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Las primeras épocas de «Punto de Partida»

Mónica Mansour





Corría el año de 1966, cuando hubo una huelga de estudiantes que acabó por derrocar al rector Ignacio Chávez. Después de un periplo bastante variado y medio atropellado, acabé estudiando la carrera de Letras hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Mis maestros presentaban y representaban una amplísima gama de personalidades, humores, conocimientos y nociones de autoridad y disciplina: cada uno una experiencia, y no sólo en literatura, filología, estética y latín, sino en las infinitas posibilidades de relación con otro ser humano. Debíamos suponer que casi todos los maestros, con mayor o menor sabiduría y mayor o menor despotismo, de todas maneras ofrecerían algunas cosas interesantes (y otras no tanto), y para aprovecharlas había que plegarse a sus usos y costumbres y también a sus caprichos. Por eso tuvimos que resignarnos, unos más y otros menos, a aceptar nuestra inferioridad respecto de los sabios durante las clases, y renunciar durante esas horas a nuestras aspiraciones a mayor creatividad, mayor crítica, mayor justicia, o sea, tuvimos que apartar de a ratos el ansia de inventar un mundo nuevo, para entender cómo habíamos llegado hasta donde estábamos. Sí, eran los años sesenta, con beatniks y luego hippies, con rock & roll y luego canciones de protesta, mucho anarquismo, algo de comunismo, la reciente revolución cubana y todas las baterías contra la hipocresía y el autoritarismo, que muy pronto nos llevó al 68.

Recuerdo a algunos maestros, como Luis Rius, que daba clase mirando hacia afuera de la ventana con un cigarro encendido apoyado en un libro, a Arturo Souto, tan suave, que nos contagiaba su inmenso entusiasmo por algunos poetas y algunos textos, a Huberto Batis con su alternancia de sentido del humor y profunda seriedad, a Ernesto Mejía Sánchez y su indignación por el nivel de supina ignorancia de los alumnos, a Antonio Alatorre que nos hacía admirar a los poetas llamados «menores» de los siglos de Oro, a Sergio Fernández, medio berrinchudo, medio místico y medio mágico, a María del Carmen Millán, un poco áspera, un poco rígida, a Rubén Bonifaz Ñuño, algo sarcástico y bastante mordaz, y a Lope Blanch, con sus mil tarjetitas como guión de clase.

Entre todos ellos, una maestra maravillosa que tuve, y cuyas clases no me quería perder nunca, era Margo Glantz. Y digo maravillosa no sólo por su abundancia de conocimientos y su impresionante memoria que aparecían en frecuentes y largas digresiones, ni tampoco sólo por su capacidad de sorprendernos a cada rato con sus infinitas instancias de eclecticismo (por llamarlo de algún modo), sino sobre todo por su constante interés en los escritores jóvenes y en los mismos estudiantes. Esto sí que nos resultaba muy novedoso.

Los caprichos de Margo como maestra eran distintos y muy particulares: sí, nos hacía leer mucho, que era todo el chiste, pero también nos obligaba a pensar y analizar; en las clases hablaba de esas lecturas del curso, planteaba posibilidades de interpretación y luego venían las brillantes y desordenadas digresiones que se apoyaban en fragmentos de distintos textos de otros países, otras lenguas, otras culturas, otras filosofías... lo que ella estuviera leyendo en el momento o algo pescado -creo que no al azar- del enorme acervo de su memoria, para comparar y contrastar, o sea, para abrirnos el panorama, y para enseñarnos que todo tiene que ver con todo. Por otra parte, a esta maestra poco solemne, platicadora, joven, guapa y elegante (características que persisten hasta el día de hoy), le interesaba que leyéramos lo que se estaba escribiendo en ese mismo momento -además de todo lo demás, claro- y le interesaba que escribiéramos. Desde antes, cuando impartía cursos de literatura en las preparatorias 1 y 5, a partir del año de 1961, publicó «dos antologías de cuentos y ensayos escritos por mis alumnos bajo mi dirección». Y tampoco fue casualidad la publicación de su prólogo a Narrativa joven de México de noviembre de 1968 y su recopilación -porque dice que no es antología- Onda y escritura en México: jóvenes de 20 a 33 en 1971, en donde analiza cómo se manifiesta la ruptura generacional en la literatura narrativa, ambos publicados con entusiasmo por Orfila en los principios de la editorial Siglo XXI.

Ese interés de Margo por los jóvenes y por los estudiantes se manifestó también a fines de 1966, cuando apareció una de sus tantas ocurrencias que con mucha frecuencia logra hacer realidad: inventó y dirigió una revista bimestral donde los estudiantes de todas las facultades pudieran dar a conocer sus cuentos, poemas, obras de teatro, ensayos sobre diversos temas, dibujos, caricaturas, fotografías, entrevistas, reseñas y lo que se les ocurriera, o sea, el género (o no) de «varia invención», según los términos de Arreóla. Como dice en la presentación del primer número de la revista: «con esta publicación puede abrirse un nuevo camino de expresión y de comunicación para los estudiantes», y por eso el título de Punto de partida. Y más adelante, en su explicación y convocatoria de ese primer número, aclara: «Expresión de problemáticas diversas que preocupan a los estudiantes de las distintas facultades; expresión que se matiza y puede abarcar todos los géneros [...] Expresión multivalente y sin embargo única, porque es la que define a los jóvenes que pueblan nuestra Universidad. Comunicación de problemáticas y vínculo de unión por lo mismo.// El vínculo ya existe pero desvirtuado. Esta revista intentará un acercamiento entre estudiantes, porque permitirá que los intereses particulares de los unos sean conocidos por los otros, y definirá aquellos problemas e inquietudes que los caracterizan.» Y, si revisamos los índices de los primeros años, veremos que muchos de los estudiantes a quienes Margo dio cabida reconocieron su gusto por la escritura y la expresión en otros lenguajes y ahora, más de cuarenta años después, continúan con ese gusto. La palabra justa es generosidad: Margo creó el punto de partida para muchos.

En los dos semestres de 1967 yo fui alumna del curso de Literatura hispanoamericana que daba Margo. En el primero estudiamos los cuentos y Rayuela (1963) de Cortázar, y en el siguiente, José Trigo de Fernando del Paso, recién salidito de la imprenta en septiembre de 1966. En este último caso, después de meses en que el grupo dividido en «equipos» de estudio había abarcado varios aspectos de este libro, a Margo se le ocurrió organizar una mesa redonda e invitar al propio autor de carne y hueso -todavía medio tímido en ese entonces- para que escuchara nuestras opiniones y análisis de su primera novela: desde luego, fue todo un éxito, por lo menos para nosotros los alumnos. Y no sólo recuerdo estos cursos por interesantes, divertidos y fuera de lo común, sino porque Margo publicó algunos de estos ensayos en Punto de partida. Yo tuve la suerte de aparecer en el número 5 y el 8 con los trabajos de esos cursos, además de algunas reseñas. Fueron mis primeras publicaciones y, desde luego, ese gustito muy íntimo de la letra impresa fue un impulso para seguir publicando. (Es posible que los que me acompañan en esta mesa opinen lo mismo, porque Jaime, Edith y David estuvieron presentes desde los primeros números.)

La revista Punto de Partida, como digo, lo fue para mucha gente. Después de los primeros números -porque Margo nunca se detiene-, se inventaron varios talleres literarios, concursos de distintos géneros literarios y de viñeta, y luego también una serie de «Cuadernos» y programas de radio. En el número 9 de marzo-abril de 1968, se publicaron los premiados del Primer concurso de Punto de partida. Y allí dice Margo que, con ello, «nuestra revista empieza a cumplir algunos de los objetivos que se propuso en sus comienzos. [...] Es así que esta publicación viene a demostrar su sentido, al confirmar la necesidad que había en los medios universitarios de un instrumento eficaz y susceptible de reunir las distintas manifestaciones de la problemática de una nueva generación estudiantil, que quiere expresarse y comunicarse sin las trabas que hasta hace poco se lo impedían.»

Margo dirigió Punto de partida hasta el número 19 de mayo-junio de 1970, en que se publicó la segunda parte de los textos premiados del tercer concurso. La relevó en el cargo Eugenia Revueltas, y ahora, desde hace varios años, Carmina Estrada dirige con mucho entusiasmo la revista. Pero Margo continuó sus infinitos proyectos y su interminable generosidad en la Revista de la Universidad, en la Dirección de publicaciones, entonces de la SEP, en Bellas Artes, desde la embajada en Londres y lo sigue haciendo hasta la fecha con sus alumnos y sus amigos.

Muchas gracias, Margo.

23 febrero 2010





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