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Las novelas andaluzas de Salvador Rueda (1889-1892)1

María Isabel Jiménez Morales


Universidad de Málaga

A mi maestro Cristóbal Cuevas, con la gratitud de toda una vida.







Salvador Rueda es conocido, ante todo, como poeta. Si nos adentramos un poco en su variada producción, sorprende la total ausencia de estudios que aborden otros géneros que no sean su lírica, cuando el autor de Benaque escribió, además, teatro, novela, cuentos, cuadros de costumbres y obras de teoría. Las investigaciones sobre Salvador Rueda siguen siendo escasas y presentan los graves problemas de la dispersión (sobre todo, en lo concerniente a tantas reseñas perdidas en la prensa del XIX); del envejecimiento y de la falta de rigor de muchos estudios, basados en el relato biográfico del malagueño o en el de los argumentos de sus obras2. Mi intervención va a centrarse en su novela y, en concreto, en lo que he acotado como primera etapa narrativa del escritor malagueño, que abarcaría sus «novelas andaluzas» publicadas entre 1889 y 1892.

Con estas «novelas andaluzas», Salvador Rueda se inserta dentro del regionalismo del último tercio del XIX, en la estela de José María de Pereda. Perteneciente al segundo grupo generacional, el de los nacidos después de 18503, cultivó una novela de ideología conservadora, tradicionalista, rural, de costumbres y que prolongaba modelos decimonónicos. Destacó entre los representantes de Andalucía, junto a Arturo Reyes, Narciso Díaz de Escovar, José Nogales o Juan F. Muñoz Pabón4. En el siglo XIX, Salvador Rueda publicó tan solo tres novelas: El gusano de luz, La reja y La gitana y, a lo largo del siglo XX -aludo al conjunto de su producción narrativa para contextualizar el género- dio a la luz La cópula en 1906, su novela mejor acogida por el público, como le confesó a El Caballero Audaz5, y que desató cierta controversia; El salvaje (1909), Donde Cristo dio las tres voces (1919), La Virgen María (1920) y El secreto de una náyade (1922), aunque en diversos medios el propio autor anunció otros títulos que nunca publicaría y que inciden en la imagen de un novelista con muchos proyectos, que quería probar fortuna en todos los subgéneros narrativos6.

Pero hablar del Rueda novelista, implica revisar toda su producción para establecer, en primer lugar, su canon narrativo, pues tendía a subtitular de forma ambigua muchas de sus obras, mezclando conceptos de los diferentes géneros literarios. Así, La Virgen María, producción de 1920, la publicó con el subtítulo «Boceto de una obra teatral», cuando, en realidad, es una novela; La vocación, del año siguiente, fue titulada por Rueda «Novela escénica» y publicada en la revista La Novela Corta, cuando es una pieza teatral o El salvaje, ya para concluir, fue publicada, en su primera edición, con el subtítulo de «Poema campestre», cuando se trata de una novela. En España son momentos de ambigüedad y de mestizaje en los géneros literarios, en que lo lírico se trasvasa al teatro y a la novela, en que los novelistas llevan sus argumentos narrativos a escena y Rueda, siempre atento a las novedades e intuitivo para saber entreverlas, quizás quiso, de esta manera, dar por zanjada la orientación regionalista de sus primeras obras, para intentar nuevos caminos narrativos. En cualquier caso, este problema de la delimitación genérica de la novela de Salvador Rueda presenta otro agravante, pues ha habido críticos que, arrastrados por una destacable pereza, han contribuido a la confusión, encasillando algunos títulos en el género literario equivocado7. Un nuevo argumento para la seria revisión del autor de Benaque.

Siempre me gusta incluir en mis trabajos la historia de la transmisión textual de las obras objeto de estudio. Pienso que la génesis de un texto -incluso antes de su publicación- ayuda a conocer su recepción por parte del público y a indagar en la personalidad de su autor. En el caso concreto de Salvador Rueda, esta información, además, arroja luz sobre su poco estudiada faceta de novelista. El escritor de Benaque quiso, desde sus inicios literarios, probar fortuna en la narración y darse a conocer entre escritores como Galdós, Pardo Bazán, Pereda, Valera, Alarcón, Clarín... De 1884 data la primera referencia a sus proyectos de novelista. En septiembre, tras un año cargado de éxitos (recordemos que en 1883 habían aparecido cuatro poemarios: Cuadros de Andalucía, En tropel, Don Ramiro y Noventa estrofas, este último prologado por Gaspar Núñez de Arce), escribía a Narciso Díaz de Escovar y le enumeraba sus planes y sus muchas ocupaciones literarias. Entre ellos, mencionaba el comienzo de una novela:

«He hecho un largo canto al Arte que me ha dejado muy contento, el primer canto de un poema llamado Sixto, el primer cuadro de Castilla la Nueva, que es La verbena de la Paloma, cuatro o cinco artículos que he vendido y publicado en algunos periódicos, entre ellos El Imparcial, y el principio de una novela que me propongo acabar este invierno, si el cólera lo permite»8.


Aquel invierno no concluyó ninguna novela, al menos que publicara en meses sucesivos, y hasta septiembre de 1886 no encontramos otra referencia a sus proyectos de novelista. Un texto en La Ilustración Ibérica de Barcelona muestra que Rueda barajaba incluso el título de la nueva obra, pues en nota al pie indicaba a los lectores que pertenecía a «una novela inédita, titulada El gusano de luz»9, y en la contracubierta de El patio andaluz, que se publicó ese año, se anunciaba esta misma obra «en preparación» y se presentaba como «novela de costumbres», subtítulo que luego cambiaría al más explícito de «novela andaluza». Antes de su aparición, en 188910, publicó en El Globo, El Imparcial y La Ilustración Ibérica anticipos de El gusano de luz. Estos adelantos narrativos fueron meticulosamente seleccionados por Rueda. Escogió pasajes destacados de la obra, aquéllos que carecían de sensualismo y que, por el contrario, reflejaban costumbres y comportamientos de la tierra andaluza, los que podían agradar a un público no familiarizado con los modos de vida meridionales: la buenaventura, las fiestas campesinas, el trabajo en los lagares... Eran textos que, leídos fragmentariamente, continuaban la estela de sus primeras obras en prosa11.

Por indicaciones del propio novelista, empezó a redactar El gusano de luz en Madrid y concluyó el trabajo en Sevilla, en abril de 1888. Debió dejar reposar la obra o pulir detalles finales y fechó la dedicatoria a Andrés Mellado, en julio. Notas de prensa y cartas personales indican que esta primera novela se imprimió a finales del 88, pero razones editoriales movieron a poner en la portada la fecha del nuevo año12. Rueda, inexperto y algo inseguro en lides narrativas, aguardó desde abril hasta diciembre a que algún reputado escritor apadrinase su obra, con un prólogo laudatorio que, a modo de escudo, pudiera defenderle de posibles ataques o servirle de espaldarazo. El malagueño, que sentía una admiración casi religiosa por todos los consagrados, envió el original de su novela a Valera, Pereda, Clarín y Menéndez Pelayo, entre otros. Con la excusa de que la conocieran antes que el gran público, implícitamente les demandaba su opinión favorable. Esta costumbre queda corroborada por cartas del malagueño y por esos lapsos temporales que sus libros aguardaban en barbecho, desde su conclusión definitiva hasta ver la luz pública. De las cartas remitidas por Rueda, solo conservamos la enviada a Menéndez Pelayo, pero las restantes debieron tener idéntico cariz. Está fechada el 28 de noviembre de 1888 y, al tiempo que solicitaba un prólogo, resumía la orientación de la obra. Sus palabras dejan entrever a un escritor algo titubeante, consciente de que estaba en juego su aceptación como novelista y conocedor de la carga polémica de su obra: «El realismo extremado de algunas escenas en las que se trata de la aberración amorosa, me parece de veras expuesto», escribía al santanderino13. La respuesta de Menéndez Pelayo nunca llegó -como tampoco las de sus anteriores peticiones-, pues el crítico no solía enjuiciar obras de escritores vivos y, siempre que podía, evitaba esa incómoda labor14.

La relación epistolar con Clarín sí fue recíproca15. El asturiano ya había opinado favorablemente sobre El patio andaluz (1886), había prologado Sinfonía del año (1888) y elogiaría parcialmente Cantos de la vendimia en 1891; pero no contestó a ninguna novela, aunque Rueda le remitió, al menos, El gusano de luz. En una carta de Clarín de julio de 1889, cuando ya llevaba esta novela más de siete meses en las librerías madrileñas, le confesaba al malagueño que todavía no la había leído16. Quizá no dispusiera de mucho tiempo, pues solía recibir semanalmente muchas novedades que terminaban amontonándose en su escritorio o, tal vez, soslayó como pudo el tema, pues sus coetáneos le habían amonestado por elogiar demasiado pronto al malagueño: «Algunos de los que se dicen mis amigos en letras, lo son con la condición implícita de que no hable bien de nadie, sobre todo de nadie que empiece» (pág. 3). En la carta citada, el autor de La regenta deja entrever el éxito del Gusano de luz y lo mucho que se hablaba de Rueda en el mundillo literario madrileño, con el riesgo que implicaba, en un autor novel, dejarse llevar por tanto agasajo:

«"¡Usted le da alas a Rueda!... ¡Eso es envenenar a un muchacho!... -se quejaba Clarín que le recriminaban sus coetáneos- ¡Valera alaba El gusano de luz; usted le dice al autor de ese gusano que es una esperanza de poeta, cuando no aventura otro tanto de Velarde, Grilo, Ferrari, Shaw y otros!... ¡Está perdido Rueda!"».


(pág. 3)                


José María de Pereda fue su más fiel interlocutor en lo tocante a su prosa. Había enjuiciado en abril de 1886 El patio andaluz y, justo el año siguiente, El cielo alegre. Opinaría sobre El gusano de luz en el 88 y sobre Granada y Sevilla y La reja en marzo y abril de 1890, respectivamente. En todas estas cartas, salvo en la relativa a su primera novela, hubo plácemes para el malagueño, destacando Pereda su calidad de pintor, su corrección del dibujo, la brillantez del colorido, el poder de observación y la galanura y donaire del manejo del castellano. (Como pueden ver, todos elogios referentes al colorismo, a lo descriptivo y al estilo.) Lo comentaba Pereda con sinceridad y alegría, pues para el santanderino era una frecuente «desgracia» encontrar malos e insípidos escritores de costumbres en el país. Estas palabras elogiosas aquilatan el deseo y las ganas que Pereda tenía de leer la primera novela del malagueño: «Con esto, que da la medida de lo que yo confío en sus alientos de artista, puede formarse idea de la ansiedad con que aguardo la publicación de la novela que anuncia V. en la cubierta de El cielo alegre»17. Transcurridos varios meses, Rueda le remitió la esperada novela, probablemente en fecha similar al envío de Menéndez Pelayo. La respuesta no se hizo esperar, siendo la sorpresa mayúscula para ambos.

Pereda contestó al malagueño el 6 de diciembre de 1888. Le remitió una carta durísima, que se cebó en el contenido moral de la novela y no en sus valores estéticos o literarios, conceptos que en la época no eran autónomos. Consideraba inconcebible la audacia del escritor de Benaque al incorporar a la obra escenas de tan crudísimo realismo, lo que, a su juicio, convertía El gusano de luz en una novela pornográfica: «Creo que tiene V. sobrados motivos para estar alarmado y febril con la obra», le comentaba Pereda. La veía impregnada de elementos naturalistas, que le apenaban profundamente «por ser obra de una pluma tan delicada, hábil y pudorosa, como la que escribió El patio andaluz y Bajo la parra» (pág. 192). Las descripciones literarias, de las que Rueda era un hábil maestro, tenían que ir, ajuicio del santanderino, dentro del decoro del arte; por eso, se indignaba cuando veía tantas «crudezas» naturalistas que atropellaban «las leyes del buen sentido, las de la lógica y hasta las de la naturaleza humana». Llegó incluso a comparar El gusano de luz con las novelas de López Bago. Defraudó mucho la obra a Pereda, pues, a su juicio, el malagueño tenía «elementos y terreno propio en que lucirse y cosechar laureles limpios», que no era otro que el ámbito del andalucismo y regionalismo literarios. La única contestación que obraba en poder de Rueda a finales de 1888, tras ocho meses de espera, era la del santanderino, pero su durísimo dictamen no la hacía recomendable para inaugurar su obra. A falta de otras respuestas, Rueda decidió que su Gusano viese la luz sin proemio.

Este contacto con la crítica fue expresamente buscado por el malagueño. Si nos fijamos en esa otra repercusión mediática, la que le deparó la prensa de forma espontánea, debemos afirmar que El gusano de luz fue muy bien acogida. Tuvo un éxito sonado, si hacemos caso a las declaraciones del propio autor en una carta dirigida a Díaz de Escovar, en la que le comentaba al amigo malagueño, todo exultante, que la prensa salía llena de alusiones a su libro, el cual le estaba proporcionando «un tan a todas luces inmerecido como ruidosísimo triunfo»: «Por lo pronto», confiesa Rueda, «hice mi agosto y ocupo hoy todas estas conversaciones literarias. Más, sería gollería»18. A grandes rasgos, incluso antes de su aparición, fue una obra aceptada por los críticos. Casi todos destacaron su vinculación con el Naturalismo, Pero no la consideraron aberrante. En el diario catalán La Dinastía, Alfonso Pérez Nieva publicaba un artículo -«Desde Madrid»- donde, entre otras obras, reseñaba la novela de Salvador Rueda. Resaltaba su «carácter modernista», la profundidad de su pensamiento -«toda la obra viene a ser un canto de la materia; una estrofa, pronunciada de rodillas, ante el altar de la naturaleza desnuda»- y el colorismo de su forma19. La España Moderna incluyó en su primer número, de enero de 1889, una crítica de Rafael Torromé, quien alabó las dotes de narrador descriptivo de Salvador Rueda, así como su intuición de artista20, aunque en uno de sus Paliques, Clarín comentaba que, si de aquél hubiera dependido, «hubiese puesto en ridículo a mi buen amigo el joven y muy elocuente escritor Salvador Rueda», recriminándole a la dirección de la revista que permitiese que «sección tan importante como la crítica de las obras literarias recientes caiga en manos de cualquiera, verbigracia del Sr. Torromé»21. Este crítico aceptó el Naturalismo de la novela, considerado beneficioso por despertar emociones en el lector, antes que críticas o censuras. Alabó su estilo -«el señor Rueda no solo escribe para el vulgo, sino para los literatos, para los sibaritas del arte» (págs. 193-194)- y justificó los amores entre labrador y sobrina por esos «instintos invencibles» de la novela, no viendo en ellos nada deshonesto ni ofensivo.

Revista Contemporánea fue otra publicación que incluyó una reseña del Gusano en su boletín bibliográfico22. Era una sucinta referencia que insistía en el aplauso entusiasta con que la crítica la había recibido y lo presto que el público se había decidido a leer la obra. Destacaba la imaginación del escritor y el poder del argumento, que movía a un gran interés. A las pocas semanas, Juan Valera remitió a El Imparcial un extenso artículo donde valoraba, en profundidad, esta primera narración de Rueda23. Pese a las reticencias que incluía, fue elegido por el malagueño como pórtico para la segunda edición de su novela, en 1895. No hay que olvidar que el autor de Pepita Jiménez era uno de los escritores más brillantes y respetados en el ámbito social y literario y, de ese modo, prestigiaría su obra. A Valera le pareció bien escrito el libro, bien pintado el ambiente, interesantes los personajes y la acción, aunque muy sencilla, entretenida y propensa a la curiosidad. Pero encontró, obviamente, algunos lunares. En primer lugar, apuntó fallas arguméntales de menor importancia -la ausencia de hermana mayor o «señora de respeto» en la casa del tío Sebastián, por ejemplo-; para centrarse en el escaso estudio psicológico de personajes como Concha, que no mostraba «escrúpulos religiosos, morales y de decoro». Poco después abordó lo que denominó «preocupación naturalista», que imprimía en sus personajes «algo de fatal, de imperativo o determinante». No consideraba, sin embargo, aberrante que una muchacha se enamorase de un hombre mayor. Apuntaba que El gusano de luz hubiese sido un delicadísimo idilio si hubieran aparecido en el amor central causas más elevadas y no tan sencillas, por lo meramente físicas, neuróticas y morbosas. El egabrense alabó el optimismo de la obra, el estilo -dijo que era poeta en verso, pero poeta en prosa también- y, en definitiva, afirmó ser testigo del nacimiento de un buen novelista.

Las ventas y la polémica que rodeó a esta primera novela -que debió complacer mucho al joven escritor por la notoriedad que iba adquiriendo- movieron a Rueda a seguir ensayando el género. Así, en 1890 publicó otra obra regionalista: La reja. Novela andaluza24; pero también un libro de viajes: Granada y Sevilla y sus poemarios Himno a la carne y Poema nacional. Aires españoles. Como sucedió con El gusano de luz, antes de la publicación de La reja, aparecieron varios capítulos en la prensa. En esta ocasión, en El Imparcial, El Ateneo y la Ilustración Ibérica entre abril de 1889 y abril de 1890, aquéllos que, por sus peculiaridades internas, podían publicarse desgajados del conjunto, con una completa autonomía, y que, por lo pintoresco de la costumbre retratada, podían llamar la atención del público madrileño25. La obra, finalizada en Madrid el 19 de marzo de 1890, tal y como consta en el éxplicit, se puso a la venta a mediados de abril, según informaba un artículo de El Imparcial26. En esta ocasión, no se demoró la publicación de la novela, pues Rueda dispuso de inmediato de un prólogo laudatorio. Veamos el caso. El mismo procedimiento empleado en su primera novela aplicó Rueda en La reja al enviarla manuscrita a los escritores más destacados del momento para saber su juicio. Con total certeza, mantuvo un cruce epistolar con Pereda, a quien remitió su novela el 10 de abril de 189027. A los dos días le escribía desde Santander una carta que el malagueño incluyó como prólogo en la primera edición. Pereda resaltaba en ella lo accesorio, reconociendo cierta mediocridad en lo esencial de la novela: el argumento y los personajes. Pero no le importaba demasiado, siempre y cuando se tratase de una «novela de costumbres lícitas y corrientes en el mundo real y verdadero», es decir, siempre que no existiesen veleidades naturalistas.

La nueva novela de Salvador Rueda se anunció en Madrid Cómico, como el año anterior se hiciese con El gusano de luz28. Luis Taboada resaltaba, en esta ocasión, su interés y recomendaba vivamente su lectura29. En Málaga, Narciso Díaz de Escovar informaba, en La Unión Mercantil, de la nueva novela de su paisano -«la reputación de Rueda está consolidada», afirmaba- y se hacía eco de los elogios de Pereda hacia La reja. Recogía, sin embargo, la idea extendida en todos los círculos literarios: «[...] todos esperan que si se dedica al género novelesco, sacrificando un poco las bellezas de su estilo al interés de la acción, obtendrá uno de los primeros puestos entre los novelistas contemporáneos»30. Al año siguiente, G. Ruiz de Almodóvar analizaba las publicaciones del malagueño en Salvador Rueda y sus obras. Aludía a El gusano de luz y a La reja y defendía en ambas al escritor descriptivo y colorista, especialmente inspirado en la naturaleza. En ambos libros, como en toda obra de juventud, faltaba «aquella fuerza de intención» que en la novela de costumbres pone el artista solo cuando copia el mundo desde la madurez (pág. 32).

Tras La reja, llegaron más libros. En 1891, publicaba Cantos de la vendimia, con un pórtico de Clarín -que supuso un nuevo escándalo por el tono, renovación, temas y aire juvenil empleados-; se iniciaba en el teatro con un «poema escénico»: El secreto, y publicaba un nuevo volumen misceláneo: Tanda de valses. Su tercera novela, La gitana (Idilio en la sierra), llegó al año siguiente31, aunque la había concluido en septiembre de 1891. Se la dedicó a Antonio Cánovas del Castillo y con ella inauguró la «Biblioteca Rueda», dirigida por su hermano José. Aunque con ella se pretendía «poner al alcance de quienes no pueden comprar, porque son caros, los mejores libros de cuantos se han escrito en España y fuera de ella», lo cierto es que casi todos los trabajos que Salvador Rueda fue concluyendo a partir de esta fecha vieron la luz en la «Biblioteca» que llevaba su nombre32. El malagueño volvió a publicar capítulos sueltos de La gitana en la prensa, la mayoría antes de ver la luz la obra33. En esta ocasión, el periódico receptor fue La Correspondencia de España, donde aparecieron once entregas de las veintitrés que conforman la novela, desde finales de junio hasta principios de octubre de 189134. He podido localizar, gracias a los archivos personales de la Dra. Quiles Faz, otro capítulo en La Ilustración Ibérica de Barcelona. De haberse publicado, hubiese sido el número XX de la novela, pero fue suprimido por Rueda35. Era habitual en nuestro autor publicar fragmentos de sus novelas en la prensa, pero nunca íntegras (solía dar publicidad previa a la mitad de los capítulos, más o menos) y, casi siempre, en varias revistas, en las que, en ese momento, colaboraba. A través de las entregas sueltas de La gitana, advertimos cómo el autor cambió el nombre de su novela en el último instante. En La Correspondencia, todos estos episodios llevaban el título de Idilio en la sierra. Novela andaluza, y así apareció anunciada en las cubiertas de El secreto (1891) y Tanda de valses (1891), pero cuando imprimió el libro, éste apareció como La gitana. Idilio en la sierra (Novela andaluza), dando el autor prioridad al personaje de Mercedes y confirmando el carácter regional de la obra por encima del tema amoroso.

Los principales diarios madrileños se hicieron eco de la publicación de La gitana. Aparecieron anuncios y breves reseñas a lo largo del mes de febrero en El Imparcial, El Heraldo de Madrid, La Correspondencia de España y Madrid Cómico36. Y en algunos diarios de provincias también se recogió noticia de esta reciente publicación37. En ellos se elogiaba, con claros fines propagandísticos, su valor artístico y la alta lección moral que encerraban sus páginas; así como su españolismo, interés y clásica elegancia. En El Imparcial la calificaban heredera de El sombrero de tres picos y proclamaban a Rueda continuador de Fernán Caballero y El Solitario. La única reseña extensa con la que contamos apareció en La Época, a principios de marzo, y la firmó Francisco Fernández de Villegas con su seudónimo Zeda38. El periodista solo encontraba defectos: el título, del todo inapropiado; la acción, excesivamente descriptiva e insignificante -«el señor Rueda, más que narrar, se propone describir»-; la ausencia de naturalidad en las descripciones campestres; el pseudohumorismo y los excursos filosóficos, tan discordantes en el escritor andaluz; los personajes, muñecos de guiñol inhábilmente manejados por Rueda, «copia chillona de los cromos que sirven de tapadera al contenido de las cajas de pasas». De la parte descriptiva, le afeaba su excesiva afectación, llena de metáforas rebuscadas y extravagantes perífrasis y epítetos que hundían el argumento. Consideraba del todo imposible encontrar en La gitana, ni con lente de aumento, algo de lo mucho que promete una novela: «[...] caracteres, interés, conocimiento del corazón humano, verdad...». Y le recriminaba la mezcla de materias tan dispares como lo idílico y lo picaresco, pues para lo primero le faltaba naturalidad y para lo segundo, malicia. Como colofón, declaraba no comprender el elogio pronunciado por Valera años atrás confirmándolo como uno de los primeros novelistas españoles.

Es muy probable que Rueda volviera a enviar su novela a los críticos y novelistas del momento, a la espera de leer elogios y parabienes. La ausencia de contestaciones ni de mención alguna a La gitana por parte de Clarín, Pereda o Valera, sus habituales interlocutores, hace pensar que no fuera del agrado de ninguno39.

Las novelas andaluzas de Salvador Rueda tuvieron una vida ciertamente discreta. El escritor, que tras La gitana abandonó temporalmente el género, fue, al menos, reeditado. El gusano de luz volvió a publicarse en 1895, en la Colección Diamante, recientemente inaugurada en Barcelona por el Sr. López Bernagossi40, siendo reeditada una segunda ocasión en esta misma biblioteca, pero sin fecha; y en 1936, en la Revista Literaria. Novelas y Cuentos, cuando ya había fallecido su autor41. La reja también volvió a publicarse el mismo número de veces: una en Valencia, en 1893; otra en Madrid, en la revista La Novela Corta, en 1917 y una tercera en Barcelona, sin datar, pero que puede fecharse alrededor de 1925-192842. La gitana, por el contrario, no fue reeditada. Indicativo del interés que seguían suscitando sus obras son sus reediciones, que conectan su primera etapa narrativa con La cópula y con sus creaciones del primer tercio del siglo XX. Años en que publicó en revistas literarias como El Cuento Semanal, Los Contemporáneos, La Novela Corta o Novelas y Cuentos43, la nueva forma de seguir de actualidad, pues estas revistas llegaban a un nutrido público de lectores.

Me gustaría citar brevemente, como un aspecto más de la transmisión indirecta de estas novelas, su tentativa de traducción al italiano. Entre 1906 y 1907, F. M. Gelormini y E. Suardi se pusieron en contacto con el malagueño para verter al italiano varias de sus novelas44. Rueda era consciente del impulso que le supondría dar a conocer su obra en Italia y estaba tan complacido con la idea que llegó a renunciar a los derechos de traducción. Las cartas conservadas desvelan rasgos de la personalidad literaria del malagueño. De carácter meticuloso, buscaba, ante todo, una buena traducción de sus obras, casi imponiendo la posterior revisión por alguien que dominase el español, sobre todo en lo concerniente al léxico andaluz45. Se aprecia, también, su dirigismo en la promoción de sus obras en Italia. Prefería traducir sus novelas antes que sus poesías, cuadros y cuentos costumbristas: «La poesía no debe trasladarse de un idioma a otro; pierde música, color, luz, vibraciones sutiles y lo que constituye la originalidad del autor»46. Sin embargo, «las novelas, siendo V. un traductor de tanta conciencia» -le escribía a Suardi- «podemos traducirlas todas, si nos resulta bien la primera». Los consejos de Rueda hicieron cambiar de opinión a Gelormini, el primer traductor, quien, en un principio, le pidió traducir El gusano de luz, proponiéndole el malagueño La cópula. Tal vez tuviera aún presentes las críticas de Pereda, por lo que podría temer una opinión similar en Italia, frustrándose así sus proyectos promocionales. Curiosamente, cuando Suardi, un año después, le pide traducir La reja, Rueda no le brinda la oportunidad de dar a conocer La cópula, como había hecho con el anterior traductor. Tal vez reconsiderase su propuesta, pues La cópula era «una novela dificilísima de traducir [...] porque el tema es sumamente peligroso y a cada momento hay que hablar de los órganos sexuales», confesaba Rueda47. Gelormini desapareció sin dar explicaciones, por eso el malagueño le preguntaba a su compatriota en la Nochebuena de 1906:

«¿Quién es F. M. Gelormini, que vive, o vivía, en Via Nazionale, 132? Hace tiempo me pidió permiso este señor para traducir al italiano mi novela y... no he vuelto a saber de esa persona. ¿La conoce V.? ¿Quién es?»48.


Este cruce epistolar se producía de mayo de 1906 a febrero de 1907. Un mes después, se publicaban unas declaraciones del autor en la revista Por Esos Mundos, donde el propio Rueda informaba de las traducciones al francés y al italiano de sus dos primeras novelas: «De las novelas, a pesar de los inmerecidos honores de las lenguas italiana y francesa, que se llevaron, vertidas a ellas, El gusano de luz y La reja, yo prefiero La cópula»49. No he podido contrastar esta información, pero la confirma, parcialmente, F. Jiménez50.

Realizada esta breve historia de los textos y conocidas las aportaciones de la crítica coetánea, pasemos al análisis de las novelas. Todas tienen rasgos en común y peculiaridades que las hacen únicas. Entre sus afinidades, contamos con el protagonismo femenino, llevando dos de estas novelas título alusivo a esas mujeres. En El gusano de luz, es el sobrenombre de Concha el que da título a la obra, pues en su pueblo, Higueruela, la llaman así «fundándose en lo mucho que le brillan los ojos» (pág. 27). Igual sucede en La gitana, donde se alude a la raza de Mercedes, la criada de D. Leopoldo. En La reja, Rueda dio preferencia en el título al espacio narrativo antes que al personaje, pero Rosalía se yergue por encima de cualquier otra criatura novelesca.

Otra similitud es la extensión de estas novelas, que presentan un similar número de capítulos (XXI, XX y XXIII, respectivamente) donde desarrollar la trama. En El gusano de luz, Rueda narra el proceso de enamoramiento que experimentan Concha y el tío Sebastián: ella de quince años y él de más de cincuenta. Concha va a pasar una temporada al cortijo de su tío, pues no rebosa salud y su familia está un poco preocupada. Allí conocerá a todos los sirvientes y trabajadores de su tío y entrará en contacto con unas costumbres y usos populares que le encantan. Desde el primer instante sentirán, sin saberlo, una atracción mutua que, paulatinamente, se desbordará en una pasión incontrolable. Las leyes del decoro y de la moral van contra un amor desigual en edad y casi pecaminoso, por la consanguinidad; pero el amor se alza sobre cualquier escollo, al ser concebido en la novela como una fuerza natural y cósmica. La trama se desarrolla a lo largo de los meses de julio y agosto, durante la vendimia, pero Rueda selecciona como materia novelable poco más de ocho días, que transcurren de forma no consecutiva. El ambiente es rural, como en las restantes novelas, pero acomodado, pues la acción se desarrolla en el cortijo más rico del contorno, el del tío Sebastián, de holgada posición económica, como nos describe el autor en el capítulo II de la novela: «Monólogo».

El argumento de La reja es extremadamente sencillo, lo que permitía, ajuicio de Pereda, «recrear la atención, sin menoscabo del interés, en los hermosos fondos del cuadro». Rosalía, la joven más hermosa de Guedeja, es cortejada por tres pretendientes a la vez: Bernardo, Antolín y Primores. Ella ama al primero, el más pobre de todos, candidato que rechaza abiertamente su avaricioso padre. La situación se hace insostenible y Bernardo se ve obligado a proceder al sacorio, tradición clásica con la que se certifican en Andalucía los matrimonios no secundados por sus familias. Coincido plenamente con Pereda: «ni las personas que allí se ven, ni el pleito que se ventila entre ellas, son cosas del otro jueves». Los personajes se conocen por las descripciones que de ellos hace el autor. Aparecen en muchos momentos silenciosos, ensimismados, pensativos y actúan escasamente, pues la acción es muy débil. Se aprecia cómo Rueda ha realizado su aprendizaje en el cuadro de costumbres, donde la descripción prima por encima de otros elementos y la narración de hechos es casi inexistente o nula. Se evidencia también que nuestro escritor se sentía cómodo con el calificativo de pintor colorista, pues, en los veinte capítulos de La reja, predominan los puramente descriptivos. La acción de esta novela transcurre durante el mes de septiembre, cuando se aproximan las fiestas patronales en honor de la Virgen. El tiempo narrado es muy corto: tan solo tres días, todos consecutivos. En La reja, los protagonistas son más humildes: pertenecen al pueblo llano y no presentan una boyante economía; si no fuera de este modo, no tendríamos conflicto. Solo disfrutan de una posición acomodada dos de los pretendientes: Primores y Antolín, que Rueda describe desde el principio con rasgos caricaturescos y ridículos, pues es firme partidario del amor auténtico.

Mercedes, la protagonista de La gitana, es una hermosa sirviente del cortijo que D. Leopoldo tiene en la sierra andaluza. Es acosada por treinta cazadores, amigos de su amo, invitados al cortijo durante una Semana Santa. La mujer -a modo de la Susana bíblica- se burla de todos ellos -que han apostado ver quién la cerca y la rinde-, y da su mano a Jaraga, un mozo guapo, rústico y sensible, que sirve también en la misma casa. Los amores se dan entre dos sirvientes, que poseen las más acendradas virtudes del pueblo y el escenario es, como en El gusano, un rico cortijo andaluz. En esta ocasión, Rueda narra unos sucesos que acontecieron «hará cosa de tres años» y que transcurren a lo largo de una semana. La novela se escribe por la petición de D. Leopoldo, quien le dice a Rueda que debería «cantar aquella hazaña».

Nuestro novelista presenta en estas tres obras amores problemáticos, con trabas. En El gusano de luz, hay desigualdad de años y conflicto de parentesco, pero triunfa el amor porque sus personajes son débiles y apasionados y porque este sentimiento universal es una fuerza cósmica que a todo se sobrepone. En esta obra, el amor se presenta más complejo, pues se ofrece desde diferentes perspectivas y está relacionado con ciertos rasgos naturalistas que veremos a continuación. El narrador omnisciente insiste en la aberración y espantoso contraste del amor de sus personajes por la diferencia de edad. D. Sebastián, el cortijero, el más reflexivo de todos, incide en el horror que experimenta por la pasión monstruosa que siente, no por los años de ambos, sino por el parentesco que les une; y la muchacha, Concha, afronta el enamoramiento con total naturalidad, sin el menor asomo de malicia, lo que facilita que este sentimiento prospere. El tópico del senex amans, que hizo las delicias de la literatura cómica en el pasado, no es abordado por Rueda desde una perspectiva satírica. En el siglo XIX, se prefirió la variante más benigna, alejando el ridículo que la literatura anterior había cernido sobre el viejo enamorado. En concreto, el tío Sebastián no fracasa estrepitosamente, pues no hay rechazo por parte de la muchacha ni rivalidad con otro galán más joven. Desde el principio, aunque casi sin saberlo los propios amantes, hay una insólita correspondencia, que se completa por parte del viejo con un deseo de protección, un ofrecimiento de riquezas y mucha ternura. El cortijero es una persona respetada en el contorno y es sensible, no retratándose, en ningún momento, como un ser ridículo.

En La reja, el amor es imposible por la oposición paterna, pues el tío Justo es muy avaricioso y antepone a la felicidad de la hija las peluconas que piensa ganar con su boda. La novela se inicia con un encuentro amoroso secreto y concluye con una boda también secreta, pero solo para el padre; pues la madre de la muchacha y todo el pueblo saben o intuyen que va a haber un sacorio. Es un argumento muy trillado, poco original, débil. En La gitana, el impedimento momentáneo procede de la burla colectiva que urden los amigos de D. Leopoldo, todos señoritos de ciase alta que quieren divertirse a costa de la joven gitana. Entre ellos, hay políticos, abogados, calaveras, sacerdotes... Y todos resultan burlados por la virtud de una sola mujer. Es evidente la lección moral y la preferencia que Rueda deja aquí sentada por el pueblo, en un nuevo enfrentamiento entre naturaleza y civilización. En las dos últimas novelas, la victoria del amor verdadero lleva consigo el ridículo y, en consecuencia, la escena burlesca del resto de acosadores. En todas estas obras, los enamorados deben superar pruebas, oponerse a la familia, pasar por encima de principios morales básicos y, como premio, o para remediar males mayores, siempre se celebra una boda que marca el punto final de las historias. Es en ese preciso instante cuando Rueda concluye sus tres novelas, por supuesto, sin dar detalles de esa noche nupcial, pues se consideraba indecoroso.

En todas estas obras, el amor tiene lugar en pleno campo andaluz. Desde sus inicios literarios, Salvador Rueda dejó sentada su pasión por Andalucía y por la viveza de su colorido, donde se reflejan, en mayor o menor medida, sus usos y costumbres51. En 1893, escribía a Vicente Luque Gutiérrez y se preguntaba:

«¿Qué cosa se me habrá quedado en el tintero de esa tierra, sin tratar de darle publicidad, encerrándola en una poesía o en cuadro de costumbres? [...] puede V. creer que así como se reproduce un paisaje en un vaso, en una copa, en un cristal, yo llevo, muy mimada y muy querida, una Andalucía chiquita copiada en la memoria»52.


Así, Concha y Sebastián experimentan la irreprimible fuerza del amor en un cortijo de la hoya malagueña, durante los meses de verano, en plena vendimia; Rosalía y Bernardo se oponen a la codicia e incomprensión del tío Justo en un imaginario Guedeja; y Jaraga y Mercedes se casan en una hacienda andaluza -no se sabe con certeza si malagueña o sevillana-, a la que el propio Salvador Rueda ha ido a descansar. Sus protagonistas son todos andaluces y, como tales hablan y se expresan, salvo los señoritos. La inspiración será siempre la misma: la tierra andaluza, con gran profusión de escenarios53. El gusano ofrece una variedad destacable de escenas de sabor andaluz. La mayoría de las costumbres tienen que ver con las faenas del campo: las fiestas en los lagares durante la vendimia; las formas de cortejar; la buenaventura; la elaboración del pan y del gazpacho en el cortijo; los juegos campesinos; la trilla, etc. Casi todas esas escenas campestres andaluzas están justificadas por la presencia de Concha, la protagonista. Recién llegada al cortijo, todo le sorprende. En consecuencia, desea saciar su voraz curiosidad con las costumbres campesinas que tanto le atraen. La crítica contemporánea, desde el momento en que apareció esta novela, coincidió en resaltar el perfecto retrato de la vida andaluza, adscribiéndola al regionalismo. Rafael Torromé advertía en Revista Contemporánea el despliegue del autor ante nuestros ojos de un cuadro «de admirable realidad», pleno de bellísimas descripciones de la tierra y las costumbres andaluzas: «Leyendo las páginas de El gusano de luz, siéntese uno como deslumbrado, y el paisaje resalta con la brillantez de luz y la viveza de colores que ponía Fortuny en sus acuarelas»54. Y no hay que olvidar que Juan Valera destacaba, igualmente, la gracia y viveza con que eran pintadas las costumbres campesinas: «Nos creemos en el cortijo: sentimos, en su amasijo campestre, los acres efluvios de la levadura, y, durante la vendimia, el aroma del mosto que fermenta en las tinajas. Se diría que respiramos el ambiente del campo de Andalucía, impregnado en humedad salina del mar que está cerca». Rafael Torromé calificaba la obra de «novela descriptiva», siendo Rueda, en su opinión, un escritor sensible y hábil, teniendo fundamentos para ser el más vigoroso de los novelistas descriptivos del país. Incluso Pereda, tan acre en su respuesta de diciembre de 1888, solo veía positiva una cualidad de la novela: el elemento puramente colorista y regional, aunque su elogio complaciente escondía un nuevo ataque contra el Naturalismo:

«Después de todo y como tenía que suceder por salirse el cuento de sus quicios, el interés de la novela no resulta donde V. quiere que resulte, sino en lo que da por accesorio, es decir en todo lo que es limpio en el libro, y no por limpio, sino por bien hecho, por fresco y muy a menudo por hermoso, como obra espontánea de las naturales dotes del novelista»55.


En La reja, ya ha finalizado la vendimia, por lo que no aborda las costumbres propias de la viticultura, ya retratadas en El gusano de luz y que, al año siguiente, conformarían la materia poética de Cantos de la vendimia. Se centra en los ritos propios del cortejo amoroso (las visitas al pie de la ventana, la petición de mano, el sacorio, la parranda con sus coplas, la porra dentro u porra afuera); en las fiestas populares (las festividades patronales de la Virgen, las mayordomas vistiendo las andas de la Virgen, la procesión mariana, la Misa mayor, el fandangazo, el rosario de la aurora...) y en la descripción de las faenas marineras56. Pereda destacó de esta segunda novela la riqueza del colorido con el que lucían, por encima de todo, el paisaje, el sol, el ambiente que rodeaba a los personajes, levantando al cuadro por encima de lo vulgar y lo insignificante.

La gitana, sin embargo, pese a subtitularse Novela andaluza, es la menos regional de todas sus narraciones. Se la puede calificar de regionalista porque la acción transcurre en un cortijo andaluz y su protagonista es una gitana -sin olvidar que los personajes rurales hablan con rasgos lingüísticos propios del Mediodía-, y por unas pocas costumbres andaluzas que retrata: en el capítulo XI vemos a Mercedes echar las cartas a uno de los señoritos; y en el XXI se describe una auténtica zambra. En esta novela desaparece casi por completo el costumbrismo, aunque siga preponderando la descripción sobre la acción.

La naturaleza está presente en todas estas obras, declarándola en más de una ocasión el autor principal fuente inspiradora de su literatura. La naturaleza es retratada como telón de fondo de todas las tramas, donde se desarrolla o impide que fructifique el amor de los protagonistas. El campo que retrata es un campo limpio, saludable, vigoroso, poético. En la naturaleza, junto a la fresca sombra de los álamos, se consuma el amor entre Concha y su tío. En La reja, la naturaleza es una amiga que se alegra del triunfo del amor verdadero. Siempre que Bernardo, en secreto, va a visitar a Rosalía a los pies de su ventana, la naturaleza parece fundirse con los amantes y es fuente de gozo y de consuelo para todo aquel que la contempla. En La gitana, se nos dice cómo hay dos personajes muy apasionados de la naturaleza: D. Leopoldo, «el cual, por rendir a ella culto, pasaba grandes temporadas en el campo» (pág. 10) y el poeta Rueda, convertido en personaje literario de esta obra, a quien le «interesa más una hoja que tiembla que muchos corazones que palpiten» (pág. 135). En su última novela, la naturaleza está totalmente desligada de las costumbres rurales y aparece como titán, que ofrece una variedad profusa. Aquí, el malagueño la describe preferentemente como escenario, como experiencia vivida. La contemplación de la naturaleza le sirve para elaborar en el capítulo XV -«Fondo del cuadro»- un largo excurso cuasi filosófico, de orientación idealista, donde teoriza sobre el amor como fuerza cósmica que mueve el universo y donde se aprecia la inspiración de las mónadas de Leibniz: «en todo existe alma, espíritu que raciocina y siente» (pág. 167). En esta novela siempre resalta la fuerza y grandiosidad de la naturaleza ante la insignificancia del ser humano; la belleza natural, comparable y superior a las más hermosas construcciones del hombre. La naturaleza, en un momento dado, llega a ser un gran templo, «un templo colosal y sublime», donde las flores dejara son como un cáliz blanco con gotas de color púrpura; los zarzales recuerdan las espinas de la corona de Cristo, y las piedras de la sierra, «la gradería de un altar sagrado». En La gitana, sin embargo, la naturaleza se aprecia más artificial, afectada y artificiosa. El capítulo XV tiene un doble interés, pues en él vertió Rueda parte de las ideas que, después, conformarían la materia teórica de El ritmo, publicada por entregas en La Ilustración Ibérica de julio a septiembre de 1893, pero esto, por sí sólo, daría pie a otra breve publicación.

He mencionado en varios momentos de mi intervención los rasgos naturalistas de El gusano de luz. Desde su aparición, la obra quedó adscrita al Naturalismo, lo que la crítica moderna ha seguido repitiendo. Sin embargo, en esta novela solo aparecen algunas de sus características y muy difuminadas57. Lo más «naturalista» de ella se relaciona con esa fuerza incontrolable del amor que unirá para siempre, y sin poder remediarlo, al tío Sebastián y a su sobrina Concha. Un amor, inapropiado por la diferencia de edad y por el parentesco de la pareja. Rueda ya lo advirtió en 1889: «trata de un caso extraño de enamoramiento»58, y algunos meses antes, en una carta dirigida a Menéndez Pelayo, explicaba al santanderino que en algunas escenas de la novela se trataba una aberración amorosa, pero justificaba el realismo extremado de algunos momentos por su deseo de querer retratar con total fidelidad un caso que realmente sucedió: «mi amor a la verdad del modelo me ha impedido descargarlas de color». Todo esto escandalizó por la ausencia absoluta del libre albedrío en los enamorados, por la anulación de raciocinio, de elección, sometidos los personajes a sus pasiones, lo que en modo alguno facilitaba el triunfo de la conciencia y de la moral del individuo. También acercan esta novela al Naturalismo, y en esta ocasión cito el magnífico estudio de C. Cuevas, «las reflexiones de Rueda -siempre escasas- acerca de la maldad humana y las injusticias sociales»59. De esta forma se justifican algunos pensamientos de Antonia, la fiel criada, o la presencia de los ladrones que asaltan de noche la casa del tío Sebastián. Pero esta primera novela se aleja del movimiento francés en muchos de sus presupuestos. El tratamiento del amor, aunque carnal y consumado, se aborda con respeto, digna y casi espiritualmente, desdeñando los detalles escabrosos y excesivamente explícitos. A Menéndez Pelayo le escribía Rueda en noviembre del 88 resumiendo la orientación de su obra y explicando implícitamente ese sensualismo, mal interpretado por sus coetáneos: «He querido hacer algo así como el canto de la naturaleza-tierra y de la naturaleza-carne, todo desenvuelto en medio de la vendimia andaluza y con olores y sabores a mi país»60. C. Cuevas señaló otros elementos que, en lo esencial, alejaban al malagueño de Zola: la alegría que se respira en la novela, con tantas fiestas y bromas campesinas; la cordura de los personajes, nada degenerados ni enfermizos (todo lo más, Concha parece tener la inteligencia en los sentidos y adolece de cierta melancolía romántica), personajes que sienten temor de Dios y que conversan de temas místicos; sus escenarios son casas limpias y campos luminosos; y su estilo, poético donde los haya, separa a Rueda de la prosa «cuidadosamente descuidada» puesta de moda por la secta francesa61. Ciertos rasgos naturalistas se aprecian también en sus otras dos novelas. En La gitana, en especial en el primer capítulo de la novela: «Camino de la sierra», se describe Madrid como «la gran cloaca con fetidez de almas y conciencias podridas» y se menciona un trágico episodio protagonizado por unos presidiarios que envían al penal de Melilla y que coinciden en el mismo vagón donde viaja el poeta Salvador Rueda62. Y en La reja, su autor temía que el personaje de Anona disgustase a la crítica -pensaba especialmente en Pereda-, por su deformidad y sensualismo, aspecto al que alude el santanderino en la carta que le envió en abril de 189063.

Otro aspecto a destacar es el de la estructura de La gitana. Con respecto a las anteriores novelas andaluzas, se aprecia en ésta un deseo de «complicar» o enriquecer la estructura narrativa, de suprimir la linealidad precedente. Salvador Rueda sigue siendo el narrador omnisciente de la historia relatada, pero ahora se incluye en la nómina de sus personajes. Se produce, por tanto, un desdoblamiento de su persona: en lugar preferente tenemos al Rueda novelista y, subordinado a él: el personaje Rueda poeta, que aparece con ciertos rasgos autobiográficos64. Hay también en la novela anticipaciones y retrocesos y, lo más destacado, continuos comentarios sobre la composición de la obra artística. En varias ocasiones teoriza sobre la obra literaria y aparece como pequeño dios de sus personajes, a quienes introduce y saca de la trama a su antojo65.

Otro rasgo que aleja a La gitana de sus anteriores novelas, aunque fuese de uso general entre los contemporáneos, es el empleo de excursos de diversa índole. Los hay de corte erudito: en «Ella por dentro», al hablar de la raza gitana, y en «Apología de la guitarra»; de orientación metaliteraria -«Cazando rimas»-; filosófica -«Fondo del cuadro»-, etc. Pero lo que en otros autores podía estar más motivado o amalgamado de forma natural en la novela, en Rueda se percibe como materia artificiosa que interrumpe la natural fluidez de la trama y alarga innecesariamente la novela. Estos excursos complicaban la estructura novelesca, quizá buscando originalidad; pues solo en los supuestos de la raza gitana y la guitarra podía entreverse cierto refuerzo a la ambientación regionalista. En cualquier caso, eran capítulos prescindibles que, en nada facilitaban la comprensión, pero que hicieron de La gitana una novela extraña, forzada, de pretendida modernidad y algo narcisista. De todos estos excursos, son los metaliterarios los de mayor interés. Como Rueda es poeta en la ficción y le escribe versos a Mercedes, en más de un capítulo habla de poesía: buscando títulos y rimas que suele desechar, aludiendo a su ejercicio de escritor, comentando sus versos. Se nos presenta como poeta que se esfuerza en encontrar la expresión justa, la palabra, el ritmo y las sílabas apropiadas66. La gitana es, a su vez, la novela más «intelectual» de todas, por el numeroso cúmulo de citas culturalistas. Son frecuentes las referencias a la literatura clásica, a la mitología, a la Biblia, a Dante, Hugo, Larming..., citas que, en una «novela andaluza» desentonan y contribuyen a crear una atmósfera artificiosa y afectada.

Una vez apuntados algunos de los aspectos más destacables de estas novelas y sugeridas posibles vías de investigación, valoremos la evolución narrativa del primer Salvador Rueda. En sus inicios, se aprecia la misma inseguridad e idénticos retrocesos que en su lírica. En 1889 publicó El gusano de luz. Había empleado en la confección de su primera novela materiales de muy diversa procedencia. Partiendo de la indiscutible orientación realista, se había servido del costumbrismo y el regionalismo andaluces, no había desechado el sensualismo que tanto caracterizaba sus escritos, recordemos que así definía su novela, recientemente publicada, en una carta dirigida a Narciso Díaz de Escovar: «Antes de dar el libro a señoras, léelo tú por si acaso: trata de un caso extraño de enamoramiento; es un estudio de sensualismo»67; y había vertido en este molde algunos elementos naturalistas.

Las declaraciones de Pereda acerca de esta obra hicieron mella en el joven, pues el recién estrenado novelista abandonó el camino iniciado con El gusano de luz. Así, al año siguiente, publicaría dos nuevos títulos: Granada y Sevilla, libro de viajes «de colores brillantes», para el que Pereda solo tendría palabras elogiosas, pues supuso una reafirmación del colorismo68; y su segunda novela: La reja, que solo mantendría los presupuestos descriptivos y costumbristas, sin abandonar el regionalismo. Tras la lectura de La reja -«que felizmente para V. está limpia de porquerías de esa clase» (pág. 195), le tranquilizaba Pereda-, el autor de Sotileza salió convencido de sus dotes de narrador colorista y contento por su abandono de las veleidades naturalistas: «La reja me gusta y no como quiere, sino mucho, muchísimo...» (pág. 195). Concluía la carta vaticinándole que llegaría muy lejos «si no se deja V. tentar del demonio de las novedades, de los resabios de escuela, y cae en el amaneramiento, que equivale a romperse la crisma» (pág. 196). Esta novela significaba la buena senda, ajuicio del santanderino: «Ya sabe V. el camino: La reja; esa obra va precisamente hacia él. Amplio y dilatado es hasta lo interminable, y estímulos le adornan para todos los transeúntes de buen andar, como V., que además es joven, y aún mozo» (pág. 196). No debe extrañarnos, por tanto, que dos años después volviera a publicar otra «novela andaluza»: La gitana y que ninguna de ellas, al seguir sus consejos, fuese una narración demasiado lograda.

Pero la opinión adversa de Pereda marcó aún más profundamente a Rueda. En la segunda edición de El gusano de luz, en 1895, el novelista introdujo variantes de autor, que se perpetuaron en las sucesivas. Estimaba más las consideraciones de los «santones» de la literatura que la búsqueda de caminos narrativos renovadores y originales. Prefería seguir los dictados del maestro Pereda antes que escuchar su voz más íntima y personal. Si no lo hubiese sentido de este modo, no habría modificado pasajes, expresiones o capítulos de El gusano de luz seis años después de su publicación. No se conformó con retomar la senda del regionalismo en sus otras novelas: La reja y La gitana; sino que se cercioró de que desaparecían de su primera obra aquellos rasgos que movieron a Pereda a tildar El gusano de luz de obra pornográfica. Tras el estudio comparativo que realicé de todas las ediciones de su primera novela, con el fin de comprobar cómo influyó en el autor la recepción de su obra, llegué a conclusiones interesantes69. Las variantes más significativas pretendían difuminar el grado de sensualismo y determinismo de la obra y tenían relación con la entrega erótica de los protagonistas previa al matrimonio; con el amor desigual e incontrolable entre tío y sobrina; con el componente erótico y sensual de la joven o con alusiones excesivamente explícitas y carnales.

Con sus tres novelas andaluzas, Rueda fue perdiendo terreno en el panorama narrativo de fin de siglo. La mejor de estas obras fue, sin duda alguna, El gusano de luz. Pese a sus defectos, fue estudiada por más críticos, fue más leída por el público y presentó un mayor mestizaje literario, lo que implicaba más elaboración. Podría destacarse su estilo, altamente poético, cuidado y colorista y la habilidad de su autor en el retrato de la ambientación andaluza; adoleciendo de cierta debilidad en el trazo de los caracteres y de cierta prioridad de lo descriptivo. Estos defectos, perjudiciales en toda novela y achacables al carácter novel del autor, no fueron subsanados en sus posteriores creaciones, sino todo lo contrario: se agravaron en sus restantes novelas70. En La reja aparecían idénticas virtudes: estilo y colorismo, pero la trama argumental era aún más deficiente que en El gusano de luz por su excesiva simplicidad71, lo que conllevaba una pobreza mayor en el retrato de los personajes. Y en La gitana, aún se aprecia más el fracaso narrativo, pues la mayoría de los personajes secundarios son despachados con unos simples párrafos y el estilo resulta ser, en esta ocasión, afectado y superficial. Esta última novela alejó a Rueda, durante catorce años, de la narración extensa. Grande tuvo que ser la decepción del malagueño al ver que no se hacía hueco en el panorama narrativo de fin de siglo. El «ruidosísimo» triunfo que comunicaba por carta a Díaz de Escovar a principios de 1889 había degenerado, cuatro años después, con La gitana, en un rotundo fracaso y en un absoluto silencio crítico, pues esta tercera novela no tuvo reediciones y la única crítica extensa que sobre ella se publicó resultó ser del todo adversa.

Como consecuencia, su autor excluyó a La gitana del canon de sus principales obras, como puede comprobarse en múltiples testimonios. Canon que, en enero de 1907, ya parece tener definitivamente forjado, a la espera de ir añadiendo tan solo las nuevas obras. En las cartas que el malagueño escribe a Emilio Suardi en esa fecha, abordando el proyecto de traducción de sus novelas, nunca mencionó La gitana, ni siquiera apareció en la lista de sus principales obras72. Como sucedería en las contraportadas de Vaso de rocío y La procesión de la naturaleza y en la Nota de Lenguas de fuego -todas, obras de 1908-, donde daba solo por escritas, entre sus novelas, El gusano de luz, La reja y La cópula73. El silencio y la indiferencia de los críticos debió sorprender al malagueño, que en modo alguno estaba habituado a esta nueva circunstancia. Más bien a todo lo contrario: a la polémica y a cierto toque escandaloso con cada nueva obra que publicaba74.

Como novelista, Salvador Rueda fue un escritor que pudo llegar a ser más de lo que consiguió. Las opiniones favorables de Pereda le hicieron mucho daño en su evolución narrativa, igual que Clarín fue, en opinión de C. Cuevas, el «gran desorientador» del Rueda poeta75. El malagueño fue un escritor desigual, de aciertos que precisamente conectaban con las corrientes literarias más modernas del momento. Siempre que iniciaba una nueva forma de escribir y que recibía críticas desfavorables por ello, retrocedía en obras sucesivas, casi unánimemente hacia el costumbrismo, terreno que conocía bien y en el que parecía sentirse cómodo. No obstante, algo positivo se aprecia en estas novelas, además de lo ya expuesto: la continua búsqueda de nuevos caminos narrativos, que, aún en 1907, seguía explorando con su alma infatigable: «Tengo nuevos horizontes de teatro, novela y poesía lírica que recorrer», escribía a Gregorio Martínez Sierra, director de Renacimiento76. Pese a su entusiasmo y vitalismo, no los encontró, aunque, ciertamente, fueron muchos sus proyectos narrativos. Falta de inspiración, cansancio, desorientación de la crítica o pertinacia en reformar la poesía castellana impidieron al malagueño materializar sus planes.





 
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