Lenguaje agudo entre Gracián y Freud
Blanca Periñán
Università di Pisa
Quien advierta la conveniencia de aproximar debidamente el libro de Freud sobre el Witz1 a la codificación gracianesca del lenguaje literario de su época, se verá obligado a reflexionar sobre una serie de puntos de indudable interés. La importancia, para los estudios neoretóricos, de las perspectivas que últimamente ha abierto - aunque con gran retraso respecto a la fecha de su publicación - el libro de Freud no necesita ser aquí recordada. De entre ellas dos aportaciones deberán colocarse como apoyo y guía para quien intente emprender la tarea de acercamiento entre lenguaje agudo y Witz: una, de tipo técnico, será el conjunto de puntualizaciones que acerca del análisis freudiano de las técnicas del chiste ha llevado a cabo Tzvetan Todorov; la otra, de tipo teórico, la apertura de horizonte que, en una meditada proyección de algunos de los principios freudianos hacia el amplio campo de la literatura, propone Francesco Orlando2. Reducción - el primer trabajo - de las categorías y clasificaciones freudianas al terreno concreto de lo lingüístico-retórico; de mayor envergadura el segundo, en cuanto postulación novedosa de la condición específica de lo literario a la luz de las teorías psicoanalíticas. Todorov ha registrado las incoherencias clasificatorias y las ambigüedades definitorias del tratado sobre el Witz -sin dejar de considerar sus fundamentales aciertos-, justificados en último análisis por la «especialización» en la división del trabajo intelectual y profesional. En realidad a Todorov el libro, o mejor dicho los capítulos y puntos del libro dedicados a análisis e interpretación de las técnicas del chiste, le sirven para pasar a tocar el argumento más general de una revisión del concepto clásico y moderno de posible simbolización a través del lenguaje y sus modalidades o funcionamiento. La psicogénesis o las relaciones entre lenguaje literario y otros lenguajes institucionalmente no comunicantes de lo inconsciente no son objeto de su atención, mientras que son el centro de la tesis de Orlando, quien persigue a lo largo de su libro las dialécticas semejanzas y diferencias entre ellos.
Paralelamente a
esto, la «opacidad» de la escritura barroca es un
descubrimiento de estos últimos años, efecto
igualmente del reverdecer de los estudios neoretóricos, que
han permitido verificar que tal 'escritura' representa uno de los
momentos en que con más claridad se percibe la no
transparencia entre significante y significado3.
Mucho queda aún por decir en esta dirección y todo
acercamiento al problema desde cualquier enfoque puede tener su
utilidad. Por ejemplo indagar sobre lo que los teorizadores
seiscentistas percibían de la «opacidad» y su
modo de analizarla. En esta línea se colocan las
páginas que siguen, con la intención de captar en la
gran reflexión graciana de la Agudeza y arte de
ingenio lo que para el escritor aragonés y sus
contemporáneos equivalía a «función poética del
lenguaje»
. Meta a la que pretendemos llegar a
través de la anunciada comparación entre agudeza y
Witz.
Freud en el libro
citado circunscribe su campo de acción a lo faceto y
chistoso, y demuestra cómo, gracias a los mecanismos del
lenguaje de lo inconsciente -«condensación»,
«desplazamiento», «representación
indirecta» y «juego con lo absurdo», comunes a la
elaboración del Witz y a la elaboración de los
sueños-, la expresión de lo agudo representa una
alteración que permite aflorar a lo reprimido. Haciendo
hincapié en este principio, y en concordancia con la
ampliada concepción neoretórica de la figura
como «alteración de la
relación de transparencia entre significante y
significado»
, Orlando acuña el concepto abstracto
de figuralidad para acercarse de manera más
rigurosa y pertinente al problema de la peculiaridad de la
comunicación literaria y de los confines entre literatura y
no-literatura.
Afirmando la
independencia de lo específicamente literario tanto de
criterios empírico-subjetivos como extraliterarios del tipo
«calidad» de los contenidos, Orlando propone la
concepción cuantitativa de grado de figuralidad
(«tasso di
figuralità»
)4
de la que depende y con la que se mide el fenómeno
literario, en una oscilación o gama ideal que va desde un
grado mínimo de figuralidad necesario en un
enunciado para ser considerado literatura, a un grado máximo
cuyo límite será la comprensibilidad misma,
imprescindible en cuanto lenguaje comunicante. Dejando aparte por
el momento la psicogénesis de la figuralidad como
compromiso con lo inconsciente que permite la expresión de
lo reprimido, no se puede negar que, en cuanto desviación de
un grado cero, la figuralidad es el equivalente del
concepto barroco de artificiosidad. Ésta
representa, respecto al grado cero de la lengua usual, un grado
marcado que los preceptistas identificaban con la condición
literaria.
Gracián
abre su tratado confirmando esta ecuación al reconocer lo
literario en la expresión artificiosa; emanada del
ingenio es, como su gemelo el juicio, hija de la superior entre las
facultades del hombre -el intelecto- pero se desliga de la esfera
de la verdad, propia del juicio, para ascender y centrarse en el
campo espacioso e independiente de la belleza. Sólo que
Gracián -y como él otros preceptistas de su
época como Peregrini y Tesauro- efectúa, dentro de
esta fundamental individuación, una
especialización ulterior de lo artificioso,
orientándolo hacia la condición de «lo
extraordinario» y llevando a cabo una teorización y un
análisis semántico de «lo extremado» como
grado supremo de lo artístico-lingüístico. Es la
última consecuencia de la teoría de la admiratio5
en la que «lo peregrino» se suma a -o se apodera de- la
función poética del lenguaje, con y sin dependencia
de los contenidos, mirando a la «forma de la
expresión» de lo sorprendente, pensado y
comunicado artificiosamente, es decir figuralmente.
La Agudeza es la postulación de unos modos
tendientes al desbordamiento del sentido, una semántica de
las formas generadoras de significación por encima de la
comunicación. Intenso y preñado ha
de ser el verbo, dice Gracián, y «hace animado el verbo la translación, que
cuesta, la alusión, crisi, ponderación y otras
semejantes perfecciones, que con aumento de sutileza fecundan y
redoblan la significación»
6.
De aquí que se acepten y promuevan una serie de grados de
ocultación del sentido que declaran escondiendo: los
misterios y reparos que triunfaban en el momento
en que Gracián redactaba su obra, según
explícita declaración del autor en el discurso
LX7.
La dificultad de definir el «no sé qué» de lo agudo y la esencia de lo conceptuoso es en Gracián comparable con el fatigoso recorrido de Freud en sus análisis, con sus caídas, repeticiones, incoherencias, y en general con el laberíntico proceder de cuantos han centrado la atención en el estudio de las formas del significado; una dificultad reconocida como denominador común en el arduo sendero de los trabajos semánticos, por la facilidad del deslizamiento de lo lingüístico hacia lo extralingüístico8.
Circunscribiendo
en varios lugares de la obra la idea de concepto como base
del discurso literario en general -igualmente urgente a prosa y
verso, según palabras textuales9-,
Gracián lo hacía consistir en cualquier «materia del contenido»
(objeto, en la terminología
escolástico-graciana) «inventada»
según formas
artificiosas (figurales, diremos ahora) que cristalizan en
(o parten de) formulaciones verbales igualmente artificiosas
(figurales). Para el jesuita las figuras mismas de la
retórica tradicional y los métodos del silogismo de
la dialéctica son un segundo grado cero sobre el
que la expresión conceptuosa, en su doble vertiente de forma
del pensamiento y forma de la expresión, necesita efectuar
otra alteración, desviarse por segunda vez hasta llegar a
obtener efectivamente el grado de lo artificioso-admirable. Con
deslumbrante claridad aparece formulado en el siguiente
encabezamiento del discurso XX: «Son los
tropos y figuras retóricas materia y como fundamento para
que sobre ellos levante sus primores la agudeza, y lo que la
retórica tiene por formalidad, esta nuestra arte por materia
sobre que echa el esmalte de su artificio»
; e igualmente
repetido en distintos lugares de la obra10.
Es decir que en la misma operación intelectiva Gracián prevé un grado de figuralidad, una manera de percibir y discurrir no natural, que no se conforma con las tradicionales figuras del pensamiento, que se aleja de los varios grados cero, generadora de belleza intelectual, que se alía o se sirve de su misma materia portante, es decir del código lingüístico-retórico, en su camino hacia la desviación.
Tras haber
aclarado preliminarmente la independencia de la esfera de lo
hermoso respecto a las constricciones de lo objetivo efectual (II,
54; III, 58), la distinción que el jesuita siente primordial
y urgente es la de separar la agudeza conceptual o de
concepto, «que consiste más en la
sutileza del pensar que en las palabras»
, y la agudeza
verbal «que consiste más
en las palabras»
. Se trata de una división
absolutamente paralela a la freudiana entre chiste verbal/chiste
intelectual, y curiosamente presupone algo vagamente parecido al
concepto de reducción freudiana como prueba con la
que discernir el carácter de conceptual o de verbal en el
chiste; si se expresan de otro modo, las agudezas verbales se
desvanecen: es lo que entiende Gracián al reconocer que
«ni se pueden [...] traducir en otra
lengua»
. Pero la dicotomía gracianesca no pone en
relación de mutua exclusión una agudeza de la otra
(«consiste más en la
sutileza del pensar que en las palabras»
) sino
que casi postula la coexistencia en ambos tipos de «forma del contenido»
y «forma de la expresión»
figurales, con oscilación de mayor o menor
dependencia del efecto de sentido de la una o de la otra. Este
principio teórico recibe continua ratificación en la
práctica de los análisis, en los que con frecuencia,
al ir estudiando agudezas conceptuales, se reconoce su dependencia
del nombre.
Antes de emprender un examen de la clasificación de la agudeza se ha de tener presente que Gracián se funda en la idea primaria de armonía intelectual que presupone la conciliación de los extremos. Principio epocal basado en la teoría de las correspondencias11 según la cual todo puede encontrar relación con todo. Transferido al plano de la expresión literaria, tal principio desemboca en la postulación de la relacionalidad como estructura formal profunda; en la posibilidad de expresión de lo múltiple, impulsando una serie infinita de asociacionismos en distintos niveles, con graduación hacia lo «sorprendente» y «admirable». Se buscan pretendidas relaciones de equilibrios y armonías, que pueden existir o no en la esfera de lo real, pero que serán artísticamente armoniosos en tanto en cuanto expresados según ciertas posibles modalidades que permite y garantiza el lenguaje como uno de los aspectos de lo real.
De este modo
Gracián acoge como objeto de lo artificioso cualquier
materia del contenido y, reuniendo en un haz todo lo que son
modelos del discurrir de la dialéctica y modos de significar
de la retórica, intenta proponer un nuevo método para
crear nuevas figuras del pensamiento artístico que descubran
relaciones admirables posibles. Que sean verdades objetivas queda
en segundo plano: el sólo constatar que una relación
es expresable la convierte en certeza, deviene modo de
deducción y, si no de conocimiento, sí de placer. La
convicción de la independencia de la esfera de la hermosura
sutil respecto al ámbito de la racionalidad parece resultar
convencimiento de cuasi superioridad de aquélla sobre
ésta cuando nota Gracián, en sus análisis de
las relaciones de proporción, que lo que en los reales
objetos es improporción (es decir falta de armonía),
se convierte en expresión literaria armoniosa al
nombrar una relación balanceada y múltiple:
«Nace de la proporción la
hermosura, no siempre de la improporción en el hecho; pero
el notarla en el concepto es perfección»
(V,
76).
Toda materia del contenido es, pues, en sí misma una constelación asociativa. Como un moderno lingüista Gracián recalca el hecho de que todo significado emana de un conjunto de relaciones con motivaciones no necesarias, suscitables según una serie de técnicas asociativas que siente en parte como individuales e infinitas, y en parte como sistematizables. La utópica «reducción a método» de todo el tratado graciano podría esquematizarse en este primer principio de fondo: cuando las asociaciones pueden ser solicitadas externamente12 por vía tópica, serán agudezas conceptuales; si el asociacionismo lo ofrece internamente el código lingüístico, tendremos agudeza verbal13.
Constituye su
exposición el conjunto de los discursos XXXI-XXXIV. Los
encabeza Gracián reconociendo que «esta especie de concepto suele ser fecundo
origen de las otras, porque, si bien se advierte, todas se socorren
de las voces y su significación»
, principio que es
la síntesis de cuanto ha ido repitiendo a lo largo de los
discursos precedentes, en los que a menudo reconocía el
necesario apoyo del concepto en el significante, especialmente
refiriéndose a la figura etimológica y a la
correlación entre nombres propios y motivaciones de los
mismos14.
Gracián
advierte que el parecido o semejanza entre los significantes
presenta de por sí un cortacircuito ya establecido, ante el
cual el poeta se limitará a «unirlo a fuerza de discurso»
para
darle justificación y consagrarlo. En vía preliminar
Gracián ve el producto del asociacionismo basado en la
simple sonoridad como la especie de concepto «tenida por la popular de las agudezas, y en que
todos se rozan antes por lo fácil que por lo
sutil»
(XXXII, 45). Este inicial desdén por la
paronomasia o calembur presenta un total y curioso paralelismo con
el manifestado por Freud al mismo respecto: ambos se proponen
distinguir entre el simple parecido fonético ofrecido por la
langue, minusvalorado, y otros grados de juegos con las
palabras a los que se concede sin dificultad mayor calidad
artística. Ahora bien, como Todorov ha señalado, en
el trabajo de Freud no persiste una neta distinción entre
tales grados de calembur/juego en los ejemplos analizados, ya que
desde el punto de vista del funcionamiento lingüístico
son idénticos15.
La misma consideración es perfectamente aplicable al
análisis graciano: el desprecio inicial por la paronomasia
desaparece en la concreta valoración de los múltiples
ejemplos reunidos en el discurso, resultando en realidad anulado.
Sólo que, respecto a Freud, Gracián ha sabido
analizar y reunir en el bloque compacto de los cuatro discursos
sobre la agudeza verbal una gama mucho más variada de
asociaciones suscitables desde los significantes, constatando
semejanza de mecanismos en casos ante los que Freud caía en
incoherencias.
Todo juego ofrecido por el tejido lingüístico era aceptado e impulsado como sorprendente y maravilloso, o en todo caso como simplemente deleitable, capaz de aportar un goce, aunque fuera tan fulmíneo como el instante de su realización y aunque tuviera de real su sola expresión verbal16. Teorizadores coetáneos de Gracián llegaban a aconsejar hasta los errores de imprenta y la sucesión de unidades léxicas en un diccionario como fuentes de posibles contactos y relaciones entre las cosas17.
Gracián se esfuerza por separar en una primera agrupación (XXXI) el asociacionismo basado en la figura etimológica, y en otras dos grandes casillas la paronomasia (XXXII) y el equívoco (XXXIII); pero en realidad las tres clases se entretejen y mezclan. El criterio que impensadamente Gracián estaba utilizando en su distinción era el de considerar semejantes los significantes en la clase de las paronomasias, e idénticos en la clase de los equívocos. Ahora bien, por encima de la simple semejanza o la simple identidad interviene la figuralidad para darles el grado marcado de la sutileza, dentro del cual lo peregrino se coloca en directa proporción con lo que los modernos llamamos gratuidad y arbitrariedad de las motivaciones.
El cuadro siguiente recoge los modos de la agudeza verbal18:
Cuadro I
Gradan considera
agudezas verbales no sólo los juegos sobre el tejido de una
sola palabra o sobre todo un sintagma, sino casos en los que
enunciados enteros se repiten alterados, creando efectos
de paronomasia; equivale a haber percibido en el enunciado como un
significante superior. En este sentido anda el mismo camino que
Todorov emprende al colocar ejemplos freudianos de «utilización múltiple del mismo
material modificado»
en la misma categoría de los
juegos por retruécano19.
Con coherencia
respecto a esta visión, Gracián une a los discursos
sobre agudeza verbal el de Conceptos por acomodación de
verso antiguo, de algún texto, o autoridad (XXXIV) (que
habrá que emparejar con el LIX De la ingeniosa
aplicación y uso de la erudición noticiosa),
para los que propongo el criterio de
intertextualidad20.
Y es que había advertido con claridad que un verso famoso,
una frase hecha, pueden ser un macrosignificante que se convierte
en metáfora, aplicable por traslación a situaciones y
momentos que con ellos ofrezcan algún grado de semejanza.
Sólo que el diafragma de la figuralidad de lo
peregrino se eleva sobre el grado cero de la normal
aplicación de un texto a una circunstancia por sola
semejanza, y añadiendo su reactivo, la convierte en
admirable y rara («cuanto más
especial es la circunstancia en que consiste la correspondencia del
sujeto y término para formar la aplicación, es mayor
la sutileza, y sale mejor»
, LIX, 223). De ahí que
se busque el apoyo en el equívoco, o que se efectúen
alteraciones en el cuerpo del macrosignificante al convertirlo en
traslato.
Una mirada final
al cuadro I nos induce a concluir reconociendo que todos los casos
incluidos en los grupos I y II corresponden a la categoría
en que Freud coloca todos los juegos de palabra, y nuestro grupo
III encaja en la casilla de las técnicas de «reencuentro de lo conocido»
, ambas
consideradas medios técnicos propios del chiste verbal.
Siendo, pues, el
objeto de la agudeza la expresión de lo múltiple y
correlato en su grado sumo de «peregrino» en cuanto lo
más desviado de una norma, Gracián acomete la
utópica empresa de describir, no ya sus variedades
-infinitas- sino sus modos de producción y las fuentes o
depósitos en que yacen almacenadas potencialmente esas
relaciones que son los conceptos. El método para suscitar
los contactos entre las cosas es descrito por el jesuita al
comienzo del discurso IV, como presupuesto de la idea de
«proporción» o «correspondencia» en
la que pretende basar la agudeza conceptual: «Es el sujeto sobre quien se discurre y pondera
-ya en conceptuosa panegiri, ya en ingeniosa crisi, digo alabando o
vituperando- uno como centro, de quien reparte el discurso
líneas de ponderación y sutileza a las entidades que
lo rodean; esto es, a los adjuntos que lo coronan, como son sus
causas, sus efectos, atributos, calidades, contingencias,
circunstancias de tiempo, lugar, modo, etc., y cualquiera otro término
correspondiente; valos careando de uno en uno con el sujeto, y
unos con otros entre sí; y en descubriendo alguna
conformidad o conveniencia que digan, ya con el principal sujeto,
ya unos con otros, exprímela, pondérala, y
en esto está la sutileza»
(p. 64).
Tal principio, en
apariencia una forma racional de deducción que aúna
en sí modos de argumentar de la elocuencia y de la
tópica21,
se espacia hasta traspasar la búsqueda de la verdad
objetiva, ya que su meta real no es la constatación de
sencillas relaciones, sino de conceptuosas en cuanto extremadas, no
normales, sólo en cuyo caso serán «belleza del discurso, hermosura del
ingenio»
, válido discurso literario. Por eso, tras
la señalación del modus inveniendi, Gracián estratifica
inmediatamente grados de figuralidad jerarquizados
más o menos clara y ordenadamente según el principio
de la mayor producción de placer en el cómplice
receptor del mensaje. Ya en la definición misma
(cfr. el subrayado mío),
y sobre todo en el análisis de la
«correspondencia», pasa a valorar grados
figurales por encima de la proporción-cero: los
ejemplos son casos de hipérboles o balanceamientos entre
antítesis (cfr. el concepto sobre nacimiento/muerte del
Bautista, o el de María esclava /reina).
Desde un punto de
vista teórico Gracián reconoce que el abanico de
posibilidades asociativas puede y debe trascender el campo de las
relaciones intrínsecas (de causa, efecto, tiempo,
lugar, modo, cualidad...) acudiendo, como registra en la
definición precedente, a «cualquiera otro término
correspondiente»
; o a los adjuntos no propios; o, en
último caso, fingiendo los términos. Es lo que
postula en afirmaciones del tipo: «A
veces no está el uno de los extremos, sino que se finge con
probabilidad para fundar la correspondencia»
(IV, 71).
«No sólo se funda [la
improporción] entre el sujeto y sus adyacentes propios, sino
también con cualquiera otro extrínseco término
con quien diga relación»
(p. 80). Extrínseco considera
Gracián además todo apoyo en motivaciones
etimológicas y analógicas.
Se yerguen por lo tanto, como formas figurales de grado marcado de lo peregrino, por una parte las relaciones extrínsecas (con término fingido o ajeno); junto a ellas un tipo especial de relaciones-límite entre lo intrínseco y lo extrínseco que son las apoyadas en las «raras contingencias»; y por otro lado una serie de grados peregrinos entre las relaciones, ya sean extrínsecas ya intrínsecas. Veámoslo en este:
Cuadro II
Sobre la
expresión de las relaciones en grado normal se elevan las
formas marcadas de los «realces» y
«ponderaciones» (D del esquema), aportadoras de mayor
fruición en cuanto vehículo de sorpresa y maravilla.
«Si sólo el exprimir esta
correspondencia y armonía, que se halla entre los extremos
objectivos, es sutileza y obra grande del pensar,
¿qué será cuando no se contente con eso solo
un grande ingenio, sino que pase adelante y llegue a realzarla?
Prodigio es del sutilizar. Puédese adelantar de muchos
modos: sea el primero añadiendo la ponderación a la
correlación»
(IV, 70). Igualmente ascienden a la
categoría de figurales las relaciones de signo
negativo (C del cuadro), las
improporciones-desproporciones-disonancias-oposiciones-contraposiciones:
con tantos y tales nombres alude Gracián a lo que
propondríamos llamar relación de polaridad en la
estructuración semántica de la correspondencia
peregrina. En el discurso V descubrimos que la improporción
es «contraria a la pasada
[proporción], pero no desigual»
; «allí se busca la correspondencia;
aquí, al contrario, la oposición entre los
extremos»
; el relieve que se le concede anuncia que
será el verdadero centro de la agudeza conceptual y
ocupará la mayor parte del tratado, si reconocemos que va
fundida y confundida en el resto de los discursos.
A lo largo de todo el tratado Gracián destaca y pone de relieve la importancia de las circunstancias por encima de todas las demás entidades que rodean al sujeto. Reconoce en ellas un poder estimulador de las relaciones, y no sólo de relaciones normales, objetivas, motivadas, sino, sobre todo, de las más inesperadas, misteriosas y sorprendentes. Se constituyen en vehículo de «desplazamiento» y «unificación».
Es inevitable percibir un paralelismo con la reconocida función de las circunstancias en el lenguaje de lo inconsciente, y con la indudable potenciación del asociacionismo que estimulan en el trabajo onírico. Las circunstancias, al igual que permiten aflorar las características durmientes o reprimidas en una persona, permiten la captación de relaciones de semejanza o desemejanza, de desplazamientos entre los objetos mentales que, a modo de magma amorfo, constituyen la arrière-pensée de una persona culta, su fondo erudito.
Precisamente
estudiando el procedimiento de la «unificación»,
Freud convenía con un estudioso en que «el principio de la conexión unitaria de
lo diverso desempeña en el sector de que nos ocupamos el
papel principal, mas precisa, sin embargo, de circunstancias
accesorias que le apoyen para hacer surgir con su singular
carácter el placer»
22.
Las «raras contingencias», las «raras
ocasiones», además de ser ya de por sí grado
marcado de las normales circunstancias, funcionan como imanes que
atraen y provocan relaciones, desplazamientos y unificaciones de
grado sumo. Cuanto más se va acercando la exposición
graciana a los grados supremos de la figuralidad
-repugnancias «misteriosas ' y «dificultosas»-
mayor importancia se le irá concediendo a esta
función de las contingencias. Valga una sola cita por las
innumerables veces en que Gracián lo repite: «La circunstancia especial de que se toma pie
para discurrir, excusa y aun parece que obliga a la
exageración»
(XX, 208)23.
Reunidas como dos
especies de agudeza las relaciones de signo positivo y negativo
-proporciones e improporciones-, Gracián las reputa «fundamento y raíz de casi toda la
agudeza, y a que se viene a reducir todo el artificio conceptuoso,
porque, o comienza o acaba en esta armonía de los objetos
correlatos»
(V, 88). A tal principio habrá que
conceder validez sólo si lo consideramos referido a la
«forma de la expresión»
de un contenido. Es la base de un tipo de figuralidad que
se podría apelar sintagmática en cuanto
búsqueda de una formulación no unívoca,
pluriprospéctica, de armonías balanceadas. Pero el
verdadero principio de la relacionalidad, el
auténtico soporte o eje de la figuralidad
paradigmática graciana -y barroca- es la semejanza. El
propio Gracián lo reconoce expresamente al afirmar en el
discurso IX: «La semejanza es origen de
una inmensidad conceptuosa [...], principio de agudeza sin
límite»
(p.
114); y más adelante cuando declara su doble y necesaria
presencia en uno o en los dos momentos en que se divide
estructuralmente lo «misterioso»: «porque unas veces dan ocasión para
dificultar, otras veces a la dificultad sirven de salida con mucho
artificio»
(XI, 130
). A ella se
refiere cuando teoriza sobre la metáfora, equiparada a los
«breves relámpagos»
de
los apodos (XLVIII) primero, con más claridad al explicar su
idea de agudeza compuesta por metáfora (LIII) donde
confirma que «la semejanza o
metáfora, ya por lo gustoso de su artificio, ya por lo
fácil de su acomodación, por lo sublime a veces del
término a quien se transfiere o asemeja el sujeto, suele ser
la ordinaria oficina de los discursos»
. De manera
más general reconoce que es el asiento de todas las
«ficciones» o formas de invención literaria que
presumen «la semejanza de lo natural con
lo moral»
(LVI); por eso toda verdad se podrá
«disfrazar». Y una epopeya será «un espejo común que fabrica una testa de
desengaños»
(LVI, 199); las metamorfosis «transformación o conversión
fingida del sujeto en el término asimilado»
; la
alegoría «consiste también
en la semejanza con que las virtudes y los vicios se introducen en
metáfora de personas [...] y las cosas espirituales se
pintan en figura de cosas materiales y visibles»
(LVI,
201). Los apólogos igualmente tienen «el fundamento de su artificio en la semejanza o
paridad»
(206), como las parábolas, que son
«pintura narrada»
(215).
Pero por encima de la idea primordial de semejanza como soporte profundo del ars combinatoria que es el ejercicio mental, se superponen distintos grados de figuralidad paradigmática hacia lo sublime, extremado y peregrino. Otro grado cero más, la sencilla semejanza, sobre la que se construye la doble desviación de lo artificioso.
De la siguiente manera se podrían esquematizar los mecanismos asociativos creadores de la figuralidad:
Cuadro III
Dos consideraciones inmediatas. Mutuamente se entretejen y cruzan algunos de los grupos: por ejemplo el III se acerca al grado c del II, ya que función e intento en ambos es el encarecimiento en grado sumo o hiperbolización; del mismo modo el V se emparienta con el III en cuanto siempre expresión de relaciones recónditas y misteriosas; las «contrariedades» caen bajo III y I.
En segundo lugar:
todas y cada una de las figuras observadas pueden partir de la otra
semejanza ya vista, la semejanza entre significantes o agudeza
verbal; en especial modo a V y d IV. Esta
última, la empresa, presenta, según la
elucidación graciana, una curiosa especialización
respecto a la norma general iconográfica: «Las propias de España son totalmente
diversas destas. Consiste su artificio, no en la semejanza de la
pintura con el intento que se pretende, sino en que el nombre de la
cosa pintada, o solo, o ayudado de otra palabra, exprima y diga lo
que se pretende, de modo que la pintura en éstos no
representa tanto cuanto substituye por su voz y
dicción»
(LXII, 215).
Especial detenimiento requiere el grupo I de las figuras de complementaridad, por las implicaciones que ofrece con el Witz y su análisis freudiano.
La famosa idea
graciana de que el ingenio es «ambidextro, discurre a dos vertientes»
(XVI, 170), en sus varias formulaciones («es el ingenio anfibio, está siempre a
las dos vertientes de conveniencia y desconveniencia»
,
LIX, p. 225), representa el
reconocimiento de la cercanía y afinidad conceptual que en
la asociación psicológica tienen las ideas opuestas y
contrarias; supone la convicción de que asociaciones y
relaciones son suscitables por analogía como por
contraste24.
Es el principio de la complementaridad de imágenes y
conceptos, o sea la constatación que la verdadera naturaleza
del sistema lingüístico consiste en una red inmensa de
asociaciones analógicas y diferenciales25;
en el sistema conceptual de la mente, como en la base del lenguaje,
funciona un mecanismo de oposiciones. De ahí que «donde la ingeniosa comparación no tuvo
lugar, da por lo contrario, y levanta la disparidad
conceptuosa»
(XVI, 170). La verdadera base de la
figuralidad de lo peregrino se funda en este modo de la
semejanza. Los discursos IV-XXV (a los que hay que añadir
XXXV-XLII y XLIV) recorren las variadas gamas de lo
«distinto», según un camino ascendente hacia lo
extraordinario, representado por una parte por las técnicas
mismas del distanciamiento de la norma vistas en el cuadro II:
«realces», «encarecimientos»,
«excesos»; y por otra por los mecanismos de la
lejanía o distancia en la desemejanza hasta tocar la
polaridad.
Si reunimos lo discernido en el discurso de la improporción, (en el que se diferenciaban los grados «contrariedad», «repugnancia», «oposición»), con otras subclasificaciones deducibles de los discursos VII (ponderación de dificultades), VIII (ponderación de contrariedad), XIII (desemejanzas), XVI (disparidades) y XLII26, se podrá proponer el siguiente esquema, que representa, desarrollado, el grupo I del cuadro precedente:
Cuadro IV
Todos los modos de
la semejanza figural presentan una estructura de doble momento
compositivo, advertido por el mismo Gracián: por un parte el
establecimiento de una correlación anormal, y en segundo
lugar la justificación y resolución -verdadera o
aparente- de aquélla; el grado de «ingeniosidad»
estará en proporción con la distancia entre los
términos de la semejanza anormal, y el segundo momento
compositivo asumirá mayor importancia en cuanto clave que
concilia y resuelve el todo. «Dos
formalidades o dos partes, incluye esta agudeza [ponderación
misteriosa]: la una es la ponderación, y la otra la
razón que se da, y ésta es la principal
»
(VI, 89). El grado superior en la jerarquía de
lo distinto será para Gracián «unir a fuerza de discurso dos contradictorios
extremos»
, cuya conciliación «extremo arguye de sutileza»
(VIII,
105).
Pero en realidad a
lo largo de los análisis constatamos que el grado extremo es
concedido por Gracián a algo más figural
todavía, a lo que he reunido como
«reversibilidades» o figuras dinámicas de lo
cambiante, donde se expresa la transformación de algo
«en lo contrario de lo que
parece»
(XVII, 179), sea ello «retorcer un dicho o un hecho, sobre el mismo que
lo propone»
(XVIII, 188) o dar salida inesperada respecto
a lo formulado con formas «que con
sutileza parece que satisface»
(XX, 247). Figuras, en
suma, del desengaño27.
Poniendo en
relación los análisis gracianos con los de Freud,
habrá que notar que las «reversibilidades»
caerán bajo las técnicas del
«desplazamiento» con o sin «empleo del mismo
material»; las «polaridades» están cerca
de las técnicas de la «contraposición»,
de los chistes por «desatino» o
«desconcierto», de las «desviaciones del pensamiento normal»
;
casos los unos como los otros de encubrimiento de operaciones
intelectuales erróneas, cercanos a los sofismas. Son
precisamente técnicas todas del Witz intelectual o conceptual.
Hemos ido viendo a lo largo de estas páginas una serie de mecanismos que representan en su conjunto una semántica de lo «peregrino» y que en el tratado graciano se superponen a la dicotomía básica verbal/conceptual en cierto sentido unificándola. Tanto la una como la otra representan modos figurales de la relacionalidad, y ambas suponen un grado doble de la desviación. Pero es el momento de atar cabos sueltos y poner un orden que conduzca hacia posibles conclusiones respecto a lo que como meta inicial pretendía ser la constatación de un paralelismo entre los análisis gracianescos y freudianos.
Al final del párrafo 3 ha quedado registrada la coincidencia de la agudeza verbal con las técnicas del chiste verbal freudiano, y como conclusión del párrafo precedente hemos dejado establecido que los más importantes mecanismos de la agudeza conceptual caen bajo lo que para Freud son las técnicas propias del chiste intelectual.
En el IV
capítulo de su libro, dedicado a los procesos
pscicogenéticos del Witz, Freud elabora la parte fundamental de su
teoría explicando la esencia del placer del chiste, que
consiste en una «economía» o ahorro de un gasto
de energía psíquica. En la motivación
psicológica del chiste establece una trayectoria ideal que,
partiendo del juego llega a un grado Scherz28
para después desembocar, en los casos de chistes
tendenciosos, en el Witz propiamente dicho29.
En el grado inicial de juego circunscribe Freud todos los
casos de asociaciones sonoras, que representan una
prolongación de los juegos infantiles con las palabras, y
los «reencuentros de lo
conocido»
. El placer generado en ambos casos depende de
un ahorro de energía psíquica por la
abreviación de un camino mental gracias a los atajos de las
asociaciones sonoras o al reconocimiento de algo. En este primer
escalón del grado juego deberíamos colocar
cuanto encaja en nuestro esquema I de las figuras por
semejanza/identidad de los significantes, así como las
figuras de la intertextualidad.
El grado
Scherz supone,
según Freud, un jugar no ya con las palabras sino con los
pensamientos; es el «placer del
disparatar»
como proyección en el adulto del
primitivo placer infantil de experimentar en juego, que queda
suprimido por las limitaciones de la racionalidad. Poder seguir
jugando con los pensamientos es fuente de placer, y solo le
será posible al adulto si utiliza las técnicas del
«contrasentido» propias del chiste intelectual; gracias
a ellas el juego o el desatino adquieren una «fachada»
que encubre lo desatinado o la falta de sentido. En este segundo
nivel de la escala del Witz (que del Witz propiamente dicho se distingue exclusivamente
por los contenidos y no por sus técnicas y funcionamiento),
se deben acoplar las modalidades preferidas de la agudeza
conceptual graciana, que son las «polaxidades»,
«contraposiciones», «desemejanzas»,
«reversibilidades». Con el mecanismo del Scherz ofrecen en
común la posibilidad de expresar con normalidad lo que el
grado cero de las cosas prohíbe u obstaculiza. «No puede dudarse de que es más
fácil y cómodo desviarse de una ruta mental iniciada
que conservarse en ella, confundir lo heterogéneo que
establece marcadas antítesis, y sobre todo admitir como
válidas consecuencias que la lógica
rechaza»
30.
A este principio, que se opone a un ineludible grado de
coerción de lo normal, obedece el placer y el gusto por la
expresión de lo anormal «peregrino»; su
realización es posible en los casos más forzados
sólo gracias a la alianza con formas lógicas
aparentes.
Que el placer sea
mayor cuanto más extraños sean entre sí los
círculos de representaciones enlazados, está en la
base de la idea freudiana de economía de energía
psíquica. Y en la base de la idea de fruición de la
poética barroca. Sólo que Freud piensa en la
abreviación de un recorrido mental, y los preceptistas
barrocos ven en la lejanía entre los órdenes de ideas
algo que, por lo menos a primera vista, parece la búsqueda
de un mayor y más costoso dispendio de energía mental
en el receptor del mensaje agudo. «La
verdad, cuanto más dificultosa, es más agradable, y
el conocimiento que cuesta, es más estimado. Son noticias
pleiteadas, que se consiguen con más curiosidad, y se logran
con mayor fruición que las pacíficas»
(VII,
99): así se expresa Gracián partiendo de una postura
de respeto hacia la objetividad de las relaciones; pero
después empieza a constatar que «poco es ya discurrir lo posible, si no se
trasciende a lo imposible»
(XIX, 197), o que cierto tipo
de agudezas «no escrupulea en la
verdad»
, sobre todo si consiste en «una propuesta dificultosa y a veces contraria a
la verdad; dase luego la razón que con sutileza parece
que satisface»
(XXV, 247), así que «toda dificultad solícita es discurso y
es agradable pasto del ingenio»
(XXXIX, 97). Ocasionar la
dificultad y oscurecer artificiosamente la comunicación
hasta el hermetismo es la última consecuencia de ese
principio elevado a instancia primordial31.
Este aumento del gasto de energía mental en el lector parece que se acrecienta con la lejanía entre los órdenes de ideas. Pero probemos a aplicar a la agudeza otro de los principios teorizados por Freud: el de las técnicas auxiliares o secundarias del Witz32 según el cual con una serie de medios técnicos se puede «retener» o «desviar» la atención del receptor del mensaje para que no advierta el automatismo del chiste; la expresión concisa en algunos casos, la «fachada silogística» en otros, son las formas más eficaces con las que se puede evitar que el receptor lleve a cabo un trabajo mental (con dispendio de energía psíquica) que impediría el automatismo del chiste33. Ahora bien, si toda proposición peregrina lleva consigo un momento -y el más importante- de justificación que resuelve de manera más o menos paralógica la correlación establecida, ¿no será posible considerar ese paralogismo como algo que absorbe la atención y funciona como dirección obligatoria, impidiendo en el lector cualquier otra forma de raciocinio que descubriría lo insostenible de la correlación? En ese recurso técnico se podría reconocer una modalidad de economía en el sentido freudiano de aligeramiento de las constricciones de la crítica, y, en cuanto tal, productor de ahorro mental.
Tanto Freud como Gracián elaboran una teoría de la fruición desde el momento en que perciben la necesidad de la presencia activa del receptor del mensaje en el proceso de evidenciación de la agudeza. En el capítulo V de su libro (Los motivos del chiste. Su función social) Freud centra su atención en las operaciones de quien descodifica; Gracián a lo largo de todo su tratado va aludiendo al «gusto» y al «placer» del lector, y sus valoraciones y jerarquías están siempre en función del receptor; continuamente va analizando los mecanismos de producción del placer, inmediatamente identificados en la desviación y en el obstáculo, y cuanto mayor sea la obstrucción mayor será el gusto de su superación.
Las barreras y
obstáculos de la agudeza barroca diremos que son de tipo
racional y no psicológico. Toda agudeza conceptual es una
dificultad a vencer que genera el gusto de su momentánea o
aparente resolución; cuanto más inesperada y
sorprendente sea la solución de la dificultad, mayor
será el placer en el destinatario. «Cuanto más escondida la razón, y
que cuesta más, hace más estimado el concepto,
despiértase con el reparo la atención,
solicítase la curiosidad, luego lo exquisito de la
solución desempeña sazonadamente el
misterio»
(VI, 96).
En un momento del
capítulo V Freud conviene con un estudioso alemán en
que todo lo que despierta interés y produce desconcierto
provoca en el oyente una obstrucción de la energía
psíquica llamada «estancamiento», con una
«descarga» que será tanto mayor cuanto mayor sea
el obstáculo superado34.
Al mismo principio alude Gracián, sólo que extendido
a lo artístico-literario en general, cuando afirma
repetidamente que «dan gran gusto estas
salidas no pensadas, antes contrarias a lo que el concepto iba
apoyando y previniendo»
(XLIV, p. 127). Es la individuación de un
tipo de estructura de la sorpresa o de lo inesperado que en cierto
modo se emparienta con el principio del reconocimiento
aristotélico35.
Pero por encima de
las soluciones inesperadas y sorprendentes, Gracián percibe
la posibilidad de aportar ulteriores complicaciones suplementarias
a esa estructura prolongando el momento intermedio entre la
propuesta peregrina y la solución inesperada: son las
«suspensiones» y «dubitaciones». «Es gran eminencia del ingenioso artificio
llevar suspensa la mente del que atiende, y no luego declararse;
[...] comienza a empeñarse el concepto, deslumbra la
expectación, o la lleva pendiente y deseosa de ver
dónde va a parar el discurso, que es un bien sutil primor, y
después viene a concluir con una ponderación
impensada»
(XLIV, 126). En ellas queda garantizado el
máximo efecto de placer en el destinatario. Se prolonga el
momento de la suspensión, se obstaculiza ulteriormente la
propuesta, se aumenta el efecto sorprendente e inesperado de la
solución36.
Diríamos que es «sorpresa
prolongada»
en cuanto desviación del grado normal
«sorpresa inmediata y breve»
.
También a ella podríamos aplicar el principio de
economía psíquica, puesto que ésta reside en
la solución sorprendente final y nada estorba que a ella se
llegue a través de meandros y caminos serpentinos.
El lenguaje agudo barroco, si queremos incluirlo en las coordenadas de los análisis freudianos, tiene su colocación entre el Witz inocente y el grado Scherz, y esto en sus manifestaciones de agudeza tanto conceptual como verbal; estas últimas, en efecto, hasta en los casos considerados inferiores de las paronomasias, ostentan en el nombre mismo «jugar del vocablo» -un indudable componente lúdico, pero no se estancan en el grado juego sino que encierran igualmente el placer de la unión de órdenes de ideas distintos entre sí, y en cuanto tales se colocan ya en el grado Scherz.
El concepto de economía o aminoramiento del gasto psíquico es el fundamento de todos los «cortacircuitos» producidos por la variada gama de las que Gracián considera agudezas verbales; es válido como justificación en todos los casos de fuga respecto a las constricciones de la expresión de lo normal; sustenta el principio del gusto y de la alegría del reconocimiento, que es uno de los aspectos fundamentales de la poética barroca de la expectación-decepción.
La expresión aguda y conceptuosa, en cuanto Scherz cae igualmente bajo la categoría del Witz inocente; no está al servicio de las tendencias»; es su función generar placer. Pero mientras el placer del Witz es el de desatar o saltar inhibiciones, el chiste inocente y el Scherz son las formas peculiares de la argucia que, sin salvar inhibiciones, permiten el seguir jugando con las palabras y con los pensamientos dándoles apariencia de admisibles37.
Arrancando del
principio freudiano de que las técnicas de por sí son
fuentes de placer, Orlando ha llegado a postular la «tendenciosidad de la forma
literaria»
38.
En oposición a los contenidos, que pueden ser o no
tendenciosos, la forma no es nunca inocente sino productora siempre
de un placer basado en la figuralidad en cuanto
desviación. Si la literatura es provocación de lo
lúdico, desde el juego de las asociaciones sonoras al juego
de las asociaciones conceptuales, la literatura barroca es un
caso-límite dentro de la tendenciosidad; con su
búsqueda de la máxima densidad figural llega
a proponer el ocultamiento de la comunicación y a promover
el principio de que «la audacia de las
relaciones es directamente proporcional al placer
suscitado»
. El concepto orlandiano de literatura como
lugar del retorno de lo reprimido formal, es decir posibilidad de
expresar mediante compromiso lo que cierto tipo de represión
racional prohíbe39,
acoge en sí toda prolongación de lo
fantástico. Y como una modalidad de lo fantástico se
puede considerar la expresión de lo «peregrino»
y «extremado», gemela de la de lo
«monstruoso», reducibles ambas a una misma raíz,
hija quizá de lo infantil.
El principio de
que el placer suscitado es directamente proporcional a la audacia
de las relaciones encuentra resistencia profunda en nuestra moderna
concepción de lo literario. El mismo Freud, en el momento en
que eleva a categoría fundamental esta lejanía entre
los órdenes de ideas y de ella hace depender en su
explicación psicogenética el placer, se ve obligado a
hacer una salvedad en nota, proponiendo una especie de prueba o
condición de la que dependerá la calidad del chiste:
«Adelantándome a la
exposición que en el texto voy realizando, aclararé
aquí la condición que parece servirnos de norma para
declarar que un chiste es "bueno" o "malo". Cuando, mediante una
palabra de doble sentido o escasamente modificada, nos hemos
trasladado, por un brevísimo camino, de un círculo de
representaciones a otro, pero sin que entre ambos aparezca
simultáneamente una significativa conexión, habremos
hecho un "mal" chiste, [...] pero atendiendo al singular placer que
el mismo nos proporciona, hemos de reconocer que los chistes
malos no son malos como tales chistes; esto es, no son
incapaces de producir placer»
40.
Aunque malo, pues, el Witz sigue siendo Witz, y en cuanto tal procura placer; un
placer que será menor que en los casos de contenido
válido o de relaciones significativas que acompañen a
las relaciones de sonido. La literatura barroca nos obliga a
generalizar este criterio para ir más acertados en nuestra
condición de descodificadores lejanos de su mensaje; nos
constriñe a constatar que las expresiones de lo agudo que
repudiamos por su arbitrariedad en nombre de un empírico
buen gusto, son en sí mismas generadoras de placer y por lo
tanto legítimas. El grado de máxima arbitrariedad en
las relaciones coloca a la literatura barroca en un lugar de ideal
equidistancia entre lenguaje literario y lenguaje del sueño;
como lenguajes de lo inconsciente, ambos operan con los mismos
medios técnicos, pero uno se queda dentro de la frontera de
la comunicación y comprensión, el otro la
traspasa.
Es innegable que
la actitud del lector moderno ante una buena porción de la
literatura barroca incluida y sumamente valorada por Gracián
en su Agudeza tiende a ser el rechazo. Pienso en la alta
apreciación que le merece al jesuita la obra del poeta
cortesano Antonio Hurtado de Mendoza, o la de Ledesma, de quien
elige un soneto para elevarlo a modelo de agudeza compleja.
¿Son o no son literatura esos textos poéticos? Si
aceptamos la definición abierta que propone Orlando de
literatura como «todo lenguaje verbal
(escrito u oral) que rinda a lo inconsciente el tributo elevado o
elevadísimo que es la figura»
41,
ante textos del tipo aludido reconoceremos, midiéndola, su
alta densidad figural, «delirio»42
de la racionalidad a veces, quedando así garantizada su
cualificación indiscutible de literarios. Que sea buena o
mala literatura es otra cuestión43.
Habremos de repetir ante ellos la deducción de Freud ante el
buen o mal chiste, y reconocer que en cuanto literatura generan
placer, aunque moderada sea la fruición que ofrecen respecto
a los casos -ideales- de doble tendenciosidad o literatura
doblemente tendenciosa44.