de tal manera, que no se conoce ni se acuerda que para ella ha de haber Cielo ni vida ni honra, porque toda está empleada en procurar la de Dios, que parece que las palabras que le dijo su Majestad hicieron efeto de obra, que fue que mirase por sus cosas, que Él miraría por las suyas. Y ansí, de todo lo que puede suceder no tiene cuidado, sino un estraño olvido que, como digo, parece ya no es, ni querría ser en nada, nada, sino es para cuando entiende que puede haber por su parte algo en que acreciente un punto la gloria y honra de Dios, que por esto pornía muy de buena gana su vida. No entendáis por esto, hijas, que deja de tener cuenta con comer y dormir, que no le es poco tormento, y hacer todo lo que está obligada conforme a su estado, que hablamos en cosas interiores, que de obras esteriores poco hay que decir, que antes esa es su pena, ver que es nada lo que ya pueden sus fuerzas. En todo lo que puede y entiende que es servicio de nuestro Señor no lo dejaría de hacer por cosa de la tierra.

Lo segundo, un deseo de padecer grande, mas no de manera que le inquiete como solía; porque es en tanto estremo el deseo que queda en estas almas de que se haga la voluntad de Dios en ellas, que todo lo que su Majestad hace tienen por bueno: si quisiere que padezca, enhorabuena; sino, no se mata como solía.

Tienen también estas almas un gran gozo interior cuando son perseguidas, con mucha más paz que lo que queda dicho, y sin nenguna enemistad con los que las hacen mal o desean hacer, antes les cobran amor particular, de manera que si los ven en algún trabajo, lo sienten tiernamente, y cualquiera tomarían por librarlos de él, y encomiéndanlos a Dios muy de gana, y de las mercedes que les hace su Majestad holgarían perder porque se las hiciese a ellos, porque no ofendiesen a nuestro Señor.

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Lo que más me espanta de todo es que ya habéis visto los trabajos y afliciones que han tenido por morirse, por gozar de nuestro Señor; ahora es tan grande el deseo que tienen de servirle y que por ellas sea alabado, y de aprovechar algún alma si pudiesen, que, no sólo no desean morirse, mas vivir muy muchos años padeciendo grandísimos trabajos, por si pudiesen que fuese el Señor alabado por ellos, anque fuese en cosa muy poca. Y si supiesen cierto que en saliendo el alma del cuerpo ha de gozar de Dios, no les hace al caso, ni pensar en la gloria que tienen los santos: no desean por entonces verse en ella. Su gloria tiene puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado, en especial cuando ven que es tan ofendido, y los pocos que hay que de veras miren por su honra, desasidos de todo lo demás. Verdad es que algunas veces que se olvida de esto, tornan con ternura los de gozar de Dios y desear salir de este destierro, en especial viendo lo poco que le sirve; mas luego torna y mira en sí mesma con la continuanza que le tiene consigo, y con aquello se contenta, y ofrece a su Majestad el querer vivir como una ofrenda, la más costosa para ella que le puede dar. Temor ninguno tiene de la muerte más que ternía de un suave arrobamiento. El caso es que el que daba aquellos deseos con tormento tan ecesivo, da ahora estotros. Sea por siempre bendito y alabado. El fin es que los deseos de estas almas no son ya de regalos ni de gustos, como tienen consigo al mesmo Señor, y su Majestad es el que ahora vive. Claro está que su vida no fue sino contino tormento, y ansí hace que sea la nuestra, al menos con los deseos, que nos lleva como a flacos en lo demás, anque bien les cabe de su fortaleza cuando ve que la han menester.

Un desasimiento grande de todo y deseo de estar siempre u solas u ocupadas en cosa que sea provecho de algún alma; no sequedades ni trabajos interiores, sino con una memoria y ternura con nuestro   -167-   Señor, que nunca querría estar sino dándole alabanzas, y cuando se descuida, el mesmo Señor la despierta de la manera que queda dicho, que se ve clarísimamente que procede aquel impulso, u no sé cómo le llame, de lo interior del alma, como se dijo de los ímpetus. Acá es con gran suavidad, mas ni procede del pensamiento ni de la memoria, ni cosa que se pueda entender que el alma hizo nada de su parte. Esto es tan ordinario y tantas veces, que se ha mirado bien con advertencia: que ansí como un fuego no echa la llama haciabajo, sino haciarriba, por grande que quieran encender el fuego, ansí se entiende acá que este movimiento interior procede del centro del alma y despierta las potencias. Por cierto, cuando no hubiera otra cosa de ganancia en este camino de oración, sino entender el particular cuidado que Dios tiene de comunicarse con nosotros y andarnos rogando, que no parece esto otra cosa que nos estemos con Él, me parece eran bien empleados cuantos trabajos se pasan por gozar de estos toques de su amor tan suaves y penetrativos. Esto habréis, hermanas, espirimentado porque pienso, en llegando a tener oración de unión, anda el Señor con este cuidado, si nosotros no nos descuidamos de guardar sus mandamientos. Cuando esto os acaeciere, acordaos que es desta Morada interior, adonde está Dios en nuestra alma, y alabalde mucho, porque cierto es suyo aquel recaudo o billete escrito con tanto amor, y de manera que sólo vos quiere entendáis aquella letra y lo que por ella os pide. La diferencia que hay aquí en esta Morada es lo dicho: que casi nunca hay sequedad ni alborotos interiores de los que había en todas las otras a tiempos, sino que está el alma en quietud casi siempre; el no temer que esta merced tan subida puede contrahacer el Demonio, sino estar en un ser con seguridad que es Dios, porque, como está dicho, no tienen que ver aquí los sentidos ni potencias, que se descubrió su Majestad al alma y la   -168-   metió consigo adonde, a mi parecer, no osará entrar el Demonio ni le dejará el Señor, y todas las mercedes que hace aquí a el alma, como he dicho, son con ningún ayuda de la mesma alma, sino el que ya ella ha hecho de entregarse toda a Dios. Pasa con tanta quietud y tan sin ruido todo lo que el Señor aprovecha aquí a el alma y la enseña, que me parece es como en la edificación del templo de Salomón, adonde no se había de oír ningún ruido: ansí en este templo de Dios, en esta Morada suya, sólo Él y el alma se gozan con grandísimo silencio. No hay para qué bullir ni buscar nada el entendimiento, que el Señor que le crió le quiere sosegar aquí, y que por una resquicia pequeña mire lo que pasa, porque anque a tiempos se pierde esta vista y no le dejan mirar, es poquísimo intervalo, porque, a mi parecer, aquí no se pierden las potencias, mas no obran, sino están como espantadas.

Yo lo estoy de ver que en llegando aquí el alma, todos los arrobamientos se le quitan si no es alguna vez, y está no con aquellos arrobamientos y vuelo de espíritu, y son muy raras veces, y ésas casi siempre no en público como antes, que era muy de ordinario, ni le hacen al caso grandes ocasiones de devoción, que vea, como antes, que si ven una imagen devota u oyen un sermón, que casi no era oírle, u música, como la pobre mariposilla andaba tan ansiosa, todo la espantaba y hacía volar. Ahora, u es que halló su reposo, u que el alma ha visto tanto en esta Morada, que no se espanta de nada, u que no se halla con aquella soledad que solía, pues goza de tal compañía. En fin, hermanas, yo no sé qué sea la causa, que en comenzando el Señor a mostrar lo que hay en esta Morada, y metiendo el alma allí, se les quita esta gran flaqueza que les era harto trabajo, y antes no se quitó. Quizá es que la ha fortalecido el Señor y ensanchado y habilitado, u puede ser que quería dar a entender en público lo que hacía con estas almas en secreto, por   -169-   algunos fines que su Majestad sabe, que sus juicios son sobre todo lo que acá podemos imaginar.

Estos efetos, con todos los demás que hemos dicho, que sean buenos en los grados de oración que quedan dichos, da Dios, cuando llega el alma a Sí, con este ósculo que pedía la Esposa, que yo entiendo aquí se le cumple esta petición. Aquí se dan las aguas a esta cierva que va herida en abundancia. Aquí se deleita en el tabernáculo de Dios. Aquí halla la paloma que envió Noé a ver si era acabada la tempestad, la oliva, por señal que ha hallado tierra firme dentro en las aguas y tempestades deste mundo. ¡Oh Jesús! ¡Y quién supiera las muchas cosas de la Escritura, que debe haber para dar a entender esta paz del alma! Dios mío, pues veis lo que nos importa, haced que quieran los cristianos buscarlas, y a los que la habéis dado, no se la quitéis por vuestra misericordia, que, en fin, hasta que les deis la verdadera y las llevéis adonde no se pueda acabar, siempre se ha de vivir con temor. Digo la verdadera, no porque entienda ésta no lo es, sino porque se podría tornar la guerra primera si nosotros nos apartásemos de Dios. Mas ¿qué sentirán estas almas de ver que podrían carecer de tan gran bien?

Esto les hace andar más cuidadosas y procurar sacar fuerzas de flaqueza, para no dejar cosa que se les puede ofrecer, para más agradar a Dios, por culpa suya. Mientra más favorecidas de su Majestad andan, más acobardadas y temerosas de sí, y como en estas grandezas suyas han conocido más sus miserias y se les hacen más graves sus pecados, andan muchas veces que no osan alzar los ojos, como el Publicano; otras, con deseos de acabar la vida por verse en siguridad, anque luego tornan con el amor que le tienen a querer vivir para servirle, como queda dicho, y fían todo lo que les toca de su misericordia. Algunas veces las muchas mercedes las hacen andar más aniquiladas, que temen que, como una nao que va muy demasiado de cargada,   -170-   se va a lo hondo, no les acaezca ansí. Yo os digo, hermanas, que no les falta cruz, salvo que nos las inquieta ni hace perder la paz, sino pasan de presto, como una ola, algunas tempestades, y torna bonanza, que la presencia que train del Señor les hace que luego se los olvide todo. Sea por siempre bendito y alabado de todas sus criaturas, amén.




Capítulo cuarto

No habéis de entender, hermanas, que siempre en un ser están estos efetos que he dicho en estas almas, que por eso adonde se me acuerda, digo lo ordinario, que algunas veces las deja nuestro Señor en su natural, y no parece sino que entonces se juntan todas las cosas ponzoñosas del arrabal y Moradas de este Castillo, para vengarse de ellas, por el tiempo que no las pueden haber a las manos. Verdad es que dura poco, un día lo más, u poco más, y en este gran alboroto, que procede lo ordinario de alguna ocasión, se ve lo que gana el alma en la buena compañía que está, porque la da el Señor una gran entereza, para no torcer en nada de su servicio y buenas determinaciones, sino que parece le crecen, ni por un primer movimiento muy pequeño no tuercen de esta determinación. Como digo, es pocas veces, sino que quiere nuestro Señor que no pierda la memoria de su ser, para que siempre esté humilde, lo uno; lo otro, porque entienda más lo que debe a su Majestad, y la grandeza de la merced que recibe y le alabe.

Tampoco os pase por pensamiento que por tener estas almas tan grandes deseos y determinación de no hacer una imperfeción por cosa de la tierra, dejan de hacer muchas, y an pecados. De advertencia no, que las debe el Señor a estas tales dar muy particular ayuda para esto; digo pecados veniales, que de los mortales, que ellas entiendan, están libres, aunque no   -171-   siguras; que ternán algunos que no entienden, que no les será pequeño tormento. También se les da las almas que ven que se pierden, y anque en alguna manera tienen gran esperanza que no serán de ellas, cuando se acuerdan de algunos que dice la Escritura que parecía eran favorecidos del Señor, como un Salomón, que tanto comunicó con su Majestad, no pueden dejar de temer, como tengo dicho. Y la que se viere de vosotras con mayor seguridad en sí, esa tema más, porque «bienaventurado el varón que teme a Dios», dice David. Su Majestad nos ampare siempre: suplicárselo, para que no le ofendamos; es la mayor seguridad que podemos tener. Sea por siempre alabado, amén.

Bien será, hermanas, deciros qué es el fin para que hace el Señor tantas mercedes en este mundo. Anque en los efectos de ellas los habréis entendido, si advertistes en ello, oslo quiero tornar a decir aquí, porque no piense alguna que es para sólo regalar estas almas, que sería grande yerro: que no nos puede su Majestad hacerle mayor que es darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado, y ansí tengo yo por cierto, que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza, como aquí he dicho alguna vez, para poderle imitar en el mucho padecer.

Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor fueron los de mayores trabajos: miremos los que pasó su gloriosa Madre y los gloriosos Apóstoles. ¿Cómo pensáis que pudiera sufrir san Pablo tan grandísimos trabajos? Por él podemos ver qué efetos hacen las verdaderas visiones y contemplación cuando es de nuestro Señor, y no imaginación u engaño del Demonio. ¿Por ventura ascondióse con ellas para gozar de aquellos regalos y no entender en otra cosa? Ya lo veis, que no tuvo día de descanso, a lo que podemos entender, y tampoco le debía de tener de noche, pues en ella ganaba lo que había de comer. Gusto yo mucho de san Pedro cuando iba huyendo de la cárcel y le apareció   -172-   nuestro Señor, y le dijo que iba a Roma a ser crucificado otra vez. Nenguna rezamos esta fiesta adonde esto está que no me es particular consuelo; ¿cómo quedó san Pedro de esta merced del Señor u qué hizo? Irse luego a la muerte, y no es poca misericordia del Señor hallar quien se la dé! Oh, hermanas mías, qué olvidado debe tener su descanso, y qué poco se le debe de dar de honras, y qué fuera debe estar de querer ser tenida en nada el alma adonde está el Señor tan particularmente! Porque si ella está mucho con Él, como es razón, poco se debe acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle y en qué u por dónde mostrará el amor que le tiene. Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras. Esta es la verdadera muestra de ser cosa y merced hecha a Dios, como ya os he dicho; porque poco me aprovecha estarme muy recogida a solas, haciendo atos con nuestro Señor, propuniendo y prometiendo de hacer maravillas por su servicio, si en saliendo de allí, que se ofrece la ocasión, lo hago todo al revés. Mal dije que aprovechará poco, que todo lo que se está con Dios aprovecha mucho, y estas determinaciones, anque seamos flacos en no las cumplir después, alguna vez nos dará su Majestad cómo lo hagamos, y an quizá, anque nos pese, mucho hace muchas veces, que como ve un alma muy cobarde, dale un muy gran trabajo bien contra su voluntad y sácala con ganancia, y después, como esto entiende el alma, queda más perdido el miedo para ofrecerse más a Él. Quise decir que es poco, en comparación de lo mucho más que es que conformen las obras con los atos y palabras, y que la que no pudiere por junto, sea poco a poco: vaya doblando su voluntad si quiere que le aproveche la oración, que dentro de estos rincones no faltarán hartas ocasiones en que lo podáis hacer. Mirá que importa esto mucho más que yo os sabré encarecer.

Poné los   -173-   ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hierro, que el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue, que no les hace ningún agravio ni pequeña merced, y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio, como he dicho, es su cimiento humildad, y si no hay esta muy de veras, an por vuestro bien, no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo. Ansí que, hermanas, para que lleve buenos cimientos, procurará ser la menor de todas, y esclava suya, mirando cómo u por dónde las podéis hacer placer y servir, pues lo que hicierdes en este caso, hacéis más por vos que por ellas, puniendo piedras tan firmes que no seos caya el Castillo. Torno a decir que para esto es menester no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar, porque si no procuráis virtudes y hay ejercicios de ellas, siempre os quedaréis enanas, y an plega a Dios que sea sólo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece, decrece; porque el amor tengo por imposible contentarse de estar en un ser adonde le hay.

Pareceros ha que hablo con los que comienzan, y que después pueden ya descansar: ya os he dicho que el sosiego que tienen estas almas en lo interior es para tenerle muy menos ni querer tenerle en lo esterior. ¿Para qué pensáis que son aquellas inspiraciones que he dicho, u por mejor decir, aspiraciones, y aquellos recaudos que envía el alma del centro interior a la gente de arriba del Castillo y a las Moradas que están fuera de donde ella está? ¿Es para que se echen a dormir? ¡No, no, no!, que más guerra les hace desde allí, para que no estén ociosas las potencias y sentidos y todo lo corporal, que les ha hecho   -174-   cuando andaba con ellos padeciendo, porque entonces no entendía la ganancia tan grande que son los trabajos, que, por ventura, han sido medios para traerla Dios allí, como la compañía que tiene le da fuerzas muy mayores que nunca. Porque si acá dice David que con los santos seremos santos, no hay que dudar sino que estando hecha una cosa con el fuerte, por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se le ha de pegar fortaleza, y ansí veremos la que han tenido los santos para padecer y morir. Es muy cierto, que an de la que a ella allí se le pega, acude a todos los que están en el Castillo, y an al mesmo cuerpo, que parece muchas veces no siente, sino, esforzado con el esfuerzo que tiene el alma bebiendo del vino de esta bodega, adonde la ha traído su Esposo, y no la deja salir, redunda en el flaco cuerpo, como acá el manjar que se pone en el estómago da fuerza a la cabeza y a todo él. Y ansí tiene harta mala ventura mientra vive, porque, por mucho que haga, es mucho más la fuerza interior y la guerra que se le da, que todo le parece nonada. De aquí debían venir las grandes penitencias que hicieron muchos santos, en especial la gloriosa Madalena, criada siempre en tanto regalo, y aquella hambre que tuvo nuestro padre Elías de la honra de su Dios, y tuvo santo Domingo y san Francisco de allegar almas, para que fuese alabado, que yo os digo que no debían pasar poco, olvidados de sí mesmos. Esto quiero yo, mis hermanas, que procuremos alcanzar, y no para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir, deseemos y nos ocupemos en la oración. No queramos ir por camino no andado, que nos perderemos al mejor tiempo, y sería bien nuevo pensar tener estas mercedes de Dios por otro que el que Él fue y han ido todos sus santos. No nos pase por pensamiento: créeme, que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer. ¿Cómo se lo diera María, sentada siempre a los pies, si su hermana no le ayudara?   -175-   Su manjar es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas, para que se salven y siempre le alaben.

Decirme heis dos cosas: la una, que dijo que María había escogido la mejor parte, y es que ya había hecho el oficio de Marta, regalando a el Señor en lavarle los pies y limpiarlos con sus cabellos. ¿Y pensáis que le sería poca mortificación a una señora como ella irse por esas calles, y por ventura, sola, porque no llevaba hervor para entender cómo iba, y entrara donde nunca había entrado, y después sufrir la mormuración del Fariseo, y otras muy muchas que debía sufrir? Porque ver en el pueblo una mujer como ella hacer tanta mudanza, y como sabemos, entre tan mala gente, que bastaba ver que tenía amistad con el Señor, a quien ellos tenían tan aborrecido, para traer a la memoria la vida que había hecho, y que se quería ahora hacer santa, porque está claro que luego mudaría vestido y todo lo demás, pues ahora se dice a personas que no son tan nombradas, ¿qué sería entonces? Yo os digo, hermanas, que venía la mejor parte sobre hartos trabajos y mortificación, que, anque no fuera sino ver a su Maestro tan aborrecido, era intolerable trabajo. ¡Pues los muchos que después pasó en la muerte del Señor! Tengo para mí que el no haber recibido martirio fue por haberle pasado en ver morir al Señor, y en los años que vivió, en verse ausente de Él, que sería de terrible tormento, se verá que no estaba siempre con regalo de contemplación a los pies del Señor. La otra, que no podéis vosotras, ni tenéis como allegar almas a Dios, que lo haríades de buena gana, mas que no habiendo de enseñar ni predicar, como hacían los Apóstoles, que no sabéis cómo. A esto he respondido por escrito algunas veces, y an no sé si en este Castillo; mas porque es cosa que creo os pasa por pensamiento, con los deseos que os da el Señor, no dejaré de decirlo aquí. Ya os dije en otra parte que algunas veces nos pone el Demonio deseos grandes porque no echemos   -176-   mano de lo que tenemos a mano, para servir a nuestro Señor en cosas posibles, y quedemos contentas por haber deseado las imposibles. Dejado que en la oración ayudaréis mucho, no queráis aprovechar a todo el mundo, sino a las que están en vuestra compañía, y ansí será mayor la obra, porque estáis a ellas más obligadas. ¿Pensáis que es poca ganancia que sea vuestra humildad tan grande y mortificación, y el servir a todas, y una gran caridad con ellas, y un amor del Señor, que ese fuego las encienda a todas, y con las demás virtudes siempre las andéis despertando? No sería sino mucha, y muy agradable servicio al Señor y con esto que ponéis por obra, que podéis, entenderá su Majestad que haríades mucho más, y ansí os dará premio, como si le ganásedes muchas. Diréis que esto no es convertir, porque todas son buenas. ¿Quién os mete en eso? Mientras fueren mejores, más agradables serán sus alabanzas al Señor y más aprovechará su oración a los prójimos. En fin, hermanas mías, con lo que concluyo es que no hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen, y como hagamos lo que pudiéremos, hará su Majestad que vamos pudiendo cada día más y más, como no nos cansemos luego, sino que lo poco que dura esta vida, y quizá será más poco de lo que cada uno piensa, interior y esteriormente ofrezcamos a el Señor el sacrificio que pudiéremos, que su Majestad le juntará con el que hizo en la cruz por nosotros al Padre, para que tenga el valor que nuestra voluntad hubiere merecido, anque sean pequeñas las obras. Plega a su Majestad, hermanas y hijas mías, que nos veamos todas adonde siempre le alabemos, y me dé gracias para que yo obre algo de lo que os digo, por los méritos de su Hijo, que vive y reina por siempre jamás, amén; pero yo os digo que es hasta confusión mía, y ansí os pido por el mesmo Señor que no olvidéis en vuestras oraciones esta pobre miserable.









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Conclusión

J H S

Anque cuando comencé a escribir esto que aquí va, fue con la contradición que al principio digo, después de acabado me ha dado mucho contento, y doy por bien empleado el trabajo, anque confieso que ha sido harto poco. Y considerando el mucho encerramiento y pocas cosas de entretenimiento que tenéis, mis hermanas, y no casas tan bastantes como conviene, en algunos monesterios de los vuestros, me parece os será consuelo deleitaros en este Castillo interior, pues sin licencia de los superiores podéis entraros y pasearos por él a cualquier hora. Verdad es que no en todas las Moradas podréis entrar por vuestras fuerzas, anque os parezca las tenéis grandes, si no os mete el mesmo Señor del Castillo; por eso os aviso que ninguna fuerza pongáis, si hallardes resistencia alguna, porque le enojaréis de manera que nunca os deje entrar en ellas.

Es muy amigo de humildad. Con teneros por tales que no merecéis an entrar en las Terceras, le ganaréis más presto la voluntad para llegar a las Quintas, y de tal manera le podéis servir desde allí, acontinuando a ir muchas veces a ellas, que os meta en la mesma Morada que tiene para Sí, de donde no salgáis más, si no fuerdes llamadas de la priora, cuya voluntad quiere tanto este gran Señor que cumpláis como la suya mesma.   -178-   Y anque mucho estéis fuera por su mandado, siempre cuando tornades, os terná la puerta abierta. Una vez mostradas a gozar de este Castillo, en todas las cosas hallaréis descanso, anque sean de mucho trabajo, con esperanza de tornar a él, que no os lo puede quitar naide.

Anque no se trata de más de siete Moradas, en cada una de éstas hay muchas, en lo bajo y alto y a los lados, con lindos jardines y fuentes y laberintios y cosas tan deleitosas, que desearéis deshaceros en alabanzas del gran Dios que lo crió a su imagen y semejanza. Si algo hallardes bueno en la orden de daros noticias de Él, creé verdaderamente que lo dijo su Majestad por daros a vosotras contento, y lo malo que hallardes, es dicho de mí. Por el gran deseo que tengo de ser alguna parte para ayudaros a servir este mi Dios y Señor, os pido que, en mi nombre, cada vez que leyerdes aquí, alabéis mucho a su Majestad y le pidáis el aumento de su Ilesia y luz para los luteranos, y para mí que me perdone mis pecados y me saque de Purgatorio, que allá estaré quizá por la misericordia de Dios, cuando esto se os diere a leer, si estuviere para que se vea, después de visto de letrados; y si algo tuviere de error, es por más no lo entender, que en todo me sujeto a lo que tiene la santa Ilesia Católica Romana, que es ésta vivo y protesto y prometo vivir y morir. Sea Dios nuestro Señor por siempre alabado y bendito. Amén, amén.

Acabóse esto de escribir en el monesterio de San Josef de Ávila, año de mil y quinientos y setenta y siete, víspera de san Andrés, para gloria de Dios, que vive y reina por siempre jamás, amén.




 
 
FIN
 
 



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