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Lista y las «primeras rimas» de Bécquer

Russell P. Sebold





No se trata ni del descubrimiento de rimas juveniles desconocidas ni de las fechas de las primeras que compusiera Gustavo Adolfo, sino de las aportaciones del que es acaso el más importante, pero más desatendido de los poetas prebecquerianos, o sea anticipadores y modelos del más brillante de los poetas del siglo pasado: me refiero a don Alberto Lista (1775-1848), el maestro por excelencia de la capital andaluza en la época en que Bécquer iniciaba sus estudios humanísticos y hacía sus primeros versos. En 1844 Lista volvió a Sevilla a enseñar y fundar un colegio nuevo, y «la juventud aplicada corrió ansiosa a escuchar sus elocuentes lecciones», según apunta uno de sus discípulos.

Está estudiada la influencia de Sanz, Dacarrete, Larrea, Sainz Pardo, Blest Gana, Puerta Vizcaíno, etc., sobre las Rimas de Bécquer, pero ¿qué modelo podía resultar más atractivo y de fuerza más duradera que el más dinámico con el que Gustavo tuvo contacto en sus primeros años formativos, tanto más cuanto que él era huérfano de padre y madre, y el venerable sacerdote maestro parece haberle extendido al niño de doce años algo del afecto que no podía ya recibir de su propio padre? Pienso en la oda que a esa edad Bécquer dedicó a la muerte de Lista y en la ternura que allí revela haber sentido por el poeta desaparecido. En esta composición de modalidad clásica, el triste aprendiz apostrofa a la Parca que cortó el hilo de la vida de Lista, y busca en ella lo que él mismo sentía: «¿Su respetable ancianidad, sus años, / no te movieron?»

Concretamente, la influencia de la que quiero hablar aquí es la de las seguidillas de Lista, y mi hipótesis es que Bécquer debió conocerlas al oírlas recitar en tertulias literarias o, lo que es aún más probable a su edad de entonces, en el aula, ya de Lista, ya del continuador de este, Francisco Rodríguez Zapata, donde podían aprovecharse como muestras al explicarse la versificación y la poética. Tal hipótesis es necesaria porque las indicadas seguidillas quedaron inéditas hasta 1927, cuando, por fin, las publicó José María de Cossío. En todo caso, los paralelos entre dichos poemitas de delicado aire popular y las Rimas de Gustavo son tan sugerentes, que, fuese el que fuese el conducto, no cabe negar la deuda.

En 1852 Antonio de Trueba proclamaba al comienzo mismo del Prólogo a su Libro de los Cantares: «El pueblo es un gran poeta», y nueve años más tarde, comentando el verso de Augusto Ferrán, en El Contemporáneo, Gustavo apuntaría lo siguiente: «... la poesía popular es la síntesis de la poesía. El pueblo ha sido, y será siempre, el gran poeta de todas las edades.» Me interesan de momento dos cosas: el origen en Bécquer de la idea del pueblo poeta y el sentido de la palabra síntesis. Por las fechas aludidas en los párrafos anteriores queda claro que uno de los primeros contactos que Gustavo tuvo con el género popular se dio a través de las seguidillas de Lista, y sobre todo es esto así si preguntamos por su primera conciencia de la capacidad de las formas tradicionales para admitir el casamiento de lo popular con lo culto en manos de un poeta sensible. Esta es una de las acepciones de síntesis en el presente contexto, y uno de los elementos cultos inherentes a la poesía becqueriana de inspiración popular será esa insistencia en la perfección de la forma bien limada a lo Horacio que he estudiado en otra ocasión.

Son, empero, más iluminativas para nuestro intento algunas otras acepciones de síntesis, las cuales en la práctica del poema individual vienen a ser intuición, esencia, insinuación, alegoría. El poeta sencillo del pueblo siente más de lo que piensa; intuye lo intrínseco de las experiencias humanas, en vez de elaborar análisis sobre ellas, y suprimiendo el suceso particular, plasma sus vivencias en imágenes espontáneas, a un mismo tiempo primitivas y sofisticadas, como los pictogramas de las naciones antiguas. Y no se conoce mejor ejemplo de esta exquisita depuración poética tradicional que la seguidilla, cuyos orígenes se remontan al siglo XI; mas he aquí la gran sorpresa de que por sus ya indicadas características coincide forma tan antigua con la llamada «poesía pura» a la que aspirarían sucesores de Bécquer como Juan Ramón, Machado, Guillén, García Lorca, etc.

Antes de volver a la relación Lista-Bécquer, consideremos un ejemplo de la seguidilla antigua: «Al pasar del arroyo / del alamillo, / las memorias del alma / se me han perdido.» En ausencia de toda identidad o situación humana particular, la oposición entre lo concreto del arroyo y el alamillo y lo evanescente de las memorias y su pérdida, y el como eco entre alamillo y alma, nos brindan una gama infinita de posibles interpretaciones, cada una más misteriosa que la anterior. Ahora bien: la rica sugestividad de imágenes tan autónomas, junto con los finales -horizontes- abiertos de la rima asonante, son precisamente las cualidades de la seguidilla que se incorporan a esas rimas becquerianas de poesía sin límite, y como veremos ahora, un importante antecedente de estas, en el sentido aquí expresado, fueron las seguidillas entre populares y cultas de Alberto Lista, o Anfriso.

La rima XXXVIII de Gustavo: «Los suspiros son aire, y van al aire. / Las lágrimas son agua, y van al mar. / Dime, mujer: cuando el amor se olvida, / ¿sabes tú adónde va?», tan conocida, que incluso se ha incorporado a la letra de la canción «La niña de la estación» de Concha Piquer, tiene un modelo en la seguidilla 16 de Anfriso: «Tantas ondas mi llanto / le ha dado al río, / como mi pecho al aire / tristes suspiros. / Y se ha llevado: / el aire, mis suspiros, / y el mar, mi llanto.» (Si juzgáramos únicamente por estos últimos versos, Lista va antes que Bécquer sería, al decir del envidioso Núñez de Arce, «endeble imitador de los suspirillos germánicos de Heine»: cosa que no parece nada probable, y por ende se reitera la importancia de los influjos españoles sobre el desenvolvimiento de los géneros que nos conciernen.) La seguidilla 24 de Lista: «Yo fundé sobre espuma / torre de arena, / y, necio, mi esperanza / la puse en ella; / faltó el cimiento, / y mi triste esperanza / llevola el viento», es muy posible que fuera la inspiración para la rima XLI de Bécquer: «Tú eras el huracán, y yo la alta / torre que desafía su poder. / ¡Tenías que estrellarte o abatirme! / ¡No pudo ser!», etc. En todos estos versos no es el remoto y desconocido episodio motivador, ni la emoción, ni el sentido propiamente dicho de las figuras retóricas lo que nos encanta -lo demasiado particular es siempre contraproducente para la lírica pura-, sino el mágico paisaje, más bien del alma que del orbe terráqueo, sugerido por esas figuras.

Existen asimismo ciertas seguidillas de Anfriso, que, sin tener progenie directa en el verso de Gustavo, parecen borradores para rimas que este pudiera haber escrito, y la tonalidad general de tales poemas de Lista también debió influir sobre el discípulo, por ejemplo, la seguidilla 67: «Llorando tus desdenes / me encuentra el día, / y llorando me encuentra / la noche fría. / Dime hasta cuándo / el alma y las tinieblas / verán mi llanto.» (El uso y repetición del imperativo dime vendría a ser sello de escuela en poetas como Eulogio Florentino Sanz, Ángel María Dacarrete y Bécquer.) Entre las casi rimas de Lista se da también algún antecedente del género escéptico becqueriano de la desilusión y el rompimiento, verbigracia, la seguidilla 60: «Yo desdeñé, celoso, / su tierno halago, / y ella los dulces ojos / volvió llorando. / Y, juez los celos, / ella fue la inocente, / yo fui el reo.» Al aludir a tal género becqueriano, pienso en rimas como las XXX, XXXI, XXXIII, XLIX, LI y LVIII, que seguramente todo lector de estas líneas tendrá a mano. En fin, es menester reconocer que las seguidillas de Lista fueron en cierto modo las primeras rimas de Bécquer.

(19 de septiembre de 1989)





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